Notas: ¡Feliz domingo, os traigo la continuación de la semana anterior! Espero que estéis intrigadas, aunque os aconsejo tener pañuelos a mano para este capítulo : ( Yo los necesité al escribirlo.

Asentí despacio, asimilando lo que Sesshomaru me había contado hasta el momento. Coincidía perfectamente con todo lo que sabía por parte de Towa, completando las lagunas de información que tenía su testimonio.

- Ya veo… ¿Por eso decías que te sientes en deuda con Kagome?

El demonio me respondió con una expresión amarga:

- Así es. Por cuidar de mi hija, y porque, de no ser por su intervención, mi testarudo hermano jamás hubiera aceptado una petición que viniese de mí. Aunque también ayudó la buena relación que mantenía con mi esposa, desde luego.

- ¿Y le has explicado todo esto a Towa? – Le sugerí tímidamente, temiendo estar metiendo las narices donde no me llamaban. Eran sus asuntos familiares, después de todo. – Creo que aún está bastante resentida por ello, y puede que no sea consciente de todos los motivos que tuviste. Quizás le ayudaría a comprenderte…

Sesshomaru se encogió de hombros, resignado.

- No puedo explicar nada a quien no está dispuesto a escuchar.

Me imaginaba perfectamente a su hija comenzando a replicar y a recriminarle sus acciones tan pronto como él comenzara a justificarse, por lo que podía llevar razón. Si su hija no deseaba darle la oportunidad de explicarse, nada de lo que dijera le llegaría realmente. Towa le había cerrado su corazón completamente a su padre el día en que fue separada de su hermana y su madre.

Aunque… ¿Realmente seguía tan cerrada a escuchar a su padre después de tanto tiempo? Su actitud no había sido hostil en el reencuentro con Sesshomaru. Ella parecía genuinamente ilusionada entonces…

- Es una verdadera… lástima… - Hice una pequeña pausa para contener un bostezo. - ¿Y qué ocurrió después?

El profesor Taisho se levantó entonces del sofá.

- Es tarde, Kaori. Y es una historia larga, será mejor que te lleve a casa y descanses.

Me maldije para mis adentros por no haber disimulado mi somnolencia tan bien como hubiera querido. Sin embargo, no estaba nada dispuesta a abandonar la historia en aquel punto. Alargué el brazo para sujetar la mano de Sesshomaru.

- Tú no trabajas mañana, ¿verdad? – Quise asegurarme.

- No. – Respondió él, seco.

- Yo tampoco, así que no hay problema en quedarme despierta hasta tarde. – Insistí.

El demonio me sonrió con dulzura, enternecido.

- Me he detenido precisamente porque te veía a punto de quedarte dormida. Debes estar agotada de toda la semana.

Y lo estaba, no podía negarlo.

- Pero quiero seguir escuchándote. Quizás si me pudieras preparar alguna infusión… Dicen que la teína ayuda a mantenerse despierto.

Sesshomaru me obsequió con una débil risa, divertido por la ocurrencia.

- Está bien. – Me concedió, finalmente. - ¿Con leche o sin leche?

- Siempre y cuando no prepares palomitas como acompañamiento, como quieras.

Los días, meses y años fueron sucediéndose rápidamente sin que yo me diera cuenta. El transcurso del tiempo es relativo, y para una criatura inmortal todo ocurre en un pestañeo de ojos, sobre todo cuando uno está ocupado.

Y siete años no eran nada para un demonio como yo.

Hacía varias semanas que no visitaba a mi esposa, por lo que decidí regresar antes de lo previsto a Palacio para informar de mis descubrimientos. El ejército de Kirinmaru había conseguido desalojar por completo a todos los demonios habitantes de las montañas del norte, donde habían establecido una base militar. Aquel hecho era alarmante, aunque la guerra no parecía a punto de estallar, de momento. Sus movimientos militares eran lentos y bastante desorganizados, por lo que aún podíamos resistir sus inconexos ataques.

Tras haber hecho mi reporte rutinario, me dirigí rápidamente hasta la habitación donde estaba hospedándose Rin, junto a la clínica. Al abrir la puerta, me encontré con la doctora, la cual debía salir de la revisión diaria, tal y como había decretado yo mismo.

- Asami. – La detuve un instante antes de que se marchase. – ¿Algún avance con el tratamiento?

La mujer negó con la cabeza, desanimada.

- Aún no hemos logrado encontrar una cura… - Negó sin ocultar su desaliento. - Pero llegas en buen momento. Pásate luego por la consulta, si puedes. Nos estamos quedando sin reservas.

Asentí antes de dejarla marchar. Me resultó extraño que se estuviese agotando tan pronto, no hacía tanto tiempo desde mi última visita… Entonces ingresé en el cuarto, donde mi esposa yacía tumbada en la cama, dándome la espalda.

- Ah… Hola, Sesshomaru… - Me saludó ella con voz ahogada, sin girar el rostro hacia mí para recibirme. - ¿Qué tal ha ido todo?

Me aproximé hasta el lecho y tomé asiento lentamente al borde de la cama para evitar sobresaltarla con mi peso. Rin actuaba de forma extraña, dado que estaba claramente escondiéndose de mí.

Ignorando su pregunta por completo, me incliné hacia ella, tratando de alcanzar su rostro con la mano. Sin embargo, mi esposa se cubrió rápidamente con las manos temblorosas.

- N-no me mires… - Rogó en un hilo de voz. – No quiero que veas lo que la maldición le está haciendo a mi cara.

Tal y como me temía. Las escamas seguían avanzando cada vez más rápido.

- Sabes que lo que me enamoró de ti no fue tu belleza, Rin. Y tampoco creo que ningún tipo de maldición pueda impedir que la siga viendo en ti.

Aunque reticente, Rin finalmente accedió a voltearse para dejarme examinar su rostro. Peiné los mechones de cabello desordenado mientras la observaba en silencio. Su mejilla izquierda estaba completamente cubierta por gruesas escamas plateadas, cuando en mi última visita apenas alcanzaban su barbilla. Las cicatrices en su cuello de los múltiples intentos por extirpar aquella plaga a lo largo de los años palpitaban con un enfermizo color rojo.

