Hoshi se acurrucó contra ella durante las largas horas que duró el vuelo hasta el aeropuerto internacional de Sihanoukville en Camboya. Desde allí tomó un autobús que la llevara a Kampot, una ciudad al sur.

Por supuesto que había tenido que pagar extra para que le permitiera llevar a su mascota consigo, resulta que traer a un perro-lobo de casi un metro de altura no era la mejor manera de pasar desapercibida, pero no iba a abandonarlo por tantas semanas. Cualquiera de los dos moriría de tristeza estando lejos tanto tiempo.

—Te prometo que el próximo viaje que hagamos será a un lugar menos caluroso. —le dijo a su compañero perruno con suavidad— Obligaremos a Torune a salir de su cueva.

Pero su sorpresa fue ver a su tío Shino esperando por ella recostado en el capó de su Jeep con una camisa de estampado hawaiano y unas bermudas ridículas.

—¿Quién te dijo que te ves bien? —hizo una mueca de disgusto— Te hace falta un asesor de imagen con urgencia.

El hombre de cabellera oscura sonrió radiantemente al verla caminar en su dirección y abrió los brazos para recibirla tan pronto la tuvo cerca. La había echado de menos un montón.

—Mírate, estás hecha toda una mujer. —le revolvió el cabello— Nada que ver con la adolescente irritante que vi la última vez.

—Me visitaste el año pasado, no seas ridículo. —pone los ojos en blanco, pero aún así se abrazó más a él.

Shino se ríe abiertamente y se hace a un lado para tomar la única valija que la chica cargaba consigo para meterla en el maletero del auto.

—Sí, pero te ves diferente. —estrecha la mirada— ¿Te cambiaste el cabello?

Ella sacude la cabeza con ironía y se mete en el asiento de copiloto luego de permitirle subir a su mascota en el asiento trasero. También lo había echado de menos.

Tardaron dos días en llegar a Kep por carretera y uno más hasta la solitaria playa Sabay, donde lo primero que vieron en kilómetros fue una pequeña choza de bambú y techo de hojas de palma a pie de la playa.

Hoshi saltó del vehículo con entusiasmo y corrió entre el oleaje bajo del mar buscando refrescarse. Sarada rió al verle tan entusiasmado y por primera vez en días se sintió... relajada. Con el corazón roto todavía, pero libre.

—¿Piensas quedarte allí todo el día? —escuchó la voz inconfundible de Torune Aburame desde la entrada de la casa.

Tenía un aspecto descuidado, como el de un ermitaño que no convivía con la sociedad y que apestaba a alcohol. No pudo evitar que una sonrisa tirara de sus labios al verlo.

—¿Hay lugar para dos más en tu cuchitril? —pregunta en tono burlón y en cuanto estuvo a pocos pasos de él se lanzó a sus brazos.

—Eso depende. —exclama, envolviendo su brazo alrededor de ella— ¿Por cuánto tiempo tengo que soportarte?

—El que sea necesario. —contesta la joven, tragándose el nudo en la garganta.

Él frunce el ceño al oír el temblor en su voz.

—¿Qué le aflige a tu alma, querida mía?

Ella niega suavemente con la cabeza sobre su pecho y reprime las ganas de echarse a llorar como una niña. ¿En qué momento se volvió tan patética?

—Echo de menos al tío Itachi, es todo. —susurra, aunque no era del todo mentira, esa no era la razón principal.

—Sí, él era mejor para dar consejos que yo. —se encoge de hombros el hombre mayor— Itachi sabría cómo sanar un corazón roto sólo con palabras.

—¿Cómo...

—¿Olvidas que casi te criamos como una pareja gay? —dice sacándole una carcajada— Aunque él era la ama de casa y yo el macho proveedor.

Joder, no sabía cuánto lo había echado de menos hasta que estaba de vuelta a su lado. Era como remontarse en el tiempo, sólo que en el cuadro hacía falta alguien más.

Ella había perdido a su tío, una figura paterna, sí. Pero Torune perdió a su alma gemela, porque además de amigos, él e Itachi fueron la familia del otro durante años de completa soledad.

—Dime, por favor, que Sasuke ya se hizo cargo del bastardo. —ladea el rostro— Porque te juro que...

Sarada niega.

—Le pedí que no se metiera en mis asuntos, aunque me sorprende que me haya hecho caso...

Torune enarcó una de sus cejas oscuras. ¿Sasuke haciéndose a un lado después de que la niña de sus ojos saliera con el corazón roto? Sí, claro, y un cuerno. Seguramente estaba esperando el momento adecuado, por eso prefirió no ahondar más en el tema.

—¿Y bien? —pregunta Shino llamando la atención de ambos— ¿Cuál es el plan?

—Nos quedamos aquí. —dice Torune regresando la mirada a la joven— Al menos hasta tu cumpleaños, lobita.

Hacia mucho que alguien no la llamaba así y sintió una opresión en el pecho.

—¿Y después? —inquiere ella, desviando la mirada a las aguas cristalinas del mar.

—Después ya veremos. —le guiña un ojo y le ofrece una de esas sonrisas que siempre lograban un efecto calmante.

Tal vez... no estaría mal perderse por un tiempo en cualquier parte del mundo. Sólo ella, Torune, Shino y Hoshi.

(...)

Namida acarició el hombro de su amiga con suavidad en un intento de ofrecerle consuelo, pero la joven temblaba violentamente y sus sollozos podían oírse por toda la habitación aún cuando se cubría el rostro con sus manos.

Himawari, por su lado, se limitó a ofrecerle una mirada condescendiente a la chica desde el sofá de su habitación. ¿Qué podía decirle? Ella estaba igual de conmocionada con la noticia del compromiso de su hermano mayor.

Kaede llegó a Tokio apenas esa mañana y en cuanto puso un pie en la residencia Hyūga recibió la noticia inesperada que rompió su corazón en mil pedazos.

—¿Por qué? —balbucea Kaede con voz rota— Ni siquiera tuve la oportunidad de...

