Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 05.
Evelyn

A pesar de lo apretada de su agenda, Matilda aceptó la invitación de Cody para comer, pues de todas formas tendría que hacerlo, y el camino hasta la Isla Moesko aún era largo. Fueron a una pequeña fonda de comida casera cerca de la escuela, que Cody le recomendó ampliamente. Siguieron hablando un poco más del tema en cuestión, pero en su mayoría aprovecharon el tiempo para ponerse al corriente, platicar sobre lo que habían hecho todo ese tiempo, y actualizar sus números de teléfono y correos electrónicos para ponerse de acuerdo sobre cuándo Cody podría ir a Eola y conocer a Samara; quedaron de pactar un día de la semana siguiente, dependiendo de cómo la niña respondiera durante esos días.

Matilda sólo se tomó una hora exacta para comer, y luego se despidió y retiró, aún con algo de comida en su plato. Debía tomar de nuevo la I—5 hacia el sur, llegar a Tacoma, y luego volver a subir hacia el norte, formando una "U" en el mapa de su GPS, misma que le tomaría de dos a dos horas y media, hasta llegar a Port Townsend.

Para esos momentos ya se encontraba algo agotada. Estaba despierta desde muy temprano, y casi todo ese tiempo lo había pasado conduciendo por carretera. Se sentía tentada a quedarse a dormir en Port Townsend o en Olympia una vez terminada su cita, ya que la sola idea de tener que conducir de regreso hasta Salem le provocaba bastante pereza. Sin embargo, en la mañana tenía que ver a Samara temprano, pues así lo había programado el Dr. Scott; una parte muy grande de ella estaba convencida de que lo había hecho apropósito, sabiendo de antemano que tendría que hacer todo ese viaje. Pero fuera como fuera, dormir lejos de Eola esa noche no era una opción.

Llegó a Port Townsend un poco antes de las tres y media, pero tuvo que esperar el ferry hasta las cuatro. Durante el tiempo de espera, y durante el transcurso del mismo viaje, aprovechó para estirar las piernas, mandar algunos correos, y reposar un poco en el asiento de su auto. También intentó ensayar en su cabeza lo que diría y haría una vez que llegara al Rancho de Caballos Morgan, y se reuniera con el padre de Samara.

La intención original era revisar la opinión de la psiquiatra tras esos días de haber hablado con su hija, así como informarle de cuál sería el plan de seguir de ahí en adelante. Sin embargo, luego de leer la información que Eleven le había hecho llegar, lamentablemente la conversación de seguro tendría que desviarse a ese tema.

Igual tenía que ver con él la idea de que Cody pudiera platicar con Samara algún día cercano. Claro, lo nombraría como un colega de la Fundación, lo cual no era una mentira. Pero no le diría con exactitud porqué pensaba que le podría ser útil. Tampoco tenía pensado comentarle lo que había hablado con Cody esa mañana y su teoría sobre la verdadera naturaleza del Resplandor de Samara; era en efecto sólo una teoría hasta ahora, después de todo. Lo que menos deseaba era que comenzara a hacerse ideas en su cabeza que no eran, sobre todo con respecto a los efectos que podría haber tenido en la mente de su esposa.

El ferry la dejó en la Isla alrededor de las cuatro cuarenta. Desde que se estaban acercando, a Matilda le llamó la atención el emblemático faro que se alzaba a lo lejos, aparentemente no en funcionamiento para esos momentos. El cielo se había puesto totalmente gris, y se escucharon relámpagos a la lejanía. Aún no caía ni una gota de agua, pero estaba segura de que no tardaría mucho en empezar. El lugar era relativamente pequeño, y no tardó mucho en dar con el Rancho de los Morgan; parecía ser de alguna forma el sitio más conocido de la Isla.

El lugar se veía algo concurrido, a pesar de la hora. Trabajadores iban y venían, acarreando a los caballos, dándoles de comer, reparando algunas cercas… No sabía mucho de caballos, pero los que alcanzó a ver, le parecieron realmente hermosos, desde su forma, hasta su trote. ¿Habrán sido esos los únicos que sobrevivieron al incidente?

Condujo el auto hasta la casa principal, y lo estacionó justo enfrente de ella. Richard Morgan, un hombre alto y robusto, de cabellos negros, adornados con unas cuantas canas, salió a su encuentro desde la puerta, aún antes de que ella saliera del vehículo. Lo reconoció de inmediato, pues había buscado con anterioridad fotos suyas en internet. En cuanto la vio, una amplia sonrisa de alegría se dibujó en los labios de aquel hombre.

—Dra. Honey, si no me equivoco —expresó con entusiasmo, mientras bajaba los escalones del pórtico—. Es un placer al fin tenerla delante de mí.

—El placer es mío, señor Morgan.

—Llámame Richard, con confianza.

Le ofreció entonces su amplia mano derecha, misma que ella aceptó en un fuerte apretón de manos que terminó dejándola algo adolorida; sin embargo, tuvo que disimularlo.

