Disclaimer: Naruto no me pertenece.

Aclaraciones: Historia situada en Konoha durante la época del Primer Hokage. Eventos canonicos han sido alterados para el fin de la historia.


Capítulo Uno


Esa mañana se levantó con el Sol en la cara y el lado del futon vacío acompañándola. Se sintió un tanto avergonzada al no despertarse a tiempo y despedir a su esposo antes de que saliera el alba.

Hinata entendía que los asuntos de la aldea requerían la absoluta participación de Madara al ser uno de los fundadoras de ésta. Inmiscuirse a profundidad en las necesidades de la aldea le hacían ganar buena fama y hacer que los demás dejasen de mirarlo con temor.

No justificaba a las personas ni al resto de los clanes por sentir desconfianza hacia Madara, él más que nadie sabía los pecados cometidos y crímenes bajo el mando del clan Uchiha durante la época de la Guerra de Clanes en la cual los conflictos entre el clan Senju y Uchiha eran el pan de todos los días, generando una ola de incertidumbre a los habitantes a la redonda de cómo esos enfrentamientos les afectarían.

Sin embargo, Madara había demostrado querer a la aldea. Unirse a los Senju a través de un tratado de paz fue un duro golpe a su orgullo; olvidar el cómo las guerras habían afectado a su gente, disminuido considerablemente la población y la herida que casi orilla a la muerte a Izuna no eran fáciles de olvidar. Más Madara estaba dispuesto a hacerlo.

Hinata admiraba la fortaleza de su esposo ya que el orgullo no era fácil de dejar al lado con tal de hallar el bienestar de terceros. Sabía que, cuando regresaba a casa, con ese silencio sombrío rodearlo, lo conversado en el despacho del Hokage no había sido del agrado de su marido quien día a día alzaba la voz para que clan no recibiera el trato que la mayoría de los habitantes les daba. A veces dolía verlo así y el único consuelo que podía darle cuando esos abrumadores pensamientos le invadían era recostar su cabeza en su regazo y tararear para que el fantasma de las inquietudes le dejase descansar.

Vistió con sus ropas de diario pues hoy debía hacer muchas cosas en casa. A pesar de que Umiyashi-san le dijera que no era necesario, Hinata insistía. No le gustaba quedarse y no hacer nada, se negaba a simplemente ver cómo todos ayudaban en la casa mientras ella reposaba como si estuviese enferma. Daba igual si era o no la matriarca del clan Uchiha, era su responsabilidad ver por el bienestar de quienes ahora eran su gente, a pesar de que algunos aun no le aceptaran por ser una extraña.

Recogió el futon y lo dejó en su lugar correspondiente para utilizarlo en la noche, abriendo las puertas y dejando que el aire ingresara para purificar la habitación. Fue hasta afuera para aspirar profundamente el aire fresco de los bosques cercanos y le sonrió al día.

Afuera, en los pasillos, las jóvenes encargadas de la limpieza de la casa alzaron la mirada al escuchar la puerta de los aposentos de su líder abrirse, encontrándose con la esposa de éste.

—Buenos días, Hinata-sama —saludaron algunas con una sonrisa ligera mientras otras se limitaban a ser corteses y continuar con sus tareas.

—Buenos días —saludó Hinata, correspondiendo al saludo—. Uh —tímidamente se acercó a una de las muchachas quien, al sentir la presencia de la mujer, se puso rígida—. Suki-san.

—¡¿H-Hai, Hinata-sama?! —preguntó la joven de ojos y cabellera negras, nerviosa por ser llamada por la esposa de su líder, pensando lo peor.

Hinata intentó no poner nerviosa a la joven ni causarle un ataque al corazón.

—Umiyashi-san me comentó que eres buena eligiendo moras —comentó lo que la anciana le dijo hace varias semanas—. ¿Crees poder acompañarme a traer unas? Quisiera preparar unos cuantos bocadillos para todos. El verano se acerca y pienso que mochi sería una opción más que adecuada.

—Ah, s-sí, claro Hinata-sama —respondió Suki, quien no tenía el derecho de negarse aun si lo quisiera—. Eh, ¿c-cuándo desea ir por ellas?

—En cuanto termines, si es posible. No quisiera presionarte.

—P-Para nada, Hinata-sama. Una vez termine, iré por usted.

—Muchas gracias, Suki-san.

Dejando atrás a las jóvenes, no sin antes despedirse adecuadamente, retomó su camino y cruzó por los pasillos que la conducían a la cocina. Antes de llegar escuchó ruido en el dojo de la casa, deteniéndose por unos momentos al escuchar claramente a alguien entrenar. Curiosa de quién podría ser, Hinata deslizó las puertas, no sin antes susurrar un: Perdón por la intromisión, entrando con cautela para no desencentrar a quien fuera que estaba ahí.

Izuna Uchiha practicaba en el centro del dojo con su katana, peleando contra un clon que copiaba sus movimientos. Hinata se quedó al margen, esperando no interrumpirle, preocupada por el joven ya que aun no se recuperaba por completo de la herida que Tobirama Senju le había causado en su último enfrentamiento.

Por órdenes de los médicos, Izuna debía estar en reposo y evitar el sobreesfuerzo, pues causaría un estrés en éste y podría complicar su estado. El ataque de Tobirama fue grave y pudo haberle matado de no ser por la intervención de los médicos del clan Senju quienes tenían un avanzado conocimiento sobre la materia.

El muchacho sobrevivió pero una fea herida que le cubría en diagonal en el pecho se quedó para recordarle lo afortunado que fue. A Izuna le asqueaba que le recordasen que fueron precisamente los Senju —a quienes odió por tanto tiempo— los responsables de salvarlo.

—Izuna-kun —llamó al joven Uchiha al considerar el entrenamiento más que suficiente, no quería que se lastimara—, buenos días.

Izuna interrumpió su entrenamiento para desviar la mirada a la mujer de cabellera negra azulada que le miraba desde el otro extremo del dojo. Naturalmente sintió un disgusto por tenerla en un lugar que consideraba suyo. Chasqueó la lengua e hizo desaparecer al clon de sombras, enfundando su katana y caminando hacia la puerta principal del dojo, quedando cerca de la esposa de su aniki.

