Disclaimer: Naruto no me pertenece.
Aclaraciones: Mundo Alternativo. Fantasía. Cazadores de Demonios y Espectros.
Advertencias: Este trabajo tendrá contenido maduro, dominación, actos explícitos, distintas parafilias y muchos más. Y MadaHina así como IndraHina. Sobre aviso no hay engaño. Ustedes dieron clic, no me culpen.
No Mercy
Tercera Noche de Caza
La temperatura corporal hervía como el lago de lava al lado del castillo del cual su Señor Oscuro era dueño desde los adentros de su cuerpo, ansiando el contacto del Cazador. Hinata peleó contra sí misma y los impulsos para detener el avance del ritual pero cada trazo en su tatuaje palpitaba, generando espasmos en la zona baja.
Debía ponerse un alto o haría algo de lo cual se arrepentiría.
—No... No puedo —la convicción de Hinata se debilitó en el segundo que alzó la mirada; un grave error, pues ese par de ojos negros que venían atormentándola desde que cayó en esa habitación la observaban con un hambre feroz.
Era como si los papeles se hubieran invertido, siendo el azabache quien podría devorarla de un solo bocado. Muy dentro de sí la joven súcubo consideró como mejor opción haber sido eliminada por la mano del Cazador en lugar de prestarse a ese retorcido acuerdo.
No importaba cuántas veces le repitiera las graves consecuencias de liarse con ella, el Cazador era terco, empeñado en hacer funcionar el disparate.
De no poder controlar el llamado de sus propias necesidad y el apetito sobrehumano despertar en sus papilas gustativas en cuanto el aroma de él llenó el aire a sus alrededores, las cosas acabarían mal. Muy mal.
—P-Por favor, no se acerque —imploró Hinata al azabache, huyendo de su mirada y de la silueta de sus músculos ahora a la vista—. Esto... Esto puede terminar mal. U-Usted puede morir y yo... —la boca comenzó a salivar debido al hambre.
Por todos los Espectros Infernales, no había probado bocado desde que llegó al Mundo de los Vivos; habían pasado tantas Lunas desde que su estómago se llenaba con algo que no fuese comida terrenal. Era difícil mantenerse tranquila, controlarse para no lanzarse directamente al hombre quien le proponía tan loco acuerdo. ¿Alimentarse de él y después ser cazada? Eso era una pena de muerte.
El golpe encima de la cabeza de Hinata tuvo el poder de hacer vibrar a la pared detrás de ella y ponerle la piel de gallina; la obligó a mirar hacia arriba, con el miedo acompañar la excitación que despertaba bajo su piel. De nuevo esos ojos onix. El rostro del Cazador más cerca que antes y con su aroma masculino pegarle, nublando el poco juicio que le quedaba.
Cuando el tatuaje que llevaba en el vientre bajo se activaba, dando inicio al Ritual de Alimentación, no había poder humano ni sobrenatural que lo parara. Solo la voluntad de su Señor Oscuro podría. Sin embargo, ¿por qué a su señor le interesaría detener el ritual? ¡Hinata era una súcubo! Ésa era su función y tarea. Alimentar el poder de su Señor Oscuro acabando con la energía de los mortales.
Se sintió pequeña, poca cosa. Él era tan alto y tenía una enorme ventaja. No le huía por más advertencias que le dio, estaba enfrascado a encarar las consecuencias. Por más que ella deseara negarse, no iba a funcionar; estaba débil y tenía hambre. Poco a poco la razón dejaría de escucharse en su cabeza y sus instintos tomaría las riendas del mando.
La única oportunidad que Hinata tenía era que él escapara pero viendo al hombre que la acorralaba en esos momentos, era tener una fe ciega a algo impensable.
—Te preocupas más por lo que me suceda a mí que a ti... —Madara consideraba aquel rasgo en la súcubo demasiado humano para una criatura salida del Inframundo.
—N-No deseo hacerle daño.
—¿Daño? —Madara rio por lo gracioso que aquello sonaba—. No creo que algo de sexo pueda dañarme.
—U-Usted no entiende —no veía gracioso que él no se tomara en serio sus advertencias—. S-Si consumo su energía, lo dejaré débil. Tan débil como para que usted muera... E-Eso... —pensar en cómo ella podría matar a alguien le haría sentirse de lo peor.
La manera de pensar de Hinata le había causado muchos regaños por parte de sus tutores a quienes les disgustaba que pensara más en el bienestar de los humanos que el propio. Eran seres del Mal a disposición de su Señor Oscuro, el Monarca del Círculo de la Lujuria, subordinados que le servían lealmente, realizando la única tarea por la cual fueron creados: destruirle la vida a los vivos.
