OBLIGACIONES DE PRINCESA

De Siddharta Creed

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Capítulo 22

El caos comenzó a reinar en las oficinas centrales, seres de distintos lugares corrían para aglomerarse en las pantallas de información, enterándose de los últimos acontecimientos ocurridos.

Pan corrió hacia su nave sin mirar atrás, dando la orden de despejar la zona por donde saldría. No se quedaría con las ganas de ver el posible combate en primera fila.

Entró directo al panel de control, sonriendo apenas escuchó el ronroneo del motor, mientras se ajustaba el cinturón. Su comunicador de pulsera no dejaba de sonar, lo ignoraba a propósito, sabía que era Anthon, y que no estaría de acuerdo con su decisión de ir hacia el conflicto.

—Aquí vamos —murmuró, despegando hacia la atmósfera de Sunev, pasando de las espesas nubes que cubrían la capital ese día, adentrándose al cautivante espacio exterior, donde vio a lo lejos, las dos enormes naves del imperio saiyajin. Intentó comunicarse con la cabina, pero no logró obtener respuesta, al parecer, también en el espacio se encontraba bloqueada la señal.

A la izquierda de la nave en la que viajaba el príncipe, se veía flotando un cúmulo de rocas de distintos tamaños, desprendidos de la luna más próxima. La comunicación entre naves no funcionaba, pero aún quedaba su comunicador, el cual sonaba sin tregua, lo que significaba que ese sí tenía señal. Tomó el dispositivo, rechazando la llamada de Anthon, para comunicarse con su tío Goten.

Apenas había contestado su tío, cuando se cortó la llamada, al mismo tiempo que se escuchó un fuerte estruendo, mientras las naves saiyajines se alejaban, regresando hacia Sunev. Observó por unos segundos los escombros y polvo que se alejaban lentamente de la parte intacta de la luna, de la que despegó una nave con dificultad, dando jaloneos torpes, sin lograr alejarse del todo.

—La nave del príncipe —la reconoció de inmediato, al notar el emblema de la familia real en uno de los costados, además de los colores, que la distinguían del resto de las naves de su escuadrón.

No entendía qué sucedía, todo había pasado tan rápido, comenzando con un aviso desde la segunda nave del imperio, en la que viajaba el heredero. Todo lo que sabía, era que detectaron movimientos irregulares en una de las lunas, sospechando que pudiese tratarse de un ataque contra las naves saiyajines, que partían justo en ese momento.

Por lo que el príncipe en persona, seguido de dos guerreros de su escuadrón, se dieron a la tarea de sobrevolar dicha luna, para investigar de cerca. Luego sucedió la primera explosión, que dañó a uno de los satélites principales que mantenía la comunicación con las naves exteriores, pues debido a la atmósfera de Sunev y de otros planetas, era más conveniente tener satélites anclados en las lunas más cercanas, inclusive, en las de otros planetas inhabitados, para transmitir las señales a través de varios corredores, que contribuían a mantener una comunicación más fluida y sin tantas interferencias.

Se necesitaría ser estúpido para intentar emboscar a las naves del imperio, en las que viajaba el heredero al trono, con su sequito de guardias curtidos en batalla, tanto en tierra, como en el espacio. Igualmente, la nave donde viajaba la reina, la cual siempre iba custodiada por guerreros de elite, elegidos por el mismo rey Vegeta IV.

Otras dos naves personales despegaron a toda velocidad de la parte oculta de la luna, sin retroceder, eran de los compañeros de escuadrón del príncipe, que, siguiendo las órdenes de su superior, le alejaron rumbo a Sunev.

Pan dudó por unos segundos en seguirlos, pero le extrañó el movimiento errante de la nave del príncipe. Parecía tener algún tipo de falla, pues apenas avanzaba, más que nada, con el vuelo que mantenía del despegue.

Decidió acercarse para averiguar, entonces, lo vio salir, al parecer con desesperación, utilizando sus habilidades para volar en dirección hacia Sunev, que, en el hostil ambiente espacial, le sería muy difícil lograr volar hasta su destino, por muy súper saiyajin que fuera.

