Capítulo 4: La caravana del general del norte


Xiao Xingchen escucha lo que la guardia Jin murmura por lo bajo antes de que la caravana que los devolverá al norte parta. «La princesa adoptó una nueva mascota».

Finge no haber oído.

No le ha preguntado a Xue Yang por sus errores o por el castigo. Supone que tampoco tiene sentido en ese momento, si su espalda está destrozada por el látigo y pasa el día tirado, apenas consciente cuando Xiao Xingchen le cambia las vendas.

Sólo por eso Song Lan ha permitido que vaya en uno de los carros, al final de la pequeña caravana. De otro modo, lo haría caminar, como al resto de la guardia.

Xiao Xingchen se encarga de él.

Ya lo dijo la guardia Jin, ¿no?

Es su mascota.

Xue Yang se deja hacer porque está demasiado débil. Tiene las extremidades intactas, pero la espalda destrozada y, por debajo de las heridas, hay sólo cicatrices. Xiao Xingchen no pregunta. Supone que allí hay una lista de castigos y rebeliones que Xue Yang no va a contarle. Además de la marca de los Jin, en el hombro izquierdo, tiene otro pedazo de piel quemada medio desfigurado el hombro derecho. Otros amos. Más historia.

―¿Qué dice el general de que su esposa haga un trabajo tan indigno como el de curar a un esclavo?

Xue Yang está tendido boca abajo sobre una tela que Xiao Xingchen colocó con cuidado en el piso del carro. Pasa un paño húmedo por su espalda, limpiando las heridas que todavía están abiertas, vigilando que ninguna se infecte.

―Curar a alguien no es un trabajo indigno ―responde Xiao Xingchen.

Se lo enseñó Baoshan-sanren.

Las artes marciales no sirven únicamente para alejar a los fantasmas o a los demonios, ni para pelear por aquello que es justo contra quienes hacen daño a los débiles. También sirven para curar el cuerpo, curar al otro.

―¿A un esclavo?

―En el norte no hay…

―A alguien como yo.

Parece que Xue Yang intuye su respuesta y lo interrumpe. En el norte no hay esclavos.

―Puedes decir que en el norte no hay esclavos, princesa, pero no pretenderás también decirme que soy libre. Si lo fuera, no me hubieras intercambiado como a un saco de setas con Jin Guangyao.

―Eres ―respondió Xiao Xingchen.

―Es fácil, ¿no? ―Xue Yang se ríe y la risa acaba en quejido involuntario―. Presentar dos elecciones. O mueres en el desierto o vives en el norte.

Xiao Xingchen sigue pasando el paño húmedo por su espalda, sin pausa.

―Es una elección ―responde.

Xue Yang ríe de nuevo y vuelve a soltar un quejido.

―Quizá te lo parece. De lejos. Los amos también intentan engañarte diciendo que puedes elegir. Pero las opciones siempre tienen trampa. Puedes elegir no postrarte ante ellos, pero el costo siempre es tu vida.

Xiao Xingchen se mantiene callado. Aprieta los labios.

―Puedes elegir rebelarte, pero el costo sigue siendo tu vida. Ningún amo concede una muerte lenta. ¿Sabes lo que hacían los Wen?

―Lo he oído.

―No con los soldados enemigos, eso lo sabe todo el mundo, princesa. ―La voz de Xue Yang es resentida―. Con sus propios esclavos. Eran creativos. La muerte duraba días. Los vi rogar que llegara. Y ellos la alargaban más. Había elecciones. ―Vuelve a reír y Xiao Xingchen no alcanza a ver su expresión―. Claro que había elecciones. Pero un camino siempre te aseguraba una muerte lenta, entre terribles sufrimientos. Quién elegiría ese camino, princesa.

Xiao Xingchen aprieta un poco los labios, sigue sin decir palabra.

―Si te hace sentir bien, estoy eligiendo, princesa. Y elijo el norte y tu fortaleza. No me gusta la idea de morir.


A veces, le gusta adelantarse con Song Lan. Dejar que los caballos galopen un tramo, perder a la caravana para que los encuentre más tarde. Siguen el curso del río, la única manera de viajar por el desierto sin que la arena se los trague. Se detienen a sus orillas, lejos de sus aldeas. Xiao Xingchen se adelanta tanto como puede y deja que el viento le ondee el cabello, y que las mangas del hanfu vuelen libres como las alas de los pájaros; los faldones ondean también y él se convierte en una figura etérea, huyendo de la nada, en la lejanía.

Hasta que se detiene al borde del río y voltea hacia atrás, para asegurarse de que Song Lan todavía lo sigue, todavía va a su encuentro.

Lo espera todavía montado, hasta que Song Lan llega.

Siempre ha sido un caballero, siempre ha tenido modales perfectos. Siempre ha sido demasiado Song Lan. La manera en la que suelta las riendas, la manera en que desmonta y se aproxima hasta Xiao Xingchen. La manera en que le extiende una mano y Xiao Xingchen, en vez de estrecharla, se lanza hacia sus bazos.

Song Lan lo levanta en volandas, allí donde nadie los ve. Donde sólo hay río, sabana y, más lejos, las dunas. La caravana siempre tarda horas enteras en alcanzarlos.

Antes de bajar de la montaña, Xiao Xingchen era mucho más reservado, mucho más guardado. Soñaba con ser un héroe y los héroes siempre son criaturas inalcanzables, más allá de todo lo terrenal. Los poemas muestran a figuras míticas, cuyas hazañas se leen en voz alta. Figuras que cabalgan a las orillas del río, siempre demasiado rápido como para ser alcanzados. La humanidad se les desdibuja en hazañas.