El señor Morgan la guío hacia el interior de la casa, más específicamente a la sala de estar. Matilda tomó asiento en uno de los sillones grandes, mientras que su anfitrión se postró con fuerza en uno individual. Usaba una chaqueta color caqui, y pantalones de mezclilla azules, algo manchados debido a las tareas manuales del rancho, lo más seguro.

—Estoy realmente contento de conocerla, doctora. Se ve aún más joven en persona, con todo respeto.

—Descuide —le respondió tranquila, aunque la efusividad con la que la recibía realmente la confundía un poco.

—No sé qué esté haciendo exactamente con esa niña, pero lo que sea está funcionando. —Matilda arqueó una ceja, intrigada—. Los caballos están mucho mejor y se han comportado. Y me han dicho que incluso mi esposa está mejorando.

—¿Eso le dijeron?

—Sí, el Dr. Scott me telefoneó temprano. No lo dijo, pero estoy seguro de que todo es gracias a usted.

Matilda asintió lentamente, aunque en el fondo no estaba del todo segura de tal afirmación. Podía llegar a teorizar que el señor Morgan suponía que Samara seguía teniendo algún efecto, aunque fuera a distancia, en sus caballos y en su esposa. No tenía bases aún para afirmar que no era así, pero no creía que fuera el caso. Si había una mejora en ambos casos, podía deberse a otros factores.

Se sintió tentada a compartirle tal conjetura, pero quizá no era el mejor momento, considerando que era su primer encuentro, y fuera como fuera esa idea parecía ponerlo de buen humor; un buen humor que se veía hace mucho necesitaba. Por ello, en su lugar, sólo se limitó a sonreírle y decir:

—Sólo hago mi deber.

—Y es un muy buen deber. Lo que sea que haga, continúe. No importa lo que cueste, ¿de acuerdo?

—Se lo agradezco, pero como le dije en nuestro primer contacto, somos una asociación sin fines de lucro.

—Entonces mírelo como una donación, ¿sí? —Remató justo después con un nada sutil guiño de su ojo derecho—. Para que puedan seguir con su labor.

Eso incomodó un poco a Matilda, por lo que prefirió desviar el tema al propósito final de su visita.

—Mejor hablemos de eso después, si le parece bien —Se cruzó de piernas y se acomodó su falda—. Sé que le había dicho que la intención de esta visita era darle mis primeras impresiones tras estas sesiones son Samara, y decidir los siguientes pasos a realizar. Pero antes de llegar a eso, quisiera cuestionarle sobre algo importante.

—Lo que sea, dígame.

Matilda aspiró hondo, retuvo el aire unos segundos, y luego lo soltó lentamente. Dar la impresión de siempre estar segura y firme, podía llegar a ser muy agotador a la larga.

—¿Por qué no me informó que Samara es adoptada?

La sonrisa en el rostro de Richard se esfumó abruptamente al escuchar tal pregunta. Si hace un momento se veía feliz y confiado, ahora parecía sorprendido, a incluso preocupado. Se quedó callado largos segundos, en los que quizás se preguntaba a sí mismo si acaso había escuchado bien; sin embargo, no había mucho margen para malentendidos.

—¿Cómo se enteró de eso? —Le cuestionó tras un rato, con un tono bastante a la defensiva, que a Matilda no le sorprendió.

—Tenemos nuestras fuentes —fue su respuesta. Y era cierto; fuentes de un tipo muy especial, ciertamente. Las mismas fuentes que le habían informado sobre todo aquello que el Dr. Scott había decidido omitir en la información que les había dado.

Esperaba que el Richard le cuestionara más al respecto, pero no lo hizo. En su lugar, se tomó un rato más para sí mismo antes de volver a hablar. Se acomodó en su silla y se frotó su rostro con una mano, nervioso.

—¿Eso es relevante para poder ayudarla?

—Tal vez sí, o tal vez no. Pero la habilidad de su hija es muy especial, incluso para los estándares de los niños que acostumbramos tratar. Necesitamos toda la información posible para poder saber cuál es el método adecuado para ayudarla. Y su procedencia e historia es parte importante de esa información.

Richard resopló y tamborileó sus dedos en los descansabrazos del sillón. El tema parecía ser complicado para él… o quizás no precisamente para él. A Matilda le pareció que no era él mismo o Samara quien le preocupaba.

—Bien, es cierto —comentó tras un rato—. Ser madre es lo que mi esposa más deseaba en todo el mundo; incluso más que sus caballos. Lo intentamos mucho, pero los embarazos no lograban llegar a buen término. Tras cuatro intentos, fuimos a ver a un especialista en Inglaterra, pero tampoco funcionó. Al final, nos decidimos por la adopción.

Una sonrisa, casi nostálgica, se dibujó en sus labios, mientras miraba fijamente a ningún punto específico.

—Debió ver cómo se le iluminaron los ojos la primera vez que la vio. Nunca la había visto tan feliz.

—¿Y usted? —cuestionó Matilda—, ¿no estaba feliz?

Richard guardó silencio un rato, pensativo.

