Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 132.
Una verdad más simple

Era apenas un poco más de medianoche cuando Sadie y su amiga Lacey salieron del bar y se encaminaron juntas hacia el departamento que compartían a unas cuatro cuadras del lugar. Sadie había optado por comportarse más moderada esa noche, pero Lacey había escogido el camino totalmente contrario. La joven universitaria de rizos dorados había bebido, cantado y bailado hasta desfallecer, y un poco más. Y quizás para esos momentos seguiría aún haciendo eso, sino fuera por la insistencia de su compañera en que se retiraran de una vez. Al final, y un poco a regañadientes, Lacey tuvo que aceptar.

Mientras caminaban por la calle, y pese a ya no tener música de fondo, Lacey se las arreglaba para continuar la fiesta, riendo y dando brincos y giros en la acera.

—¿Segura que no te pusieron nada en la bebida? —preguntó Sadie entre risas, viendo de reojo como su amiga daba vueltas a su lado como bailarina.

—Debimos habernos quedado un poco más —respondió Lacey con voz risueña. Terminando su giro, tuvo que agarrarse firmemente de Sadie para evitar caer.

—Estás bromeando, ¿cierto? No te vas a poder levantar mañana. ¿No tienes examen o algo?

—No sé —contestó Lacey despreocupada, encogiéndose de hombros—. ¿Qué más da?, ya casi es Acción de Gracias. Nadie quiere trabajar esta semana, ni los profesores.

—Díselo a mi sinodal —señaló Sadie con tono de queja.

Ambas siguieron caminando, y para ese tramo Lacey parecía ya un poco más tranquila. Quizás la euforia del alcohol ya estaba transformándose en aletargamiento.

Cuando pasaron la segunda cuadra, prácticamente ya a la mitad de su trayecto, Sadie comenzó a ponerse un poco nerviosa al percibir la calle particularmente silenciosa y sola. Había algunos autos estacionados a un lado de la acera, las luces mercuriales alumbraban tenuemente, y algunas luces parpadeantes se escapaban desde las ventanas de algunos de los edificios circundantes. Pero, fuera de ello, todo se percibía vacío; ni un alma viva en la redonda además de ellas dos.

—Quizás debimos haber tomado un taxi —comentó Sadie, cerrándose su chaqueta y cruzando sus brazos en torno al torso como si tuviera frío, aunque en realidad ese movimiento obedecía más a una sensación distinta.

Lacey bufó con burla a su lado.

—Si estamos en corto y ya casi llegamos, miedosa —indicó extendiendo una mano al frente, en dirección a donde ya casi era visible su edificio—. Además, este barrio es muy seguro, ¿recuerdas?

—Sí, claro —sonrió Sadie intentando parecer despreocupada, pero sin poder quitarse de encima los nervios que la habían invadido.

Cuando ya se encontraban a sólo dos edificios del suyo, justo cuando pasaron frente a la entrada de un angosto callejón, un sonido diferente al de sus voces y sus pasos rompió aquel recóndito silencio; un sonido proveniente justo del callejón.

Un quejido agudo y lastimero:

¡Agh! ¡Aaaagh!

Las dos chicas se detuvieron en seco, y se miraron una a la otra, cuestionándose en silencio si acaso también lo habían escuchado.

¡Aaaagh!

Volvió a sonar una segunda vez, más estridente que la anterior. Si les había quedado alguna duda, eso les dejó claro que no se lo habían imaginado.

Lacey regresó sobre sus pasos, parándose en la entrada del callejón para echar un vistazo a éste.

—¿Hay alguien ahí? —exclamó.

—Lacey —murmuró Sadie entre dientes, claramente más nerviosa de lo que estaba.

—Sólo quiero ver si ocupa ayuda.

—Quizás es sólo un gato…

—Por favor, ayúdenme —pronunció una voz desde el interior del callejón, lastimera y adolorida; eso definitivamente no era un gato. Claramente había sido la voz de una persona, muy posiblemente una mujer.

De entre las sombras del callejón, detrás del contenedor de basura en el centro de éste, lograron captar un movimiento por el suelo; como un animal arrastrándose y gimiendo.

Lacey ingresó con paso cauteloso y Sadie, a pesar de su reticencia, la siguió de cerca.

Conforme se acercaron, aquel bulto detrás del contenedor fue adoptando cada vez más la forma de una persona. Sin embargo, estaba bastante oscuro para verla con claridad.

—Oye, amiga, ¿estás bien? —pronunció Lacey despacio, estando ya de pie frente al contenedor. Rebuscó en su bolso para extraer su teléfono y alumbrar un poco con la luz de su pantalla. En cuanto la luz tocó a aquella persona, sin embargo, un súbito terror subió por la garganta de ambas chicas, dejándolas totalmente mudas.

Era una mujer como habían pensado. Sin embargo, su cara y sus ropas se encontraban empapadas enteramente de sangre, alguna incluso ya seca pegada contra su piel. Y la tela de lo que traía puesto, algún tipo de bata como las de hospital, se había impregnado casi por completo de un tono marrón oscuro. Tenía los ojos cerrados y su cabeza apoyada hacia un lado. Parecía además respirar con agitación.

—Por Dios, ¿qué le hicieron? —soltó Sadie, retrocediendo además un paso en cuanto le fue posible reaccionar.

Lacey fue más osada; la impresión prácticamente le había bajado de un sólo tirón todo el alcohol de la cabeza. Se apresuró rápidamente hasta colocarse a su lado de cuclillas. Alzó sus manos hacia ella, pero tuvo miedo de tocarla y provocarle algún daño.

—¡Llama a una ambulancia!, rápido —le gritó a su amiga, que continuaba en ese momento estática en su sitio. Sadie asintió y comenzó a buscar igualmente su teléfono para hacer justo eso. Lacey se viró entonces de nuevo a la mujer y le susurró despacio y en voz baja—: Está bien, descuida. Dentro de poco llegará la ayuda. No te muevas.

Los labios de la mujer se separaron, y de su boca surgieron sonidos que apenas y se distinguía que formaban palabras y no simples quejidos.

—¿Qué dices? —murmuró Lacey despacio, aproximando su oído a su rostro para poder escucharla de más cerca—. No te entiendo, ¿qué quieres decir…?

