Capítulo 27: Que se lleve el viento la culpa
Cuando Xiao Xingchen siente que están lo suficientemente lejos de las garras de Jin Guangyao, se detienen. Song Lan escucha los ruidos de un pueblo, una pequeña aldea a la orilla de un río, entre la arena y el calor del desierto. Xiao Xingchen camina con él de la mano, sin dejarlo perderse, dispuesto a ser su bastón. Lo conduce por el mercado y lo escucha ofrecerse a hacer tareas para los mercaderes a cambio de un poco de comida, de sombra y unas cuantas monedas. Algunos aceptan de buena o mala gana y, al final del día, tienen enfrente un plato de comida caliente, unas cuantas provisiones, y un paquete que Song Lan pudo escuchar como envolvían, pero no adivinar lo que está dentro de él. Les sobran monedas, así que Xiao Xingchen se dirige hasta la posada y pide una habitación. «La más barata», lo escucha agregar Song Lan, sin decir nada.
La habitación huele a viejo y a polvo, pero hay una cama y aun cuando el colchón es duro es más suave que la fría piedra de los calabozos de Jin Guangyao.
Cuánto tiempo. Cuantos días.
Al final, no pudo contarlos. No pudo ver la luna en el cielo ni sentir el calor del sol todos los días. Solo recuerda. El rostro de Jin Guangyao, la mirada desapasionada del verdugo, el grito, sus ojos, la oscuridad.
—Zichen.
La voz de Xiao Xingchen llega hasta sus oídos llena de reservas, de miedos, de dudas, tenue. Pareciera que en su garganta se esconden todas las preguntas que no se atreve a pronunciar.
—Compre algo en el mercado. Para ti.
Acerca un paño hasta las manos de Song Lan y lo desenvuelve con cuidado, depositando sobre sus manos los contenidos. Es un guan muy sencillo, con una horquilla, como el que le quitaron en los calabozos, dejando suelto su cabello, quedándose con su dignidad. Sospecha que Xiao Xingchen también perdió el suyo y, cuando éste quita de sus manos el guan y la horquilla, alza la mano, buscando su cabeza. No está recogido, cae suelto, como una cascada.
¿Cuántas personas lo han visto, Xingchen, lo que sólo yo pude ver antes y ahora tan solo puedo sentir entre mis dedos?
—¿Puedo peinarte?
—Úsalo tú —responde Song Lan.
—Zichen… Conseguiré una cinta. No importa. Déjame peinarte.
—Úsalo tú —insiste Song Lan. No importa cómo me vea, quiere decirle, la gente perderá el interés cuando vea la venda en mis ojos.
—Zichen. Permíteme peinarte, por favor… —Hay una inflexión en la voz de Xiao Xingchen que Song Lan conoce muy bien. Sus dedos se dirigen hasta sus mejillas y ahí encuentra las lágrimas traicioneras del príncipe de la montaña—. No pude hacer nada por ti. Confié. Confié en la palabra del rey de reyes. Dormí acurrucado en tu lecho y no pude hacer nada por ti. Permíteme ser una buena esposa. Seré una buena esposa para ti. Zichen.
Al final, se lo permite. Sus lágrimas corren también entre sus dedos y Song Lan no soporta pensar en su rostro lloroso y en no poder verlo, no poder besar el lugar exacto de sus lágrimas, buscando borrarlas.
Xiao Xingchen tiene manos gentiles y las usa para recoger una parte de su cabello y peinarlo con delicadeza, colocando el guan y la horquilla.
—Conseguiré ropa nueva —dice—. Limpia, que no lleve nuestros emblemas. No nos encontrarán. No ahora. No antes de que volvamos a la fortaleza del norte.
—Mmm.
Song Lan no tiene fuerzas para decir nada. Sus manos recorren el rostro de Xiao Xingchen desesperadamente hasta que puede conciliar el sueño. Por qué no puedo verte, al menos una vez, una vez más. Las yemas de sus dedos limpian las lágrimas que sus labios no pueden besar.
Y, por primera vez en más de tres lunas, Xiao Xingchen se acuesta en su pecho y duerme escuchando su corazón.
En algún momento, Song Lan se da cuenta de que Xiao Xingchen se dirige hacia las montañas. Toma un desvío del camino del norte y lo va conduciendo por la cordillera que bordea al desierto. El camino es lento y tortuoso, pero Song Lan no pregunta sus razones. Xiao Xingchen no las explica.