—¿No es suficiente para ti invadir toda la casa como para querer adueñarte también del dojo? —preguntó con una furia palpitar en su oscura mirada—. A este paso te veré en todos lados.

—Lamento molestarte, Izuna-kun —Hinata intentó no ser una molestia para él, a pesar de que el menor de los hermanos Uchiha la consideraba como tal—. Solo pasé por aquí y escuché a alguien entrenar. No imaginé que fueras tú. Mis disculpas, me aseguraré de no volver a hacerlo.

Izuna llevaba el pecho desnudo, a pesar de eso ella no le veía con morbo, sino preocupada. Los vendajes ya no eran necesarios, pero el daño debajo de la piel persistía. Un ataque directo a las costillas, pulmones y corazón. Los primeros días en que Izuna salió de la habitación, terco en insistir que ya estaba mejor, le resultó complicado respirar; nuevamente debía aprender a cómo hacerlo, sintiéndose tan frustrado de re aprender algo que hacía naturalmente.

—Si quieres hacer algo por mí, Hyuga, de preferencia que sea tu desaparición —gruñó el joven Uchiha, rodeando a la mujer y saliendo por donde ella entró, ignorándola.

Hinata respingó cuando escuchó la puerta cerrarse con brusquedad, soltando un suspiro cansado. No gustaba presionar las cosas con Izuna, prefería llevarse bien con él sin que ese desprecio tan natural de él interfiriera cada vez que le hablaba. Sabía que para el joven azabache era complicado aceptarla como parte de su clan, más sus intenciones de ser cercana a él eran honestas. No deseaba ganar nada de su parte, salvo una convivencia donde la armonía reinara, o en donde pudiese hablar con él sin que el brillo de sus ojos le indicara lo mucho que deseaba su muerte.

Le disgustaba que Madara e Izuna tuvieran que pelear a causa de ella, siempre le hacía sentir culpable que por su presencia el lazo de hermanos peligrara con romperse. En ocasiones dichas discusiones llegaban a ser acalorantes que ambos Uchiha activaban sus Sharingan, dispuestos a llevar la discusión a niveles violentos. Muchas veces prefería guardarse sus opiniones y no decir nada al respecto, no le ocasionaba problemas que Izuna se comportara cómo lo hacía. Tampoco le agradaba que Madara le regañara solo por no haberle respondido bien en la hora de la cena, teniendo que tranquilizar a su esposo de que todo estaba bien.

Camino a la cocina, Hinata escuchó una parvada de cuervos inundar los cielos. Les vio volar y se preguntó la razón del por qué tantos.

—Buenos días, Hinata-san.

La voz de alguien llamarla a sus espaldas le hizo girar y ver a un jovencito con las características del clan Uchiha. Era Kagami Uchiha, nieto de Umiyashi-san.

—Kagami-kun, buen día —saludó con una sonrisa, viendo al joven sonreírle. Él traía un cuervo en su hombro—. No me di cuenta de tu presencia, estás mejorando en tu sigilo.

—¿Lo cree? —el joven Uchiha rio—. Sabiendo que sus sentidos son muy sensibles, lo que usted dice debe ser cierto, Hinata-san.

Hinata se sonrojó por el halago.

—P-Para nada, solo soy honesta. Las clases con Tobirama-sama están dando frutos, tú eres la prueba.

—Hmm —Kagami asintió, totalmente de acuerdo con la mujer de ojos opalinos—. Tobirama-sensei nos prepara todos los días y nos enseña a mis compañeras y a mí nuevas técnicas. Siempre nos sorprendemos que llegue al campo de entrenamiento con una técnica que se le ocurrió anoche.

Hinata sonrió al ver la enorme admiración que Kagami le tenía al Senju. Era raro ver Uchihas sentir ese tipo de cosas hacia el clan rival con el que pelearon durante décadas. También le causaba orgullo que Tobirama Senju, un hombre que expresaba su rencor hacia la cuna del Sharingan, hubiese aceptado como pupilo al joven Kagami. Eso le hacía creer que, en el futuro, las cosas cambiarían.

—Tobirama-sama es un ninja muy fuerte, me alegra que estés aprendiendo de él, Kagami-kun.

—Kagami.

Umiyashi apareció detrás del joven, sorprendiéndose de encontrarse a la señora de la casa. Le hizo una reverencia y saludó a la mujer, siendo correspondida por Hinata quien se acercó a la anciana.

—Hinata-sama, pensé que despertaría más tarde —comentó la mujer con su sonrisa amable.

—No podía permitirme eso.

—Siendo la actual matriarca del clan, no veo de malo que descanse apropiadamente —la mujer aumentó la sonrisa—, después de todo, sus labores maritales son de suma importancia para el futuro del clan.

El comentario tuvo el poder de abochornarla a niveles inhumanos, especialmente esa mirada pícara que Umiyashi-san le mandaba. Recordar que la mujer había visto escenas entre su marido y ella que prefería nunca compartir aumentó la verguenza y le hizo tener un ataque de nervios.

—U-Umiyashi-san...

—Abuela, no avergüences a Hinata-san —suplicó Kagami en nombre de la joven quien no sabía qué decir.

La anciana solo rio por la escena.

—Le pido mis disculpas, Hinata-sama.

—U-Uhm, no tiene por qué hacerlo, Umiyashi-san —susurró más respuesta, controlando sus emociones. Era la matriarca del clan Uchiha, no podía dejarse atacar así por los comentarios de la mujer—. Umiyashi-san.

—Dígame, Hinata-sama.

—He pensado en preparar mochi. ¿Contamos con los ingredientes necesarios? Le he pedido a Suki-san acompañarme por moras silvestres al norte.

Umiyashi se puso a pensar si en la cocina se hallaba lo necesario para preparar el postre.

—Tenemos mochigemo en reserva y judías rojas. Si desea traer moras silvestres, sería una buena adquisición.

—Entiendo —Hinata asintió—. Gracias, Umiyashi-san. La veré en la cocina.