Para muchos demonios, expertos en el arte de la seducción, era entretenido observar la desesperación de los mortales al probar el néctar que ellos proporcionaban. Habían existido casos en los cuales los mortales rogaban por quedar dormidos para siempre, rechazando la idea de seguir despiertos si con ello tenían la oportunidad de volver a experimentar las ilusiones creadas a partir de la exposición de sus más honestos deseos.
Sus hermanas y hermanos narraban con gran ahínco sus respectivas aventuras, generándole sentimientos encontrados al respecto. En cuanto llegó la hora de iniciar con su travesía y con la tarea que desde pequeña se le había educado para ejecutar, todos pusieron altas expectativas en ella. Temari, una de sus hermanas mayores, le había prometido que si no regresaba con la esencia de dos víctimas tomaría cartas en el asunto y haría lo imposible por borrarle toda empatía hacia los humanos a golpes de ser necesario.
Ella tragó en seco al recordar esa promesa antes de partir y subir al Mundo de los Vivos.
Temari daba miedo cuando se enfadaba y no decía las cosas en vano. Aun así era complicado para ella lanzarse al primer hombre que se cruzara en su camino. Miles de escenarios de qué había detrás de su víctima la atormentaban al punto de detenerse en abrupto al imaginar que, posiblemente, era un padre de familia quien debía trabajar bajo el intenso Sol por horas para alimentar a sus hijos y esposa. Simplemente daba la media vuelta y se decía que en la próxima encontraría a alguien de quien pudiese alimentarse.
Sin embargo, ese ciclo vicioso se había repetido por semanas, las cuales se tornaron en meses, conduciéndola a su actual situación en la que no tenía muchas alternativas. Luchar estaba descartado por lo débil que estaba, además de lidiar con el calor que la abrumaba, mismo que estaba tomando autoridad sobre ella.
Y el aroma de él no ayudaba. Su mirada, el cuerpo masculino —bien distribuido, siendo tan atractivo para acelerar el Ritual de Alimentación— acercarse sin tapujos hacia el suyo, apretarse y generar una fricción por encima de sus delgadas ropas solo le hacían sentirse inquieta.
—E-Eso sería mucho para mí —puso las manos sobre el amplio pecho para permitirse un espacio, alejar el calor de él. Gran error. Todo su cuerpo padeció un escalofrío que impactó en su intimidad, haciéndola emitir un grito ahogado.
Iba a retirar las manos, olvidar la textura de la piel bajo sus palmas pero el Cazador se lo impidió. Hinata le lanzó una mirada horrorizada, pidiéndole que le dejara libre pero éste la ignoró deliberadamente.
—¿Qué está...? ¡Uhm!
No le permitió hablar y la besó. Por un momento Hinata quedó estática, tratando de entender qué estaba pasando porque en esos momentos la habitación comenzaba a dar vueltas y sus oídos a ser inundados por un molesto zumbido que no le dejaba pensar con claridad.
La súcubo buscó la manera de librarse del agarre al cual la había encerrado pero Madara no le dejó. Podía seguir siendo un simple mortal y ella una criatura infernal con la capacidad de superarlo, empero ahora se hallaba débil, tanto cómo para no oponerse a la exploración de sus manos debajo de esa molesta gabardina que ahora mismo le estorbaba.
La batalla entre sus bocas, con él luchando para adentrarse en esa cavidad que venía tentándolo, fue larga. Madara reconoció que era terca pero también pudo sentir en el pecho la dureza de ambos pezones femeninos clavársele en la piel. Estaba excitada y hambrienta. El cuerpo de ella emitía un peculiar aroma que se tatuó en su cabeza. Se sentía tan atraído a ella; supuso era a causar de una de las habilidades de las súcubo.
Pese a que ella no tuviera tal apariencia, no debía bajar la guardia. A pesar de lo bien que se sentía besarla, sentir el cuerpo de ella apretarse más al suyo, el cómo los pezones endurecidos le rascaban el pecho, ella seguía siendo un enemigo; uno que podría matarle si no cuidaba sus movimientos.
Empero lo que dijo fue verdad. Podía engañar a otros, ocultar secretos pero jamás jugaría con algo tan importante como lo era su trabajo de Cazador; lo de no cazarla por ser demasiado débil era en serio. Manchar su lista de victorias no sería algo de lo cual sentir orgullo, sino una enorme verguenza por haberse aprovechado de alguien quien no podía luchar decentemente.
