Remus cerró los ojos por un momento, sumido en una mezcla de asombro y esperanza. Al abrirlos de nuevo, se encontró sorprendido al notar que estaban de vuelta en el mundo de los vivos. Aunque la noche estaba envuelta en oscuridad, la brillante luna llena iluminaba el cielo, cautivando su mirada.

Sirius también dirigió su mirada hacia la luna, sonriendo levemente como si hubiera extrañado su presencia con fervor. No pudo contenerse y se dirigió a Remus con otro cumplido lleno de encanto. "La luna está tan hermosa como tú, querido", expresó, notando cómo Remus se sonrojaba ante sus palabras. Sirius quedó sin palabras ante la ternura que irradiaba su amado.

"Sirius, ¿puedes esperarme aquí?", le pidió Remus, notando la curiosidad en los ojos de su esposo mientras entrelazaban sus manos. "Volveré, solo necesito buscar algo antes de regresar", le aseguró mientras se soltaba de su abrazo.

Sirius lo observó con cierta ansiedad, esperando pacientemente en un tronco viejo. El tiempo pasaba y Remus aún no regresaba. Fue en ese momento que el gusano en el cerebro de Sirius decidió hablar.

"Ese chico no me da buena espina, Sirius", expresó el gusano con seriedad, preocupado por el bienestar de Remus.

"Ese chico no me da buena espina, Sirius", respondió Sirius, confiando en las palabras de su esposo y buscando tranquilizar al pequeño gusano.

Sin embargo, las palabras del gusano resonaron en la mente de Sirius, y una inquietud comenzó a crecer dentro de él. "Yo diría que vayas tras él, algo me dice que nada esta bien". Siguiendo su instinto, decidió ir tras Remus, siguiendo las huellas que este había dejado en la nieve.

Remus corrió apresuradamente hacia su casa, esperando encontrar a sus padres esperándolo ansiosos. Sin embargo, al llegar y abrir la puerta despacio, fue recibido por una oscuridad y una quietud inquietante. La casa parecía sumergida en una aura de soledad que lo envolvía.

Con el corazón latiendo rápidamente, Remus llamó a sus padres en voz alta, esperando escuchar sus voces en respuesta. Pero solo el eco de sus propios pasos resonaba por los pasillos vacíos.

Después de recorrer la casa en busca de alguna señal de sus padres, Remus llegó a la sala de estar abandonada. Un mueble exhibía varias fotos de la familia, entre ellas una en particular que los mostraba a los tres, sonrientes y felices. En esa imagen, Remus notó que sus padres lucían orgullosos pero sin dejarse llevar por el reconocimiento de los grandes o la aprobación de la realeza.

Las lágrimas llenaron los ojos de Remus mientras sostenía la foto entre sus manos, rememorando los momentos de felicidad compartidos en el pasado. La tristeza y la incertidumbre se hicieron presentes en su corazón, preguntándose dónde podrían estar sus padres y qué les habría sucedido.

Remus sostuvo la fotografía junto a su pecho, abrazándola con ternura antes de guardarla en uno de sus bolsillos. Estaba a punto de dar la vuelta para regresar al bosque cuando su mirada captó una hoja doblada en uno de los sofás de la sala. Lleno de curiosidad, tomó la hoja y comenzó a leer las elegantes letras impresas en ella.

Las palabras en la hoja le golpearon como un puñetazo en el estómago. Decían: "Estamos de acuerdo en comprometer a nuestro hijo, Remus Lupin, con la dama Narcissa Black, para unir nuestras familias y obtener beneficios propios".

La garganta de Remus se sintió seca y oprimida mientras una mezcla de emociones lo inundaba. Por un lado, la traición y la manipulación detrás de ese compromiso matrimonial lo enfurecieron. Por otro lado, sintió una tristeza abrumadora al pensar en cómo su relación con Narcissa se había vuelto incierta y preocupante.

Remus sintió una profunda necesidad de explicarse y disculparse con Narcissa. Sabía que no podía casarse con ella, bajo las circunstancias en las que se encontraba. Decidido a afrontar las consecuencias de sus acciones, se dirigió a la mansión Black para tener esa conversación con ella.

Al llegar a la mansión, se dio cuenta de que no podía ingresar por la puerta principal. Sin embargo, desde un balcón abierto, sintió la esperanza de que allí podría encontrarse Narcissa, dolida y triste por la situación. Este pensamiento lo invadió de arrepentimiento y determinación.

