Harry Potter pertenece a JK Rowling.
Bruja Llameante
12: La Tercera Prueba
Finalmente, la gran noche había llegado: Era 24 de junio de 1995.
Dumbledore y McGonagall, habían vigilado de cerca a Cedric y a Beatrice, mientras que ambos estuvieron practicando toda clase de hechizos avanzados e incluso Cedric aprendía varias cosas, muchos encantamientos que no sabía todavía.
El Hufflepuff y la Gryffindor, eran acompañados por sus novias. Y mientras que Cho Chang era una Ravenclaw de pura cepa, Hermione era una Ravenclaw revestida de Gryffindor. Ambas chicas, fueron implacables con sus parejas y con conocimientos muy avanzados (al menos para Beatrice), teniéndolos entrenando en todo momento, para superar el laberinto.
Y allí estaban los cuatro competidores, finalmente.
—Damas y caballeros, dentro de cinco minutos les pediré que vayamos todos hacia el campo de Quidditch para presenciar la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos. En cuanto a los campeones, les ruego que tengan la bondad de seguir ya al señor Bagman hasta el estadio. Harry se levantó. A lo largo de la mesa, todos los de Gryffindor lo aplaudieron. Los Weasley y Hermione le desearon buena suerte, y salió del Gran Comedor, con Cedric, Fleur y Krum. — ¿Qué tal te encuentras, Beatrice? —le preguntó Bagman, mientras bajaban la escalinata de piedra por la que se salía del castillo—. ¿Estás tranquila?
—He estado practicando muchos hechizos y sé que puedo superar este laberinto —dijo ella, sonando segura.
Llegaron al campo de Quidditch, que estaba totalmente irreconocible. Un seto de seis metros de altura lo bordeaba. Había un hueco justo delante de ellos: era la entrada al enorme laberinto. El camino que había dentro parecía oscuro y terrorífico.
Cinco minutos después empezaron a ocuparse las tribunas. El aire se llenó de voces excitadas y del ruido de pisadas de cientos de alumnos que se dirigían a sus sitios. El cielo era de un azul intenso, pero tenía algunas pinceladas de un azul claro, y empezaban a aparecer las primeras estrellas. Hagrid, el profesor Moody, la profesora McGonagall y el profesor Flitwick llegaron al estadio y se aproximaron a Bagman y los campeones. Llevaban en el sombrero estrellas luminosas, grandes y rojas. Todos menos Hagrid, que las llevaba en la espalda de su chaleco de piel de topo. —Estaremos haciendo una ronda por la parte exterior del laberinto —dijo la profesora McGonagall a los campeones—. Si tienen dificultades y quieren que los rescaten, manden al aire chispas rojas, y uno de nosotros irá a salvarlos, ¿entendido? —Los campeones asintieron con la cabeza.
—Pues entonces... ya pueden irse —les dijo Bagman con voz alegre a los cuatro que iban a hacer la ronda.
— "Buena suerte, Beatrice" —susurró Hagrid, y los cuatro se fueron en diferentes direcciones para situarse alrededor del laberinto.
Bagman se apuntó a la garganta con la varita, murmuró «¡Sonorus!», y su voz, amplificada por arte de magia, retumbó en las tribunas: — ¡Damas y caballeros, va a dar comienzo la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos! Permítanme que les recuerde el estado de las puntuaciones: empatados en el primer puesto, con ochenta y cinco puntos cada uno... ¡el señor Cedric Diggory y la señorita Beatrice Potter, ambos del colegio Hogwarts! —Los aplausos y vítores provocaron que algunos pájaros salieran revoloteando del bosque prohibido y se perdieran en el cielo cada vez más oscuro —En segundo lugar, con ochenta puntos, ¡el señor Viktor Krum, del Instituto Durmstrang! —Más aplausos—. Y, en tercer lugar, ¡la señorita Fleur Delacour, de la Academia Beauxbatons! ¡Entonces... cuando sople el silbato, entrarán Beatrice y Cedric! —dijo Bagman—. Tres... dos... uno... Dio un fuerte pitido, y Beatrice y Cedric penetraron rápidamente en el laberinto. Los altísimos setos arrojaban en el camino sombras negras y, ya fuera a causa de su altura y su espesor, o porque estaban encantados, el bramido de la multitud se apagó en cuanto traspasaron la entrada.