—Hinata-sama, no hay necesidad de que entre a la cocina, puedo prepararle el desayuno y llevárselo...

—No es necesario, Umiyashi-san —le sonrió a la mujer—, puedo hacerlo yo misma. Con permiso.

Hinata desapareció y Umiyashi suspiró por los hábitos de la matriarca del clan. Siempre había servido a las esposas de los líderes del clan desde que era niña, estaba acostumbrada a hacerse cargo de las tareas del hogar y a servirles lealmente. Más con Hinata había sido un cambio inesperado.

Todos en el clan habían imaginado que la mujer que su actual líder tomaría como esposa sería una de las jóvenes del clan y así mantener la pureza del Sharingan. Era una tradición que los pasados líderes habían mantenido. Sin embargo, cuando Madara Uchiha se presentó con la joven de ojos perlados y anunció que se casaría con ella causó una conmoción en la Casa Uchiha.

Hubo quejas, por supuesto, muchas de éstas criticando el juicio de Madara-sama, siendo Izuna-sama el primero de ellos. Anunciar algo tan abrupto como eso era difícil de digerir. Los ancianos temieron que un nuevo conflicto con el clan Hyuga naciera, quienes tenían el apoyo absoluto del clan Senju y el de los aldeanos por siempre apoyar la causa de la familia del actual Hokage. No obstante, Hinata había resignado su posición en el clan, dispuesta a adoptar el apellido de su futuro esposo.

El descontento no cesó a pesar de que el clan Hyuga borrara de su árbol genealógico cualquier rastro de Hinata Hyuga, demostrando su desprecio hacia la mujer, ganándose miradas estrictas de Madara quien ponía orden en la casa.

Hinata había hallado en Umiyashi una confidente, pues la encontró llorando en los jardines cuando se disponía a regar las plantas. Ver a la joven llorar le causó una empatía que no pudo dejarla sola, acompañándola en silencio, escuchando sus inquietudes y miedos, brindándole un hombro en el cual llorar ya que no quería compartirle dichos pesares a Madara y cambiar las reglas de su clan solo por ella.

Umiyashi reconocía en su actual señora una fortaleza que pocos reconocían, pues no era fácil vivir en una nueva familia con reglas y tradiciones distintas. Aun así la joven seguía sonriendo, tratando a todos con respeto y dulzura, ganándose lentamente la empatía de algunos.

—Abuela.

—Dime, querido —respondió al llamado de Kagami quien acariciaba el plumaje de su cuervo.

—Estoy feliz de que Hinata-san viva con nosotros —confesó de la nada, haciendo que Umiyashi le mirara sin entender el impulso de su nieto en decir aquello. Aunque no le contradijo.

—Estoy de acuerdo contigo, querido. La casa tiene un poco más de luz que años anteriores —comentó al ver el camino que Hinata tomó.

El cuervo de Kagami empezó a graznar, era hora de marcharse.

—Debo irme, abuela —Kagami dejó volar a su cuervo, despidiéndose de su abuela—. Regresaré en la noche.

—Trata de no lastimarte demasiado, Kagami —le dijo antes de verlo partir—. Tendré lista la cena en cuanto llegues.

—Hai.


.


Hashirama saludó a los aldeanos quienes le sonreían desde los interiores de sus comercios o al pasar y cruzarse en el camino. Cada día recibían a personas deseosas de refugiarse, huyendo de los conflictos. Siendo un hombre generoso y amable, Hashirama les daba el acceso y prometía protegerlos de todo peligro.

El Sol apenas se alzaba en los cielos, brindando luz a todos para que realizaran sus actividades. La sombra de la guerra que azotó esos territorios se iba disipando y esperaba, en unos cuantos años, una aldea pacífica. Tobirama estaba ayudando de una manera significativa al crear un código que estableciera reglas dentro de la fuerza shinobi, para evitar guerras sin sentido que en el pasado fueron frecuentes. No valía la pena derramar tanta sangre. Además pronto se inauguraría la Academia Ninja, uno de los proyectos que más emocionaba a Tobirama.

El menor de los Senju había demostrado tener una mente privilegiada debido a su alto conocimiento y sabiduría. Veía y analizaba puntos que otros consideraban mínimos. La experiencia vivida en tiempos de guerra le había hecho pensar más allá y él, Hashirama, estaba totalmente agradecido de tenerlo a su lado.

Igual que el amigo que caminaba a su costado.

—Estuviste muy callado en la reunión, Madara —comentó Hashirama, rompiendo el silencio entre ambos.

Cada mes se realizaba una junta en la cual la mayoría de los representantes de los clanes habitando Konoha asistían para comunicar sus quejas, ideas o recomendaciones; también se leía en voz alta mensajes enviados por el Señor Feudal acerca de los fondos otorgados para impulsar la economía de la aldea. Ya que Konoha se disponía a ser una aldea shinobi, era de suma importancia el reunir relevancia. Gracias a las habilidades del clan Senju y Uchiha, más encomiendas se acumulaban.

No obstante, no todos los aldeanos de Konoha poseían talento ninja para ponerlos en las primeras filas, sino que eran habilidosos en campos alternativos que no eran manejar kunais ni técnicas especiales. Hashirama no había visto el problema de recibir a gente así en la aldea, pues tanto la población shinobi como la que no beneficiaría mutuamente.

Habían establecido que un aldeano sería elegido para representar la voz del pueblo en las juntas y así dar a conocer sus descontentos. Otros cuantos asuntos también se discutieron, a pesar de eso, Madara en ningún momento habló, dedicándose a escuchar.

Hashirama se halló nervioso de que un nuevo conflicto entre el actual líder del clan Hyuga, Hiroto-san, pudiese generarse. El Hyuga mayor tenía un claro rencor a su mejor amigo por haber engatusado a su hija mayor. Y no había día que no se lo repitiera. Sin embargo, lo que más rabia le generaba al hombre era el haber permitido que Hinata se hubiera casado con el Uchiha e irse a la Casa Uchiha sin ponerle el sello que mantendría su Byakugan bajo el yugo de la voluntad de la Rama Principal del clan Hyuga.