- Rin… ¿Puedes ponerte en pie? – Le pregunté en un susurro.

- … No. Sola, no. – Musitó, evitando mirarme directamente a los ojos.

Eso quería decir que su cuerpo se había debilitado tanto que el avance de aquella maldición comenzaba a acelerarse sin remedio. Su delicado cuerpo mortal debía de encontrarse al límite de sus fuerzas. Asami ya me había explicado en el pasado que las escamas proliferaban a través de un lento veneno, por lo que la única forma de combatirlas era aumentar la cantidad de agentes resistentes en su organismo. Y no conocía ninguna criatura que soportase cualquier tipo de veneno mejor que yo mismo, convirtiéndome en la mejor medicina para ella.

Como ya era costumbre, realicé un profundo corte en mi cuello con mis propias garras, sin pestañear por el dolor. Dado que ella no podía incorporarse, fui yo quien se inclinó sobre ella para ofrecerle mi fluido vital.

- Luego iré a dejar más en la oficina de Asami, pero ahora… Bebe, antes de que se cierre la herida. – Le pedí.

Sabía que a Rin no le gustaba nada hacer eso. El sabor de la sangre era completamente repulsivo para ella como ser humano, pero sabía que no tenía muchas más opciones de supervivencia si la rechazaba. De modo que acercó sus labios temblorosos a mi cuello y comenzó a lamer, despacio.

Aquella situación había sido muy diferente en el pasado. El caliente tacto de su lengua sobre mi piel, el cual siempre me había excitado, ahora me hacía sentir culpable. Si tan solo hubiera llegado más rápido a la cabaña, antes de que Zero la atacase… Ella no tendría que soportar aquellas náuseas a diario, cada vez que ingería mi sangre para sobrevivir.

Sin embargo, para mi asombro, lo que desató aquella situación en Rin aquel día no fueron ganas de vomitar… Sino un torrente imparable de lágrimas. Mi mujer comenzó a sollozar, echándose a temblar bajo mi cuerpo de forma incontrolable, dejando completamente de lado el hilo de sangre que corría por mi cuello.

- Sesshomaru… - Me llamó ella, gimoteando. - ¿E-están Towa y Setsuna… bien?

Me recosté a su lado para acariciar su cabello con suavidad mientras le hablaba de sus hijas. Las amaba más que a nada en el mundo, y no podía parar de extrañarlas cada día que pasaba lejos de ellas.

- Setsuna está aprendiendo a usar la naginata, Kohaku dijo que tiene un talento natural para ello. Ha crecido mucho, creo que ya debe haber sobrepasado tu estatura. También se lleva bien con los hijos del monje y la exterminadora. Parece feliz con ellos. – Añadí para tranquilizarla. – Towa, sin embargo… Aún no quiere verme ni en pintura. Inuyasha y Kagome me han dicho, sin embargo, que ayuda a Moroha a cumplir pequeñas misiones, encargándose de demonios menores, y va en camino de convertirse en una medio demonio muy poderosa. Tiene una muy buena relación con todos ellos, por lo que también se encuentra en buenas manos. No es necesario que te preocupes por ellas.

Lejos de reconfortarla, escuchar cuánto se estaba perdiendo de las vidas de sus hijas siempre la entristecía aún más. Pero ni siquiera yo tenía corazón para ocultarle aquella información, incluso si le hacía más mal que bien.

No, cuando se veía tan menguada y a punto de quebrarse.

- Q-qué ingenua he sido, ¿verdad? – Se lamentó mi esposa, retirándose las lágrimas de los ojos. – Todo esto es mi culpa, y aun así, siento que es injusto no poder estar con ellas cada día que me queda...

- No podías saber que nada de esto ocurriría, Rin. Hiciste todo lo que pudiste por protegerlas.

- Pero tú me advertiste. – Respondió, martirizándose a sí misma. – Si te hubiera hecho caso alguna vez, Sesshomaru…

La abracé con extremo cuidado. Sabía que resultaba muy doloroso para ella cuando las escamas se clavaban en su piel.

- Eso está en el pasado, Rin. Ahora lo único que podemos hacer es procurar obtener un futuro mejor con las herramientas que disponemos. – Susurré contra su oído, tratando de calmar los desbocados latidos de su corazón. Aquel bombeo de sangre acelerado sólo facilitaría la proliferación de la maldición.

Rin recostó su cabeza contra mi hombro, con expresión amarga.

- Últimamente no dejo de pensar… Que no volveré a ver a mis hijas antes de morir. Que es lo que me merezco.

El hecho de que estuviera asumiendo su muerte con aquella certeza agitó todo mi ser. No podía permitir que ocurriese… Tenía que hacer algo.

Si no podía acabar con Zero para eliminar la maldición del cuerpo de Rin sin que le costase la vida, y no había tiempo suficiente para encontrar otra cura…

Debía encontrar la manera de que Rin dejase de ser una criatura mortal.

Mi última carta a jugar en aquella situación fue visitar a Bokuseno, un árbol demoníaco con una longevidad superior a los dos milenios. No debía de haber nadie que supiera tanto sobre los secretos del mundo como él.

- ¿Conceder la inmortalidad a un ser humano? – Inquirió, sorprendido por mi consulta. – Es la primera vez que escucho algo así.

- ¿Es posible o no? – Insistí con crudeza. Aquel árbol era famoso por irse por las ramas mientras relataba.

El rostro tallado en el tronco frunció el ceño, pensativo.

- Solamente conozco una criatura capaz de conceder la vida eterna a otro ser: el Seiryuu. Dicen los rumores que, si completas todas las pruebas que te ponga por delante y finalmente lo derrotas, te otorgará el poder de hacer inmortal a otro ser vivo.

El Seiryuu era el milenario dragón azul, protector de los cielos del este… Por lo que debía encontrarse en el territorio de Kirinmaru, un lugar de complicado acceso en mitad de la tensión militar existente entre nuestros territorios.

Pero lo que estaba en juego era la vida de Rin, por lo cualquier riesgo me parecía liviano en comparación con esa oscura perspectiva.

