¡Buenas! Soy Nessy. Tras varios años sin subir nada, al final me animé a escribir este fanfic que está basado en la princesa Blaeja, la hija del rey de Northumbria, que se casó con uno de los hijos de Ragnar Lothbrok: Sigurd Serpiente en el Ojo. Después de que el rey Aelle arrojara a Ragnar a un pozo lleno de serpientes según las sagas, sus hijos lo mataron para vengarse y Sigurd se casó con Blaeja.
Esta historia se ambienta en el momento después de la muerte de Ragnar. Me intrigó muchísimo el personaje de Blaeja y como me gustó Sigurd quise escribir un fanfic sobre la que sería su esposa.
Esta es una versión alternativa de la historia que publiqué años atrás con el mismo título. Se trata de una versión mucho más larga, con muchas escenas escritas de forma mucho más detallada y con varios puntos de vista. El argumento también difiere bastante. En la anterior versión el personaje de Blaeja era la versión femenina de Tyrion Lannister. En esta le di a su personalidad un cambio radical para que fuera más original.
Me gustaría aclarar que esta pequeña historia, que tan solo contará con siete capítulos, es pura ficción. Está inspirada en personajes históricos, pero no basada en ellos. Todos los hechos narrados en este relato son inventados por mi, así como la mayoría de los personajes que aparecen en él.
Una de las razones por las que decidí incluir tantos personajes nuevos es porque en la época medieval las familias eran muy numerosas, y quedaría poco verosímil que de los miembros de la realeza de Northumbria solo incluyera los pocos que aparecen en la serie. Otra de las razones es que amo los dramas familiares y por eso quise incluir a tantos XD
También me gustaría aclarar que el verdadero nombre de la princesa es Heluna. El nombre de Blaeja (o más bien apodo) es el que adoptó haciendo alusión al color oscuro de sus ojos. Así que no os extrañe que llame a la protagonista Heluna. Y sin más dilación, ¡a disfrutar! :D
...
-¡¿Que quieres que haga qué?!
Aelle detestaba la actitud desmesurada de aquella mujer que caminaba a su lado. Ella sabía que estaba sacando a relucir ese carácter endemoniado que aterrorizaba tanto a nobles como plebeyos. Aun así, ella no se inmutó. Mantuvo una actitud pasiva y serena.
-Querido tío. Os pido humildemente que podamos concertar un matrimonio entre vuestro hijo, el príncipe Edwin, y mi hija Darla -dijo mientras se acariciaba el vientre hinchado.
Aelle suspiró y se frotó los ojos. Ya había tenido ese tipo de discusiones antes con su esposa. Ealhswith había insistido en hacer las paces con Ecbert y restablecer su antigua alianza casando a Edwin con algunas de las sobrinas del monarca quien antaño fue su aliado. Su propia hija Judith le instó a hacer lo mismo mediante un emisario que había enviado desde Wessex. Lo último que necesitaba ahora era que Hicela le instara a hacer lo que ella quisiera, aunque fuese la hija de su propio hermano.
-¿Y por qué iba yo a acceder a tal cosa?
-¿Y por qué no? ¿Acaso os viene a la mente otra candidata que sea la más adecuada para vuestro hijo? Opino que vos deberíais considerar mi oferta. Dudo que halléis una candidata mejor, a no ser… que traspaséis la frontera hasta Mercia para comprometer a vuestro hijo con alguna princesa que sea pariente del Rey Ecbert.
Aelle frunció el ceño.
-¿Tú también? -preguntó con hastío-. Mi esposa no para de repetirme que haga absolutamente eso. Pues deja que te diga algo. Eso jamás pasará.
Nunca le había gustado que le dijeran lo que tenía que hacer, especialmente las mujeres. Hicela, era la peor después de sus hijas. No era más que una desvergonzada que en vez de permanecer sumisa y callada como una buena mujer carecía de humildad, se pavoneaba por toda la fortaleza con el porte de una reina y creía tener más conocimientos en asuntos políticos que los hombres. Una actitud deleznable. Aelle dejó de hablar. Recordó la mirada arrogante de Judith, el talante soberbio de la desobediente Aethelthryth y el carácter endemoniado de Heluna; cada una inaguantable a su manera. Por lo visto, la insolencia era cosa de familia.