—Mi hermano te hubiera hecho daño. —la corta en seco la ojiazul— Dios sabe que lo adoro, pero es un hijo de puta egoísta.

Seguía sin creer lo que le hizo a Sarada. Estuvo con ella todo ese tiempo sin mencionarle el pequeño detalle de que ya estaba comprometido, debió decir la verdad cuando le confesó que estaba enamorada, pero siguió con aquel embrollo a pesar de que terminaría hiriéndola peor que antes.

Ni siquiera juzgaba la decisión de la Uchiha de marcharse, probablemente ella habría perdido la cabeza y destrozado la casa al enterarse.

—Tal vez si se lo hubiese confesado antes de comprometerse...

—No habría servido. —se muerde el interior de la mejilla— Kawaki no antepondría nada sobre las necesidades de la organización.

Lo peor de todo, es que su hermano sufría por la decisión que tomó él mismo. Podía verlo en su mirada a pesar de que intentara fingir que no le interesaba que ella se hubiera marchado esa misma noche.

—¿Cómo es? —pregunta Kaede, limpiándose el rostro con el dorso de la mano— La chica. ¿Cómo es su prometida?

Himawari hizo una pausa, intentando buscar las palabras adecuadas para describir a la mujer que se casaría con su hermano.

—Es... linda. —dice finalmente— No pensé que me agradaría, pero es amable y parece estar en sus cinco sentidos.

—¿Es bonita?

—Lo es. —asiente la Uzumaki— Sería la chica perfecta de no ser por...

—De no ser porque es un matrimonio concertado. —interrumpe Namida, lanzándole una mirada precavida a su prima— Que se hubiese dado de manera natural sería lo ideal, pero qué más da.

Todos se habían llevado una buena impresión de la chica, incluidos Naruto y Hinata Uzumaki quienes al inicio parecían un poco escépticos debido a la situación. Hubiesen preferido que su hijo mayor contrajera matrimonio porque así lo quisiese, no por obligación.

Y por otro lado, estaba Boruto, que durante la cena permaneció sumido en sus pensamientos luego de que su madre comentara sobre el buen gesto que tuvo Sarada al pasarse por allí aunque fuese unos pocos minutos como muestra de apoyo, lo que resultaba mucho viniendo de ella por el simple hecho de aparecerse por la casa.

Kawaki no habló durante todo el rato que duró la visita, ni siquiera cuando su prometida hizo el intento de entablar una conversación banal.

Y al final estaban ella y Namida, pendientes de cada reacción suya luego de la partida de Sarada. Por eso no les pasó desapercibido que no probara bocado de su plato y se concentrará en acabarse la reserva de escocés.

—Eso no me hace sentir mejor. —exclama Kaede haciendo una mueca— ¿Qué debería hacer?

Himawari miró de reojo a su prima y la castaña no supo qué decir tampoco.

—Creo que deberías explorar tus opciones. —propone la ojiazul con una sonrisa— Conocer nuevas personas...

La hija de Konan se puso de pie para mirarse en el espejo del tocador de la habitación de la pelinegra y soltó un suspiro al ver el desastre que era su maquillaje luego de tanto llorar.

—Los ingleses no son mi tipo, pero tendré que conformarme por el momento. —hace una mueca de disgusto— Ryōgi quiere que vaya a Londres para ayudarlo con la organización de un evento...

Himawari entonces pensó en la charla que tuvo con Sarada hace varias semanas y creyó que tal vez esto se trataba de ella intercediendo por el bienestar de Kaede.

—Es una lástima que Sarada no esté en la ciudad por el momento. —se queja la de ojos ámbar— Podríamos haber obtenido mucha diversión juntas.

—¿Saben algo sobre ella? —pregunta Namida sin poder ocultar su curiosidad.

—Llamó a la tía Sakura hace un par de días para felicitarla por su cumpleaños. —comenta Kaede con tranquilidad— Está con Torune y Shino Aburame en alguna parte del mundo.

De su partida ya habían pasado dos semanas y era la primera vez que sabían de ella desde que partió de Tokio a medianoche. Los Uchiha ya se esperaban algo así, porque no los tomó por sorpresa como se hubiese esperado.

—Intenté llamarla esta mañana, pero mandó directo al buzón. —continúa diciendo la pelimorada— Tuve que conformarme con enviarle un texto de felicitaciones.

—Sigo sin entender porqué siempre desaparece el día de su cumpleaños. —murmura Namida consternada— No recuerdo la última vez que le cantamos el cumpleaños feliz.

—A los diez, antes de que se fuera a Londres. —responde Himawari encogiéndose de hombros— Tal vez simplemente no le gusta y ya.

Ninguna dijo nada más y la habitación se sumió en un gran silencio, tanto que las tres fueron capaces de oír el ruido de los neumáticos sobre la gravilla del camino principal cada vez más cerca de la casa.

Namida se puso de pie para asomarse por la ventana desde el segundo piso y miró desconcertada la caravana de SUV estacionándose frente a la entrada principal.

No fue difícil saber de quién se trataba después de reconocer el rostro del padre de Mitsuki descender del primer vehículo seguido de una persona más.

—¿Qué hace el tío Sasuke aquí? —pregunta en voz alta llamando la atención de las otras dos que no dudaron en acercarse a ver también.

El antiguo capo siciliano se acomodó las solapas de su traje con un movimiento sumamente elegante y esperó un segundo a que Suigetsu terminara de decirle algo cerca del oído para reanudar la marcha hacia la puerta donde su padre ya le esperaba con una sonrisa.

Sasuke Uchiha avanzó ignorando todo a su alrededor, con la espalda recta y mirada altiva, como si fuera el dueño del mundo y técnicamente podía serlo. Llevaba más de cinco años retirado, pero las personas seguían teniéndole el mismo respeto y preferían no meterse en su camino.

—No tengo idea... —susurra Himawari con los nervios de punta.

(...)

