Notas: ¡Habemus segundo capítulo!
Me estiré perezosamente con el sonido de la alarma taladrando mis sesos. Sentía todo el cuerpo pesado y adolorido, como si me hubiera arrollado un camión durante la noche. El estrés no le estaba sentado nada bien a mi descanso, pensé, mientras me arrastraba hasta el tocador de mi cuarto, donde descansaba el teléfono móvil. Aquella técnica nunca fallaba para asegurarme de no apagar la alarma y seguir durmiendo, pero seguía siendo demasiado cruel obligarme a mí misma a salir fuera de las sábanas para detener aquel sonido infernal.
Me quité las legañas de los ojos mientras revisaba las notificaciones del teléfono y el correo electrónico. Seguía sin haber señales de Sesshomaru. A esas alturas, aquel hombre debía de haberse olvidado por completo de mí. Suspiré, dirigiendo la vista hacia la ventana por la que se colaba una mortecina luz. El cielo estaba encapotado y cubierto de nubes, pero al menos no llovía, de momento.
Solté el teléfono y me dirigí a mi armario para cambiarme de ropa. Dado que tendría que ir a la empresa a reunirme con Miyazaki, decidí vestir algo más formal aquel día, como si aquella elección fuera a ayudar a sonar más convincente con mis argumentos. Enfundé mis piernas en unos pantalones negros con corte de oficina, metiendo por dentro de la cintura una camisa básica del color rosado. Para disimular las arrugas de la prenda superior y protegerme del gélido viento invernal, completé el conjunto con un jersey de punto blanco, con sutiles hebras y detalles rosas, a juego con la prenda interior.
Con el aspecto algo más adecentado, me puse las gafas y me dirigí a la cocina para encender el calentador de agua. Necesitaba mi té lo antes posible para evitar quedarme dormida de pie. Puse dos rebanadas de pan en la tostadora, y me dispuse a esperar allí mismo hasta que escuché el sonido de mi teléfono móvil sonando furiosamente desde la habitación. Corrí para evitar perder aquella llamada, deseando desde lo más profundo de mi corazón que se tratara del profesor Taisho. Descolgué sin pararme a comprobar el número emisor.
- ¿Sí? – Dije, casi sin aliento por la carrera.
- Buenos días, Kaori.
¿Qué diablos quería Miyazaki tan temprano por mañana? Íbamos a vernos en dos horas escasas, ya podría darme algo de tregua.
- Señor Miyazaki, buenos días, ¿a qué se debe su llamada?
- ¿Has salido ya de casa?
Comprobé la hora que era con el pánico inyectado en las venas. No iba tarde, ¿verdad? Había convocado la reunión a las 10 de la mañana, y eran las 8 pasadas, aún tenía tiempo de desayunar, caminar hasta la estación de metro, y luego…
- E-estaba a punto de salir. – Mentí, con la ansiedad creciendo en mi estómago. - ¿Por qué lo pregunta?
- Menos mal que te pillo a tiempo. Verás… - Su tono de voz sonada calmado, un estado de ánimo poco propio en él, aunque no me quejaría de escucharlo así más a menudo. – Estoy en la estación de metro. Sé que tú también lo utilizas para venir a la oficina, por lo que te informo que han cerrado temporalmente varias líneas debido a las torrenciales lluvias de anoche. – Suspiró. – ¿Crees que sería posible realizar la reunión de hoy por videoconferencia?
Cuando era resolutivo de la aquella manera, casi me alegraba que fuera mi mentor, como si realmente pudiera contar con él, aparte de ser su saco de boxeo particular. Había que aprovechar las facilidades que nos proporcionaba el siglo XXI.
- No habría ningún inconveniente, señor Miyazaki. Vuélvase a casa y nos conectamos a las 10, como estaba previsto, ¿le parece bien?
El hombre asintió, agradecido. Mientras colgaba la llamada, percibí un tenue olor a quemado en mis fosas nasales. Ya se me habían vuelto a quemar las tostadas.
