Capítulo 1: Hogar

El astro solar se asomaba con timidez en el horizonte, cuando percibió el destello rojizo de las anheladas murallas de la aldea. Su corazón se encogió con un torbellino de emociones contradictorias que lo obligaron a detenerse en la margen del bosque y admirar la magnificencia de Konoha y todo aquello que su existencia representaba.

Llevaba tres largos años fuera de la aldea e incluso antes de eso ya no se presentaba con tanta frecuencia en las calles que lo vieron aprender a empuñar su primer kunai, las calles que lo recibieron con cariño maternal cuando en el campo abierto la crudeza de la vida de un shinobi le encogía el estómago y endurecía su corazón. Siempre que arribaba en Konoha, la gran urbe despertaba en él sentimientos disímiles, nunca lo dejaba indiferente.

Los muros se alzaban sobre él con orgullosa inmensidad, con la promesa de una vida tranquila y apacible, tanto como una aldea oculta podía brindar. Jiraiya había sido testigo tanto de las buenas obras como de las tragedias que se fraguaban dentro de la aldea oculta de la Tierra del Fuego, esa dicotomía hacía parte del encanto cegador que llevaba a familias enteras buscar refugio en la aldea, pedir permiso y trasladarse a ella.

Jiraiya ignoró las miradas de sorpresa de los dos shinobis que hacían guardia en las puertas de la aldea. Sabía, porque era un ninja de la élite y gozaba de ciertas atenciones y beneficios, que en los muros que rodeaban la aldea se escondían shinobis encargados de custodiar la entrada y salida de ninjas y civiles, de comerciantes y visitantes, incluso de seguirlos en caso de levantar alguna sospecha. No le cabía duda de que cuando llegara hasta el edificio del Hokage, este ya habría sido informado de su súbita visita.

Y claro que fue así. Después de atravesar con paso tranquilo las calles que lo conducían hasta su destino, ignorando las miradas curiosas de los niños que se sorprendían con su aspecto feroz e incluso los comentarios ahogados de personas que lo reconocían, Jiraiya llegó hasta la oficina de su maestro, pero no tuvo que identificarse ni solicitar un espacio para hablar con él.

—El Tercer Hokage le espera —dijo el shinobi sentado en un pequeño cubículo, ante un escritorio con una pila de documentos pendientes por clasificar.

En cuanto ingresó a la oficina, Jiraiya soltó la bolsa de viaje y la dejó caer a un costado de la puerta e inclinó la cabeza ante el hombre que lo contemplaba desde el escritorio con las manos cruzadas.

—Me toma por sorpresa tu regreso, Jiraiya.

El aludido sonrió, dejando salir una suave risa.

—Me gustan las entradas dramáticas.

Hiruzen Sarutobi, un poco más viejo que la última vez que se vieron, pero no tanto como para perder la fiereza de su mirada ni su porte bravío, sonrío levemente antes de ponerse en pie.

—Acompáñame.

Jiraiya siguió a su maestro sin preguntar. Ascendieron por escaleras en caracol hasta la azotea de la torre, lugar en el que los rayos de la mañana pincelando el cielo se podían admirar con mayor facilidad. Hiruzen Sarutobi caminó hasta la baranda de la azotea y sacó una pipa de entre sus ropas, admirando el paisaje de la aldea.

El sannin, mientras tanto, se detuvo estático, deslumbrado ante la grandeza de los rostros Hokage tallados en la roca que observaban ceñudos y desafiantes a la urbe que se extendía metros en el horizonte. Jiraiya inspiró hondo, admirando después el panorama que protegían los lideres de la aldea desde la montaña; una red de organizadas calles se tejía bajo ellos, edificios, parques y puentes rojos sobre dos arroyos que serpenteaban a través del pueblo.

Pero Konoha era más que piedra, tejas y gente y, lo que era más que evidente; lo que los Hokage protegían era los sueños y la esperanza de aquellos que habían construido esos edificios, parques y hermosos puentes.

—No tenía noticias de ti desde hace mucho tiempo, Jiraiya.

El shinobi asintió, acentuando su sonrisa.

