CAPÍTULO 2, ENTRE LAS TINIEBLAS DEL PASADO Y LA ESPERANZA
Ernesto abrió los ojos de golpe, asustado y algo desorientado. Se encontraba recostado en una cama maltrecha, con la respiración agitada y el corazón latiendo con fuerza. Después de unos momentos, se quedó acostado, intentando reflexionar sobre lo que acababa de experimentar. Lentamente, se dio cuenta de que todo había sido una pesadilla.
Vivía en una choza polvorienta y desordenada en una zona árida, similar a un desierto. Su aspecto reflejaba los estragos del tiempo y las batallas pasadas: una barba larga y grasosa, cabello desordenado y mayormente canoso, cicatrices marcando su cuerpo. Al levantarse de la cama, se escucharon pequeños crujidos de sus huesos resentidos por el paso de los años. La habitación estaba infestada de insectos, y el polvo cubría cada rincón.
Con esfuerzo, se sentó en la cama y abrió una gaveta de la mesa de noche a su lado, sacando un pequeño frasco de whiskey y bebió lo que quedaba en un solo trago. Luego, se levantó finalmente, colocando su protésica mano de metal plateado en su muñón izquierdo y ajustando su parche en el ojo derecho. Había perdido esos miembros en una vieja batalla, testigos de tiempos más extremos.
Después, abrió un pequeño cofre polvoriento que guardaba debajo de la cama. Sus brazos temblaban ligeramente, tal vez debido a algún malestar físico o emocional. Sacó una vieja fotografía de su graduación en Hogwarts, junto a su antigua pandilla, pero la imagen estaba tan desgastada que apenas se distinguían los rostros. También encontró otros objetos de su pasado: un trofeo polvoriento del Torneo de Todos los Magos, un artículo amarillento de El Quisquilloso que lo perfilaba, y el collar de corazón de llave que Penny le había regalado en una cita, ya oxidada y cubierto de sarro.
Ese cofre era una reliquia de la noble y ancestral casa de los Black, regalo de Andrómeda y Nymphadora Tonks a Ernesto hacía muchos años durante un banquete de celebración del aniversario de fundación de Hogwarts. Anteriormente había pertenecido a las hermanas Black: Andrómeda, Narcissa y Bellatrix, quienes habían guardado sus tesoros más preciados durante sus años en Hogwarts. Ahora, servía para atesorar los recuerdos de Ernesto.
Luego de un momento de contemplación, guardó los objetos en el cofre y lo volvió a esconder bajo la cama. Con paso lento, se dirigió a buscar su varita, la cual ya mostraba los signos del tiempo y el uso, astillada y ligeramente quemada, pero aún fiel compañera de sus días.
Ernesto se vistió con una camisola amarillenta y salió de su habitación, listo para enfrentar el día que se extendía frente a él. La luz del sol entraba por las rendijas de las ventanas de su humilde morada, prometiendo un nuevo día, aunque el pasado aún lo perseguía en los rincones de su mente.
Ernesto tomó un pequeño desayuno, consistente en un trozo de pan duro, mantequilla un poco de jugo de naranja, lo único que tenía a su disposición en ese momento. Mientras comía, escuchó un fuerte gruñido proveniente de afuera de su casa, lo que lo sobresaltó. "Ya voy, ya voy", se dijo a sí mismo mientras se apresuraba a terminar su escaso desayuno.
Salió de la choza corriendo y se dirigió hacia un establo ubicado en su patio. Dentro del establo, se encontraba un imponente dragón Colacuerno Húngaro, atado con fuertes cadenas metálicas. El dragón lucía tan viejo como Ernesto, y se notaba que sufría de desnutrición. Ernesto le prometió en voz alta que pronto le daría su comida, luego abrió una puerta que conducía a un oscuro sótano debajo del establo.
Utilizando su varita, hizo levitar enormes filetes crudos de ganado y los guió hacia la boca del dragón.
—Lo lamento, Leviatán, sé que tenías hambre. No volverá a suceder. —le dijo mientras el dragón devoraba ansiosamente la carne que le ofrecía.
Ernesto se quedó unos instantes observando al dragón alimentarse, sintiendo una mezcla de compasión y preocupación por su criatura. Después de asegurarse de que el dragón estuviera satisfecho, regresó a su choza para continuar con su día.
