Solicitud
Kikyō, del otro lado del pozo, ensanchó los ojos al percibir una punzante sensación dentro del pecho. Se lo aferró, comenzando a agitarse.
—Kagome… está llorando.
Inuyasha subió una ceja.
—¿Huh? ¿Cómo lo sabes?
—Aquí… lo siento. —Kikyō se daba palmaditas en el pecho. Contemplaba el pozo con una mirada ausente.
Inuyasha lo miró también, hallando la nada. Seguía oscuro, Kagome aún no volvía. Regresó la atención a Kikyō. No dejaba de mirar el pozo como si quisiera desesperadamente arrojarse por él.
—¿Por qué no vas por ella?
—No debo. Ella no me invitó a pasar.
—¡Keh! Ve igual, tonta. Puedes trepar por la ventana.
—Quizá tú hagas eso, Inuyasha, pero yo trato de respetarla. —Kikyō se volvió a él con una expresión de incertidumbre. Intercalaba los ojos en el suelo como buscando algo—. No está llorando por tristeza, eso me deja tranquila. —Arrugó un poco la frente, concentrándose más—. Mierda, no puedo leer sus pensamientos desde aquí. ¿Me está bloqueando apropósito?
—No te veo muy tranquila… ¿Y cómo puedes sentir eso?
—¿No es obvio? —contestó, sonriendo con arrogancia—. Porque somos una y a la vez no lo somos. Ya deberías saberlo bien, Inuyasha.
—A la vez no lo son…, eh.
Inuyasha subió el rostro al cielo nocturno con los brazos cruzados. Reflexionaba en él, afinando la vista en la luna. Lentamente se iba cubriendo por un manto negro. Sus orejas se pararon. Esas no eran unas nubes dispersas que habían salido a pasear alrededor de la luna, eso era un círculo negro. Se superponía por encima de la luna como un dedo que te tapa la visión.
«Tengo un mal presentimiento»
La mancha avanzaba, devorándose a la luna y despertando inquietantes terrores en él. Unos que, si estuviera solo o con sus amigos, no tendría problemas de afrontar, pero estando con Kikyō ya podía sentir la vergüenza acercándose.
—Dos almas iguales no pueden estar en un mismo mundo…, me dijo una vez tu hermana. —atinó a comentar.
—En efecto, pero no es nuestro caso. Debes recordarlo, Inuyasha, lo que hizo la bruja Urasue con el alma de Kagome. —Kikyō pasó la vista al costado, sintiéndose nostálgica. Sonrió con ternura al encontrarse con la serpiente durmiendo dentro del canasto de la bicicleta de Kagome. Estaba enroscada al osito que le regaló—. Para devolverme a la vida, le quitó una porción de su alma y la puso en mi cuerpo de barro. No hay dos almas iguales en éste mundo, sino un alma partida. Eso es lo que sucede con nosotras, por eso estamos conectadas y puedo sentir lo que ella siente.
Inuyasha bajaba la mirada de la luna. Kikyō arqueó las cejas al ver en su rostro una palpable incomodidad. ¿A qué se debía? Hoy costaba adivinarlo. Inuyasha, desde que se plantó frente a ella, que no dejó de darle sorpresas. Extrañamente, en el buen sentido.
Cuando lo vio llegar, Kikyō se preparó para recibir una tormenta de furia. Hasta había imaginado caóticos escenarios donde, incluso, la cosa se ponía seria e Inuyasha terminaba sacando su espada y ella apuntándole a la cabeza con una flecha. Por supuesto que estaba dispuesta a luchar si así lo ameritaba, de eso estaba hecha. Su cuerpo se movía solo ante una amenaza, reaccionando con ágil velocidad para esquivarlo o, en el más crudo de los casos, matarlo. No podía decir que estaba orgullosa de sus instintos asesinos que largos años entrenó masacrando demonios, pero que le eran útiles, le eran. Excepto con un casi demonio; un mitad bestia que causaba conflicto en ella.
Nunca pudo matarlo.
Incluso cuando él se quería apoderar de la perla y alardeaba de ser un sujeto sumamente maligno, dispuesto a matar a cualquiera que se interpusiera en su camino, que tuviera una parte humana la dejaba tensa en el lugar, con la cuerda tirante y la punta de la flecha apuntándole al corazón. Sus ojos no se ablandaban mientras le pedía, encarecidamente, que se retirara en paz. El hanyō solo encorvaba una comisura y se dedicaba a insultarla. Kikyō respiraba hondo, juntando paciencia. Al final, siempre lo dejaba tumbado en el suelo —porque antes le había dado una paliza—, pero con vida. Siempre con vida.
Poco pasó antes de darse cuenta de que nunca podría matarlo. Una especie de empatía y lástima crecía a medida que sus encuentros también lo hacían. Mas no era una lástima enteramente dedicada a él, sino también a ella. Se veía reflejada en su soledad. Matarlo era como matarse a sí misma. Incluso cuando creyó que Inuyasha la había traicionado, tampoco pudo hacerlo. Solo lo durmió con la esperanza de que una tragedia así no se volviera a repetir. Él era, sin dudas, el único "demonio" al que no podía matar.
«Pero un correctivo no se le niega a nadie, ¿verdad?»
Reía por dentro. Sin embargo, ya no parecía hacer falta nada de eso, pues el hanyō mantenía una correcta conducta. Estaban hablando como dos personas adultas y no a los gritos, máxima prueba de que ya no quería más problemas con ella.
—¿Qué quisiste decir antes? Con que no me quieres completamente fuera del camino. —preguntó él.
