Cuando Madame Christmas apareció por el bar, el ambiente en el bar estaba lleno de risas y el suave murmullo de conversaciones. La luz cálida de las lámparas de techo proyectaba sombras suaves, creando un ambiente acogedor y relajado. Roy, sentado en su taburete favorito, ya llevaba medio vaso de whisky y conversaba animadamente con una de las chicas del bar, su risa resonando como un eco entre las paredes llenas de fotos antiguas y recuerdos de otros tiempos.

Madame Christmas, se abrió paso entre las mesas, saludando a sus clientes habituales con un gesto de la mano. Al llegar a la barra, su mirada se posó en su sobrino, y una sonrisa astuta curvó sus labios.

—Vaya, vaya, si el pequeño Royboy al fin se digna a hacer una visita —dijo con una voz cargada de ironía y cariño.

Roy, con una sonrisa de complicidad, levantó su vaso en un saludo.

—Lo siento, he estado ocupado con el trabajo, aunque no creo que te cuente nada que no sepas ya —respondió, su voz teñida de un cansancio que no lograba ocultar.

Madame Christmas se inclinó sobre la barra, acercándose a Roy, sus ojos brillando con curiosidad.

—Claro que no. ¿Qué tal Ishbal? ¿Encontraste lo que buscabas? —preguntó, su tono serio y directo, reflejando la importancia de la pregunta.

Roy esbozó una sonrisa, una chispa de triunfo en su mirada oscura.

—Sí, lo encontré —dijo con satisfacción, tomando un sorbo de su whisky.

Madame Christmas asintió lentamente, procesando la respuesta. Luego, Roy cambió de tema, su tono volviéndose más ligero.

—Pero antes de hablar de trabajo, necesito que me asesores en una cosa.

Deslizó un estuche sobre la barra con una elegancia casi teatral y, al abrirlo, reveló un elegante collar de oro blanco con incrustaciones de piedras preciosas, que Madame Christmas esperaba no fueran diamantes. Los pendientes a juego brillaban bajo la luz, reflejando destellos de colores que captaron la atención de las chicas del bar. Un murmullo de admiración recorrió el lugar, y varias de ellas se acercaron un poco más, sus ojos fijos en las joyas.

—Bueno, ¿qué te parece? Es para alguien muy especial —dijo Roy, su voz llena de una mezcla de nerviosismo y esperanza.

Madame Christmas, sin apartar la vista del estuche, levantó una ceja y luego miró a su sobrino.

—Supongo que ese alguien especial es la razón por la que ya no cierras este bar —comentó, su tono una mezcla de burla y ternura—. Lo que me parece es que le falta un anillo.

Roy pareció satisfecho con la respuesta, una sonrisa de complicidad asomando en sus labios. Cerró el estuche con un gesto decidido y lo guardó con cuidado.

—El anillo ya lo tiene —respondió, su voz baja pero cargada de significado, dejando que las palabras flotaran en el aire, llenas de promesas y futuros compartidos.

La mujer pareció sorprenderse, y escrutó al general en busca de algún doble significado, algún tipo de código oculto. Sin embargo, lo único que vio fue a un hombre que irradiaba en ese preciso instante una felicidad fuera de lo común, una luz que rara vez se veía en sus ojos normalmente calculadores y serios.

—Así que… al final te has atrevido, porque hablamos de la misma persona, ¿no? ¿O finalmente diste aquello por imposible? —preguntó, sus palabras cargadas de curiosidad y un toque de incredulidad.

Roy mantuvo la mirada, su sonrisa no disminuyó ni un ápice.

—No solo me he atrevido, sino que ha aceptado —dijo con una firmeza que resonó en la barra, como una declaración de triunfo.

Madame Christmas se recostó en la barra, procesando la noticia. Podía ver la determinación en los ojos de su sobrino, un brillo que decía más que las palabras. Durante años había observado cómo Roy se enfrentaba a innumerables desafíos, pero nunca lo había visto así de seguro y satisfecho.

Madame Christmas abrió los ojos un poco más, claramente impresionada. Sus labios se curvaron en una sonrisa lenta y aprobadora, mientras asentía con la cabeza.

—Bueno, entonces felicidades, Roy. Parece que finalmente has encontrado lo que tanto buscabas.

Las chicas del bar, que habían estado escuchando con atención disimulada, intercambiaron miradas de asombro y curiosidad. El ambiente se llenó de una expectación casi palpable, y las murmuraciones volvieron a surgir, esta vez más emocionadas.

—Cuéntame, ¿cómo ocurrió todo? —preguntó Madame Christmas, dispuesta a escuchar.

—Es complicado entrar en detalles, y mentiría si dijese que fue algo romántico digno de las mas tórrida de las novelas de amor, pero le ofrecí el anillo y le confesé cuanto tiempo llevaba intentado reunir el valor de dárselo y aunque no de dio una respuesta directa tampoco dijo que no —hizo una pausa, dada la felicidad del ambiente prefirió omitir el dramatismo—, pero, mas tarde me dijo "me casaré contigo, nos iremos a esa casa en el este y tendremos los hijos que quieras".

—Vaya me alegro mucho por ti Royboy, solo recuerda, la batalla del amor nunca la des por ganada, pero disfruta cada victoria como esta.—respondió finalmente, su tono mezclando el respeto y el cariño—. ¿Y cómo planeas celebrar esto?

Roy tomó un sorbo de su whisky, dejando que el calor del licor reforzara su resolución.

—Pensaba empezar aquí, con la familia. Luego, ya veremos —dijo, su voz más suave pero llena de una alegría genuina.

Madame Christmas asintió, una sonrisa maternal asomando en sus labios. Se giró hacia las chicas del bar, que todavía miraban el estuche con fascinación.

—¡Chicas! Hoy tenemos un motivo especial para celebrar. El pequeño Royboy ha dado un gran paso, así que todas a brindar —anunció, levantando un vaso que alguien le pasó.

Las chicas aplaudieron y vitorearon, alzando sus vasos en un brindis improvisado. La música subió de volumen, y el bar, que ya estaba lleno de vida, se llenó aún más de risas y alegría.

Mientras las celebraciones continuaban, Roy se inclinó hacia Madame Christmas, deslizando un papel de forma disimulada sobre la barra. Su voz se convirtió en un susurro lleno de complicidad, apenas audible sobre el bullicio del bar.

—Para poder casarme lo antes posible, necesito encontrar a cierta persona indeseable. Me gustaría hacerlo sin poner toda Central patas arriba con el ejército.

Chris Mustang, con la habilidad de alguien acostumbrada a manejar secretos, ocultó el papel con su mano y se lo quedó, sus ojos evaluando la situación con rapidez.

—Iré comprando la pamela entonces —respondió, su voz cargada de una tranquila determinación.

Roy asintió, sus ojos brillando con una mezcla de gratitud y resolución.

—Gracias, eres la mejor.

Madame Christmas sonrió, un destello de orgullo reflejándose en sus ojos. Era evidente que haría todo lo posible para ayudar a su sobrino, moviendo sus contactos y utilizando su influencia para resolver el problema sin levantar sospechas.

—Sabes que siempre puedes contar conmigo, Roy. Ahora, vete y disfruta de la noche. Deja que los asuntos complicados los manejemos los mayores —dijo, su tono mezclando cariño y firmeza.