Por supuesto que Madara se negó a ello, expresando que si alguien tocaba a su esposa, lo mataría. Todavía Hashirama escuchaba a Tobirama suspirar por ver cómo las decisiones de Madara dividían.

Afortunadamente nada se desencadenó y todos pudieron continuar con la reunión hasta su conclusión. Sin embargo, Madara no compartía palabra con él, ni siquiera para quejarse de lo demandantes que se habían vuelto los demás clanes al requerir más terrenos, apuntándolo a él como alguien beneficiado no solo de la amistad de Primer Hokage, sino de favoritismo a pesar de tener un historial oscuro con sangre de distintos miembros de los clanes asentados en la aldea en las manos.

—No tenía nada qué aportar —respondió sin mucho afán de alargar la conversación, observando a los costados como madres se apresuraban en meter a sus hijos a sus hogares ante su presencia.

—Tus ideas son importantes para mí. Y lo sabes —expresó con honestidad, repitiéndole todas las veces que fueran necesarias a su amigo que validaba su opinión ya que si no fuera por Madara, Konoha no existiera.

Hashirama pudo haber sido capaz de llamar a la aldea como Aldea del Fuego o Aldea de Hashirama. No tenía mucha imaginación.

Madara observó a su amigo y sabía por esa cara de tonto sonriente que decía la verdad; tenía casi una vida conociéndolo y él jamás le mentiría. Sin embargo, era todo lo opuesto a los presentes durante la junta de hoy, que a pesar de intentar no ser tan obvios, para el Uchiha fue tan fácil saber el desprecio que le tenían a él y a su clan.

No se escondía detrás de la figura como uno de los principales fundadores de la aldea para evitar ser culpado por sus crímenes; los tenía muy presentes hasta el día de hoy y jamás podría escapar de ellos hasta el día de su muerte. Empero veía un tanto injusto el trato de los demás clanes al culpar a todo su clan de ser los responsables de la mayoría de las matanzas en todo el territorio cuando los propios Senju también tuvieron una participación directa.

Las reuniones siempre se trataban de temas menores que no siempre necesitaban de su participación, a menos que todo el clan estuviese implicado. Hasta el momento vivían cómodamente en el territorio que se les asignó, con suficientes hectáreas para ser llamado Distrito Uchiha y que la mayoría de su gente comenzara a construir sus casas y crear sus propias familias.

Los niveles de natalidad dentro del clan eran bajos, muchos hombres fueron perdidos durante los constantes conflictos y era momento de cambiar aquello con el surgir de una nueva generación.

Madara sabía que él debía dar el ejemplo y anunciar la llegada de un nuevo heredero, más prefería mantener aquel tema alejado de su mente hasta establecer un mejor lugar en la aldea para su clan.

No le pasaba desapercibido cómo Tobirama obraba para mantener lejos a los Uchiha de una participación activa en las misiones afuera de Konoha o en las decisiones políticas.

Hacía poco —y solo porque a Hashirama se le escapó— se enteró que las Bestias de Cola habían sido vendidas a distintas aldeas que Hashirama y Tobirama consideraron adecuadas para poseer un bijuu.

Sus hombres se hallaban inquietos sin tener nada qué hacer en esos últimos meses y cada vez era complicado tratar de calmarles y asegurarles que pronto tendrían misiones hasta hartarse.

Hashirama era el Primer Hokage por decisión del pueblo y el Señor Feudal, no había discusión para ello a pesar de tener sus dudas al respecto conociendo el temperamento tan cambiante de su amigo y su ingenuidad, más confesaba que era el único capaz de rivalizar con él, siendo más que capacitado para ocupar el puesto de líder de la aldea.

Más lo que a Madara le disgustaba era ese secretismo que ambos hermanos Senju se tenían, dejándolo a él afuera.

Las decisiones que tomaría a partir de ahora afectarían a todo su clan y ya no tenía el privilegio de no ser considerado. Ahora había reglas, acuerdos y pactos que debía seguir, o sino habría consecuencias.

Ya el clan Uchiha había perdido mucho, hacerles pasar por otra época de crisis no era lo que Madara quería.

No tuvo mucha fe en el acuerdo de paz que Hashirama le hizo pactar; la paz era algo que veía lejano al ver con sus propios ojos el verdadero escenario de una guerra repetirse una y otra vez, solo por no compartir la misma ideología.

—No seas modesto, siempre tienes algo qué decir —Hashirama le codeó amistosamente y Madara solo bufó.

—Hoy fue la ocasión en que no —respondió, deteniendo el infantil comportamiento de su amigo. Llegaron a cruce que separaba sus caminos—. Te veré mañana.

—¿Eh? —exclamó Hashirama un tanto decepcionado de verle irse—. Pensé que iríamos a beber algo.

—No quiero estar ahí cuando tu mujer venga a regañarte por ver que estás apostando de nuevo —recordó Madara con burla, poniendo en jaque al castaño quien tembló al recordar el carácter de su esposa—. Además estoy cansado de escuchar por todo el día quejas y quejas. Quiero ir a casa. Hasta luego.

—Ah, entiendo —Hashirama se recuperó de inmediato y sonrió ampliamente, moviendo su mano—. ¡Saluda a Hinata-chan de mi parte, Madara!

Él ignoró la manera en cómo su amigo llamaba a su esposa, dejándolo pasar a pesar de sentir un tic en la ceja. No le gustaba cuando otros se dirigían a Hinata con tanta familiaridad.

De camino a la Casa Uchiha las viviendas se reducían y había más maleza. Cruzó el río por el puente y llegó a la otra parte de la aldea que ahora le pertenecía al clan Uchiha, enojara o no a los otros líderes, especialmente a ese viejo del clan Hyuga.

Recordarle le hizo fruncir el ceño. Ese viejo senil siempre buscaba la oportunidad de provocarle, dirigiendo todo ese enojo hacia Hinata. Y el hecho de que su esposa no estuviera presente, le molestaba más. Los años podían pasar pero el clan Hyuga jamás perdonaría la falta de Hinata solo por enamorarse de él.