—Ah, eso… —Kikyō derivó los ojos al costado con desinterés—. Te pido que no te confundas, Inuyasha. No te estoy entregando a Kagome. Después de todo, tengo grandes planes con ella. —Torció una comisura, generándole escalofríos al hanyō—. Sin embargo, su bienestar es lo más importante para mí, por eso…, si algo me sucede en la batalla con Naraku, quiero que la cuides.
—¿Qué...? —Inuyasha descruzó los brazos, boquiabierto—. Después de todo el escándalo que hiciste para quedártela, ¿ahora me pides que cuide de ella?
—No te estoy pidiendo ninguna novedad. Siempre la has cuidado, solo necesito que sigas haciéndolo si llego a irme.
—¡No te vas a ir!, ¡no voy a dejar que eso pase! ¿Por qué estás diciéndome todo esto, Kikyō? Acaso... ¿Acaso le sucede algo a tu cuerpo?
«Sí..., y a mi alma también»
Kikyō se volvía a verlo con seriedad. Sus ojos se iban sumiendo en profunda amargura con solo pensar en un futuro indeseable. Si había algo que quería en su vida, era quedarse al lado de Kagome para siempre. Odiaba tener que aceptar su debilidad, reconocer que su cuerpo ya no era el de antes como para tolerar una batalla de tal intensidad. Y que su alma... Ese era un tema aún más complicado.
—No es como si me gustara pedirte este favor. Sabes bien que yo... soy tan celosa como tú. Solo quiero a Kagome para mí misma —contestó con suma incomodidad. Le apenaba esa parte de sí que consideraba inmadura. Apenas y podía controlarla cuando veía a Kagome con Inuyasha—. Si estoy dejando de lado mi orgullo es porque la amo demasiado como para verla sufrir, así como tú también... lo dejaste de lado.
—Kikyō...
Inuyasha se entristecía por la solicitud que le llegaba en un susurro.
Kikyō forzó una sonrisa.
—Tú eres el único, después de mí, que tiene derecho de cuidarla. Es posible que yo resulte muy herida en la batalla. Le prometí a Kagome que daría todo de mí para sobrevivir, y eso haré, pero..., por cómo están las cosas, quizá no pueda lograrlo. Me he debitado mucho por varios motivos. En caso de que suceda lo peor, necesito que estés ahí para ella.
—Aunque estés más débil, no estás sola. ¡Yo también pelearé! —Inuyasha dio un paso adelante—. Las protegeré a las dos, ¡no pienso dejar que ese maldito les haga nada!
—No seas impulsivo, Inuyasha. Naraku sabe muy bien cómo actuarás cuando luchemos contra él. Lo usará a su favor, no tengas dudas. —Kikyō se acercaba a paso lento—. No puedes distraerte con nosotras. Lo que tienes que hacer es distraer a Naraku mientras Kagome y yo juntamos poder espiritual para purificarlo junto a la perla. Somos las únicas que podemos vencerlo. Si Naraku te derrumba, aunque sea por un instante, vendrá hacia nosotras. Y si eso pasa, sabes bien cómo yo voy a reaccionar, ¿no es así?
Inuyasha bajó las orejas cuando Kikyō se detuvo frente a él.
—La protegerás.
—Sí, con mi vida si es necesario. Por eso mismo te estoy pidiendo éste favor. —Kikyō estiraba las manos hacia su rostro congelado. Le agarró las mejillas con fuerza. Sus ojos, grandes y decididos—. Si me llego a ir, ni se te ocurra hacerla llorar, ¿me oíste?
—Kikyō…, ¿me estás diciendo que no podré protegerte de nuevo?, ¿no importa lo que haga?
Inuyasha no podía hacer más que apretar los colmillos con impotencia. En los ojos tristes de Kikyō, que intentaba disimular con una expresión templada, veía una muerte prematura, un escenario lamentable donde no solo él lloraría sino también Kagome. ¿Cómo cumplir esa solicitud si Kikyō se iba? Y aunque la cumpliera, ¿habría manera de volver a ser lo que eran con Kagome? Lo creía poco factible. Ese tiempo ya había pasado, porque demasiadas cosas habían pasado en el medio. Era el mismo caso con Kikyō. Incluso antes de que ella se enamorara de Kagome, ya había puesto una distancia con él. ¿Por qué? Por la simple razón de que uno sabe, por dentro sabe, cuando una relación ya se marchitó. Inuyasha había cambiado, Kikyō también. Esas personas que se enamoraron mucho tiempo atrás, solitarias y afligidas con su propia existencia, ya no existían. El recuerdo de ese amor pasajero pero profundo vivía en sus corazones, porque no es un pecado recordar lo bien que te hicieron sentir, pero ya no podían manifestarlo. Ya había tomado otra forma. Esa forma ya no encajaba con él, mas sí con Kagome.
«Pero si Kagome pierde a Kikyō…»
Inuyasha sabía que… No, estaba seguro, de que ella nunca más regresaría a la época antigua si la perdía. Quizás se sumiría en una depresión tan grande que se volvería irreconocible. Pero lo haría lejos, muy lejos de él. Alcanzarla y curarla sería su deber, pero hoy no se sentía merecedor de ese lugar.
Kikyō, contemplando sus ojos conflictivos, le regaló una sonrisa amable que mucho había extrañado.
—No tienes porqué cargar con la responsabilidad de protegerme, Inuyasha. Ya no —musitó, sacudiendo la cabeza con los ojos cerrados. Iba retirando las manos de su rostro—. Solo quiero que ella sobreviva, es mi última voluntad. Y tú también. Aún no es tu momento de morir, te queda mucho por vivir. ¿Puedes prometerme eso? Que se cuidarán mutuamente.