Remus observó una larga enredadera que colgaba de las paredes y el balcón de la mansión. Sin vacilar, comenzó a escalar, aferrándose con fuerza a las ramas y plantas que lo ayudaban a subir. Cada movimiento fue un recordatorio de su determinación y su deseo de enfrentar la verdad y compartir su sincera explicación con Narcissa.

Remus aliviado llegó hasta el balcón, pero perdió el equilibrio cuando intentó poner un pie en él, haciendo mucho ruido al caer. Se levantó rápidamente y notó a Narcissa sentada en un sofá, dándole la espalda. Decidió entrar y llamó su atención, causando que ella se volviera y lo viera en un estado desastroso.

"¡Remus! ¿Dónde has estado? ¿Por qué estás tan sucio?" preguntó Narcissa, frunciendo el ceño mientras le echaba un vistazo.

Remus apartó los brazos de Narcissa cuando esta se acercó para examinar su estado. "Narcissa, te debo una gran disculpa por mi comportamiento en el ensayo. Estaba muy nervioso", confesó, mirándola con ojos llenos de tristeza.

"Remus..." pronuncio ella, incrédula pero Remus la interrupio.

"Narcissa, yo no puedo casarme contigo", le susurró, y ella se separó de él con disgusto en el aire.

"¿Por qué no puedes?" exclamó Narcissa, abriendo los ojos con asombro y desprecio. "¿Entonces hay alguien más? ¡Estabas en brazos de otro hombre!" le recriminó con enfado y acusación.

Remus sintió la desesperación y la angustia crecer en su pecho mientras intentaba explicarse. Había herido a Narcissa profundamente, y ahora debía enfrentar las consecuencias de sus acciones.

"¡Si...pero no! El asunto es complicado", trató de encontrar las palabras adecuadas, pero Narcissa se alejaba disgustada de él.

"Remus, lo que me estás diciendo es inhumano. ¿Cómo puedes hacer esto?", lo acusó con desprecio en su voz, mostrando su aversión por haberse involucrado con alguien así.

Sin embargo, la conversación se vio interrumpida por la llegada de alguien inesperado, alguien que ya había cruzado al mundo de los muertos. Narcissa dejó escapar un grito al verlo, sorprendida e incrédula. ¿Cómo era posible? Remus también volteó y se encontró con Sirius, quien había hecho su aparición.

"Remus, cariño, ¿quién es ella?", preguntó Sirius confundido por la presencia de Narcissa.

"Sirius... yo..." pronunció Remus, sintiendo los nervios apoderarse de él.

"Soy su prometida, ¿no es así, Remus?" dijo Narcissa, al recuperarse del susto inicial. Determinada a no dejar que la conciencia de Remus estuviera en paz, afirmó su posición con una mirada desafiante hacia Sirius.

"¿Qué?", exclamó Sirius, sin entender lo que estaba sucediendo, pero sintiendo un profundo dolor en su corazón al darse cuenta de la situación.

Remus intentó decir algo, pero antes de que pudiera hacerlo, se encontró atrapado en los brazos de Sirius, quien estaba visiblemente enfadado y lo miraba con ira en sus ojos. En un susurro, Sirius pronunció la palabra "Infernaculo", y ambos desaparecieron por completo ante la mirada atónita de Narcissa.

.

.

.

.

Remus y Sirius regresaron al mundo de los muertos, pero la discusión sobre lo ocurrido en el mundo de los vivos pronto se hizo presente entre ellos.

"¿Así que regresamos allí solo para que te reúnas con esa mujer?", recriminó Sirius con sospechas, sus ojos cristalizados por la duda y la desconfianza.

Remus se sintió destrozado por dentro, deseando poder explicar las circunstancias y demostrar que todo fue solo un malentendido en el momento. Pero las palabras parecían escaparse de su alcance en medio de la tensión y la creciente brecha entre ellos.

Remus miró fijamente los ojos de Sirius, llenos de dudas e interrogantes. "No, el asunto está entre nosotros porque somos diferentes", declaró, tratando de aclarar la complicada situación.

Sirius, desconcertado, preguntó: "¿Diferentes en qué?"

"Incluso con todo lo que compartimos, tú estás muerto y yo estoy vivo", respondió Remus, sintiendo cómo sus palabras llenaban el aire de un silencio tenso. Pronto, se dio cuenta del impacto de sus palabras y trató de retractarse: "No, Sirius, no quise decir eso..."

Pero ya era demasiado tarde. Sirius se alejó sin decir una palabra, dejando a Remus solo, en medio de la calle, con la mirada fija en la dirección en la que su amado novio muerto se había ido.