ATENCIÓN: Este capítulo menciona a Dolores Umbridge. Se recomienda a los lectores buscar insultos creativos.

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4 de septiembre, 1995

La primera clase de Pociones del curso con los alumnos de cuarto año acababa de terminar, y Severus recogía los viales marcados con los nombres, para su posterior corrección.

Fue entonces cuando descubrió que Lily White se había quedado atrás para hablar con él. Severus la miró con curiosidad, pues no parecía que la joven tuviese ningún problema, pero dudaba que quisiese hablar con él sólo porque le apeteciese.

-¿Necesita algo, señorita White?

-¿Qué vamos a practicar este año, profesor? -sonrió ella.

-¿Acaso no me ha escuchado antes? He explicado claramente cuál será el temario de este curso.

-No me refiero a eso, profesor ¿Qué vamos a practicar en las clases de... pociones avanzadas?

Severus le devolvió la mirada atónito. Lily no sólo estaba sonriendo, sino que parecía realmente interesada y animada ante el prospecto de pasar una tarde a la semana bajo su tutela.

Aquello le sorprendió; jamás ningún alumno había deseado que él le enseñase nada, y nunca imaginó que alguien le pediría con tanta vehemencia que le entrenase.

Mirando de reojo a la puerta para comprobar que nadie les estaba espiando, Severus ordenó sus pensamientos. Era cierto que el curso anterior había escrito una lista de maldiciones para enseñarle a Lily. Quizá pudiesen empezar por eso.

-Venga este jueves a las seis y lo descubrirá -respondió con una levísima sonrisa. Los ojos de Lily brillaron tanto como su sonrisa, y la alumna se fue con pasos apresurados, dejando al profesor confuso y para su sorpresa, contento.

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10 de septiembre, 1995

Los estudiantes de Slytherin se distribuían por la sala común, jugando con sus amigos, leyendo o revisando el temario de las lecciones que tendrían la semana siguiente.

Ninguno esperaba la visita de un adulto esa tarde de domingo, y por eso todos observaron atónitos a la mujer vestida de rosa que entró con total confianza y avanzó hasta situarse en el centro de la habitación.

-Ejem, ejem -la irritante tosecilla sirvió para llamar la atención de los pocos alumnos que no eran conscientes de su presencia.

Astoria le dio un codazo a Lily, quien guardó a toda prisa la lista de maldiciones que el profesor Snape le había entregado, y ambas observaron desde su rincón cómo Filch se unía a la profesora, cargando con una pila de pergaminos, y comenzaba a distribuirlos entre los estudiantes.

-Hace mucho tiempo que no pisaba esta Sala Común. Qué buenos recuerdos me trae volver aquí.

-No fastidies, ¿ella perteneció a Slytherin? -susurró Lily.

-Necesito desinfectar la silla -respondió Astoria, conteniendo un escalofrío.

-Ejem, ejem -Umbridge volvió a llamar la atención de los alumnos, y esbozó una falsa sonrisa, hablándoles con su voz aguda e infantil-. Queridos alumnos, he venido a pediros ayuda en nombre del Ministerio de Magia. Todos habéis sufrido durante los últimos años la desastrosa toma de decisiones del director Dumbledore. Es hora de que su alocada tiranía sea controlada.

-¿Estás escuchando lo mismo que yo? -Lily se tapó la boca con disimulo, y Astoria le apretó la pierna con la mano.

-Como todos sabéis, hay estudiantes desobedientes que no siguen las normas impuestas. Por ello, el Ministro me ha pedido que supervise la creación de un grupo de alumnos modelos que representen a la escuela y sus valores. Estos alumnos se encargarán de ser mis ojos y mis oídos y de controlar que sus compañeros sigan por la vereda establecida.

Lily observó con atención a sus compañeros. Algunos miraban a Umbridge con aprensión, pero otros parecían interesados por sus palabras. Draco Malfoy y sus amigos se habían incorporado en sus sillones situados cerca de la chimenea y escuchaban con interés.