No cuestionaba a la súcubo por actuar así, no era la primera ni sería la última persona en considerar las ideas de Madara desquiciadas. Ser Cazador expandía las alternativas para ganar una batalla, desechando la moral y los códigos a la basura sin con ello se lograba vencer el monstruo. Tal como en esos momentos.
Si podía evitar matar a la súcubo alimentando y saciando su apetito —aunque fuese temporal— usando su cuerpo para darle caza después, lo haría. Sonaba justo. Al menos en la cabeza de Madara quien no le gustaría ensuciarse las manos cazando a una presa demasiado fácil. No merecería el esfuerzo ni ensuciar sus armas; bendecir esas mierdas después de una temporada de exterminio costaba varias monedas de plata. Cada vez que iba con un sacerdote éste se aprovechaba de su necesidad.
De aun tener el privilegio consigo, no se tomaría las molestias de hacer esos jodidos procedimientos.
Sin embargo, la única manera de herir a un espectro era usando armas rociadas por agua bendita.
La fortaleza con la cual luchaba para no dejarle atravesar esa barrera se iba debilitando y Madara lo aprovechó. Colocó la otra mano en la cintura femenina, acariciando la zona, escuchando para regocijo propio el gemido de sorpresa atrapado en medio de sus bocas, permitiéndole el acceso a esa cálida cavidad que exploró.
Estuvo tentando a gemir igual que ella por lo dulce que era. El néctar que probaba era tan delicioso que se halló con un ímpetu desconocido por ahondar el beso, robarle hasta el último aliento.
Limitada en el movimiento de sus manos, Hinata quedó atrapada en una complicada situación en la que el cuerpo aceptaba las caricias del Cazador y la intromisión a su boca sin poner una resistencia mayor. La propia marca en su vientre le impedía actuar, asegurándose del cumplimiento del ritual. Era lo que el cuerpo de Hinata exigía, ignorando las alarmas hacer eco en lo profundo de su mente.
Abrió apenas los ojos un par de segundos, estudiando el rostro que no se despegaba del suyo, tan entretenido en su tarea de explorar con la lengua y las manos los misterios del cuerpo de Hinata. Era imposible detenerse, el cuerpo pronto dejaría de responderle para entregarse completamente a los deseos propios que despertaban gracias a la cercanía del Cazador; era cuestión de tiempo para perder la noción de su propio conocimiento y raciocinio, permitiéndole al lado hambriento que rascaba desde su interior, quien le gritaba salir, apodarse del cuerpo a quien ella le seguía negando el alimento que tanto necesitaba.
La lengua tímida que se negaba a unirse al encuentro salió a luchar, a enredarse y a robar terreno, ingresando en la boca de Madara quien le tomó por sorpresa el repentino ataque, pero sobre todo la aceptación. No se quejó al respecto y abrió más su propia boca para darle un mejor acceso. El cuerpecillo de ella dejó de sentirse tenso y lo tomó una señal de aceptación para el avance de las caricias.
Primero Madara se deshizo de la gabardina, escuchando la tela caer al suelo y dejar a la mujer sin protección de la mirada de él. Se separó de ella, pausando el beso, escuchando la respiración agitada de la súcubo quien apenas podía controlarse.
El cuerpo de ella era una tentación andante. Senos de un tamaño gratificante que incluso con la palma de la mano sería incapaz de cubrirlos en su totalidad. Piel blanca como porcelana, tersa al contacto, sin cicatriz alguna. Un vientre del cual sentía la necesidad de pasar la lengua y jugar con el ombligo escondido debajo de la transparente tela. El atuendo era insuficiente para encubrir los peligros de los cuales ella fue dotada; tenía las armas para poner a cualquiera bajo sus pies, usar sus encantos y de esa manera alimentarse. Tenía el potencial, más solo se dedicaba a verle, a temblar por cómo él le miraba, sintiendo en el aire el deseo descarado que había despertado en cuanto puso las manos sobre ella.
Madara sabía muy bien que estaba jugando con fuego al liarse con una súcubo. Los poderes de éstos seres seguían siendo un misterio pese a contar con una guía de sus antepasados. Era común que muchos se sintieran incapaces de luchar contra un ente así, en especial cuando ellos tenían una enorme ventaja sobre las reacciones naturales del cuerpo humano, manipulándolas al antojo y beneficiándose a sí mismos. La voluntad y el no caer en las tentaciones eran las vías de escape para el pobre desgraciado quien tuviese la mala suerte de cruzarse en el camino de un demonio de esa categoría. Sin embargo, no todos los hijos del Gran Poderoso tenían la fortaleza para ignorar una propuesta tan indecorosa.