Mientras me dirigía hacia el este, alejándome del Palacio en el que estaba mi esposa, supe que pronto pasaría junto a los restos de la cabaña que ella misma había construido. Decidí desviarme hacia aquel lugar para perderme, aunque fuera por poco tiempo, en las memorias de aquel hogar donde Rin había dado a luz y criado a nuestras hijas…

Me detuve en seco al reparar en los restos del edificio destrozado habían sido retirados del lugar. Para mi sorpresa, la cabaña estaba siendo reconstruida. Y supe rápidamente quiénes habían sido los autores de los hechos, porque justo en ese momento se acercaban en mi dirección cargando grandes listones de madera…

- Padre… ¿Qué haces aquí? – Inquirió Setsuna, con los ojos muy abiertos, deteniendo la marcha en el acto.

A su lado caminaba Towa, a quien solo había podido ver en la distancia durante aquellos años, pues no había hecho más que evitarme en cada una de mis visitas. Su complexión física era más andrógina que la de su hermana, pero a pesar de eso y de su cabello plateado… El rostro de esa chiquilla era el vivo retrato de su madre. Aunque la expresión de repulsión que me dedicó nada más verme se me antojó calcada a la de su tío Inuyasha.

- ¿Pasa algo, Sesshomaru? – Me desafió Towa, fanfarrona. - ¿Vas a reprendernos por habernos reunido para reconstruir la casa de mamá?

- ¡Towa…! – Le chistó su gemela, quien me respetaba demasiado para permitir que se dirigiese a mí de aquel modo. Aunque tampoco parecía temer las consecuencias de haber sido descubierta por mí.

No le faltaba arrojo ni osadía a ninguna de las dos, desde luego. Me miraron fijamente, esperando a que cayera sobre ellas un severo castigo.

Sin embargo, no sentí enfado alguno porque hubieran desobedecido mis órdenes. Había sido incapaz de detectar su olor hasta tenerlas frente a mí, lo que significaba que seguían utilizando el Kaori que su madre les había enseñado a elaborar desde niñas. Aquel invento las seguía protegiendo incluso ahora, siempre y cuando mantuviesen sus poderes bajo control. Y lo estaban haciendo a la perfección.

No había motivo para sentirme molesto cuando habían tomado todas las precauciones posibles para el noble propósito de restaurar el lugar que siempre habían llamado "hogar". ¿Quién era yo para negarles ese deseo?

- Vuestra madre estaría muy feliz de saber lo que estáis haciendo. – Les informé, notando cómo mi boca se curvaba de forma extraña, en un patético intento de una sonrisa.

- Ella… ¿Se encuentra bien? – Preguntó Setsuna con un nudo en la garganta.

Ambas me observaron expectantes, sin atreverse a mover un solo músculo mientras yo sopesaba mi respuesta. Definitivamente, no podía decir que vivir en un pozo de culpabilidad mientras su cuerpo se marchitaba lentamente era la definición más correcta de estar "bien"…

- … Sigue viva. – Pensé en no decir más, queriendo protegerlas del auténtico infierno que había estado padeciendo su madre, pero la mirada acusatoria de mi hija mayor me hizo pensar que merecían saber la verdad sobre lo que estaba ocurriendo en aquellos momentos. – Pero puede que no le quede mucho tiempo.

Towa se dignó a dirigirme la palabra entonces:

- ¿Y qué diablos has estado haciendo por ella estos siete años?

Sus palabras eran tan ciertas que se clavaron como puñales en mi conciencia. Había malgastado demasiado tiempo, dando palos de ciego, delegando en terceros la búsqueda de la cura para Rin. Viendo como aquellas niñas que había dejado en manos de otros ya tenían un aspecto cercano al de mujeres adultas… Me di cuenta de que mi propia noción del tiempo había jugado en mi contra. Mientras que para mí ochenta años no representaba una franja de tiempo amplia, la vida completa de un humano podía desarrollarse dentro de la misma. Era posible que la existencia de un mortal hubiera transcurrido de principio a fin en el tiempo que había dejado pasar entre las escasas visitas que hacía a mi Madre antes de heredar el título de Lord del Oeste. Y, aun así, la apariencia de Inukimi permanecía completamente igual tras varias décadas. Sin embargo, éste no era el caso con los seres humanos.

Quizás la fugacidad y fragilidad era la que hacía que los mortales se empeñasen en pasar su día a día juntos… Una dinámica en la que yo jamás me había propuesto integrarme con mi esposa e hijas, porque no lo concebía como algo prioritario… A fin de cuentas, disponía de todo el tiempo del mundo. Pero el hecho de que a Rin se le estuviera escapando la vida entre los dedos me hizo ser terriblemente consciente de que todo cambia muy rápido para los seres humanos, y que yo jamás volvería a tener la oportunidad de ver crecer a mis hijas.

No había sido mejor que mi Padre, al cual había resentido tanto, después de todo. Ese mismo hombre que apenas había pasado tiempo con mi Madre y conmigo por haberse volcado por completo en sus deberes como Lord del Oeste. Y su legóto,p heredero, el "Gran Sesshomaru"… No había sido más que un hipócrita.

De tal palo, tal astilla.

Incapaz de darle una respuesta coherente a mis hijas que pudiera justificar mis errores, supe que la única manera de compensar una mínima parte del daño que había hecho era dedicarme en cuerpo y alma para resolver aquella situación. Más decidido que nunca, pasé por el lado de las gemelas hasta dejarlas a mis espaldas.

- Espero que la casa esté impecable para cuando traiga a vuestra madre de vuelta.

Y con aquella promesa, me encaminé hacia la guarida del Seiryuu. El milenario dragón habitaba una gruta cercana a la costa, según los rumores locales. No era muy fiable, pero se trataba del único hilo del que tirar que disponía.

Sin embargo, no tuve que buscar mucho mientras hacía mis averiguaciones. Era como si aquel dragón con categoría de deidad quisiera ser encontrado. Al llegar a sus oídos el rumor de que un poderoso demonio le buscaba, envió a uno de sus lacayos a por mí.