—Kikyō…
—Por favor, por los viejos tiempos.
Inuyasha cerraba los puños con fuerza. Su cabeza bajaba en una derrota. Negarse a tal importante solicitud era igual a negar la existencia de Kikyō en su corazón. Y la de Kagome también, porque había prometido protegerla con su vida. Desde el principio fue así, a pesar de tener el corazón dividido.
—Lo prometo.
Un sentimiento pesado le desgarraba el pecho mientras la sacerdotisa endulzaba la sonrisa, dándole las gracias en silencio. Todavía confiaba en él, incluso para entregarle lo que más amaba. Quizás fue su aprobación absoluta, que le demostró minutos atrás cuando les dejó el camino libre a las dos, lo que le devolvió la confianza a Kikyō, porque antes, en ningún momento, vio indicios de que ella le fuera a pedir tal favor. Todo lo contrario. Vio defensas, sarcasmos y, si se hubiera pasado en algún sentido, una futura flecha en su hombro.
Pero ahora… ella le sonreía de nuevo. Como en los viejos tiempos.
Lo que veía en esa sonrisa era una apertura, un nuevo vínculo que se estaba forjando entre ellos, en esta ocasión no a través del romanticismo sino por una sincera amistad. Buscaban lo mismo, querían proteger lo mismo. Grandes compañeros, eso podían llegar a ser. Sin embargo, los motivos por los que ella le entregaba su confianza no le permitían disfrutar de aquella reconciliación a la que quería arrojarse de cabeza.
«No quiero que te vayas»
El voto de confianza le llegaba como una dulce pero amarga canción de amor, pues ésta nacía de la desesperanza, de un futuro no prometedor que ella predecía con mucha calma, pero también con angustia en el corazón. Dolía. Dolía mucho escucharla. Inuyasha tenía que hacer un esfuerzo para no llorar. Se sentía más emocional que de costumbre. Débil, como un simple ser humano.
«Humano…»
Abrió los ojos al sentir un potente y precipitado latido en todo el cuerpo. Retumbaba, como si quisiera separarse de él. La sensación, extraña e invasiva, se iba expandiendo por dentro. Se llevó una mano al pecho. No dejaba de latir y hundirse con la más aguda de las impresiones.
«No me digas…»
—K-Kikyō, ¿por qué no vas con Kaede? Hace mucho que no la ves, ¿cierto?
Su voz sonó en demasía nerviosa para la sacerdotisa, por no decir que la pregunta salió de la nada, mas ella no intentó indagar en la razón.
—Ya la vi. Además, quiero esperar aquí a Kagome. Ya debe estar por volver. Dijo que me traería algo.
Inuyasha veía cómo una sonrisa tímida, que escondía gran emoción, se esbozaba en ella, mientras él solo podía insultar a su maldita suerte.
—E-Entonces, yo me iré.
—¿Qué te sucede? —Kikyō lo frenó por el hombro cuando intentó darse media vuelta—. Sería desconsiderado si te fueras. Kagome seguro quiere verte.
—¿Y eso no te molestaría?
Kikyō bufó.
—Claro que lo haría.
—¿Entonces? ¡Solo déjame ir!
Inuyasha trataba de soltarse del agarre. Kikyō poca presión hacía en él, pero esa presión era suficiente para detenerlo. Le clavaba los dedos justo en medio de los músculos, adormeciéndole el hombro.
«¡Mierda! Había olvidado la fuerza que tiene esta mujer. ¿Dijo que se había debilitado? ¡Debilitado mis pelotas!»
Minutos. No, segundos. ¡Solo le quedaban pocos segundos! Inuyasha agrandaba los ojos con profundo terror. Una espesa gota de sudor se resbalaba por la sien.
«¿Qué puedo hacer? No me puedo soltar, ¡estoy perdiendo fuerza!»
Destronó los dedos, asomando las garras.
«¿Tendré que atacarla…? Con mis últimas fuerzas. Es la única opción. Solo la dejaré inconsciente. ¡Prefiero eso a que me vea!»
Pensaba, afinando los ojos en su cuello. Un golpe en la nuca, seco y fulminante. Eso necesitaba. La desmayaría en un segundo.
«Solo un golpe…, uno pequeño. Ni lo sentirás, Kikyō»
No estaba pensando bien, claro que no estaba pensando bien. Nunca podía hacerlo cuando sufría esa metamorfosis que en nada le agradaba. La sentía contraria a su naturaleza. Pavorosa ansiedad, muy humana, lo recorría de arriba abajo, llevándolo a hacer lo impensable por miedo. Algo que, solo siendo un hanyō, jamás haría.
Pero si había una naturaleza que oscilaba constantemente entre la luz y la oscuridad, esa era la humana.
La más violenta y egoísta de todas.
Desesperado por ser descubierto por la última persona que quería que lo viera así, juntó todos los dedos.
«¡Perdóname, Kikyō!»
Con una mirada extraviada, su mano se deslizó por el aire haciéndolo silbar, directo hacia su cuello.
Kikyō separó los labios.
—Yo sería la desconsiderada si le impidiera encontrarse contigo. No quiero convertirme en eso para Kagome.
Inuyasha se detuvo justo antes de golpearla. Con los ojos duros, mantenía el borde de la mano a escasos centímetros de su nuca. Kikyō miraba el suelo con cierto fastidio, uno que se dedicaba a ella misma. Se debatía entre hacer lo que deseaba y lo correcto, igual que él.
Muy igual que él, luchaba contra su naturaleza egoísta y muy humana.
—Ya bastante… posesiva fui.