Tenían una razón para enojarse por alterar el orden de los linajes de dos poderosos doujutsus. Las reglas que regían la pureza de un clan cuyo Kekkei Genkai era apreciado como arma estaban hechas para evitar, precisamente, ese tipo de problemas. Uchihas se casaban con Uchihas. Igualmente los Hyuga. Mezclar la sangre de dos clanes siempre traía consecuencias o un resultado nada favorecedor.

Madara bufó al considerar todas esas cosas como simples patrañas.

Arribó a la entrada al Distrito Uchiha, escuchando el movimiento de su gente. Poco a poco el lugar iba tomando forma, ocupando lentamente el terreno y moldeándolo en lo que antes fue los orígenes de su clan. Las juntas internas con los miembros a quienes escogió como parte de los Ancianos seguían para darle un orden a todas las viviendas, determinar si sus muertos serían enterrados en el territorio o formarían parte del cementerio de Konoha. Incluso venía pensando en hacer un santuario en honor a los caídos y un lugar en el cual rezar por las bendiciones. Él no se consideraba alguien que profesara fe a figuras celestiales invisibles, pero la gente mayor sí lo hacía y quería evitarles el desplazamiento hasta el centro de Konoha.

—Madara-sama, bienvenido —las mujeres del servicio lo recibieron con cortesía.

—Hm —replicó al adentrarse a su hogar, escuchando las pisadas de las mujeres tras de sí. Bufó—. No requiero ninguna atención, pueden retirarse.

—Hai —respondieron al mismo tiempo las tres jóvenes al retirarse tal cómo su líder les había indicado.

Pasó por la casa en busca de su esposa pero no la hallaba por ningún lado. Madara pensó si aun estaría dormida, desechando tal idea al conocer la personalidad activa de Hinata y su rechazo a quedarse tanto tiempo en ocio. Al no encontrarla decidió ir a su despacho a poner en orden unos cuantos documentos que tenía pendientes en revisar.

En poco tiempo Umiyashi llegó a su oficina privada, tocando ligeramente al otro lado del shogi.

—Adelante —ordenó sin dejar de leer los pergaminos.

—Con permiso, Madara-sama —pidió la anciana, llevando en sus manos una bandeja con te humeante—. Me avisaron de su llegada, le he preparado su té de costumbre.

—Puedes dejarlo ahí, Umiyashi —indicó Madara al ver a la mujer.

Umiyashi hizo una reverencia antes de partir pero el Uchiha habló.

—¿Sabes dónde se encuentra mi esposa? —preguntó.

Ella se giró y asintió.

—Hinata-sama salió a recolectar moras silvestres con Suki esta mañana.

—¿Alguien más las acompaño? —preguntó. Frunció el ceño cuando la mujer negó—. Esa muchacha carece de entrenamiento y sería incapaz de proteger a mi esposa. ¿Dónde están los hombres que asigné para escoltarla?

—Hinata-sama les pidió quedarse para disfrutar de su día libre, Madara-sama —explicó Umiyashi, esperando que con ello se calmara la molestia de su líder—. No consideró persistente el llevarse un escuadrón por algo tan simple como recolectar unos frutos.

—Esa mujer es tan terca a veces —masculló para sí al recordar que detrás de ese rostro divino que siempre gustaba acariciar en las noches ocultaba un espíritu indomable a veces.

Umiyashi sonrió al ver el cariño que Madara le tenía a Hinata.

—No tiene por qué preocuparse, Madara-sama, nada le pasará a Hinata-sama. Está dentro de Konoha y todos sabemos que es la aldea más prospera que puede existir en todas las Naciones Ninja.

—No estaría tan seguro de ello —opinó Madara con seriedad, no concordando con lo que la anciana decía. Más no iba a dedicarse a explicarle sus razones—. Puedes retirarte, Umiyashi, en cuanto mi esposa regrese quisiera ser avisado.

—Hai —se despidió la mujer—. Con su permiso, Madara-sama.


.


—¿H-Hinata-sama? —la voz de la pobre muchacha quien veía con sorpresa y temor a que la esposa de su líder pudiese caer de las ramas tembló al alzar la mirada y encontrar a la mujer de cabellos negro azulados ocupada en recolectar la fruta que colgaba de las ramas más altas—. ¿Q-Qué hace ahí? ¡Podría caerse!

—Estoy bien, Suki-san —Hinata sonrió con pena a la muchacha por ponerla en esa situación—, estoy usando mi control de chakra. No te preocupes.

—E-Entonces no haga nada que me haga preocuparme, Hinata-sama —decía Suki, rodeando el árbol, buscando por dónde subirse para bajar a la matriarca—. Si algo le pasa —la imagen de Madara Uchiha con su Sharingan activado le generó un vacío en el estómago—, s-si algo le pasa...

—Tranquila.

Terminó su recolección y bajó con agilidad del árbol, sorprendiendo a Suki quien, al verla ya en tierra, soltó un suspiro de alivio.

—Hinata-sama, no haga esas cosas tan peligrosas —recordó la jovencita—. Ahora es la matriarca del clan Uchiha, recuerde eso por favor.

Hinata sonrió con pena por el regaño sutil de la joven azabache quien recogió las canastas, tomando la de ella sin pedírselo.

—Creo que con esto será suficiente para hacer mochi para todo el clan —dijo Suki convencida, mirando la enorme cantidad de moras y frutos silvestres que se encontraron en el camino—. Es hora de regresar a casa.

—Ni siquiera el Sol se ha metido —observó el cielo que seguía azul, sintiendo el aire bailar en su cara. Se sentía tan bien estar afuera de la Casa Principal. Miró a Suki quien ya adivinaba lo que pasaba por la mente de la mujer—. ¿Sería mucho si nos quedáramos más tiempo?

—Hinata-sama —a Suki la ponían en una compleja situación porque no quería desobedecerle, pero tampoco quería ganarse un regaño de parte de su líder por no cuidar de su esposa.

