Harry Potter pertenece a JK Rowling.

.

.

Bruja Llameante

.

.

Inspirado en el Fic "A Fair Life" de Rntwriter.

.

.

03: Beauxbatons, Durmstrang y el Cáliz de Fuego.

.

.

Los estudiantes deberán llevar sus libros y mochilas a los dormitorios y reunirse a la salida del castillo para recibir a nuestros huéspedes antes del banquete de bienvenida. —¡Sólo falta una semana! —dijo emocionado Ernie Macmillan, un alumno de Hufflepuff, saliendo de la aglomeración—. Me pregunto si Cedric estará enterado. Me parece que voy a decírselo...

— ¿Cedric? —dijo Ron sin comprender, mientras Ernie se iba a toda prisa.

—Diggory —explicó Harry, luego de un suspiro—. Querrá participar en el Torneo.

—Ese idiota, ¿campeón de Hogwarts? —gruñó Ron mientras se abrían camino hacia la escalera por entre la bulliciosa multitud. Harry tenía ganas de ahorcar a su amigo.

—No es idiota. Lo que pasa es que no te gusta porque venció al equipo de Gryffindor en el partido de quidditch —repuso Hermione—. He oído que es un estudiante realmente bueno. Sí, prefecto. Lo dijo como si eso zanjara la cuestión.

—Sólo te gusta porque es guapo —dijo Ron mordazmente.

—Perdona, a mí no me gusta la gente sólo porque sea guapa —repuso Hermione indignada. Ron fingió que tosía, y su tos sonó algo así como: «¡Lockhart!»

— ¿Guapo y poderoso? —Preguntó Harry, con una sonrisa coqueta, logrando sonrojar a Hermione, quien se giró y se marchó, lejos de sus amigos. —Perfecto —pensó para sí mismo, el pelinegro.

El cartel del vestíbulo provocó un gran revuelo entre los habitantes del castillo. Durante la semana siguiente, y fuera donde fuera Harry, no había más que un tema de conversación: el Torneo de los tres magos. Los rumores pasaban de un alumno a otro como gérmenes altamente contagiosos: ¿Quién se iba a proponer para campeón de Hogwarts, en qué consistiría el Torneo, en qué se diferenciaban de ellos los alumnos de Beauxbatons y Durmstrang...? Harry notó, además, que el castillo parecía estar sometido a una limpieza especialmente concienzuda. Habían restregado algunos retratos mugrientos, para irritación de los retratados, que se acurrucaban dentro del marco murmurando cosas y muriéndose de vergüenza por el color sonrosado de su cara. Las armaduras aparecían de repente brillantes y se movían sin chirriar, y Argus Filch, el conserje, se mostró tan feroz con cualquier estudiante que olvidara limpiarse los zapatos que aterrorizó a dos alumnas de primero hasta la histeria.

Los profesores también parecían algo nerviosos. —¡Longbottom, ten la amabilidad de no decir delante de nadie de Durmstrang que no eres capaz de llevar a cabo un sencillo encantamiento Permutador! —gritó la profesora McGonagall al final de una clase especialmente difícil en la que Neville se había equivocado y le había inyectado a un cactus sus propias orejas.

Cuando bajaron a desayunar la mañana del 30 de octubre, descubrieron que durante la noche habían engalanado al Gran Comedor. De los muros colgaban unos enormes estandartes de seda que representaban las diferentes casas de Hogwarts: rojos con un león dorado los de Gryffindor, azules con un águila de color bronce los de Ravenclaw, amarillos con un tejón negro los de Hufflepuff, y verdes con una serpiente plateada los de Slytherin.

Detrás de la mesa de los profesores, un estandarte más grande que los demás mostraban el escudo de Hogwarts: el león, el águila, el tejón y la serpiente se unían en torno a una enorme hache.

— ¿Ya se os ha ocurrido algo para participar en el Torneo de los tres magos? —inquirió Harry a los gemelos Weasley, solo cuando terminaron sus conspiraciones contra Crouch Sr., mientras que ella, se preguntaba cuanto tiempo más, aguantaría no ir y arrancarle la cabeza a Jr. durante las clases —. ¿Habéis pensado alguna otra cosa para entrar?

—Le pregunté a McGonagall cómo escogían a los campeones, pero no me lo dijo —repuso George con amargura—. Me mandó callar y seguir con la transformación del mapache.

—Me gustaría saber cuáles serán las pruebas —comentó Ron pensativo—. Porque yo creo que podríamos hacerlo, Harry. Hemos hecho antes cosas muy peligrosas.

—No delante de un tribunal —replicó Fred—. McGonagall dice que puntuarán a los campeones según cómo lleven a cabo las pruebas.

— ¿Quiénes son los jueces? —preguntó Harry.

—Bueno, los directores de los colegios participantes deben de formar parte del tribunal, —declaró Hermione, y todos se volvieron hacia ella, bastante sorprendidos —porque los tres resultaron heridos durante el torneo de mil setecientos noventa y dos, cuando se soltó un basilisco que tenían que atrapar a los campeones. Ella advirtió cómo la miraban y, con su acostumbrado aire de impaciencia cuando veía que nadie había leído los libros que ella conocía, explicó: —Está todo en Historia de Hogwarts. Aunque, desde luego, ese libro no es muy de fiar. Un título más adecuado sería «Historia censurada de Hogwarts», o bien «Historia tendenciosa y selectiva de Hogwarts, que pasa por alto los aspectos menos favorecedores del colegio».

—¿De qué hablas? —preguntó Ron, aunque Harry creyó saber a qué se refería.

— ¡De los elfos domésticos! —dijo Hermione en voz alta, lo que le confirmó a Harry que no se había equivocado, el pelinegro amaba que su Alma Gemela, se concentrara tanto en una sola cosa, que no notara como ella… él, se quitaba las gafas y pasaba la mano por los ojos, otra vez esta cosa y la P.E.D.D.O — ¡Ni una sola vez, en más de mil páginas, hace la Historia de Hogwarts una sola mención a que somos cómplices de la opresión de un centenar de esclavos! —Harry movió la cabeza a un lado y otro con desaprobación y se dedicó a los huevos revueltos que tenía en el plato. No era que luchar por mejores condiciones, fuera algo negativo. Pero Hermione no entendía, que los Elfos Domésticos, carecían de un Núcleo Mágico autosustentable, como los humanos o los centauros. Sus Núcleos Mágicos tenían que ser rellenados, así como rellenas un vaso con una bebida y si no tienen esa magia de un lugar (como Hogwarts) o de una persona, entonces morirán por agotamiento mágico. Su carencia de entusiasmo y la de Ron no había refrenado lo más mínimo la determinación de Hermione de luchar por un favor de los Elfos Domésticos. Era cierto que tanto uno como otro habían puesto los dos Galeones que daban derecho a una insignia de la P.E.D.D.O, pero lo habían hecho tan sólo para no molestarla. Sin embargo, habían malgastado el dinero, ya que si habían logrado algo era que Hermione se volviera más radical. Les había estado dando la lata desde aquel momento, primero para que se pusieran las insignias, luego para que persuadieran a otros de que hicieran lo mismo, y cada noche Hermione paseaba por la sala común de Gryffindor acorralando a la gente y haciendo sonar la hucha. ante sus narices. — ¿Son conscientes de que son criaturas mágicas que no perciben sueldo y trabajan en condiciones de esclavitud las que les cambian las sábanas, os encienden el fuego, os limpian las aulas y os preparan la comida? —les decía furiosa. Algunos, como Neville, habían pagado sólo para que Hermione dejara de mirarlo con el entrecejo fruncido.

