HETALIA PERTENECE A HIDEKAZ HIMARUYA

NICOLAE CEAUSESCU (1918-1989) FUE UNA PERSONA REAL


El tal Wellington ejercía una gran influencia en el Parlamento británico, se codeaba con la Reina y con la mismísima nación, de modo que a Ceaușescu le interesaba enormemente que estuviera cómodo durante su estancia y que la sobremesa fuera amena. Wellington, con un puro en los labios, obsequio de Ceaușescu, se paseó por la estancia. Una sala que seguro le recordaría a lo que la Reina Isabel disfrutaba en el Buckingham Palace, con su decoración blanca y dorada, suelos y chimenea de mármol, mobiliario antiguo, lámparas de araña de cristal de Murano. Y las otras setenta y nueve habitaciones, el cine privado que había en el piso inferior, los jardines exuberantes, la piscina interior decorada con mosaicos de Olga Porumbaru...Sí, seguro que estaba pensando que el propio Rusia habría dado lo que fuera por tener aquellas cosas.

Wellington se detuvo frente a la ventana y miró a través de ella durante tanto rato que Ceaușescu se acercó a ver qué estaba mirando. Era a Rumanía, el cual estaba saliendo del invernadero con una maceta en las manos.

— Le había visto en los medios...—dijo Wellington.

(«Aunque no tan delgado y...», pensó, y, al no encontrar la palabra exacta para describir la impresión que le daba su cara, lo abandonó por completo.)

— Pero nunca he tenido la oportunidad de conocerlo en persona—prosiguió, guardándose sus impresiones para sí mismo—. ¿Cómo es?

— Bastante campechano—contestó Ceaușescu, con los labios curvados—. ¿Quiere que le haga llamar?

— Oh, se le ve ocupado, no querría molestarlo.

— Como quiera. De todas formas, había pensado en presentárselo más tarde. Va a quedarse trabajando hasta la hora de cenar. Es un trabajador excelente, en verdad. De sol a sol y a destajo. De todas formas, lo necesita. El trabajo es vida para los de su especie.

— Sí, el señor Inglaterra es muy parecido...Las naciones son criaturas curiosas.

— Cierto.

— He leído que San Isidoro de Sevilla, en sus Etimologías, allá por el siglo séptimo, los describía como milagros análogos a Jesucristo. Fuerzas sobrenaturales encarnadas, a las que fueron concedida apariencia humana para que la gente pudiera conectar con conceptos superiores que de otra forma no podrían comprender. Él lo contaba de una forma mucho más poética, pero es más o menos lo que argumentaba.

— Bueno, dudo mucho de que Dios exista, pero debe de haber algo, porque las naciones son algo fuera de lo común—respondió Ceaușescu.

Cruzando los brazos detrás de su espalda, él también se quedó mirando a la nación, cómo sacaba las plantas muertas del invernadero.

— Funcionan de una manera peculiar—dijo—. He sido el guardián de Rumanía durante veintiún años, y me he dado cuenta de que parece humano, se comporta como un humano, tiene las mismas necesidades que los humanos, pero no lo es. Las naciones son expertas en eso: en fingir que son como nosotros. Supongo que de eso es de lo que hablaba Isidoro de Sevilla. Pero no, ellos no han venido a salvarnos, ni se han encerrado a sí mismos voluntariamente en una prisión de carne para nuestro bien. No hay en el mundo nada más egoísta que una nación. En el fondo sólo se preocupan por ellas mismas, su moralidad es muy débil. No tienen más personalidad que la de la masa, y no hablo de una racional. Cuando aman, se obsesionan de tal forma por ese algo o alguien que se olvidan de quiénes son y se entregan en cuerpo y alma; cuando odian, lo hacen con furia, no se detendrán hasta que el objeto de su odio haya sido exterminado; la economía y la política les afectan de una manera más profunda que a nosotros, y como son inestables, su salud y su cordura también lo son; su memoria abarca siglos, milenios; tienen un instinto, un impulso, digamos, que no sólo les empuja a encontrar y consumir recursos, como nosotros los humanos, sino que siempre quieren más, expandir su territorio y...destruirán a quien se interponga en su camino.

— Oh, sí. He observado eso en el señor Inglaterra. Creo que tiene mucha razón. Pueden actuar como potros salvajes—asintió Wellington.

Ceaușescu también asintió. ¿Quién lo hubiera dicho, viendo el aspecto tan afable que tenía Rumanía?

— Y como potros salvajes, necesitan que los domen.

Wellington volvió discretamente los ojos hacia él. La fina sonrisa de Ceaușescu había desaparecido, y miraba a Rumanía desde la ventana con expresión pétrea.

— Sí. Supongo que eso es lo que soy. El domador de Rumanía. Eso es lo que al fin y al cabo son Su Majestad y todos los políticos. Hombres y mujeres que hacen lo imposible por mantenerlos por el buen camino. Si les dejáramos seguir sus instintos, serían un peligro para sí mismos y para los demás. No es tan difícil. Depende de su carácter. Su nación, Inglaterra, es uno de esos a los que llamo buenos chicos. Tan sólo hay que usar las palabras adecuadas con ellos. Otros, como Rusia, son un poco más difíciles. Son en verdad potros salvajes. Y, como en el caso de los potros, uno debe...usar la fusta con ellos...

Ceaușescu tornó los ojos hacia Wellington.

— Es lo mejor para ellos—insistió.

Wellington mostró su asentimiento con un gesto con la cabeza.

— Es lo mejor para ellos—repitió él.

— Son una maraña de sentimientos contradictorios, al fin y al cabo—dijo Ceaușescu—. Creen que saben lo que les conviene, pero no es verdad. Necesitan orden.