La videoconferencia con el señor Miyazaki duró hasta las 12 del mediodía, aproximadamente. Sin la directora Ichijou susurrándole en el oído continuamente, mi supervisor se convertía en una persona con la que disfrutaba trabajar, e incluso debatimos cómodamente los límites creativos de la colección. No le di muchos detalles sobre el profesional que me iba a asesorar sobre la vestimenta del período Sengoku, pero accedió a flexibilizar las directrices siempre y cuando los diseños estuvieran listos para el lunes a primera hora de la mañana. Miyazaki quería encargarse personalmente de corregir todos los errores posibles antes de la entrega definitiva a la directora el martes.
Definitivamente me sentía mucho más motivada tras aquella conversación, aunque me seguía ardiendo el estómago de ansiedad porque no podría alcanzar las nuevas metas propuestas si no lograba contactar con el profesor Taisho lo antes posible… Agarré mi teléfono móvil para mandarle un octavo recordatorio a Tomoki para que me consiguiese los datos de contacto del catedrático lo antes posible. Entonces, casi como caída del cielo, mi teléfono mostraba una llamada perdida de un número desconocido.
Con el corazón encogido en el pecho, pulsé la notificación emergente para devolver la llamada, rezando porque no cayese en algún departamento de telemarketing.
- ¿Sí? Buenos días, Sesshomaru Taisho al habla. – Respondió una grave y aterciopelada voz conocida al otro lado de la línea.
Por fin pude respirar tranquila, aún había posibilidades de salvar mi puesto de trabajo.
- ¡Buenos días, profesor Taisho! – Le saludé con más efusividad de la que pretendía mostrar. – Ya pensaba que me había olvidado de mí… - Añadí, con tono lastimero.
- Yo creí que era usted la que había decidido prescindir de mi colaboración al no contestar mi llamada. – Respondió con seriedad.
- ¡En absoluto! No le exagero si le digo que es usted mi salvador en todo este asunto… - Me detuve tan pronto como me di cuenta de lo honesta que estaba siendo.
Temía que se le fuera subir tanto a la cabeza que me obligase a arrodillarme ante él a cambio de su ayuda. Aunque, muy en el fondo, no me desagradaba del todo aquella idea como parte de una fantasía. Quizás llevaba demasiado tiempo centrada en el trabajo y echaba de menos una aventura; de lo contrario, no entendía de dónde había salido aquel pensamiento.
- Ya veo… - Musitó sin darle mucha importancia a mi comentario, gracias al cielo. - ¿Está libre esta tarde, señorita Hanazono?
Tragué saliva. ¿Por qué me estaba poniendo nerviosa? Sólo era una colaboración laboral, ciertamente informal, pero nada íntimo.
- No, bueno, sí. Es decir… Tengo que trabajar en los nuevos diseños, debo entregárselos a mi supervisor el lunes a primera hora. – Me expliqué tartamudeando como una idiota.
Un tenso silencio se prolongó unos instantes, antes de que siguiera hablando:
- Entiendo, aunque lo que estaba a punto de proponerle está relacionando directamente con su proyecto.
Me preocupó que mis desacertadas palabras hubieran sonado como si esperase otra cosa con su invitación.
- ¡Claro, claro, dígame! – Agradecía no tenerlo en frente, porque no habría forma de disimular el brillante color rojo de mis mejillas.
- Estaba pensado en que se pasase por mi residencia esta tarde, si no le resulta un inconveniente. Podemos ver algún capítulo el fatídico dorama en el que debe basar sus diseños, para trabajar después en encontrar un punto de encuentro entre las exigencias de su empresa y el rigor histórico. ¿Qué le parece?
La pregunta del final de su discurso pareció acariciar mi oído como la dulce tentación del diablo. Definitivamente, había estado demasiado ocupada en los últimos meses. Necesitaba un desahogo urgentemente, o no estaría pensando en aquellas cochinadas con aquel prestigioso profesor. Siendo realistas, dudaba que aquel frío hombre pudiera albergar ningún tipo de interés de aquella índole en mí. Tenía que estar imaginándome el matiz sugerente que mi mente interpretaba con cada una de sus palabras. Tierra llamando a Kaori, ponga los pies en el suelo de una vez.