Beatrice se sentía casi corno si volviera a estar sumergido. Sacó la varita, susurró «¡Lumos!», y oyó a Cedric que hacía lo mismo detrás de él. Después de unos cincuenta metros, llegaron a una bifurcación. Se miraron el uno al otro. —Hasta luego —dijo Beatrice, y tiró por el de la izquierda, mientras Cedric cogía el de la derecha.
Beatrice oyó por segunda vez el silbato de Bagman: Krum acababa de entrar en el laberinto. Beatrice se apresuró.
El camino que había escogido parecía completamente desierto. Giró a la derecha y corrió, sosteniendo la varita por encima de la cabeza para tratar de ver lo más lejos posible. Pero seguía sin haber nada a la vista. Se escuchó por tercera vez, distante, el silbato de Ludo Bagman. Ya estaban todos los campeones dentro del laberinto. Beatrice miraba atrás a cada rato. Sentía la ya conocida sensación de que alguien lo vigilaba. Era Crouch Jr. solo ahora, después de tantos años, ella lo sabía — "Homo Revelio" —Pensó y supo que efectivamente, Crouch Jr. estaba allí mismo. El laberinto se volvía más oscuro a cada minuto, conforme el cielo se oscurecía. Llegó a una segunda bifurcación. — ¡Oriéntame! —le susurró a su varita, poniéndola horizontalmente sobre la palma de la mano. La varita giró y señaló hacia la derecha, a pleno seto. Eso era el norte, y sabía que tenía que ir hacia el noroeste para llegar al centro del laberinto. La mejor opción era tomar la calle de la izquierda, y girar a la derecha en cuanto pudiera. También aquella calle estaba vacía, y cuando encontró un desvío a la derecha y lo cogió, volvió a hallar su camino libre de obstáculos. —Estás haciendo un gran trabajo —felicitó al Mortífago en voz alta, sabiendo que él no podría tener el conocimiento que ella tenía. Luego oyó moverse algo justo tras él. Levantó la varita, lista para el ataque, pero el haz de luz que salía de ella se proyectó solamente en Cedric, que acababa de salir de una calle que había a mano derecha.
Cedric parecía muy asustado: llevaba ardiendo una manga de la túnica. — ¡Los Escregutos de cola explosiva de Hagrid! —dijo entre dientes, mientras Beatrice apagaba las llamas de su túnica —. ¡Son enormes! —ahora eran dos de las criaturas, que estaban delante de ellos y entre ambos, lograron derrotarlos, al hacerlos saltar por los aires y asegurándose de que terminaran acostados sobre sus caparazones, imposibilitándoles cualquier tipo de movimiento, como si fueran tortugas.
Entonces, al volver una esquina, vio... Un Dementor caminaba hacia él. Avanzaba con sus más de tres metros de altura, el rostro tapado por la capucha, las manos extendidas, putrefactas, llenas de pústulas, palpando a ciegas el camino hacia él. Beatrice oyó su respiración ruidosa, sintió que su húmeda frialdad empezaba a absorberlo, pero sabía lo que tenía que hacer... Pero frunció el ceño y recordó lo que era realmente. — ¡Riddíkulo! —Se oyó un golpe, y el Boggart se transformó en un ciervo. A Beatrice le hubiera gustado que se quedara para acompañarlo... Pero siguió, avanzando todo lo rápida y sigilosamente que podía, aguzando los oídos, con la varita en alto. Izquierda, derecha, de nuevo izquierda... Dos veces se encontró en callejones sin salida. Repitió el encantamiento brújula, y se dio cuenta de que se había desviado demasiado hacia el este. Parecía algún tipo de encantamiento. Se preguntó si podría deshacerse de ella. Y recordó un hechizo que Hermione casi le hace arder el cerebro, hasta que se aseguró de que lo conociera — ¡Finite Incantatem! —exclamó. El encantamiento salió como un disparo y atravesó la niebla, la cual se despejó. Y ella pudo seguir corriendo, pero se le heló la sangre, al recordar lo que pasaría. Pensó que sería divertido, salvarle la esposa a Bill Weasley, incluso si sabía, que Crouch Jr. no la hirió de ninguna manera. — ¡Accio: Fleur Delacour! —la chica rubia salió volando desde algún lugar y cayó a su lado. — "Un Mortífago intentó matarte, un sirviente de Tom Ryddle, como aquellos que atacaron en el Mundial de Quidditch" —la rubia se horrorizó a arrojó hasta tres chispas rojas al aire, mientras se recostaba contra una pared.