—Samara era una bebé tan hermosa. Pero quizás no estábamos destinados a ser padres. Quizás esa era la voluntad de Dios, y no debimos de haber ido en contra de ella.

Esas palabras causaron una profunda desaprobación en Matilda, misma que intentó disimular. No pudo evitar recodar en esos momentos las palabras que Samara le había dicho el otro día, sobre que sentía que sus padres la odiaban. Según el Dr. Scott, dicha afirmación no estaba del todo errada… y comenzaba a ver qué quizás tenía razón.

—¿Samara lo sabe? —Preguntó el Señor Morgan.

—No, no lo creo.

—¿Y piensa decírselo?

—No me corresponde a mí hacerlo. Será mejor que lo escuche de ustedes dos. —Richard no respondió nada, pero por su cara no parecía que dicha idea le apeteciera mucho—. ¿Sabe quiénes eran sus padres?

—No. Creo que su madre murió en el parto, pero… —hizo una pequeña pausa reflexiva—. Quizás en ese refugio para mujeres le puedan decir más.

—¿Refugio? ¿Cuál refugio?

Sin decir nada, Richard se paró de su asiento, y caminó en dirección a las escaleras. No subió, sino más bien abrió una puerta debajo de ellas, una que seguro llevaba al sótano, y entonces lo perdió de vista.

Matilda, por su lado, se quedó sentada ahí, sin saber si se suponía que debía seguirlo, o esperarlo. Se quedó pensando en esa última mención a un refugio de mujeres; ¿a qué se refería exactamente? Esperaba que fuera lo que hubiera ido a hacer, fuera con la intención de aclarárselo.

Richard volvió luego de un largo rato, y al hacerlo, en sus manos traía lo que en un inicio Matilda pensó que era una caja rectangular. Sin embargo, cuando estuvo más cerca, le pareció de hecho más similar a una pequeña maleta, de apariencia algo anticuada, con forro de tela color beige. Caminó hacia ella, y colocó la caja sobre la mesa de centro, justo a su frente. Matilda pudo contemplarla con más claridad en ese momento; tenía algunas marcas de humedad y polvo, y en la esquina superior izquierda tenía bordada una rosa roja, muy bonita.

—Nos dieron esta maleta cuando la adoptamos —indicó el señor Morgan mientras ella inspeccionaba la caja por afuera—. Sólo nos dijeron que era de su madre, y que la guardaba para ella.

¿Una maleta que le pertenecía a su madre? Eso era interesante.

Matilda se tomó la libertad de abrir los seguros frontales de la caja, y retirar su tapa para revisar el contenido. En efecto, parecía ser una maleta, que contenía varias prendas de ropa, todas femeninas. Encima de todas ellas, sin embargo, había una manta, color gris, con letras azules bordadas sobre ella que decían:

Propiedad del Refugio para Mujeres,
Santa María Magdalena

Eso debía de ser a lo que se refería. Tomó con mucho cuidado la manta entre sus dedos, y la alzó para sacarla. En cuanto sus dedos tocaron la tela, un profundo frío le recorrió toda la espalda, y luego el cuerpo completo. La sensación le duró cerca de un minuto, pero luego se desvaneció tan rápido como había aparecido.

—¿Le ocurre algo? —le cuestionó Richard, ya de nuevo en su asiento.

—No, nada —respondió apresurada, más no segura. La psicoscopía era otra de esas habilidades de las que se suponía carecía, pero que igual de vez en cuando le traía algunas sensaciones, casi siempre no agradables—. ¿Nunca se la mostraron a Samara?

—Al principio pensábamos dársela cuando fuera más grande. Luego, simplemente ya no nos importó. —El desdén en su tono era bastante evidente—. Quédesela. Haga lo que desee con ella.

Matilda no estaba convencida en un inicio, pero al final le tomó la palabra, pues esa maleta de seguro era la única pista para dar con la madre biológica de Samara, y quizás también con el padre. Pero sólo la tomaría prestada; todo ello le pertenecía únicamente a Samara.

Dejaron ese tema a un lado, aunque no fue tan sencillo. Hablaron entonces del tema original que se suponía tratarían, e igualmente le comentó sobe Cody y su intención de que los apoyara. El señor Morgan ya no parecía tan efusivo como en un inicio, pero igual respondió todas sus preguntas, y estuvo de acuerdo con todas sus propuesta. Le pidió además la muñeca que Samara había pedido, y se le entregó sin mucho problema.


Al final, la visita a Moesko había sido bastante provechosa. Sin embargo, había traído consigo algunas preguntas y cuestiones nuevas por responder.

A las seis con quince, Matilda y su vehículo ya estaban arriba del ferry para regresar a tierra a firme. Tenía tanto en qué pensar, que el recorrido de hecho le resultó algo corto para abarcarlo todo. Le sorprendía en parte la coincidencia que existía entre Samara, Cody y ella, en el sentido de que los tres habían terminado siendo adoptados por otras personas a temprana edad. Claro, ella prácticamente se había dado en adopción a sí misma, pero el caso igual se repetía.