—Espera, espera... —pide Shino sacando su móvil para tomar una foto rápida— Sonríe y pide un deseo antes de apagar las velas.

Sarada puso los ojos en blanco.

—No seas ridículo. —dice la joven permitiendo que Hoshi se acurrucara contra su cuerpo mientras Torune se acercaba por el lado contrario con una tarta en las manos.

Shino se las arregló para colocar el móvil en un buen ángulo y puso el temporizador para después correr y hacerse un lugar junto a los tres. Sarada resopla, pero al final una pequeña sonrisa tiró de sus labios y miró directamente a la cámara con una expresión más relajada.

—Se la enviaré a Sakura. —dice el menor de los Aburame tecleando rápidamente en la pantalla— Le agradará verte festejando tu cumpleaños.

El ocaso estaba a punto de extinguirse en el horizonte y podía ver la majestuosidad de las luces rosáceas reflejarse en el mar desde la pequeña ventana de la casa.

Y como si la hubiese invocado, su propio móvil comenzó a vibrar en el interior de su bolsillo y la fotografía de su madre apareció en la pantalla.

—Feliz cumpleaños, mi amor. —oyó su voz dulce en la otra línea en cuanto presionó la opción de contestar.

—Hola, mamá. —responde con voz queda— ¿Todo bien en casa? ¿Cómo está nonno?

—Tiene días buenos y otros no tanto. —se sincera la pelirrosa— Te envía felicitaciones, por cierto, todos en casa se preguntan cuándo volverás.

La pelinegra se mordió el labio inferior sin saber bien qué responder, en primer lugar porque ya había discutido sus planes con Torune y Shino, ambos estuvieron de acuerdo en visitar algunos viejos conocidos y se propusieron como objetivo hacer una investigación sobre los líderes de las organizaciones enemigas.

Se pone de pie con cautela y observa a los dos Aburame discutiendo algo sobre la repartición de la torta, así que decide salir de la casa y termina por sentarse al inicio de las escaleras del pequeño pórtico.

—Lo siento, mamma, pero no está en mis planes regresar por ahora. —dijo luego de varios segundos en silencio— Necesito... tiempo. Debo poner mis prioridades en orden antes de volver.

Sakura se tomó unos segundos para responder, escuchando la suave respiración de su hija en la otra línea.

—Cuando amas a alguien, le das el poder de lastimarte... —susurra sorprendiendo a la más joven— Te tomará bastante sanar un corazón roto, pero estar con los que te aprecian sirve como bálsamo para tu dolor.

—¿Cómo lo...?

—Oh, tesoro, soy tu madre. —ríe por lo bajo— Lo supe en cuanto te vi, había algo diferente en ti... y luego estaba la manera en la que lo veías... tus ojitos brillaban de amor aunque te esforzaras en ocultarlo.

Sarada soltó un suspiro avergonzada y se removió incómoda, menos mal que nadie más la había oído.

—Está comprometido. —dijo en un hilo de voz— No hay nada más qué hacer.

Era la primera vez que lo decía en voz alta, todavía no concebía el hecho de que Kawaki ocultara un secreto de esa magnitud y nunca sintiera la necesidad de decirle la verdad.

¿Qué esperaba? ¿Pensó que accedería a ser la otra? ¿De verdad creyó que aceptaría ser la amante? Porque antes de la mascarada le propuso continuar con lo que tenían, visitarla en Londres, acompañarlo en viajes de negocios...

Su cinismo era increíble.

—¿Le diste la oportunidad de explicarse?

—¿Para qué, mamá? —pone los ojos en blanco— No quiero oír más, tuve suficiente.

—De acuerdo, cariño, no hablaremos más del tema. —accedió la mayor con suavidad— Tómate el tiempo que necesites, estaremos esperando por ti en casa.

—Esta será la última vez que pueda comunicarme con ustedes. —menciona la joven— Intentaré enviar textos de vez en cuando, pero no esperes llamadas cada fin de semana.

—¿En qué está pensado Torune? —casi podía verla enarcando una ceja— No permitas que te meta en problemas a ti y a Shino.

—En realidad, soy yo la que le trajo el problema a su puerta. —resopla, mordiéndose el interior de la mejilla— Te lo explicaré cuando sepa lo suficiente, partimos de aquí mañana.

Hubo un breve silencio en el que se limitaron a oír la respiración de la otra durante varios segundos hasta que Sakura se aclaró la garganta.

—Cuídate, mi cielo. —pide ella— Te amo un montón.

—Y yo a ti, mamá.

Su madre solía ponerse sentimental en todas las despedidas, incluso cuando iba a salir de casa por unos pocos días. Sus padres eran tan opuestos que era ridículo, pero supuso que esa era la razón por la que estaban juntos, se complementaban a la perfección.

—¡Oye, Sarada! —escuchó el grito de Torune al interior de la casa— Si no vienes ya, Hoshi se comerá tu rebanada de pastel.

Sacudió la cabeza con una pequeña sonrisa y se puso de pie dispuesta a regresar con ellos. Adoraba a su familia, y los Aburame eran parte de ella también.

(...)

Las tres jóvenes se encontraron con Boruto de camino al vestíbulo y le informaron sobre la sorpresiva llegada de Sasuke Uchiha a la casa, así que los cuatro bajaron por las escaleras, las chicas sin poder ocultar su curiosidad y el rubio todavía sin comprender la razón por la que su padrino se apareciera allí sin avisar.

—¿Dónde está tu hijo? —escucharon que le preguntó al mayor de los Uzumaki.

—¿Cuál de los dos? —cuestiona Naruto desconcertado— ¿Qué sucede, Sasuke?

Boruto entró al vestíbulo esperando encontrarse con el Uchiha, pero Sasuke sólo lo miró de reojo y regresó su atención al rubio mayor.

—Tu otro hijo. —exigió saber con un tono mordaz— ¿Dónde está?

—En el estudio, ¿Por qué?