—Mírate —susurró, admirando las curvas, la forma de sus piernas, cada aspecto resaltar del cuerpo femenino—. Eres una belleza —confesó sin ocultarle lo que ahora provocaba en él—. Me cuesta comprender cómo no has sido capaz de hallar alimento. Cualquier hombre se arrodillaría y te suplicaría porque compartieras una noche con ellos.
Escuchar hablar de esa manera al Cazador sorprendió a Hinata quien no esperaba tales halagos hacia ella. Se sintió tímida al no tener nada con qué ocultar el descarado atuendo que sus hermanas seleccionaron para ella y buscó la manera de ocultar sus dotes de la mirada del hombre, más cuando hizo el intentó éste atrapó sus manos aun esposadas, manteniendo el contacto visual, incitándole a seguirle el juego y a no desviar la mirada.
—Tengo mis razones —respondió sin atreverse a contarle la verdad a un desconocido quien jamás entendería.
Madara sonrió ladinamente y ella respingó.
—¿Esas razones tienen algo que ver con tu pésima manera de besar? —atacó.
Hinata agrandó los ojos y puso una graciosa mueca que al hombre le hizo soltar una risa corta, divertido a costa de la joven súcubo quien era tan fácil leer por sus honestas expresiones.
—¿Q-Qué...?
—Vamos —Madara volvió a acercar el rostro sin borrar la sonrisa felina que decoraba sus labios, fascinado de ver la hiperventilación de la diablesa—, ¿creíste que me engañarías? Éste fue tu primer beso, ¿no?
—L-Los demonios como nosotros no solemos besar a nuestras víctimas —usó esa tonta excusa, desviando la mirada a otro punto que no fuera la cara de él, esperando que le creyera. Sería vergonzoso y humillante decir tal verdad que dudaba fuera a creerle.
—¿Oh? —por la reacción que Madara tuvo, Hinata dedujo que no le creía ni un poco—. Vaya, vaya. Es por eso entonces. Tomaré nota para no repetirlo, Señorita Súcubo.
—H-Hinata.
—¿Mm?
—M-Me llamo Hinata —aclaró porque no le gustaba la manera en la que le llamaba. Sonaba sarcásticamente ofensivo—. P-Puede llamarme así, por favor.
—¿Hinata? —repasó el nombre en sus labios, encontrando el significado de aquel nombre inadecuado para un ser de la oscuridad como ella—. Qué peculiar nombre.
«Bueno —, se dijo Hinata—, no es la primera persona que me lo dice». Pensó. Luego recapacitó y aprovechó para hablar con él otra vez, intentar hacerle entrar en razón de que estaba a punto de tomar la peor decisión de su vida.
—E-Escuche —llamó la atención del azabache quien parecía entretenido en acariciar la piel expuesta gracias a la prenda—, a-agradezco su acto de misericordia, también su indiscreción por no llamar a la Guardia Nocturna, p-pero de verdad tiene que entender que esto no va a salir bien. P-Puede perder la vida, s-sé lo que le digo.
—Y yo insisto que te preocupas demasiado —argumentó Madara, regresando a mirar los ojos platinados que brillaban con nerviosismo—. ¿Desde cuando los de tu clase se preocupan por nosotros los mortales? Además...
Inesperadamente él la tomó por la espalda para unir a sus cuerpos en un abrazo fogoso que a Hinata pareció removerle hasta el alma. El contacto con la piel del Cazador y la hebilla de su cinturón marcó una diferencia de temperaturas; aquello le debilitó la capacidad del habla, obligándose a morder la lengua para no gemir.
—Te dije que no me subestimaras, ¿no?
—L-Lo dijo... Y-Y no lo subestimo pero yo... Yo... Yo... Uh... —él nuevamente volvió a besarla. Ésta vez tenía poca voluntad para alejarlo o pelear. Él iba ganando terreno—. E-Espere... —buscó advertirle una última vez pero él otra vez atacó y supo muy bien que ya no podría detenerlo.
Ni tampoco a ella.
Los besos continuaron, encendiendo el fuego dentro de Hinata que amenazaba con quemar todo a su paso, siendo ella la primera. Él acariciaba su lengua de una manera que le obligaba a cerrar los muslos para evitar el cosquilleo naciente en su intimidad.
La excitación en una súcubo era doblemente más efectiva que en un mortal; cada poro padecía de una sensibilidad extrema y una caricia generaba la necesidad de restregarse contra el responsable. Por supuesto que tales padecimientos necesitaban ser controlados y había un entrenamiento para ello; los demonios como Hinata no eran dueños de sus instintos, tenían que aprender a lidiar con ellos a través de enseñanzas que solo su Señor Oscuro ofrecía.
