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A mi me gustan como tú
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—Un onigiri de salmón… puede ser, de atún igual. Que sean dos
Canturreó, muerto de hambre.
Con el estómago rugiendo, se aventuró a la tienda de conveniencia, situada a unas pocas cuadras de su casa, a la que casi no solía ir. Caminó por los pasillos con ansias, escogiendo todo lo que llamaba su atención. El antojo y el hambre eran grandes. Se movía entre los estantes, balanceándose para mantener el equilibrio evitando que sus preciados antojos se escurrieran de sus brazos. Nunca agarraba una canasta, complicarse la vida era su especialidad.
Estaba agotado, el entrenamiento había sido especialmente duro ese día, el campeonato estaba cerca y su maestro estaba determinado a hacerlo sufrir hasta llegar a su límite.
Y por lo mismo moría de hambre.
Examinó con interés los productos de las estanterías, evaluando sus opciones. Sus ojos se movían de un artículo a otro pensando en qué otra cosa podría llevar. En ese momento, era su estómago quien tomaba las decisiones por él.
Alzó la mirada y observó a su alrededor.
¡Los panes!
Caminó feliz y despreocupado al pasillo de panadería, mientras escuchaba una de sus canciones favoritas con sus enormes audífonos puestos.
Se le antojaba un meronpan, sus favoritos.
Y debía apresurarse porque siempre eran los primeros en acabarse. Para las cinco de la tarde se terminaban, y siendo apenas las cuatro, de seguro aún quedaba alguno en solitario.
Además de que debía llegar pronto a casa.
Comer, bañarse y descansar estaba en su lista de cosas qué hacer antes de salir a su cita de la noche. Motivado por lo que le esperaba en un par de horas, apresuró su pasó, tarareando una canción.
Hoy en la noche le esperaba otro tipo de entrenamiento, uno que había estado esperando son ansias durante toda la semana. Y es muy necesario destacar que su compañera de entrenamiento no era nada más que una china exuberante que había conocido hacía apenas tres meses en un torneo de artes marciales mixtas.
Desde que habían cruzado miradas aquel día, los casuales encuentros no se habían detenido. Empezaban con besos candentes y terminaban en sesiones de sexo exhibicionista en lugares públicos. No era algo que él solía hacer, pero con aquella mujer no podía evitarlo. Ella siempre iniciaba, era un fetiche suyo, hacerlo cuando alguien podría cacharlos en el acto. Y él no podía negarse, vaya que no. La mujer era exquisita, digna de una portada de revista. Sus curvas estaban tan bien dotadas que era imposible no mirarla. Tenía unos ojos gatunos sensuales que le invitaban a hacer lo inmencionable con ella. Era el sueño húmedo de cualquier hombre, y él la tenía.
La tenía, sí, físicamente. Porque mental y emocionalmente, él se estaba aburriendo.
No había una conexión más allá de la sexual entre ellos. Sus citas eran todo lo mismo, comer y coger. Era impresionante, preciosa y complaciente, cocinaba a morir. Aunque disfruta de su compañía, secretamente anhelaba algo más. No necesariamente con ella, pero sí buscaba, inconscientemente, algún tipo de conexión especial con una chica. Sin embargo, nunca lo había experimentado. Salía con cuantas mujeres podía, ya fuera por una semana, dos meses, seis meses… un año a lo máximo. Pero el aburrimiento, la falta de motivación para mantener esas relaciones más allá de lo carnal, lo llevaban a ponerles fin.
Y con la china estaba ocurriendo lo mismo.
Al menos estaba de ensueños.
Lo que tenga que durar, pensó.
Llegó al pasillo del pan ¡Quedaba UN meronpan! ¡UNO!
Pero, por desgracia, un estorbo estaba enfrente de los estantes, acaparando todo el espacio con el enorme abrigo que traía puesto y mil bolsas de compras que cargaba consigo.
Ranma se quedó esperando a que aquella persona eligiera su pan y se largara de ahí, pero no lo hacía. Aquel bulto extraño de abrigos se estaba tomando su tiempo para escoger qué llevar, sin consideración alguna por lo demás.
Un bufido de molestia se escapó de sus labios, esperando que con ese claro mensaje el estorbo frente de él se quitara. Pero el abrigo con piernas ni se inmutó.
Sus ojos estaban fijos en ese pan, en ese único y delicioso pan. Hastiado, extendió su mano, por encima del pequeño bulto estorboso, y lo tomó. Pero justo en ese preciso momento, una mano pequeña y ágil chocó contra la suya, compitiendo por el mismo botín, pero él, con una destreza rápida y decidida, aseguró el pan consigo antes de que pudiera arrebatárselo.