La mano de Inuyasha, antes dispuesto a tumbarla, se olvidó por un segundo de la crisis para ponerla en su hombro con suavidad. Eran tan parecidos. Eran tan jodidamente parecidos que dolía.
—Kikyō…
La nombrada levantó los ojos con una sonrisa lastimosa.
—Lamento haber interrumpido tu ataque. Lo que sea que te pase debe ser importante, dado que hace mucho que no me levantabas la mano.
Inuyasha se puso tieso con la mayor de las vergüenzas. Ella sabía que estaba a punto de ser atacada, nada se escapaba de sus vivaces ojos, pero poca importancia le daba. Para Kikyō lo más importante en ese momento era proteger a Kagome de su propio egoísmo. En cambio, él se había dejado seducir por el egoísmo en un vago intento de proteger al orgullo. Era igual que en aquel pasado tiempo.
«Levantarle la mano… Sí, solía hacerlo»
Kikyō nunca pudo vivir como una humana común y corriente. Aún cuando estaba viva, no se comportaba como una. Inuyasha recordaba las veces que la enfrentó antes de terminar, irónicamente, enamorado de ella. Kikyō poseía la más fría de las miradas, era peor que la de un demonio. Con solo lanzarte un vistazo te petrificaba. Inuyasha, derrotado y colgado de un árbol por sus flechas, nunca había sentido tanto miedo en su vida. Pero esas flechas no estaban clavadas en su piel sino en su ropa. Kikyō nunca se atrevió a matarlo.
Si hubiera sido un demonio completo, sin embargo, no hubiera dudado.
Eso le molestaba a Inuyasha. Se sentía subestimado por la vacilación de Kikyō que estaba fuertemente arraigada a su doble naturaleza. Era un hanyō, después de todo. Un ser sumamente discriminado, incluso por ella.
—¿Qué es lo que pretendes consiguiendo la perla, hanyō?, ¿por qué te esfuerzas tanto?
—¡Eso no te importa!, ¡y tengo un nombre!
—Hm… ¿Es así? —Kikyō estiraba la cuerda del arco junto a la flecha. Apuntaba al corazón de un Inuyasha que se revolvía en el árbol, tratando de escapar—. Dímelo.
—¡Keh! No vale la pena decírselo a alguien como tú.
La sacerdotisa afinó la vista de manera fulminante. Llevó la punta de la flecha hasta la mejilla, dispuesta a disparar.
—Dímelo.
El hanyō titubeaba, clavándose las garras en las palmas. Sus ojos fijaban aquellos otros fríos y calculadores, pero…, de repente notó, también muy tristes. Por un momento, se vio reflejado. Vio en ella su misma soledad. La dificultad de vivir siendo diferente, de nunca tener la vida deseada. Esa mujer tenía un asqueroso olor a sangre de demonio encima. Siempre estaba con ella, acompañándola por doquier, porque siempre los masacraba. Pero, detrás de él, un aroma dulce y floral se asomaba.
Uno que, por un crítico instante, lo cautivó.
Su cuerpo se iba relajando siendo llevado por una inesperada empatía. Y entonces, se presentó por primera vez en su vida.
—Inuyasha.
—Inuyasha… —Kikyō comenzó a bajar el arco sin quitarle la vista de encima. Se guardó la flecha en la espalda y se dio media vuelta. Antes de retirarse, lo miró una última vez—. Lo recordaré.
—¡Keh!, ¡más te vale!
Kikyō se retiraba sin hacerle caso a sus gritos.
—¡Más te vale que lo recuerdes, Kikyō!, ¡porque yo seré quien te derrote! ¡Me convertiré en un demonio completo y te haré trizas, ya lo verás!
La sacerdotisa sonreía de lado en su partida.
—Sí, claro.
Tú nunca podrás vencerme, Inuyasha.
Y así fue, nunca la pudo derrotar. Cada vez que lo intentaba, era derrotado una y otra y otra vez. Pero, de nuevo, ella nunca le daba muerte. Aquello causaba en Inuyasha una furia colateral, también mucha confusión. Apretaba los colmillos hasta desangrarse, odiándose por no ser un demonio completo. Quizás así la podría vencer, quizás así ella dejaría de compadecerlo por tener una parte humana.
Los poderes de Kikyō, en esa época, no se comparaban con los actuales. Y eso que los actuales son muy poderosos y mucho más místicos, pues podría decirse que es casi un espíritu. Sin embargo, la Kikyō de antes era tan poderosa, tan poderosa…, que por esa razón le encomendaron su futura desgracia: proteger a la perla de Shikon.
En algún momento de todas esas batallas que no llevaban a nada, Inuyasha terminó enamorándose de ella. Descubrió que Kikyō no solo era una guerrera temible sino también una humana más. Una mujer que, muy triste, deseaba con todas sus fuerzas vivir una vida normal. Debido a su deseo, él estaba dispuesto a convertirse en lo que más odiaba: un ser humano.
«¿Cómo pude levantarle la mano otra vez?»
El corazón del hanyō se retorcía, detestándose, por haber caído en una decisión tan escandalosa con tal de no ser descubierto. En lo más hondo de su corazón, recién descubría, aún temía mostrarse débil con ella. Aún se veía colgado en aquel árbol siendo derrotado por ella al canto de "ríndete, hanyō". Un deseo inconsciente de mostrarle superioridad vivía en él, y ser visto desnudo, así como se sentía cuando sufría esa metamorfosis, lo hacía sentirse pequeño a su lado. Mostrarle esa parte de sí tan íntima y frágil, aquella por la que Kikyō tanta compasión le tuvo, aquella que le hizo subestimarlo…
Su ego no lo toleraba.