Enfocó sus grandes ojos en el traje espacial que llevaba puesto el heredero, del que se podía ver escapar una especie de gas, que se cristalizaba al contacto con el exterior, dejando una estela blanca a su paso; perdía el preciado oxígeno con rapidez. A ese paso, no llegaría ni a la mitad del camino.

Sin pensarlo más, se colocó con prisa un traje espacial, cerró el último broche de su casco y salió enganchada de un arnés, alcanzando al guerrero por detrás, tomando uno de sus brazos con fuerza, lo que hizo que él retornara la vista con molestia y desesperación en sus ojos azules, con intenciones de soltarse, hasta que la reconoció, entonces, se dejó jalar.

Gracias al sistema retráctil, regresaron a la nave de la híbrida en un deslizamiento veloz.

Apenas cerró la puertecilla y circuló el oxígeno, el príncipe se sacó su casco con prisa, logrando respirar con ruidosas inhalaciones, regresándole el color al rostro.

Pan le dio unas leves palmaditas, notando unas manchas de sangre en una de las piernas del heredero.

—¡Aléjate Pan… no queda mucho tiempo! —exclamó jadeando con dificultad, aun reponiéndose.

—¿Qué sucede? —continuó dándole palmadas—. Respire, está a salvo.

—¡ALEJATE A MÁXIMA VELOCIDAD! ¡O AMBOS MORIREMOS AQUÍ! —ordenó levantando la voz en un grito de desesperación que sacudió a la híbrida, obedeciendo de inmediato.

—No gires hacia Sunev, perderás tiempo. Rumbo derecho —indicó, sentándose en el lugar del copiloto, ajustando su cinturón.

Comenzaron a alejarse, tomando máxima velocidad, cuando otra explosión sucedió, con más potencia que las anteriores, lanzando ondas expansivas que los alcanzaron de inmediato, causando que las luces internas de emergencia se encendieran, después de recibir una descarga eléctrica en el panel central, apagando la nave de manera súbita, la cual se precipitaba sin rumbo fijo, hacia el espacio exterior.

Sin decir nada, Pan se movió con habilidad, apagando y encendiendo botones, probando la funcionalidad de la nave. Finalmente, optó por utilizar el sistema de función crítica, encendiendo el motor de manera manual, debajo de una puertecilla en el piso de la cabina de mando.

—¿Cuánto tienes de combustible para la función crítica? —preguntó el príncipe Trunks.

—Únicamente lo que tenía al llegar a Sunev, de mi último viaje a la estación R312 —respondió con preocupación—. Como no pensaba hacer un viaje lejos, no llené los depósitos.

Para fortuna de los híbridos, las baterías de reserva funcionaban hasta ahora, con energía para algunos días en suspensión, pero no soportarían el vuelo de regreso. En cambio, el sistema de comunicación no lograba tener señal, le preocupaba que los dieran por muertos, aunque sabía bien que la estarían buscando, mejor dicho, buscarían al heredero del imperio más poderoso del cuadrante. Lo que en cierta parte le tranquilizaba.

Estaba segura de que los reyes no descansarían hasta dar con él, tal vez por eso, el príncipe no mostraba señales de desesperación, a pesar de la situación.

—Tendré que utilizar el sistema manual para anclarme en el cometa Zuno, allí estaremos a salvo para revisar los daños… y curar su herida —le señaló la mancha de sangre que resaltaba en el blanco del traje espacial del príncipe.

—¿Qué tan alejado se encuentra el cometa? —le inquietaba más la situación de la nave, que ni siquiera reparó en revisar su herida.

—No mucho, afortunadamente vamos proyectados en su dirección. Si nos aferramos dentro de una de sus cavernas, quedaremos protegidos de los proyectiles, evitando alejarnos hacia el exterior del sistema solar.

Dubitativo pensó por unos segundos, intentando aportar alguna idea que ayudase a mejorar la situación en la que se encontraban. Humedeció sus labios evitando mostrarse preocupado, murmurando con voz firme: —Nos alejaremos más de Sunev.