Antes de que Lacey terminara la pregunta, sus palabras fueron cortadas de tajo en cuanto sintió un profundo y punzante dolor contra su cuello. El aire dejó de poder ingresar a su cuerpo, y su boca se llenó de un amargo sabor metálico. Al intentar hacer el mínimo intento de moverse, aquel dolor se volvió aún más vivido. Sólo logró mirar hacia abajo lo suficiente para ver la mano derecha de aquella mujer estirada hacia ella, mas no lo suficiente para poder distinguir la botella rota, cuya gran parte en esos momentos se encontraba enteramente clavada contra la piel y carne de su cuello, del cual comenzaba a escurrir cálida sangre, cayendo por su pecho y torso como una pequeña cascada.

Aún demasiado aturdida para comprender lo que le ocurría, los ojos azulados de Lacey, para ese momento humedecidos por lágrimas, se posaron de nuevo en el rostro de la mujer. Donde hace un instante sólo había debilidad y dolor, ahora al mirar sus ojos estos la miraban de regreso con una frialdad tan marcada que resultaba casi difícil de concebir que una simple mirada fuera capaz de transmitir. Y desde las pequeñas cavernas oscuras que eran sus pupilas, se asomaba un ligero fulgor plateado, que incluso dadas las circunstancias parecía casi hermoso…

La mujer jaló de golpe la botella hacia un lado, terminando de rasgarle la garganta hacia un lado. Un largo y fuerte chorro de sangre saltó por el aire, manchando el suelo del callejón y la pared delante del contenedor. Lacey se desplomó hacia atrás, echando abajo dos botes metálicos, y quedando recostada contra unas abultadas bolas negras de basura.

Sólo hasta que escuchó el sonido de los botes derivados y las bolsas moviéndose, Sadie logró darse cuenta de que algo había ocurrido. Ya había sacado su celular, y apenas había marcado el 9 y el primer 1, cuando alzó su mirada y logró ver la figura de su amiga tirada contra la basura, con su garganta abierta y ojos desorbitados, mientras con dolorosos jadeos intentaba jalar un poco de aire.

—¿Qué…? —salió de los labios de Sadie por sí sola, pues no era como que ella tuviera la suficiente claridad para darle forma a esa pregunta conscientemente.

Y antes de que pudiera hacer cualquier otra cosa, la figura de aquella mujer desconocida surgió de detrás del contenedor de basura y comenzó a avanzar rápidamente hacia Sadie, haciendo retumbar sus pies descalzos por el suelo húmedo y sucio del callejón. Sadie se quedó paraliza ante la imagen aterradora de aquella persona, con sus ropas ensangrentadas, sus ojos brillantes fijos en ella, y sujetando firmemente en su mano derecha la botella rota de la que en esos momentos goteaban pequeños rastros de la sangre de su amiga.

Sus dedos temblaron, abriéndose por sí solos y dejando caer su teléfono al piso sin darse cuenta. Cuando aquella mujer ya se encontraba a sólo un par de metros, sus piernas lograron reaccionar lo suficiente para retroceder rápidamente, girarse y comenzar a correr de regreso a la calle. Sentía un nudo en la garganta y se le dificultaba respirar, pero intentó sobreponerse a todo para intentar gritar con todas las malditas fuerzas de su cuerpo, suplicando que alguien, quien fuera, la escuchara.

Sin embargo, ningún sonido salió de su boca.

—Alto —pronunció con relativa fuerza la mujer a sus espaldas. Y como si aquella fuera la orden de un general a su soldado, los pies de Sadie se detuvieron de golpe, evitando que avanzara, y su boca se quedó abierta, dejando su intento de grito ni siquiera en eso.

Sadie intentó mover su cuerpo, cualquier parte, incluso un dedo, pero nada le respondía; como si no fuera suyo. Sus ojos llenos de terror miraban hacia la acera y la calle, y la engañosa seguridad de la luz anaranjada de las luces mercuriales a sólo unos cuantos pasos de ella, pero sin poder siquiera extender la mano hacia ellas.

Escuchó los pies de aquella mujer contra el suelo, aproximándose a sus espaldas, ahora con bastante más calma, como un cazador aproximándose a una presa que ya tenía segura. El terror y el miedo invadieron aún más el pecho de la muchacha, exteriorizándose en un pequeño sollozo, y en grandes lágrimas que resbalaron por sus mejillas; al parecer lo único que sus grilletes imaginarios le permitían hacer.

—Voltéate —volvió a ordenar la voz de la mujer, y de nuevo el cuerpo de Sadie hizo todo lo contrario a sus deseos. Sus pies comenzaron a moverse, haciendo que su cuerpo entero se diera la media vuelta para encararla. La mujer se encontraba a unos cuantos centímetros de ella, tanto que logró mirar de bastante cerca aquellos ojos, y el brillo antinatural que surgía de ellos.

Y lo supo con claridad: aquella mujer no era un ser humano…

Sadie comenzó a sollozar aún más que antes, soltando gimoteos lastimeros.

—Ya, ya, ya —masculló la mujer, con un tono que casi intentaba parecer reconfortante, pero apenas logrando imitar algo parecido a eso. Alzó además una mano, recorriendo sus dedos manchados de sangre seca por su cara.

Sadie bajó la mirada lo más que su parálisis le permitió, intentando rehuir de aquellos ojos plateados, pero sólo encontrándose de frente con el horror de la botella rota que aún sujetaba. La mujer pareció cerciorarse de lo que miraba, y una sonrisa astuta se asomó en sus labios desdibujando sólo un poco esa máscara de frialdad.

—Descuida, a ti no te haré daño con esto —indicó con tono risueño, soltando la botella y dejándola caer al suelo. El vidrio tintineó contra el cemento, luego rodó un poco entre los pies de ambas, quedándose totalmente quieta tras unos segundos—. Necesito que tu ropa no se manche de sangre…

La gentileza y diversión se borró de golpe del rostro de aquella mujer, dejando sólo de nuevo el mortal hielo. Alzó de golpe ambas manos al mismo, y apretaron con tremenda fuerza la cabeza de Sadie; ésta ni siquiera pudo gemir de dolor. Y de un sólo movimiento rápido y violento, provocó que la cabeza de la muchacha diera un giro de ciento ochenta grados, haciendo que su rostro diera por completo hacia su espalda, rompiéndole el cuello con asombrosa facilidad y sin titubeo alguno.

El cuerpo de Sadie se desplomó al suelo como un saco de piedras, y ahí se quedó, con su cabeza volteada en una mórbida posición. La mujer cubierta de sangre la contempló un par de segundos, y aspiró luego profundo por su nariz; casi nada, pero eso no le sorprendió.