—No me podía arriesgar a comunicarme desde Amegakure —dijo—. La verdad, demoré en ese lugar más de lo que estimaba cuando me quedé.

Hiruzen asintió, dando una calada a la pipa.

—¿Piensas reincorporarte? —preguntó su maestro, con la mirada perdida en la aldea bajo él. Un grupo de aves negras alzaron vuelo desde la arboleda que rodeaba al monte Hokage, extendiendo sus alas sobre los techos de tejas rojas, haciendo piruetas sobre los pueblerinos que despertaban—. A Konoha le vendrían bien tus servicios. A pesar de que la guerra terminó… me temo que las tensiones persisten, sospecho que las Naciones se preparan para un nuevo conflicto armado.

Jiraiya borró su sonrisa y su gesto se ensombreció.

—Soy un trotamundos… —empezó, entonces se detuvo, reorganizó sus ideas y siguió—. Disfruto del viaje más que del destino. Me ilusionan las aventuras, estar en contacto con la naturaleza, rodeado de bosques, del calor de los desiertos, del murmullo de los animales y las picaduras de los insectos. Sentir el sol quemando mi piel o el frío de la lluvia entumecer mis músculos…

Hiruzen Sarutobi se volvió hacia él, su mirada impasible, aunque con un gesto de curiosidad en las comisuras de sus labios.

—¿Pero?

Jiraiya pensó en los niños de Amegakure, en la necesidad y desprotección de su mirada, en el miedo de su semblante, en la culpabilidad que atacaba su conciencia. Cerró los ojos y bajó la mirada. Apretó el gesto, esforzándose por encontrar las palabras adecuadas.

—Es mi deseo reconectar con Konoha —miró de nuevo las calles por las que transitaban aldeanos de diferentes edades y oficios. Los escaparates de las tiendas abiertas, los niños corriendo con entusiasmo bajo el sol de la mañana—. Es mi deseo envolverme de la energía de la aldea, de encontrar motivación en los sueños de los más pequeños, quiero… no, necesito encontrarme a mí mismo dentro de los muros de la aldea que me formó.

Jiraiya y Hiruzen conectaron miradas, dimensionando la gravedad de lo que el primero exponía. Se sentía vacío, su motivación reducida a una pálida llama que antaño fue una llamarada que quemaba a quienes le rodeaban. La guerra le había congelado el espíritu, le había hecho dudar de su misión en el mundo. ¿Era su cometido en la vida, acaso, llevar destrucción a pueblos vecinos?, ¿aumentar el número de hambrientos y huérfanos transitando los caminos?, ¿su existencia se reducía a llevar dolor y ruina a los desconocidos?, ¿cuántos Konan, Yahiko y Nagato nacerían por mano suya?

—No voy a negar que tu ayuda sería importante de cara a las malas relaciones internacionales que padecemos —dijo el Tercer Hokage, tras pensar en sus palabras tácitas—. Pero más allá de tu mano como oficial de guerra, quiero que formes shinobis. Konoha necesita no solo guerreros que cumplan con su deber, máquinas de matar sin corazón y sin consciencia; Konoha necesita shinobis con ideales, inquietos, individuos interesados en la sociedad, preocupados por construir paz.

Jiraiya volvió a sonreír, llevado por una aplastante sensación de ironía.

—¿Me estás proponiendo que forme genins?

—Serías un gran maestro, Jiraiya —afirmó el Hokage—. Tus enseñanzas van más allá de instruir en mil formas de matar, en las maneras de la guerra, en estrategias en el campo abierto. Eres más que muerte, lo demostraste cuando dejaste a Tsunade y Orochimaru y tomaste la decisión de permanecer en Amegakure. Una nueva generación se graduará de la academia en unos meses, te pido que lo pienses, que lo reflexiones y me des una respuesta con cabeza fría.

—Hokage…

Hiruzen Sarutobi se giró hacia él, su gesto tranquilo a pesar de las líneas de expresión que rodeaban sus ojos y labios.

—Puede ser la oportunidad de avivar tu llama. Tu oportunidad de conectar con el espíritu de los más jóvenes que apenas inician este camino. No lo voy a negar, también sería importante para la aldea tener un shinobi de tu calidad formando nuevo personal, especialmente en estos tiempos. Lo veo como un punto de equilibrio; es la posibilidad de que tanto tu como la aldea se vean beneficiados.