Aferra su mano y, a veces, Song Lan siente como tiemblan sus dedos. Por las noches lo aferra y suplica: «permíteme ser una buena esposa». De entre sus labios se escapa una culpa que lo desborda, en sus lágrimas saladas Song Lan puede probar el arrepentimiento el dolor.
No sabe cómo cambiarlo, como hacerlo mejor.
Una noche, Xiao Xingchen aferra su mano y, por sus movimientos, Song Lan adivina que se ha arrodillado frente a él.
—Es mi culpa —musita—, yo confíe. Deberías odiarme.
—No, Xingchen.
—Creí que podía amarme, Zichen. Es mi culpa.
—Xingchen…
—¿Cómo pude creer que podía…? Cómo me atreví a amarlo, a corresponderlo. Es mi culpa, todo esto. Te lo compensaré.
—No es necesario.
Pero Xingchen súplica y sus lágrimas silenciosas mojan sus dedos y el dorso de su mano.
—Permíteme ser una buena esposa. Te traicioné y traje la desgracia. Permíteme compensarlo, pagarlo.
—Xingchen.
«Te entiendo», quiere decirlo, «yo también lo vi a los ojos, yo también creí, yo también escuché sus súplicas». No se atreve a decir «no es tu culpa» y el corazón le duele por ello. Algo se clava en su pecho cuando entiende que no puede decirlo. No sabe si podrá volver a pensar en la imagen de Xingchen leyendo en el jardín y a Xue Yang escuchándolo sin querer detenerlo, suplicarle que no sea tan crédulo y recordarle que los buenos sueños rara vez son lo que parecen.
—Desde hoy en adelante, seré una buena esposa —promete Xiao Xingchen—. Te lo compensaré, Zichen, te lo compensaré todo.
¿Cómo puedes compensar un corazón roto, Xingchen? Te atreverás, acaso, a compensar la sangre que se derramará cuando Jin Guangyao declare la guerra, cuando nos declare traidores.
Xiao Xingchen se arrodilla.
—Deberías castigarme —musita—. Nunca supe ser una buena esposa.
Song Zichen no responde, tan solo aferra su mano. No puede responder. Una buena esposa, Xiao Xingchen, no se hubiera puesto en riesgo por mí.
—Ah, Song Zichen, veo que mi hijo ha cuidado de ti.
Hay un dejo de tristeza en la voz de Baoshan-sanren que Song Lan siente en sus entrañas. Quizá, en ese momento, hubiese preferido no dejar a Xiao Xingchen bajar nunca de la montaña.
Pero bajó, y el tiempo no puede detenerse.
Ahora que ha vuelto. Song Lan escuchó el crujir de las hojas secas cuando se arrodilló ante su madre y suplicó: «por favor, salve a mi marido, por favor». La culpa lo está comiendo por dentro y Song Lan no tiene fuerzas para enterrar una mano en su cabello, acariciarlo delicadamente y decirle: «no tienes la culpa de nada». No puede. Piensa en Xue Yang, en los golpes en su espalda, en la sangre, en Xiao Xingchen pidiendo piedad. No hubieras podido decirle que no, general, por eso lo pidió.
«Por favor», dijo Xiao Xingchen, con la voz templada, evitando que se rompiera en su garganta, «salve a mi marido».
Song Lan nunca sabrá con qué rostro miró a la princesa que lo adoptó y le dio un título real por el que más tarde todos los reyes del desierto lo verían con recelo. No sabrá si hubo luz en sus ojos o no, si hubo esperanza o tristeza, ni de que tamaño fue esta. Sabrá, sin embargo, que se detuvo el viento al escuchar las palabras de Xiao Xingchen. «Por favor».
Una súplica. El mundo se detiene a escuchar.
—Lo siento, su Alteza —murmura Song Lan—. Intenté cumplir mi juramento.
Baoshan-sanren suspira. Song Lan no puede verla, pero la recuerda a la perfección. Una mujer de facciones duras, con la gracia de los inmortales. La única vez que la vio, ella lo hizo subir a la montaña.
«Te concederé la mano de Xiao Xingchen, Song Zichen», había dicho esa vez, «si juras que ningún daño lo tocará».
«Lo juro». Con el tiempo, fue la promesa más sencilla que hizo.
—Sin embargo… —Baoshan-sanren no da muestras de haber escuchado sus palabras—, ¿estás dispuesto a pagar el precio de lo que pide, Song Zichen? Él lo está, pero tú… —Vuelve a suspirar—. Es mi hijo, Song Zichen, he visto la culpa con la que te mira. El temblor de sus manos cuando sus ojos se posan en ti y en esa venda que traes en los ojos.