Himawari y Namida se miraron la una a la otra con horror, y la cosa empeoró cuando lo vieron abrirse paso hacia el pasillo con Suigetsu y los demás pisándole los talones sin entender lo que estaba sucediendo.

El capo siciliano ni siquiera tuvo la delicadeza de llamar a la puerta e irrumpió en la habitación sin importarle que Kawaki estuviera en medio de una conversación importante con Daemon.

El Uzumaki apenas tuvo tiempo de levantar la mirada para saber de quién se trataba cuando vio a Sasuke Uchiha desenfundar su arma del interior de la chaqueta de su traje con un movimiento ágil y comenzó a disparar en su dirección.

—¿Qué demonios, Sasuke? —gritó Naruto, siendo detenido por Suigetsu.

Cinco disparos intencionales sobre su escritorio y el último atravesó su hombro izquierdo con certeza. De inmediato la sangre brotó de la herida manchando su camisa en el proceso.

Daemon reaccionó apuntándole con su propia arma, pero Sasuke hizo lo mismo.

—Atrévete y a ti sí te vuelo la cabeza. —espeta el Uchiha hacia el peliazul, que bajó el arma tras ver el gesto de aprobación de su jefe.

—¡Oh, por Dios! —chilla Hinata adentrándose en la habitación completamente horrorizada ante la escena.

La matriarca Uzumaki se apresuró a socorrer a su hijo, buscando la manera de detener la hemorragia con sus propias manos. Sin embargo, Kawaki la alejó con delicadeza y se puso de pie para enfrentar al hombre delante suyo.

—¿Por qué? —pregunta Boruto, interponiéndose entre los dos para evitar una tragedia— ¿Qué está sucediendo?

Naruto se zafó del agarre de Suigetsu y se abalanzó sobre su mejor amigo para tomarlo de las solapas de su traje con la mirada endurecida.

—No me toques, perdedor. —lo empuja a un lado— Esto no es asunto tuyo.

—¡Acabas de dispararle a mi hijo, claro que es asunto mío!

Pero Sasuke lo ignoró, su mirada en ningún momento abandonó la grisácea de Kawaki, que a pesar de la situación era capaz de sostenérsela como si la bala que le atravesó el hombro no hubiese estado a escasos diez centímetros de clavarse en su corazón.

Tenía cojones, hasta el Uchiha tuvo que admitirlo, nadie era capaz de mirarlo fijamente por cinco segundos seguidos sin bajar la cabeza.

—Acabas de dispararle directamente al jefe de la Yakuza, esto puede interpretarse como una declaración de guerra,. —interviene Naruto con seriedad— Por favor, Sasuke, dime que no perdiste la cabeza.

—¿Te has dado cuenta de que tu hijo no ha dicho ni una palabra? —dice el Uchiha sin mirar a su amigo— No lo hace porque sabe la razón por la que estoy aquí, ¿verdad?

—¿Kawaki? —cuestiona Naruto— ¿Qué está pasando, hijo?

Sasuke lo señaló con su dedo y todos retuvieron el aliento.

—Aléjate de Sarada. —advierte con una expresión dura— O Las Tríadas serán el menor de tus problemas.

Se hizo un silencio sepulcral en la habitación y el Uchiha estuvo a punto de darse la vuelta para marcharse de allí, pero entonces escuchó la voz del hijo mayor del matrimonio Uzumaki.

—Lamento decírselo, señor Uchiha, pero es algo que no pienso hacer. —contesta Kawaki de manera inesperada— No voy a alejarme de su hija.

Todos tuvieron reacciones diferentes, al menos la mayoría parecían desconcertados a excepción de Himawari y Namida. Sasuke sonríe de medio lado con ironía.

—Concéntrate en tu compromiso y deja de darle problemas. —dijo con sequedad, girando sobre sus talones para irse de una buena vez— Y si no te basta con tu prometida, consíguete a cualquier otra para pasar el rato, pero mantente lejos de ella.

Él hizo una mueca de dolor al presionarse la herida en un intento inútil de detener la hemorragia, pero ni eso le impidió avanzar un paso hacia el padre de la Uchiha sin tomarle importancia a las miradas sorprendidas de los presentes, incluido su hermano.

—No necesito a cualquiera, la necesito a ella. —dijo con exasperación, sin darse cuenta de lo que estaba diciendo— La quiero a ella. Quiero a Sarada.

Hinata ahogó un gemido con una de sus manos, mientras Naruto apenas podía creer lo que estaba escuchando. La habitación de pronto parecía estar sumida en una tensión que ahogaba a todos los presentes, en especial a Boruto, que parpadea con incredulidad.

Sasuke se detuvo de salir en el último momento y lo miró sobre su hombro, pero no dijo nada. Simplemente se tomó un momento para analizar su expresión y después retomó su camino fuera de allí, dejando atrás toda una maraña de problemas en la residencia Uzumaki-Hyūga.

Terminó lo que vino a hacer.

—Yo... llamaré al doctor. —se adelanta Namida, llevándose a rastras a una Kaede pasmada.

Ese dilema debía resolverse entre familia y ellas sólo estarían estorbando.

Daemon se acercó para ayudar a su jefe a tomar asiento en la silla detrás de su escritorio e improvisó una especie de torniquete con unas vendas que consiguió del botiquín de emergencias del mismo estudio. Todo bajo la atenta mirada de su familia.

Hinata salió de su estupor y se apresuró a ayudar a Daemon con el vendaje, pero sus manos femeninas temblorosas no eran de mucha ayuda. Así que se limitó a ver a su hijo en silencio, con lágrimas en los ojos y reprimiendo las ganas de envolverlo en brazos.

No podía creer lo que acababa de oír. No creyó estar viva para escuchar esas palabras viniendo de él, ese joven que parecía atrofiado sentimentalmente desde temprana edad ahora estaba admitiendo sentir algo por alguien.

Por su lado, Kawaki todavía parecía un poco desconcertado por su reciente confesión. Nunca fue su intención soltarlo así, menos en presencia del padre de Sarada y de toda su familia al completo, no lo tenía planeado en absoluto porque apenas seguía procesando sus propios sentimientos.