Tomó el cuerpo por los pies y comenzó a arrastrarlo hacia más adentro del callejón sin oposición. Al estar ya lo suficientemente cerca, escuchó los pequeños quejidos que surgían del montón de basura a sus espaldas. Se detuvo, miró sobre su hombro y contempló a Lacey. La sangre seguía brotando de su cuello, aunque con bastante menos brío, y sus ojos húmedos y nublados miraban en su dirección. Su boca se abría y cerraba apenas un poco, como un acto reflejo de aspirar aire, aunque en esos momentos resultara inútil. Desde su cómodo asiento, había contemplado con impotencia el destino final de su amiga, sin siquiera poder decir algo.

La mujer desconocida bajó los pies del cuerpo de Lacey y se aproximó a Sadie, parándose delante de ella. Inclinó su cuerpo hacia el frente, observándola detenidamente. Ladeó la cabeza un poco hacia un lado, como si quisiera encontrarle la forma a alguna obra abstracta y confusa. Luego, sin pronunciar palabra alguna, se enderezó de nuevo, alzó su pierna derecha, y dejó caer con tremenda fuerza la planta descalza y sucia de su pie contra el rostro de la chica moribunda, aplastándola.


Fuera de cualquier mirada curiosa y de la escasa luz de los faroles de la calle, Mabel la Doncella comenzó a desvestir con cuidado a Sadie de cada una de sus prendas. Eso incluía una falda azul de mezclilla hasta las rodillas, y una chaqueta a juego; una camiseta rosa y blanco de mangas largas, medias negras, y un par de botines cafés que parecían ser de buena marca, a diferencia del resto de sus prendas que eran más bien normales. Incluso tuvo que tomar su ropa interior, que de hecho a Mabel le pareció particularmente bonita; color violeta de encaje, pequeña y de corte bastante sensual. Puede que Sadie hubiera querido estar preparada por si conseguía algo de acción esa noche.

En un par de ocasiones escuchó pasos o voces provenientes de la calle, así que tuvo que detenerse, ocultarse y esperar. Por suerte en todas las ocasiones la gente siguió de largo; lo que menos quería alguien al caminar en la madrugada por Los Ángeles, era asomarse a un callejón oscuro; una lección que Lacey y Sadie aprenderían bastante tarde, y todo gracias a su buen corazón.

Una vez que tuvo toda la ropa, se retiró rápidamente la bata de hospital ensangrentada y se atavió con las prendas nuevas. Le quedaban apretadas de algunas partes, pero nada que no pudiera tolerar a cambio de obtener un atuendo nuevo. Al colocarse la camiseta y acomodarse las mangas largas, sus ojos inevitablemente se fijaron en las pequeñas manchas rosáceas y redondas que se asomaban desde debajo de la tela.

Rápidamente jaló la manga hacia arriba, sólo para confirmar lo que tanto temía; gran parte de su brazo derecho estaba de nuevo cubierto de esas malditas manchas de sarampión.

—No, no, no —masculló con frustración, pero incluso con algo de miedo.

Se había sentido tan bien esos días que ya casi se había olvidado de esa absurda enfermedad de paletos. Ingenuamente había creído que estaba curada, pero era evidente que su acercamiento a la muerte le había disparado de nuevo los síntomas.

—Mierda, ¡mierda! —gritó con fuerza, tan sumida en su enojo que no llegó a pensar en quién podría estar oyendo.

Se tomó un instante para respirar lentamente e intentar despejar su mente. De momento sólo eran las manchas. No se sentía débil, ni había fiebre, ni ninguno de los otros síntomas. Aunque habían sido principalmente migajas, para bien o para mal se había estado alimentando un poco esa noche; eso debía mantenerla bien por un rato. Pero necesitaría una dosis considerable de buen vapor pronto si quería mitigar la enfermedad y recuperar sus fuerzas.

«El último cilindro» pensó una vez que estuvo más calmada. El que Thorn les había dado aquella tarde se lo terminaron entre James y ella al buscar a Abra y los otros vaporeros. Pero aún quedaba uno; aquel que James le había llevado. Y era un vapor bastante bueno, como no había probado en mucho tiempo. Había tomado varias bocanadas de él, pero aún le debía quedar algo; suficiente para recuperarla por completo.

Sin embargo, lo había dejado oculto en el compartimiento de su camper, en ese parque de casas móviles a las afueras de la ciudad. Y ella se encontraba ahora… en realidad, no estaba segura, pero presentía que no era cerca de dónde debía. Cruzar toda la ciudad sería un suicidio. Lo mejor era irse lo más lejos posible por el medio que fuera necesario.

Pero… el vapor… las manchas… la maldita enfermedad… sin mencionar sus heridas aún no completamente curadas. Sabía que no llegaría muy lejos si no encontraba pronto la forma de fortalecerse más.

¿Qué hacer? ¿Cuál era el paso correcto que debía seguir a continuación?

Siempre había tenido a su lado a alguien que le ayudaba a tomar ese tipo de decisiones; Rose, James, Hugo, Marty, Annie...

Pero todos ellos estaban muertos. Ya no quedaba nadie más, y sólo ella podía cuidar de sí misma de ahora en adelante.

Se forzó a seguir con lo que estaba haciendo, antes de que alguien tuviera la audacia de pararse ahí y descubrirla.

Ya que estuvo mucho mejor vestida, sólo quedaba tomar ambos cuerpos, junto con su bata ensangrentada, y depositar todo junto en el interior del contenedor de basura, intentando esconderlos lo mejor posible entre las bolsas negras y los desperdicios, y cerrar la tapa justo después. Las dos chicas no se mantendrían ocultas demasiado tiempo, y en cuanto las encontraran junto a la bata no tardarían en saber que había sido la misma mujer que mató a aquellas personas en el hospital. Pero, con suerte, para cuando las descubrieran al día siguiente ya estaría lo suficientemente lejos de ahí.

Comenzó a avanzar con paso discreto por la acera, con las manos en los bolsillos de la chaqueta, y su atención puesta a su alrededor ante cualquier peligro. No tenía un rumbo fijo, ni siquiera había decidido qué hacer aún. Sin embargo, lo que sí sabía era que debía mantenerse en movimiento, y alejarse lo más posible de aquel hospital. Había hecho lo posible para desviar su rastro en otra dirección, pero sabía que eso no duraría mucho.