Este sirviente se convirtió en la primera prueba a superar. Se trataba de un demonio ilusionista que empleaba veneno para asfixiar a sus víctimas en combate. Por supuesto, no tuvo ni una sola oportunidad contra mí. Antes de perecer, aquel hombre me ofreció el paradero de su siguiente compañero.

Siguiendo el mismo esquema, me enfrenté durante varias lunas a seis guerreros más, cada uno con sus peculiaridades, pero todos con un factor común: comprobar si era digno de enfrentar a su Señor, y en caso de resultar no serlo, acabar con mi vida. No había medias tintas con ellos, se trataba de devorar o ser devorado.

Al acabar con el último de ellos, finalmente me facilitaron la verdadera ubicación de la guarida de Seiryu, una gruta junto al mar. Me dirigí hacia allí de noche, sin poder esperar un solo día más. Había demasiado en juego… Y ya era más que consciente de que no tenía mucho tiempo.

El dragón aguardaba en lo más profundo de aquella cueva, rodeado de tesoros. Su mirada de hastío se iluminó al verme.

- Oh… ¿Qué tenemos aquí? ¿Un candidato? Eres el único que ha conseguido llegar hasta aquí en más de quinientes años, te felicito… ¿Cuál es tu nombre?

- Sesshomaru. – Le respondí, sin rastro de emoción en la voz. – Dime, si te derroto… ¿Obtendré el poder de la inmortalidad?

La bestia dibujó una amplia sonrisa en su rostro, mostrándome todos sus afilados colmillos.

- Eso es… - Me confirmó con una voz escalofriante. – Solo si consigues asesinarme, a una criatura inmortal e indestructible. ¿Crees que tienes lo que hay que tener?

Conté tres días y tres noches mientras luchaba sin descanso contra aquel monstruo. El Seiryuu era una criatura con una coraza casi imposible de penetrar, y sus heridas se curaban casi al instante de abrirse. Su gruesa piel y su cuerpo alargado también dificultaban la tarea de localizar sus puntos vitales.

Peleé con Bakusaiga en un inicio. Posteriormente, desesperado, incluso le ataqué en mi forma de bestia. Pero nada era efectivo contra él, se sentía como golpear una fortaleza inquebrantable…

Tratando de calmas mis nervios, regresé a mi forma humanoide, retrocediendo de un salto.

- ¿Te rindes, Sesshomaru? – Inquirió el dragón con un deje oscuro en su voz. – Puedes abandonar y regresar por donde has venido.

¿Aquel idiota me estaba tomando el pelo? No había soportado todas y cada una de sus estúpidas pruebas para dar media vuelta ahora. No, cuando había tanto en juego…

Tendría que probar algo nuevo.

Desenfundé la Tenseiga en esta ocasión, con seguridad. Si una espada asesina no podía acabar con él… ¿Lo haría una espada sanadora?

Oh, claro… ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Si no podía localizar sus puntos vitales era tan sencillo como deshacerse de todo su cuerpo. No creía que pudiera regenerar su colosal y alargado tronco con facilidad. Y viendo cómo necesitaba curar sus heridas, apostaba a que no le iría muy bien si le separaba de su corazón.

Tras varias horas más de batalla, logré invocar un Meido Zangetsuha lo suficientemente amplio para tragarse todo el cuerpo del dragón salvo la cabeza, la cual cayó al suelo con un ensordecedor estruendo. Acto seguido, el Seiryuu se echó a reír como un descosido. Aquella criatura debía de haber enloquecido tras tanto tiempo de existencia.

- Lo has conseguido, Sesshomaru. – Me felicitó. – Me has derrotado, eres digno de heredar mi poder. Corta mi cabeza en dos y podrás vivir eternamente…

Fruncí el ceño.

- Yo no deseo vivir eternamente. – Repliqué. – Lo que necesito es volver inmortal a un ser humano.

El dragón me sonrió de forma ladina.

- La inmortalidad únicamente puede transferirse, no otorgarse o compartirse… Si ese humano logra asesinarte, a pesar de los poderes que vas a recibir… Se volvería inmortal, por supuesto.

Conque ese era el precio a pagar… Pero estaba más que dispuesto a dar mi vida por salvar a Rin. No albergaba dudas… Aunque no fue hasta siglos más tarde que yo descubriera que no había interpretado las palabras del dragón correctamente.

Es más, me había engañado deliberadamente.

De aquel modo, sin pensarlo por un instante más, seccioné en dos el enorme cráneo del dragón, el cual musitó, ante de quedar inerte:

- Finalmente… ¿Soy libre…?

Aquella frase me resultó profundamente inquietante en aquel contexto. ¿Por qué una bestia que había puesto tantos impedimentos para ser encontrada y que había peleado con tanta saña hasta el final se mostraría aliviada por su derrota?

Una enorme corriente me poder me atravesó en aquel instante, cortando cualquier hilo de pensamiento. Me ardía la piel, en mis oídos comenzó a resonar un pitido ensordecedor y mi corazón palpitó con fuerza, a punto de estallar. Se sentía como si todo mi cuerpo fuera a hacerse añicos por aquella fuerza que me había invadido sin previo aviso.

Sin embargo, tras interminables minutos de agonía, de repente, vino la más absoluta calma.

Me miré las manos, las cuales tenían el mismo aspecto de siempre. Nada parecía haber cambiado, pero sabía que me había convertido un ser inmortal perfecto: mi cuerpo se había vuelto completamente indestructible físicamente, y sería incapaz de perecer debido a la edad, aunque éste era un poder con el que yo ya contaba inicialmente.

Sólo quedaba ofrecerle aquella vida imperecedera a mi esposa para poder salvarla, sin oponer resistencia alguna a mi inminente final.

-¿M-Me pides que…? ¿Te asesine…? – Balbuceó Rin, con la mirada de consternación más profunda de la que había sido testigo en mi vida. – No tengo intención alguna de hacer eso.

- Es la única forma de prolongar tu vida mientras buscamos una cura. – Le volví a explicar pacientemente, con la esperanza de hacerla ceder esta vez.

Cuanto más le insistía con aquella idea, más se desquiciaba Rin, quien me observaba con una expresión de terror desde su lecho.