«Ten cuidado cuando seas un héroe», advirtió Baoshan-sanren, alguna vez.

«Cuando» y no un «si eres» condicional.

«Nunca olvides esto», y le puso una mano en el corazón, «no traiciones a tu honor, no olvides la bondad, ni la rectitud. No olvides tu corazón, entre tus costillas. No ignores lo que te dice. Nunca te entregues al mal, Xiao Xingchen».

Song Lan lo mantiene anclado a la tierra, es quien no lo deja perderse en el viento. Es el ancla que lo recibe, con la mano estirada y los brazos que se abren cuando Xiao Xingchen se lanza en ellos.

Song Lan es quien tiende las túnicas externas de los hanfus sobre la ribera del río, quien desanuda el cinturón de Xiao Xingchen con todo cuidado, para luego dejarlo tenderse sobre la tela suave y besarlo.

Nunca hubo nada más sencillo que enamorarse.

La delicadeza con la que los dedos de Song Lan le recorren el cuerpo, una delicadeza casi metódica. La sonrisa casi imperceptible que tiene su rostro antes de besarlo.

Xiao Xingchen siempre piensa que nadie más puede observar al general de aquella manera, que nadie más atisba la vulnerabilidad. Y los dedos de Song Lan le recorren el cuerpo y sus labios también y quedan las marcas de los dientes del general por todo el pecho de Xiao Xingchen, como un testimonio de lo que ocurre cuando nadie más mira, de los jadeos que nadie escucha, del «Song Lan» que Xiao Xingchen deja escapar con la cabeza echada para atrás.

Cuando la caravana los alcanza, están sentados en la ribera del río, esperando.

Desde el corazón del desierto hasta la fortaleza del norte, son cinco días moviéndose siempre cerca del río, sin internarse demasiado en las dunas.

Song Lan y Xiao Xingchen escapan cada que pueden.


Cuando las heridas de Xue Yang están casi cerradas y puede volver a moverse, camina en la retaguardia más seguido de lo habitual. A veces cojea, cuando llevan demasiado tiempo caminando y es cuando vuelve a sentarse en el carro y deja que sus piernas caigan sueltas.

Xiao Xingchen lo observa; el resto de la caravana mantiene su distancia. A lo lejos, parece otro soldado del norte más, pero Xiao Xingchen puede notar las sutilidades que lo hacen diferente. Xue Yang trae la alerta siempre pintada en los ojos, otea hacia todas partes por las noches, antes de dormir.

No se le acerca nadie.

Los soldados mantienen su distancia respetuosa, sin meterse con él, sin ofrecerle un lugar. Le dejan claro que no es como ellos, que nunca lo será.

Song Lan lo observa de lejos, con los ojos entornados.

―¿Crees que fue un error? ―pregunta Xiao Xingchen.

―No ―responde el general―. No lo sé. Tú has hablado más con él.

Pero Xiao Xingchen no sabe qué decirle. Xue Yang siempre lo espera con una sonrisa a medias y respuestas a preguntas que Xiao Xingchen nunca formuló. Siempre está dispuesto a mostrarle el horror de todo lo que ignora, a hablar de sus antiguos amos, los Wen. Hay cosas que todavía omite.

Xiao Xingchen no sabe qué lo llevó hasta Ciudad Sin Noche, la fortaleza de los Wen, ni qué hizo que lo marcaran. Xue Yang tampoco habla de Jin Guangyao. Habla de los horrores que presenció, pero nunca de los que se atisban en su propio cuerpo. Xiao Xingchen se sabe ya el mapa de sus cicatrices y ha observado que le falta un dedo. Xue Yang nunca menciona nada de eso, ignorando deliberadamente a su propio cuerpo.

―No lo sé, Song Lan, no lo sé.

No le quita la vista de encima a Xue Yang.

Qué otros recovecos se esconden entre su piel, cuáles son las historias que no cuentan.

―Vigílalo de cerca si tienes dudas ―pide Song Lan―, hazlo tu guardia personal, tu mandadero. Lo que sea necesario. De todos modos, no creo que esté a salvo en los cuarteles, no con los soldados. No aún.

―Quieres que lo traiga pegado a mí, como si fuera un perro guardián.

Song Lan sonríe un poco y sólo Xiao Xingchen es capaz de notarlo.

―No creo que sea un buen perro guardián. Pero es alguien que salió de la corte de Jin Guangyao, Xingchen. No confío en ese lugar ni en sus modos. En lo que le hayan hecho. Quizá…, quizá tenga errores por los que pagar. Quizá sean incontables. Quizá no comprendamos la magnitud de sus pecados.

»Pero, Xiao Xingchen, no estamos aquí para concederle el perdón; si lo salvamos, es nuestra responsabilidad.


Notas de este capítulo:

1) Si, el tipo de elecciones al que se hace referencia al principio del capítulo son elecciones con trampa. La muerte o la supervivencia (y ni siquiera digna). Xiao Xingchen, creo, elegiría la muerte en muchos casos. Xue Yang sobrevive como alimaña. Y esa diferencia entre ellos es hermosa.

2) Song Lan, creo, es el punto medio entre ellos, capaz de comprenderlos. Demasiado recto, demasiado firme, pero capaz de observarlos y comprender. No sé. Lo iremos explorando.


Andrea Poulain