Con Kagome no le ocurría eso, porque nada tenía que demostrarle a ella. Desde el principio, Kagome fue la damisela en apuros y él su más devoto —y bastante maleducado— caballero. Podría decirse que una cuestión machista era la razón de su pensar y a la vez malestar. Querer mostrarse fuerte con sus supuestas mujeres, eso estaba pasando. Pero ahora Kagome tampoco lo necesitaba. Había crecido y quizás ya era más fuerte que él. Si Kagome lo derrotara en una batalla, ¿sentiría lo mismo? Temía que sí. La sola idea le hacía trizas el orgullo. Debía dejar esa forma de pensar de lado con urgencia. Lo que le faltaba era terminar de perderla a Kagome en todo sentido, incluso en el amistoso, por su estúpida vanidad.
Kikyō mantenía los ojos en él con una sonrisa tenue. No parecía enojada por el casi suceso, más bien parecía estar nadando en lejanos recuerdos. Como él.
Inuyasha la miraba con arrepentimiento.
—Kikyō, yo… lo siento. No quise-
Otro importante latido retumbó en su pecho, robándole las palabras.
Y entonces, sus pectorales se hundieron.
—¡Ugh!
Se aferró el pecho, agitado.
Kikyō ponía una expresión confusa mientras lo veía retorcerse.
—¿Inuyasha?
El nombrado se observaba el cuerpo con los ojos bien abiertos. Los brazos comenzaban a afinarse levemente, las piernas le seguían.
«Oh no… Está pasando»
Se miró las manos. Las garras se estaban retrayendo. Subió el rostro, ya alarmado, encontrándose con que el bosque apenas se veía. Un manto oscuro lo cubría, haciendo que se perdiese en la oscuridad. La única luz que quedaba viva era la de la cabaña de la anciana Kaede.
Kikyō también inspeccionaba el alrededor, curiosa.
—Se está poniendo muy oscuro… ¿Vendrá una tormenta?
Inuyasha cerraba las manos para ocultar la falta de garras. Eso, definitivamente, no era una tormenta.
Era su maldición.
—¡Mierda!
Subió los ojos hacia la luna, mordiéndose el labio inferior con el único colmillo que le quedaba. Ya estaba casi pintada de negro. Quedaba una fina línea por llenar. Y se estaba llenando, sí que lo hacía. Sus temores se hicieron realidad.
Luna nueva.
—¡¿Por qué ahora?!
Se tapó las orejas, ya no encontrando casi nada de ellas. Se cerraban hacia dentro, escondiéndose entre el cabello hasta desaparecer. Otras orejas, nuevas y humanas, comenzaban a expandirse hacia los costados, estirándole la piel en una sensación que se le hacía asquerosa de experimentar.
Kikyō iba agrandando los ojos a medida que su cabello se teñía paulatinamente de negro. Era como si una tintura negra estuviera escurriéndose por él. Sus ojos, dorados como el sol, comenzaban a oscurecerse también hasta tomar un color castaño.
—Inuyasha… —Conmocionada por lo que estaba viendo, llevó una mano a su cabello largo—. Así es cómo te hubieras visto si la perla hubiera concedido nuestro deseo…
Humano.
Del otro lado del pozo, Kagome se colgaba la mochila amarilla para regresar a la época antigua. Pesaba horrores. Tenía libros, la cena que le dio su madre, el almohadón y muchas cosas más que le tiraban la espalda. Pero lo más importante, aquello de lo que no se pudo despegar apenas su madre se lo regaló, lo tenía en el bolsillo de la falda.
Y pensaba dárselo a alguien.
—Cuídate mucho, Kagome. —La saludaba su madre con una sonrisa y una mano en alto—. Dale mis saludos a esa hermosa jovencita y a los demás.
—Y recuerda comer bien, niña. ¡Estás muy delgada! —acotó el abuelo al lado de ella, con las manos detrás de la espalda.
—¡Dile al amigo con orejas de perro que nos venga a visitar la próxima vez! —exclamó Sota y entonces Kagome frenó la mano que había puesto en el pozo.
Se giró hacia él.
Sota la miraba con una sonrisa infantil. Kagome se perdía en ella, relajando los párpados. Esa sonrisa la había salvado de hundirse en un abismo oscuro y depresivo. Uno que, incluso, le había sellado el habla. Hoy, después de tanto tiempo, lo recordaba. Recordaba que ese niño fue la razón por la que siguió adelante.
«Si no fuera por él…»
Poco después de nacer, su madre lo puso en sus pequeños brazos. Y entonces Sota le tocó las mejillas con sus manitos. Kagome abría enormemente los ojos entre sorprendida y abochornada con el suceso. De inmediato lo abrazó fuerte al grito de: ¡un hermanito, un hermanito! Su madre se lo tuvo que sacar de los brazos por miedo a que lo asfixiara, sin saber que Kagome, ese día, había vuelto a nacer. Su hermano le devolvió la sonrisa y las ganas de vivir.
Y no creía habérselo agradecido nunca.
—Sota…
Kagome fue dejando la mochila en el suelo. Sota parpadeaba, curioso, mientras ella se acercaba. Kagome plantó las rodillas en el suelo y lo abrazó fuerte.
—¿Hermana?, ¿qué te pasa? —le preguntó Sota, poniendo las manos en su espalda.
Kagome lo sumía en su pecho por la cabeza. Sus ojos, fuertemente cerrados. Enterró la nariz en su cabeza, hallando el mismo olor a bebé que cuando nació.
—Ah… Hueles igual de rico.