Pan medio sonrió de lado, encogiéndose de hombros.

—Nos alejaremos más de no hacerlo, exponiéndonos también al resto de rocas lanzadas —fijó el rumbo con temor, pues no tenía la certeza de lograrlo. Pero era eso, o quedar a la deriva, con miles de peligrosos fragmentos hacia ellos, lo que probablemente atrasaría a las patrullas de búsqueda—. También debo revisar el exterior —murmuró, con las manos sujetas al volante, concentrada en sus movimientos, utilizando el resto del combustible en alcanzar al cometa.

—Debiste quedarte en Sunev, no tenías la obligación…

—¡Yo hago lo que quiero! —exclamó arrugando el ceño, inclinándose hacia la derecha, entrando a la órbita del enorme cometa—. Le ruego que no me distraiga —espetó cortante.

El príncipe se mordió la lengua, no estaba acostumbrado a que le respondieran de esa manera, de hecho, no recordaba a nadie más que a Anthon, quien era un caso aparte, y a ella, cuando se negó a ser su mujer. Sonrió de manera nostálgica al pensarlo.

Unas cuantas maniobras fueron suficientes para que la nave de tamaño mediano lograra anclarse dentro de una caverna. Una vez a salvo, la joven corrió por el botiquín, sentándose de rodillas frente al príncipe.

—Tendré que romper —no esperó respuesta, procedió a sujetar la abertura y rasgarla con sus propias manos, dejando al descubierto, la piel dañada del heredero, muy cerca de la ingle—. ¿Cómo fue que sucedió?

El inocente toque de las manos de Pan lo descolocaron, haciéndolo titubear por unos segundos, pensando en lo bien que se sentía ser tocado por ella en una zona tan sensible, tan íntima, por más castas que fuesen las intenciones de ella.

—Ahh… —balbuceó, negando luego con la cabeza, sintiéndose estúpido—. Un jodido robot con forma de araña se coló en mi nave, ocultándose debajo de la cabina de mando —tragó saliva con disimulo, ni siquiera le dolió cuando Pan revisó la profundidad de la herida, apoyando su mano sobre la pierna, muy cerca de sus genitales. Tomó aire y se concentró en terminar su dialogó sin titubear—. Lanzó un ataque de laser cuando intenté despegar.

—¿Ese robot daño su nave? —preguntó sacando el material para suturar. —Ya veo, imagino que al tratarse de un robot, no detectó su presencia —comentó después de verlo asentir con la cabeza.

—Quedé varado.

—Supongo que también sabotearon el tanque de oxígeno de su traje.

—Es posible que hubiera otro maldito robot oculto —respondió mecánicamente, con la vista perdida en las facciones de la híbrida. Para este punto, su herida pasaba a segundo o tercer plano, después de todo, había recibido peores en batalla, o entrenando con su padre. De haberse tratado de otra persona, ya estaría él mismo curando su propia herida, retirando las manos intrusas del acomedido que osase tocarlo con semejante descaro. Pero era Pan quien posaba sus manos sobre él, de manera gentil y sigilosa, ni siquiera Isha llegó a curarlo con tal cuidado, o al menos así lo sentía.

—Me alegro no haber tenido la necesidad de cortar su pierna —bromeó Pan, después de terminar las puntadas sobre los casi catorce centímetros que abarcaba el corte.

—Parece que tenías experiencia —comentó con desilusión al verla retirar las manos de su piel.

—Más bien torpeza. Llegué a cortarme entrenando en un planeta rocoso —sonrió encogiéndose de hombros—. No podía regresar a casa con señales de haber entrenado. Tuve que curar mis lesiones yo misma.

El príncipe le respondió con un gesto de negación. Ya le había reprochado su falta de carácter con Gohan y el terrícola débil, no quería ser como ellos; sermoneándola como si fuese una cría, y no, la mujer atractiva que tenía en frente, seduciéndolo con solo mirarlo.

Carraspeó desviando la vista hacia las suturas antes de preguntar: —¿Tu comunicador funciona?