A pesar de la apariencia desolada y sucia de la choza, Ernesto mantenía una especie de orden peculiar. Decidido a mantener su entorno lo más habitable posible, comenzó a limpiarla, barriendo el polvo y tratando de ahuyentar a los insectos que invadían su espacio, luego utilizó el encantamiento antigrasa Fregotego para limpiar su mesa del comedor, la cual ya empezaba a infectarse con bundimuns.
Después de limpiar la choza lo mejor que pudo, Ernesto se dedicó a revisar sus provisiones. Revisó sus escasas reservas de alimentos, asegurándose de que fueran suficientes para sobrevivir otro día en aquel lugar inhóspito. Ernesto luego se dio cuenta de que necesitaba abastecerse de más suministros, por lo que decidió dirigirse al mercado de un pequeño pueblo mágico ubicado en el desierto, a unos veinte kilómetros de distancia de su choza.
Consciente de los peligros del sol abrasador, se cubrió con una capucha negra para protegerse del calor. Tomó un pequeño bolso con monedas de galeones, sickle y knuts, y luego, se dirigió al establo donde dormía Leviatán, su fiel compañero, y lo despertó con cuidado.
Montó en el dragón y lo liberó de las gruesas cadenas metálicas que lo ataban utilizando el embrujo de repugnancia Relashio. Juntos, emprendieron el vuelo hacia el pueblo, atravesando el árido paisaje del desierto.
Al llegar al pueblo, Ernesto atrajo la atención de muchos habitantes que lo vieron descender del imponente dragón. Algunos se intimidaron ante su presencia, mientras que otros murmuraban entre sí con curiosidad. Ernesto se dirigió directamente a un puesto de carne y, sin rodeos, preguntó al vendedor sobre los precios. Expresó su esperanza de que no hubiera inflación, ya que sus recursos eran limitados.
—¿Cuánto por la carne? —preguntó Ernesto con un tono de voz serio.
El vendedor, un hombre de aspecto sudoroso y nervioso, lo miró con cautela antes de responder.
—Buenos días, señor. ¿Qué puedo ofrecerle? —preguntó nervioso el vendedor a Ernesto.
—Ya me escuchó, ¿Cuánto por la carne? —Le dijo Ernesto, poco a poco subiendo su tono de voz.
El vendedor tragó saliva, sintiéndose incómodo ante la firmeza en la voz de Ernesto.
—Verá, los precios han subido últimamente debido a...
—¿Otra vez subieron los precios? Ahora, ¿a qué se debe esta inflación, eh? —interrumpió Ernesto.
El vendedor se rascó la nuca, buscando las palabras adecuadas para explicar la situación.
—Bueno, como verá, con los recientes ataques de bandidos y extorsionadores al pueblo, los costos de los productos han subido considerablemente. —afirmó nerviosamente y con voz cortada el vendedor.
—Entiendo, ¿Cuánto? —insistió, con una mirada fría clavada en el vendedor.
—Tres galeaones la libra de carne señor —le informó el vendedor a Ernesto.
—¿Tres galeones? ¿No tienes algo más barato? —inquirió Ernesto, con un tono de voz que dejaba en claro su descontento.
El vendedor se rascó la cabeza nerviosamente, tratando de encontrar una respuesta.
—Lo siento, señor. Este es el precio actual. No puedo hacer nada al respecto —respondió con un dejo de resignación en su voz.
Ernesto frunció el ceño, disgustado por la respuesta, pero sabía que no podía cambiar la situación.
—Muy bien. Dame dos kilos, entonces —dijo finalmente, con una mueca de insatisfacción en el rostro.
El vendedor asintió rápidamente y comenzó a empacar la carne solicitada mientras Ernesto pagaba con gesto adusto. Ernesto tomó los paquetes de carne y los guardó en su bolso. Sin embargo, algo en las palabras del vendedor había despertado su interés.
—Entonces… —dijo Ernesto, deteniendo al vendedor antes de que pudiera alejarse—. ¿Dijiste algo sobre ataques de extorsionadores al pueblo?
El vendedor asintió con nerviosismo, sorprendido por el cambio repentino en el tono de Ernesto.
—S-sí, señor. Ha habido varios incidentes en las últimas semanas. Se llevaron nuestras provisiones y han estado exigiendo dinero a cambio de protección —explicó el vendedor, con una mezcla de temor y resentimiento en su voz.