—¿En qué estabas pensando, hijo? —suspira Naruto con una mano en la frente— ¿Acaso perdiste la cabeza?

«Sí, por ella, perdí la cabeza por causa suya.», pensó él de inmediato, pero no lo dijo en voz alta, no quería darles más herramientas para que pudieran interrogarlo.

En cambio miró hacia donde segundos antes estaba su hermano, y cuando sus ojos se encontraron con la mirada zafiro, vio lo que ya se esperaba y tanto temía: Boruto sacudió la cabeza con decepción y retrocedió con zancadas largas hacia la salida para luego marcharse con un portazo.

—Dale tiempo. —susurra Himawari— Al menos no reaccionó como yo pensé, creí que te partiría la cara o algo así, no es como que no te lo merecieses.

—¿Tú ya lo sabías? —pregunta Naruto a su única hija con reprobación.

—Los descubrí en la mascarada. —dice apenada, removiéndose nerviosa en su sitio— ¿Qué podía hacer yo?

—¿Cuánto tiempo lleva esto, cariño? —consulta Hinata con suavidad.

—Desde Aspen. —contestó el aludido sin entusiasmo— Comenzó la primera noche de la tormenta de nieve.

—¡Pero de eso ya hacen tres meses! —masculla la mujer asombrada— Oh, Dios, no puedo creerlo...

No quería entrar en detalles, en primer lugar porque no le apetecía dar más explicaciones, y en segundo porque no estaba de humor. Sabía que tenía que hablar con Boruto primero, si alguien merecía respuestas era él.

Así que sí, le diría a su hermano que terminó enamorándose de su chica. Y haría hasta lo imposible por conservarla.

¿Cuándo fue que se dio cuenta? Era confuso, porque desde el inicio hizo cosas por Sarada que nunca hizo por nadie, se permitió perderse en ella, en su cuerpo, en su mirada, en su esencia.

Le gustaba pensar que siempre tuvo el control de lo que sucedía, pero la verdad era que nunca lo tuvo. Era ella la que lo tenía en la palma de su mano, sólo que nunca se dio cuenta y él no permitió que lo descubriera porque eso significaba perder lo último que le quedaba.

Supo que no había vuelta atrás en el momento en el que la sintió desvanecerse en sus brazos, luchando por respirar y con el rostro mortalmente pálido. No recordaba estar tan aterrado nunca antes.

Y eso lo sacó de balance, porque de pronto todos sus planes corrían peligro. Estaba haciendo lo que nunca se permitía hacer y era dejar que lo personal se mezclara con los negocios, por eso decidió dejarla, esperando que lo que comenzaba a sentir por ella se esfumara.

Pero no sucedió, en cambio, el verla de nuevo en la villa provocó que la necesidad de tenerla cerca resurgiera con más ferocidad que antes. Llevar a Ada resultó inútil, porque se dio cuenta de que miles de mujeres podrían lanzársele encima y él seguiría teniendo ojos sólo para ella.

Sarada no fue la única que cayó una y otra vez, él también cedió, su fuerza de voluntad no era tan fuerte como pensaba y no dudó en aprovechar cada oportunidad que tuvo de sentir la suavidad de su piel y la calidez de su cuerpo.

Se suponía que lo suyo iba a quedarse en una relación sin compromisos, pero de pronto estaba ella ofreciéndole una opción de verdad. No un matrimonio por conveniencia, sino un camino diferente. Así que decidió hacer un cambio de planes, uno nuevo en el que ella pudiera permanecer a su lado, pero para eso necesitaba tiempo y la confianza de Sarada.

Iba a decírselo esa noche luego de su presentación en Tokio, tenía pensado revelarle todos sus planes.

Entonces llegó a una realización después del ataque. Si aceptaba dejar todo por ella sería un insulto imperdonable para Las Triadas y no sólo irían por él, también tras ella.

La conocía lo suficiente para saber que no se quedaría de brazos cruzados y se lanzaría hacia el peligro, era tozuda e imprudente. Y no dudaba que conseguiría salirse con la suya, no era una chica que necesitara protección.

Pero no merecía que la involucrara en asuntos de la mafia, no cuando todos esos años se esforzó tanto por no volver al mismo círculo vicioso del que consiguió salir.

Quería ser egoísta como siempre había sido y mantenerla a su lado, pero no podía serlo con ella, no más de lo que ya había sido. Lo último que quería era infligirle más daño del que ya le hizo, pero al parecer fue todo lo contrario.

No manejó la situación de la mejor manera y ahora sufría las consecuencias de ello.

(...)

—Vas a necesitar eso. —señala Torune a través del ventanal de una tienda de artículos femeninos— Te hará pasar desapercibida.

—¿Una peluca rubia? —se burla la joven— No me hará pasar desapercibida, me hará ver más sexy de lo que soy.

El hombre sacude la cabeza con ironía y suelta una carcajada. A veces olvidaba el jodido egocentrismo de los Uchiha.

—El tío Shino pidió que lleváramos ciruelas para el camino. —dijo apuntando hacia un puesto de fruta en la acera contraria— Y también debo comprar carne fresca para Hoshi.

—Te veo aquí dentro de cinco minutos. —ordena Torune enarcando una ceja— No te detengas a coquetear con nadie.

—No prometo nada. —dice alejándose por la calle mientras le guiñaba un ojo.

Tan pronto lo perdió de vista la chica se apresuró a un pequeño mercado cercano a su punto de reunión. Sin embargo, había algo que la hizo sentirse... ansiosa.

Tenía un mal presentimiento, podía sentir ese vacío en la boca del estómago que la dejó intranquila.

Agradeció al hombre que amablemente le vendió la carne fresca y volvió al lugar donde se suponía que vería a Torune, pero no lo encontró. Pasaron cinco minutos más de lo acordado y no apareció.

De nuevo ahí estaba la sensación desagradable.