Y no era la primera vez que lo veía en alguno de los niños de la Fundación; de hecho, la propia Eleven, por lo que le había contado, había vivido gran parte de su niñez apartada de su madre. ¿Sería acaso algo recurrente en los niños con el Resplandor el tener que separarse irremediablemente de sus padres? No creía seriamente que hubiera una relación real entre una cosa u otra, pero la coincidencia le parecía más que curiosa.

Pero fuera como fuera, analizar eso no la llevaría a ningún lado. Prefirió mejor echarle un vistazo a la maleta de la madre de Samara, misma que descansaba en esos momentos en el asiento del copiloto. Colocó la caja sobre sus piernas, y volvió a abrirla. Echó otro vistazo a las ropas, pero no había nada fuera de lo común o que pudiera indicarle algo útil; ninguna otra prenda le provocó alguna otra sensación al tocarla.

De pronto, debajo de todas las ropas, encontró algo más; algo diferente. Era una libreta, de pasta dura algo corroída. Tenía impreso en ella el dibujo de una mujer y una niña en su portada, simulando algún tipo de pintura religiosa. Una curiosa posesión que resaltaba del resto del contenido de esa maleta; ¿sería de la madre de Samara? ¿Habría ella hecho ese dibujo?

Curiosa, abrió la libreta y comenzó a hojearla. No pasó aún de la primera página, cuando se encontró con algo que le sorprendió. Escrito en hermosa letra cursiva, se leía:

Para Samara

—¿Samara? —exclamó en voz baja, como un pensamiento que se escapó de sus labios por sí solo.

Si ese cuaderno era de la madre biológica de Samara… ¿Por qué estaba ese mismo nombre ahí escrito? ¿Samara era el nombre que su madre había elegido para ella en un principio? Bien, ella tampoco se había cambiado el nombre de pila al ser adoptada, ni tampoco Cody. Sin embargo, ambos lo habían sido ya grandes y conscientes; ella había sido adoptada, por lo que había entendido, siendo muy, muy pequeña.

Quizás lo estaba sobre pensando demasiado. Quizás en efecto ese fue su nombre al nacer, y simplemente sus padres adoptivos no se lo quisieron cambiar. Así de simple. Aun así, por alguna razón le causaba cierta confusión.

Pasó sus dedos lentamente sobre las letras escritas en la hoja ya algo amarillenta. Nada pasó. No es que lo esperara en realidad, pero quizás hubiera sido de ayuda.

Siguió hojeando, revisando su contenido por encima. Esperaba encontrarse un diario, o algún cuaderno de dibujos. Sin embargo, resultó ser algo más extraño. Parecía un compendio de leyendas y mitos, recortes de periódicos, obras literarias, historias de magia negra, paganismo y rituales satánicos. Había anotaciones a los lados de las páginas y al pie de éstas, pero en su mayoría parecían garabatos escritos con prisa y difíciles de entender en un primer vistazo.

No estaba segura de qué significaba todo eso. Si tuviera que dar una primera teoría en base a lo que veía, tendría que suponer que la persona detrás de dicho cuaderno tenía algún tipo de obsesión con las artes oscuras. Pero no desde la perspectiva de una practicante, sino de alguien con una ferviente curiosidad.

Entre todo ese revoltijo de información sin un orden lógico, parecía haber dos temas recurrentes. El primero era la concepción por parte de fuerzas oscuras ajenas a las humanas, principalmente hablando de demonios; se alarmó ligeramente al considerar qué podría significar el hecho de que esto viniera de la mente de una mujer embarazada. Pero el segundo tema fue el más la intrigo: agua. Había muchas leyendas y escritos hablando del agua como fuente de vida y de muerte; de su naturaleza, tanto física como mágica.

"Agua", pensó para sí misma. Samara le había dicho que en sus pesadillas siempre había agua. ¿Sería una coincidencia?

Era mejor no sacar más conclusiones basándose en un cuaderno que ni siquiera estaba segura de a quién le pertenecía. Quizás no era propiedad de su madre biológica, y podría quizás pertenecer a la señora Morgan, hecho durante sus delirios causados por los acontecimientos ocurridos. O, incluso, podría ser de la propia Samara…

Ningún escenario era más favorable que el otro, pero ambos eran posibles. Después de todo, la maleta estaba ahí mismo en la casa de ambas.

Estaba por dejar ese tema a un lado y descansar lo que restaba del camino a tierra. Pero al dar una última vuelta a una página, se encontró con algo que no era como lo demás. Pegada en una de las hojas, se encontraba una foto, a blanco y negro, de una jovencita, de quizás dieciséis años, sosteniendo en sus brazos a un bebé envuelto en una manta blanca. El cabello oscuro de la mujer le cubría casi todo el rostro, por lo que se alcanzaba muy poco de sus facciones.

No era la señora Morgan, de eso estaba segura. Por las fotos que había encontrado de ella en internet, no tenía nada de similitud con esa chica, aun incluso si fuera de cuando era joven. Podría ser otro recorte más al azar como todos los otros. Pero, ¿y si era…?