Su sobrina se había trasladado desde la región sureña de Elmet hasta la residencia de verano de la familia real, junto con su marido y sus hijos, para vivir una temporada con sus parientes paternos. Ella le devolvió la mirada con un brillo de orgullo reflejado en sus ojos, cuyo color oscilaba entre el marrón y el dorado. El monarca tenía que reconocer que eran preciosos. Lucía un sencillo vestido verde ajustado que le hacía resaltar la redondez de su vientre y que dejaba sus hombros al descubierto. Las parteras le habían dicho que le faltaba alrededor de tres lunas para parir. Aelle mentiría si dijera que no deseaba que diera a luz lo antes posible. De hecho, era algo que esperaba con ansias.
"A ver si así se mantiene más ocupada y deja de entrometerse en mis asuntos".
El patio de armas era un espacio abierto y rectangular que se encontraba en el centro de la fortaleza, el cual servía para la instrucción de las tropas. Aelle echó un vistazo a su alrededor y contempló a los hombres batirse en duelo unos contra otros, a varios instructores dando lecciones de esgrima a los más novatos y a Edwin entrenando junto al hermano de Hicela. De repente, dejó de mirar el entorno y clavó sus ojos en su hijo. Al verle, su mirada se llenó de satisfacción. El príncipe situó el pie izquierdo por delante, lo que significaba que pretendía atacar desde el lado derecho. Pero su primo fue más rápido. Antes de que Edwin pudiese asestarle un solo golpe, Jerold se movió y al instante se encontraba detrás de su oponente. Edwin consiguió girarse a tiempo. En menos de un abrir y cerrar de ojos volvía a estar en frente de su primo.
Aelle y Hicela se quedaron observando la lucha entre esos dos, ambos ataviados con corazas de cuero sobre unas túnicas cortas de lana y prestaron atención a sus movimientos. Habían decidido dar un paseo a petición de ella por el complejo de edificios a su alrededor que conformaba el palacio de Bamburgh. No paraba de darle vueltas a la cabeza su idea. Pero había que admitirlo. Esa oferta era tentadora. Apetecible y deseable. La sola idea deadmitirlo lo azoraba. Casar a su hijo y heredero al trono con algunas de las parientes del antiguo rey quien lo traicionó antaño, quien corrompió a su hija y la deshonró, era algo que le revolvía el estómago.
-Os lo juro querido tío. No hallaréis mejor candidata para ser reina que mi hija -dijo mientras lo miraba con sus brillantes ojos color ámbar-. Ella posee sangre real, es rica, encantadora y por supuesto, muy hermosa. No os causará problemas ni quebraderos de cabeza al príncipe y a vos. Además… al príncipe Edwin le beneficiaría sobremanera casarse lo más pronto posible, teniendo muy en cuenta los asquerosos rumores que circulan sobre él, si vos entendéis lo que quiero decir -lo miró con suspicacia. A Aelle se le heló la sangre-. Un matrimonio fructífero podría acallar de una vez por todas a los mentirosos que con argucias dicen tales calumnias sobre él. Sobre todo cuando tenga hijos. Por eso os pido que lo consideréis.
El gesto del rey se torció en una mueca. Por más que detestara reconocerlo, se sentía afortunado de que Hicela le hubiese ofrecido al muchacho la mano de la joven Darla. La reputación de su cuarto hijo había quedado destrozada. Aelle temía que ningún rey de otro reino quisiera aceptarlo como yerno. Siempre había deseado casarlo con una princesa, de la misma forma que su hija Judith se había casado con el príncipe Aethelwulf de Wessex. Cuando llegó a sus oídos los rumores acerca de Edwin, el futuro rey de Northumbria, había montado en cólera. Desde entonces la aflicción de esa gran mentira, esa gran deshonra, le pesaba de la misma manera que el peso del mundo sobre los hombros de Atlas.