—Lo siento, había una señora que quería llevarse las últimas ciruelas y tuve que...

Sarada saltó del susto al oírlo detrás de ella y lo golpeó en el hombro tan pronto lo tuvo a su alcance.

—¡Me asustaste! —se queja haciendo un puchero— Creí que te habían atropellado o algo así.

Y él no la hubiera culpado por pensarlo, resulta que las calles llenas de comercios eran un caos, desde personas corriendo sobre casi inexistentes aceras, autos pasando por las estrechas calles y motociclistas imprudentes.

—¿Estás bien? —pregunta él, frunciendo el ceño— Te ves pálida.

—Estoy bien, sólo vámonos. —le dijo emprendiendo el camino hacia el auto— No debimos dejar a Shino a cargo del almuerzo, puede incendiar la casa.

—¿Y quién más iba a cocinar? ¿Tú? —se ríe abiertamente— Tengo más fe en las habilidades culinarias del inadaptado de mi primo que en las tuyas.

Ella le sacó la lengua, empujándolo con su hombro al pasar, aunque debía darle la razón. Al menos Shino podría preparar algo decente, los últimos días él era el encargado de la comida, porque resulta que la dieta de Torune se basaba en fideos instantáneos y alcohol.

Se subieron al Jeep convertible y Sarada encendió el estéreo para oír música durante los siguientes treinta y cinco minutos que tardarían en llegar a la casa. Set fire to the rain de Adele inundó el silencio y ella subió el volumen al tiempo que tarareaba la letra en voz baja.

«Pero hay una parte de ti que nunca conocí,

todas las cosas que dijiste nunca fueron ciertas,

y los juegos a los que jugaste, siempre los ganaste.»

No pensó que alguna canción encajaría tan bien con su situación, pero esta lo hacía, durante los primeros días de regreso en Londres luego de su estadía en Italia se acurrucaba en el calor de su cama y la oía en bucle hasta que caía dormida.

«Prendí fuego a la lluvia, y nos lancé a las llamas,

entonces sentí algo morir, porque sabía que sería la última vez.»

Era sorprendente cuánto podía llegar a ceder una persona hasta el punto de casi perderse a si misma.

«A veces me despierto junto a la puerta,

y ese corazón que atrapaste, sigue esperándote.

Incluso ahora que se acabó,

no puedo evitar buscarte.»

No iba a derramar una lágrima más por él, no lo merecía.

—¿Segura que no quieres lanzarte por la ventana? —se mofa Torune mirándola de reojo— Tienes unas vibras muy fuertes de chica suicida.

Sarada lo golpeó en el brazo, pero una sonrisa tiró de sus labios al poco tiempo. No podía molestarse por más que lo intentase, resulta que Torune era de las pocas personas que se atrevían a decirle lo que piensan sin ningún tipo de tacto.

—¿Cuánto tiempo tardas en desenamorarte de alguien? —pregunta en un suspiro hastiado— Quiero saber si ocupo que me laven el cerebro o algo por el estilo, situaciones desesperadas exigen medidas aún más desesperadas.

Torune sonríe de medio lado y extiende la mano para revolver su cabellera oscura como si se tratase de una cría.

—Hiciste bien en irte. —le dice sin dejar de observar el camino— Nunca aceptes menos de lo que tú estás dispuesta a dar.

Hizo una breve pausa y sus labios volvieron a abrirse para hablar:

—En realidad, siempre consigue un chico que te ame más de lo que tú lo ames a él.

—¿Por qué? —pregunta extrañada— ¿Lo correcto en las relaciones no sería que ambos entregaran todo de si mismos?

—Siempre hay alguien que ama más, y suele ser el que pierde al final. —sonríe por lo bajo— Y yo no quiero volver a verte así, lobita.

A Sarada le temblaron los labios, ligeramente conmovida por sus palabras.

—Pero no me hagas mucho caso. —se encoge de hombros y sonríe para quitarle hierro al asunto— No sé nada sobre relaciones, nunca pude sostener una por mucho tiempo.

—¿Qué te parece si te conseguimos una novia? Una que al menos impida que te ahogues con tu propio vomito. —propone con una suave carcajada— ¿Qué dices? ¿Rubia o pelirroja?

—El cabello da igual, pero de preferencia que sea treinta años más joven, por favor.

—¡Viejo pervertido! —exclama volviendo a golpearlo en el hombro— Consíguete una de tu edad.

—Las de mi edad son aburridas y yo todavía soy un alma joven.

Ella no pudo evitar reírse ante sus ocurrencias y durante los últimos minutos del camino pensó que tal vez no habría necesidad de regresar. Que esa podía ser su vida ahora, viajar por el mundo y ser feliz haciendo nada en especial.

No necesitaba lujos, ropa de diseñador o vacaciones en lugares exóticos. Todo lo que necesitaba era la tranquilidad que una vida fuera del radar podía ofrecerle.

Torune detuvo el auto al final del camino y en cuanto puso un pie en el suelo supo que algo no andaba bien, Sarada lo notó al ver el cambio en su mirada.

—¿Qué sucede? —frunce el ceño, situándose a su lado.

—La tabla de surf no está donde la dejé. —dice en voz baja, señalando con discreción el objeto a un par de metros de diferencia— Alguien la cambió de lugar.

La acomodaba así de manera intencional para estorbar el paso del estrecho camino que había entre el sendero principal y el boscaje que rodeaba la playa. Y sabía que Shino no había sido el responsable porque no solía alejarse mucho de la casa a menos que fuera a la orilla de la playa para vigilar a Hoshi.

Sacó un par de armas de la guantera y guardó una en la parte trasera de su cinturón, mientras la otra la deslizó con cautela en el bolso de las compras que la joven sostenía en la mano.

—Ve a la casa, Sarada. —pidió en un susurro— Voy a inspeccionar el perímetro.

La pelinegra asiente dubitativa y cuando se aleja un par de pasos se detiene para mirarlo sobre su hombro al volver a escucharlo:

—Ten cuidado, lobita.