Había quien parecía moderadamente interesado en lo que ella decía, pero se negaba a asumir un papel más activo en la campaña. A muchos todo aquello les parecía una broma. Ron alzó los ojos al techo, donde brillaba la luz de un sol otoñal, y Fred se mostró extremadamente interesado en su trozo de tocino (los gemelos se habían negado a adquirir su insignia de la PEDDO).

.-.-.-.

Por otro lado, las clases se estaban haciendo más difíciles y duras que nunca, en especial la de Defensa Contra las Artes Oscuras. Para su sorpresa, el profesor Moody anunció que les echaría la maldición imperius por turno, tanto para mostrarles su poder como para ver si podían resistirse a sus efectos.

—Pero... pero usted dijo que eso estaba prohibido, profesor —le dijo una vacilante Hermione, al tiempo que Moody apartaba las mesas con un movimiento de la varita, dejando un amplio espacio en el medio del aula—. Usted dijo que usarlo contra otro ser humano estaba...

—Dumbledore quiere que os enseñe cómo es. —la interrumpió Moody, girando hacia Hermione el ojo mágico y fijándolo sin parpadear en una mirada sobrecogedora —Si alguno de vosotros prefiere aprenderlo del modo más duro, cuando alguien le eche la maldición para controlarlo completamente, por mí de acuerdo. Puede salir del aula. —Señaló la puerta con un dedo nudoso. Hermione se puso muy colorada, y murmuró algo de que no había querido decir que deseara irse. Harry y Ron se sonrieron el uno al otro. Sabían que Hermione preferiría beber pus de bubotubérculo antes de perderse una clase tan importante. —El auténtico peligro, es que ocurra otro ataque, como el del Mundial de Quidditch, pero no enfrentemos idiotas enmascarados, sino inocentes controlados, para matar a diestra y siniestra. —Moody empezó a llamar por señas a los alumnos ya echarles la maldición imperius. Harry vio cómo sus compañeros de clase, uno tras otro, hacían las cosas más extrañas bajo su influencia: Dean Thomas dio tres vueltas al aula a la pata coja cantando el himno nacional, Lavender Brown imitó una ardilla y Neville ejecutó una serie de movimientos gimnásticos muy sorprendentes, de los que hubiera sido completamente incapaz en estado normal. Ninguno de ellos parecía capaz de oponer ninguna resistencia a la maldición, y se recobraban sólo cuando Moody la anulaba. —Potter —gruñó Moody—, ahora te toca a ti. —Harry se adelantó hasta el centro del aula, en el espacio despejado de mesas. Moody levantó la varita mágica, lo apuntó con ella y dijo: — ¡Imperio! —Fue una sensación maravillosa. Harry se sintió como flotando cuando toda preocupación y todo pensamiento desaparecieron de su cabeza, no dejándole otra cosa que una felicidad vaga que no sabía de dónde procedía. Se quedó allí, inmensamente relajado, apenas consciente de que todos lo miraban. Y luego oyó la voz de Ojoloco Moody, retumbando en alguna remota región de su vacío cerebro: «Salta a la mesa... salta a la mesa...» Harry, obedientemente, flexionó las rodillas, preparó a dar el salto. «Salta a la mesa...»

Pero ¿por qué? —Otra voz susurró desde la parte de atrás de su cerebro. —Qué idiotez, la verdad —dijo la voz… una voz femenina, que solo ahora sabía de donde procedía: Beatrice.

«Salta a la mesa...»

No, creo que no lo haré, gracias. —dijo la otra voz, con un poco más de firmeza —No, realmente no quiero...

Lo siguiente que notó Harry fue mucho dolor. Había tratado al mismo tiempo de saltar y de resistirse a saltar. El resultado había sido pegarse de cabeza contra la mesa, que se volcó, y, a juzgar por el dolor de las piernas, fracturarse las rótulas. —Bien, ¡por ahí va la cosa! —gruñó la voz de Moody. De pronto Harry sintió que la sensación de vacío desaparecía de su cabeza. Recordó exactamente lo que estaba ocurriendo, y el dolor de las rodillas aumentó. —¡Mirad esto, todos vosotros... Potter se ha resistido! Se ha resistido, ¡y el condenado casi lo logra! ¿Puedes describir como lo lograste?

—Eh… yo… escuché una voz, ordenándome saltar a la mesa. Pero me resistí a la voz. La… la cuestioné, digamos. —Cuando la clase finalizó, Harry repitió su papel. —Por la manera en que habla, —murmuró Harry una hora más tarde, cuando salía cojeando del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras (Moody se había empeñado en hacerle repetir cuatro veces la experiencia, hasta que logró resistirse completamente a la maldición Imperius) —se diría que estamos a punto de ser atacados de un momento a otro.

—Sí, es verdad —dijo Ron, dando alternativamente un paso y un brinco: Ha tenido muchas más dificultades con la maldición que Harry, aunque Moody le aseguró que los efectos se habían pasado para la hora de la comida—. Hablando de paranoias... —Ron echó una mirada nerviosa por encima del hombro para comprobar que Moody no estaba en ningún lugar en el que pudiera oírlo, y prosiguió—, no me extraña que en el Ministerio estuvieran tan contentos de desembarazarse de él: ¿No le oíste contarle a Seamus lo que le hizo a la bruja que le gritó «¡bu!» ¿Por detrás del día de los inocentes? ¿Y cuándo se supone que vamos a ponernos al tanto de la maldición imperius con todas las otras cosas que tenemos que hacer? —Todos los alumnos de cuarto habían apreciado un evidente incremento en la cantidad de trabajo para aquel trimestre.

.-.-.-.

Aquel día viernes, había en el ambiente una agradable impaciencia. Nadie estuvo muy atento a las clases, porque estaban mucho más interesados en la llegada aquella noche de la gente de Beauxbatons y Durmstrang.

Hasta la clase de Pociones fue más llevadera de lo habitual, porque se desgasta media hora menos. Cuando, antes de lo acostumbrado, sonó la campana, Harry, Ron y Hermione salieron a toda prisa hacia la torre de Gryffindor, dejaron allí las mochilas y los libros tal como les habían indicado, se pusieron las capas y volvieron al vestíbulo. Los jefes de las casas colocaban a sus alumnos en filas. —Weasley, ponte bien el sombrero —le ordenó la profesora McGonagall a Ron—. Patil, quítate esa cosa ridícula del pelo. —Parvati frunció el entrecejo y se quitó una enorme mariposa de adorno del extremo de la trenza. —Sígueme, por favor —dijo la profesora McGonagall—. Los de primero delante. Sin empujar... Bajaron en fila por la escalinata de la entrada y se alinearon delante del castillo. Era una noche fría y clara. Oscurecía, y una luna pálida brillaba ya sobre el bosque prohibido. Harry, de pie entre Ron y Hermione en la cuarta fila, vio a Dennis Creevey temblando de emoción entre otros alumnos de primer curso.

—Son casi las seis —anunció Ron, consultando el reloj y mirando el camino que iba a la verja de entrada—. ¿Cómo pensáis que llegarán? ¿En el tren?

—No creo —contestó Hermione.

—Es imposible que lleguen en escoba desde tan lejos. —aseguró Harry, levantando la vista al cielo estrellado —Francia y Noruega, no es que estén exactamente al lado.

— ¿En traslador? —sugirió Ron—. ¿Pueden aparecer? A lo mejor en sus países está permitido aparecerse antes de los diecisiete años.

—Nadie puede aparecer dentro de los terrenos de Hogwarts. ¿Cuántas veces se los tengo que decir? Hay protecciones mágicas que lo evitan. —exclamó Hermione perdiendo la paciencia.