Hicela se rio para sus adentros. Hacía ya años que el rostro energúmeno de su tío dejó de intimidarla. Sabía que en ese mismo momento a Aelle se le enervaba la sangre a medida que ella abría la boca. Parecía un oso rabioso que la miraba como si ella fuera una cierva perdida en el bosque. Y la situación no podía divertirla más, aunque no permitió que ese sentimiento se reflejara en su semblante.
Mientras tanto, Jerold levantó su espada sobre su cabeza para invitar a su oponente a atacar. Cuando lo hizo, bloqueó el movimiento con su espada y levantó la pierna. Cuando empujó a Edwin con su pie sobre su estómago, haciendo que este cayera con un gemido de dolor, apuntó con el arma a su cuello. Edwin respiraba ahora con dificultad.
-Intenta siempre controlar el ritmo de la pelea -le explicó Jerold entre jadeos-. Tendrás una buena oportunidad de influir en todo el combate a través de tus movimientos. Se más listo. Si consigues controlarlo, tu oponente pondrá siempre un pie detrás para esquivar tu espada. Eso te proporcionará ventaja, pero solo si logras controlar el ritmo con éxito. Y no vuelvas a levantar la espada por detrás de la cabeza, te lo he dicho miles de veces -apartó la espada y le tendió la mano para ayudarle a incorporarse.
-Siempre lo intento, te lo juro -replicó Edwin-. Pero te mueves siempre muy rápido y se me hace cada vez más difícil.
Aelle advirtió como la frustración se hizo notar en el rostro cansado de su hijo.
-Cuando pelees en un combate a muerte, que seguramente será dentro de poco, estarás muerto si pretendes que tu oponente pelee más despacio -le amonestó a su aprendiz. A medida que hablaba, más hombres dejaban de entrenar para observarlos-. Tendrá ventaja sobre ti y podrá atacarte con más facilidad si levantas la espada detrás de la cabeza. Piensas que ese movimiento te permitirá asestar un gran golpe, pero te equivocas. Solo lograrás que te atraviese el estómago con su espada. Recoge la tuya del suelo. Lo haremos otra vez.
-¿No podríamos descansar un poco?
-Los nórdicos no descansan. Te clavarían un hacha en la cabeza si dejas de moverte, aunque solo sea durante un instante. Tienes buenos reflejos, pero eso no será suficiente para derrotarlos. Repito. Otra vez -los labios de su primo se curvaron en una sonrisa-. Cuando te manejes mejor con la espada entrenaremos con los escudos.
El rey suspiró. Definitivamente su hijo no avanzaba rápido, tan rápido como su hermano mayor.
"Como mi primogénito. Como Ecgberht".
Frunció el ceño. Le enfurecía recordar ese nombre. Por fin se dio por vencido.
-Muy bien. No es necesario considerar nada. Acepto tu oferta.
La sonrisa de la mujer era radiante. La sola idea de que por fin su propia hija se casara con el mentecato del príncipe heredero al trono la colmaba de orgullo y dicha. Era demasiado bueno para ser cierto. Si todo salía como había planeado, Hicela sería la madre de la futura reina de Northumbria. Se sentía devastadoramente deleitada al pensar en ese sueño al que le faltaba un paso menos para cumplirse. Por fin te tengo. Pero todavía quedaba mucho por hacer. Atrapar a un príncipe era fácil. Lo difícil era conservarlo, una responsabilidad que recaería ahora sobre los hombros de Darla y de ella. No podía estar tranquila hasta que se hubiesen desposado y consumado el matrimonio. Y Hicela, desde la sombra, se aseguraría de que nada ni nadie interfiriera en el compromiso.
-Estupendo. Os prometo que no os arrepentiréis. La felicidad de vuestro hijo está garantizada -"y la mía también"-. Os lo agradezco de todo corazón. Por cierto, espero no parecerle una entrometida, majestad, pero… ¿habéis encontrado un candidato adecuado para ser el esposo de la princesa Heluna?