Ella le sonríe con los labios apretados y continúa caminando, tomándose unos segundos para mirar los alrededores con cierta inquietud. De nuevo ahí estaba esa sensación que le impedía sentirse tranquila.

Al entrar por la puerta dejó la bolsa de las compras en el suelo y sostuvo el arma que le dio Torune entre sus manos, manteniéndose alerta en todo momento al no oír el más mínimo ruido dentro de la casa.

—¿Hoshi? —llamó en voz alta, esperando oír las pisadas de su mascota acercándose o un simple aullido, pero no hubo respuesta.

Sintió una opresión en su pecho con cada paso que daba y su peor miedo se hizo realidad cuando visualizó lo que había sobre la pequeña alfombra en medio del vestíbulo y que no había visto antes porque el sofá acaparaba su campo de visión.

Ahogó un sollozo con la mano y se dejó caer en el suelo incapaz de mantenerse de pie ante semejante escenario.

¿Quién fue capaz de aquella atrocidad?

Los ojos dorados que siempre brillaban con entusiasmo y energía no estaban más, alguien los extrajo de sus cuencas con toda la intención de evidenciar su crueldad.

Sarada se arrastró hasta el cuerpo inerte de pelaje enrojecido por la sangre y se las arregló para cubrir con sus manos la herida abierta que amenazaba con expulsar las vísceras por el extenso corte horizontal.

—Hoshi... —murmuró con lágrimas en los ojos— Mamá está aquí, lo siento tanto...

Se sacó la camisa holgada que traía y se la colocó encima para cubrirlo. Aún así se aferró a él, sin importarle mancharse la camiseta blanca sin mangas que traía debajo o llenarse de sangre de pies a cabeza.

—Perdóname, perdóname. —sollozó con el cuerpo tembloroso— No pude protegerte, perdóname...

De pronto se le olvidó cómo respirar, sólo podía sentir el dolor insoportable en el pecho que le impedía pensar.

—Fuiste una buen compañero... —susurra besando su pelaje grisáceo— Me salvaste, Hoshi, de maneras que ni tú te imaginas...

No era consciente de nada a su alrededor hasta que oyó los disparos en el exterior que la trajeron de vuelta a la realidad. Alguien los estaba atacando, pero... ¿Quién?

Se puso de pie con la adrenalina corriendo por su sistema como hace tiempo no lo hacía, pero entonces...

—¿Sarada? —la voz era débil, casi un balbuceo.

Y le asustó reconocer aquella voz proveniente de la pequeña cocina de la casa. Era tan baja que pudo haberse perdido con el sonido de los disparos.

Sujetó el arma con fuerza entre sus manos y caminó con sigilo hacia la habitación contigua, esperando estarse equivocando, pero viendo las circunstancias las posibilidades eran bajas.

—¿Tío Shino?

Pocas veces había experimentado el tipo de temor que estaba sintiendo ahora, porque nada en la vida la preparó para ver a otra de sus personas favoritas agonizando. La sangre era tanta que formó un charco bajo él mientras yacía sentado con la espalda recostada contra el pequeño frigorífico.

—No, no, tú no. —exclamó dejándose caer a su lado, intentando presionar con torpeza la hemorragia en su costado derecho— ¿Quién te hizo esto?

—Vete, Sarada. —pidió con la voz entrecortada— Vienen por ti.

—¿Quién? —solloza, tocando su rostro pálido con delicadeza— No entiendo...

—Escúchame. —la mira a los ojos— Necesito que huyas. Ahora.

—¡No! —negó de inmediato— No pienso dejarte aquí.

Perdía volumen demasiado rápido, le habían herido en un punto vital, lo supo porque cada vez le costaba más el respirar, pero ella se negaba a abandonarlo.

—Nos tienen rodeados. —le hizo saber— Tienes que escapar.

Los pasos acercándose por en el pasillo la pusieron en alerta y apuntó con la Beretta hacia la entrada dispuesta a volarle la cabeza a la persona que atravesara la puerta. Sin embargo, Torune apareció bajo el umbral con el semblante desencajado y la respiración errática.

Por un momento vio la expresión devastada al percatarse del estado de su primo, pero la encubrió de inmediato con una máscara de estoicismo y concentración.

—Sácala de aquí. —ordena Shino al instante— No dejes que la encuentren.

El Aburame menor sabía que no tenía caso intentar ir con ellos, nunca fue bueno en el combate y sus heridas le impedían siquiera mantenerse en pie, sólo sería una carga.

—No, no voy a dejarte. —se negó la pelinegra— Voy a arrastrarte si es necesario.

Él tomó su rostro con ambas manos, casi con desesperación y le plantó un beso en la cabeza, dejándola que se aferrara a su cuerpo.

—Llévatela. —volvió a repetirle a su primo que los miraba a poca distancia.

Sarada quiso volver a negarse aún abrazada a él, pero Shino tomó su mano, esa que sostenía la Beretta y colocó su dedo encima del suyo para tirar del gatillo dos veces apuntándose directo en el pecho.

—¡No! —gritó la Uchiha horrorizada y sin dejar de verse las manos cubiertas de sangre.

Torune avanzó con zancadas largas hacia ella y la levantó de un tirón.

—Tenemos que irnos, ¿me oyes? —la zarandeó por los hombros— Están por todos lados, no podemos perder el tiempo.

—¿Quienes son?

—No tengo idea. —endurece el gesto— Me deshice de unos cuantos, pero deben haber más por la zona.

El hombre señaló la puerta trasera que colinda a la playa y ella echó una última mirada hacia lo que era obligada a dejar atrás. ¿En qué momento todo se fue a la mierda?

—Corre y no te detengas. —ordenó, indicando el camino estrecho que iniciaba donde terminaba la playa.

—¿Cómo se supone que salgamos de aquí? —frunce el ceño— No hay nada en kilómetros.

Se alejaron tanto de la civilización que no había manera de acercarse a la ciudad más cercana sin un auto. A pie les tomaría horas en llegar por no decir menos.