—¡HEY! —escuchó quejarse—. ¡Eso es mío!
El bulto podía hablar y tenía una voz aguda y chillona.
Unos enormes ojos castaños, enmarcados por las más espectaculares pestañas, lo voltearon a ver con una clara molestia.
El estorboso bulto era una chica.
Y una chica muy bonita. Tenía el enorme y molesto abrigo hasta el cuello, con el gorro cubriendo por completo su cabeza. Pudo notar que tenía el cabello corto, hasta su mandíbula, unas mejillas adorablemente rojas por el frío y unos labios rosas perfectamente delineados.
Sintió escalofrío, un toque de electricidad recorrerle la espalda.
—Era —respondió, bajándose los audífonos con un rápido movimiento de cabeza—. Mejor dicho, nunca lo fue.
—¡Yo estaba aquí primero! —exclamó.
—Estorbando —señaló.
—¡Yo agarré primero el meronpan!
—Nooup —arrastró su negación—. Yo fui más rápido, estabas tardando una eternidad en decidirte ¡Es un bendito pan, por dios! Así que pierdes, por lenta e indecisa.
—Eres un… —apretó los puños, enfadada —¡Baka!
Él nunca había visto a una chica estando tan enfadada verse tan bonita.
—¿Baka? —repitió— Lenta, grosera, boba… —la observó de pies a cabeza— y fea.
Mintió.
Los insultos salieron al natural, se le escaparon de los labios con el único objetivo de hacerla molestar más. Le estaba resultando interesante conocer sus reacciones.
Y logró su objetivo. Pudo ver como aquellas bonitas cejas se ceñían con una palpable furia y como apretaba los dientes, evidentemente conteniendo el impulso de lanzarle un golpe a la cara.
Era divertido.
—¡¿Qué dijiste?!
Pero él sólo le dedicó una sonrisa burlona, dio media vuelta y se encaminó a la caja de auto cobro.
—¡No me ignores! ¡Roba panes!
No era la primera vez que alguien se lo decía.
Ella lo siguió de cerca, enfurecida.
Y él la siguió ignorando, pagó sus cosas, metió sus productos en una bolsa de plástico y salió de la tienda con una sonrisita petulante en la cara.
Escuchó a la chica detrás suyo, imitándolo, apresurándose para no perderlo.
Avanzó a paso pausado, como no queriendo la cosa, sonriendo, divertido, esperando a que ella lo alcanzara para que lo insultara un poco más.
—¡TÚ! ¡Idiota! —gritó ella, soltando sus bolsas de compras y apuntándole con indignación.
Apenas tuvo tiempo de girarse cuando vio un puño dirigiéndose hacia él. Lo esquivó hábilmente con un rápido movimiento lateral, aún sosteniendo la bolsa de compras. La chica, quedando cerca de él, giró ágilmente y lanzó una patada que apenas y logró evadir al inclinarse hacia atrás. Era rápida, incluso con ese desfavorable abrigo de oso panda encima. Seguro practicaba algún arte marcial.
—¡HEY! —exclamó él— ¡¿Cómo te vas así a los golpes sin más?! —Su violencia le sorprendió, pero él estaba muy divertido con todo este nuevo asunto—. Eres una bruta, violenta, como un gorila —soltó con ganas de hacerla enfadar más— Un feo gorila —rió, con burla.
Su ceño fruncido y sus labios apretados resaltaban de alguna manera sus rasgos que ahora parecían fascinantes para él. Era como si su furia realzara sus bonitas facciones, su atractivo. Sus ojos brillaban con una intensidad que lo hipnotizaron.
—¡Qué insufrible eres!
La menuda chica lanzó un segundo golpe, furiosa por sus insultos. Sin embargo, siendo él más rápido, detuvo su puño en un rápido movimiento, sosteniéndolo firmemente y acortando la distancia entre ellos. Acercó su rostro al de ella, con una socarrona sonrisa en el rostro.
—Ahora que te veo mejor… —empezó— no eres fea… —continuó— sólo tienes cara de marimacho —y concluyó sin alejarse de ella.
Ella frunció más el ceño, si es que eso era posible, y soltó un bufido de fuego.
Y él pudo notar, gracias a su cortísima distancia, los ojos más bonitos que había visto en su vida (a pesar de la furia que ardía en ellos). Su cercanía fue eclipsante, pudo sentir los vahos de vapor emanando de su boca. Cada gesto, cada expresión de enojo sólo servían para resaltar su belleza, dejándolo completamente cautivado.