-Todavía estoy pensando cual podría ser su marido ideal -mintió. Lo cierto es que desde que la apartó de su vida ni siquiera se había planteado la posibilidad de casarla. En algunas ocasiones había pensado en no dejarla regresar jamás del convento para que se convirtiese en monja. No la había visto desde que era una niña, y tampoco era algo que le importase. Las únicas noticias que solía recibir sobre ella procedían de Ealhswith, Edwin, su hermana Kendra y su sobrino Jerold, quienes solían visitarla con frecuencia.
-Si me permitís el atrevimiento, se de un hombre que sería un buen partido para ella.
-A ver si adivino. Queréis que vuestro hijo el bien amado Martel, al que muchos poetas lo consideran el hombre más hermoso de Frankia, sea el marido de mi hija. ¿O tal vez queréis que lo sea el noble y bondadoso Eadred?
-Lo cierto es que no. Aún no me he detenido a pensar en con quien casar a mis otros hijos -ella le sonrió-. Pero gracias por el cumplido.
-Entonces, si no es ninguno de vuestros hijos, ¿quién crees que sería el esposo ideal?
-Esa pregunta es fácil. Quien me viene a la mente es el joven Ethelmar.
Aelle clavó sus ojos en ella, y la observó con tal intensidad que parecía que su mirada de fuego la quemaría hasta reducirla en cenizas. Pero aquella descarada no había mostrado temor en absoluto.
-¿Os… os referís… al nieto de Osberht?
-El mismo.
-¡¿Pero acaso estás loca?! ¿Cómo te atreves a sugerir algo así?
-Lo que sería de locos sería anteponer vuestros propios deseos a la seguridad del reino. Y la de vuestros súbditos. Solo un rey necio rechazaría esa oportunidad.
La ira del rey se acrecentó a causa del enojo que había provocado su osadía.
-Insolente. ¿Cómo te atreves a insultarme de esa manera?
-No os he llamado necio. Solo os advierto de que os podríais convertir en un necio si no hacéis caso de lo que digo -respondió mientras lo contemplaba con decisión. La firmeza de su carácter y su actitud demostraban que no aceptaría un no por respuesta. Casi la admiró por eso. Casi-. Su sangre no tiene ni una pizca de mácula. Es el nieto de un hombre quien antaño fue un rey. Es descendiente de vuestro padre. Un matrimonio con el nieto de Osberht os beneficiaría para para alcanzar la paz de una manera más fácil -ahora la preocupación se reflejaba en su rostro. Se podía ver cierta angustia en su semblante y ya no le hablaba de esa forma tan descarada que tanto la caracterizaba-. No sé qué nos deparará el futuro. De lo que si estoy segura es que una alianza con Osberht podría prevenir una posible rebelión como la que ocurrió hace ya tantos años para arrebatarle el trono a vuestro hermano. Bien sabe Dios que no podemos permitirnos otra guerra civil cuando los nórdicos nos acechan para atacarnos. Ahora que la paz pende de un hilo debéis reforzar vuestra posición. Vuestro hermano posee una gran hueste de hombres. Y además, ha habido rumores de que muchos de vuestros súbditos se han ido para engrosar sus filas. Sería una calamidad que Osberht se uniera a esos salvajes del norte para recuperar el trono. Además -volvió su mirada hacia la de él-. Os daría una mejor imagen de cara al pueblo.
-¿En qué sentido?
-Vos sabéis que os quiero -"bajo tierra dentro de un ataúd"-. Pero os diré que en el fondo no sois un bendito. Vuestros súbditos os odia. Si abandonaseis la seguridad de la fortaleza sabríais que se os considera un usurpador y un tirano. A la gente le alegraría que el nieto de Osberht se casara con una hija vuestra y pasara a ser miembro de la corte de Northumbria, puesto que a él lo adoraban -avanzó un par de pasos hasta a él y en su voz pudo entrever un deje de impaciencia-. ¿Qué creéis que beneficiaría más al reino? ¿Establecer una alianza con vuestro hermano para así poner un poco de orden a este reino? Por no hablar que enviaría un destacamento de soldados en los momentos de gran necesidad. Y ahora más que nunca lo necesitamos. ¿O preferís no hacerme caso y casar a Heluna con un ealdorman de pacotilla? -dijo Hicela después de arquear una ceja.