A comparación de otros Uchiha, Suki no había despertado el Sharingan y era una seguridad de que jamás lo haría. No podía generar chakra, naciendo con un cuerpo demasiado débil para hacerlo. Ser una kunoichi no entró en sus elecciones y como resultado, tuvo que trabajar en la Casa Principal para ganarse la vida.

—Solo un paseo —Hinata convenció a la chica, tomándole de la mano y cogiendo la canasta que le correspondía llevar—. Después regresaremos.

—Pero, Madara-sama dijo...

—No te preocupes, Suki-san, yo me encargo de mi esposo.

Sin un argumento que lograra cambiar de parecer a Hinata, la chica aceptó y accedió a acompañar a la mujer a ese paseo que tanto quería hacer. El lugar en sí no era peligroso pero el muro que protegería a Konoha aun no estaba terminado, por lo que era fácil acceder desde afuera. Los árboles que Hashirama-sama hacía crecer a través de su habilidad ayudaban a ocultar la ubicación de la aldea, sin embargo, eso no le generaba una tranquilidad completa de que nada malo pudiese suceder.

Especialmente ella siendo una Uchiha; una Uchiha que acompañaba a la matriarca del clan.

Por mucha influencia que Madara-sama pudiera tener, eso no impedía que recibieran miradas hostiles de los demás aldeanos o del resto de los clanes con los cuales tenían que convivir. Suki muchas veces miraba al piso con temor a encontrarse con esas miradas llenas de recelo y resentimiento, o que alguno de ellos la reconocieran como la hija de Sakamoto Uchiha, uno de los guerreros que Madara-sama tuvo al mando en sus primeras filas y logró la conquista del clan Yamanaka.

Además, la mujer de ojos perlados no ayudaba a pasar desapercibida. Todos en Konoha sabían el escándalo que la mujer protagonizó en cuanto se unió con Madara Uchiha en matrimonio, desechando cualquier regla que todo clan importante y dueño de una importante técnica ninja debía seguir estrictamente.

No mezclar la sangre.

Suki agradecía que no hubiese viviendas cerca de la zona donde le gustaba recolectar moras durante sus ratos libres, quedándose atenta al cielo, disfrutando de un momento de relajación. Sin embargo, Hinata-sama caminaba por el sendero que las adentraba a los territorios que por derecho le pertenecían a Tobirama Senju, un lugar que usaba para entrenar a sus discípulos.

—Hinata-sama —Suki corrió hacia ella, buscando desviarla del camino y optar por otro—, ¿está segura de querer ir por aquí? Uh, l-los campos de entrenamiento que Tobirama-sama eligió para su equipo se hallan al otro lado de la colina. ¿Cree prudente ir?

Hinata detuvo su caminar, pensando mejor.

No tenía una mala relación con los hermanos Senju considerando que su antiguo clan siempre manejó buenos tratos con la familia. Incluso vieron la manera de comprometerlos en un matrimonio antes de que eligiera ser la esposa Madara. Tobirama Senju era un hombre de aspecto frío, hablaba con seguridad y no se iba por las ramas al momento de soltar sus argumentos; era todo lo contrario a Hashirama-sama quien, sin dudarlo, era capaz de iluminar una habitación con su sonrisa.

Tobirama tenía el poder de apagar todas las luces con su mirada carmesí.

Miró más allá del sendero, recordando con cariño uno de sus lugares favoritos donde gustaba ver la puesta del Sol. Lastimosamente ella ya no tenía tales privilegios para moverse en territorios ajenos. No quería causarle un problema al clan ni a Madara solo por sus caprichos.

—Tienes razón, Suki-san —Hinata asintió.

La susodicha sonrió.

—Hai. Estoy segura que hay otros lugares donde... —inesperadamente el cuerpo de Hinata caer la dejó muda.

Escuchó el golpe seco y de inmediato Suki acudió con su señora.

—¡¿H-Hinata-sama?! —la movió, sumamente preocupada. Revisó por todos lados ante la posibilidad de un ataque y cubrió el cuerpo de Hinata con el propio, buscando ayudarle—. ¡Hinata-sama, despierte, por favor! —revisó sus signos vitales, respiraba pero no sabía si estaba bien o no.

Necesitaba hacer algo, ir por ayuda o...

—Nuestro distrito está muy lejos de aquí —se dijo, atacando sus propios pensamientos, mirando hacia el norte donde se hallaba establecido la cuna del Sharingan—. La única opción sería —miró detrás de la colina, tragando en seco.

Suki negó repetidas veces.

—No, no, debo llevar a Hinata-san hasta el distrito, cueste lo que me cueste... —era fácil decirlo pero no contaba con la suficiente fuerza para llevar una mujer adulta sobre el hombro, apenas tenía catorce—. ¡¿Q-Qué hago?! —entró en pánico al no tener muchas opciones disponibles.

No podía hacer invocaciones como Kagami-kun y darle aviso a Madara-sama. Tampoco tenía la fuerza de un chico para encargarse de Hinata-sama. Y no tenía conocimiento de ninjutsu médico para determinar si lo que padecía Hinata-sama era grave.

La pequeña Uchiha escuchó el graznar de las aveces, así como los filos de shurikens estrellarse entre otros. Estaban entrenando, el eco le confirmaba que no estaban muy lejos de ahí. Consideró seriamente sus opciones pero el mirar a Hinata sobre el suelo le hizo sentir un apretón en el estómago.

Debía ir y pedir ayuda.

—E-Espero que Kagami-kun esté ahí, me ayudaría mucho a no... —recordó la mirada rojiza de Tobirama Senju cada vez que tenía la mala fortuna de toparselo desde lejos, sintiendo todo su cuerpo temblar por leer con facilidad el odio en los ojos del Senju— enfrentarme sola a él... —puso a Hinata boca arriba—. Regresaré con ayuda, Hinata-sama —avisó—. P-Por favor, no muera y resista.

Rápidamente emprendió el sendero hasta llegar al otro lado de la pequeña colina, enredando sus ropas contra los arbustos aun presentes. Corría y corría en espera de hallar el campo de entrenamiento o a alguno de los chicos, pero nada. Se detuvo en seco, respirando agitadamente por la energía consumida y su falta de entrenamiento, observando a las altas copas de los árboles que daban la impresión de ser más grandes.

