Contrastes
Un mundo sin ti
Nada ha cambiado desde tu partida.
El día de hoy está tan nublado como cuando te fuiste: los vientos se asoman y se escabullen rápidamente entre los hogares, las sombras se hacen más presentes en las calles. Un vendaval se acerca.
Aquí todo está exactamente igual: Ropa tirada por el suelo, un lavatrastos con platos sucios, una lacena llena de Ramen instantáneo, la silla junto a la ventana que tanto te gustaba ver no se ha movido ni un centímetro. Tus sandalias, tu cama, tu aroma…
Aquí todo está exactamente igual, tal y como lo dejaste.
—¡Qué frio hace!
—Me sorprende que alguien como tú pueda sentir frio, Chōji.
—¿Qué intentas decir, Shikamaru? —dijo entrecerrando sus ojos.
—Oigan, saben qué día es hoy, ¿verdad? —dijo una tercera voz interrumpiendo.
El silencio invadió a los presentes. Miradas perdidas y perspectivas involucradas. El sonido del cristal sonando sobre la amaderada mesa con cada trago, el repiqueteo de los pasos a través de los tablones y el olor a carne asada.
—Supongo que llegó el día. —finalmente exhaló una monótona voz con cansancio.
Si pudieras vernos, si pudieras hablarnos. Me pregunto: ¿qué pensarías sobre nosotros?
—Bueno, esta es mía. —Ino tomó la solitaria carne que se estaba asando en la parrilla de forma repentina, desviando la tensión del ambiente y aliviando la melancolía en el aire.
Una habitación blanca en toda su definición: sábanas, paredes, almohadas. Lo único que rompía la armonía era aquella ventana tan característica por la que una brizna, tan suave como violenta se escurría, colisionando con su rostro.
Con suavidad deslizó sus dedos a través del marco de ella, casi con miedo a que ante la menor presión se desvanecieran en un suspiro.
—Ni siquiera esto te detuvo, ¿verdad? —susurró con añoro.
Su resistencia tambaleó cuando la brisa llevó humedad a su paso.
—Doctora Haruno, ¿se encuentra bien? —preguntó una de las enfermeras alrededor.
—Sí, es solo que… —con timidez llevó sus pulgares entre sus párpados, ocultando la tristeza entre sus ojos—esta habitación me trae recuerdos… —finalmente dijo mientras esbozaba una sonrisa.
—Esta habitación me trae recuerdos. —una voz dijo al otro extremo de la habitación mientras observaba la aldea desde las alturas. Una mezcla de añoro y lejanía en su tono.
—Tampoco es que lleves tanto sin ser la Hokage. —contestó de forma más tranquila y centrada mientras daba vuelta de hoja a los archivos en su escritorio.
—No me refería a eso.
—Hoy…
—Sí, lo sé… —respondió suavemente. Su mirada seguía postrada en el incierto horizonte, perdida en sus pensamientos. —Kakashi. —ella comenzó, lo que ganó una mirada de su parte. —Sé que no te lo digo a menudo; pero me alegra tenerte aquí. Creo que él estaría orgulloso de ti.
—Hago lo que puedo… —se encogió de hombros. Iruka dio una rápida mirada al salón de clases antes de posarse sobre la pequeña persona que tenía de frente. Estaba avergonzada, casi como queriéndose ocultar entre los tablones.
—En serio contigo… —Llevó la palma de su mano hacia su rostro. Al paso de unos segundos se transformó con diversión.
Esta sensación…
Dentro de aquél aula había pasado las últimas dos horas ensayando y repitiendo continuamente la replicación de la forma con uno de sus alumnos. La irremediable copia yacía inmóvil en el suelo. Se veía débil, perdida, estéril.
—Nunca podré lograrlo, ¿verdad? —sollozó con desánimo mientras un nudo se le formaba en la garganta. Su cabello castaño se revolvía irremediablemente desde sus hombros hasta su espalda. Su mirada aún conservaba una inocencia, una onírica melodía.
A donde sea que vaya, todo me recuerda a ti. Eres muy cruel… ahora que me doy cuenta, nunca he dejado de pensar en ti, siempre extrañando el ayer. Hay tantas cosas que quisiera decirte, tantas cosas que quisiera hacer contigo. Me duele tanto que no estés.
—Te voy a contar un secreto… —el maestro comenzó, captando la atención de su alumna —incluso la persona más fuerte de esta aldea le costó hacer ese Jutsu. —le dijo con una sonrisa amable, con brillante apreciación en sus ojos, casi añorando un lejano recuerdo.
—¡¿Qué?! —exclamó incrédula ante aquellas palabras.
—¿Qué pasa, ya no tienen? —el frio de la noche se escabullía entre los aromas a especias, el ruido de comerciantes cerrando sus negocios. La estufa seguía caliente.
—No, es solo que… ha pasado un tiempo desde que…
Ha pasado un tiempo desde que he dejado de ver ese brillo en los ojos de alguien. El ferviente deseo de transformar el mundo, cambiarlo, hacerme parte de él…
—… alguien ha pedido ese platillo. —La joven tomó el pedido y se alejó del mostrador. Tan solo unos segundos después volvió con un plato humeante de Ramen especial. Un sonido hueco cuando lo colocó en la superficie amaderada y después el silencio, únicamente acompañado por el choque entre el metal y las ollas.
—Sabes, esa es una combinación extraña. —escuchó que le hablaban a un costado suyo. Antes de que pudiera dar otro sorbo a su comida, volteó su mirada hacia ella. Se encontró con unos ojos tan blancos como la luna. Delante suyo yacía un cuenco de ramen idéntico.
—Si tu lo pediste no es tan extraño, ¿no crees? —la niña le contestó astutamente, ganando una sonrisa suya. —además, debo comer esto para ser tan fuerte como el héroe.
Ha pasado un año desde que te fuiste.
—¿Por qué quieres ser cómo él? —respondió con genuino interés.
Y créeme, aquí las cosas no han cambiado mucho…
El tiempo se detuvo. Todo ápice de fortaleza, de actuación, despareció. Sus ojos se ensanchaban más conforme escuchaba sus palabras. Finalmente, la gran barrera la cuál estaba conteniendo se liberó sin más. Una sonrisa temblorosa se asomó cerca del final.
Y bueno…
así es como vivimos nuestras vidas hasta el momento.
Pero…
cómo quisiera que tú vivieras.
Escrito por: www,UltravioleNt