Aelle reflexionó sobre aquella propuesta a la vez que su rabia menguaba. Por mucho que le costara al final le dio la razón. Heluna necesitaba un marido poderoso. Alguien quien aparte de protegerla, fuese capaz de hacer lo mismo por el bienestar de Northumbria.
-Es una pena que el príncipe Ecgberht no esté aquí con nosotros -mencionó de repente Hicela-. Si no se hubiera casado con esa danesa podría sernos de gran ayuda. Tal vez podría haberse casado con alguna de las hijas de los señores del reino.
El rey reprimió una mueca de disgusto. No entendía ese acto de querer revivir el pasado por parte de su sobrina. Que ella mencionara a su primogénito fue como si de repente le hubiese echado sal sobre una herida que aún no había terminado de cicatrizar. Desde luego aquel comentario no se lo esperaba, y por poco no le revolvió el estómago. Le costó mostrar una apariencia apacible y sosegada.
-Tal vez hubiese sido así antes. Pero ya no. Tu querido Ecgberht se convirtió en un depravado que se casó con uno de esos demonios que asolaban nuestro reino -Aelle volvió a mirar el duelo entre Jerold y Edwin, y por un momento se imaginó que era su hijo mayor quien entrenaba al menor, y no Jerold. Visualizó en su sobrino a un hombre con una menor estatura que poseía un rostro ovalado, un cabello castaño claro con un resplandor dorado que refulgía bajo la luz del sol y unos penetrantes ojos marrones. Ese hombre sonreía y le mostraba como un buen guerrero manejaba la espada. Poseía una sonrisa radiante con unos dientes blancos como perlas y una mirada de júbilo en su rostro. Su primogénito, su antiguo heredero y quien creía que sería el futuro rey de Northumbria, Ecgberht.
Aelle meneó la cabeza.
-Lo hecho, hecho está -murmuró con resignación. Volcó su rostro hacia los dos combatientes y centró su atención en el joven príncipe. Su última esperanza-. No se puede cambiar el pasado, pero si se puede construir un futuro mejor.
Y por un instante lo abrumó la melancolía. Si ese idiota no hubiese conocido a esa maldita pagana… El dolor era latente, pero seguía ahí, como si le hubiesen clavado un puñal. La herida no se había curado del todo. Permanecería en su corazón.
Para siempre.
-La decisión está tomada. Enviaré a Osmont a traer a Heluna y a Elsewith.
Hicela frunció el ceño.
-¿Elsewith?
-¿No recuerdas a la hija de tu primo Mannel?
-¡Oh! -se puso la mano en la frente-. Ya ni me acordaba de su existencia. Hace muchos años que no la veo.
-Pues la verás dentro de poco. Ya es mayor. Enviaré mensajeros a York. Haré saber a Mannel de su llegada. Su presencia aquí podría sernos útil. Propiciaremos un casamiento para ella.
-Desde luego. Seguro que sigue siendo tan hermosa como cuando era una niña. Y encantadora. Será una buena esposa.
"Solo espero que los futuros maridos de Heluna y Elsewith no sean adefesios y las traten bien".
A Hicela se le nubló la mente al evocar la imagen de todos los esposos que había tenido desde que había superado los quince veranos. El primero fue un príncipe franco grande y rollizo, treinta años mayor que ella, de modales torpes y de mente poco avispada. El segundo era el peor de todos. Descargaba su furia contra ella a modo de golpes, insultos y le encantaba tergiversar la realidad culpándola de todo lo malo que sucedía y criticándola constantemente. El tercero, el único hombre con el que se había casado por amor, resultó ser un maldito infiel y el cuarto, su actual marido y de quien esperaba su sexto vástago, era un cretino arrogante y superficial con el que se había visto obligada a contraer matrimonio para satisfacer un capricho de Aelle. Definitivamente si algo tenían en común los sajones y los nórdicos era la escasez de hombres buenos.