- ¿Quién? ¿Qué cura? – Sollozó ella. – Si tú mueres, yo… No creo que haya nadie más que pueda salvarme, después de todo lo que ya hemos probado. Y yo… Yo no quiero perderte, y mucho menos para tener que seguir soportando este martirio diario, Sesshomaru… – Las lágrimas asomaron a los bellos ojos castaños de mi esposa. – ¿Cómo piensas que sería capaz de acabar con tu vida para salvarme…? Es cierto, me duele andar, respirar, e incluso hablar, con todas estas escamas clavándose en mi piel, pero… Lo único que yo deseo… Es volver a ver… A mis hijas, antes de morir… Que estemos todos juntos.

La mujer humana frente a mis ojos se deshizo en llanto. En aquel estado, era imposible negociar con ella… Pero en mi cabeza no dejaba de repetirse en bucle la idea tenía que salvarla a cualquier costo, pues no había llegado tan lejos para nada…

Decidí entonces llevarla a la cabaña, donde tarde o temprano se reencontraría con sus hijas. Pensé que no haría daño concederle al menos ese deseo. Quizás entonces podría volver a intentar convencerla de hacerse inmortal, de modo que pudiera permanecer con Towa y Setsuna para siempre. Incluso si yo desaparecía para siempre, no estaría sola. Nunca más.

Estaba seguro de que Rin se volvería mucho más receptiva una vez se reencontrase con ellas.

El viaje no fue sencillo, sin embargo. Incluso acomodada en el lomo de Ah-Un, con mi estola arropándola… El dolor era tan insoportable que Rin no podía parar de gimotear, entre disculpas por su comportamiento y agradecimientos por haberla sacado del Palacio del Oeste… Era la primera vez que pasaba tiempo suficiente con ella para darme cuenta de lo quebrada que se encontraba su alma tras haber permanecido en soledad entre aquellos muros.

Entendía que Rin me hubiera tomado por loco cuando le había sugerido volverla inmortal en aquel deplorable estado… Pero no podía dejarla morir. Tampoco tenía el coraje para alzar mi espada contra ella y acabar con su sufrimiento. De forma egoísta, sentía que aún necesitaba a Rin a mi lado… Pues tenía mucho tiempo que recuperar a su lado.

- Es tal y como la recordaba… - Musitó Rin, maravillada, mientras la cargaba en brazos hacia el interior del lugar que había sido su hogar. - ¿Dices que Towa y Setsuna la han reconstruido?

No lograba recordar todos los detalles, pero a primera vista, se veía como un calco idéntico del hogar que había construido mi esposa hacía más de una década.

- ¿Recuerdas la ilusión con la que me enseñaste este lugar la primera vez, Rin?

La mujer me obsequió con una de sus luminosas sonrisas, una de las que parecía haberse extinguido hace tanto tiempo.

- Claro que me acuerdo. – Rin emitió una suave risa, dulce como el trino de un ruiseñor. – Aunque fuiste tú el que se emocionó demasiado aquel día. No quisiste ni esperar a que cayese la noche para hacerme el amor, Sesshomaru.*

Me deleité con la tierna imagen de su plácida expresión. Parecía que aquel era un recuerdo feliz para ella. Tampoco podía decir lo contrario en mi caso. Había sido un encuentro más que fogoso.

- Hmm… Creo recordar que a mi esposa le gusta que no me restrinja lo más mínimo con ella, ¿me equivoco?

Rin soltó una nueva risilla, cómplice. Sin pensarlo, incliné el rostro para besarla mientras estrechaba su cuerpo con mi pecho. Antes de que nuestros labios se rozasen, mi esposa dejó escapar un quejido, adolorida.

Aquel sonido me trajo de vuelta a la realidad tan rápido que me detuve en el acto. La estaba estrujando, clavando las escamas sobre su piel.

- Disculpa. No era mi intención herirte.

- Lo sé, amor... – Respondió ella, con el dolor aún patente en sus ojos. – ¿Me ayudas a ponerme de pie, por favor?

Con la mayor precaución posible, la deposité en el suelo, dejando que emplease mi brazo como punto de anclaje. Su cuerpo estaba débil y a duras penas podía mantenerse en pie por sí misma, pero se veía mucho más feliz y llena de energía que en años.

- ¿Aún quieres…? ¿…besarme, Sesshomaru? – Preguntó con una tímida sonrisa. – Así no debería dolerme.

Mi corazón comenzó a palpitar con fuerza dentro de mi pecho.

Despacio, y con sumo cuidado, me agaché para cubrir la boca de Rin con la mía. Los delgados dedos de mi esposa se clavaban en mi antebrazo, luchando por mantener el equilibrio. Rodeé su cintura con el brazo para proporcionarle una mayor estabilidad.

Entonces pude concentrarme en la suavidad de sus labios y la delicada cadencia de su respiración sobre mi rostro. Hacía tanto tiempo que no nos tocábamos de aquella manera tan íntima que sentí todo mi cuerpo encenderse inevitablemente. Respiré hondo para mantener aquellas emociones a raya, reprimiendo el salvaje impulso de hacerla mía.

Mi boca buscaba la suya con deseo contenido, capturándola con delicadeza. Ella me respondió poniéndose de puntillas para devolver mis besos, entregándose por completo, como siempre lo había hecho. Cuando mi esposa mordió mi labio inferior con su inofensiva dentadura sentí como si el fuego se desatase en mi interior.

Rin solamente hacía eso cuando quería volverme loco de deseo, o cuando el pudor le impedía expresar con palabras la necesidad de que la poseyese. Quizás en este caso se tratase de ambas cosas, aunque fuera como fuese… Había entendido más que de sobra su mensaje. Y no había nada que desease más que tomar a mi esposa en mitad de aquel bosque, sin pudor alguno.

Sin embargo, no tuve más remedio que obligarnos a detenernos. No deseaba arriesgarme a dejarme llevar y lastimarla más. Nunca antes había temido tanto poder quebrarla con mi tacto como en ese momento.

Mi esposa se mostró decepcionada mientras la separaba de mí, sujetando sus delicados hombros.