—Solo una más —dijeron Harry y Ron con descaro, haciéndola rodar los ojos, aunque sonreía.

Escudriñaron nerviosos los terrenos del colegio, que se oscurecían cada vez más. No se movía nada por allí. Todo estaba en calma, silencioso y exactamente igual que siempre. Harry empezaba a tener un poco de frío, y confió en que se dieran prisa. El heredero Potter, se inclinó hacía Hermione, hablando lo más bajo que pudo. — "Los de Beauxbatons llegarán en un carruaje y su directora es tan alta como Hagrid" —Hermione le frunció el ceño y se preguntó porqué su amigo estaba inventando tales…

Y entonces, desde la última fila, en la que estaban todos los profesores, Dumbledore gritó: — ¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!

— ¿Por dónde? —preguntaron a muchos con impaciencia, mirando en diferentes direcciones.

— ¡Por allí! —gritó uno de sexto, señalando hacia el bosque. Una cosa larga, mucho más larga que una escoba (y, de hecho, que cien escobas), se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez más grande.

— ¡Es un dragón! —gritó uno de los de primero, perdiendo los estribos por completo.

—No seas idiota... ¡es una casa volante! —le dijo Dennis Creevey. La suposición de Dennis estaba más cerca de la realidad. Cuando la gigantesca forma negra pasó por encima de las copas de los árboles del bosque prohibido casi rozándolas, y la luz que provenía del castillo la iluminó, vieron que se trataba de un carruaje colosal, de color azul pálido y del tamaño de una casa grande. , que volaba hacia ellos tirado por una docena de caballos blancos alados de color tostado, pero con la crin y la cola, cada uno del tamaño de un elefante.

Las tres filas delanteras de alumnos se echaron para atrás cuando el carruaje descendió precipitadamente y aterrizó a tremenda velocidad. Entonces golpeó en el suelo los cascos de los caballos, que eran más grandes que platos, metiendo tal ruido que Neville dio un salto y pisó a un alumno de Slytherin de quinto curso. Un segundo más tarde el carruaje se posó en tierra, rebotando sobre las enormes ruedas, mientras los caballos sacudían su enorme cabeza y movían unos grandes ojos rojos. Antes de que la puerta del carruaje se abriera, Harry vio que llevaba un escudo: dos varitas mágicas doradas cruzadas, con tres estrellas que surgían de cada una. Un muchacho vestido con túnica de color azul pálido saltó del carruaje al suelo, hizo una inclinación, buscó con las manos durante un momento algo en el suelo del carruaje y desplegó una escalerilla dorada. Respetuosamente, retrocedió un paso. Entonces Harry vio un zapato negro brillante, con tacón alto, que salía del interior del carruaje. Era un zapato del mismo tamaño que un trineo infantil. Al zapato le siguió, casi inmediatamente, la mujer más grande que Harry había visto nunca: Madame Maxime, la directora de Beauxbatons y esposa de Hagrid. Las dimensiones del carruaje y de los caballos quedaron inmediatamente explicadas. Algunos ahogaron un grito. Le parecía que eran exactamente iguales de altos, pero aun así (y tal vez porque estaba habituado a Hagrid) aquella mujer —que ahora observaba desde el pie de la escalerilla a la multitud, que a su vez la miraba atónita a ella— parecía aún más grande. Al dar unos pasos entraron de lleno en la zona iluminada por la luz del salón, y ésta reveló un hermoso rostro de piel morena, unos ojos cristalinos grandes y negros, y una nariz afilada. Llevaba el pelo recogido por detrás, en la base del cuello, en un moño reluciente. Sus ropas eran de satén negro, y una multitud de cuentas de ópalo brillaban alrededor de la garganta y en sus dedos.

Dumbledore comenzó a aplaudir. Los estudiantes, imitando a su director, aplaudieron también, muchos de ellos de puntillas para ver mejor a la mujer. Sonriendo graciosamente, ella avanzó hacia Dumbledore y extendiendo una mano reluciente. Aunque Dumbledore era alto, apenas tuvo que inclinarse para besársela. —Mi querida Madame Maxime —dijo—, bienvenida a Hogwarts.

— «Dumbledog» —repuso Madame Maxime, con una voz profunda—, «espego» que esté bien.

—En excelente forma, gracias —respondió Dumbledore —Me temo que Karkarov, todavía no ha llegado.

—Se presentará de un momento a otro —aseguró Dumbledore—. ¿Prefieren esperar aquí para saludarlo o pasar a calentarse un poco?

—Lo segundo, me «paguece» —respondió Madame Maxime—. «Pego» los caballos...

—Nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas se encargará de ellos encantado —declaró Dumbledore—, en cuanto vuelva de solucionar una pequeña dificultad que le ha surgido con alguna de sus otras... obligaciones.

— "Con los escregutos" —le susurró Ron a Harry.

—Mis «cogceles guequieguen» ... eh... una mano «podegosa» —dijo Madame Maxime, como si dudara que un simple profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas fuera capaz de hacer el trabajo—. Son muy «fuegtes»...

—Le seguro que Hagrid podrá hacerlo —dijo Dumbledore, sonriendo.

—Muy bien —asintió Madame Maxime, haciendo una leve inclinación—. Y, «pog favog», dígale a ese «pgofesog Haggid» que estos caballos solamente beben whisky de malta «pugo».

—Descuide —dijo Dumbledore, inclinándose a su vez.

— ¡Allons-y! —les dijo imperiosamente Madame Maxime a sus estudiantes, y los alumnos de Hogwarts se apartaron para dejarlos pasar y subir la escalinata de piedra.

— ¿Qué tamaño calculan que tendrán los caballos de Durmstrang? —dijo Seamus Finnigan, inclinándose para dirigirse a Harry y Ron entre Lavender y Parvati.

—Si son más grandes que éstos, ni siquiera Hagrid podrá manejarlos —contestó Harry—. Y eso si no lo han atacado los escregutos. Me pregunto qué le habrá ocurrido.

—A lo mejor han escapado —dijo Ron, esperanzado.

— ¡Ah, no digas eso! —repuso Hermione, con un escalofrío—. Me imagino a todos esos sueltos por ahí...

Para entonces ya tiritaban de frío esperando la llegada de la representación de Durmstrang. La mayoría miraba al cielo esperando ver algo. Durante unos minutos, el silencio sólo fue roto por los bufidos y el piafar de los enormes caballos de Madame Maxime. Pero entonces... — ¿No oyes algo? —preguntó Ron repentinamente.

Harry volvió la mirada al lago. Mientras permitía que Lee Jordan les alertara a todos. Desde su posición en lo alto de la ladera, desde la que se divisaban los terrenos del colegio, tenían una buena perspectiva de la lisa superficie negra del agua. Y en aquellos momentos esta superficie no era lisa en absoluto. Algo se agitaba bajo el centro del lago. Aparecieron grandes burbujas, y luego se formaron unas olas que iban a morir a las em barradas orillas. Por último, surgió en medio del lago un remolino, como si al fondo le hubieran quitado un tapón gigante... Del centro del remolino comenzó a salir muy despacio lo que parecía un asta negra, y luego Harry vio las jarcias...

— ¡Es un mástil! —exclamó. Lenta, majestuosamente, el barco estaba surgiendo del agua, brillando a la luz de la luna. Producía una extraña impresión de cadáver, como si fuera un barco hundido y resucitado, y las pálidas luces que relucían en las portillas daban la impresión de ojos fantasmales.

