Capítulo 12

La mañana del Domingo, Aaron se despertó como tantas otras veces, con el cuerpo dolorido. La cabeza le palpitaba, y el ojo izquierdo, apenas podía abrirlo.

Volvió a cerrar los ojos, quedándose dormido al instante.

Un tiempo después, escuchó murmullos en su habitación. Hubiera querido seguir durmiendo todo el día, pero el susurro impaciente de su hermano pequeño le hizo sonreír.

Aún no había abierto los ojos, pero su madre vio su gesto, y le dejó a Sean acercarse con cuidado a la cama.

-¡Feliz cumpleaños, Aaron! -el niño se subió a la cama, y lo abrazó con un poco de miedo.

-Muchas gracias, enano -el chico despeinó a su hermano, haciéndolo sonreír.

-¡Te he hecho un dibujo! -Sean agitó un papel frente a su cara, y con su sonrisa desdentada, se lo dio.

Había un sol brillante, y el mar azul. Luego tres figuras, que Aaron supuso que serían ellos dos y su madre. Los tres lucían una sonrisa resplandeciente.

-¿Te gusta? -preguntó el niño lleno de ilusión.

-Me encanta, Sean. Me gusta mucho -el chico abrazó al pequeño, e hizo un esfuerzo para tragarse las lágrimas.

Su madre, que los observaba desde la puerta, se acercó.

-Sean, ¿por qué no bajas a ver la tele? Recuerda poner el sonido al mínimo ¿de acuerdo?

El niño asintió y salió corriendo, aunque ambos sabían que en cuanto cruzara la puerta, sus movimientos serían casi imperceptibles.

Judy ocupó el lugar dejado por su hijo menor al lado de Aaron en la cama. Este se incorporó y apoyó la espalda sobre el cabecero.

-¿Cómo te sientes? -la voz de Judy era dulce, como Aaron recordaba que era cuando era niño y le cantaba cuando no se sentía bien.

El chico se encogió de hombros, y enseguida se arrepintió. Le dolía la espalda, el cuello y cada músculo de su cuerpo. Hacía mucho que su madre no le preguntaba cómo se sentía, ni hablaban de lo sucedido. A veces ella lo intentaba, pero él no quería hacerlo. No quería escuchar sus disculpas, aunque ella no tuviera la culpa de nada. Tampoco la culpaba, era tan víctima como él, pero si no hablaban, podía fingir que él era el único al que su padre hacía daño.

-Dieciséis años ya, eres mi hombrecito -le acarició la mejilla con cariño, y el chico se apoyó en su toque-. Sabes que si pudiera haría todo lo posible porque no sufrieras más ¿verdad?

-Ya lo sé, mamá -la voz de Aaron se quebró mientras cerraba los ojos.

Sintió los labios de su madre sobre su frente, y alguna lágrima se escapó de sus ojos. Se la limpió rápidamente, no quería que su madre lo viera llorar.

-Ay, mi niño -Judy lo abrazó, y con la cabeza en su pecho, Aaron recordó cuando era niño y su madre lo abrazaba todo el tiempo.

Después de unos minutos, Aaron se separó. Se frotó la cara con cuidado, y luego le sonrió a su madre.

-Me muero de hambre. ¿Qué hay de desayuno? -preguntó poniendo algo de entusiasmo en su voz.

-Estás de suerte. He preparado tu desayuno favorito.

-¿Tortitas?

Judy asintió sonriendo, y en ese momento, el estómago de Aaron rugió de hambre. Ambos rieron mientras salían juntos de la habitación.


El resto de la mañana, Aaron la pasó jugando en el salón con su hermano. Tenían que hablar casi en susurros, y no hacer apenas ruido para no despertar a su padre.

El día anterior, el hombre había llegado tarde, después de la hora de la cena y completamente borracho. Se había desquitado con Aaron, porque el primer golpe fue en la espalda de Judy y su hijo se había interpuesto entre los dos. Le había gritado, cansado de su actitud, y luego recibió (como ya era habitual) numerosos golpes.

Sean ya estaba en la cama, pero como Aaron se había enterado más tarde, no estaba dormido, y lo había escuchado todo. ¿Hasta cuando podría proteger a su hermano de la furia de su padre?