Jiraiya pensó en lo dicho por su maestro y no pudo evitar tensarse. ¿Se atrevería a tomar nuevos pupilos bajo su mando?, bastante difícil le había resultado separarse de los huérfanos de la lluvia; la realidad de esos niños, de cierta manera, había puesto en duda las creencias que piloteaban su vida desde que se convirtiera en shinobi tantos años atrás.

Pero, él estaba destinado a ser un maestro, lo sabía desde que lograra llegar al monte Myoboku y el gran sapo sabio se lo dijera. Jiraiya suspiró, cruzando los brazos sobre su pecho. ¿Cómo podría ser guía para los jóvenes genin cuando él mismo se sentía tan perdido?

El Tercer Hokage lo acompañó algunos minutos más, calando de su pipa. Se mantuvieron en silencio, contemplando el movimiento de los aldeanos.

—Tomate unas semanas de descanso —dijo su maestro, entonces sonrió—. Me alegra que hayas regresado, Jiraiya. Debes saber que tu fama ha crecido dentro y fuera de la aldea.

Después se dio la vuelta y descendió por las escaleras. Jiraiya contempló la aldea largo rato, sus pensamientos chocando entre sí como hojas aspiradas por un furioso huracán que arranca árboles de raíz.


Pasó el resto del día en soledad. Fue a su vivienda, no sorprendiéndose para nada con la nube de polvo que le recibió, produciéndole poderosos estornudos. Su casa estaba deshabitada desde hacía tres años, en realidad esperaba algo peor que el polvo y la evidente humedad que empezaba a dañar los paneles exteriores.

Después de asearse un poco a sí mismo, Jiraiya deambuló por la aldea con tranquilidad, saludando a quienes conocía y observando a las caras nuevas que lo contemplaban al pasar. No se topó con shinobis en su camino, él tampoco buscó a sus compañeros de antaño; en realidad desconocía quienes continuaban con vida, no había tenido contacto ni siquiera con Tsunade u Orochimaru desde que se separaron en Amegakure dos años atrás.

Tampoco tenía interés en socializar.

Esa tarde contrató un servicio de limpieza, consiguió algunos víveres y comida para llevar, también se pasó un rato por las tiendas textiles y consiguió algo de ropa nueva; sudaderas, sacos y camisas de algodón, no sería bien visto que anduviera por la aldea con sus prendas de guerra, manchadas por la humedad y desgastadas por el sol. Llevaba mucho tiempo sin usar ropa nueva y en buen estado.

Esa noche, rodeado por la soledad de su casa y el murmullo de los insectos en la lejanía, Jiraiya intentó dormir, de verdad quiso hacerlo. Pero no pudo. Pasó interminables horas rodando en el futón, sudando copiosamente, incapaz de descansar; la presión en el estómago, el nudo en la garganta y el ruido de pensamientos intrusivos no lo dejaron tranquilo. Su único consuelo era que pronto debía amanecer.

Al día siguiente, el sol le sorprendió sentado en un banco a la orilla del descuidado jardín de su vivienda, escribiendo sus reflexiones en un viejo libro; la pluma rasgaba la hoja con trazos rápidos pero organizados, descargando las frustraciones y miedos que hacían eco en su mente, agobiándolo. Se cuestionaba, una y otra vez, qué decisiones debía acompañar su camino de ahora en adelante.

Esa mañana, incapaz de probar bocado, Jiraiya salió de su casa a pasear sin rumbo fijo. Sin reflexionar en ello, sin embargo, sus pies lo llevaron a los límites de la academia. Poco había pensado en la conversación con el Tercer Hokage, de modo que se sorprendió cuando se vio de pie tras la alambrada de la academia ninja. A su alrededor vio a otros individuos que, como él, observaban en dirección al campo de prácticas en el que pululaban chiquillos tras sus maestros.