Ella tuvo una educación al respecto, pero con sus hermanos y hermanas mayores quienes se dedicaron a criarla en base a dichas enseñanzas; a saber manipular su enorme deseo y apetito para no dejarse llevar por éste.
Una súcubo que no podía regir sobre su propia naturaleza era riesgoso incluso para sí mismo. No solo terminaría con la vida del mortal del cual se alimentaba, sino con aquellos que se encontraban a la redonda para después ser el propio súcubo quien muriera después.
Esas advertencias las llevaba muy dentro de su mente, preocupaba de que eso le ocurriera. El tatuaje que la marcaba como uno de los soldados bajo las órdenes de su Señor Oscuro era una medida para prevenir aquello, más no tendría efecto si ella no era capaz de controlarse.
Lo peor de todo era que no había consumido nada de la energía vital de los mortales desde el primer día que llegó ahí, algo que sin duda le venía mal a su actual estado. Temía no solo por ella, sino también por el Cazador quien no le dejaba ni siquiera respirar, con sus besos tan asertivos, quebrando todo pensamiento racional.
Sin embargo, cada que quería hablar, él la callaba. Las manos masculinas posarse sobre las caderas de Hinata la hacían temblar, olvidarse de todas las consecuencias, a querer solo dedicarse a sentir las caricias y las sensaciones que los besos húmedos despertaban.
Nada le aseguraba a Hinata que él sería capaz de cumplir su palabra. Los Cazadores mataban a todo monstruo que se les cruzara en el camino, llevaban armas que podían desmembrarla y llevarle su cabeza al Capitán de la Guardia Nocturna.
A pesar de todo aquello, lo cual tenía presente, no podía evitar sentirse atraída hacía en cuestión física. Sus anchos hombros, el cabello caerle a la espalda —dándole un aspecto salvaje— y el aroma a bosque que él desprendía, una esencia mucho más fuerte de la que ella podía elaborar, la hipnotizaban.
Era débil por dejarse atrapar tan fácil.
Si los hermanos y hermanas de Hinata estuviesen presentes, observando la escena, sin duda le escupirían decepcionados por su lamentable rol.
Que un humano fuese capaz de poner en jaque a un súcubo, alguien por mucho superior a las patéticas habilidades mundanas, era razón de desprecio.
El brillo de algo interrumpió a Madara de seguir besándola, experimentando calor en el vientre bajo de la súcubo quien respiraba con dificultad, apenas recuperándose del beso. Bajó la vista y halló algo peculiar: una marca con luz propia tatuada en la piel de ella; su brillo de tonalidad purpura, con trazos finos y una luna menguante acostada de forma horizontal, dando la apariencia de una cuna donde una estrella en el centro reposaba. Encontró peculiar el trazo, no era como los tatuajes de otras a las que ya había visto, era distinto.
Pasó los dedos por encima de los trazos, escuchando la respiración de Hinata quedar pausada por el repentino movimiento.
—¡¿Q-Qué hace...?! —la voz de ella estaba llena de pánico. Y con justa razón, era una parte sensible e importante. Casi un punto débil.
Si él llegaba a entender cómo funcionaba y el control que la marca tenía sobre ella, estaba en serios problemas.
Madara le observó sin detener el rumbo de la mano hacia el sur del cuerpo femenino, descifrando el detrás del temblar de las irises plateadas de la súcubo. Tocó la zona y un calor intenso lo recibió; no era desagradable al tacto pero podía intuir que era de suma importancia para la demonio atrapada en sus brazos, la razón por la cual una silenciosa desesperación se expandía por todas esas lindas facciones.
Abarcó el tatuaje con la mano entera, pellizcando la piel, escuchándola gemir sonoramente, imposible de ocultarlo más. Luego le lanzó esa mirada con un brillo arder.
—D-Deje de tocarme ahí, n-no es... —¿cómo iba a explicarle al humano que era su punto débil sin delatarse primero? Era imposible—. P-Por favor —rogar no era una opción pero sí la única manera de ganarse la lástima de él—, n-no me toque ahí... —porque todo se intensificaba y estaba a punto de perder el control sobre sí misma.
—¿Una razón en particular del por qué debo obedecerte? —inquirió, pasando la mano, estudiando la textura que resaltaban de la lisa piel.