- Opino que es una idea interesante, pero… - Recordé la conversación mantenida con Miyazaki aquella mañana. – He escuchado que hay varias líneas de metro inoperativas por las fuertes lluvias de ayer, por lo que no creo que fuera posible para mí desplazarme hasta…
- Puedo pasarme a recogerla en coche. – Me interrumpió con un tono que no admitía desacato.
Me puse aún más nerviosa con su ofrecimiento. Lo último que necesitaba era quedarme a solas con él en un espacio tan reducido. No quería alimentar más mi alocada imaginación con aquel tipo de situaciones.
- ¡N-no se preocupe! ¡Seguro que puedo encontrar otra forma de ir sin hacerle tomarse la molestia! – Comencé a teclear con nerviosismo en el ordenador. - ¿Podría decirme la dirección?
El hombre recitó las indicaciones de su residencia con tono monótono, como si se tratase de una inteligencia artificial programada. Introduje la información en el buscador del ordenador, en busca de una ruta alternativa al metro y el coche. Ante mi sorpresa, noté que el lugar se encontraba a poco más de 20 minutos de caminata desde mi casa.
- ¡Vaya! – Exclamé. – Menuda coincidencia, es un barrio vecino al mío, creo que podré ir a pie sin problemas, profesor Taisho.
- Estupendo. – Dijo, complacido. - ¿A qué hora la espero?
- Pensaba hacer una pausa para comer ahora… - Respondí, observando la hora que marcaba la pantalla. - ¿Está bien sobre las tres de la tarde?
- No llegue tarde esta vez, señorita Hanazono. – Se burló con tono juguetón.
- Allí estaré, descuide.
Sesshomaru me había dado permiso para guardar su número de teléfono personal para contactarlo en caso de que me perdiese en la enorme urbanización. Sin embargo, yo me había propuesto alcanzar umbral de su puerta sin ninguna ayuda. Aquella vez llevaba todos mis documentos en la espalda, que me pesaban como si cargase un muerto, pero al menos no corría el peligro de perderlos en el camino o que se empapasen, como el día anterior.
Tras dar varias vueltas por el interior de complejo, subiendo y bajando las pulcras escaleras blancas, finalmente avisté la puerta con la placa "Taisho" justo al lado. Me acerqué con el repiqueteo de mis zapatos contra el pulido suelo resonando tras mi paso. Tan pronto como alcé el puño para llamar a la puerta, ésta se abrió automáticamente, revelando al profesor justo al otro lado, luciendo una expresión triunfal. Vestía una pulcra camisa blanca, con delgadas líneas verticales en color azul y unos vaqueros. Su larga cabellera caía completamente suelta por su espalda. No llevaba las gafas puestas aquel día.
- Entiendo que la impuntualidad en una seña de identidad de su persona, visto lo visto.
Revisé la hora en mi teléfono, comprobando que eran las 15:01. Justo debajo del reloj, había aparecido una notificación del chat con Tomoki que rezaba "¡He conseguido la dirección de correo electrónico del profesor Taisho! Te la paso…". A buenas horas.
- ¡No lo dirá en serio! – Repliqué, frustrada.
Sus labios se curvaron en una sonrisa misteriosa mientras se echaba a un lado.
- Pase, señorita Hanazono. Bienvenida a mi humilde morada.
Aquel hombre era, sin lugar a dudas, todo un excéntrico personaje. Y un idiota, ya de paso. No comprendía su retorcido sentido del humor. Me descalcé antes de acceder a la vivienda, y él me ofreció unas mullidas zapatillas blancas para andar por la casa. A continuación, el profesor me indicó un guardarropa en la entrada donde podía colgar mi abrigo, y por fin pude soltar mi pesado equipaje en el suelo.