Y como invocada por ese pensamiento, doblando la esquina percibió a la lejanía las luces rojas y azules de una patrulla que avanzaba lentamente por la calle. Mabel de inmediato y sin vacilar se giró sobre sus pies y comenzó a andar en otra dirección, metiéndose por una calle más angosta y apresurando el paso cuando estuvo segura de que estaba lejos de la vista.

Intentaba evitar lo más posible las avenidas más concurridas e iluminadas. No sabía qué tantos policías la estaban buscando, o si sabían con exactitud su descripción, o si la gente en general ya había sido alertada. Sólo le quedaba intentar mantenerse oculta hasta tener más información, o al menos un plan más claro a seguir.

Tras otros minutos, el sonido de la bocina de una patrulla la hizo saltar, y al virarse a su derecha las luces de sus sirenas se hicieron de nuevo visibles; para el colmo le parecía que ni siquiera era la misma de hace un rato. Por suerte, sin embargo, no era ella a quien detenían, sino a dos chicos en ropas negras que caminaban por la acera. Los dos estaban ahora inclinados hacia la ventanilla del pasajero, mientras uno de los policías al parecer hablaba con ellos.

Mabel comenzó a caminar de nuevo antes de que repararan de ella, avanzando sólo lo suficientemente rápido para no parecer sospechosa, y forzándose además a no mirar atrás. Más adelante había un puente, que cruzaba al parecer por un canal. Estaba oscuro para verlo, pero no se escuchaba que trajera nada de agua. La loma para bajar al canal estaba cercada con malla, pero había un agujero a unos metros de la acera, de seguro usado por jóvenes y pordioseros.

Miró discretamente sobre su hombro. La patrulla ya había dejado a los dos chicos y ahora avanzaba de nuevo en su dirección. No podía darse el lujo de titubear.

Se aproximó rápidamente al hueco de la cerca, y comenzó a bajar por la loma inclinada hacia el canal de cemento, bajando a éste de un salto. Las costosas botas de Sadie chapotearon en el agua, pero no era tanta en realidad; apenas un charco en el piso. Caminó rápidamente por el canal intentando alejarse del puente, por el que de seguro aquellos policías terminarían pasando. Estaba sin embargo muy expuesta. Si se les ocurría apuntar un reflector en su dirección, observarían su silueta corriendo por el canal, y de seguro no tardarían en bajar hasta ahí para someterla. Podía arreglarse con dos policías, pero si alguno se le ocurría disparar antes, ya fuera por miedo o alimentado por el coraje de la muerte de una de los suyos… en el peor escenario le daba a ella y ahí terminaba todo, y en el mejor el ruido alertaba a alguien más.

Necesitaba un escondite, y éste no tardó mucho en presentarse delante de ella, en la forma de una salida de alcantarilla en el muro; un agujero redondo de cemento, apenas del tamaño para que un adulto entrara con el cuerpo agachado. Mabel se apresuró a ella. El olor a humedad y desperdicios le impregnó la nariz en cuanto se paró en la boquilla, pero no dejó que eso la detuviera y se metió lo suficiente para estar lejos de la vista y de cualquier reflector. Se sentó, pegando su espalda por completo contra el muro circular. Vio desde su posición las luces rojas y azules reflejándose en el canal mientras la patrulla avanzaba por el puente. Contuvo el aliento cada segundo, hasta que las luces se alejaron lo suficiente para ya no ser visibles desde su posición.

A salvo de nuevo.

Por ahora.

Pensó en salir una vez que estuvo despejado, pero el cansancio y estrés de su cuerpo le impidió moverse con la libertad que le gustaría. Se tomó un momento para pensar seriamente en cuál debería ser su siguiente movimiento. ¿Qué haría? ¿Dar vueltas toda la noche temerosa de que alguna patrulla la viera? ¿A dónde se dirigiría? ¿Cuál era su plan exactamente?

Había vivido tanto tiempo en el anonimato que le proporcionaba el Nudo Verdadero, siendo ésta la mejor arma que tenían a su favor. Y ahora ahí estaba, escondiéndose de sus perseguidores, buscada y acechada; siendo ahora la presa y no el cazador.

Eso era humillante.

Se cruzó de brazos y se recostó como la forma circular de la alcantarilla se lo permitió. Quizás sólo necesitaba descansar un minuto, dejar que su cuerpo se recuperara y así lograr pensar con mayor claridad. Cerró los ojos, sólo un minuto…

Sin embargo, terminó para su mala suerte siendo de hecho más de un minuto.


Justo como habían acordado Eleven y él, el Jefe de Policía Jack Thomson convocó a una conferencia de prensa a la mañana siguiente, avisando de antemano que se trataba de una actualización del caso de Samara Morgan, la niña secuestrada en Oregón. A pesar de lo repentino del anuncio, una cantidad considerable de reporteros se presentaron en la sala de conferencias de los cuarteles generales del LAPD. Incluso un par de cámaras de algunos noticieros locales se estaban encargando de transmitir lo ocurrido. Fue gracias a este último medio por el cual Jane Wheeler y su hija Sarah pudieron presenciar el evento, sin estar propiamente en la sala.

Ambas no estaban en realidad tan alejadas. Igualmente se encontraban en el edificio, pero habían tenido la gentileza de pasarlas a una pequeña sala privada, compuesta por tres sillones acomodados en forma de "u", una mesa con café y galletas y, lo más importante, una pantalla grande en la pared desde la cual podrían ver la conferencia en cuanto ésta comenzara.

Habían llegado junto con Cole, Matilda y Samara, pero ahora ambas se encontraban solas. Cole se había ido primero, pues la asistente del Jefe Thomson había venido personalmente para llevarlo a la sala de conferencias. Matilda y Samara le siguieron unos minutos después escoltadas por un par de policías, aunque con un destino diferente al de Cole. La presencia de los uniformados ciertamente puso nerviosa a Samara, pero Eleven y Matilda se las arreglaron para tranquilizarla, y aclararle que todo era parte del plan.

Antes de presentarse en los cuarteles de la policía, el grupo se había reunido muy temprano para desayunar, tomar un café, y discutir a detalle lo que pasaría esa mañana. La conferencia de prensa era lo más importante. Y aunque el Jefe Thomson había ya preparado el terreno, sería responsabilidad directa de Cole explicar ante todos esos reporteros y cámaras lo sucedido. O, más bien, explicar la versión de los hechos que más les acomodaba. Cole parecía algo incómodo con la idea, pero no estaba indispuesto. Como bien Eleven había insinuado el día anterior, no sería su primera vez.