Finalmente, con un sonoro chapoteo, el barco emergió en su totalidad, balanceándose en las aguas turbulentas, y comenzó a surcar el lago hacia tierra. Un momento después oyeron la caída de un ancla arrojada al bajío y el sordo ruido de una tabla tendida hasta la orilla. A la luz de las portillas del barco, vieron las siluetas de la gente que desembarcaba. Todos ellos, según le parecía a Harry, tenían la constitución de Crabbe y Goyle pero luego, cuando se aproximaron más, subiendo por la explanada hacia la luz que provenía del vestíbulo, vio que su corpulencia se debía en realidad a que todos llevaban puestas unas capas de algún tipo de piel muy tupida.

El que iba delante llevaba una piel de distinto tipo: lisa y plateada como su cabello. — ¡Dumbledore! —gritó efusivamente mientras subía la ladera—. ¿Cómo estás, mi viejo compañero, cómo estás?

— ¡Estupendamente, gracias, profesor Karkarov! —respondió Dumbledore.

Karkarov tenía una voz pastosa y afectada. Cuando llegó a una zona bien iluminada, vieron que era alto y delgado como Dumbledore, pero llevaba corto el cabello blanco, y la perilla (que terminaba en un pequeño rizo) no ocultaba de todo el mentón poco pronunciado. Al llegar ante Dumbledore, le estrechó la mano. —El viejo Hogwarts —dijo, levantando la vista hacia el castillo y sonriendo. Tenía los dientes bastante amarillos, y Harry observó que la sonrisa no incluía los ojos, que mantenían su expresión de astucia y frialdad. —Es estupendo estar aquí, es estupendo... Viktor, ve para allá, al calor... ¿No te importa, Dumbledore? Es que Viktor tiene un leve resfriado...

Karkarov indicó por señas a uno de sus estudiantes que se adelantara. Cuando el muchacho pasó, Harry vio su nariz, prominente y curvada, y las espesas cejas negras. Para reconocer aquel perfil no necesitaba el golpe que Ron le dio en el brazo, ni tampoco que le murmurara al oído: — ¡Harry...! ¡Es Krum! —Harry dio un paso atrás, ante el grito de su amigo en su oído.

Los alumnos de Hogwarts, entraron detrás de los de Durmstrang.

Cuando volvieron al Gran Comedor, este había sido expandido y había mesas para Durmstrang (al lado de la de Gryffindor) y Beauxbatons (al lado de la de Hufflepuff)

Hermione exhaló un sonoro resoplido. —Parece que los de Durmstrang están mucho más contentos que los de Beauxbatons —comentó Harry. Los alumnos de Durmstrang se quitaban las pesadas pieles y miraban con expresión de interés el negro techo lleno de estrellas.

Dos de ellos cogían los platos y las copas de oro y los examinaban, aparentemente muy impresionados. En el fondo, en la mesa de los profesores, Filch, el conserje, estaba añadiendo sillas. Como la ocasión lo merecía, llevaba puesto su frac viejo y enmohecido. Harry se sorprendió de verlo añadir cuatro sillas, dos a cada lado de Dumbledore. —Pero sólo hay dos profesores más: Karkarov y Maxime —Harry fingió extrañeza y desconocimiento —. ¿Por qué Filch pone cuatro sillas? ¿Quién más va a venir?

— ¿Eh? —dijo Ron un poco ido. Seguía observando a Krum con avidez. Harry suspiró con algo de enfado. Ron no parecía haber madurado jamás y él… ya se estaba hartando de permanecer en un cuerpo masculino, sentía algo más, su auténtica identidad de género, empujándola desde el fondo. Beatrice intentando tomar el lugar de Harry… y no podía culparse.

Habiendo entrado todos los alumnos en el Gran Comedor y una vez sentados a las mesas de sus respectivas casas, empezaron a entrar en fila los profesores, que se encaminaron a la mesa del fondo y ocuparon sus asientos. Los últimos en la fila eran el profesor Dumbledore, el profesor Karkarov y Madame Maxime. Al ver aparecer a su directora, los alumnos de Beauxbatons se pusieron inmediatamente en pie. Algunos de los de Hogwarts se rieron. El grupo de Beauxbatons no pareció avergonzarse en absoluto, y no volvió a ocupar sus asientos hasta que Madame Maxime se hubo sentado a la izquierda de Dumbledore. Éste, sin embargo, permaneció en pie, y el silencio cayó sobre el Gran Comedor. —Buenas noches, damas, caballeros, fantasmas y, muy especialmente, buenas noches a nuestros huéspedes. —dijo Dumbledore, dirigiendo una sonrisa a los estudiantes extranjeros —Es para mí un placer daros la bienvenida a Hogwarts. Deseo que vuestra estancia aquí os resulte al mismo tiempo confortable y placentera, y confío en que así sea. El Torneo quedará oficialmente abierto al final del banquete —explicó Dumbledore—. ¡Ahora os invito a todos a comer, a beber y a disfrutar como si estuvierais en vuestra casa! Se sentó, y Harry vio que Karkarov se inclinaba inmediatamente hacia él y trababan conversación. Como de costumbre, las fuentes que tenían delante se llenaron de comida. Los elfos domésticos de las cocinas parecían haber tocado todos los registros.

Ante ellos tenían la mayor variedad de platos que Harry hubiera visto nunca, incluidos algunos que eran evidentemente extranjeros. — ¿Qué es esto? —dijo Ron, señalando una larga sopera llena de una especie de guiso de marisco que había al lado de un familiar pastel de carne y riñones.

—Bullabesa —repusieron Hermione y Harry al mismo tiempo, mirándose y se enseñaron una sonrisa mutua.

—Es un plato típico francés, Ron —dijo Harry, calmadamente.

— ¿Cómo lo sabes? —replicó Ron a Harry, mirándolo fijamente.

—Es un plato francés —explicó Hermione—. Lo probé en vacaciones, este verano no… el anterior, y es muy rica.

—Te creo sin necesidad de probarla —dijo Ron sirviéndose pastel.

Hermione sí se sirvió de la Bullabesa, miró a Harry y no pudo evitar sonreír. Harry estaba cambiando mucho, en pocas semanas, se volvía muchísimo más cómodo estar junto a él… más cómodo de lo que Hermione se sentía, a lo largo de cuatro años de amistad — ¿Cómo sabias lo que era, Harry?

Y el pelinegro se encogió de hombros. —La hermana de mi tío: Marge, vino con un plato enorme de esta cosa hace… el verano pasado. Les sobró tanto, que me lo comí. Frio, pero… sabía muy bueno.

A los veinte minutos de banquete, Hagrid entró furtivamente en el Gran Comedor a través de la puerta que estaba situada detrás de la mesa de los profesores. Ocupó su silla en un extremo de la mesa y saludó a Harry, Ron y Hermione con la mano vendada.

En aquel momento dijo una voz: — «Pegdonad», ¿no «queguéis» bouillabaisse? —Se trataba de la misma chica de Beauxbatons que se había reído durante el discurso de Dumbledore. Al fin se había quitado la bufanda. Una larga cortina de pelo rubio plateado le caía casi hasta la cintura. Tenía los ojos muy azules y los dientes muy blancos y regulares. Ron se puso colorado. La miró, abrió la boca para contestar, pero de ella no salió nada más que un débil gorjeo.

—Puedes llevártela —le dijo Harry, acercándole a la chica la sopera.

— ¿Habéis «tegminado» con ella?

—Sí —repuso Ron sin aliento—. Sí, es deliciosa. —La chica cogió la sopera y se la llevó con cuidado a la mesa de Ravenclaw. Ron seguía mirándola con ojos desorbitados, como si nunca hubiera visto una chica. Harry se echó a reír, y el sonido de su risa pareció sacar a Ron de su ensimismamiento.