—Vamos a perdernos entre el boscaje y nos esconderemos hasta que se cansen de buscarnos. —puso una mano sobre su mentón y la obligó a mirarlo— Necesito que corras lo más rápido que puedas, lobita, sin mirar atrás.

—Juntos, ¿verdad? —estrecha la mirada hacia él— ¿Como en los viejos tiempos?

Torune asiente.

—Ahora.

Aterrizó de un salto sobre la arena que crujió bajo sus botas y se echó a correr a toda velocidad hacia la dirección que apuntó Torune. Entonces la lluvia de disparos se desató detrás suyo y no perdió tiempo mirando a sus espaldas porque sabía que él la seguiría.

O al menos eso pensaba, porque cuando abandonó la playa y se internó entre el denso follaje de zona montañosa se dio cuenta de que él no iba detrás suyo.

—¿Tío Torune? —se detuvo abruptamente y regresó un par de metros.

Debió obedecer a su cabeza cuando le ordenó que no se detuviera, al menos así no habría sido testigo de la valentía y estupidez de Torune Aburame en un intento de darle tiempo de escapar.

En un último acto de amor, se detuvo frente al enemigo y disparó sin discriminación, sin importarle que al terminarse las municiones sería su fin. Quería deshacerse de todo lo que representara un peligro para su niña. Porque eso es lo que era: su familia. Lo más cercano a una hija que pudo tener y por la que daría la vida sin pensarlo.

Fue abatido en cuestión de segundos, cruelmente, ni siquiera pudo contar los disparos que atravesaron su cuerpo antes de caer sobre la arena que pronto se pintó rojiza bajo él.

El hombre usó la poca fuerza que quedaba para darse la vuelta aún sobre el suelo y miró directamente hacia donde estaba ella, como si hubiese adivinado que lo desobedecería y que se detendría a esperarlo. La conocía bien, porque sus ojos se encontraron una última vez.

«Corre», leyó de sus labios.

La mirada de Torune se apagó, en cambio la de ella se volvió borrosa por las lágrimas, pero eso no le impidió echarse a correr como nunca antes. No oía pasos tras ella, pero aún así no se detuvo.

Perdió la cuenta de cuánto tiempo había pasado, sólo sabía que sus piernas clamaban por un descanso, así que decidió detenerse a recuperar el aliento.

Error.

Oyó pasos provenientes de diferentes direcciones y después disparos.

Se echó a correr de vuelta, olvidando el ardor en sus pulmones y el esfuerzo sobrehumano de su cuerpo por continuar huyendo.

De reojo vio una figura de atuendo negro dispuesto a derribarla apuntando directamente y ella no dudó en disparar. El hombre cayó con un ruido sordo en el suelo. Y luego otro, y otro, y otro.

Hasta que se quedó sin municiones. Aún así no dejó de correr, esquivando árboles y sus raíces sobresalientes del suelo. Ni siquiera tenía idea de dónde se dirigía, sólo sabía que debía seguir avanzando.

Oía los pasos persiguiéndola, debían ser muchos, porque se cargó al menos a seis y seguían saliendo más. Se escondió a tiempo detrás de un gigantesco tronco seco y esperó con cautela el momento para atacar. Tal vez era su mejor oportunidad, acabando con todos de uno por uno.

—La perra es difícil de atrapar. —escuchó que uno gritó— El jefe la quiere viva, no lo olvides.

En cuanto el hombre entró en su campo de visión se lanzó sobre él con agilidad y le rompió el cuello en una maniobra rápida. El otro la observó con sorpresa levantando el arma en su dirección, pero ella le voló la cabeza primero con el rifle que le quitó al primero.

Sarada sacó su móvil del bolsillo trasero de sus pantalones cortos e intentó llamar al primer número que apareció en la lista, que resultó ser el de su madre, pero tras sonar un par de veces entró directo a buzón. La siguiente vez que llamó, no halló señal.

El sonido de nuevas pisadas la alertó lo suficiente para volver a levantar el arma y disparó en reiteradas ocasiones tras acertar un par de blancos en movimiento.

Sin embargo, sintió un pequeño pinchazo en su brazo izquierdo y su cuerpo se fue adormeciendo con el pasar de los segundos. Se obligó a seguir avanzando hasta que estaba demasiado mareada para continuar y tuvo que sostenerse del tronco de un árbol para mantenerse en pie.

Le dispararon un dardo somnífero.

Trató desesperadamente de mantenerse despierta, pero le estaba costando horrores. Sus piernas le fallaron en esta ocasión y al instante perdió el equilibrio haciéndola aterrizar de bruces contra el suelo.

—No mencionaste que fuera una luchadora. —escuchó una voz desconocida acercándose— Asesinó a veinte de nuestros hombres ella sola.

—Yo tampoco lo sabía.

Por alguna razón la segunda voz le pareció terriblemente familiar. Unas botas con casquillo oscuras aparecieron en su campo de visión e hizo acopio de la fuerza que le quedaba para levantar la mirada e identificar a su atacante.

El hombre al ver lo que quería hacer, decidió hacérselo más fácil y se agachó en cuclillas frente a ella.

Sarada creyó que estaba delirando al encontrarse de frente con la última persona que esperó ver y parpadeó varias veces para cerciorarse de no estarse equivocando. Debía ser una mala jugada de su mente, ¿verdad?

Pero supo que no era así al verle sonreír.

—Teníamos una cita pendiente, pajarito. —exclamó él, clavando sus ojos magentas en los suyos— ¿Acaso lo olvidaste?

—¿Kagura? —sacudió la cabeza con incredulidad, en cualquier momento perdería la consciencia.

—Permíteme presentarme de nuevo. —acaricia su mejilla con el dedo y sujetando delicadamente su cabeza al ver que perdía toda fuerza — Soy Kagura Karatachi, y tu padre mató al mío hace veintiún años.

Luego, todo se volvió negro para ella.