Una vez sintiéndome más ligera, pude estirar el cuello para analizar el interior de la vivienda. Tenía una esencia minimalista y monocroma, sin un solo atisbo de color. Sesshomaru me guio hasta la sala de estar, donde encontré los primeros elementos decorativos de la casa. Había dos katanas apostadas en lo alto de la pared en posición horizontal. La que pendía en lo más alto era de color hueso, con motivos geométricos en plateado, y líneas decorativas moradas justo antes de alcanzar la empuñadura. La segunda espada era completamente negra, sin ningún tipo de estampado decorativo, únicamente resaltaba el color rojo de la empuñadura, junto con algunos diamantes dorados.
- ¿Son auténticas? – Pregunté, asombrada por las piezas. Destacaban de sobremanera en aquel piso sin personalidad aparente.
Él permaneció unos segundos en silencio observando las katanas, sumido en sus pensamientos.
- Sí. Aunque no están afiladas, no son un peligro. – Se apresuró a añadir.
- Tampoco le tenía por un experto espadachín. – Respondí a modo de venganza por sus continuos intentos de burlase de mí.
Quizás no entendió mi puya, o simplemente decidió ignorarme deliberadamente, pero no se mostró afectado por mi comentario.
- Tome asiento, voy a preparar un aperitivo. – Dijo, con su voz calmada. - ¿Le gusta el café?
- Si tiene té, lo preferiría. – Admití, algo apurada por la repentina invitación.
- ¿De qué tipo?
- ¿Tiene algo de té blanco?
- Probablemente sí. Tome asiento, por favor, no me haga repetirme.
Asentí, sentándome en el amplio sofá blanco que ocupaba el salón. Por mi mente cruzó el fugaz e infantil pensamiento de que debía de ser difícil para él distinguir sus cabellos al limpiar la estancia, pues casi todo el mobiliario tenía un color similar. Sin embargo, a pesar de la inexistente decoración, aquella estancia no se me antojaba vacía o fría en absoluto. Debía de gastar mucho dinero en calefacción por aquellas fechas para mantener el calor en aquella amplia casa. Frente a mí, se erguía una enorme televisión de no sé cuántas pulgadas, que se veía de alta gama, sin duda. Comencé a preguntarme seriamente por el sueldo de los profesores de universidad, ya que no sabía que pudieran permitirse artículos de lujo y espadas auténticas.
Mientras me hallaba perdida en mis pensamientos, el profesor Taisho regresó cargando una bandeja con dos humeantes tazas y… ¿un bol de palomitas en medio? ¿Qué tipo de macabra combinación era aquella? Su rostro mostraba completa seriedad por que asumí que no era una broma de mal gusto, sino que él tenía gustos extraños.
Me excusé un momento para recuperar de mi mochila una libreta para hacer anotaciones y regresé al sofá, junto a él. Encendió la televisión y zapeó hasta encontrar el canal que emitía Lluvia bajo el árbol sagrado, cada sábado a partir de las 15:30. Aún teníamos algo de tiempo hasta que empezara, por lo que comenzamos a charlar mientras bebíamos el té que había preparado.
- ¿No le importa hacerse spoiler? – Inquirí, soplando la taza humeante. - Vamos a ver el capítulo más reciente, después de todo.
- Lo mismo podría preguntarle a usted. Yo no tengo la más mínima intención de consumir este programa en ningún momento.
Su extremada seriedad ante un tema tan banal me hizo reír. Ni que se tratase de una elección de vida o muerte.
- No, yo… la verdad es que no tengo tiempo para ver estas cosas. – Admití con pesar. – Mi trabajo me mantiene demasiado ocupada.
- ¿Puede llamarlo "trabajo" cuando es usted una becaria?
No recordaba habérselo comentado, pero sus enigmáticos ojos me hicieron saber que ningún detalle escapaba a su capacidad analítica. Es posible que yo sí lo hubiera dejado caer o mencionado en nuestro anterior encuentro. En cualquier caso, su comentario se clavó en mi punto débil como una flecha acertando en el centro de la diana.