Ella reforzaba el abrazo en su pequeña espalda, dejando todos sus sentimientos allí que tanto necesitaba vaciar. Sota cerraba un ojo, ya sintiéndose un poco sofocado.
—¿H-Hermana?
—Gracias, hermanito. Si no fuera por ti, yo no estaría aquí.
—¿Eh?
Kagome lo apartaba por los hombros con una sonrisa. Pequeñas lágrimas se asomaban por sus ojos brillantes. Le mostró los dientes.
—¡Estoy muy feliz de que hayas nacido, Sota! —Subió el rostro hacia su madre, quien la miraba con paz— ¡Y que tú lo hayas traído a este hermoso mundo, mamá!
Sota seguía con unos ojos muy desentendidos a su hermana. Ella se colgaba la mochila de nuevo, le dirigía una sonrisa tenue al lado izquierdo de su falda.
—Y a ti también, papá. Muchas gracias —musitó, cerrando la mano en el anillo. Levantó la cara, obligándose a estirar la sonrisa, y entonces puso las manos en el pozo— ¡Cuídense! ¡Los amo mucho a todos!
Dijo y entonces se lanzó al vacío.
Sota se apresuró al pozo cuando una luz brillante creció dentro de él. Solo duró un parpadeo. Buscaba a su hermana con unos ojos rápidos que se movían de aquí para allá, solo para hallar tierra en el fondo. Kagome ya no estaba.
—Mamá…, ¿Kagome va a volver? —le preguntó, regresando los pasos a su madre.
Ella lo recibió por la espalda.
—Claro que sí, Sota. ¿Por qué lo dices?
Sota se volteó hacia el pozo. Lucía triste.
—Porque parecía estar despidiéndose de nosotros.
Esta vez para siempre.
Donde toda oscuridad abundaba en las afueras, un Inuyasha muy avergonzado se tapaba la cabeza. Kikyō continuaba mirándolo con fascinación.
—Es tan misterioso… —murmuraba ella, llevándose su cabello negro con los dedos.
—¿Qué? —Inuyasha mantenía los ojos en el suelo. Temía que Kikyō le refregara en la cara el pasado, que empezara a recordar esas dolorosas memorias donde juntos habían decidido pedir un deseo a la perla para convertirlo en lo que ahora ella observaba. Supuso que verlo así debía doler. Era imposible que su imagen no le removiera na-
—Te pareces a Kagome.
—¡¿Qué?!
Se destapó la cabeza de golpe. Kikyō tenía un rostro inocente, como el de un niño que acaba de descubrir un tesoro.
—Diría que eres su hermano perdido. Con esa apariencia te pareces a ella más que yo, hasta tienes el mismo pelo ondulado. De verdad…, qué extraño.
Y qué equivocado estaba él. Kikyō hoy solo tenía ojos para Kagome. Tanto era así, que hasta lo comparaba con ella. La veía en todos lados, incluso en sus rasgos masculinos.
—¡No me parezco a esa tonta! —exclamó con los cachetes ardiendo.
Kikyō no dejaba de inspeccionarlo como si se tratara de una especie en extinción. Lo escaneaba de arriba abajo, encontrándolo más delgado. Se detenía en sus ojos castaños.
—¿Estás seguro de que ella no es tu reencarnación en vez de la mía?
—¡Ya deja de joder con eso!
Kikyō rio por lo bajo.
—¿Hiciste tanto escandalo por esto? —Suspiró, llevándose la coleta hacia atrás—. Ya sabía que podías convertirte en humano.
—Sí…, pero nunca me habías visto.
—¿Y cuál es el problema? Ni que fuera nuevo lo que veo. Vivimos rodeados de humanos.
Inuyasha apartaba la mirada.
—No quería… parecer débil frente a ti.
—¿Débil? —Kikyō levantó una ceja— ¿Estás diciendo que Kagome y tus amigos son débiles?
—¡Yo no…! —Inuyasha frenó el habla, impresionado. Sí, lo estaba diciendo. Bajó la cabeza—. Es diferente. En el pasado, tú te reías de mí por ser un hanyō.
—No me reía exactamente.
—¡Ah no! ¡Solo me lo recalcabas una y otra vez!, ¡como si fueras tan superior! —exclamó, cerrando los puños. Éstos perdían fuerza a medida que recordaba a la contraparte de esa mujer—. Kagome nunca me hizo eso. Ella me aceptó desde el principio.
—Lo sé, a ella le gusta que seas un hanyō. Ah…, duele decirlo. —Kikyō cerraba los ojos con una leve arruga en la frente—. Y te confundes conmigo, Inuyasha. A mí también me gustaba. Solo te respondía así porque no dejabas de insultarme. De alguna forma tenía que devolvértela, ¿no lo crees?
—Ah… —Inuyasha aflojó las manos. Le dejó blanco el cerebro— ¿Solo era por eso?
—Solo por eso.
Apenado, avergonzado, equivocado. Muy equivocado había estado. Entendió todo al revés. ¿Pero podían culparlo? No tenía un manual sobre mujeres, ¡apenas las entendía! Y aunque la verdad había sido revelada —y, descubrimos recién, que era muy tonta también—, aquello no borraba la sensación de derrota que vivía en su corazón por todas esas batallas perdidas contra ella.
Suspiró.
—La primera vez que yo te vi… fue así. Humano —comenzó a decir, llamando la atención de Kikyō—. Tú estabas desmayaba en ese mismo bosque después de luchar contra unos demonios. Estabas bañada en sangre y olías horrible. Hasta siendo humano lo pude oler, la sangre de demonio que tenías encima.