Y bajo de guardia.
Un golpe bien asentado en el abdomen lo hizo caer de espaldas y regresar a la realidad.
—¡AUCH! —exclamó adolorido, mientras se sostenía el estomago con su mano libre —¡BRUTA! —gritó al ponerse de pie en un ágil movimiento —. ¿Todo por un PAN?
—¡No es por el pan, Baka! —dijo con obviedad —¡Es porque eres un grosero, insoportable, petulante de primera!
Y sí, sí era por el pan. Ella quería mucho ese meronpan, le había costado tomar la decisión y él se la había arrebatado.
Wow, pensó él.
Creyó por un segundo haber encontrado la chispa que le hacía falta para sentir esa conexión con alguna mujer. Todo su ser se iluminó por completo; había descubierto algo nuevo para él.
¿Acaso era masoquista? ¿Le estaba gustando que lo trataran mal?
No lo había considerado ni por un segundo en su vida.
¿O es que acaso le estaba gustando que ella lo tratara mal? Una desconocida de un metro sesenta, con los ojos marrones más hipnotizantes que había visto en su vida, una furia de los mil demonios y con un abrigo tan horrible como su carácter.
—Perdiste, acepta tu derrota, marimacho.
—¡No me vuelvas a llamar así! ¡Mi nombre es Akane!
Akane.
—Nadie preguntó tu nombre, fea.
Pero lo agradecía, ahora podía saborearlo.
Akane.
—Nos vemos, Akanee —Arrastró su nombre, y de la manera más infantil, le sacó la lengua y se alejó de ella, a paso apresurado.
Se había dado cuenta de algo que lo había puesto ansioso, nervioso ¿Había sido un flechazo? ¿Una de esas atracciones a primera vista? ¿Por la chica más marimacho que había visto nunca? ¿Con cero sex-appeal? Definitivamente no era el tipo de chica con la que él solía coquetear y eso lo sorprendió mucho, creyó conocerse, pero vaya sorpresa se había dado.
Le gustaban violentas y bobas.
Fuerza bruta.
Con abrigos horribles y estorbosos.
Y caras bonitas.
Y nombres bonitos.
Pero por alguna estúpida razón, sintió la necesidad de huir de ella, como un adolescente aterrado. ¿Pudo haber alargado la interacción con ella? Sí, pero sintió que era momento de dejarlo por la paz, una cosa era hacerla berrear, pero otra era que ella llegara a odiarlo. Y él no quería eso, en lo más mínimo, aunque fuese una desconocida. Una preciosa e interesante desconocida.
—¡No huyas! —escuchó a los lejos.
Él rió y giró para despedirse con un ademán burlón. Pero su risa se convirtió en sorpresa al notar como un proyectil metálico se dirigía hacia su rostro con gran velocidad. Pero sus años de artista marcial no eran en vano, y con la habilidad y rapidez que lo caracterizaban, logró detener el proyectil con su mano libre.
Bruta.
Una lata de chocolate caliente.
—¡HEY! —gritó llamando su atención —¡GRACIAS! ¡¿Cómo sabes que amo el chocolate caliente?! —Y no espero respuesta de ella, aunque lo más seguro lo insultó de pies a cabeza.
Guardó su regalo en su bolsa de compras, se colocó sus audífonos y metió sus manos a los bolsillos de sus pantalones, nervioso, ¿ansioso?
Y una canción apareció en ese momento, capturando con sus letras toda esencia de su breve encuentro con la gorila-marimacho.
Y a mi me gustan como tú… rebeldes y obstinadas.
Y sonrió.
Se detuvo y volteó a verle. Ella ya no estaba.
Definitivamente tendría que agregar a su rutina diaria venir a este konbini.
—
Hola!
Espero que les haya gustado. Es la primera vez que escribo para Ranma (soy fan desde los 9 años), y es la primera vez en 15 años que escribo algo JAJAJÁ. No me había animado, hasta hoy, que me nació una enorme necesidad de sacarme esta historia de la cabeza
Como verán, no soy tan buena escribiendo, pero es divertido ¡Y veo que el nivel ha subido muchísimo por estos rumbos! ¡Estoy IMPRESIONADA! De todos los FFs que he leído últimamente, wow.
Sobre esta historia, no sé si dejarlo en un espontáneo One shot o si tendrá algún tipo de corta continuación, ya veremos.
Espero sus comentarios.