- Rin… Eso ha sido muy imprudente. – La reprendí, con la respiración aún agitada por los ardientes besos que habíamos compartido.

Para mi sorpresa, el rostro de mi esposa se iluminó, a pesar de la regañina.

- Hacía mucho que no me mirabas así, Sesshomaru. – Explicó curvando sus labios hacia arriba, formando la más pura expresión de felicidad.

La miré con perplejidad, confundido.

- ¿A qué te refieres, Rin?

Incluso por debajo de las escamas plateadas alcancé a percibir el adorable rubor de sus mejillas.

- Esto… Ya sabes… Como si me desearas. – Musitó.

Atraje a mi esposa hacia mí, enterrando las garras en su cabello. Era cierto que había estado tan centrado en mis propios deberes y en buscar una cura para la maldición que apenas había pasado tiempo con ella de aquel modo… Resultaba lógico que hubiera comenzado a sentirse insegura. Sobre todo, siendo consciente del punto hasta el cual le acomplejaba su aspecto actual.

- Nunca he dejado de hacerlo. – Me atreví a acariciar su mejilla cubierta de escamas con sumo cuidado. - No quería hacerte daño. – Señalé mientras recorría su rostro con los dedos. - Pero jamás se ha tratado de eso, Rin.

Ella dio una amplia bocanada de aire, aliviada.

- Estaba convencida de que ya no te resultaba atractiva… Con este aspecto.

- Siento haberte hecho sentir de ese modo. – Respondí colocando su cabello tras su oreja con cuidado. – Pero habiendo sido testigo de tu dolor cada vez que simplemente tratabas de girarte en la cama, o intentabas ponerte en pie… No se me pasaba por la cabeza hacer nada que pudiera generarte más sufrimiento.

Sus ojos se encontraron con los míos directamente entones. Su deseo ardía en lo más profundo de su mirada, suplicante.

- Es cierto que me duele todo el cuerpo… Y que seguramente no podría hacer algo así sin sentir dolor... – Admitió. – Pero me alivia saber que todo este tiempo he estado equivocada, incluso si no hay una solución ahora mismo que nos permita cumplir lo que ambos deseamos… Gracias por velar por mi bienestar siempre, Sesshomaru.

Con mi esposa anclada a mi brazo y a paso lento, repliqué el camino que recordaba hasta el dormitorio. Towa y Setsuna habían respetado la estructura original de la cabaña a la perfección, por lo que localizamos la habitación justo donde solía estar. Una vez dentro, ayudé a Rin a tomar asiento sobre la cama para que pudiera descansar.

Ella se revolvió de repente con incomodidad, extrayendo un arrugado pedazo de papel del lugar sobre el que se había sentado.

- ¿Qué es esto? – Inquirió, extrañada.

Rin desplegó la nota ante nuestros ojos, de forma que pudimos leerla a la vez:

"A quien encuentre este mensaje:

Hemos descubierto que fue una mujer llamada Zero la que atacó esta casa aquel día, lanzando una maldición a nuestra Madre. La misma que puede estar a punto de cobrarse su vida.

No podemos permitirlo.

Vamos a resolver esto de una vez por todas. Esta nota es meramente informativa, por si no regresamos.

No os preocupéis por nosotras, estamos seguras de lo que hacemos. Queremos salvar a nuestra Madre.

Towa y Setsuna."

Sentí cómo se me helaba la sangre en ese mismo instante. Me arrepentí de haberles dejado entrever que la vida de Rin peligraba. Las dos eran jóvenes e impulsivas… ¿Cómo podía haber sido tan descuidado?

- Sesshomaru… - Murmuró Rin, nuevamente devastada. – Ve a buscar a nuestras hijas, por favor… Es muy peligroso.

Antes de que ella hubiese dicho nada, yo ya me había puesto en pie y me dirigía hacia el exterior, veloz como una exhalación. Le dediqué una última mirada antes de marcharme:

- Tú quédate aquí descansando, Rin. Las traeré de vuelta.

El escenario que me encontré tras seguir el rastro de las gemelas me dejó estupefacto. En el suelo yacían los cuerpos sin vida de Zero y Setsuna. Towa abrazaba el cuerpo de su hermana, llorando completamente desconsolada.

Lo que no sabía esa niña era que, al acabar con la mujer de cabello blanco, aquella acción también debía de haber acabado con la vida de su adorada madre…

- Towa… - La llamé en un gruñido. - ¿Por qué habéis hecho esto sin decirme nada…? La vida de Rin estaba ligada a la de esa mujer, ¿lo entiendes?

La chica me sollozó con la voz rota:

- Lo sabíamos, Padre… Setsuna había encontrado una forma de cambiar la persona vinculada a Zero… Pero no me hizo caso, tendría que haber sido yo la que diese su vida por mamá…

Los pensamientos tortuosos que nublaban mi juicio desaparecieron rápidamente con aquella nueva información. Aquellas niñas habían sido capaces de solucionar todo aquello sin ayuda… ¿Quizás yo mismo las había subestimado por ser medio demonio?

- Apártate, Towa. – Le ordené, tajante.

La joven se mostró reacia a abandonar el cuerpo de su hermana hasta que desenvainé la Tenseiga. Solo entonces se hizo finalmente a un lado.

Podía ver a los sirvientes del más allá. Gracias al cielo, aún no era demasiado tarde. Tracé un corte horizontal para eliminar a aquellos espíritus, permitiendo a Setsuna abrir los ojos nuevamente.

Sin embargo, nuestro alivio no tardó en ser interrumpido por la ominosa presencia de Kirinmaru. No me había vuelto a encontrar con aquel hombre desde antes del fallecimiento de mi propio Padre. Se veía desmejorado, y fuera de sí.

- Sesshomaru… ¿Qué significa todo esto? – Rugió, a punto de montar en cólera. – Primero mi hija, ¿y ahora me arrebatan a mi querida hermana también…?

Chasqueé la lengua. Iba a ser imposible dialogar con aquel hombre desquiciado… La única forma que se me ocurría de calmarlo era luchando con él hasta que entrase en razón.

- Towa, Setsuna. Volved a casa. Vuestra madre os aguarda.