Un poco antes de las tres, Aaron preparó un par de sándwich, cogió dos botellas de agua y le dijo a su madre que se iba.

-No vuelvas muy tarde. Voy a preparar tu cena favorita.

El chico sonrió con cariño. A pesar de todo, su madre quería que ese día fuera especial.

Llegó a la cabaña, y se tapó con una de las mantas que en su momento habían llevado para las tardes de invierno. Unos minutos después, llegó Erin.

-Siento llegar tarde, pero…-se le olvidó lo que iba a decir justo cuando lo miró.

Cerró la puerta de golpe y se sentó a su lado. Luego lo besó en la mejilla y le dio un abrazo.

-Feliz cumpleaños, Aaron -murmuró en su oído.

-Muchas gracias -sonrió cuando se separaron. Agradeció, a pesar de su conmoción inicial al verlo, que no hiciera ningún comentario sobre su ojo.

-Te he traído un regalo -hurgó en su mochila hasta que sacó un pequeño paquete-. Se los he quitado a mi madre. Son de los buenos y ella tiene un montón.

Le pasó una caja de bombones, y Aaron volvió a sonreír.

-¡Qué ricos! Me encanta el chocolate -abrió la caja y ambos cogieron un bombón.

Comieron también los sándwich que había llevado el chico, y luego se acostaron, muy juntos, en el colchón.

Aunque todavía era relativamente temprano, ya estaba anocheciendo, así que, tapados con las mantas y acostados, veían el cielo por el agujero del techo que había y no habían podido tapar en su momento.

-¿Has pensado que te gustaría ser de mayor? -preguntó Erin de repente.

-Pues a pesar de todo lo que hace…quisiera ser abogado, como mi padre -respondió al cabo de un momento.

-¿Para encerrar a la gente como él?

Aaron giró la cabeza para mirar a la chica, y la vio sonreír con picardía. Terminó contagiado de su sonrisa.

-¿Y tú has pensado qué quieres ser?

-Pues vas a tener trabajo para encerrar a los malos…porque voy a ser asesina en serie. Quiero acabar con toda la gente que le hace daño al resto. Voy a ser una justiciera.

Lo dijo tan seria que por un momento, el chico se lo creyó, hasta que ella rompió a reír y él también, relajándose. Erin se acurrucó contra él, todavía con la risa en los labios.

-Reconoce que te lo has creído -sintió su cálido aliento contra su cuello.

-Pues un poco. Después de lo que nos está pasando, no me extrañaría ya nada -murmuró Aaron.

-¿Alguna vez has deseado la muerte de tu padre? ¿O has deseado matarlo? -quiso saber Erin, después de ver lo serio que se había quedado Aaron.

-Más de una vez.

-Yo también.

Después de eso, no volvieron a hablar. Pasaron las horas en silencio, contemplando el cielo acurrucados en el colchón, hasta el momento en que tuvieron a volver a casa.

Se despidieron con un abrazo, prometiendo hablar esa noche a través del walkie talki.

Cuando Aaron llegó a casa, el olor de la comida hizo que le sonaran las tripas. Su madre había preparado pastel de carne y queso asado, su comida favorita, y sabía que también había hecho una tarta por su cumpleaños. Se le hizo la boca agua al entrar en la cocina.

-¡Menos mal que has llegado ya! La cena está lista. Vete a buscar a tu hermano -su madre le sonrió mientras sacaba la bandeja del horno. Aaron se fijó que la mesa estaba puesta para cuatro.

Sean bajó corriendo las escaleras delante de Aaron, sin ningún cuidado. El chico pensó que tal vez su padre no estaría en casa.

Ya estaban sentados a la mesa, y Aaron solía sentarse de espaldas a la puerta. Estaba cogiendo el vaso de agua cuando la mano enorme de su padre se posó en su hombro.

-¿Qué pasa, chaval? Feliz cumpleaños -dijo su padre mientras se sentaba a su lado.

Aaron lo miró de reojo y lo vio tranquilo, como hacía mucho que no estaba. El hombre se estaba sirviendo la comida con tranquilidad.

-Muchas gracias, papá -murmuró el chico.

Todos comenzaron a comer, y Aaron deseó que por una vez, tuvieron una noche normal. Sería su mejor regalo de cumpleaños.

Continuará…