Una mujer de con el cabello negro trenzado y mirada taciturna pasó a su lado portando una bandeja con manzanas y uvas. Tímidamente, al pasar junto a ellos, bajó la mirada al suelo a modo de respeto.
-Su majestad.
Hicela le sonrió. Aquella mujer no era solo una mera sirvienta. Había sido confidente y amiga no solo de ella, sino de su hermano Fridolph a lo largo de los años que había pasado a su servicio.
-Brona. Siempre es un gusto verte.
-Me halagáis más de lo que merezco mi señora.
-¿Esa comida que llevas ahí es para tu señor Fridolph? -inquirió Aelle, quien por su tono de voz saltaba a la vista que no estaba de humor para fruslerías y nimiedades.
-Así es su majestad.
El rey asintió.
-Puedes retirarte. No hagas esperar a tu señor.
La mujer se inclinó y acto seguido echó a andar.
-Y en cuanto a Ethelmar -anunció el monarca y suspiró-, también ordenaré traerlo de Eiden's burgh. Tienes razón. Es una buena idea pactar una alianza con… Osberht.
-Sabia decisión -respondió Hicela mientras inclinaba la cabeza. Le resultaba sorprendente que su tío admitiera que ella estaba en lo correcto. "Por una vez ha realizado una acción decente". Sintió las patadas de su bebé en su interior y sonrió. Había notado sus movimientos con más intensidad a medida que crecía. Durante sus primeros embarazos era algo que le resultaba algo molesto, pero con el paso de los años, tras parir un hijo tras otro, se convirtió en algo que empezó a disfrutar.
El rey asintió.
-Entonces, si no hay nada más que decir, me marcho. Tengo asuntos que atender.
-Por supuesto querido tío. Me hace muy feliz que halláis hecho caso a mis consejos.
-Tampoco te acostumbres.
Echó una última mirada a su hijo y se dirigió a un hermoso edificio alargado y estrecho de madera. Se trataba del gran salón, el edificio central, el más grande de todo el complejo palaciego.
En cuanto lo perdió de vista, Hicela dejó de sonreír. Súbitamente se sintió cansada, hastiada y también estaba asustada. Poco después se le acercó Jerold, quien había dejado de entrenar con Edwin y se plantó a su lado.
-¿Has logrado lo que te proponías? ¿Nuestro querido primo se casará con Darla? ¿Y qué hay de ese tal Ethelmar?
-Ha dicho que si a las dos propuestas.
-¿Entonces por qué pones esa cara? No pareces contenta, a pesar de haber logrado tus dos grandes objetivos. Tu hija pronto se convertirá en reina y la hija de nuestro querido tío se convertirá en la esposa del nieto de su enemigo -comentó su hermano con una media sonrisa.
-Tengo miedo -lo miró mientras se acariciaba el vientre-. Y tú también deberías tenerlo. Parece que soy la única persona en este reino que es consciente del peligro que corremos.
-¿Lo dices por la venganza de los hijos de Ragnar?
-¿Y por qué si no? -tragó saliva-. El estúpido de nuestro tío no quiso dejar a Ragnar con vida para negociar con esos bárbaros. Y si al menos hubiera reestablecido su antigua alianza con el rey Ecbert estaríamos mejor preparados para enfrentarnos a esos nórdicos -apretó los puños con rabia-. Su maldita arrogancia hará que acabemos todos hechos pedazos.
Jerold meneó la cabeza.
-Es el rey. La corona convierte a los reyes en unos engreídos y les colma la cabeza de orgullo. Es un milagro que hayas logrado convencerlo para permitir que tu hija se case con su hijo y que su hija se case con el nieto del tío Osberht.
-Ahora lo único que nos queda por hacer es esperar a que esos cuatro se casen y ver que sucede después. Si es que llega a suceder, claro. Es posible que estemos todos muertos si esos paganos vienen pronto, gracias a nuestro tío -Hicela alzó la vista al cielo encapotado-. Que Dios me perdone, pero a veces me dan ganas de matarlo.
-¿Matar a quién?