—Ya veo. Suena muy a mí. —Kikyō sonrió con tristeza—. Ese día seguro llegué tarde a casa. Kaede habrá tenido que hacerse la cena sola…, como otras tantas veces.
—Kikyō…
Inuyasha volvía su mirada transparente debido a su notable angustia. Kikyō, tranquilizándolo, vistió su sonrisa por una alegre.
—Pero ahora no está sola, me tiene de vuelta. Y también a Kagome. Dijo que la adoptó como una abuelita.
—Ja, es que lo es. Esa vieja no dejó de entrometerse desde que Kagome llegó a esta época.
—Me alegra que lo haya hecho. A veces me pregunto si era mi voluntad a través de Kaede, protegiéndola desde el infierno sin darme cuenta. Después de todo, era como velar por mí misma naturaleza. —Kikyō se tomó un momento para continuar. Sus ojos, pensativos en el suelo—. Pero…, si yo desaparezco, Kaede no podrá acompañarla por mucho tiempo. Ya es una anciana. Por eso… —Levantó un rostro serio hacia Inuyasha. Éste último se fue hacia atrás cuando le apretó los cachetes con fuerza. Dolía—. Recuerda tu promesa, Inuyasha. No vayas a romperla nunca.
Inuyasha tomaba una de sus manos frías en la mejilla, cerraba los ojos con pesar.
—Cuidaré de Kagome con mi vida.
Kikyō estiraba las comisuras en una sonrisa. Mientras, otra, muy entusiasmada por lo que llevaba en la mochila, que olía riquísimo, se asomaba por el pozo.
—¡Ah, por fin!
Kagome estampó la mochila en el borde del pozo, luego apoyó las manos. Hizo fuerza para salir.
—Cada vez me cuesta más... Me estoy poniendo vieja —renegaba, suspirando—. Se me hizo tarde. ¿Kikyō se habrá dormido?
Apoyó los pies en tierra firme y levantó la mirada.
Abrió los ojos de par en par.
«¿Qué…?»
Solo impacto sentía en su ser mientras trataba de analizar lo que veía haciendo mucho esfuerzo para no caer en un pensamiento básico o en su imaginación caótica.
No estaba funcionando.
La imagen de Kikyō sosteniendo el rostro de Inuyasha humano era lo único que sus retinas enfocaban. Se miraban fijamente, como si compartieran un secreto íntimo. Tan íntimo, que ni se habían percatado de su presencia.
«¿Por qué?»
¿Qué era de lo que estaban hablando?, ¿qué podía ser tan importante como para que no la notaran? No podía dejar de pensar compulsivamente.
«Cálmate, debe ser un malentendido»
Su yo racional insistía, pero nada conseguía. Al contrario, pensar en calmarse la ponía más ansiosa. Y mirar las manos de Kikyō sobre el rostro del otro directamente la volvía furiosa.
Tragando saliva, cerró la mano dentro del bolsillo de la falda, allí donde tenía el anillo. Estaba dispuesta a dárselo a Kikyō.
Pero ahora le sabía a traición hacerlo.
Instantáneo era el viaje que se pegaba al pasado con solo admirar ese panorama. Meses atrás vio una escena parecida. De noche y entre los árboles, ellos hablaban, luego se abrazaban amorosamente. Esa noche Kagome solo pudo agachar la cabeza, sentir el dolor que ahora muy similar estaba sintiendo en el pecho, y darse media vuelta para retirarse con un aire de derrota. Hoy el contexto de su vida era otro. No era conveniente juzgar el presente con los ojos del pasado, pues una línea alternativa se había abierto, cambiando el rumbo de las cosas. Era muy consciente de eso.
Entonces, ¿por qué no podía dejar de pensar mal?
—Kikyō…
Su voz sonó rota al llamarla.
La nombrada giró el rostro hacia ella. Inuyasha le siguió. Enseguida se puso en estado de alerta.
—K-Kagome.
Alerta que la sacerdotisa no parecía haber escuchado. A comparación de él, que temía por su vida, Kikyō atinaba a esbozar una sonrisa aliviada, ajena a todo conflicto interno que la muchacha más joven estaba atravesando. Le soltó el rostro a Inuyasha y comenzó a dirigirse hacia ella.
Kagome apoyaba las manos en el borde del pozo, achicándose en forma defensiva como si se tratara de un animalito pequeño, pero muy enojado. Era todo, su yo infantil se estaba apropiando de ella. En su frente, una arruga importante comenzaba a trazarse. Inuyasha la veía crecer sintiendo puro pavor.
«Menos mal que el collar lo tengo yo»
Pensaba. Porque, en caso de tenerlo Kikyō, ella terminaría estampada en el suelo. Hoy esa arruga no se la dedicaba a él. Los ojos de Kagome, que iban tomando un color furioso, estaban puestos en la sacerdotisa, quien toda inocente seguía acercándose.
—Volviste —le dijo cuando frenó delante de ella. Estiró una mano hacia su mejilla— ¿Cómo te-
Kagome le corrió la cara.
—… fue?
Kikyō se quedó de piedra, manteniendo esa sonrisa que comenzaba a tornarse tensa.
—A mí bien. Pero veo que a ti te fue muy bien, bruja. ¿Se divirtieron juntos?
Murmuró de una forma tan aterradora que tanto ella como Inuyasha sintieron un escalofrío en la columna. Kagome achinaba los ojos sobre Kikyō con la peor de las ondas. Daba la impresión de que un aura oscura la rodeaba. Costaba traspasarla.
—¿Pero qué dices? Si te he estado esperando. —Kikyō trató de alcanzarla de nuevo.