-Dejaré en vuestro poder la información pertinente. Aquellos alumnos interesados pueden acudir a mi despacho siempre que quieran. Puedo aseguraros que vuestra colaboración será largamente apreciada por el Ministro Fudge y por mí misma -la bruja sonrió con satisfacción, y dando una palmada, se despidió y se fue por donde había venido.

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12 de octubre, 1995

Severus levantó su escudo, resistiendo el golpe de la maldición. El impacto hizo que bajase ligeramente el brazo, pero él se mantuvo firme.

-¡Otra vez!

De nuevo, una maldición cayó sobre él, pero el escudo la desvió.

-¡Otra vez!

El rayo rojo le golpeó otra vez, casi rompiendo sus defensas, pero Severus agitó la varita, desviando el efecto de la maldición.

-No está centrada, señorita White ¿Qué le pasa? -gruñó. Delante de él, Lily jadeaba, el sudor cayendo por su cara-. Debería ser capaz de romper mi escudo ¿Se está conteniendo?

-No, profesor -ella se secó el sudor de la frente y se puso en guardia de nuevo, pero Severus no se dejó engañar. Podía ver la vacilación en la cara de la chica.

Suspirando, Severus bajó la varita, relajando su postura.

-¿Cuál es el problema?

Ella vaciló, mordiéndose el labio.

-Es que... no quiero hacerle daño... otra vez.

-¿Cree que no puedo soportar una maldición sangrante?

-Sigue siendo peligroso, señor.

-Usted quería aprender maldiciones, y eso implica practicarlas ¿Se está arrepintiendo?

Severus comenzaba a perder la paciencia, pero una parte de él le recordó que debía mantener su mal genio bajo control. Después de todo, ella tenía razón, aquella maldición era peligrosa.

-Señorita White, le recuerdo que tengo una poción sanadora preparada, y en el peor de los casos, usted sabe elaborar remedios más fuertes.

Lily miró de reojo a la copa que descansaba sobre la mesa y tragó saliva. Respirando hondo, agitó los hombros y se puso en posición de ataque. Esta vez, Severus vio un brillo de determinación en sus ojos y se preparó para el golpe.

Lily agitó la varita como si fuese un látigo, y el rayo rojo cruzó la habitación a toda velocidad, rompiendo el escudo de Severus, lanzándole hacia atrás y estrellándole brutalmente contra la pared.

-¡Por Merlín! Profesor ¿Está bien? -Lily corrió hacia él, preocupada. Severus se llevó una mano al pecho e hizo un gesto de dolor.

-Tiene un toque asesino, señorita White -jadeó, sin aire.

-¿Me lo tengo que tomar como un cumplido? -Lily le tendió la mano, para ayudarle a levantarse. Severus aceptó su ayuda y se acercó tambaleante a la mesa, para beber la poción.

Y entonces, alguien llamó a la puerta, haciendo que ambos se quedasen congelados.

-Profesor Snape ¿Está disponible? -ambos oyeron con claridad la voz chillona de Dolores Umbridge, y se miraron alarmados.

-Métase en el armario -la urgió Severus, empujándola.

-Pero...

-Al armario señorita White -Severus cerró la puerta con un hechizo disimulador y agitó la varita para abrir la puerta de la mazmorra, dejando pasar a la Suma Inquisidora de Hogwarts.

La mujer entró en el despacho, mirando a su alrededor con ojillos escrutadores. Severus se apoyó en la mesa con disimulo, intentando ocultar el molesto dolor que inundaba su pecho.

-¿A qué debo el honor de esta tardía visita, Suma Inquisidora? -inquirió con voz sedosa, apretando los dientes.

-He recibido rumores acerca de que usted se reúne con alumnos en secreto, profesor Snape ¿Qué tiene que decir a eso?