La otra parte era una entrevista, por no llamarle interrogatorio, que Servicios Sociales había exigido con Samara para evaluar su estado, y escuchar de ella misma lo que había ocurrido en su perspectiva desde que fue raptada del hospital psiquiátrico en Oregón. Sería crucial que la versión de los hechos que Samara les diera concordara con la que Cole le daría a la prensa. La ventaja era que por su edad y situación, no se esperaba que diera demasiados detalles. Pero sí era importante que su declaración se mantuviera firme en un punto.

—Quieren que culpe de todo a Esther —había murmurado Samara desde su asiento en el restaurante mientras desayunaban.

—Va a ser importante que no te refieras a ella con ese nombre —indicó Eleven con seriedad—. Llámala Leena, o si es posible no la llames de ninguna forma; mientras menos familiaridad o cercanía expreses hacia ella, será mejor. Y sí, para bien o para mal, es la persona que la policía y la prensa ya sabe de antemano que estuvo detrás de los incidentes en Portland y Eola. Eso, más su historial previo, la harán la culpable idónea de todo esto, y no despertará demasiados cuestionamientos.

—¿Incluso… de la muerte de mi madre? —cuestionó Samara con vacilación, haciendo que la mesa se cubriera de una sensación fría y pesada.

—Sí, pequeña —asintió Eleven lentamente—. Y del hombre del Motel también.

—Pero es mentira —señaló Samara, casi como si aquello la ofendiera—. Yo fui quien…

Eleven alzó abruptamente una mano hacia ella, indicándole que parara. Samara por mero reflejo obedeció.

—Aunque les dijeras la verdad, ellos no lo comprenderán —explicó Eleven—. No entenderían cómo es que una niña como tú pudo haber hecho esas cosas. Incluso si acusamos a Damien Thorn en estos momentos, el daño sería igual o peor. Ambas cosas abrirían la puerta a cuestionamientos que no seremos capaces de responder, y te expondrías no sólo a ti y a él, sino a todos nosotros. La gente no quiere que se les dé una versión que no puedan digerir fácilmente. Quieren tener un culpable claro, alguien que para ellos tenga sentido. Y Leena Klammer es esa culpable. Sí, es una mentira, pero es una verdad con la que las personas pueden lidiar mejor, y nos mantendrá a salvo a todos. En especial te mantendrá a salvo a ti. Confía en nosotros, pequeña. Esto es lo mejor.

Samara no respondió nada. No parecía conforme con la explicación, pero al parecer la entendía. Matilda tendría que hablar con ella en privado para intentar apartar cualquier duda que le hubiera quedado, y asegurarse de que siguiera el plan. Si acaso no lo hacía, todo estaría perdido.

Ciertamente apostar su futuro en manos de una niña de doce no era algo que a Eleven la tuviera del todo tranquila. Sin embargo, sus amigos y ella no habían sido mucho más mayores que Samara cuando comenzaron a involucrarse en ese tipo de situaciones difíciles, ni habían pasado por varias de las cosas que la pequeña de Moesko había pasado. Debía confiar en que estaría bien.

La conferencia de prensa comenzó justo cuando el Jefe Thomson hizo acto de presencia, ingresando a la sala por la puerta lateral y subiendo al pequeño escenario en el que se encontraba una mesa alargada con varios micrófonos sobre ésta. Detrás de él ingresaron tres hombres más uniformados, y un cuarto de traje azul oscuro, camisa blanca y corbata negra; éste era Cole, por supuesto, resaltando inevitablemente un poco del resto.

—Quizás debería haber llevado uniforme también, ¿no? —comentó Sarah, observando con preocupación la imagen en la televisión.

Eleven rio.

—No, está bien así. Se ve más auténtico.

El sonido y los flashes de las cámaras se hicieron presentes mientras los cinco hombres subían a la tarima y ocupaban sus respectivos asientos. El Jefe Thomson por supuesto tomó el puesto del centro, y Cole se sentó a su diestra. El sonido de las cámaras y los murmullos continuaron unos segundos más, y luego se acallaron. Una vez que la sala quedó en silencio, el Jefe Thomson se aproximó a su micrófono y comenzó a pronunciar con voz firme y grave:

—Buenos días a todos. Gracias por asistir a esta conferencia de prensa. Como se les hizo saber con anticipación, el motivo de ésta es para darles la última y crucial actualización con respecto al caso del secuestro de la niña de Washington, Samara Morgan. Como muchos sabrán, la menor fue sustraída con violencia hace semanas del Hospital Psiquiátrico de Eola, en Oregón, en un incidente que costó la vida de al menos siete personas. La persona señalada responsable de este hecho fue la ciudadana de Estonia, Leena Klammer, buscada por asesinatos en serie cometidos en Estonia, Rusia y los Estados Unidos. Hasta hace poco, como se les había ido informando, el paradero de la menor era desconocido, pero todas las agencias sospechaban que Klammer podría haberla traído a ella, y a otra niña más secuestrada días antes en un hospital de Portland, aquí a Los Ángeles.

Thomson hizo una pequeña pausa, casi dubitativa, que puso a Eleven ligeramente nerviosa por un instante. Sin embargo, por suerte ésta no duró demasiado y casi al instante prosiguió.

—Hoy, es de mi total agrado poder informarles que, gracias a un trabajo conjunto entre la Policía de Los Ángeles y Filadelfia, la menor Samara Morgan ha sido rescatada y se encuentra en estos momentos bajo nuestra jurisdicción.

Aquello provocó una oleada de asombro entre los reporteros, que ciertamente no se esperaban que la actualización del caso fuera justamente esa. Y algunos, perdiendo un poco la etiqueta, no pudieron evitar sobresaltarse e intentar soltar primero una serie de preguntas. En un segundo la sala se llenó de voces estridentes intentando llamar la atención del jefe de policía, sobreponiéndose una con la otra.

—¿Trabajo conjunto? —masculló Sarah, incrédula, girándose hacia su madre—. Si hasta ayer él no tenía idea de lo sucedido, y estoy segura de que la policía de Filadelfia igual.

—Era más sencillo que explicar porque un detective de Filadelfia se encontraba investigando esto en Los Ángeles sin permiso de absolutamente nadie —pronunció Eleven con cierto humor en su tono—. Cole y yo confiamos en que esto no será del todo raro para sus jefes, pues para bien o para mal tiene un historial anterior de investigar casos por su cuenta. Y de seguro no perderán la oportunidad de obtener un poco de crédito, sin haber hecho en realidad gran cosa.