Quizá eran los padres o familiares de los chicos, admirando desde la distancia sus progresos. Quizá eran futuros maestros, valorando las habilidades de los aspirantes a genin. También podrían ser aldeanos curiosos, no relacionados de ninguna manera con los individuos de la academia, pero interesados en observar parte de la formación de los sujetos que habían tomado la decisión de proteger la aldea cuando llegara su turno.

Jiraiya estimó a los chicos, flacuchos y pequeños, dividirse en grupos para practicar desde las diferentes dimensiones de un ninja. Los contempló correr, saltar, lanzar kunais, shuriken, practicar patadas, volteretas y puños. Pensó en lo dicho por el Hokage y no pudo evitar suspirar; la aldea necesitaba ninjas para compensar las bajas de la segunda guerra shinobi. Estos niños estaban siendo preparados para suplir las necesidades de Konoha, para ocupar los puestos vacantes que habían dejado los caídos en batalla.

Detener los acontecimientos era complejo. Eran tiempos difíciles que obligaban a tomar decisiones radicales. Por un momento se preguntó dónde habían quedado las ideas del Primer Hokage; una aldea en la que los niños no tuvieran que ir a la guerra.

Jiraiya apretó los labios y se dispuso a abandonar el campo, entonces su mirada captó un destello de soslayo y se sorprendió al dar con la figura de un niño agazapado en la copa de un árbol a tres metros de distancia. El pequeño miró en su dirección, saltó a un árbol cercano a Jiraiya y se dejó caer con suavidad a su lado. Sin dirigirle una mirada más, el niño se sentó a la sombra del árbol y rebuscó en su mochila, sin quitar su atención de los individuos en la distancia.

El hombre mayor miró al niño largo rato.

—¿Qué haces aquí, chico?

El niño inclinó la cabeza en su dirección, aunque seguía pendiente de los niños en el campo.

—Lo mismo que todos, miro entrenar a los niños.

Jiraiya asintió y dio un paso atrás, dispuesto a irse, pero una extraña sensación en su pecho lo detuvo. Se quedó de pie, los brazos cruzados en su pecho, contemplando la academia. El maestro había organizado la dinámica de combates por pareja, en ese momento dos niñas se daban la mano en el centro del campo, rodeados por los estudiantes que esperaban su turno con evidente interés.

—Ganará Tsume —murmuró el chiquillo, un cuaderno de notas sin abrir reposaba a su lado—. Ren está nerviosa, sabe que Tsume es agresiva. Siempre le ha temido a Tsume.

En el campo, una de las niñas lanzaba patadas y puños con gran precisión, obligando a retroceder a su contrincante, quién apenas acertaba a defenderse. Jiraiya detalló que los golpes de la niña que iba a la ofensiva se hacían más fuertes y contundentes, logrando conectar uno, dos y tres giros de patadas en el abdomen de la segunda niña. El maestro alzó la mano, declarando a la ganadora.

Durante la siguiente media hora Jiraiya contempló los combates desde su lugar tras la alambrada, escuchando las estimaciones del niño sentado bajo el árbol. En su mayoría, el chico lograba anticipar los resultados, después tomaba apresuradas notas en su cuaderno. Cuando solo faltaban dos parejas para culminar la actividad, Jiraiya no pudo contenerse más y le preguntó.

—¿Conoces a estos niños?

—Los conozco —asintió el niño, sonriendo levemente—. Aquel pequeño de aspecto enfermizo es del clan Aburame, es bueno con el ninjutsu. Koi no tiene un clan ni familia, pero es analítico y un buen estratega. Hima tiene interés por las artes médicas más que en el combate cuerpo a cuerpo, aunque se esfuerza. Rabi es rudo y tiene problemas para trabajar con otros, pero es fuerte y resistente.

Jiraiya le miró, elevando una ceja con cierta curiosidad, aunque no podía negar el sentirse suspicaz.

—¿Los conoces tan bien porque vienes a verlos todos los días?

El chico mudó su atención al mayor. Jiraiya pudo detallar mejor los rasgos del niño; era delgado, de expresión amable y de baja estatura. Sin embargo, su mirada no correspondía con su aspecto; notó el brillo que solo una vida complicada puede pintar en los ojos de un niño, vio astucia e inteligencia, pero también cierta amargura.