— ¡Es una veela! —Harry fingió una voz ronca. Solo para ver reaccionar a su alma gemela.

— ¡Por supuesto que no lo es! —repuso Hermione ásperamente, mirándolo llena de celos. —No veo que nadie más se haya quedado mirándola con la boca abierta como un idiota.

Pero no estaba totalmente en lo cierto. Cuando la chica cruzó el Gran Comedor muchos chicos volvieron la cabeza, y algunos se quedaban sin habla, igual que Ron. — ¡Te digo que no es una chica normal! —exclamó Ron, haciéndose a un lado para verla mejor—. ¡Las de Hogwarts no están tan bien!

—En Hogwarts las hay que están muy bien —contestó Harry, sin pensar.

—Cuando podáis apartar la vista de ahí —dijo Hermione—, veréis quién acaba de llegar. Señaló la mesa de los profesores, donde ya se habían ocupado los dos asientos vacíos. Ludo Bagman estaba sentado al otro lado del profesor Karkarov, en tanto que el señor Crouch, el jefe de Percy, ocupaba el asiento que había al lado de Madame Maxime.

— ¿Qué hacen aquí? —repitió Harry su pregunta, fingiendo estar sorprendido.

—Son los que han organizado el Torneo de los tres magos, ¿no? —repuso Hermione—. Supongo que querían estar presentes en la inauguración. Cuando llegaron los postres, vieron también algunos dulces extraños. Ron examinó detenidamente una especie de crema pálida, y luego la desplazó un poco a la derecha, para que quedara bien visible desde la mesa de Ravenclaw.

Una vez limpios los platos de oro, Dumbledore volvió a levantarse. Todos en el Gran Comedor parecían emocionados y nerviosos. Con un estremecimiento, Harry se preguntó qué iba a suceder a continuación. Unos asientos más allá, Fred y George se inclinaban hacia delante, sin despegar los ojos de Dumbledore. —Ha llegado el momento —anunció Dumbledore, sonriendo a la multitud de rostros levantados hacia él—. El Torneo de los tres magos va a dar comienzo. Me gustaría pronunciar unas palabras para explicar algunas cosas antes de que traigan el cofre...

— ¿El qué? —murmuró Ron. Harry se encogió de hombros.

—... sólo para aclarar en qué consiste el procedimiento que vamos a seguir. Pero antes, para aquellos que no los conocéis, permitidme que os presente al señor Bartemius Crouch, director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional —hubo un asomo de aplauso cortés —, y al señor Ludo Bagman, director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos. —Aplaudieron mucho más a Bagman que a Crouch, tal vez a causa de su fama como golpeador de quidditch, o tal vez simplemente porque tenía un aspecto mucho más simpático. Bagman agradeció los aplausos con un jovial gesto de la mano, mientras que Bartemius Crouch no saludó ni sonrió al ser presentado. Al recordarlo vestido con su impecable traje en los Mundiales de quidditch, Harry pensó que no le pegaba la túnica de mago. El bigote de cepillo y la raya del pelo, tan recta, resultaban muy raros junto al pelo y la barba de Dumbledore, que eran largos y blancos. —Los señores Bagman y Crouch han trabajado sin descanso durante los últimos meses en los preparativos del Torneo de los tres magos —continuó Dumbledore—, y estarán conmigo, con el profesor Karkarov y con Madame Maxime en el tribunal que juzgará los esfuerzos de los campeones. —A la mención de la palabra «campeones», la atención de los alumnos aumentó aún más. Quizá Dumbledore percibió el repentino silencio, porque sonrió mientras decía: —Señor Filch, si tiene usted la bondad de traer el cofre... Filch, que había pasado inadvertido, pero permanecía atento en un apartado rincón del Gran Comedor, se acercó a Dumbledore con una gran caja de madera con joyas incrustadas. Parecía extraordinariamente vieja. De entre los alumnos se alzaron murmullos de interés y emoción. —Los señores Crouch y Bagman han examinado ya las instrucciones para las pruebas que los campeones tendrán que afrontar —dijo Dumbledore mientras Filch colocaba con cuidado el cofre en la mesa, ante él—, y han dispuesto todos los preparativos necesarios para ellas. Habrá tres pruebas, espaciadas en el curso escolar, que medirán a los campeones en muchos aspectos diferentes: sus habilidades mágicas, su osadía, sus dotes de deducción y, por supuesto, su capacidad para sortear el peligro. Ante esta última palabra, en el Gran Comedor se hizo un silencio tan absoluto que nadie parecía respirar. —Como todos sabéis, en el Torneo compiten tres campeones —continuó Dumbledore con tranquilidad—, uno por cada colegio participante. —Harry apretó los dientes y los puños, con enfado resentido, resistiéndose para no matar a Crouch Jr. antes de tiempo además de eso, su esposa se encargaría de darle una paliza —Se puntuará la perfección con que lleven a cabo cada una de las pruebas y el campeón que después de la tercera tarea haya obtenido la puntuación más alta se alzará con la Copa de los tres magos. Los campeones serán elegidos por un juez imparcial: el Cáliz de Fuego. —Dumbledore sacó la varita mágica y golpeó con ella tres veces en la parte superior del cofre. La tapa se levantó lentamente con un crujido. Dumbledore introdujo una mano para sacar un gran cáliz de madera toscamente tallada. No habría llamado la atención de no ser porque estaba lleno hasta el borde de unas temblorosas llamas de color blanco azulado. Dumbledore cerró el cofre y con cuidado colocó el cáliz sobre la tapa, para que todos los presentes pudieran verlo bien. —Todo el que quiera proponerse para campeón tiene que escribir su nombre y el de su colegio en un trozo de pergamino con letra bien clara, y echarlo al cáliz —explicó Dumbledore—. Los aspirantes a campeones disponen de veinticuatro horas para hacerlo. Mañana, festividad de Halloween, por la noche, el cáliz nos devolverá los nombres de los tres campeones a los que haya considerado más dignos de representar a sus colegios. Esta misma noche el cáliz quedará expuesto en el vestíbulo, accesible a todos aquellos que quieran competir. »Para asegurarme de que ningún estudiante menor de edad sucumbe a la tentación —prosiguió Dumbledore—, trazaré una raya de edad alrededor del cáliz de fuego una vez que lo hayamos colocado en el vestíbulo. No podrá cruzar la línea nadie que no haya cumplido los diecisiete años. Por último, quiero recalcar a todos los que estén pensando en competir que hay que meditar muy bien antes de entrar en el Torneo. Cuando el cáliz de fuego haya seleccionado a un campeón, él o ella estarán obligados a continuar en el Torneo hasta el final. Al echar vuestro nombre en el cáliz de fuego estáis firmando un contrato mágico de tipo vinculante. Una vez convertido en campeón, nadie puede arrepentirse. Así que debéis estar muy seguros antes de ofrecer vuestra candidatura. Y ahora me parece que ya es hora de ir a la cama. Buenas noches a todos.

— ¡Una raya de edad! —dijo Fred Weasley con ojos chispeantes de camino hacia la puerta que daba al vestíbulo—. Bueno, creo que bastará con una poción envejecedora para burlarla. Y, una vez que el nombre de alguien esté en el cáliz, ya no podrán hacer nada. Al cáliz le da igual que uno tenga diecisiete años o no.

—Pero no creo que nadie menor de diecisiete años tenga ninguna posibilidad —objetó Hermione—. No hemos aprendido bastante...