Pan negó con la cabeza. —Se fue la señal cuando intentaba hablar con mi tío Goten?

—¿Qué puedo hacer para ayudar? —se puso de pie sin hacer una sola mueca de dolor, como si no tuviese una herida recién tratada.

—Revisemos los daños primero —se levantó a depositar el botiquín en su lugar. Luego, ambos se dispusieron a realizar una inspección detallada de la nave, tanto exterior, como interior, lo que les llevó alrededor de tres horas.

Los daños en la estructura exterior de la nave no comprometían la supervivencia de los híbridos, apenas tenía una que otra abolladura. No obstante, no se podía decir lo mismo del sistema de energía eléctrica del panel central, cuyos circuitos se encontraban fundidos. Solo funcionaba la energía del sistema crítico, la cual, servía para mantener la vida dentro de la nave por un periodo de veinte a treinta días, dependiendo de qué tanto se había utilizado al navegar después del accidente.

Pan revisó sus herramientas y la alacena, calculando que racionando, podrían llegar a treinta días antes de quedarse sin alimento, gracias a que conservaba cápsulas de comida terrícola, ya que solía cargar más de su comida favorita, en caso de encontrarse con platillos desagradables para su paladar en algún viaje, también contaba con la reserva de emergencia, que consistía en alimentos no perecederos como enlatados y sopas instantáneas, que las naves solían tener, para casos donde se llegarán a quedar varadas, reserva que se actualizaba cada cierto tiempo. En cuanto al oxígeno, tal vez llegarían a los veinticinco días, tal vez, un poco menos.

En una hoja trazaron un plan, con las tareas que harían cada día, enfocándose en la reparación del panel central, especialmente, el que les ayudaría a poder comunicarse con el exterior.

Estarían a contra reloj.

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El rey Vegeta se encontraba colérico, no podía creer lo sucedido en el planeta Sunev. Tenía alrededor de doce horas sin tener rastro alguno de su primogénito.

Poco a poco, se reestablecían las comunicaciones entre los planetas afectados. La torre principal en la luna de Sunev, había sido una de varias torres destruidas en ese sector de la galaxia, con ágiles robots pequeños que fueron enviados desde pequeñas naves, de las cuales, se tenía una retenida, con los dos individuos que la conducían.

Para fortuna del rey Vegeta, la reina Bulma se encontraba a salvo, apoyándose mutuamente en esos momentos de desesperación agonizante.

Patrullas de Sunev, junto con naves de exploración saiyajin, se habían dado a la tarea de buscar entre los restos de los escombros esparcidos, en donde antes hubo una gran luna rojiza. Solo encontraron algunos restos retorcidos de la nave del príncipe, sin señales de él, a excepción de algunas manchas de sangre, cerca de los controles de mando. Según los estudios que se hicieron de manera inmediata, la sangre pertenecía al príncipe. No obstante, hasta el momento no tenían ningún cuerpo, tampoco rastro de Pan, ni de su nave.

La posibilidad de haber perdido a su primogénito, su mayor orgullo, le había provocado ojeras al rey Vegeta, que lo envejecían notablemente, ya que se negaba a descansar. Pues desde el momento que se enteró del incidente, viajó de emergencia hacia Sunev, decidido a sumarse en la búsqueda, supervisando personalmente cada movimiento de las cuadrillas. Enviando grupos de exploración a los cuerpos celestes más cercanos, como planetas y las doce lunas más próximas. Cualquier lugar que pudo haber atraído con su gravedad al cuerpo del príncipe, así como sucedió, con algunos restos lanzados al azar.

A pesar de las bajas probabilidades, mantenía la esperanza, sabía que el príncipe podía soportar el impacto de la explosión, el problema estaba en que necesita oxígeno para vivir, y los trajes espaciales, eran vulnerables a ciertos ataques.

La noticia aún no se daba a conocer de forma masiva, por el momento, se mantenía oculto del exterior, ni siquiera Gohan se había enterado, Anthon esperaba que sucediese algún milagro, para poder comentarlo como una mala experiencia, y así, no tener que hacer pasar a su suegro por ese suplicio.