- Puede que me ofrezcan un contrato si les gusta cómo trabajo, así que prefiero ser positiva y tomármelo con la mayor seriedad posible. – Respondí con decisión. Era el discurso que me repetía a mí misma cada noche para darme fuerzas. – Después de todo, ser diseñadora de moda es mi sueño.
- Está bien, lo entiendo. Es bueno tener ambiciones. – Comentó mientras daba un sorbo a su taza.
- ¿Está usted satisfecho con su vida? ¿Siente que ha cumplido su sueño? – Pregunté con curiosidad. – Parece vivir muy cómodamente.
Una expresión sombría cruzó su semblante antes de responder con tono melancólico:
- Bueno… Se puede decir que no me queda nada pendiente por hacer en esta vida.
Me preocupó haberme metido donde me llamaban, por lo que decidí cambiar el tema antes de que se volviera demasiado personal.
- Y-ya veo, y por cierto… ¿Por qué no me corrigió la otra vez cuando le dije que venía de parte de un antiguo alumno? Él me comentó que pidió la cita a través de la administración general, por lo que nadie le había notificado sobre mi visita, ¿cierto?
El profesor esquivó mi mirada, todavía incómodo por el tema anterior.
- En efecto, no tenía de idea de que mi cita de las cinco de la tarde no era una tutoría convencional. Sin embargo, no hubiera sido educado rechazarla una vez se había tomado la molestia de venir. Además, siendo realistas, ningún alumno suele acudir los viernes por la tarde, por lo tampoco le estaba robando su sitio a nadie. – Se encogió de hombros ligeramente, con carácter despreocupado. - Y yo tenía que quedarme en el despacho de igual forma. – Aquel hombre me estaba consolando, ¿o era mi imaginación?
- En cualquier caso, quería disculparme por el malentendido inicial. – Dijo con una leve inclinación de cabeza. – Y siento haber acudido con una petición tan específica sin previo aviso.
Sesshomaru depositó su taza sobre la mesa baja de cristal que teníamos frente a nosotros con elegancia, sin emitir un solo sonido.
- Tampoco es que me moleste hacer algo diferente de vez en cuando, señorita Hanazono. Su propuesta es nueva y refrescante para un mero académico como yo, ha logrado despertar mi interés. – Sus palabras eran amables, transmitían una calidez que jamás hubiera creído posible por la fama que le precedía.
No debía de ser tan mala persona, después de todo. El cómodo ambiente fue interrumpido por la banda sonora que encabezada los capítulos del dorama que nos disponíamos a ver. Me aclaré la garganta antes de comentar:
- P-parece que ya va a comenzar, profesor Taisho…
Clavé mis ojos en la pantalla, sintiendo su intensa mirada aún sobre mí. Su más que evidente interés en mi persona me ponía la piel de gallina, a la vez que hacía mi corazón palpitar con fuerza.
- ¿No come palomitas? – Inquirió mientras se acomodaba a mi lado, con nuestras piernas a punto de rozarse.
- E-estoy a dieta. – Mentí. Su ofrecimiento genuino no parecía ocultar una broma de mal gusto, pero no me sabía mal admitir que me parecía una combinación muy bizarra con el té que acababa de tomar. No quería avergonzarlo u ofenderlo señalando su peculiar gusto gastronómico.
- Vaya… Disculpe mi falta de consideración.
No le di más importancia, y me coloqué un cojín sobre el regazo sobre el cual apoyar mi libreta. De aquella forma, también me sentía más segura, como si aquel objeto pudiera mantener a raya la parte de mi cerebro que parecía insistir en que aquel hombre tenía interés en mí, cuando de forma racional sabía que eso no era ni remotamente posible. Había dicho que estaba satisfecho con su vida, seguro que ya tenía pareja. Bueno, probablemente. Se puede tener una vida plena estando soltero, pero…
Dios, de cerca era aún más atractivo. Había intentando mantener mi cabeza en modo profesional, pero no podía dejar de pensar en bucle que estábamos los dos a solas. En su casa, sin nadie más. Sabía que no era el momento de dejar que mi líbido tomase el control de la situación, pero no podía evita sentirme hipnotizaba por sus hermosos ojos dorados y el calmado timbre de su voz. Una parte de mí se moría por desnudarlo sobre aquel sofá en lugar de estar viendo aquel irrelevante dorama.