—Habla por ti —replicó George—. Tú lo vas a intentar, ¿no, Harry? Harry pensó un momento en la insistencia de Dumbledore en que nadie se ofreciera como candidato si no había cumplido los diecisiete años, pero luego volvió a imaginarse a sí mismo ganando el Torneo de los tres magos... Se preguntó hasta qué punto se enfadaría Dumbledore si alguien por debajo de los diecisiete hallaba la manera de cruzar la raya de edad...

— ¿Dónde está? —dijo Ron, que no escuchaba una palabra de la conversación, porque escrutaba la multitud para ver dónde se encontraba Krum —Dumbledore no ha dicho nada de dónde van a dormir los de Durmstrang, ¿verdad?

Pero su pregunta quedó respondida al instante. Habían llegado a la altura de la mesa de Slytherin, y Karkarov les metía prisa en aquel momento a sus alumnos. —Al barco, vamos —les decía—. ¿Cómo te encuentras, Viktor? ¿Has comido bastante? ¿Quieres que pida que te preparen un ponche en las cocinas? —Harry vio que Krum negaba con la cabeza mientras se ponía su capa de pieles.

—Gracias señor, pero no —aseguró Krum, con una suave sonrisa.

—Profesor, a mí sí me gustaría tomar un ponche —dijo otro de los alumnos de Durmstrang. —No te lo he ofrecido a ti, Poliakov. —contestó con brusquedad Karkarov, de cuyo rostro había desaparecido todo aire paternal —Ya veo que has vuelto a mancharte de comida la pechera de la túnica, niño indeseable... —Karkarov se volvió y marchó hacia la puerta por delante de sus alumnos. Llegó a ella exactamente al mismo tiempo que Harry, Ron y Hermione, y Harry se detuvo para cederle el paso. —Gracias —dijo Karkarov despreocupadamente, echándole una mirada. Y de repente Karkarov se quedó como helado. Volvió a mirar a Harry y dejó los ojos fijos en él, como si no pudiera creer lo que veía. Detrás de su director, también se detuvieron los alumnos de Durmstrang. Muy lentamente, los ojos de Karkarov fueron ascendiendo por la cara de Harry hasta llegar a la cicatriz. También sus alumnos observaban a Harry con curiosidad. Por el rabillo del ojo, Harry veía en sus caras la expresión de haber caído en la cuenta de algo. El chico que se había manchado de comida la pechera le dio un codazo a la chica que estaba a su lado y señaló sin disimulo la frente de Harry.

—Un placer conocerlo, director Karkarov, —Harry le tendió la mano y el hombre la tendió, con movimientos robóticos —Harry Potter —y luego pensó —pero seguramente, usted ya lo sabía.

—Sí, es Harry Potter —dijo desde detrás de ellos una voz gruñona. El profesor Karkarov se dio la vuelta. Ojoloco Moody estaba allí, apoyando todo su peso en el bastón y observando con su ojo mágico, sin parpadear, al director de Durmstrang.

Ante los ojos de Harry, Karkarov le soltó la mano, ya habiendo palidecido y le dirigió a Moody una mirada terrible, mezcla de furia y miedo. — ¡TÚ! —exclamó, mirando a Moody como si no diera crédito a sus ojos.

—Sí, yo. —contestó Moody muy serio —Y, a no ser que tengas que decirle a Potter, que le darás una beca en Dursmtrang, Karkarov, deberías salir. Estás obstruyendo el paso. —Era cierto. La mitad de los alumnos que había en el Gran Comedor aguardaban tras ellos, y se ponían de puntillas para ver qué era lo que ocasionaba el atasco. Sin pronunciar otra palabra, el profesor Karkarov salió con sus alumnos. Moody clavó los ojos en su espalda y, con un gesto de intenso desagrado, lo siguió con la vista hasta que se alejó.

-.-.-.-

Como al día siguiente era sábado, lo normal habría sido que la mayoría de los alumnos bajaran tarde a desayunar. Sin embargo, Harry, Ron y Hermione no fueron los únicos que se levantaron mucho antes de lo habitual en días de fiesta. Al bajar al vestíbulo vieron a unas veinte personas agrupadas allí, algunas comiendo tostadas, y todas contemplando el cáliz de fuego.

Lo habían colocado en el centro del vestíbulo, encima del taburete sobre el que se ponía el Sombrero Seleccionador. En el suelo, a su alrededor, una fina línea de color dorado formaba un círculo de tres metros de radio. — ¿Ya ha dejado alguien su nombre? —le preguntó Ron algo nervioso a una de tercero.

—Todos los de Durmstrang —contestó ella—. Pero de momento no he visto a ninguno de Hogwarts.

—Seguro que lo hicieron ayer después de que los demás nos acostamos —dijo Harry encogiéndose de hombros y decidido a no añadir nada más.

Alguien se reía detrás de Harry. Al volverse, vio a Fred, George y Lee Jordan que bajaban corriendo la escalera. Los tres parecían muy nerviosos. —Ya está —les dijo Fred a Harry, Ron y Hermione en tono triunfal—. Acabamos de tomárnosla.

— ¿El qué? —preguntó Ron.

—La poción de vejez, cerebro de mosquito —respondió Fred.

—Una gota cada uno. —explicó George, frotándose las manos con júbilo —Sólo necesitamos ser unos meses más viejos.

—Si uno de nosotros gana, repartiremos el premio entre los tres —añadió Lee, con una amplia sonrisa.

—No estoy muy convencida de que funcione, ¿saben? Seguro que Dumbledore ha pensado en eso y también los otros dos directores. —les advirtió Hermione.

Fred, George y Lee no le hicieron caso. — ¿Listos? —les dijo Fred a los otros dos, temblando de emoción—. Entonces, vamos. Yo voy primero... —Harry observó, fascinado, cómo Fred se sacaba del bolsillo un pedazo de pergamino con las palabras: «Fred Weasley, Hogwarts.» Fred avanzó hasta el borde de la línea y se quedó allí, balanceándose sobre las puntas de los pies como un saltador de trampolín que se dispusiera a tirarse desde veinte metros de altura. Luego, observado por todos los que estaban en el vestíbulo, tomó aire y dio un paso para cruzar la línea. Durante una fracción de segundo, Harry recordó haber creído que el truco había funcionado. George, desde luego, también lo creyó, porque profirió un grito de triunfo y avanzó tras Fred. Pero al momento siguiente se oyó un chisporroteo, y ambos hermanos se vieron expulsados del círculo dorado como si los hubiera echado un invisible lanzador de peso.

Cayeron al suelo de fría piedra a tres metros de distancia, haciéndose bastante daño, y para colmo sonó un «¡plin!» y a los dos les salió de repente la misma barba larga y blanca. En el vestíbulo, todos prorrumpieron en carcajadas. Incluso Fred y George se rieron al ponerse en pie y verse cada uno la barba del otro. —Se los advertí —dijo la voz profunda de alguien que parecía estar divirtiéndose, y todo el mundo se volvió para ver salir del Gran Comedor al profesor Dumbledore. Examinó a Fred y George con los ojos brillantes— les sugiero que vayáis los dos a ver a la señora Pomfrey. Está atendiendo ya a la señorita Fawcett, de Ravenclaw, a quien le creció un vello en las piernas muy, pero en verdad muy frondoso, y al señor Summers, de Hufflepuff, que también decidieron envejecerse un poquito. Aunque tengo que decir que me gusta más vuestra barba que la que les ha salido a ellos.