Sin que los dos hermanos se percataran, su primo se había acercado a ellos tras beber agua y recobrar energías. El corazón de Hicela empezó a latir con más fuerza mientras una repentina oleada de inquietud la carcomía por dentro.
-Hicela decía que quería matar a Leofric -se apresuró a decir su hermano. La mujer exhaló, sintiéndose aliviada.
-Ah -Edwin soltó una carcajada-. ¿Y cuándo no? ¿Por qué te has enfadado con él esta vez?
Ella se encogió de hombros.
-Siempre estoy enfadada con él.
-Pero aun así, a pesar de todo, no le has negado del todo tus afectos -los labios de Edwin se curvaron para formar una sonrisa de picardía mientras le señalaba con la mirada la barriga, algo que la hizo ruborizarse.
-Deseaba tener más hijos. Eso es todo.
-Los niños son una bendición -asintió el príncipe-. Por cierto, de qué hablaste con mi padre. Os demorasteis un buen rato.
-Tengo buenas noticias -a Hicela no le gustaba ocultar parte de la verdad, pero por el momento no le apetecía ver la reacción de su primo al enterarse de sus esponsales-. Tu hermana va a venir aquí, a Bamburgh desde Ad Gefrin.
Edwin se quedó perplejo y mudo de asombro.
-¿Estás segura?
-Así es.
-Entonces… Dios ha oído mis plegarias -después sus labios esbozaron una sonrisa-. Desde que se fue siempre he deseado que volviera a casa y no tener que ir a ese convento cada vez que quisiera verla. Es una gran noticia. Me alegro de que mi padre haya cambiado de idea.
Los dos hermanos le devolvieron la sonrisa.
-Si que lo es -respondió ella.
A partir de ese momento se dedicaron a hablar de asuntos más banales. Les relató como avanzaba su embarazo y les habló acerca de sus hijos mayores: Martel, Eadred y Darla, quienes habían hecho un parón antes de llegar a Bamburgh, en Hexham, para ver a su tía abuela Kendra.
...
Fridolph había observado desde la ventana como Edwin y Jerold se batían en duelo. Después vio como su hermana hablaba con su tío, el rey Aelle, y a Brona desde uno de los edificios donde residían los miembros de la realeza y la alta nobleza. A pesar de su ilustre condición, residía en una estancia bastante sencilla y austera. Las alcobas donde dormían él y su hija eran pequeñas y los muebles eran escasos. En el diminuto salón había un pequeño estante en el que depositaban los libros, en un rincón había un telar y en el centro mismo de la sala ardía un fuego sobre un hogar con un marco de piedra de forma cuadrangular. Se giró y posó la vista hacia la mujer que tenía en frente, justo detrás del fuego.
-Dime una cosa. ¿Has oído lo que decían Hicela y el rey?
-Por supuesto mi señor -le respondió Brona con la mirada gacha.
-Bien. Cuéntamelo todo, hasta el más nimio de talle y… ¡oh! Por favor, siéntate conmigo junto al fuego y entra en calor. ¿Queres beber vino conmigo? ¿O tal vez prefieras unas uvas? ¿Una manzana tal vez?
Cuando el alzó la fruta ella declinó su ofrecimiento. Los dos tomaron asiento sobre unos taburetes de madera plegables, uno en frente del otro.
-Sois muy amable mi señor, pero no tengo hambre.
-Tu nunca tienes hambre. En fin. Como prefieras. Y ahora dime, ¿de qué hablaban mi hermana y el rey?
-Sobre el casamiento del príncipe Edwin y la princesa Heluna -respondió la sirvienta de modo tajante, sin apartar la vista del suelo.
El hombre tomo una respiración profunda y no dijo nada. Se quedó mirando como subía el humo del fuego hacia el orificio del techo. Inesperadamente, empezó a sentir una enorme inquietud ante aquello que temía que sucediera. Fridolph conocía muy bien a su hermana. Sabía de su ambición por conseguir un marido con un gran estatus y riqueza para su hija. Alguien con un poder mayor que el que tenían los miembros de la célebre nobleza sajona.