—Sí y no —repuso el individuo, frotando su nuca con una mano—. Sí, vengo a verlos con frecuencia, pero los conozco porque fueron mis compañeros. Me gradué de genin dos años antes.

Jiraiya asintió para sí mismo y, sin decir una palabra más, se sentó bajo el árbol a cierta distancia del chico. Guardaron silencio algunos minutos, observando a los niños practicar en la distancia. Aunque quiso concentrarse en los aspirantes a genin, Jiraiya no pudo evitar mirar en dirección a su acompañante; el niño seguía tomando notas, a veces sin siquiera mirar el papel, concentrado en lo que fuera que estuviera viendo en el entrenamiento de los niños.

Lo cierto es que, si no lo hubiera visto utilizar chacra para pasar de un árbol a otro, a simple vista no hubiera creído que se trataba de un genin. Su aspecto físico no era amenazador, su delgadez y baja estatura no ayudaban a crear una imagen retadora. Pero si sus maestros en la academia y el mismo Hokage habían creído conveniente su ascenso a genin antes de tiempo, debía haber un buen motivo.

Aunque también era cierto que en estos tiempos la aldea necesitaba shinobis en sus filas, sus números se habían visto disminuidos de forma alarmante por cuenta de la segunda gran guerra y necesitaban recuperarse. Aun así, el chico debía tener algún tipo de habilidad destacable para ser escogido dentro de su promoción.

—¿Qué notas tomas?

El genin lo miró por el rabillo del ojo antes de enderezar la espalda y poner un brazo sobre el cuaderno, tapando las pulcras notas de su vista curiosa. Jiraiya frunció el ceño.

—Es un ejercicio que me dejó mi último maestro —explicó, sin quitar su mano de las notas.

El sannin se inclinó un poco en su dirección.

—¿Último maestro?

—El Hokage dice que soy terco —repuso, elevando los hombros—. Supongo que es cierto, he tenido dos maestros, pero ninguno ha querido seguir con mi tutoría hasta que llegue el momento de asignarme un equipo.

—¿Por qué?

—Argumentaron no ser lo que necesito; el primero renunció a menos de seis meses de entrenarme, no sé exactamente porqué, creí que todo iba bien. El segundo lo intentó un poco más, en realidad fue él quien dijo que podía desarrollar mi sensibilidad para detectar la huella del chacra y convertirme en un ninja sensor. Lo último que supe es que están buscando un jounin que se amolde a mis habilidades, que me pueda ayudar.

Jiraiya apretó el gesto, pensativo, girándose un poco para mirar directamente al genin. Valoró lo que le contaba el intrigante chiquillo, preguntándose porqué dos maestros pudieron disentir de entrenar a un chico que se había graduado antes de tiempo. A simple vista no parecía un alborotador, no poseía tampoco ese aura sombría que solía rodear a los orgullosos ninjas embriagados de egocentrismo enmascarado de orgullo.

—Háblame de eso.

El chico lo miró de nuevo, bajando la pluma con la que escribía. Su ceño se frunció un segundo, como si sopesara si era una buena decisión comentarle de algo tan personal.

—Tengo cierta facilidad para sentir la presencia de los criaturas —explicó en voz baja, acercándose un poco más a Jiraiya—. Siento su chacra, puedo percibirlo, a veces, si me esfuerzo lo suficiente, puedo sentir las intenciones de las personas. Mi maestro decía que, si me entrenaba lo suficiente y llegaba a ser un verdadero ninja sensor, podría reconocer la identidad de las personas incluso dentro de una muchedumbre.

Los ninjas de tipo sensor no eran extraños en el mundo, aunque sus habilidades podían marcar la diferencia. Existían diferentes jutsus que buscaban amplificar la sensibilidad para detectar el chacra propio y de otros, el mismo Byakugan del clan Hyuga era un kekkei genkai que funcionaba bajo esta lógica, también la naturaleza del clan Inuzuka para detectar el chacra con el sentido del olfato eran de tipo sensor.

