¿Acaso no sabes que los barcos cuentan sus historias? Varados en los puertos, juegan a empujarse unos a otros y se aburren. ¿Nunca te has preguntado lo que tienen que decirse ente sí?

Mira, allí están los grandes barcos, hablando de tierras lejanas, de batallas luchadas y ganadas, presumiendo de hombres extranjeros derrotados, mostrando en los mástiles sus colores y su linaje. Por aquí las barcazas, hablando de viajes por el rio y de comercio, de precios, de sus negocios– especias, quizás, o telas, o algo acerca de pescado; y entre todos ellos, bailando sobre el agua, están los pequeños botes, oyéndolo todo y repitiéndolo todo.

Sí, si pudieses escucharlos, los barcos te contarían sus historias y no todas ellas son extraordinarias: hay historias corrientes de gente importante, o grandes historias de gente corriente, y algunas historias son ordinarias en sí mismas.


Yo conocía bien a la mujer, porque había navegado conmigo desde la infancia, bailando sobre mi cubierta, riéndose al sentir la espuma salada sobre su cara. Y supe, por sus primeros pasos inciertos, que su compañero no era marinero. Subió a bordo con un andar pesado y las yemas de los dedos iban tocando el pasamanos tras él. Ella no se detuvo y subió a bordo. Luego se giró y le ofreció la mano. Él afianzó su posición, se enderezó y se estiro hacia delante, pero ella estaba ligeramente fuera de su alcance. El hombre suspiró.

— Vamos, mi señor. No hay nada que temer.— sonrió ella

— Soy bastante consciente de eso, mi señora.— dijo él con el ceño fruncido.

— Entonces tomad mi mano.

Él soltó el pasamanos y se inclinó hacia delante. Hubo un largo e incierto momento…y entonces ella lo cogió y él pudo dar un paso hacia delante con seguridad.

— Ya está,— dijo ella con los ojos brillantes, — Ya estáis a bordo. Ahora podemos zarpar.

Ella lo condujo un par de pasos sobre la cubierta dónde él agarró con ambas manos la barandilla y cerró los ojos. Todavía no habíamos levado anclas.

— Os prometí buen tiempo,— dijo ella, tras unos instantes. —Y ved lo calmada que está el agua! Una hermosa mañana para navegar.

Él abrió los ojos y aclaró la garganta.

— Ciertamente.

Comenzamos a movernos y sus nudillos se pusieron todavía más blancos. Ella bajó la vista hacia sus manos y sonrió; luego miró sobre las aguas y se echó a reír. Él apretó los labios mientras la miraba.

—Me preguntó qué es lo que os divierte tanto.— dijo.

—El mar—murmuró ella mirando a la distancia. —Siempre ha aligerado mi corazón.

Y aunque la expresión de la cara del hombre continuó siendo imperturbable, me pareció que la mirada en sus ojos se había suavizado.

—Entonces yo… me alegro— replicó él y se giró para contemplar las profundas aguas.

Ganamos velocidad, dejando el puerto bien atrás, y entramos en aguas más bravas. Él tragó saliva con fuerza.

—Me temo que no estoy siendo una buena anfitriona— dijo ella con tono ligero, —!Venid! Os enseñaré el barco.

—Ya os habéis molestado… suficiente… preparando este viaje, señora. No quisiera incomodaros más todavía.

—No es molestia,— dijo ella, y creo que sus labios ocultaron una sonrisa al decir. —Y ciertamente creo que disfrutaré haciéndolo.

—Finduilas...

¿Me acompañáis, señor?

Ella le ofreció su brazo. Y puesto que era evidente para cualquiera que él no era capaz de decirle que no, no fue mucha sorpresa el que él lo cogiera. E incluso intentó mostrarse gentil. Y así, juntos, recorrieron – despacio – mi cubierta.

—Temía,— dijo ella, mirando a todas partes menos a él, —que no tendríamos oportunidad de pasar tiempo juntos antes de que partieseis. Mi padre parece haberos mantenido particularmente ocupado.

—Teníamos mucho que discutir.

Dimos un vaivén. Él, que estaba en mitad de un paso, se aferró a ella. Ella permaneció tranquila.

—Y así, vos partiréis por la mañana y yo apenas os habré visto

— Es mi pérdida, mi señora,— dijo él con cautela.

—Sois muy amable conmigo, señor— sonrió ella. —Y cuando supe, de labios de mi padre, que antes de partir teníais intención de "buscar un rato" para mí esta mañana, supe que me correspondía a mí hacer que nuestro tiempo juntos fuese memorable. Espero que esto,— dijo agitando la mano a su alrededor, —compense vuestra amabilidad conmigo adecuadamente.

Dimos otro vaivén. El palideció.

—Porque qué,—continuo ella serenamente,—puede ser más agradable que una mañana pasada en la mar, respirando el aire salado, meciéndonos suavemente con las olas, arriba y abajo, arriba y abajo…

—¡Mi señora!— dijo él con tono urgente y luego se detuvo.

—¿Qué queréis, mi señor?'

—Volvamos…— el hizo un gesto con el brazo que le quedaba libre. —Volvamos a la barandilla.

—Por supuesto.

Regresaron despacio y mientras lo hacían, ella agitó la mano en dirección al capitán para indicarle que debían seguir navegando.

—Creo,—señaló ella, mientras las olas del mar se elevaban más que antes y la mano libre del hombre trataba de agarrarse a algo, —que es posible que lamentéis haber desayunado con tanto entusiasmo. Madre pretende dar un festín de despedida para vos esta tarde; un par de patos, creo, aunque yo habría hecho una elección diferente, puesto que los cocineros, en mi opinión, siempre preparan el pato con bastante grasa…

—Finduilas, os lo suplicó, ¡dejad de hablar!

Ella alzó las cejas.

¿Os casareís conmigo? ¡Responded rápido, mujer, porque voy a vomitar!

— Cómo,— dijo ella, calmada como un estanque, —podría negarme. Y ahora, señor, por la borda, si os place.

Él se inclinó suplicante sobre la barandilla, manchando mis maderas a conciencia y la mujer apoyó el brazo sobre sus hombros.

La echaríamos de menos en Belfalas, pero de todas las mujeres de Gondor era apropiado que ella ocupase el primer puesto. No la habríamos cedido a un hombre de un linaje menor, así que se la entregamos con alegría, aunque no fuese un hombre de mar. Es algo que no se le puede reprochar. Los barcos, amarrados en el puerto, cuentan sus historias. Elendil tampoco se acostumbró nunca al mar.