Fred y George salieron para la enfermería acompañados por Lee, que se partía de risa, y Harry, Ron y Hermione, que también se reían con ganas, entraron a desayunar. Angelina fue hacia ellos, con un ligero baile de pies, se sentó y dijo: — ¡Bueno, lo he hecho! ¡Acabo de echar mi nombre!

— ¡No puedo creerlo! —exclamó Ron, impresionado.

—Pero ¿tienes diecisiete años? Eres come-años —dijo Harry sonriente, antes de sentir una altísima cantidad de celos de Hermione, dándole en la nuca. Y el rostro de Angelina se sonrojó.

—Claro que los tiene. Porque si no le habría salido barba, ¿no? —dijo Ron.

—Mi cumpleaños fue la semana pasada —explicó Angelina.

—Bueno, me alegro de que entre alguien de Gryffindor —declaró Hermione—. ¡Espero que quedes tú, Angelina!

—Gracias, Hermione —contestó Angelina sonriéndole. Harry intentó no ponerse celosa... celoso.

—Sí, mejor tú que Cedric "El Hermoso" Diggory —dijo Seamus, lo que arrancó miradas de rencor de unos de Hufflepuff que pasaban al lado.

Los estudiantes de Beauxbatons estaban entrando por la puerta principal, provenientes de los terrenos del colegio, y entre ellos llegaba la chica veela. Los que estaban alrededor del cáliz de fuego se echaron atrás para dejarlos pasar, y se los comían con los ojos. Madame Maxime entró en el vestíbulo detrás de sus alumnos y los hizo colocarse en fila. Uno a uno, los alumnos de Beauxbatons fueron cruzando la raya de edad y depositando en las llamas de un blanco azulado sus pedazos de pergamino. Cada vez que caía un nombre al fuego, éste se volvía momentáneamente rojo y arrojaba chispas.

— "¿Qué crees que harán los que no sean elegidos?" —le susurró Ron a Harry mientras la chica veela dejaba caer al fuego su trozo de pergamino—. "¿Crees que volverán a su colegio, o se quedarán para presenciar el Torneo?"

—Supongo que se quedarán, —dijo Harry —porque Madame Maxime tiene que estar en el tribunal, ¿no?

Cuando todos los estudiantes de Beauxbatons hubieron presentado sus nombres, Madame Maxime los hizo volver a salir del castillo.

— ¿Dónde dormirán? —preguntó Ron, acercándose a la puerta y observándolos.

—Stalker. —bromeó Harry a lo cual, los nacidos de Muggles, lanzaron carcajadas. Ron lo miró confundido —Persona que vigila o espía a otra.

.-.-.

.-.-.

Al acercarse a la cabaña de Hagrid, al borde del bosque prohibido, el misterio de los dormitorios de los de Beauxbatons quedó disipado. El gigantesco carruaje de color azul claro en el que habían llegado estaba aparcado a unos doscientos metros de la cabaña de Hagrid, y los de Beauxbatons entraron en él de nuevo. Al lado, en un improvisado potrero, pacían los caballos de tamaño de elefantes que habían tirado del carruaje. Harry llamó a la puerta de Hagrid, y los estruendosos ladridos de Fang respondieron al instante. — ¡Ya era hora! —exclamó Hagrid, después de abrir la puerta de golpe y verlos—. ¡Creía que ninguno de ustedes, se acordaba de dónde vivo!

—Hemos estado muy ocupados, Hag... —empezó a decir Hermione, pero se detuvo de pronto, estupefacta, al ver a Hagrid. Su amigo gigante, llevaba su mejor traje peludo de color marrón (francamente horrible), con una corbata a cuadros amarillos y naranja. Y eso no era lo peor: era evidente que había tratado de peinarse usando grandes cantidades de lo que parecía aceite lubricante hasta alisar el pelo formando dos coletas. Puede que hubiera querido hacerse una coleta como la de Bill y se hubiera dado cuenta de que tenía demasiado pelo.

Durante un instante Hermione lo miró con ojos desorbitados, y luego, obviamente decidiendo no hacer ningún comentario, dijo: —Eh... ¿Dónde están los Escregutos?

—Andan entre las calabazas. —repuso Hagrid contento —Se están poniendo grandes: ya deben de tener cerca de un metro. El único problema es que han empezado a matarse unos a otros.

— ¡No!, ¿de verdad? —dijo Ron, pero Hermione le echó una dura mirada a su amigo pelirrojo, para que se callara.

—Sí. —contestó Hagrid con tristeza —Pero están bien. Los he separado en cajas, y aún quedan unos veinte.

—Bueno, eso es una suerte —comentó Ron.

Hagrid no percibió el sarcasmo de la frase. La cabaña de Hagrid constaba de una sola habitación, uno de cuyos rincones se hallaba ocupado por una cama gigante cubierta con un edredón de retazos multicolores. Delante de la chimenea había una mesa de madera, también de enorme tamaño, y unas sillas, sobre las que colgaban unos cuantos jamones curados y aves muertas. Se sentaron a la mesa mientras Hagrid comenzaba a preparar el té, y no tardaron en hablar sobre el Torneo de los tres magos. Hagrid parecía tan nervioso como ellos a causa del Torneo. —Esperen y verán. —dijo, entusiasmado, mientras Harry se pasaba la mano por la cara —No tienen más que esperar. Van a ver lo que no han visto nunca. La primera prueba... Ah, pero se supone que no debo decir nada.

— ¡Vamos, Hagrid! —lo animaron Harry, Ron y Hermione. Pero él negó con la cabeza, sonriendo al mismo tiempo.

—No, no, no quiero estropearlo por vosotros. Pero os aseguro que será muy espectacular. Los campeones van a tener en qué demostrar su valía. ¡Nunca creí que viviría lo bastante para ver una nueva edición del Torneo de los tres magos! —Hagrid notó que sus alumnos, estaban felices de verlo ser tan responsable y acordó que la próxima clase, serían Unicornios. Terminaron comiendo con Hagrid, aunque no comieron mucho: Hagrid había preparado lo que decía que era un estofado de buey, pero, cuando Hermione sacó una garra de su plato, los tres amigos perdieron gran parte del apetito. Harry solo puso una sonrisa, al recordar el pasado y comenzó a beberse por los lados el caldo. A media tarde empezó a caer una lluvia suave. Resultaba muy agradable estar sentados junto al fuego, escuchando el suave golpeteo de las gotas de lluvia contra los cristales de la ventana, viendo a Hagrid zurcir calcetines y discutir con Hermione sobre los elfos domésticos, porque él se negó tajantemente a afiliarse a la P.E.D.D.O. cuando ella le mostró las insignias. —Eso sería jugarles una mala pasada, Hermione. —dijo Hagrid gravemente, enhebrando un grueso hilo amarillo en una enorme aguja de hueso —Lo de cuidar a los humanos forma parte de su naturaleza. Es lo que les gusta, ¿te das cuenta? Los harías muy desgraciados si los apartaras de su trabajo, y si intentaras pagarles se lo tomarían como un insulto.

—Pero Harry liberó a Dobby, ¡y él se puso loco de contento! —objetó Hermione— ¡Y nos han dicho que ahora quiere que le paguen!

—Sí, bien, en todas partes hay quien se va por otro lado. No niego que haya elfos raros a los que les gustaría ser libres, pero nunca conseguirías convencer a la mayoría. No, nada de eso, Hermione. Algunos, como Dobby, buscan ser libres y servir a mejores amos. El problema: Está en el cuerpo del Elfo en cuestión, —y Hagrid fue uno de los pocos maestros, en toparse con la mirada —pues ellos no tienen un Núcleo Mágico Interno y gracias a este Núcleo Mágico Interno, que nosotros existimos, que los Unicornios, Ashwilders, gigantes, hombres lobo, vampiros y centauros vivimos. Pero los Elfos Domésticos, carecen de esto y dependen de los humanos. Hogwarts tienen el mayor número de Elfos, porque es fácil para ellos, adquirir la magia.