Ceaușescu volvió a mirar a Rumanía. ¿Se sintió observado Rumanía? ¿Le pitaban los oídos? Puesto que miró en su dirección. Wellington siguió sin encontrar las palabras para describir qué había en sus ojos.

Grandeza, quizás. Ésta no tenía por qué ser alegre, o siquiera sana.

El que había cantado las cuarenta a Rusia, reafirmado sus posiciones, el que se había distanciado de la Unión Soviética...

Y todo eso gracias al hombre que estaba a su lado. Ceaușescu fue el hombre que hizo de Rumanía una nación admirada en todo el mundo, ganándose la misma admiración.

La prueba de su argumento. El ejemplo de lo que una buena dirección podía hacerle a una nación.

— Para eso estamos aquí—terminó Ceaușescu la frase.


No sabían...No veían...Nadie lo creía...

Pero lo verían...Le creerían...Lo sabrían...

Porque Ceaușescu ignoraba una cosita sobre las naciones: no percibían el tiempo de la misma forma que los humanos. Eso les hacía extremadamente pacientes.


Su presencia solía bastar para llenar las calles...Ahora, tenía que amenazar a los obreros con el despido si no acudían a la convocatoria. Tuvo que ponerse muy severo con Rumanía para hacerle escuchar. Pero él no estaba allí, en el balcón, a su lado. Estaba abajo, rodeado de su gente.

Eso...en sus ojos...

Al principio hubo un murmullo. Luego empezó a convertirse en unos pocos silbidos y quejas. Al final degeneró en un abucheo imposible de ignorar.

Ceaușescu miró nervioso a su alrededor.

— ¿Hola? ¿Hola, camaradas? ¿Hola?

Rumanía estaba entre aquellos que agitaban el puño y gritaban. Lo miraba sin pestañear.

Ceaușescu vaciló, volvió a darse la vuelta, buscando algo o a alguien que le inspirara las palabras adecuadas para calmar a toda aquella gente, hacerles comprender...Todas sus promesas...¿no bastaban?

Si el guante de seda no funciona, usa el látigo.

Sus guardaespaldas lanzaron una mirada hacia los manifestantes y le hizo entrar de nuevo en el Palacio, acompañado de los gritos y abucheos de la turba.

Hasta que una vez más el ejército comenzó a dispararlos.

¡Pero seguía sin escuchar, no escuchaba! Aun sí se le podía ver con todos aquellos andrajosos que asaltaban sus edificios, ondeaban su bandera y se desgañitaban. Tendría que haber estado con él, pero se quedó con ellos. No era su prisionero. Ceaușescu quiso creer que lo era, al principio, pero no. Les curaba las heridas, los animaba y ayudaba, claro que les ayudaba a hacer todo esto...

El mundo entero estaba mirando...No con aprobación, como antes...La prensa internacional hablaba de miles de muertos, niños incluidos...Cierta gente a la que no pudo echar el guante contó a las naciones que Rumanía llevaba años pasando hambre...No le ayudarían, no ahora, que conocían la horrible verdad...¡Pero debían hacerlo! ¡Alguien debía acudir en su ayuda! ¡Rusia! ¡Rusia vendría!

Mas él no vino. Nadie vino. Huyó en helicóptero acompañado de su esposa. Salir de aquí. Esperar a que Rumanía se calmara. Necesitaba tiempo para recuperar la cordura y comprender que todo lo que hizo fue por su bien...O quizás era cierto que había cometido errores, en cuyo caso aún estaba a tiempo de corregirlos...

Los escudos anti-aéreos los obligaron a escapar por carretera. Por desgracia, acabaron en manos de la gente equivocada. Los encerraron en una oficina y unos hombres armados vinieron a por ellos.

Él y su mujer se enfrentaron a unas acusaciones muy feas. Genocidio, robar la riqueza de la nación, esclavizarla...Trató de defenderse, pero este no era un juicio con un juez ordinario, o siquiera un abogado que lo ayudara. La acusación: Rumanía. Él apenas abrió la boca. Parecía más bien un observador.

¿Cuál dice la Constitución que es la pena para esa clase de delitos?

Rumanía ni siquiera pestañeó cuando oyó la palabra 'muerte'.

Era 25 de diciembre. Pero en tierras comunistas ¿qué importancia tenía esa fecha? Ni un regalo, ni despedirse de la familia, ni piedad alguna.

Pero aun así Rusia vendría pronto y pondría orden en sus dominios, ¿no?

No. Lo único que hizo fue cruzarse de brazos. «Yo no me meto en los asuntos internos de Rumanía.»

El juicio comenzó a las 05:30 a.m. La sentencia se aplicó a las 02:50 p.m

¡Podrían haberlos fusilado sin toda esta mascarada, con la prensa y las cámaras en la puerta y todo! Si los querían muertos, ¿a qué venía todo esto? ¿Para que pareciera justo?

— ¡Rumanía, no sabes lo que estás haciendo!

Y él estaba ahí de pie, junto a los soldados.

Claro que no lo sabía. ¿Qué esperaba que fuera a pasar después de esto? ¿Creía que todos sus problemas se desvanecerían mágicamente? ¿Acaso su muerte le haría más feliz?

Un escalofrío sacudió a Ceaușescu cuando su mirada y la de Rumanía se cruzaron.

Sí.

Y casi perdió la compostura, porque, al borde de la muerte, lo vio tal y como era realmente. Y vio que Isidoro de Sevilla se había equivocado garrafalmente.

Las naciones no eran como Jesucristo..., ¡eran Legión!

En sus ojos llameantes vio el fuego de algo ancestral. En su voz...

Feliz Navidad, Nicolae, Elena.

...oyó el frío susurro de millones de rumanos, vivos y muertos.

Justo antes de que los acribillaran a la vista de todo el globo.


FIN