Pero también entraban en este grupo los ninjas que nacían con esa sensibilidad, sin necesidad de jutsus o kekkei genkai. Era menos común, se podía trabajar, amplificar con técnicas concretas y usar a voluntad en diferentes situaciones. No todos los ninjas que tenían dicha sensibilidad se preocupaban por entrenar en ese aspecto. Jiraiya le miró con evidente escepticismo.

—No me crees —afirmó el niño, abriendo muchos sus ojos azules. Entonces se volvió hacia el grupo de aspirantes a ninjas que empezaban abandonar el campo tras la alambrada—. Ese niño Uchiha, su chacra es pequeño, tembloroso, si tuviera que darle un color diría que es gris. El maestro Zui, su chacra es frio, despide cierto vacío desde que su hijo murió poco después de la guerra. El de Kushina… el chacra de Kushina parece fuego, es cálido, violento, se mueve fuera de control, su ninjutsu no es el mejor.

El genin se giró hacia él, entrecerrando los ojos. El corazón de Jiraiya dio un vuelco.

—El tuyo… es pálido, tu presencia es melancólica, quizá has estado mucho tiempo triste.

Jiraiya se quedó sin palabras, sus ojos mirando fijamente al chico de cabello alborotado que empezaba a pasar las páginas del cuaderno de notas, antes de tenderselo. El jounin aceptó el cuaderno, más por inercia que por una decisión. La caligrafía del niño era de trazos firmes, legibles y organizados, las notas estaban acompañadas de gráficos, fichas técnicas y estimaciones numéricas.

—Son mis avances —explicó el chico—. Tomo notas de cada ejercicio. En las mañanas que puedo, luego de entrenar un rato en los campos, vengo hasta aquí y practico mi sensibilidad con el chacra. Veo a los niños de la academia y analizo cómo se altera su chacra, color, su intensidad y calor de acuerdo con las situaciones, las emociones y los movimientos. Cómo se siente y se ve cuando utilizan taijutsu, cuando usan ninjutsu, cuando practican genjutsu. Tomo nota, lo estudio y así agudizo mis habilidades.

Jiraiya pasó sus ojos de las notas en el cuaderno, al rostro expectante del chico que se había acercado hasta sentarse en posición de loto frente a él. Los rasgados ojos azules del menor brillaron, esperando una respuesta de su parte. El ninja mayor pasó saliva, mirando a detalle las notas del niño. Estaba sorprendido, el chico no debía tener ni doce años, pero su manera de relacionar la teoría con la práctica, y además de analizarla, era superior a la de muchos chunins y hasta jounin que conocía. Era inteligente, estaba claro.

Dejó su atención de las notas y regresó la mirada sobre el rostro alerta del genin. Jiraiya se preguntó si además de inteligente también era fuerte, le entró curiosidad saber cómo se desenvolvía en el campo, ¿podría incorporar esa mente analítica a la lógica de una batalla?

—¿Te gusta algo más aparte de entrenar y estudiar?

El niño formó una pequeña sonrisa, asintiendo mientras sacaba un par de libros de su bolsa. Jiraiya vio que no se trataba de libros sobre artes ninja, sino literatura y narrativas para entretener. Tomó uno de los textos, pasando sus ojos por las páginas manoseadas, las líneas resaltadas y las pequeñas notas en las márgenes.

—Me gusta leer.

Antes de darse cuenta, Jiraiya devolvía la sonrisa al chico. Pasó la siguiente hora sentado bajo ese árbol, conversando amenamente con el chico desconocido. Se enteró por este de algunos acontecimientos de la aldea; los locales que habían cerrado durante la guerra poco a poco abrían las puertas de nuevo, que Konoha destinaba ciertos recursos para apoyar a los civiles que se habían refugiado durante la guerra, que una oleada de huérfanos se había inscrito ese año en la academia.

También pudo sonsacar información personal al niño, aunque este se mostraba hermético al respecto. Supo que el chico vivía en los edificios de alquiler para shinobis, por lo que supuso que no tenía familia cercana. Se dio cuenta que era un chico de amistades, a juzgar la cantidad de individuos que le saludaban desde la distancia. Era organizado, sereno y elocuente.

Poco después del mediodía, el niño miró la posición del sol en el cielo y se puso en pie, guardando su cuaderno y sus libros.