Esta vez, Kagome le dio la espalda, destruyendo a su, ya de por sí, delicado corazón.
—Iré a buscar leña.
—Pero si ya tenemos… —Kikyō se quedó a medio hablar, viéndola partir. Kagome no le dio tiempo de nada. A paso furioso y veloz, se perdía en la oscuridad del bosque, dejándola con la mano en alto. Y la quijada por el suelo— ¿Qué le sucede?
Inuyasha, detrás de la sacerdotisa, miraba todo con aburrimiento.
—¿Primera vez? —le preguntó.
—¿Huh? —Kikyō se volvió a él con un semblante confundido— ¿Acaso hice algo malo?
—Ah… Será mejor que te vayas acostumbrando. Esto pasará seguido —suspiraba él, rascándose la cabeza. Chasqueó la lengua—. Esa tonta… ¡Malinterpretó todo! Mejor voy a buscarla antes de que pase a mayores.
Un brazo estampándose en su pecho lo dejó sin aire cuando amagó a seguirla.
—¡Ugh! ¿Qué te pasa, Kikyō?
Kikyō lo miró con frialdad.
—¿Qué te dije antes, Inuyasha? No confundas las cosas.
Inuyasha pestañeó.
—Ya no es tu trabajo ir a buscarla. Es el mío. Recuérdalo bien.
Y así, dejándolo boquiabierto en el lugar, Kikyō comenzó a retirarse en dirección hacia el bosque. Inuyasha la veía perderse entre los árboles oscurecidos por la luna nueva.
—Pero… ¡Pero si yo solo trataba de ayudar!
En ese momento, Inuyasha comprendió que la mejor ayuda que podía brindar era no involucrarse más.
El trabajo de celestina le duró poco.
—¡Son las dos unas tontas!
Se agachó, bufando. En medio de su rechinamiento de dientes, que sonaba como los gruñidos de un perro, su nariz se movió. Pasó los ojos a la mochila que Kagome había dejado abandonada, apoyada contra el pozo.
—Este olor…
Incluso un olfato humano podría llegar a oler esa delicia de la que se había vuelto adicto.
Comenzó a revolverle la mochila, desordenándole todo.
—¡Ah! —Levantó las manos, sosteniendo el recipiente de la gloria— ¡Sopa!
Bueno, no era exactamente la sopa instantánea que amaba y que era capaz de curarlo de cualquier tristeza, sino un guisado. Un muy rico guisado que olía muy similar. Y que Kagome le había llevado a Kikyō como un presente.
Se lo devoró.
Continuará…
Hooli gente linda! Aparezco de nuevo modo flash. No se acostumbren, no va a volver a pasar (? Pero la idea es actualizar más seguido, o hacer el intento. Algo es algo.
Espero que les haya gustado el capítulo :) Podría decirse que estamos pisando el arco final de la historia. En mi cabeza (y solo en mi cabeza) el final ya está escrito, pero todo puede darse vuelta, dado que los personajes ya tomaron vida. No tengo idea de lo que van a hacer. Cuando creo que sí, me salen con alguna sorpresa. Así que básicamente estamos en pelotas, muchachada. Veremos dónde termina este viaje.
En fin, dejando la verborragia de lado, paso a responder los comentarios:
Anonymus Enigmatico: Bueenas bueenas, acá aparecí de nuevo! Muchas gracias por pasarte :) Me alegra que el capítulo anterior te haya llegado tanto hasta el punto de casi hacerte llorar. Yo también me emocioné escribiéndolo jaja Quería darle un poco de espacio a Kagome y su mamá porque nunca nos contaron mucho de su relación. Prontito nos vamos a leer otra vez! Te mando un beso :)
nadaoriginal: Hooli, acá apareciendo por dieciseisava vez xD Muchas gracias por leer! Efectivamente no hay mucha información sobre el papá de Kagome. La única info canon que tenemos es que falleció en un choque de autos y que le propuso matrimonio a la mamá de Kagome en el árbol sagrado, pero ésto ultimo no sé si es canon porque solo se menciona en una de las pelis. En sí, Rumiko no es de darle mucha importancia a los padres en sus mangas más destinados a adolescentes. Como que solo importa la aventura de la/el protagonista. Respecto a Inuyasha, a mí se me hizo dentro de todo natural el verlo en una postura menos defensiva, más que nada porque en sí viene aflojando de a poco a lo largo de los capítulos. Capaz se perdió el recuerdo de eso porque hace mucho que no actualizo xD La cosa es que por todo lo que presenció entre ellas ya se venía planteando el dejarlas ir, pero todavía no tenía los huevos y le enojaba la situación. También me animaría a decir que el Inuyasha real, en una situación mooooy hipotética donde se diera un kagkik en la serie, terminaría cediendo al final por amor a ellas (después de hacer mucho escándalo, eso sí). El perro es super violento e inmaduro, pero también tiene lados muy suaves y comprensivos que noté tanto en la serie como el manga. Creo que es un amor cuando quiere, solo que hay que hablarle despacito y no presionarlo para sacar ese lado xD La verdad, me parecía un montón la idea de que Kikyo e Inuyasha terminaran en una pelea de gatas. O sea, son inmaduros, pero tampoco tienen cinco años jajaj Además, todavía se tienen cariño. Ninguno quería lastimar al otro, no realmente. Al menos en mi cabeza todo suena así xD, pero no es la verdad absoluta niii en pedo. Espero que andes bien! Te leo en el próximo capítulo, un beso!
Hasta acá llegamos por hoy, gente linda! Los leo prontito en el próximo capítulo.
Se me cuidan!