Fue una Hermione deprimida, pero sonrojada, al tener a un Harry abrazándole por el hombro; quien abandonó la cabaña. Fuera estaba ya sorprendentemente oscuro. Se arrebujaron bien en la capa y empezaron a subir la cuesta. — "Mirad, son ellos" —susurró Hermione. El grupo de Durmstrang subía desde el lago hacia el castillo. Viktor Krum caminaba junto a Karkarov, y los otros alumnos de Durmstrang los seguían un poco rezagados.

Ron observó a Krum emocionado, pero éste no miró a ningún lado al entrar por la puerta principal, un poco por delante de Hermione, Ron y Harry. Una vez dentro vieron que el Gran Comedor, iluminado por velas, estaba casi abarrotado. Habían quitado del vestíbulo el cáliz de fuego y lo habían puesto delante de la silla vacía de Dumbledore, sobre la mesa de los profesores. Fred y George, nuevamente lampiños, parecían haber encajado bastante bien la decepción.

—Espero que salga Angelina —dijo Fred mientras Harry, Ron y Hermione se sentaban.

— ¡Yo también! —exclamó Hermione— ¡Bueno, pronto lo sabremos!

El banquete de Halloween les pareció mucho más largo de lo habitual. Quizá porque era su segundo banquete en dos días, Harry no disfrutó la insólita comida tanto como la habría disfrutado cualquier otro día. Como todos cuantos se encontraban en el Gran Comedor —a juzgar por los cuellos que se giraban continuamente, las expresiones de impaciencia, las piernas que se movían nerviosas y la gente que se levantaba para ver si Dumbledore ya había terminado de comer—, Harry sólo deseaba que la cena terminara y anunciaran quiénes habían quedado seleccionados como campeones. Por fin, los platos de oro volvieron a su original estado inmaculado. Se produjo cierto alboroto en el salón, que se cortó casi instantáneamente cuando Dumbledore se puso en pie. Junto a él, el profesor Karkarov y Madame Maxime parecían tan tensos y expectantes como los demás.

Ludo Bagman sonreía y guiñaba el ojo a varios estudiantes. El señor Crouch, en cambio, no parecía nada interesado, sino más bien aburrido. —Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una decisión —anunció Dumbledore—. Según me parece, falta tan sólo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un campeón, le ruego que venga a esta parte del Gran Comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de al lado —indicó la puerta que había detrás de su mesa—, donde recibirá las primeras instrucciones. Sacó la varita y ejecutó con ella un amplio movimiento en el aire. De inmediato se apagaron todas las velas salvo las que estaban dentro de las calabazas con forma de cara, y la estancia quedó casi a oscuras.

No había nada en el Gran Comedor que brillara tanto como el cáliz de fuego, y el fulgor de las chispas y la blancura azulada de las llamas casi hacia daño a los ojos. Todo el mundo miraba, expectante. Algunos consultaban los relojes. — "De un instante a otro" —susurró Lee Jordan, dos asientos más allá de Harry.

El pelinegro asintió y agarró la mano de Hermione, quien se sobresaltó un poco, aun así, agarró la mano de Harry. — "El Campeón de Dumstrang: Viktor Krum" —susurró Harry, al oído de Hermione, quien lo miró sin creérselo del todo. Pero Harry ha estado acertando en todo. En absolutamente todo, recientemente. Incluso aquel Horrocrux de Voldemort en la Sala de Menesteres, la forma de llegada de las otras dos Escuelas de Magia… incluso…

De pronto, las llamas del cáliz se volvieron rojas, y empezaron a salir chispas. A continuación, brotó en el aire una lengua de fuego y arrojó un trozo carbonizado de pergamino. La sala entera ahogó un grito. Dumbledore cogió el trozo de pergamino y lo alejó tanto como le daba el brazo para poder leerlo a la luz de las llamas, que habían vuelto a adquirir un color blanco azulado. —El campeón de Durmstrang —leyó con voz alta y clara —es Viktor Krum.

— ¡Era de imaginar! —gritó Ron, al tiempo que una tormenta de aplausos y vítores inundaba el Gran Comedor. Harry vio a Krum levantarse de la mesa de Slytherin y caminar hacia Dumbledore. Se volvió a la derecha, recorrió la mesa de los profesores y desapareció por la puerta hacia la sala contigua.

— ¡Bravo, Viktor! —bramó Karkarov, tan fuerte que todo el mundo lo oyó incluso por encima de los aplausos—. ¡Sabía que serías tú!

Hermione miró a su amigo con los ojos muy abiertos. Tanto así, que Harry incluso temió por un instante, que se le saldrían los ojos de las cuentas ¿Cómo podía Harry saber quién sería el Campeón de Dumstrang? Entonces cayó en la cuenta de otra cosa: ¿Cómo podía Harry saber sobre el Horrocrux en la Sala de Menesteres? ¿O SI QUIERA QUE ESTA EXISTÍA? — "La campeona de Beauxbatons es Fleur Delacour, dos chicas romperán en llanto" —susurró Harry a su amiga, quien ahora en verdad lo miró desafiante.

Se apagaron los aplausos y los comentarios. La atención de todo el mundo volvía a recaer sobre el cáliz.

— "Fleur Delacour, dos chicas romperán en llanto"

Cuando Harry terminó de decir el nombre, el fuego volvió a ponerse nuevamente rojo. Las llamas arrojaron un segundo trozo de pergamino. —La campeona de Beauxbatons —dijo Dumbledore— es ¡Fleur Delacour! —

— "Cedric Diggory" —susurró Harry. Las llamas estallaron, nada más que Harry terminara de decirlo.

— ¡Mirad qué decepcionados están todos! —dijo Hermione elevando la voz por encima del alboroto, y señalando con la cabeza al resto de los alumnos de Beauxbatons. Dos de las chicas que no habían resultado elegidas habían roto a llorar, y sollozaban con la cabeza escondida entre los brazos.

— "Harry Potter" —susurró una vez más.

— ¡Estupendo! —dijo Dumbledore en voz alta y muy contento cuando se apagaron los últimos aplausos—. Bueno, ya tenemos a nuestros tres campeones. Estoy seguro de que puedo confiar en que todos vosotros, incluyendo a los alumnos de Durmstrang y Beauxbatons, daréis a vuestros respectivos campeones todo el apoyo que podáis. Al animarlos, todos vosotros contribuiréis de forma muy significativa a... —El fuego del cáliz había vuelto a ponerse de color rojo. Otra vez lanzaba chispas y la respiración de Hermione se volvió agitada y muy pesada, sin podérselo creer. Una larga lengua de fuego se elevó de repente en el aire y arrojó otro trozo de pergamino. Dumbledore alargó la mano y lo cogió. Lo extendió y miró el nombre que había escrito en él. Hubo una larga pausa, durante la cual Dumbledore contempló el trozo de pergamino que tenía en las manos, mientras el resto de la sala lo observaba. Finalmente, Dumbledore se aclaró la garganta y leyó en voz alta: —Harry Potter. —El fuego escarlata de la Copa se elevó hasta rozar el techo, antes de que tomara la forma de un dragón y fue contra Harry, lanzándolo al suelo, los ojos de Harry se cerraron, comenzaba a caer inconsciente, mientras que se escuchaban gritos de horror y el grito de un hombre adulto.