-Por favor. No me digas que el rey y mi hermana acordaron casar a Darla con el príncipe -murmuró con cierto tono de angustia.
La mujer levantó la cabeza y lo miró con sus brillantes ojos grises.
-Eso es exactamente lo que acaba de pasar, mi señor.
-Maldita sea -se reclinó en su asiento mientras apoyaba las manos en la cabeza, sosegado. Solo había tres personas ante las que se permitía abrirse y mostrarse en ese estado de gran vulnerabilidad, sin importarle lo que pensaran. Hicela, Darlene y Brona. Aquella sirvienta irradiaba una seguridad y un bienestar que muy pocas personas a lo largo de su vida habían logrado transmitirle. Tras recobrar el ánimo, miró a Brona a los ojos-. Brona, cuando el rey se rehusó a que mi hija se casara con el príncipe creí que lo hacía porque deseaba casarlo con alguna princesa de otro reino. Aquí en Northumbria no hay mejor candidata para ser reina que Darlene. Es hermosa, inteligente y posee sangre real. Así que no entiendo por qué aceptó que Edwin se casara con Darla.
-Mi señor, como bien sabéis, vuestra hermana es astuta y muy hábil con las palabras. Se aprovechó de los rumores que circulan sobre el príncipe acerca de… -se sonrojó mientras hablaba-. Bueno, ya sabéis. Ella le convenció haciendo gala de su inteligencia diciéndole que tal matrimonio podría poner fin a esas habladurías.
Fridolph asintió, apesadumbrado.
-Entiendo. Bueno, eso lo explica todo. Y dime otra cosa, ¿con quién se casará Heluna?
-Con el nieto del antiguo rey.
Él arqueó una ceja.
-¿Te refieres a Ethelmar?
-El mismo.
Aquella afirmación lo pilló totalmente desprevenido y lo había desconcertado por completo. Acarició el borde de la copa de vino mientras reflexionaba detenidamente sobre aquel giro de los acontecimientos. El antiguo rey Osberht había sido depuesto por su hermano Aelle, quien aparte de reemplazarlo como monarca se había apoderado de los territorios de Billingham y Crece, ambas tierras que pertenecían a la iglesia, así como de otros pueblos esparcidos por el reino, dando como resultado una guerra civil que se cobró miles de muertos. Ahora era conocido por muchos como un rey tiránico e ilegítimo, aunque por supuesto nadie osaba decírselo a la cara.
-Vaya, esto sí que es una sorpresa. El mundo se ha vuelto del revés. Pero entiendo por qué lo hizo. Supongo que quería establecer una alianza con nuestro tío para tener más refuerzos y así poder hacer frente a esos bárbaros del norte. La situación es más desesperada de lo que pensaba -suspiró. Se sentía agitado y nervioso. Le disgustaba que las cosas no salieran como había planeado. Y tenía miedo. Mucho miedo. La guerra era inminente. Tarde o temprano aquella amenaza pondría en riesgo la vida de todos. Pero no se dejó amedrentar por aquellos sentimientos que lo hostigaban y le causaban tanto malestar. Trató de despejar su mente y no pensar más en ello. No se iba a lograr nada lamentándose-. ¿Pero sabes una cosa? Me da igual si promete a Heluna con Ethelmar, con un ealdorman, un mendigo o incluso con alguno de esos paganos. Pero no permitiré que Edwin y Darla se casen. No si puedo evitarlo -trató de mostrar una sonrisa alegre y miró a Brona con determinación-. Todavía queda tiempo para impedir esa boda.
...
Y aquí se da por concluido el primer capítulo. En el próximo por fin aparecerá nuestra protagonista Heluna.
Tengo planeado escribir varios relatos más inspirados en esta señorita. Sigurd aparecerá en el tercero y en los siguientes e indagaré más en el romance entre estos dos, pero por el momento solo escribiré sobre Heluna. Espero que les haya gustado. Escribí esta historia con mucho amor y cariño. Los kudos y los comentarios son bienvenidos. Me animan a seguir escribiendo :D
ଘ(੭ˊᵕˋ)੭* ੈ✩‧₊˚