Severus la taladró con sus ojos oscuros, procurando controlar su respiración irregular. Podía notar el sabor de la sangre en la boca.

-Como profesor, estoy obligado a atender horas de tutorías -gruñó de mala gana-. Además de impartir castigos.

Umbridge se paseaba lentamente por el despacho, observando atentamente cada recoveco en búsqueda de pruebas sospechosas.

-Por lo que me han dicho, se escuchan sonidos de hechizos salir de su despacho.

-Eso forma parte de mi entrenamiento personal -Umbridge había llegado hasta el armario donde se escondía Lily, y por un segundo, Severus pensó que iba a abrir la puerta. Sintió que el pulso se le aceleraba y un ataque de tos le hizo encogerse de forma dolorosa.

Umbridge le miró por encima del hombro con cara de asco, y él luchó por reponerse y recuperar su postura erguida y tranquila.

-Le recuerdo, profesor Snape, que está prohibido enseñarles a los alumnos material teórico o práctico que no esté dentro del temario aprobado por el Ministerio.

Severus aprovechó que ella estaba mirando las estanterías para secar a toda prisa la sangre que manchaba la comisura de su boca. Alarmado, miró hacia la copa con la poción. No le quedaba mucho tiempo.

-Como ya le he dicho, sus fuentes están equivocadas -masculló, sin apenas mover los labios. Volvió a toser, y esta vez pudo taparse la boca con un pañuelo. Sin embargo, tuvo que ocultar la mancha de sangre a toda prisa para que la mujer no la viera.

-¿Se encuentra bien, profesor? -inquirió Umbridge, retorciendo su nariz.

-Es la gripe. Me disponía a tomar mi medicina. Si me disculpa... -Severus alargó la mano para coger la copa, pero un relámpago de dolor le cruzó las costillas, haciéndole tropezar.

Severus se agarró al borde de su escritorio, doblado sobre sí mismo. Otro doloroso ataque de tos hizo que se le saltasen las lágrimas.

-Espero que se recupere pronto, profesor -afortunadamente, su despliegue de mala salud había asqueado y espantado a Umbridge, quien salió a toda prisa del despacho, sin mirar atrás.

Severus se llevó la copa a los labios con manos temblorosas, pero fue incapaz de tragar. Acosado por la tos, cayó de rodillas, asfixiándose. Sus ojos se nublaron, y notó humedad en el pecho y los brazos cuando la poción se derramó sobre él. Y entonces comprendió: no iba a salir de esa.

Notó cómo unos brazos le ayudaban a tumbarse, y escuchó el sonido de frascos tintineando y los golpes secos de unos pies corriendo. Alguien le levantó la cabeza, y Severus atinó a vislumbrar unos ojos negros que le miraban con pánico.

Luchando por respirar, Severus sintió una punzada de culpabilidad. Era culpa suya, tenía que haberla escuchado, tenía que haber tomado otra aproximación al estudio de esa maldición.

Y ahora ella iba a verle morir desangrado.

No.

No podía permitirlo. No debía dejar que ella le viese así. Severus alargó una mano, tratando de alejarla. Tenía que irse, no podía quedarse. No podía verle morir...

Y entonces, una fuerza cálida y electrificante llenó su pecho y Severus sintió cómo sus pulmones se llenaban de aire. Una mano le cogió de la barbilla, obligándole a abrir la boca y a tragar una poción de sabor amargo.

Severus parpadeó y fijó la mirada en aquellos ojos negros que le miraban con frialdad y determinación y se dio cuenta de una cosa: las manos de Lily no temblaban.

-No se le ocurra morirse ¿me oye? O no se lo perdonaré jamás -siseó enfadada. Severus cerró los ojos, suprimiendo una sonrisa. Si ella supiera cuánto se parecía a él...

La poción y el hechizo combinaron sus efectos y Severus fue capaz de recuperar parte de su respiración, pero aún notaba el sabor de la sangre en su boca y el punzante dolor en su pecho.