Guardó la libreta de nuevo en la caja, y la colocó de regreso en el otro asiento. Se quedó tan sumida en todo ello, que para cuando logró reaccionar, no sólo estaba en tierra, sino que ya conducía por la carretera hacia el sur, y ya eran cerca de las siete. Cuando fue al fin consciente, se orilló a un lado de la carretera y se detuvo. Sacó su teléfono, y buscó en internet el nombre del Refugio para Mujeres que venía impreso en la manta. No le sorprendió ver que había al menos una docena por todo Estados Unidos; sin embargo, sólo uno en Washington. De hecho, se encontraba en Silverdale, un poblado a unos cincuenta kilómetros en la dirección en la que iba; pasaba por un lado de él en su camino.

Matilda no creía en cosas como el destino o la suerte… pero eso se le acercaba bastante.

Se quedó pensando unos instantes en su siguiente movimiento. Miró de nuevo la hora; ya eran más de la siete; con suerte y sería un poco antes de las ocho cuando llegara a Silverdale, y todavía le faltaba todo el camino de regreso hasta Salem luego de eso.

Podría ir otro día…

Quizás ya era demasiado tarde y no habría nadie que la atendiera…

¿Y qué tal si ni siquiera era el mismo refugio de la manta?

Sus dedos apretaban nerviosos el volante. ¿Y si le preguntaba a Eleven que debía de hacer? No, no podía estarle pidiendo consejo cada vez que sintiera duda con algo. De por sí resultaba que al parecer le faltaba cierto tipo de misteriosa experiencia; ¿qué pensaría si la llamaba a esa hora para preguntarle sobre algo como eso?, especialmente considerando que en Indiana de seguro ya eran casi las once de la noche.

Al final decidió aventurarse. De todas formas, tenía que pasar por ahí, así que si no era el sitio o nadie la atendía, sólo perdería algunos minutos.

Para su buena o mala suerte, dependiendo de cómo lo viera, encontró el sitio rápido, y aún había gente atendiendo pues cerraban las puertas a las diez en punto; suficiente tiempo, pensó. El sitio parecía algún tipo de antigua mansión, de enorme tamaño y grandes patios. No estaba segura si en efecto había sido alguna casa antes, pero definitivamente no parecía hecha originalmente para ser un refugio para mujeres. Estacionó su vehículo en la acera de enfrente, y se bajó apresurada, no sin antes tomar la foto de la libreta, que suponía era la de Samara y su madre. Intentaría ver si alguien la reconocía y podía contarle cualquier cosa sobre ella.

Las encargadas eran monjas; lo había supuesto por el nombre del lugar. Al principio ninguna de las mujeres de hábitos negros y largos parecía muy dispuesta a atenderla. Su atuendo casi burocrático, quizás las hacía pensar que era algún tipo de abogada y preferían sacarle la vuelta; muy sensato. Pero luego de cinco intentos, dio con una, de unos cuarenta o cuarentaicinco años, que aceptó ver la fotografía que le extendía. En cuanto la vio, su expresión la delató de inmediato: había reconocido a la chica de la foto.

La dijo que debía hablar con la madre superiora, que ella podría ayudarle al respecto, y se ofreció a guiarla hasta su oficina. Ella entró primero, y le pidió que esperara un poco en el pasillo. Estuvo adentró quizás cinco o siete minutos. Intentó, malamente, escuchar un poco de lo que decían adentro, pero al parecer sólo murmuraban despacio entre ellas. Cuando la puerta volvió a abrirse, la monja que la había guiado le indicó que podía pasar, y así lo hizo.

La oficina estaba tenuemente iluminada. La madre superiora no usaba hábito, pero eso no le sorprendió mucho. En su lugar, usaba un vestido negro, largo hasta las pantorrillas, bastante anticuado. Tenía su cabello castaño oscuro totalmente recogido, y los labios pintados de un rojo demasiado intenso para una religiosa. En cuanto entró, la miró con cierta severidad desde su escritorio; a sus espaldas, se encontraban unas largas ventanas con las cortinas cerradas.

—Déjeme ver la foto, por favor —exclamó como único saludo, mientras extendía su mano hacia ella.

Directa y al grano, eso le agradaba. Suponía que a esas horas de la noche, cualquiera querría terminar pronto cualquier pendiente. La otra monja se retiró, dejándolas solas. Matilda se acercó al escritorio, y le entregó la fotografía en cuestión a la mujer. Ésta se colocó por encima de los ojos unos gruesos anteojos de armazón negro, que uso para echarle un vistazo a la foto. La contempló por casi un minuto sin decirle nada. Matilda, por su parte, permaneció de pie frente a ella, pues ni siquiera le había ofrecido sentarse. Luego de un rato, bajó al fin tanto la foto como sus anteojos, y la volteó a ver de nuevo, con una seriedad… que a Matilda le pareció un tanto forzada.