—Más mentiras, entonces —farfulló Sarah con desdén. Eleven no le respondió nada, pero la verdad era que de todas las mentiras que dirían esa mañana, esa era quizás la más inofensiva.

Los policías hicieron un esfuerzo por acallar las voces de la sala de prensa, lo cual no resultó sencillo pero rindió frutos al final. Una vez que el silencio volvió, Thomson pudo al fin proseguir con su declaración.

—La niña se encuentra totalmente sana y salva, y en estos momentos los servicios sociales la están evaluando y tomando su declaración. Una vez que sea posible, se realizarán las acciones necesarias para que vuelva con su familia. Ahora, le cederé la palabra al Det. Cole Sear de la Policía de Filadelfia, quien podrá darles mayor detalle sobre el estado actual de la niña, y como se localizó y rescató. Det. Sear.

Se giró en ese momento al hombre a su lado, observándolo con severidad. Aquello muy seguramente la mayoría de los presente o los que miraban por televisión no lo notarían, pero para Eleven no pasó inadvertido en lo absoluto.

—Gracias, jefe Thomson —suspiró Cole como respuesta. Carraspeó un poco, bebió un sorbo del vaso de agua a su lado, y después aproximó el micrófono hacia él—. Buenos días… Soy el Det. Cole Sear de la Unidad de Homicidios de la Policía de Filadelfia. Como el Jefe Thomson acaba de mencionar, en los últimos días estuve trabajando en conjunto con la Policía de Los Ángeles en la búsqueda de Samara Morgan y su secuestradora. Me alegra decir que la investigación logró sus frutos, y ahora la víctima de este terrible secuestro está segura. A continuación les describiré los detalles de lo sucedido…

Dichos detalles fueron, por supuesto, una descripción de la narrativa que habían acordado compartir y que sería, hasta donde a todos les constara, la versión oficial de los hechos ocurridos desde aquella noche en Eola, hasta lo sucedido hace tres días.

Esta versión, como bien Samara había descrito más temprano, se enfocaba en tener como principal culpable a Leena Klammer: de lo ocurrido en el Hospital Psiquiátrico de Eola, las muertes del Dr. Scott, Anna Morgan y el gerente del motel en Eugene, y de mantener cautiva a Samara todos esos días en contra de su voluntad. Pero eso no fue todo, pues igualmente declararon que no había hecho todo ella sola, y señalaron directamente a dos sospechosos sin identificar que habían estado ayudándola todo el camino como sus cómplices: un hombre alto y fornido de piel oscura, cabello en trenzas y barba de candado; y una mujer delgada de cabello castaño rojizo, piel blanca y ojos color miel. El hombre y la mujer que habían ingresado a la bodega donde se refugiaban y habían disparado contra ellos, asesinando a Eight. La descripción de estos dos venía acompañada por un retrato hablado bastante detallado de ambos para que circulara en las noticias junto con la fotografía de Leena Klammer.

Eleven sonrió satisfecha al ver cómo Cole mostraba los retratos en la televisión. Aquello por supuesto servía para darle más veracidad a su relato, pues pocos creerían que una sola mujer con apariencia de niña de diez años sería capaz de hacer todo eso sin ayuda. Pero también había cierto deseo de retribución por la muerte de Kali. Cole y Matilda le habían informado que el hombre había sido abatido por los ayudantes del padre Babatos, pero el paradero de la mujer aún era desconocido. Si es que seguía con vida, Eleven no quería que tuviera un sólo momento de descanso de ahí en adelante.

La parte más complicada de su versión, y la que podía prestarse más al escrutinio, era la de explicar qué había ocurrido una vez que Leena Klammer y sus cómplices arribaron a Los Ángeles con la niña. Aquí era dónde tuvieron que usar su imaginación, además de contar con el apoyo del Jefe de Policía para respaldarlos, y por supuesto del DIC para darles mayor sustento. Ayudaba un poco simplemente afirmar que los hechos no estaban del todo claros aún, y que Samara tampoco había podido darles mucha información al respecto ya que la tuvieron encerrada la mayor parte del tiempo. Lo que planeaban hacer con Samara, ya fuera pedir rescate o venderla, les era también desconocido de momento.

El lugar en el que supuestamente habían tenido a Samara cautiva, y en dónde Cole la habría encontrado tras un valeroso rescate, sería un edificio abandonado del centro, muy cerca de la zona en donde Leena solía prostituirse cuando vivía en Los Ángeles. Cole, con el apoyo de algunos policías locales, habría ingresado al edificio y rescatado a la niña, sin realizar ningún arresto. Suponían que la persona que la vigilaba logró escapar en cuanto se dio cuenta de que ingresaban al edificio.

Ninguna referencia a Damien Thorn, el incidente del edificio Monarch, o el tiroteo sucedido en aquella bodega de la zona industrial. Así era mejor, mucho más simple y comprensible.

Por supuesto, una vez terminada la declaración de Cole, las preguntas de los reporteros presentes no tardaron en saltar. Por suerte no fue ninguna que Cole no pudiera responder, pues eran escenarios que igualmente habían considerado.

—¿Qué relación tiene exactamente Filadelfia con este caso?

—Hay algunos crímenes cometidos en los últimos años en Filadelfia que se ajustan al patrón de Leena Klammer. Es por eso que en cuanto estuvo confirmado su involucramiento en esto, de manera personal quise investigarlo para intentar dar con ella y poder aclararlos de una buena vez.

—¿Qué hay de Lilith Sullivan?, la otra niña secuestrada por Klammer en Portland.

—De momento no tenemos pistas de su paradero. Según testigos y lo que la propia Samara nos informó, estaba con ellos cuando arribaron al motel en Eugene, pero las separaron antes de llegar a Los Ángeles. Su búsqueda continuará hasta que podamos dar con ella.

—¿Hay alguna conexión entre ambas niñas? ¿Algún motivo de porque Klammer y sus cómplices las eligieron a ellas dos en concreto?

—No encontramos ninguna conexión entre ambas salvo sus edades parecidas. Desconocemos también porque estas personas decidieron ir por ellas, incluso hasta arriesgarse a sacarlas por la fuerza de dónde estaban. Será algo que sólo podremos resolver cuando logremos apresar a alguno de ellos.