Lily se puso en pie, y encendiendo el caldero, comenzó a preparar una poción.

-Vuelva a su Sala Común, yo me encargaré de eso -ordenó con voz débil. Lily le miró por encima del hombro, evaluando su lastimera figura aún tirada en el suelo y resopló.

-Voy a hacer como que no he oído nada -Lily volvió a fijar su atención en el caldero y poco después Severus captó el sutil y relajante aroma de la menta y el jengibre.

"Predecible," pensó, pero no estaba en condiciones de quejarse. La joven trabajaba deprisa, y sus manos se movían sin parar.

Tras varios interminables minutos, Lily volvió a arrodillarse a su lado, acercando un vaso a su boca. Severus bebió, y ella volvió a realizar aquel hechizo contra su pecho.

Severus tosió, pero esta vez no escupió sangre por su boca.

-¿Qué ha hecho? ¿Qué es ese hechizo?

-¡Sabía que algo iba a salir mal! -le espetó ella-. ¡Y vine preparada!

-¿Preparada? ¿Ha buscado el contra-hechizo para la maldición?

-¡Claro que sí! ¿No se trata de eso? Para entender una maldición completamente hay que saber cómo lidiar con los efectos secundarios.

Severus fue capaz de esbozar una sonrisa.

-Pesimista -gruñó, mirándola de reojo mientras se sentaba con esfuerzo, apoyando la espalda contra el escritorio.

-¿Se está burlando de mí? Acabo de salvarle la vida.

-¿No estoy mostrando suficiente gratitud, señorita White?

Lily resopló y agitó la cabeza, apretando los labios.

-Tendría que haber dejado que se desangrase.

Procedió a ponerse de pie, malhumorada, pero Severus la cogió por la muñeca. Por un momento, ambos se miraron a los ojos, sin rastro de ironía o malicia.

-Gracias -susurró con sinceridad. Lily parpadeó sorprendida, y su expresión de enfado se esfumó.

-No hay de qué.

-Y ahora, regrese a su Sala Común. Lo digo en serio -insistió Severus-. La Suma Inquisidora puede seguir patrullando los pasillos en busca de los peligrosos alumnos que acosan su reinado del terror -el hombre gruñó, poniéndose en pie.

-¿Está seguro?

-Le prometo que no me moriré, señorita White. Descanse tranquila.

ooo

1 de noviembre, 1995

Lily llamó a la puerta del despacho del profesor Snape, sin saber lo que debía esperar. La nota que había recibido era muy formal y extraña, incluso para los estándares del serio profesor, y la joven no pudo evitar ponerse en guardia.

Su sorpresa fue máxima cuando se encontró frente a frente con la profesora Umbridge, sentada en el escritorio de Snape, y a este de pie a un lado, con la cara más tormentosa que Lily le había visto jamás.

-Pase, señorita White, tome asiento -las palabras de Umbridge reflejaban amabilidad, pero su tono de voz y su mirada indicaban que le disgustaba la tarea de hablar con ella.

Lily obedeció, lanzándole una breve mirada de soslayo al profesor Snape, pero él evitó mirarla, manteniendo su expresión indescifrable.

-Señorita White ¿sabe por qué la he llamado?

-No sabría decirlo, profesora -Lily respondió con cuidado, sintiéndose intranquila ante la mirada escrutadora de la profesora.

Umbridge amplió su horrenda sonrisa y puso delante de ella un pergamino rosa.

-Este es un recuento de los gastos que usted ocasiona al colegio, señorita White. Ha llamado mi atención la exorbitada cantidad de dinero que se destina a usted ¿Puede ofrecer una explicación al respecto?

Lily la miró con los ojos como platos.

-Yo... recibo una asignación anual, profesora.

-Sin duda, la Suprema Inquisidora recordará que Hogwarts cuenta con unos fondos asignados a los alumnos que no tienen el poder económico necesario para sufragar sus estudios -el profesor Snape intervino, hablando entre dientes.