—¿Sabes quiénes son? ¿Dónde se encuentran? —preguntó Ernesto, con un brillo de determinación en sus ojos.
—No lo sabemos con certeza, señor. Son astutos y mantienen sus identidades en secreto. Pero se rumorea que tienen un escondite en las afueras del pueblo, de todas formas, ellos suelen venir al pueblo entre las 8 pm y las 12 am —contestó, nervioso por estar involucrado en esa conversación.
Ernesto escuchó atentamente las palabras del vendedor, su expresión se endureció ante la idea de criminales merodeando por el pueblo.
—Interesante... —murmuró Ernesto, con un dejo de determinación en su voz—. ¿Y qué hay de estos rumores? ¿Alguna pista sobre quiénes podrían estar detrás de estos actos?
El vendedor se mordió el labio inferior, consciente de que estaba compartiendo información delicada.
—Hay todo tipo de especulaciones, señor. Algunos dicen que son forajidos que buscan como "ganarse la vida", otros creen que son ex mortífagos que, de alguna forma, lograron evadir su captura luego de la Segunda Guerra Mágica y ahora se convirtieron en saqueadores y extorsionadores, buscando sembrar el caos... — explicó el vendedor, con nerviosismo en cada palabra, revelando las teorías que circulaban en el pueblo sobre la identidad y motivaciones de los extorsionadores.
Ernesto asintió, su mente ya formando teorías sobre quiénes podrían ser los responsables de los ataques al pueblo. La mención de ex mortífagos lo hizo fruncir el ceño con desagrado, recordando los tiempos oscuros que vivió el mundo mágico durante la Segunda Guerra Mágica.
—Entiendo. Gracias por la información —respondió Ernesto, su tono ahora más serio que antes—. Mantendré los ojos bien abiertos, y usted también debería hacer lo mismo.
El vendedor asintió con nerviosismo, deseando no haberse involucrado en esa conversación. Ernesto, por otro lado, se alejó del puesto de carne. Sabía que debía actuar para proteger al pueblo del peligro que representaban los extorsionadores.
El sol comenzó a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rojizos y anaranjados. Poco a poco, las sombras se alargaron sobre las calles del pueblo, presagiando la llegada de la noche. Apenas el campanario del pueblo sonó exactamente a las 6 pm, todos en el pueblo se apresuraron a meterse en sus casas, como si estuvieran huyendo de algo. El bullicio y la actividad diurna desaparecieron repentinamente, dejando tras de sí un silencio tenso y pesado.
En medio de la oscuridad que envolvía el pueblo, apenas se podían escuchar las rachas débiles de viento que levantaban pequeñas nubes de arena del suelo árido. Las campanas de algunas casas, mecidas por la brisa, tañían de manera errática, como si estuvieran marcando el paso de un tiempo incierto y ominoso.
Con el paso del tiempo, y ya pasadas las 10 PM, el silencio se volvió aún más inquietante. De repente, a lo lejos, se escuchó un sonido inusual, similar al rugido de un motor de automóvil, pero más distorsionado. Sin embargo, lo que emergió de la noche no fueron automóviles, sino un grupo de figuras enmascaradas y encapuchadas, montadas en escobas especiales que incorporaban un respaldo, permitiendo a los voladores sentarse erguidos, similar a una moto.
Con destreza, aterrizaron en el centro del pueblo, y los magos enmascarados comenzaron a gritar amenazas al pueblo. Sus gestos eran agresivos y su presencia, intimidante. Aquellos que estaban en sus casas permanecieron en silencio, temerosos de lo que pudiera ocurrir a continuación.
Tras el aterrizaje de los extorsionadores en el centro del pueblo, el líder, una figura imponente envuelta en una capa oscura, se adelantó con paso seguro. Su mirada despiadada recorría las calles, mientras sus seguidores se dispersaban para llevar a cabo sus nefastas acciones. Con un gesto de su mano enguantada, llamó la atención de todos los presentes.
—¡Pueblo miserable! —exclamó el líder con un tono sarcástico y despectivo, su voz resonando en la noche.
—¿No es encantador este pequeño rincón de debilidad y desesperación en el que viven? —dijo burlescamente el líder.
Algunos habitantes se asomaron tímidamente desde las ventanas, observando con temor al líder y su séquito.