Esa respuesta resultaba un poco peligrosa, pues abría la puerta a que algún reportero con iniciativa y curiosidad comenzara a indagar en las vidas de Samara y Lilith, encontrándose quizás con ciertos incidentes que resultaran por lo menos sospechosos. Lamentablemente eso era algo que podría pasar de todas formas, y dar demasiada información también podía provocar cierto escepticismo, en especial si era información falsa que no se podía corroborar.

—¿Tienen alguna idea del paradero de Klammer y las otras personas?

—De momento no, pero sospechamos que podrían ya haber dejado la ciudad. Las autoridades estatales y federales ya han sido informadas y se encuentran pendientes a su búsqueda.

—¿Creen que pudiera haber más niños secuestrados con esta banda?

—No lo sabemos, pero es probable.

—¿Cuáles son los planes para reunir de nuevo a la pequeña Samara con su familia?

—Tengo entendido que su padre ya ha sido notificado de la localización de la pequeña. Esperamos poder reunirlos lo más pronto posible. Mientras tanto, se está intentando que la menor quede bajo el cuidado de la psiquiatra que la ha estado tratando durante el mes previo a su secuestro. No puedo darles más información al respecto de momento.

Había más preguntas, pero el Jefe Thomson lo dejó hasta ahí, al parecer deseoso de que aquello no continuara ni un minuto más. Los hombres sentados en la mesa se retiraron, con las voces de los reporteros aún clamando detrás de ellos, y dieron por terminada la conferencia.

En opinión de Eleven, todo había salido bien, o al menos lo mejor que podía haber salido dadas las circunstancias. Sería imposible tener a todos calmados y satisfechos con su explicación, pero estaba convencida que estarían a salvo de momento.

Unos minutos después de que la conferencia terminara, el teléfono de Eleven comenzó a sonar. Ésta respondió, sin necesidad de ver la pantalla para adivinar de quién se trataba.

—Tu chico es particularmente bueno para decir mentiras en televisión —señaló con sorna la voz de Lucas Sinclair al otro lado de la línea—. Tiene uno de esos rostros confiables que te hace creer lo que diga. Una cualidad envidiable en un policía.

—No estoy segura si él estaría halagado con tu comentario —indicó Eleven con humor.

—Como sea, creo que funcionará. De aquí en adelante, como ya establecimos que Klammer y sus supuestos cómplices han dejado la ciudad, y sus crímenes trascienden a más de un estado, se convertirá sin ningún problema en un asunto federal, del cual podremos ocuparnos directamente nosotros sin involucrar a ninguna otra agencia.

—¿Entonces ahora el DIC se encargará de buscar y atrapar a Leena Klammer y a esa otra mujer?

—De momento entenderás que ninguna es mi prioridad —indicó Lucas con voz ausente—. Pero si están ahí afuera, las atraparé tarde o temprano, te lo prometo.

—Gracias… ¿Y sobre el incidente del edificio en Berverly Hills?

—No lo oíste de mí, pero Seguridad Nacional está por ligar todo el hecho a las acciones de un grupo terrorista, así que del mismo modo la investigación recaerá en nuestras manos. Y descuida, no habrá nada que vincule ni a Matilda Honey ni a Cole Sear. Puedes estar tranquila.

—Gracias también por eso, Lucas —murmuró Eleven, notoriamente aliviada—. No sé qué es lo que pasará de aquí en adelante, pero espero ya no tener que seguirte molestando.

—Lo mismo espero —masculló Lucas con un tono de falsa molestia, o al menos Eleven quería pensar que era en parte falsa—. En fin, me alegra que todo saliera bien al final. Ahora debo colgar y encargarme de algunos…

—Espera un momento, Lucas —pronunció Eleven rápidamente, apresurándose antes de que cortara—. Necesito hablar contigo de un par de cosas más.

Lucas suspiró profundamente; en parte por cansancio, en parte por resignación.

—Claro que sí —soltó el director del DIC con ironía—. ¿De qué se trata ahora?

—De Charlie —indicó Eleven de golpe sin vacilación. El silencio se volvió casi palpable al otro lado de la línea—. También la tienes apresada, ¿no es cierto?

—Sabes que aunque fuera así, no podría decírtelo —respondió Lucas con severidad.

—No lo pregunto para hablar en su nombre, si es lo que crees —se apresuró Eleven a aclarar—. Hace mucho que ese barco zarpó. Sólo creo que debes de saber que su estado de ánimo podría no ser el más estable en estos momentos.

—¿Y cuándo lo ha sido? —soltó Lucas, sonando casi como una broma que no resultaba del todo divertida dado el momento. Igual Eleven lo ignoró.

—No sé si ya lo sabes, pero la misma noche que capturaste a Charlie y al chico Thorn, Kali fue asesinada.

De nuevo el silencio se hizo presente en la llamada. Eleven fue capaz de percibir la confusión que irradiaba de su amigo, por lo que quizás aquello era un dato que ni siquiera él conocía aún.

—¿Eight está muerta? —susurró Lucas despacio, sonando más como una pregunta para sí mismo—. Lo siento, El. Sé que la considerabas como una hermana para ti… Pero ese no es motivo para tenerle alguna consideración especial a McGee.

—Supongo que no —suspiró Eleven.

—Prométeme que no harás ninguna locura como querer rescatarla —exigió Lucas con aspereza—. A pesar de lo que puedas sentir por ella, Charlie McGee es una criminal, y debe pagar por sus acciones.

—¿Entonces aceptas que sí la tienes apresada? —preguntó Eleven con tono burlón, provocando de nuevo el silencio de Lucas. Quizás estuviera en ese momento maldiciéndose a sí mismo por haber sido tan descuidado—. No tienes que preocuparte por mí. Era muy consciente de que este enfrentamiento entre ella y tú llegaría tarde o temprano, y me prometí a mí misma no intervenir cuando eso ocurriera. Y sin Kali, me temo que quizás no haya nadie más acá afuera que pueda echarle una mano. De nuevo está sola…

Había tristeza, incluso dolor, en las palabras de Eleven. En verdad hubiera querido que las cosas no llegaran hasta ese punto.

—Quién debe preocuparte es el chico Thorn —sentenció El, recobrando rápidamente la firmeza en su voz.

—No de nuevo, El… —masculló Lucas con cansancio.

—Escucha, hablé ayer con unas personas que han estado por un tiempo detrás de ese muchacho.

—¿Personas? ¿Qué personas?

—No lo tengo muy claro aún. Pero están convencidos que desde pequeño ha tenido a un gran número de gente cuidando de él.

—Es lo que el dinero casi infinito logra.