Prioridades, Kaori, vigila tus prioridades. Me recordaba estas palabras a mí misma como mantra para mantener mi concentración. No presté demasiada atención a los diálogos mientras garabateaba anotaciones en mi cuaderno. Sin embargo, hubo una escena que me cautivó de inmediato, haciendo que mi frenético movimiento de lápiz se detuviese.
Se trataba de una despedida entre dos amantes. Ella era una chica de la corte que estaba prometida con un importante general de otro clan. Él era un simple sirviente más del palacio donde ella vivía. La fecha de la boda se acercaba, por lo que la muchacha había decidido romper la relación con él, tras años de haber sido amantes en secreto. Ambos personajes rompían en llanto mientras se daban un último y desgarrador abrazo, ocultos en la espesura del bosque…
En aquel momento, la pantalla del televisor se volvió negra de forma abrupta. Me giré para mirar al profesor Taisho, que sostenía el control remoto en su mano.
- Creo que tenemos suficiente material con esto. – Su gesto era duro e impasible.
No comprendía del todo su reacción, pero parecía bastante disgustado con el contenido romántico del dorama. ¿Y si era del tipo de persona que odiaba las películas de esa categoría porque le hacía sentir incómodo? Era todo un misterio, pero tampoco era como si yo tuviera un especial interés por saber cómo acababa la escena.
Carraspeé, tomando mis anotaciones.
- ¿Podemos trasladarnos a la mesa más alta? Me gustaría traer mis bocetos anteriores para comentar impresiones.
Pasamos varias horas debatiendo sobre la mesa del salón de estar. Yo lanzaba mis ideas mientras él replicaba con sus conocimientos. Al final, cedió en que no estaba mal flexibilizar la paleta de colores y estampados, siempre y cuando respetase la estructura original de las prendas del período Sengoku. En referencia a la escena de la despedida de los amantes que habíamos visto, diseñé un top cruzado con mangas tipo yukata de color amarillo pálido, como los ropajes de la muchacha. Dibujé finas hebras rojas simulando los hilos rojos del destino, conectados a una vasija resquebrajada que se encontraba oculta en la esquina de la manga izquierda, haciendo referencia al humilde sirviente que estaba enamorado de ella. En la manga derecha tenía pensado incluir el emblema del clan de ella como parte del otro extremo de la cuerda roja. Un concepto bastante romanticón, cliché y cursi, pero me daba buena espina.
Sesshomaru no chistó ni realizó ningún comentario sobre aquella pieza en específico, lo cual resultaba cuanto menos, llamativo. No había parado de criticar de forma tenaz casi todo lo que proponía hasta ese momento. Realmente parecía incomodarle el tema amoroso. Era posible que lo hubiese pasado mal en el pasado, o que tuviera una ruptura muy reciente.
Cuando estábamos discutiendo sobre el último diseño de la colección, en esta ocasiónm un pantalón que imitaba el estilo de un hakama, fuimos interrumpidos por inesperada llamada que sonó en mi teléfono.
- Buenas tardes, ¿hablo con Kaori Hanazono? – Se trataba de una voz de mujer que me resultaba familiar pero que no terminaba de ubicar.
- Sí, soy yo misma, ¿en qué puedo ayudarle?
La persona al otro lado de la línea emitió una siniestra risilla.
- ¿Acaso no reconoces a tu directora, becaria?
Me puse en pie del sobresalto y me encogí en una profunda reverencia dirigida al aire.
- ¡D-directora Ichijou! No la había reconocido por teléfono, y-y no tengo su número grabado… - Me excusé con torpeza.