-¿Y se les paga todo esto? -la mujer gesticuló despectivamente a la larga lista.

-El fondo cubre la ropa, los libros y los materiales básicos.

-¿Tres túnicas nuevas, todos los años? ¿Ingredientes de primera calidad? ¿Ha autorizado usted esto?

Snape se irguió en toda su altura y movió los labios en una mueca de desagrado.

-Sí, con permiso del Director.

Ella exhaló un bufido despectivo.

-Típico de Dumbledore, consentir a los mocosos que no se lo merecen.

-¿Qué insinúa? -los ojos de Snape se entrecerraron peligrosamente, pero la mujer no pareció darse por enterada.

-Insinúo que esta señorita recibe más de lo que se merece. Ya es increíblemente afortunada por tener el privilegio de estudiar en Hogwarts teniendo en cuenta quién es... -Umbridge la miró de arriba abajo, con tal expresión de asco que Lily se sintió sucia ¿Era porque ella era huérfana? ¿O porque sus padres habían sido muggles?

-La señorita White es una alumna de Slytherin por derecho propio, y será tratada como tal -Snape elevó la voz, blanco de furia-. Y como Jefe de su casa es mi prerrogativa autorizar que sus necesidades básicas sean cubiertas de la forma que yo considere oportuna, siempre y cuando el Director esté de acuerdo -el profesor apretó los dientes, inclinándose ligeramente hacia la mujer con aire amenazador-. Y le aseguro, Suprema Inquisidora, que el Director lo está.

Umbridge presionó los labios, molesta por sus palabras, y volvió a mirar la lista, claramente descontenta. Y entonces, algo hizo que una cruel sonrisa volviese a cruzar su cara.

-Profesor Snape, aquí veo algo que no está incluido dentro de las necesidades básicas de un alumno. Una balanza de medición avanzada.

Tanto Snape como Lily la miraron sin comprender ¿no era ese uno de los instrumentales necesarios para cursar Pociones?

-Suprema Inquisidora, sin duda recordará que la lista de los materiales escolares indica...

-Una balanza de latón -le interrumpió Umbridge, ampliando su sonrisa-. Dígame, señorita White, ¿es su balanza de medición avanzada una balanza básica de latón?

Intimidada, Lily paseó su mirada entre Umbridge y Snape, sin saber qué hacer, hasta que finalmente su voz decidió hacer acto de presencia.

-No lo es, profesora -susurró.

-Vaya, profesor, me temo que ha autorizado la compra de un material claramente superior a los estándares básicos que se requieren para su asignatura. Y es mi deber remediar esto ¿no cree? -la cara de Snape estaba blanca como la cera, y el hombre tenía los labios apretados en una fina línea. Cerraba sus puños con tanta fuerza que sus nudillos se habían quedado blancos-. Señorita White, haga entrega de su balanza.

-¿Qué? -el corazón de Lily dio un vuelco, y la joven sintió cómo el frío la invadía de repente.

-Su balanza no cumple con la normativa del colegio. Entréguela.

Anonadada, Lily miró al profesor Snape, pidiendo ayuda, pero este rehuyó su mirada. A pesar de estar absolutamente furioso, no tenía autoridad para contradecir a la Suprema Inquisidora.

-Pero...

-Podrá usar una de las del colegio, señorita White -la interrumpió Snape, mirándola brevemente con una expresión que no admitía réplica. Temblando, Lily sacó su varita y haciendo una floritura hizo aparecer la balanza encima del escritorio.

Demasiado tarde, se dio cuenta de que no había dicho el hechizo en voz alta, y oyó a Snape tomar aire bruscamente, pero Umbridge estaba demasiado contenta por su victoria e ignoró ese detalle.

Lily sintió que sus ojos se nublaban al ver cómo las horrorosas manos se cerraban en torno a la balanza plateada, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no ponerse a llorar allí mismo. Apretó las manos con fuerza, clavándose las uñas en las palmas.