Los ojos de las gemelas se iluminaron por primera vez en años. Sin embargo, la menor de las dos me miró con consternación:

- Pero, Padre… ¿Vas a enfrentarle tú solo?

Intercambié la espada sagrada por mi colmillo de guerra, la Bakusaiga.

- No os preocupéis por mí. Yo ya no puedo morir.

Gracias a mis recién adquiridos poderes de regeneración, fue pan comido ganar una batalla de desgaste contra Kirinmaru. Una vez se encontraba demasiado desmoralizado para seguir, pude entablar una conversación con él. Descubrí que tanto él como su hermana habían resentido a mi Padre por siglos, y que Zero le había estado manipulando para invadir el Oeste, a modo de venganza.

Sin embargo, a través del diálogo y el deseo mutuo de romper el círculo de la violencia que le había herido tanto durante siglos, acordamos negociar de forma pacífica los límites de nuestros territorios. Le concedí sin pensar el monte Musubi, lugar en el que había perecido su hija antes de que fuera conquistado por Inu no Taisho. Kirinmaru deseaba erigir un templo en memoria de la niña, de nombre Rion, y yo no tenía intención de impedírselo.

Pero el resto de acuerdos tendrían que esperar, puesto que tenía una cosa muy importante que hacer.

Regresé lo más rápido que pude a la cabaña tras poner un punto y aparte a las negociaciones con Kirinmaru, el cual se había calmado tras haber recuperado el monte Musubi. Fuera de la casa, esperaban Jaken y Ah-Un, quienes habían seguido mi rastro hasta llegar allí. Al percibir el olor de Rin habían decidido quedarse a velar por ella, de modo que habían visto regresar a las gemelas, quienes debían encontrarse dentro, en la habitación, con su madre.

Por fin… Había reunido a las tres mujeres que más amaba en el mismo lugar. Por un fugaz instante creí que al fin podría hacerlas felices, que podrían compensarlas por todo el dolor causado… Pero no podía estar más equivocado.

Lánguida sobre la cama, yacía el cuerpo de mi esposa, libre finalmente de la maldición de las escamas plateadas. Sin embargo, presentaba un aspecto lamentable, sus labios rosados habían perdido por completo el color. Aquellos ojos castaños se volvieron hacia mí al verme entrar, la vida drenada y sin energía.

- Ah, Sesshomaru… - Musitó mi esposa con las pocas fuerzas que le quedaban. – Tenías razón, Towa y Setsuna regresaron, al fin estamos todos…

Junto a la cama, las gemelas observaban a su madre desde el lateral del lecho con más que notable inquietud. Ellas no habían sido testigos del lento demacre de Rin, por lo que era más que comprensible que se encontrasen impactadas al haberla visto en aquel estado. Sin las escamas cubriendo su cuerpo, su piel se venía extremadamente delgada y traslúcida. La palidez de su tez era mucho más notoria que cuando la había dejado sola, casi como si… Su propio ser se hubiera dado por vencido, incapaz de recuperarse de tanto dolor acumulado.

Incluso cuando la maldición había desaparecido por completo.

- Te vas a poner bien, mamá, ya ha pasado todo. – Le aseguró su hija mayor, nerviosa.

- Entonces podremos salir juntas a recoger flores, como siempre. – La secundó Setsuna, en voz baja, conteniendo la angustia en su pecho.

Me acerqué con paso lento hacia ellas. La menor de las gemelas se echó a un lado para dejarme espacio. Towa me miró de reojo, como si estuviera esperando que yo hiciera algo más.

¿Pero en aquel punto, qué diablos más podía hacer…?

Rin se negaba a acabar con mi vida para hacerse inmortal. Podía ver en sus pupilas que ella ya se había resignado a su suerte, y ni siquiera parecía tener fuerzas para sostener un cuchillo de cocina…

¿Acaso no había otra forma de salvarla?

Me sobresalté al sentir una tibia mano tocar la mía. Se trataba de Rin, que me observaba con ojos suplicantes. Sus huesudos dedos apenas lograron cerrarse sobre los míos, haciéndome más consciente de su debilidad.

- Sesshomaru… Esta vez te quedarás con nosotras, ¿verdad?

Apreté su palma con cuidado, tratando de transferirle mi calor desesperadamente. Podía sentir la despedida de mi esposa subyaciendo bajo aquella sencilla petición.

No iba a permitirlo. Quise suplicarle, rogarle que se quedara a nuestro lado, conmigo… Pero no pude encontrar valor para hacerlo. Estaba demasiado exhausta para continuar.

- Tranquila, no me iré. – Le prometí de forma solemne. Aquella petición se veía tan desesperada por encontrar consuelo, un fin a su soledad de siete largos años de duración, que no pude contestar otra cosa. – Cuando vuelvas a abrir los ojos, estaré aquí, Rin… - Mi voz terminó de quebrarse al llamarla por su nombre, antes de poder recordarle una última vez que era la persona más preciada para mí.

- Gra… cias…

Mi esposa me dedicó una última y fugaz sonrisa antes de desvanecerse.

Ella se había mostrado feliz con algo tan simple como aquello… Todo mi cuerpo se quedó de piedra al notar cómo los resquicios de calor abandonaban la frágil mano que sostenía, sin que yo pudiera hacer nada por detenerlo. Su tenue respiración se detuvo de una vez para siempre. Su sonrisa se borró de aquel rostro para toda la eternidad.

Aunque no lograba procesar todas las emociones que sentía en ese momento, mi mente sabía con brutal certeza que acababa de perder a la persona que más amaba justo delante de mis ojos. Todo el poder que se suponía que tenía un gran demonio como yo, al final… No había servido para absolutamente nada.

Jamás me había sentido tan impotente y miserable en toda mi existencia.

A pesar de que no tenía ningún sentido racional, me negaba a aceptar que no volvería a ver aquellos ojos castaños volverse hacia a mí. Que jamás volvería a llamarme por mi nombre, como nadie más hacía.

No podía acabar así. No de aquella manera.