—¡Oh, pero qué sorpresa tenemos para ustedes esta noche! —continuó, su sonrisa maliciosa apenas perceptible bajo la oscuridad de su capucha.
—Venimos a brindarles nuestra cálida bienvenida, y por supuesto, a recolectar nuestro tributo. —afirmó sarcásticamente el líder a gritos.
Los habitantes se encogieron aún más en sus hogares, sintiendo el peso de la amenaza en cada palabra del líder.
—¿Dónde están nuestros modales? ¡Oh, sí! ¿Cómo podría olvidar las formalidades? —dijo el líder, con una falsa inclinación de cabeza hacia los residentes aterrados.
—Entonces, ¿quién será el primero en contribuir a nuestra noble causa esta noche?
Un murmullo de miedo se extendió entre la multitud, mientras el líder de los extorsionadores se deleitaba en su posición de poder, listo para desatar el caos y la desesperación sobre el indefenso pueblo.
Luego de la provocación del líder de los extorsionadores, el alcalde del pueblo emergió de su oficina con una expresión temerosa. Se acercó al líder, tratando de mantener la compostura frente a la presión.
—Señor... ya han saqueado todo lo que teníamos. Apenas nos quedan recursos suficientes para nuestro sustento y comercio..." el alcalde comenzó, su voz vacilante con el peso de la situación.
—Además, llegaron hace apenas una semana. No hemos tenido el tiempo necesario para reponernos. — afirmó, con un atisbo de desesperación en sus palabras.
El líder de los extorsionadores dejó escapar un suspiro de decepción fingida, como si esperara más del alcalde y su pueblo.
—¡Qué desilusión! —exclamó el líder con sarcasmo, su tono lleno de cinismo. Hizo una seña a sus seguidores, quienes comprendieron su gesto sin necesidad de palabras.
El grupo de extorsionadores empezó a utilizar magia de manera destructiva. Con unos movimientos de varita, lanzaban Bombarda contra las casas, haciendo estallar puertas y ventanas en pedazos. El estruendo de las explosiones resonaba en toda la calle, mezclado con los gritos de los habitantes aterrorizados.
Otro de los extorsionadores se abalanzó sobre una anciana temblorosa que se aferraba a su varita, intentando utilizarla en vano. Con una risa burlona, le arrebató la varita y la partió en dos, ignorando sus súplicas desesperadas, y luego procedió a robarle unas cajas con verduras que tenía cerca de ella.
—¡Por favor, no! ¡Es todo lo que tengo! —imploró la anciana, con los ojos llenos de lágrimas.
El extorsionador solo se rió cruelmente antes de lanzar la caja vacía a un lado y continuar saqueando otros puestos del mercado.
Mientras tanto, otro grupo de extorsionadores, en medio del caos, arrastraban a magos indefensos desde sus hogares. Con brutales hechizos de atadura, los sujetaban y los arrastraban por las calles, ignorando sus súplicas de misericordia.
El líder de los extorsionadores observó con satisfacción la devastación que su grupo estaba infligiendo al pueblo. Las explosiones de Bombarda resonaban en las calles, rompiendo la paz nocturna y sumiendo a los habitantes en el terror. Mientras tanto, el alcalde, desesperado, cayó de rodillas frente al líder de los extorsionadores, suplicándole que perdonara a su pueblo y que, en su lugar, se lo llevara a él.
—Piedad, por favor, ellos no merecen su ira. Llévenme a mí en su lugar. Haré cualquier cosa, pero por favor, dejen a mi pueblo en paz. —imploró el alcalde con voz quebrada, su rostro reflejando el terror y la angustia.
El líder de los extorsionadores lo miró con desdén, una sonrisa retorcida curvando sus labios. —Oh, qué generoso de tu parte ofrecerte como sacrificio. —respondió con sarcasmo. —Pero no se equivoquen, no somos seres compasivos.
Entonces, con un gesto de su mano, el líder indicó a sus secuaces que se acercaran.
—Aten a estos intrépidos ciudadanos a sus escobas, vamos a darles un pequeño paseo por el desierto —ordenó con voz autoritaria.
El líder entonces utilizó Petrificus Totalus en el alcalde para que no pudiera hacer nada mas que ver como ellos arrastran a sus ciudadanos hasta la muerte por el desierto.
Los extorsionadores utilizaron hechizos de atadura para asegurar a los magos capturados a las escobas.