—Es más que eso —señaló Eleven con marcada preocupación—. Afirman que es poco probable que estas personas se queden de brazos cruzados tras esto, y me temo que yo siento lo mismo. Tienes que tener mucho, mucho cuidado, Lucas.

—Todo está bajo control —dijo Lucas, sonando en verdad despreocupado—. Esa gente, quien quiera que sean, los encontraré y acabaré con ellos al igual que con Klammer y los otros. Confía en mí, ¿quieres?

Eleven confiaba en su amigo, pero sólo hasta cierto nivel. Lamentablemente, desde hace un tiempo atrás, Eleven comenzaba a darse cuenta de que Lucas se sentía intocable, casi invencible. Y eso sabía, por experiencia propia, podía preceder a una catástrofe.

No hablaron mucho más después de eso, y pasaron a simplemente despedirse.

Unos instantes después, la puerta de la sala se abrió, y un visiblemente muy preocupado Cole ingresó por ella, con su teléfono celular pegado a su oído.

—Sí, sí capitán —pronunciaba en voz baja al entrar. Alzó su mirada hacia Eleven y Sarah sólo un momento, las saludó con una ademán de su mano, y luego caminó hacia un extremo de la habitación—. Sí, lo entiendo… Sí, volveré después de Acción de Gracias y me encargaré de todo. Lo bueno es que todo salió bien… Sí, claro. Hablaremos entonces. Gracias, saludos a todos.

Cole colgó, y al instante dejó escapar un pesado y profundo suspiro.

—¿Problemas con tu capitán? —preguntó Eleven, curiosa.

—Más o menos —masculló Cole, avanzando hacia uno de los sillones para dejarse caer de sentón en éste—. Por suerte él ya sabía que estaba por aquí metiendo mis narices en esto; fue él quien me logró contactar con el Jefe Thomson, de hecho. Sin embargo, creo que no se esperaba que saliera en televisión afirmando que esto había sido una colaboración entre ambos departamentos; colaboración de la que ellos no estaban en lo absoluto enterados.

—Ni la Policía de Los Ángeles —indicó Sarah con brusquedad.

—Eso es cierto… Como sea, no creo que mis jefes estén molestos, pero si me pidieron que vuelva lo antes posible y les aclare todo esto.

—¿Y qué les dijiste? —inquirió Eleven.

Cole la miró y le sonrió.

—Que aún estoy de "vacaciones", así que volveré hasta después de Acción de Gracias.

Eleven rio, casi de forma estridente.

Cole desvió su mirada hacia la pantalla en la pared, en donde una comentaristas de noticia hablaba sobre la conferencia recién terminada.

—¿Qué tal estuvo? —preguntó el detective con curiosidad.

—Alarmantemente convincente —masculló Sarah con tono abatido, ganándose una mirada de desaprobación de parte de su madre.

—Estuvo muy bien —señaló Eleven con voz calmada—. Tienes madera de héroe.

—Eso dicen —masculló Cole con humor—. ¿Y Matilda?

—Samara y ella están dando su declaración en estos momentos. Una vez que Samara respalde lo que acabas de decir, con suerte este asunto habrá terminado…

La puerta de la sala volvió a abrirse de nuevo en ese instante, aunque con bastante más brusquedad de la que Cole había utilizado. Las miradas de todos se viraron al mismo tiempo en dicha dirección, y se centraron en la figura alta, imponente, y claramente irascible del Jefe Thomson. Éste miró a cada uno, sus ojos sintiéndose casi como dagas, y cerró rápidamente la puerta detrás de él.

—Jefe Thomson —pronunció Cole, parándose de su asiento—. Muchas gracias por toda su ayu…

—Ahórreselo —le respondió Thomson tajante, cortándole cualquier otra cosa que quisiera decirle—. No quiero sus gracias, ni saber más de este maldito asunto. Hice lo que querían, ahora denme lo que me prometieron.

Cole, Eleven y Sarah se miraron entre ellos, un tanto inconformes, aunque no sorprendidos con la reacción del oficial. Para bien o para mal, él había cumplido bien con su parte del trato. Ahora les tocaba a ellos hacer lo suyo.

Eleven buscó en uno de los bolsillos de su saco, sacando un simple pedazo de papel doblado.

—Cole, ¿podrías…? —preguntó extendiéndole al detective el pedazo de papel. Evidentemente no sentía las suficientes energías para ponerse de pie, o prefería de momento no hacerlo.

Cole tomó el papel y se aproximó al jefe. Éste prácticamente se lo arrancó de los dedos en cuanto estuvo lo suficientemente cerca.

—Esa es la dirección y la ciudad en dónde su hija se está quedando en estos momentos —indicó Eleven desde su asiento, mientras Thomson observaba detenidamente lo que había escrito en el papel—. Como le había dicho, está siendo bien cuidada, y está contenta. Así que mi recomendación sería que pensara muy bien lo que realmente quiere hacer, antes de hacerlo. Ella ya se alejó de usted una vez; ¿en verdad quiere que pase de nuevo? —le cuestionó sonando como una latente advertencia—. Puede que en esa ocasión no pueda recuperarla otra vez.

Thomson la observó en silencio, apenas separando lo necesario sus ojos del papel. Si acaso algún pensamiento u opinión sobre las palabras de Eleven le cruzaba por la mente, no pareció en lo absoluto interesado en compartirlos. En su lugar, se limitó a sólo guardar el pedazo de papel en un bolsillo, y salir de la sala tan abruptamente como había entrado.

—Jefe —pronunció Cole con fuerza. Y aunque era claro que el oficial tenía muchos deseos de irse, igual se detuvo, quizás por mero reflejo—. Si de algo sirve, le aseguro que lo que hicimos este día fue lo correcto. Gracias.

Thomson lo miró sólo un instante sobre su hombro, con una expresión inescrutable, aunque al menos ya no parecía tan molesto. Igual no dijo nada, y salió por la puerta, alejándose por el pasillo con paso veloz.

Cole suspiró con pesadez y se dejó caer de sentón en el mismo sillón en el que se encontraba hace rato.

—¿Segura que ese hombre no se volverá otro problema a resolver en el futuro? —inquirió Cole con cierta preocupación.

—Es difícil decirlo —aclaró Eleven, encogiéndose de hombros—. Pero ya lo resolveremos dado el caso.

Parecía segura, o al menos lograba sonar como si lo estuviera. Aun así, ni Cole ni Sarah pudieron contagiarse de dicho sentimiento.

FIN DEL CAPÍTULO 132