—Debo irme.

Jiraiya alzó una mano en un gesto de despedida, preguntándose si volvería a ver al curioso jovencito de mirada brillante y gestos amables. Cuando este ya se había alejado algunos metros, el sannin no se pudo contener y habló.

—Ey, ¿cómo te llamas?

El niño sonrió abiertamente en su dirección. Su tupido y alborotado cabello brilló a los rayos del orgulloso sol.

—Me llamo Minato.

.

.

.

Antes del sol ponerse en el horizonte, Jiraiya, uno de los aclamados sannin de Konoha, salía del edificio del Hokage, mirando con inusitada tranquilidad las callejuelas que se enredaban frente a él. Inspirando hondo, se internó en el conglomerado de pueblerinos que caminaban a sus anchas por el mercado local, algunos comprando, otros vendiendo, otros simplemente paseando.

Y en el escritorio de un sorprendido Hiruzen Sarutobi, en la oficina del Hokage, reposaba la solicitud de tutoría firmada por Jiraiya, ninja de élite, pupilo del tercero, escritor aficionado y sabio del monte Myoboku. Ninguno de los presentes se imaginaba que la rueda del tiempo empezaba a girar; el inicio de una historia que demarcaría fuertemente el futuro de la generación que aún estaba lejos de nacer.


¡Hola!

La verdad no sé qué hago publicando una nueva historia teniendo tres en emisión en mis cuentas, pero es que le he estado dando tantas vueltas a este fic que me ha sido imposible resistirme.

Los pondré en contexto:

Mi primer fic lo publiqué en el 2016 y se llamaba Una pequeña historia , luego cambió de nombre a Una historia entre mil antes de ser eliminada. Sí, leen bien, la eliminé porque me daba cringe leerla o sencillamente verla en mi perfil jajaja fue mi primer fic y estaba llena de errores, la verdad me daba vergüenza.

Hace un año, sin embargo, leí algunos de los capítulos que tenía en una vieja memoria usb y tuve algunas ideas para rescatar el concepto de ese fic. Este proyecto no es una remasterización, la verdad no se parece en nada, pero sí rescata el concepto que tenía en ese entonces pero que no pude plasmar en su totalidad ya sea por la edad, porque no sabía del todo cómo escribir o porque sencillamente perdí. el interés en la serie Naruto luego de la saga de Pain en Shippuden.

Quedé enamorada de la generación de los padres de Naruto y sus amigos, es que simplemente hay tanto de dónde explotar para una historia, hay tantos vacíos y posibilidades. A mí me encanta el concepto de la serie Naruto chiquito, la dinámica de ese mundo maduro, cruel e injusto lleno de shinobis con habilidades sorprendentes que, sin embargo, se sometían a las reglas universales del ninjutsu, del taijutsu y el genjutsu. Todo tenía una razón de ser y había unas reglas que mantenían todo en su lugar.

La serie de Naruto Shippuden se vende de esa órbita y la verdad, para mí, perdió mucho de ese encanto que me enganchó a la primera parte de la serie. Siento que la generación de los padres de Naruto permite explorar tantísimo de ese mundo controlado y quiero ver qué resultados de ello.

Espero les guste. Y, bueno, me parece que de una u otra forma las acciones de Jiraiya marcan la pausa para lo que sucede con esta generación y con la siguiente. Es un personaje que, sinceramente, me encanta. El hacedor de Hokages, le dicen. A mi manera de verlo es comprensible que este fic, que abordará a Minato y su camino como ninja y Hokage, deba iniciar con él.

Decirles tambíén que mi One-shot Un rayo de luz fue una escena que pensé para ese primer fic que hice, pero que no incluí en su momento porque sinceramente escribía con las patas y no pude lograr lo que hubiera querido jajaj haber escrito ese one-shot este año hace parte de ese brote de inspiración que hoy me permite empezar este proyecto. Espero alguien lo lea y les guste.

Este fic da inicio con el capítulo que acaban de leer y termina con los hechos de la noche del 10 de octubre que todos conocemos, para que puedan dimensionar el tamaño de este fic (no será corto)

06/10/2024