Antes de que los extorsionadores pudieran comenzar su despiadado vuelo arrastrando a los ciudadanos por el desierto, un repentino estruendo rompió su concentración. Un poderoso gruñido resonó en la distancia, cada vez más fuerte y cercano, hasta que una sombra imponente se proyectó sobre el pueblo.
Entonces, una bestia alada, con su imponente envergadura, se cernió sobre ellos, desafiando su autoridad con un rugido atronador que retumbó en el aire nocturno. El dragón escupió fuego y formó una barrera ardiente, bloqueando cualquier intento de escape de los extorsionadores y protegiendo a los ciudadanos indefensos.
La luz anaranjada del fuego iluminó la escena, destacando la figura de Ernesto, quien descendió con gracia de la espalda del dragón, emanando una presencia que infundía esperanza para el pueblo atacado. Ernesto indicó a Leviatán que se retirara, demostrando que lo tenía bajo su control.
Ernesto se encontraba rodeado por el grupo de extorsionadores, cuyas miradas llenas de malicia lo escudriñaban con cautela. Con su varita astillada firmemente en mano, Ernesto mantenía una postura firme y decidida, listo para enfrentarse a sus adversarios.
El líder extorsionador, con una sonrisa despectiva, se adelantó, sus ojos brillando con malicia mientras observaba a Ernesto.
—Vaya, miren nada mas quien vino a salvar a este pueblo de campesinos. Ernesto Ibarra Vidaurre, el famoso rompemaldiciones de Hogwarts. Sin ofender, pero no estoy para nada impresionado, tus mejores tiempos pasaron hace mucho tiempo y tu experiencia no será de ayuda. —afirmó con confianza el líder.
Ernesto se mantuvo imperturbable frente a las provocaciones del líder extorsionador, su rostro sereno ocultando el torrente de emociones que bullían en su interior. Con un gesto tranquilo, ajustó el agarre de su varita astillada, preparado para lo que vendría a continuación.
—Si dices eso, entonces realmente no sabes con quien estas jodiendo. —respondió Ernesto con determinación.
Los extorsionadores intercambiaron miradas nerviosas, sorprendidos por la valentía de Ernesto. Sin embargo, el líder rápidamente levantó su varita, dando inicio al enfrentamiento.
—¡Ataquen! —ordenó el líder, y los extorsionadores se abalanzaron hacia Ernesto con hechizos de ataque.
Ernesto respondió con rapidez, conjurando hechizos de defensa para protegerse de los ataques entrantes. Rayos de luz mágica se arremolinaban en el aire, chocando entre sí con fuerza mientras la batalla se desataba en la plaza del pueblo.
—¡Expelliarmus! —gritó Ernesto, desarmado a uno de los extorsionadores, haciendo que su varita saliera volando de su mano.
—¡Diffindo! —gritó Ernesto al extorsionador que acababa de desarmar, provocándole un certero y profundo corte en el cuello, cayendo al suelo.
—¿Qué acabas de hacer? — gritó el líder a Ernesto sorprendido por lo que acaba de ver.
—Esta vez no tengo la intención de llevarme a ningún criminal a Azkaban —declaró Ernesto, su tono firme y decidido mientras se abría paso entre sus adversarios.
—¡No importa! ¡Acabaremos contigo de todos modos! —gritó el líder, redoblando sus esfuerzos para derrotar al intrépido mago que se les oponía.
Los extorsionadores, enojados por el contraataque, redoblaron sus esfuerzos, lanzando una ráfaga de hechizos y maldiciones contra Ernesto. Sin embargo, los resistió con valentía, esquivando y contraatacando con habilidad.
—¡Desmaius! —exclamó Ernesto, enviando un rayo rojo brillante hacia otro de los extorsionadores, quien cayó al suelo inconsciente.
Ernesto entonces notó cómo un grupo entero de atacantes se abalanzaban hacia él desde diferentes direcciones. Con una rápida evaluación de la situación, comprendió que necesitaba tomar medidas drásticas para neutralizar la amenaza.
—¡Bombarda! —gritó Ernesto, apuntando con determinación hacia el grupo de atacantes.
Una explosión resonó en la plaza del pueblo, enviando a los extorsionadores volando por los aires, sus cuerpos chocando contra el suelo con un estruendo sordo. El humo y el polvo se dispersaron, revelando el impacto devastador del hechizo de Ernesto.