Tomó aire, y se internó corriendo en la niebla encantada.
El mundo se puso boca abajo.
Beatrice estaba colgado del suelo, con el pelo levantado, las gafas suspendidas en el aire y a punto de caerse al cielo sin fondo. Se las colocó encima de la nariz, y comprobó, aterrorizada, su situación: era como si tuviera los pies pegados con cola al césped, que se había convertido en techo, y bajo él se extendía el infinito cielo oscuro y estrellado. Pensó que, si trataba de mover un pie, se caería de la tierra. «Piensa —se dijo, mientras la sangre le bajaba a la cabeza— piensa...» Pero ninguno de los encantamientos que había estudiado servía para combatir una repentina inversión del cielo y la tierra. Gruñendo, corrió hacia adelante, totalmente aterrorizada, se arrojó hacia el frente, saliendo de la ilusión o encantamiento o transformación o lo que fuera aquello, rodando sobre su espalda, para amortiguar la caída. La Copa tenía que estar cerca, y parecía que Fleur ya no competía. Ella había llegado hasta allí... pasaron otros diez minutos sin más encuentros que el de las calles sin salida. Dos veces torció por la misma calle equivocada. Finalmente dio con una ruta distinta, y comenzó a avanzar por ella, ya no tan aprisa. Luego dobló otra esquina, y se encontró ante un Escreguto de Cola Explosiva. Cedric tenía razón: era enorme. De unos tres metros de largo, era lo más parecido a un escorpión gigante: tenía el aguijón curvado sobre la espalda, y su grueso caparazón brillaba a la luz de la varita de Beatrice, con la que le apuntaba, se agachó. — ¡Desmaius! —El encantamiento pasó por debajo de las patas del escreguto y este se desplomó. Tomó un camino a la izquierda y resultó ser un callejón sin salida; otro a la derecha, y dio en otro. No tuvo más remedio que detenerse y volver a utilizar el encantamiento brújula. Desanduvo lo andado y escogió un camino que parecía ir al noroeste.
Llevaba unos minutos caminando a toda prisa por el nuevo camino, cuando oyó algo en la calle que iba paralela a la suya que lo hizo detenerse en seco. — ¡¿QUÉ VAS A HACER?! —gritaba la voz de Cedric—. ¡¿QUÉ DEMONIOS PRETENDES HACER?!
Recordando lo que escucharía, mandó todo a la mierda y usó su fuego, extendiéndolo por su mano y su brazo, antes de comenzar a quemar los setos y abrirse pasó, vio a Krum con la varita levantada: — ¡Desmaius! —Krum cayó al suelo y ella envió chispas rojas.
— ¿Estás bien? —le preguntó, cogiéndolo del brazo.
—Sí —dijo Cedric sin aliento—. Sí... no puedo creerlo... Venía hacia mí por detrás... Lo oí, me volví y me apuntó con la varita. —Se levantó. Seguía temblando. Los dos miraron a Krum.
—Me cuesta creerlo... Creía que era un tipo legal —dijo Beatrice, mirando a Krum. No podía salirle a Cedric, con que era el Imperius y ya, listo. Demasiado conveniente.
—Buena esa, lanzando las chispas rojas —dijo Cedric, causándole un sonrojo a la pelinegra.
—Gracias —dijo ella. Cedric lanzó chispas, antes de que ella lo detuviera, asintió y siguió su camino, buscando a la esfinge, era la misma adivinanza y la respuesta era lógica: Araña. —Aquí vamos —agarró la copa, sintió el garfio detrás del estomago y como era arrastrada.
— ¡BEATRICE! —Escuchó a Cedric.