—N-No puede ser, n-no puedo estar perdida —gruñó de impotencia—. Me sé estos lugares de memoria, es imposible que...

El ruido de una rama romperse la puso de nervios y miró hacia la dirección de donde sospechaba provino, más no encontró nada, solo la completa certeza de que estaba sola.

—D-Debo seguir —obligándose a continuar sin importar qué tan extraño le resultara todo eso, Suki volvió a correr con todas sus fuerzas, importándole poco si sus prendas se arruinaban en el camino.

La vida de Hinata-sama era más importante.

Los ruidos del entrenamiento cesaron y Suki pensó si ya habían terminado, lo cual aceleró su corazón ante la idea de que nadie podría socorrerla con Hinata-sama. Detuvo su andar y puso ambas manos sobre su boca.

—¡N-Necesito ayuda, por favor! —gritó con todas sus fuerzas, esperando ser escuchada—. ¡M-Mi señora ha sufrido un desmayo! ¡E-Es urgente que alguien le brinde la ayuda que necesita o sino...! —su voz moría al tener presente las serias consecuencias de si algo malo le ocurría a Hinata-sama.

La cabeza de Suki sería separada de su cuerpo por obra de Madara Uchiha ante su incapacidad de proteger a su señora.

Nadie le respondió, ella volvió a intentar. Los resultados fueron los mismos, orillándola a hacer algo que ella nunca imaginó hacer.

Escalar árboles.

Suki creía que si gritaba desde un punto alto alguien podría escucharle, o al menos notarla. Confiada en sus capacidades posó sus manos sobre la corteza y empezó a subir, cuidando de no pisar en el lugar incorrecto y caer; que ella se lastimara no ayudaría en nada a su situación. Poco a poco se iba acercando a las copas, no obstante, algo extraño sucedía pues cuando imaginaba que solo hacía falta un par de metros, las ramas que le anunciaban la meta se alejaban de sus manos sin poder hacer nada.

—¿Pero qué...? —escuchó la rama del árbol quebrarse y miró horrorizada que ya no tenía de dónde sostenerse.

El grito de Suki inundó todo el lugar, cayendo a una velocidad violenta hacia el suelo. Por inercia cerró los ojos en espera de una caída.

Sin embargo, ésta nunca llegó.

—Danzo, es suficiente. Disipa el gengutsu.

—Hai, Tobirama-sensei.

Suki abrió los ojos en cuanto escuchó voces, hallándose a sí misma recostada en el piso, en medio del campo de entrenamiento y con un par de miradas curiosas puestas en ella. Se sentó de golpe, buscando algo que le pudiese explicar qué sucedió.

—¿D-Dónde estoy...? —observó a los presentes, topándose con la sonrisa llena de disculpa de parte de Kagami Uchiha.

—Estás en mi campo de entrenamiento, niña —la alta figura de Tobirama Senju opacó la luz del Sol que le daba en la cara y tuvo el poder de hacerla sentir frío—. ¿Qué te trajo aquí? —exigió saber el Senju, poniendo nerviosa a la Uchiha—. Habla —gruñó con poca paciencia.

—Y-Yo... —sus manos comenzaron a temblar y ella las apretó tan fuerte para que dejaran de hacerlo. Siquiera mirar a Tobirama Senju le producía un enorme pavor—. Y-Yo...

—Es Suki Uchiha, sensei —Kagami intervino al notar lo nerviosa que su prima tercera lucía. Le dio lástima y no la culpó por reaccionar así con Tobirama; él también lo hizo al principio—. Es de mi clan.

—Lo noté por el símbolo en la parte trasera de su kimono —señaló Tobirama, cruzado de brazos, mirando a la menor sin entender qué hacía ella ahí. No tenía su permiso ni era una de sus alumnas—. ¿Vas a responderme o no, niña?

—Creo que en medio del gengutsu que Danzo-kun levantó, ella decía algo sobre ayudar a su señora —comentó Koharu al ver a su sensei.

Tobirama frunció el ceño al saber quién era la actual señora del clan Uchiha, la quien antes su padre habría querido que fuera su prometida para unir los clanes de sus respectivas familias y así crear un lazo inquebrantable que les daría ventaja sobre los portadores del Sharingan.

—¿Dónde está tu señora? —cambió de pregunta Tobirama al mirar a la niña quien, aun atemorizada, se le quedó observando. La paciencia de Tobirama en cuanto a tratar Uchihas era poca—. Responde.

—Ella... Ella está desmayada cerca de aquí —lo mejor que podía hacer era señalar—. A-Al otro lado de la colina, ella... De repente...

Tobirama no esperó a que la Uchiha menor terminara y se lanzó hacia el camino, dejando a sus alumnos encargarse de la chica. Confiaba en que Kagami sabría qué hacer, así como el resto. Una de las principales lecciones que les inculcó a sus alumnos era no depender completamente de él, ser pro activos.

No tardó mucho en llegar hasta el lugar donde la niña le dijo, encontrando a Hinata sobre el suelo, claramente inconsciente. Se agachó y la tomó en brazos; revisó su pulso, éste sonaba bien. Revisó su cuerpo en busca de posibles heridas superficiales pero nada a la vista. Llevó la mano a la frente y pudo sentir la piel de la mujer arder.

—Debo llevarte con Hashirama —le dijo como si ella pudiese escucharlo, un comportamiento que jactó de inmediato de ridículo—, él sabrá qué hacer.

La acomodó mejor sobre sí, cuidando de no ser tan brusco. Sacó un kunai especial que él mismo había diseñado, pensativo sobre usar o no la técnica que venía puliendo últimamente. No sabría si tenía éxito y no creía que llevar a Hinata en brazos pudiese ser una buena idea, pero le preocupaba el estado de la joven quien yacía en sus brazos.

Las temperaturas debían tratarse adecuadamente. Aun no había suficientes médicos que abastecieran los males de los aldeanos, por lo cual no debía confiarse y tomar a al ligera el padecimiento de Hinata.