Todo lo que sabían hasta ahora, era que un grupo inconforme de otro planeta, habían sido los causantes del sabotaje. Pretendían causar confusión al destruir las comunicaciones externas, con el fin de que su mandatario permaneciera varado en el planeta Sunev, y así, poder ejecutar con libertad el golpe de estado que tenían tiempo planeando. Sin embargo, todo se había salido de control, debido a que los robots encargados de colocar las bombas en las torres, no dejaron de trabajar cuando despegaron las naves saiyajines, llamando la atención de los radares del sistema de defensa, alarmando a su tripulación. Lo que derivó a un cambio de planes, estallando las bombas antes de lo planeado, causando una destrucción mayor, de la que tenían programada hacer.

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El rosa era por muy lejos su color favorito, sin embargo, no le quedaba otra opción que vestirlo, en forma de una pantalonera que a Pan le quedaba holgada, pero a él todo lo contrario, ni siquiera le llegaba hasta los tobillos. No obstante, le daba igual, pues sus pantalones se habían arruinado cuando Pan los rasgó para curarlo.

«Por fortuna, en el camarote siempre cargo algunas prendas para entrenar. Hay dos pantaloneras que podrían quedarle, una es de color rosa», pudo notar la sonrisa disimulada detrás de sus palabras.

Negó con la cabeza y terminó de recoger la cobija donde dormía, en un sillón de estar que reposaba en la zona de descanso, del otro lado del camarote personal de Pan, lugar que contaba con dos camas estilo literas pegadas a la pared, como en la mayoría de las naves personales. Sin embargo, el príncipe prefirió darle privacidad a la joven, durmiendo aparte.

Justo al terminar de doblar la cobija, Pan llegó al lugar donde también se encontraba la cocineta, una barra que fungía como mesa, un par de ventanas redondas más amplias que la del camarote y una pantalla donde solía ver alguna película grabada, especialmente, cuando pasaba la noche en alguna estación, ya que, en esos casos, prefería su propio espacio, que las sucias instalaciones donde daban hospedaje a los viajeros.

La saludó de manera formal, igual que todas las mañanas, como llamaban a esa hora, la misma del amanecer del planeta Sunev.

Para evitar algún trastorno del sueño, o descompensación de su organismo, optaron por continuar con el horario del planeta en el que habían estado en los días previos al incidente, puesto que la caverna del cometa, no tenía día ni noche.

Tomaron sus alimentos como siempre, cuidado de no pasarse de la ración asignada, muy poca, en comparación a lo que ambos estaban acostumbrados a comer.

—Tómalo —le ofreció a la joven el pedazo de salchicha reposando sobre su plato.

—¿Por qué no lo come? ¿No le gusta?

—No mucho —mintió—. Si lo quieres, es tuyo. Yo estoy bien —hizo el plato hacia un lado, dándole un mordisco a su tostada con mermelada de fresa.

Pan titubeó, pero finalmente tomó el pedazo de embutido, una vez que el príncipe se levantó de su lugar, dejando el plato solo.

La había visto disfrutar cada que comía ese pedazo de carne, del que quedaba poco, tal vez para tres días. Una vez que terminara la carne fresca, incluirían de lata a su dieta, cuyo sazón y valor nutricional era muy inferior, pero al menos tendrían comida para continuar con la reparación.

El heredero se culpaba por la situación que pasaba Pan. Sintiéndose en ocasiones, objeto de mala suerte para la joven.

Se suponía que ella jamás debió salir de Sunev, no tenía por qué haberlo salvado. Se encontraba molesto consigo mismo, y también con ella. Maldecía esa curiosidad innata de la mujer, hubiese preferido morir solo en el espacio, que arrastrarla con él, en una situación donde su enorme fuerza física servía para una mierda, haciéndolo sentir una carga. Ni siquiera tenía reclamos por parte de Pan, la joven conservaba su carácter amable y respetuoso hacia él, hundiéndolo más en su miseria, que camuflaba bien detrás de su típica máscara de soberbia.