Hinata le observó con las ganas de explicarle el por qué era peligroso pero no pudo. Si soltaba una sola palabra, se decía, iba a morir. La mirada negra de él se lo decía. Una sola palabra y perdería antes de siquiera luchar, si eso era posible. Él ya sabía que no podía y pronto descubriría que era una virgen quien no había dado su primer beso hasta esa desafortunada noche.
—T-Terminaremos en serios problemas... —susurró para sí, siendo perfectamente oída por él.
La risa masculina vibró en su cabello.
—Eso no me asusta —susurró, ahora yendo por la oreja de Hinata quien volvió a respingar.
Pero ese no fue el único ataque. Hinata soltó un grito largo al sentir cómo él apretaba la zona de su vientre, reuniendo la carne en su agarre. Los espamos de dolor fueron acompañados por un placer que la puso en un estado vulnerable donde no pudo controlarse más.
Intentó decirle que parara pero se sorprendió de hallarse sin la suficiente fuerza para dar a conocer su descontento. A consecuencia el hechizo que mantenía ocultas sus características como súcubo se disipó bruscamente, dejando al descubierto los cuernos que decoraban la corona de su cabello, las alas negras y afiladas con las cuales nació y la cola con punta en forma de flecha moverse al ritmo de sus inquietudes. Cerró los ojos con fuerza; Hinata esperaba soportar las sensaciones que se agrupaban bajo su vientre pero sentía que todo se iba de sus manos, tal como el agua que corría velozmente por un río: libre y ajeno a las leyes que le rodeaba. Así se sentía.
Él jugaba con la carne alrededor, pellizcando, dando caricias, acelerando el proceso, dejándole sin escapatoria. No pareció asombrado por la aparición de sus características de súcubo. Tembló como una hoja al viento cuando éste tomó su cola, delineando con los dedos la longitud, aun lamiendo su oreja y poniendo todos sus sentidos al extremo.
Hinata soltó un sollozo. Su cola era increíblemente sensible, un zona erógena que enviaba descargas estimulantes a su intimidad; percibía ya la humedad, sería cuestión de tiempo para que el Cazador también lo notara y se aprovechara de ello.
Tuvo que agarrarse del pecho de él para no caer a causa del remolino de sensaciones. Para sorpresa de Hinata, él evitó que lo hiciera, colocando el otro brazo para mantenerla en su sitio. Las miradas de los dos se cruzaron en cuanto él terminó de jugar con la oreja de la súcubo y estudiar la mueca que ponía.
—Aun no he hecho nada significativo para hacer temblar tus piernas —comentó al respecto e Hinata padeció de un intenso bochorno por no tener idea de cómo contradecirle—. Al menos que... —tomó con fuerza la cola que bailaba alrededor de ellos, sacando otra exclamación de sorpresa de la mujer.
La cola era suave, no tenía púas o alguna defensa ante el contacto. La estudió en cuanto la tuvo en la palma de su mano, atribuyendo que ésta estaba unida a la mujer de manera significativa por la manera en la que temblaba y afectaba al comportamiento de su cuerpo; los temblores a los que ella estaba aumentaron al llevar la punta a su boca.
—¿Q-Qué hace...? —preguntó Hinata con una inquietud removerse en su cuerpo por adivinar las intenciones del hombre quien, sin tapujos, guió la punta de su cola a sus labios, besando la zona y sometiéndola a un abrumador revoloteo.
Fue imposible que el jadeo de sorpresa pero también de placer se escuchara en la habitación, no solo dando a conocer una pista esencial de cómo funcionaba su cuerpo y cola, sino también de lo mucho que aquel movimiento le había gustado.
Intentó callar pero él sacó la lengua y lamió cada pedazo de la punta, empapándola con su saliva. Le vio mover la mano de arriba hacia abajo por el largo de su cola, generándole escalofríos.
Los muslos de Hinata temblaban. Era imposible detener lo inevitable. El orgasmo nacía con fuerza y no podría detenerlo. Si él seguía así, estimulando su vagina a través de las caricias y lamidas que le proporcionaba a su cola, iba a correrse.
Madara, mientras tanto, vio con disfrute las expresiones eróticas de la súcubo. Éstas le animaban a continuar con sus caricias, a saborear y descubrir sus secretos, qué nuevo deleite aguardaba en los rincones de su cuerpo. Paseó la lengua por los contornos de la punta, metiendo el pico a los interiores de su boca, siendo bastante vocal. Estaba observando buenos resultados y conociendo los puntos débiles de la súcubo; la cola, por qué no lo pensó antes.