Podía ser ahora una Uchiha y estar casada con el hombre que más odiaba, pero dentro de sí, algo le hacía recordar a la niña de ojos dulces que en algún momento iba detrás de ellos.

Tobirama no lo pensó mucho y empezó a hacer los sellos con su mano libre.

Hiraishin no Jutsudijo alto y claro, centrando su chakra, localizando en su mente la dirección del otro kunai especial que dejó en casa.

Fue una sensación extraña, como si el cuerpo le fuera jalado por una fuerza mayor. A pesar de la rara sensación que hizo rebotar sus órganos internos, Tobirama no desvió su concentración ni soltó a Hinata. El ruido del exterior se eliminó y solo encontró un silencio pacífico, así como el aroma de sus pergaminos inundar en el aire.

Él abrió los ojos y se halló en los interiores de sus aposentos. El jutsu había sido un éxito.

No perdió el tiempo en sentirse orgulloso y salió de la habitación con Hinata en los brazos, buscando a su hermano. Debía estar ahí porque la junta de hoy terminó y no tenía más responsabilidades como Hokage.

La servidumbre se mostró sorprendida de ver correr al hermano menor del Primero llevar en sus brazos a la esposa de Madara Uchiha. Éste les ordenó buscar a su hermano, así como quitarse para no estorbarle.

No fue hasta que escuchó cosas romperse en una de las habitaciones que Tobirama cambió la dirección de su carrera, llegando a la puerta, ignorando los escandalosos gritos de su hermano y los regaños de Mito Uzumaki.

Dejó de lado la educación y entró bruscamente a la sala, sorprendiendo a los presentes.

—¿Tobirama? —Hashirama parpadeó sin entender la visita inesperada de su hermano, más al ver a Hinata en los brazos de éste, puso una mueca seria—. ¿Hinata-chan...? ¿Qué pasó...?

—No lo sé —respondió, acercándose a su hermano—. Una chica de su clan vino a pedir ayuda a mis alumnos, la encontré desmayada en el sendero que lleva a mi campo de entrenamiento —Hashirama comenzaba a revisarla—. No está herida, al menos no exteriormente, pero tiene fiebre.

Mito se acercó y miró con ojos estudiosos a la joven.

—Pediré que traigan agua y lo necesario para tratarla —les dijo a ambos hermanos, dejando de lado el enojo que le causó descubrir que Hashirama había ido otra vez a apostar a escondidas.

Tobirama agradeció la iniciativa de su cuñada.

—Ponla aquí —Hashirama limpió la mesa decorativa para que Tobirama pusiera a Hinata ahí, tenía que revisarla a profundidad.

Hashirama cerró los ojos mientras concentraba su chakra en las manos, colocándolas por encima del cuerpo de Hinata quien parecía estar sufriendo a causa de la alta temperatura.

Tobirama quedó al margen, confiando en el ninjutsu médico de su hermano. Era alguien capaz y especializado en esa nueva rama que querría implementar a futuro.

Pasaron largos minutos en los que Tobirama sintió un vacío ampliarse por todo el cuerpo. No era común para él preocuparse por alguien externo a la familia, especialmente alguien cuyo apego sentimental era demasiado lejano. Sin embargo, ahí estaba, esperando ansiosamente a que Hashirama diera su veredicto, saber si la joven estaba en peligro o era un simple resfriado.

Su relación con Hinata se enfrió en el momento en que Madara Uchiha la anunció como su esposa, generando un odio descomunal por parte del clan Hyuga al ahora patriarca del clan Uchiha. Si no hubiese sido por la oportuna intervención de Hashirama y su autoridad como Hokage, estaba seguro que el padre de Hinata le habría colocado el sello; o en el peor de los casos, matarla.

No le culpaba de nada porque en sí no tenía nada qué reprocharle a la joven. Su compromiso jamás se consolidó y simplemente fueron palabras dichas al viento por parte de sus padres. El haberse confiado que la pequeña Hinata siempre estaría al alcance del clan Senju fue un error fatal.

Sin embargo, la sangre le hervía cada vez que tenía que morderse la lengua al pronunciar su nombre completo, desechando el apellido con el que nació y escupiendo el maldito segundo nombre que la marcaba como parte del clan responsable de quitarle la felicidad que apenas cabía en las palmas de sus manos durante su niñez.

—Mito —la voz de Hashirama llamar a su esposa despertó a Tobirama quien se halló tan centrado en sus pensamientos. Miró a la pareja, esperando la indicación siguiente de Hashirama.

—Dime —respondió la Uzumaki, dejando todo lo que pidió cerca, con algunas personas ayudarle y esperar.

Hashirama tenía una mueca seria, viendo a Hinata de una manera que puso nerviosas a las personas presentes. Él miró detrás de su esposa.

—Por favor, retirense —ordenó y ellos acataron, saliendo de la habitación, dejando a Hashirama con su hermano y esposa.

—Habla, Hashirama —pidió saber Mito, con el ceño fruncido por todo ese dramatismo—. ¿Le ocurre algo a Hinata?

—No estoy seguro, pero... —Hashirama apretó los labios, viendo a Mito acercarse con un cuenco de agua fresca para sumir una compresa y ponerla en la frente de la joven durmiente.

—Solo dilo, Hashirama —aconsejó Tobirama, también con la urgencia de que su hermano terminara.

El mayor de los Senju dio una significativa mirada a su hermano, inseguro de cómo reaccionaría, no porque pensara que sus sentimientos hacia Hinata fuesen el problema, sino lo que podría provocar con lo que tenía atorado en la garganta.

—Ya dilo —continuó Tobirama sin entender esa mirada en Hashirama, poniéndolo nervioso sin que pudiese evitarlo, fijando también su rojizo mirar en la ahora Uchiha.

—Hinata-chan... —Hashirama hizo una pausa.

Eso logró que Mito frunciera el ceño y quisiera amenazarlo con golpearle para revelar el estado de la chica.

—¡Hashirama! —gritaron los otros dos, impacientes.

Él no pudo postergarlo.

—Hinata-chan está embarazada.