»Espero puedas perdonarlo. Ha pagado el precio.
Song Lan es doblemente traicionado por los dos hombres a los que ama cuando abre los ojos después del letargo. A su lado, Xiao Xingchen espera y una lágrima de sangre corre por sus mejillas después de escapar desde la venda blanca que ahora cubre sus ojos. Está arrodillado a un lado de su lecho y espera.
Es la primera vez que Song Lan lo ve desde que el rey de reyes se lo llevó a la fuerza de la fortaleza.
Sus mejillas están hundidas y sus manos se notan huesudas. No cabe duda de que está agotado.
—¿Zichen? —llama, al escuchar el movimiento.
Pero Song Lan no responde. No puede.
Comprende demasiado tarde que Baoshan-sanren es incapaz de negarle una súplica y comprende también el precio que le ha puesto a su culpa. Se ha abandonado a la deriva, sin importarle su propia vida, considerándose responsable de todas las tempestades. Cuando entiende, Song Lan desea gritar.
—¿Zichen? —vuelve a llamar, y la voz le tiembla—. Lo siento. Era lo único. He pagado, Zichen… —Ahoga el sollozo que nunca llega a salir y otra lágrima corre en sus mejillas—. He pagado mis malos juicios, el peligro en el que nos puse. Es mi culpa, Zichen, déjame cargar con ella.
¿Tan poco se considera a sí mismo el héroe que entrega sus ojos?
—¿Por qué? —y sale la pregunta llena de furia.
—¿Zichen?
—¿Era esto lo que planeaste desde que empezaste a desviarte en el camino? Sin decir nada, sin confesar, entregarte entero para expiar tus pecados.
—Zichen… —suplica—, he pagado. Lo siento. Fue mi responsabilidad.
—¿Tan poco consideras importarme que crees que tu pecado exige esto? —Parpadea y la luz lo ciega. Es demasiada. Se pregunta si así ve Xingchen, si el mundo a través de sus ojos es diferente—. Este precio tan alto…, ¿fuiste el único en enamorarte, Daozhang? ¿Quieres cargar con la responsabilidad de la traición en tus hombros?
—Si nunca hubiera…
Las manos de Xiao Xingchen tiemblan y él aprieta los puños para disimularla, aunque frente a Song Lan sea inútil. El general ve el gesto y lo reconoce de la misma manera que reconoce cada pequeño detalle sobre su marido. Nadie te conoce tanto como yo, príncipe de la montaña.
Y sin embargo, esperé que no desearás salvarme.
—Bien, has pagado. Importa tan poco tu vida que deseas cargar la traición en tus hombros, Alteza, te lo concederé. —Song Lan aprieta los dientes, infinitamente dolido. Xiao Xingchen nunca preguntó y el general no murmuró en su oído las palabras que ansiaba escuchar, la expiación necesaria. Ahora, quizá, no las pronunciará nunca—. Has pagado. Tus deudas están saldadas. —Song Lan se pone en pie—. No te repudiaré porque sería traicionar la promesa de casarme contigo que hice a la princesa de la montaña, pero a partir de hoy, Xiao Xingchen, no serás responsable de mí como yo tampoco lo seré de ti. Entre nosotros no quedan deudas, ni traiciones.
Su voz es innecesariamente cruel, y lo sabe. Observa el momento exacto en el que Xiao Xingchen se rompe y es incapaz de contener el sollozo en su garganta.
—Seremos esposos sólo en el nombre, Xiao Xingchen.
«Y no volverás a destrozarte por mí».
Notas de este capítulo:
1) Creo que es complicado explicar por qué en esta versión Song Lan se enoja tanto, pero hice mi mejor esfuerzo: no puede concebir que a Xiao Xingchen le importe tan poco su propio bienestar que está dispuesto a entregarle sus ojos (algo que no puede revertir y sobre lo que no le pidieron su opinión) y también siente que es egoísmo que Xiao Xingchen desee cargar con toda la culpa: ¿acaso fuiste el único en enamorarte, Daozhang?
2) Song Lan es tan innecesariamente, cruel… ay. Por favor les suplico que se comuniquen. Sin mentiras ni verdades a medias, comunicación… En fin, su falta de asertividad nos hará sufrir a todos.
Andrea Poulain