—¿Por qué busca a esta chica? —le cuestionó con tono acusador, pero Matilda no se mutó. El sólo hecho de que le preguntara eso, sumado a la reacción de la primera monja, confirmaban que en efecto la conocían. Seguía siendo una suposición arriesgada, pero si agregaba la manta con el nombre de ese sitio, y que en la foto la mujer cargaba un bebé, era fácil sumar uno más uno y que le diera dos.

Decidió responder con toda la confianza que era capaz de transmitir, aunque en realidad no lo sintiera.

—Es sobre su hija, Samara. —Recalcó considerablemente el nombre para detectar cualquier reacción de su parte. Y en efecto la tuvo, casi de inmediato: una ligera sonrisa divertida.

—Samara… hacía mucho que no escuchaba ese nombre —comentó la mujer de negro con algo de nostalgia en la voz. Caviló unos momentos, y luego volvió a su semblante serio, y algo sobreactuado, de antes—. ¿Qué ocurre con ella? ¿Cómo la conoce?

—Samara está bien. Creció bien y fuerte, y ahora es una muy linda jovencita. Pero en estos momentos necesita ayuda, y es importante que sepa todo lo que me pueda decir de su madre para ayudarla.

—¿Y usted es…?

"Hubiera comenzado por ahí", pensó Matilda por dentro. Concluyó de inmediato que ese mal humor que sentía debía de ser a causa de todo el cansancio acumulado de ese día, y lo mismo debía de ser para la mujer delante de ella. Por lo mismo, tenía que tener cuidado en lo que decía, y cómo lo decía.

—Soy la Dra. Matilda Honey —se presentó, justo antes de darse permiso a sí misma de sentarse—. Pertenezco a la Fundación Eleven. Vengo de Boston, pero en estos momentos me encuentro temporalmente en Eola, en Oregón, tratando a Samara.

—¿Tratándola de qué exactamente? —Se notó genuina preocupación en su voz—. ¿Qué le pasó? Debe ser algo urgente para que viniera de tan lejos a estas horas.

Si acaso supiera todo el verdadero recorrido que había tenido que hacer ese día…

—Lo siento, no se lo puedo contar. Muchos de los detalles son confidenciales, como debe de entender.

—Sí, claro —murmuró la madre superiora, no del todo convencida—. ¿Qué clase de doctora dijo que era?

Matilda dudó en responder, pero no tenía ninguna justificación en la que pudiera escudarse para no hacerlo.

—Soy psiquiatra.

Un agudo suspiro, algo liberador desde su perspectiva, surgió de los labios de la mujer.

—Eso me temía…

Matilda no entendió el porqué de ese comentario, y antes de que pudiera preguntarle a qué se refería, la mujer se paró, y se dirigió a una puerta ubicada del lado derecho de la habitación. Del otro lado, alcanzó a ver una pequeña habitación con muchos archiveros, en los que comenzó a husmear.

—Me dicen que debería de pasar todo esto a digital —comentó desde aquel cuarto con fuerza—. Y yo sólo me pregunto a qué horas esperan que haga eso. Además, no sé qué tan útil pueda ser mantener este registro a largo plazo. Normalmente cuando una de estas chicas se va, rara vez alguien viene preguntando por ellas… salvo usted, claro.

Volvió tras unos minutos de búsqueda, con un expediente abierto en sus manos.

—Por suerte nosotros no tenemos obligación legal a la confidencialidad. Y si se trata de ayudar a esa niña, haré lo que esté en mis manos. —Colocó entonces el expediente justo delante de ella—. Su nombre era Evelyn.

Matilda centró su atención en el expediente. Entre papeles, había una copia exacta de la foto que había traído, sólo a que a color. En ella se veían sus cabellos castaño oscuro y piel pálida.

—¿Sólo Evelyn? —Preguntó Matilda, curiosa.

—Nunca nos dijo nada más. Siempre fue muy reservada con su pasado.

La madre superiora volvió a su asiento, apoyándose por completo contra el respaldo de su silla. Matilda hecho un vistazo a la primera hoja del expediente, que era al parecer un formulario de registro estándar, con sus datos básicos. Sin embargo, más allá del nombre y la edad, dieciséis años, no había ningún otro dato importante, ni siquiera su cumpleaños.

—Llegó aquí con siete meses de embarazo —le informó la madre superiora—. Desalineada, asustada, trayendo consigo sólo una maleta vieja y lo que traía puesto.

—El señor Morgan, el padre adoptivo de Samara, me dijo que murió en el parto —señaló Matilda mientras seguía revisando el expediente.

—Pues no es así. El parto fue tranquilo y sin complicaciones.

La psiquiatra alzó su rostro y la miró, algo extrañada.

—¿Y cómo murió entonces?

—Ella no murió. Sigue con vida… hasta dónde sé.

Eso sí que la tomó por sorpresa. En retrospectiva, se dio cuenta que lo único que la hizo suponer que había muerto, era la misma suposición del Señor Morgan.

—¿Ella está aquí?

—No, hace doce años la tuvimos que internar; por su seguridad, y la de la de niña. Está en el Instituto Psiquiátrico, aquí mismo en Silverdale.