-Señorita White, puede marcharse -la suave voz de Snape llevaba una ligera nota de derrota, y Lily no fue capaz de mirarle mientras se levantaba y escapaba de la mazmorra, herida y humillada.

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23 de diciembre, 1995

Severus se abría paso por el Callejón Diagón a grandes zancadas. Había aprovechado la excusa de las vacaciones de Navidad para salir de Hogwarts y evitar cometer un asesinato.

Si volvía a cruzarse con la arpía de Umbridge una vez más, Severus no podría controlarse, y esta vez, no necesitaría usar la magia para estrangular ese cuello corto y rechoncho.

La mujer le estaba sacando de sus casillas, y ni siquiera sus dotes de Oclumancia mantenían a raya la furia sorda que le comía las entrañas.

Cada vez que recordaba la expresión derrotada de Lily sentía como si una parte de él se rompiera. No había podido protegerla. A pesar de toda su furia e indignación, no había podido evitar que le hiciesen daño.

Esa maldita mujer había disfrutado humillando a una huérfana sólo para recordarle que ella, la Suprema Inquisidora, era la que estaba al mando.

Ni siquiera Dumbledore había sido capaz de revocar el robo de la balanza, porque técnicamente, Umbridge había seguido las normas.

Y después de casi dos meses, la situación seguía igual: Lily estaba descorazonada, él seguía furioso, y Umbridge ganaba poder poco a poco sin que nadie pudiese evitarlo.

Sin frenar el paso, Severus entró en la tienda de ingredientes de pociones, y se dirigió directamente al viejo empleado con el que llevaba haciendo negocios desde su primer año como profesor.

El dependiente no necesitó cruzar palabra con él, porque ya sabía lo que Severus había venido a buscar, pero le hizo un gesto para que le siguiese a la trastienda.

Allí, sobre una mesa, esperaba una balanza dorada, elegante y delicada. Era la balanza con la que la señorita Anderson había bromeado el verano pasado, y no sin razón, pues el artefacto era un objeto de edición limitada fabricada por duendes, y era, con diferencia, lo más caro de toda la tienda.

Severus la examinó cuidadosamente, revisando los finos grabados de runas y comprobando que todos los detalles estuviesen en su sitio.

-¿Le ha añadido el hechizo que pedí? -preguntó al fin, incorporándose. El viejo dependiente agitó su varita, y la balanza cambió de aspecto, asumiendo el color y la forma de una balanza básica de latón. Con otra floritura, el objeto recuperó su forma original.

-Incluiré un pergamino con la explicación del hechizo, tal y como usted ha indicado, profesor.

-Recuerde que debe ser entregada el día de Navidad en el más completo anonimato.

-Por supuesto, profesor.

Satisfecho, Severus sacó un saco de su bolsillo y se lo entregó al hombre. Ciertamente, era una compra cara, pero todos y cada uno de esos galeones merecían la pena si conseguía devolverle la sonrisa a Lily.

Poco después, Severus salió a la calle, llevando bajo el brazo un paquete con ingredientes variados, para explicar su visita al Callejón Diagón. Sus pasos eran más calmados y lentos que unas horas antes, sonriendo satisfecho al pensar en la cara que pondría Lily al abrir su regalo.

Y por primera vez, deseó poder estar presente en una de esas ocasiones, y que ella supiera que no estaba sola, y que alguien se preocupaba por ella.

Y que a él le importaba.

...

Está claro que a Lily le gusta pasar el rato junto a cierto profesor, y si es practicando maleficios, mejor.

Severus se ha rendido y se alza como el principal defensor de Lily con más o menos éxito. Y no es sólo porque ella le haya salvado la vida.

Y para los que no llevan la cuenta, este es el cuarto año que Lily recibe un regalo sorpresa por Navidad. Esta vez es algo un poco más especial que unos dulces...

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