- Está bien, muchacha, no te alteres. – Dijo con voz melosa. – He sabido por tu supervisor, Miyazaki, que has decidido realizar algunas modificaciones en el proyecto que te entregamos, ¿es correcto?
- A-así es, señora… Quería que los diseños se acercasen un poco más a correcto históricamente hablando, para hacerlo más veraz al nombre de la colección... – Le expuse mientras no podía para de temblar de pies a cabeza.
La directora Ichijou tenía fama de ser una implacable mujer de negocios. Su principal función era asegurarse de que los nuevos proyectos iban a reportar beneficios a la empresa, por lo que no le importaba recortar en ideas creativas para conseguir su propósito. Aquella mujer prefería la seguridad del dinero antes que la innovación artística, por lo que representaba a la perfección el tipo de persona que más aversión me provocaba en el mundo de la moda. La gente como ella solo corrompía el verdadero propósito de los diseñadores, en mi opinión.
- Entiendo que este es un primer trabajo y que estés emocionada, querida… - Comenzó relatar con aire de superioridad. – Pero te recuerdo que somos una marca comercial, no se trata de tu estudio freelancer profesional. Desde Blue Dragon tenemos que aprovechar la inmensa popularidad del dorama en emisión para obtener el mayor número de ventas posibles, con el objetivo de financiar otros proyectos futuros de mayor envergadura. Lo que quiero decir, querida, es que nadie espera que esta colección sea refinada o una oda al rigor histórico. Se trata de puro merchandising, la gente va a comprar lo que sea que pongamos en las tiendas simplemente porque es una colaboración autorizada por la productora de Lluvia bajo el árbol sagrado. Como experta en este mundillo, querida, te recomiendo que lo mantengas simple y reconocible, si es que quieres optar a una plaza en este negocio…
Mi mandíbula se tensó mientras la escuchaba hablar. Definitivamente, era el claro estereotipo de persona que más odiaba en la industria del diseño y de la moda.
- G-gracias por su consejo, directora Ichijou, lo tendré muy en cuenta. – Respondí con el tono más dócil que fui capaz de replicar bajo mi enfado. – Voy a seguir trabajando en los diseños, los tendrá en su mesa el martes a primera hora.
- Eso espero, querida. Buenas tardes. – Se despidió con aire ladino antes de colgar.
Aquella llamada había sido una advertencia en toda regla. Por supuesto que quería el puesto que me ofrecían, pero no tenía claro si estaba dispuesta a obtenerlo a costa de renunciar a todos mis principios.
- ¿Va todo bien, señorita Hanazono? – Me llamó Sesshomaru al notar mi estado de ánimo.
Me volteé para mirarlo, vistiendo mi mejor máscara con una sonrisa profesional. Tenía que fingir que todo estaba bajo control.
- Una llamada de mi jefa, todo marcha bien.
El perspicaz hombre alzó una ceja, disconforme.
- Puede dejar de fingir esa tranquilidad conmigo, su musculatura se encuentra claramente tensa.
No había logrado engañarlo. Dejé escapar un suspiro, relajando mi postura.
- Estoy en una situación un tanto delicada, si le soy sincera… Me juego mi puesto de trabajo con todo esto, pero no me dejan operar como a mí me gustaría.
El profesor se puso en pie para dirigirse hacia mí.
- El estrés no es bueno para su espíritu, señorita. ¿Ha probado alguna vez la meditación?
Aquello sí que no me lo esperaba, ¿aquel desgraciado tenía creencias místicas, también?
- No, pero estoy bien, de verdad, sólo quiero seguir trabajando…
- La ayudaría más tomarse un segundo y relajarse antes de proseguir, en mi humilde opinión. – Insistió él.
Derrotada, exhalé un suspiro más profundo que el anterior y me dejé caer sobre el mullido sofá de piel blanca. No tenía fuerzas para seguir discutiendo con nadie más en aquel punto del día.
- Está bien, dígame que tengo que hacer.
El profesor cargó una silla y tomó asiento frente a mí.