—¿Ha estado ahí doce años?

—Al menos me consta que lo estaba hace diez. Y por lo que me contaron, dudo que haya salido en el último par de años; no por su propia voluntad.

—¿Por qué la internaron?

—Depresión postparto, es como creo que ustedes le llaman. O eso pensamos que era al inicio, pero pronto fue obvio que era más complicado que eso —La mujer de negro se talló un poco los ojos con sus dedos, y seguido soltó un agudo y nada discreto bostezo—. Desde que llegó aquí, su comportamiento fue bastante extraño, casi paranoico. No dormía, y se la pasaba asustada. Decía que su bebé le hablaba, incluso cuando aún estaba en el vientre. Repetía constantemente que alguien vendría y se la llevaría lejos, y que no podía permitirlo.

—¿El padre?

—Quizás —respondió encogiéndose de hombros—, aunque nunca habló de él directamente. Parecía convencida de que no existía, que su bebé era hija de algo más… de algo que le susurraba desde el mar.

—¿El mar?

—Raro, ¿cierto? Pero usted es la psicóloga; usted dígame qué podría significar.

Matilda sintió eso casi como un ataque, pero de nuevo, lo adjudicó al cansancio. Igual, sin conocer los detalles exactos de su estado y las características de dicha alucinación, no tenía forma de saber qué significaba eso exactamente; podría ser, literalmente, casi cualquier cosa.

—Ponía nerviosas a todas —continuó la madre superiora—, pero en general era inofensiva, dulce y amable con todos. Pero cuando Samara nació, su estado empeoró. Evelyn estaba segura de que había algo malo con la bebé. Le tenía miedo, e insistía en que le hablaba y le mostraba cosas…

Matilda se estremeció un poco, aunque discretamente, tras esas últimas palabras.

—Era tan insistente, que muchas de las hermanas de aquel entonces comenzaron a temerle también. Pero eran sólo desvaríos de esa pobre muchacha. Samara, de hecho, era una niña tan bien portada, tan tranquila. Nunca lloraba, ni causaba problemas. Bueno, excepto cuando se le bañaba. En esos momentos, se soltaba llorando con tanta fuerza, que nos asustaba a todos. Nunca supimos por qué. Parecía que le tenía miedo al agua.

De nuevo, otro dato que la hizo saltar, aunque fuera mentalmente.

—Por suerte, si es que puede llamar a algo en todo esto así, fueron esos mismos llantos los que nos despertaron esa noche…

La forma casi lúgubre en la que había mencionado eso último, dejó a Matilda a la expectativa. La madre superiora se puso de pie entonces, y caminó hacia una de las ventanas, abriendo las cortinas de un tirón del cordel. Matilda se paró, y se acercó rápidamente a su lado, y se asomó en la dirección en la que ella miraba. Abajo, en el patio interior de la casa, alumbrada por un tenue farol, se encontraba una fuente, de tamaño mediano, de forma circular, con una estatua de un querubín con un jarrón del que surgía un chorro de agua.

—Evelyn intentó ahogarla, ahí mismo en la fuente —añadió de pronto la monja, dejando a Matilda estupefacta—. Me dijeron que mientras le cantaba, intentó sumergirla. Pero la detuvieron antes de que lo hiciera. Pataleó, gritó y arañó a las hermanas que la sostenían. Fue realmente aterrador. Gritaba una y otra vez que tenía que matarla para poder salvarla. Tuvimos que llamar a las autoridades, y ellas se hicieron cargo de Evelyn, y nosotras nos encargamos de arreglar la adopción de Samara.

Matilda se quedó en silencio, contemplando fijamente la fuente. No sabía que le causaba más conmoción: la historia, o cómo todo parecía de alguna forma encajar con varios puntos del presente.

—Te ves perturbada, querida —escuchó que la madre superiora le hablaba con un tono más dulce, y sólo entonces logró salir de su inmersión—. ¿Ayudaría algo si te dijera que no es lo peor que ha pasado en la vida de estas chicas? —De nuevo otro suspiro, pero éste era más de cansancio—. Todas vienen aquí dañadas, física y emocionalmente, y muchas veces no tenemos los medios suficientes para poder ayudarlas como lo necesitan. Ese fue el caso de Evelyn.

—Sé que debieron hacer lo más que pudieron para ayudarla.

—Gracias. —La madre superiora le sonrió, y entonces volvió a caminar hacia su escritorio, aunque no se sentó en su silla—. No sé qué más le pueda decir al respecto. Si se trata de alguna enfermedad mental lo que está sufriendo la pequeña, me temo que quizás podría haberla heredado de su madre. Eso funciona así, ¿no?

—En ocasiones. ¿Ha tenido contacto con Evelyn?

—Directamente no; no desde que se la llevaron hace doce años. Desde entonces, sólo una vez cada dos o tres años, me llega alguna noticia pequeña sobre ella, pero nada alentador.

—¿Cree que pueda verla?

—¿En el Instituto? —Rápidamente revisó su pequeño reloj de pulsera—. A esta hora es muy probable que no. Intente mañana.