«No permitiré que mueras por mi culpa». Se repetía constantemente, ayudando en todo lo que podía, siguiendo las instrucciones de la joven.

Después de alimentar sus estómagos, se dirigieron hacia la cabina de mando, donde Pan abrió la estrecha escotilla que se encontraba entre los asientos del piloto y el copiloto.

—¿Tiene las herramientas a la mano? —preguntó, sentándose con las piernas dentro del orificio que daba hacia la parte interna de la cabina de mando.

—Me pregunto si algún día llegarás a tutearme —le señaló la caja de herramientas a su izquierda

Pan negó con la cabeza, esbozando una dulce sonrisa. —Es el futuro rey del imperio saiyajin, por lo tanto, le debo respeto.

—Hubo un tiempo en que no mostrabas ningún tipo de respeto —le recordó levantando una de sus espesas cejas color lavanda.

—En ese entonces no se lo ganaba.

—¿Quieres decir que ahora tengo tu respeto? —preguntó de manera coqueta, sin proponérselo. Tuvo que contenerse para no lanzar alguna frase seductora, de esas que le funcionaban siempre que deseaba yacer con alguien.

En respuesta, Pan apretó lo labios en una sonrisa que al príncipe le pareció encantadora.

Deseaba seduciría, como en el tiempo que pasaron después de cerrar aquel lejano acuerdo, cuando utilizaba su experiencia para manipularla a su antojo, sin saber que terminaría prendado de ella. Sin embargo, él no era el mismo, por lo que no le quedaba otra opción que aceptar el destino que él mismo había provocado.

Cambió de tema para aligerar el momento: —Déjame intentarlo. Sé que es cansado permanecer en la misma posición por horas.

—¿Cómo cree? Dudo que pueda cruzar el marco.

—¿Me estás diciendo gordo? —respondió entrecerrando la mirada, queriendo parecer ofendido, lo que provocó una fuerte carcajada a su compañera de viaje, que fue seguida por él, haciendo que retumbara el sonido como eco.

Ni siquiera en los últimos meses que vivieron juntos en el planeta Vejita, llegó a conocer esa faceta del heredero, tan relajada y hasta cómica. De hecho, recordaba pocos momentos en los que se sintió realmente relajada en su compañía, cómoda y hasta feliz a su lado. Y en esos pocos días, ya contaba con un gran repertorio de situaciones altamente agradables, protagonizadas por el petulante príncipe que llegó a odiar en la adolescencia.

—Te demostraré que puedo —la levantó por las axilas para hacerla a un lado.

—No hace falta, terminé la parte soldada. El resto lo desarmaré para poder repararlos en la barra.

El príncipe la soltó resignado, disfrutaba de cualquier motivo que se le presentaba para tocarla, aunque fuera de manera casta. Se limitó a pasarle las herramientas que le iba pidiendo, mientras admiraba sus pantorrillas que lo tentaban a tocarlas, agradeciendo en silencio, que ese día había decidido usar pantaloncillos cortos.

Una vez que las piezas dañadas fueron desacopladas, las repartieron por toda la barra, para revisar el nivel de daño de cada una.

Pan tomó la pistola para soldar y procedió a reemplazar las pequeñas partes quemadas, con ayuda del príncipe, quien gracias a las instrucciones de la híbrida, sabía lo que debía hacer.

La observó trabajar en silencio, sintiéndose demasiado inútil al no entender del todo el funcionamiento de cada pieza. Le parecía irónico que siendo hijo de una científica, rodeado de maquinarias, viendo a su madre reparar y armar diversos aparatos, a él no se le diera nada de eso. Apenas sabía el nombre de algunas herramientas, podía comprender las funciones de pocas piezas, pero sin Pan, estaría completamente perdido, solo y frágil, en un espacio donde su fuerza bruta no significaba nada, lo que le daba mucho material para reflexionar.

Para fortuna de los híbridos, Pan tenía la obsesión de cargar siempre con las herramientas y materiales para reparar su nave, gracias a que sabía de historias, donde familiares de conocidos, habían perdido la vida por quedar varados en medio del espacio exterior, lejos de cualquier ayuda.