- En primer lugar, siéntese con la espalda recta, en una posición cómoda y espéreme aquí un momento.
Le obedecí de mala gana, con la mente ebullendo con miles de improperios y maldiciones hacia el mundo en general que no podría dejar salir por mi boca hasta llega a casa. Sesshomaru regresó unos minutos tras haber abandonado la estancia, portando consigo un incensario con una barrita ya encendida sobre él. Genial, esoterismo, justo lo que necesitaba en aquel momento.
- ¿Está lista? – Preguntó con solemnidad.
- Sí. – Como sea, pensé para mis adentros.
- Cierre los ojos. – Me indicó con su serena voz.
Seguí sus instrucciones sin rechistar.
- Ya.
- No diga nada más, por favor. – Asentí con la cabeza. – Céntrese únicamente en mis palabras y los sonidos a su alrededor.
Me resultó gracioso cómo aquello parecía haberse convertido en una inesperada sesión de asmr de su aterciopelada voz. Tenía que concederle que no estaba mal del todo.
- Vamos a descargar tensión del cuerpo, en primer lugar. – Comenzó a hablar, despacio. – Sienta cómo sus hombros están agarrotados, realice círculos para deshacer ese nudo en las fibras musculares. Eso es. – Me felicitó cuando seguí sus instrucciones. – Haga lo mismo con el cuello, gírelo muy despacio…
No tenía ni idea sobre meditación ni artes ocultas, pero sus indicaciones se asemejaban a las de mi fisioterapeuta, por lo que supuse que tenían una base más científica de la que había creído en un inicio.
- Ahora estiré los dedos de sus manos y sus pies. – Dictó a continuación, bajando cada vez más el tono de su voz. – Eso es, deje las palmas boca arriba. Ahora… Visualice un lugar en el que se sienta cómoda y feliz, un sitio en el que le gustaría estar ahora mismo.
Un cielo nocturno acudió a mi mente sin ni siquiera pretenderlo. Me recordaba a mi infancia, lejos de la gran ciudad, desde donde se podían observar las estrellas. La imagen se iba volviendo más nítida, apareciendo en los bordes las densas copas de los árboles.
Entonces, sentí cómo Sesshomaru posaba su mano sobre la mía. Su contacto se sentía tan extrañamente familiar que no me sobresalté lo más mínimo. De hecho, era bastante agradable al tacto. Dejé el que el calor de aquella piel regulase la temperatura de mis helados dedos. Casi podía escuchar el crujir de las hojas con la brisa nocturna.
- Respire lento, inhale, exhale… - Dijo él. – Hasta que se sienta preparada para abrir los ojos de nuevo.
Lentamente, mis párpados comenzaron a separarse para encontrarme con la imagen del profesor Taisho, quien permanecía sentado a un metro de mí, y no parecía haberse movido del sitio. Moví los dedos de mi mano, extrañada. Estaba segura de que había sentido el calor de una mano posarse sobre la mía con total claridad. ¿Acaso era un efecto de la meditación?
- ¿Cómo se encuentra, señorita Hanazono? – Inquirió él.
- Pues… - Evalué el estado de mi cuerpo, que parecía mucho más ligero y destensado que antes de comenzar el ejercicio. – La verdad es que no apostaba un duro por esto, pero parece que sí me ha relajado, sorprendentemente.
Una débil sonrisa se dibujó en sus labios.
- Me alegra escuchar eso.
Sin embargo, a mi me pareció que en sus ojos asomaba una profunda tristeza.
Notas: Buenas, buenas, espero que os esté resultando interesante la trama de esta nueva historia. ¿Tenéis alguna teoría ya o sólo queréis que llegue el momento del lemon? e.e Va a haberlo, no puedo negarlo jajajaj lo tengo ya escrito, es una realidad.
Por cierto, tengo curiosidad, ¿venís de mi otra historia "Casada con un demonio" o habéis encontrado esta de forma independiente? Os leo en comentarios, gracias por leer mi historia 3