- Padre. – Me llamó Towa, de forma inesperada. No lograba recordar la última vez que aquella chica se había dirigido a mí de aquella manera. – R-rápido, haz lo mismo… Lo mismo que hiciste con Setsuna. – Me rogó con amargas lágrimas rodando por sus mejillas.

Tenseiga…

Desenfundé la espalda y la sostuve sobre el cuerpo de Rin con manos temblorosas, esperando un milagro.

- ¿A-a qué esperas? – Me apremió Towa. – ¡Vamos, sálvala…!

El grito ahogado de mi hija se clavó en mi alma como un puñal. Devolví la katana al interior de su vaina, apesadumbrado.

- ¿Padre…? – Cuestionó Setsuna, confundida por mis acciones.

- No puedo hacerlo. – Admití, derrotado.

- ¡¿Por qué?! – Exclamó Towa, furiosa.

- Porque… Yo ya he traído de vuelta a la vida a vuestra madre con Tenseiga una vez. Tal y como sospechaba… No es posible volver a usar su poder sobre la misma persona.

Towa se deshizo en un llanto ahogado al darse cuenta de que no había nada más que hacer. Setsuna analizó el cadáver de su madre con la mirada ensombrecida, incapaz de reaccionar a lo que estaba sucediendo.

Yo le di la espalda al cuerpo sin vida de mi esposa, cerrando los ojos con fuerza para contener las lágrimas. Aquello dolió incluso más que el oscuro día en que perdí a mi Padre…

Porque mi corazón no había muerto con ella. Seguía latiendo, esperándola, buscando aquella sonrisa que ya me salvó una vez de la oscuridad más profunda.

Sin embargo, la luz que iluminaba mis días se había extinguido para siempre.

- Kaori… - Me llamó Sesshomaru, interrumpiendo su relato. – No era mi intención entristecerte con mi historia.

Me limpié las lágrimas con el dorso de las manos, a falta de un pañuelo. De repente, comprendía muchas cosas, tanto de Rin, sus hijas y de él mismo… Las circunstancias de aquel tiempo les habían marcado de por vida.

Al menos, a los que seguían en este mundo.

- Es que… - Repliqué. – Mientras lo escucho, pienso que todo fue tan, tan, tan injusto para todos…

- Para bien o para mal, todo eso ya está en el pasado.

De forma repentina, se abrió la puerta del pasillo que conducía a las habitaciones. De ella surgió la hija mayor de Sesshomaru, con el cabello castaño alborotado y los ojos enrojecidos

- Padre… ¿Por qué nunca antes me habías contado todo lo que pasó en aquella época? – Inquirió ella con voz ronca.

Sesshomaru observó a Towa con los ojos abiertos como platos.

- ¿Estabas escuchando a escondidas? – Le recriminó el profesor Taisho con dureza.

- Sí, lo sé, está feo, no debería haberlo hecho. – Protestó ella, cruzando una pierna por delante de la otra mientras se apoyaba en el marco de la puerta. – ¿Y esa tontería de que yo no querría escucharte? Eres tú el que no tiene ni idea de cómo comunicarse con los demás.

A pesar de su tono de reproche, era evidente que el rencor restante en el corazón de Towa estaba terminando de disiparse, ahora que por fin conocía la historia completa desde el punto de vista de su padre.

Posé una mano en el hombro de Sesshomaru para calmar su inquietud. Se había quedado helado en el sitio al ver a su hija aparecer.

- Towa… - Musitó Sesshomaru, mostrándole a su hija, quizás por primera vez, una expresión de completa vulnerabilidad. - ¿Aún me odias por lo que hice cuando eras niña?

La chica cruzó los brazos bajo su pecho, reflexiva.

- Sigo sin estar de acuerdo, creo que elegiste la peor forma de gestionar las cosas. Te cargaste demasiado peso a tus espaldas. La peor forma de proteger a quien quieres es mantenerlos al margen, sin contarles nada. No puedes hacerlo todo tu solo.

Sesshomaru mostró una sonrisa amarga.

- No debería haberlo olvidado… Tu madre me dijo lo mismo una vez, Towa.

La joven estudió el rostro de su padre unos instantes en silencio antes de suavizar su expresión:

- Pero al menos ahora entiendo por qué actuaste de aquel modo. Y comprendo que todo lo que hiciste fue pensando en nosotras. Con eso es suficiente para mí.

El demonio a mi lado hundió los hombros, aliviado. Aunque no hubiera utilizado las palabras exactas… Finalmente podía decirse que estaba siendo perdonado por su hija.

Aquella conmovedora escena me hizo sonreír. La comunicación era clave que ambos les había faltado para que ambos pudieran recuperarse de sus profundas heridas.

*Para refrescaros la memoria, hace referencia a la escena que ve Kaori en sueños en el capítulo 3 (Pensando en ti), por si queréis revisitarlo ahora que sabéis el contexto.

Notas: Juro, prometo y perjuro que ODIO hacer sufrir a Rin, pues le tengo demasiado cariño, mi pobre niña…

Con esto, se resuelven algunas dudas más, aunque a qué precio :') Espero que estéis bien, no se me ocurre mucho más que decir salvo que lo siento, yo misma me siento descorazonada por haber escrito esto, pero…

La conclusión es que el pasado no se puede cambiar, nos guste o no, escrito queda. Esta historia tratar de aprender a dejar ir el pasado, liberarnos de las cadenas que limitan nuestro presente. Hay que aprender a sanar esas heridas emocionales que nos deja la vida y recuperarnos de ellas para poder seguir adelante. Nunca va a ser sencillo, pero os prometo que mi intención es dejar un buen sabor de boca al final de esta historia.

Cuidaros mucho, y si no os sentís bien, pedid ayuda, o habladlo con alguien, siempre. ¡Os mando todo mi cariño y abrazos!

PD: Si a alguien le quedan ganas de llorar, os recomiendo buscar la canción "Timepiece" de Onew, la podéis encontrar traducida en Youtube. Es una canción muy emocional y especial para mí, y fue la inspiración para los sentimientos de Sesshomaru tras la muerte de Rin, y al empezar a encontrarse con las reencarnaciones. A mi me dejó hecha polvo escucharla mientras escribía, pero es preciosa, os la recomiendo mucho.