—Cuidado con eso —le advirtió el príncipe, señalando con pereza la pequeña pistola de punta caliente, con la que soldaba las piezas.

—Ahh, gracias —Pan levantó la cabeza para agradecerle. Lo vio con el mentón recargado en una mano que apoyaba sobre la mesa, pareciéndole que se asemejaba más a un niño aburrido, que a un príncipe imponente. Le causó gracia verlo en una actitud tan relajada y normal, hasta encantador se podría decir, a pesar de que llevaba una trenza desordenada y vestía solo su pantalonera color rosa. Se le escapó una risa al recordarlo salir del baño vistiéndola, con una mueca de extrañeza, mezclada con vergüenza e indignación.

Aun sin el traje ajustado de gala, acompañado de esa ondeante capa roja, no dejaba de lucir apuesto; con su cabello desordenado y la barba incipiente que por primera vez le veía. A todos los saiyajines les crecía la barba a un ritmo más lento que a los terrícolas, por lo que apenas tenía unos cuantos milímetros de vello facial.

Se le erizó la piel al recordar cuando él le restregaba su mentón sobre los hombros, apenas raspándole la piel sensible, antes de mordisquearla, sensación sumamente placentera en aquellos últimos meses de paz y cordialidad.

—Te quemarás, debes tener cuidado —le advirtió aburrido, refiriéndose a la herramienta para soldar.

Lo ignoró continuando en lo suyo, le faltaba poco para ensamblar una parte que le había estado dando muchos problemas, debido a lo diminuto de las partes. Se encontraba cansada de trabajar en lo mismo por horas, su cuello lo resentía, su espalda, sus ojos y hasta los glúteos. Ese tipo de ensamblaje se solía hacer en fábricas, por robots especializados; en muy pocas ocasiones a mano, generalmente de carácter urgente, como en su caso.

Se limpió el sudor, sin percatarse de sus movimientos al regresar el brazo cansado hacia la mesa, quemándose con la punta de la pistola, la cual, cayó al piso, luego de que la joven reaccionara al dolor.

—Déjame ver —Trunks le tomó el brazo con tacto, disfrutando de lo tersa que continuaba su piel, a pesar de los años. Lo giró un poco y revisó el daño—. Es mi turno de curarte. No te muevas —ordenó, levantándose hacia donde la vio guardar el botiquín. Al regresar, apagó la pistola de soldar y la dejó del otro lado de la barra.

—Es pequeña —Pan quiso restarle importancia.

—Te lo advertí —murmuró clavándole la mirada. Todo lo invitaba a seducirla, pero estaba seguro que lo rechazaría, además de la culpa que no dejaba de golpearlo.

Pan respondió con un gracioso puchero, dejándose curar por las manos masculinas, que le aplicaban gel para quemaduras, con extrema gentileza, cubriendo después la zona con una bandita color piel.

Recordó todas las ocasiones en las que él la abordó intentando ser cordial, cuando lo agredía verbalmente sin dejarlo acercarse, al principio de su relación, si es que se le pudo llamar relación. Se lamentó haberse comportado de manera tan infantil, debido a su falta de experiencia al saberse cortejada. Sabía bien que de tener el conocimiento de las costumbres saiyajines, todo pudo ser muy diferente. Muchas veces se debatió entre lo que pudo ser, y lo enfermo que le resultaba cuestionarse, ya que no dejaba de ser grotesco el abuso que vivió.

Le confundía pensar como terrícola, cuando entendía a la perfección que el contexto del planeta Vejita, cambiaba cualquier discernimiento moral.

Por eso mismo, prefirió no guardar rencor ni odio. Se felicitaba por no ser esclava de ninguno de esos dos sentimientos tan destructivos. Lo que a veces no entendía, era el afecto que le guardaba al príncipe, cuando solo vivió menos de un año de cordialidad y placer pasional a su lado. Tal vez, su mente atesoró como protección los buenos momentos, enterrando los malos debajo de remembranzas alegres. Sin dejar de lado que el príncipe era endemoniadamente atractivo.