No había tenido a una así de cerca en mucho tiempo ya que prefería evitarlas, o éstas huían de él en cuanto le detectaban. El conocimiento que aprendía mediante el comportamiento de la mujer ayudaban a ampliar su conocimiento, estaría listo para enfrentarse a seres como ella a partir de ahora.
Dio un jalón y la escuchó retener todo el aire, viéndole como si no hubiera sido capaz de hacer algo como eso. Él sonrió, sacando la punta de su boca; toda ésta estaba llena con su saliva y ese gestó humedeció aun más los ojos plateados de Hinata quien, sin poder anticiparlo ni detenerlo, explotó.
Su gritó se oyó en toda la habitación y la luz de los trazos enceguecieron a Madara por unos segundos.
Después de la conmoción en la que se vieron envueltos, Madara estudió la expresión de la súcubo quien tenía todas las facciones sumergidas en un éxtasis. Sintió el cuerpo de ella tan ligero que por precaución la tomó entre sus brazos, dejando libre la cola que apenas reaccionaba. La respiración agitada de ella le hizo cosquillas en el pecho y antes de hacer un comentario al respectó notó el exceso de humedad.
Curioso a causa del fenómeno, Madara observó las piernas unidas de Hinata, hallando que de éstas el néctar dulce que brotaba de su hinchada intimidad chorreaba y caía a sus botas.
—Hmm —exclamó, viendo cada gota caer por la curvatura de esas piernas. Haber orillado a una súcubo a su orgasmo, sin perder la vida, debía ser considerado como una gran victoria—. No fuerces a detener lo que tu cuerpo siente —susurró y en un movimiento separó los muslos, llevando la mano hasta esa zona caliente, apenas cubierta por la prenda, ésta completamente húmeda, y remover el resto de lo que ahí aun aguardaba.
Hinata chilló ruidosamente y sintió que todo en ella ardía y dolía al mismo tiempo. Él jugar con su intimidad apenas protegida, removiendo todo y haciendo que volviera a sentir esa fuerza retumbar desde adentro...
—¿Oh?
La mano de Madara se vio envuelta por los jugos de ella, los cuales caían de su centro como una cascada. Ella se aferraba a él como un salvavidas, clavando sus cortas uñas en la piel, respirando con dificultad, demostrándole lo impactante que había sido todo.
La había hecho llegar al segundo orgasmo.
El exceso de humedad, escuchar cómo ella chorreaba el piso y sus botas hicieron mella en él; el aroma presente, la sensibilidad de su cuerpo, sus atributos aun inexplorados por él... Se estaba excitando, la dureza bajo su pantalón se lo indicaba y no dejaba de imaginar el cómo sería entrar a ese pequeño pedazo de paraíso.
—Con un par de caricias te corriste dos veces... —susurró al oído de la joven—. ¿Estabas así de necesitada...? Pobre de ti. Tanto tiempo sin que nadie te tocara debió ser duro para ti, ¿no?
Hinata apenas se daba cuenta de lo que sucedía a sus alrededores que no le tomó importancia cuando el Cazador la cargó en brazos para conducirla a la cama. Apenas sintió la suavidad de las telas chocar contra su espalda y escuchar el crujir de la cama en cuanto el cuerpo masculino se posó encima de ella, viéndola con una mueca de orgullo total que a ella le hizo querer desaparecer la sonrisa triunfante de alguna forma.
Antes de poder vociferar una queja, siendo consciente de que apenas podía hablar por la necesidad de llenar sus pulmones con aire, él lamió la mano que aun estaba remojada con sus fluidos. Hinata se sintió enrojecer por verlo degustar cada uno con gula.
—¡D-Deje de hacer eso! —fue capaz de articular, queriendo esconderse, huir pero él no la dejó al atraparla y mantenerla en el mismo lugar, con él arriba.
—¿Teniéndote así? —Madara forcejeó un poco para sostenerla pero lo logró. Elevó las muñecas de ella atrapadas por las esposas y las puso sobre la cabeza de la súcubo, dejándola en una posición con fácil acceso—. No estoy loco para negarme a tus encantos.
Hinata tenía preparada otra queja pero él atacó su boca otra vez. Sin embargo, ésta vez era feroz, brusco y detonando lo hambriento que estaba. Quizá se debía a que probó su néctar.
Oh no, eso no estaba bien.
Las esencia de los súcubos e íncubos tenían el poder de enloquecer a los mortales, por lo cual se buscaba dar de beber en cantidades pequeñas para evitar una reacción violenta o la misma muerte. Se preocupó por el Cazador aun cuando no debía pues éste seguía ignorando sus advertencias, orillándola hasta esos extremos.