—Debo estar en Salem mañana temprano.

—Entonces supongo que podrá ser otro día —concluyó encogiéndose de hombro, y recogiendo de nuevo el expediente. Matilda se sintió tentada a pedirle que se lo prestara o al menos lo dejara verlo con más calma, pero ella se lo llevó de nuevo al archivero sin chistar.

Estaba bien, suponía. Igual, por lo poco que había alcanzado a ver, efectivamente no había mucha información que le pudiera ser provechosa, más allá de lo que la madre superiora le acababa de contar.

—No sé qué tanto le pueda ayudar hablar con ella realmente. No sé hasta qué punto sea capaz en estos momentos de entablar una conversación coherente.

—No pierdo nada con intentarlo. —Se encaminó entonces ella misma a la salida—. Gracias por su tiempo, y disculpe la intromisión.


Todo eso era más de lo que esperaba obtener ese día. Salió apresurada del refugio, y se dirigió directo a su vehículo. Las luces mercuriales ya estaban encendidas, y el sol ya estaba prácticamente oculto. Se sentó en el asiento del piloto, y ahí permaneció, inmóvil, algo ida.

Debía recapitular un poco. Lo primero: la madre biológica de Samara estaba viva; de hecho, debía de tener en esos momentos su misma edad. ¿Qué debía hacer con ese pedazo de información? Debía guardarlo en secreto, al menos de Samara. Su estado era bastante inestable, como para informarle que era adoptada, y que su verdadera madre estaba viva. Además, como le había dicho al señor Morgan, eso era algo que no le correspondía.

En segundo lugar, hubo dos datos extraños en la historia que la madre superiora acababa de contarle, y que le habían hecho reaccionar. Empezando por el hecho de que esta chica afirmaba que su bebé le hablaba y le mostraba cosas. Eso podía explicarse fácilmente como delirio. Sin embargo, tomaba otro significado si consideraba que el bebé en cuestión, tenía tal habilidad extraordinaria, una a la que aún no sabía siquiera como llamar.

Pero era imposible. Era prácticamente imposible que un bebé recién nacido mostrara tales capacidades a tan temprana edad, mucho menos cuando aún ni siquiera nacía. Además. Según los Morgan, dichos incidentes empezaron a surgir poco a poco en el último par de años. ¿Realmente había sido Samara la responsable de eso? Era difícil no ver el parecido entre este caso y el de la señora Morgan. Aunque claro, igual podría ser coincidencia.

Y luego estaba la historia de la fuente, y cómo su madre intentó ahogarla. La historia por sí sola era bastante nauseabunda. Pero lo que más le impactaba, era que concordaba con las pesadillas que Samara le había comentado el otro día.

"Con agua… siempre hay agua. A veces siento que me ahogo y no puedo salir."

En el expediente que le habían dado del caso, se comentaba que a veces había mostrado cierta aversión al agua, sobre todo en grandes cantidades como en tinas, albercas y el mar. ¿Podría algo de eso estar relacionado? Era poco común, por no decir nada, que alguien guarde recuerdos de una edad tan temprana, en la que ni siquiera somos capaces de entender en lo más mínimo lo que nos rodea. ¿Sería acaso otra coincidencia? ¿Y qué había de los recortes y apuntes en la libreta que también tocaban el tema del agua?

El caso se había complicado incluso más de lo que esperaba. ¿A eso se refería Eleven con que debía investigar más a fondo el pasado de Samara? ¿A eso se refería con que le faltaba la experiencia correcta?

Le dolía la cabeza, y se sentía muy agotada. Debía hacer notas de todo lo que había descubierto ese día y analizarlas con más calma al día siguiente. Por lo pronto, se dirigió a la tienda más cercana a comprarse el café más cargado que encontró, y poco después ya estaba en la carretera, con los últimos rayos de sol y algo de lluvia iniciando.

No sabía que tan conveniente sería para su caso hablar o no con Evelyn, si es que en efecto aún seguía ahí. No sabía además si se estaba extralimitando en sus obligaciones y funciones, metiendo su nariz en algo que no le concernía. Quizás lo mejor era dejar todo así, y no perturbarla más de la cuenta, además que eso le podría traer consecuencias negativas tanto a Samara como a sus nuevos padres. Por lo pronto, optaría por no hacerlo, y decidiría después en base a como progresaran sus sesiones.

En verdad se sentía cansada; ya sólo quería llegar a su hotel y tirarse a la cama, aunque tuviera que hacerlo con la ropa puesta.

FIN DEL CAPÍTULO 05

NOTAS DEL AUTOR:

- Richard Morgan está completamente basado en el respectivo personaje de The Ring del 2002 y The Ring 2 del 2005, sin ningún cambio más allá del cambio temporal mencionado en las Notas del Capítulo 01, que coloca los hechos ocurridos entre Samara, sus padres, y el Psiquiátrico de Eola, en una época más actual. Esto aplica a su vez con toda la historia narrada, tanto por Richard como por la monja del refugio, sobre Samara y su madre biológica.