Le cautivaba la seguridad con la que se manejaba en cualquier ambiente, sin olvidar que tenía el privilegio de haberlo visto sonreír en privado, algo que muy pocas personas tenían la oportunidad de apreciar y, que recientemente le hacía temblar las piernas, cada vez que le dedicaba una amplia sonrisa, porque sabía que eran solo para ella, pues no tenían más acompañantes.

Ni siquiera había pensado en su prometido, tal vez en un par de ocasiones, aun así, no lograba extrañarlo, no lo añoraba como debería, en lugar de eso, se perdía en las facciones concentradas del híbrido, que le ayudaba a reparar los componentes con torpeza, batallando con las diminutas piezas, siendo solo un saiyajin amable, con tintes del engreído príncipe que conoció hace años.

—No te preocupes, no te saldrá ninguna ampolla —le sonrió, ajeno a los pensamientos de la híbrida.

Pan le regresó la sonrisa, confundida por las contradicciones en su mente.

..

..

Tarble observaba serio a los integrantes del consejo, quienes ansiosos esperaban su respuesta. Conocía de sobra la falta de empatía de su raza, con la que no coincidía en la mayoría del tiempo, mucho menos en esta ocasión, donde el principal perjudicado era su sobrino. Su respuesta era firme: El imperio no se derrumbaría por esperar hasta tener pruebas de la muerte del heredero.

Se encontraba más que molesto, y el hecho de que los saiyajines supuestamente no formaran lazos afectivos, no justificaba que ya pensarán en un nuevo heredero al trono. Le irritaba comprobar que la ocasión se prestaba para aquellos que, en secreto, continuaban menospreciando al príncipe Vegeta V, por su mestizaje.

«Arrastrados de mierda», apretó los puños conteniéndose, en lo que era muy bueno, por algo le funcionaba mejor la diplomacia a él, que a su hermano mayor.

Los ancianos insistían en que el rey debería preñar a otra hembra de elite, recomendación que habían dejado de hacer, cuando el príncipe heredero logró transformarse en súper saiyajin, pero ahora lo retomaban, alegando que siempre tuvieron razón, al aconsejarle tener otro varón. Al menos ya no se atrevían a insinuar que se reemplazara a la reina Bulma, la que desde su último parto, había quedado imposibilitada para volver a preñarse.

«No pienso anunciar su fallecimiento hasta tener sus restos», sostuvo el rey con indignación.

Poco a poco, los rumores sobre la desaparición del heredero comenzaron a esparcirse entre algunos guerreros de clase alta, probablemente, porque algún miembro del consejo, había roto el acuerdo de secretismo sobre el tema, lo que enfurecía a Tarble. No se atrevía a comentarlo con su hermano, quien permanecía en Sunev, junto con la reina. Tenían seis días sin saber nada del heredero, ni de la híbrida.

Por el momento, él se hacía cargo de los asuntos correspondientes del rey, a pesar de que apenas lograba dormir unas pocas horas, con algunas recriminaciones e indirectas de parte de quienes insistían en convencer al monarca, de que ya era hora de dar vuelta a la página, pues temían que el imperio se debilitase, al considerarlo vulnerable.

Él mismo comenzaba a perder las esperanzas, no encontraba la manera de que su sobrino y la joven estuviesen vivos, especialmente, porque tampoco había rastro de la nave, y varias de las partículas lanzadas por la explosión, habían terminado colisionando el gigantesco planeta más cercano, donde sus tormentas hacían casi imposible cualquier búsqueda.

—Finalicemos los puntos del tratado pendiente —ordenó arrugando el ceño, enfocándose en el escrito frente a él.


Fin del capítulo.

Aquí están de nuevo juntos nuestros protagonistas. Se me dificultó mucho describir cuestiones espaciales, espero se haya entendido bien.

Pobres Vegeta y Bulma, realmente lo pasarán mal, también Gohan.

No olviden dejar un comentario, para así saber si es o no de su agrado.

He estado apurándome, pues necesito darme unas vacaciones de fanfic, pero no sin antes terminar este como es debido.

Nos leemos pronto.