Si continuaban así...
Él interrumpió el beso inesperadamente. Hinata se sintió confundida ya que él no la dejaba ir hasta que el aire fuera de vital importancia. Le escuchó mascullar una palabrota y luego chuparse los dientes.
Antes de siquiera preguntarle qué ocurría, él la miró.
—Abajo —ordenó.
Ambos cayeron al suelo y él levantó la cama para protegerlos del ataque de flechas impactar en la madera. Hinata se cubrió la cabeza, cerrando los ojos, aturdida por lo que estaba pasando; sí, era obvio que alguien los atacaba, ¿pero quién...?
Madara tomó la ballesta cercana a él y atacó en cuanto tuvo oportunidad. Sabía quienes estaban haciendo eso: la Guardia Nocturna.
No les había dado importancia, creyó que el soldado a quien había engañado sería su único problema pero ahora descubría que no. Seguramente alguien se quejó por el ruido y el destrozo.
—¡En nombre de la Iglesia y el Gran Poderoso, ordenamos que muestre la cara!
Madara bufó, sacando de su cinturón un par de balas. Chasqueó la lengua. Pensar que iba a desperdiciarlos con esos idiotas le irritaba al extremo.
—No te muevas de aquí —ordenó a la súcubo. Ésta dejó de temblar y le miró boquiabierta.
—¿A-A dónde va? —impulsivamente le tomó del brazo, dándose cuenta ya tarde y retirando la mano de inmediato. Estúpidos instintos—. S-Son muchos, usted...
—Son una bola de inútiles —cortó la oración de Hinata—, me tomará diez minutos terminarlos. Descuida, podremos retomar nuestro asunto en cuanto acabe con ellos.
—E-Espere... —Hinata intentó convencerlo de que lo mejor era refugiarse pero él ya había salido.
Tuvo que refugiarse en cuanto otra la lluvia de ataques cayó sobre ella. La cama que la cubría no dudaría mucho y, ciertamente, no tenía mucha fe a que el Cazador tuviera suerte contra un batallón completo de la Guardia Nocturna.
No solo sabían rezos que los detenía a ellos, los demonios, sino que toda su armadura estaba hecha de plata y era sumergida en agua bendita cada domingo. Atacarles directamente no servía y solo aumentaría los riesgos de ser aniquilados. Por esa razón ella los evadía, viajando silenciosamente por los cielos nocturnos y a una distancia que le evitara ser descubierta.
Shino le había contado acerca de ésto ya que Kiba una vez fue lastimado cuando quiso atacar a uno de los soldados, terminando con heridas profundas en todo su cuerpo y teniendo que estar toda una semana recuperándose.
Pensó si sería prudente quedarse y esperar al Cazador. Consideraba el escapar como un acto cobarde, pero se quedaba a esperar la Guardia Nocturna definitivamente la mataría, o la llevaría a las mazmorras donde la someterían a torturas inimaginables con la intención de hacerla confesar la ubicación de sus amigos y la entrada al Inframundo.
Ella no podía hacer eso, jamás traicionaría a sus amigos ni hermanos.
No obstante, en caso de que el Cazador ganara...
Hinata tragó al saber lo que eso significaba; cualquier opción la llevaría a la muerte.
Debía escapar.
Escuchó un aleteo.
Madara esquivó el golpe del hombre armado para girarse y propinarle un golpe en la cara que lo hizo aterrizar a sus espaldas. Escupió a los miembros de esa debilucha tropa, escuchándoles quejarse y llorar por sus narices rotas y piernas torcidas. Pasó encima de ellos, recogiendo sus armas para ir al cuarto. Vio a los dueños de la posada aparecer, completamente aterrorizados de la escena, persignándose y viéndole a él con el miedo plasmado en sus ojos.
Los ignoró y se adentró a la habitación. Re acomodó la cama y no halló rastros de la súcubo. Bufó. Le dijo que esperara y ella salió huyendo en la primera oportunidad.
—Al final de todo sí tiene algo de maldad —dijo al aire, caminando hacia la ventana semi destruida, viendo los cielos en busca de su silueta.
No encontró nada.
—Nos volveremos a encontrar, Señorita Súcubo —juró con una sonrisa, viendo a la Luna brillar más que nunca y recordó los ojos de ella por el enorme parecido.
Rellenó de municiones a su pistola. Con un clic terminó y se la colocó en el cinturón. Ya no tenía por qué quedarse ahí, debía marcharse antes de que otra tropa de la Guardia Nocturna acudiera al encuentro. Sería una mierda tener que lidiar con todos ellos.