El líder de los extorsionadores, atónito por la audacia y el poder del contraataque de Ernesto, retrocedió momentáneamente, evaluando la situación con una mirada furiosa pero cautelosa.
—¡Maldito seas, Ibarra! ¡Pagará por esto! —rugió el líder, apuntándolo con su varita.
Ernesto enfrentó al líder de los extorsionadores con determinación, su varita astillada lista para el duelo. Los destellos de los hechizos llenaban el aire, mientras ambos magos se lanzaban ataques y contraataques con habilidad.
—¡Protego! —gritó Ernesto, conjurando un escudo mágico para bloquear un hechizo de desarmo lanzado por el líder.
La magia chocó contra la barrera protectora de Ernesto, dispersándose en destellos de luz mientras el mago mantenía su posición firme.
Ernesto aprovechó la oportunidad para lanzar un hechizo de Desiluminación, creando una oscuridad repentina que envolvió al líder, cegándolo momentáneamente. Aprovechando la confusión, utilizó su varita para fundir las piedras y arenas bajo los pies del líder, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo.
Sin darle tiempo para recuperarse, Ernesto lanzó Accio, atrayendo la varita del líder hacia él. Con movimientos rápidos, utilizó un hechizo Obscuro para taparle los ojos al líder e Incarcerous para atarlo en cadenas metálicas, inmovilizándolo por completo.
—¿Por qué no me has matado? —preguntó el líder, su voz llena de incredulidad y desesperación.
Ernesto se acercó al líder capturado, su expresión seria.
—Porque, atrapándote a ti, he demostrado que el pueblo está protegido y que no permitiré que nadie más lo amenace de esta manera, a través de este ejemplo, con la captura de su líder. —respondió Ernesto, su tono firme pero tranquilo.
Con el líder de los extorsionadores bajo su control, Ernesto se volvió hacia los habitantes del pueblo, quienes observaban la escena con asombro y gratitud. Sabía que su trabajo aún no había terminado, pero por ahora, el pueblo estaba a salvo.
Los aurores llegaron al lugar poco después. Uno de ellos se acercó a Ernesto con expresión severa, observando la destrucción y los extorsionadores muertos en el suelo.
—Ibarra Vidaurre, ¿qué ha sucedido aquí? —inquirió el auror, su tono lleno de autoridad.
Ernesto explicó con calma los eventos que llevaron a la captura del líder extorsionador y la desarticulación de su pandilla. Sin embargo, el auror frunció el ceño al enterarse de la "suerte" de los secuaces del líder.
—Entiendo tu intención de proteger al pueblo, pero no puedes tomarte la justicia por tu propia mano. ¿Por qué no los has capturado en lugar de eliminarlos? —reprendió el auror, su voz firme pero mesurada.
Ernesto sostuvo la mirada del auror con determinación, defendiendo sus acciones.
—Comprendo las normas, pero en esta situación, mi prioridad era detener la amenaza lo antes posible para garantizar la seguridad del pueblo. Actué conforme a lo que consideré necesario en ese momento. Y con el líder siendo el único sobreviviente y encarcelado, seria un buen ejemplo para que ningún otro extorsionador intente dañar a este pueblo, y a ningún otro —explicó Ernesto, su tono justificativo pero respetuoso.
El auror asintió lentamente, reflexionando sobre las palabras de Ernesto.
—Recuerda que la ley es nuestra guía en estos casos. Afortunadamente, has logrado capturar al líder, y eso es un paso importante hacia la justicia. Por esta ocasión te cubriré, sin embargo, no vuelvas a tomar medidas drásticas a menos que sea absolutamente necesario. Tu objetivo es capturar, no matar. Esta vez te lo dejaremos pasar dada tus experiencias pasadas y contribuciones, pero te advierto que cualquier otra acción similar podría resultar en consecuencias más graves. ¿Está claro? —concluyó el auror, su expresión suavizándose ligeramente.
Ernesto asintió con renuencia ante la advertencia del auror. Aunque comprendía la importancia de seguir las reglas y procedimientos establecidos, una parte de él seguía convencida de que había hecho lo correcto para proteger al pueblo en peligro.
—Entiendo, señor. No volverá a suceder. Seguiré las órdenes estrictamente en el futuro —respondió Ernesto con una mezcla de resignación y determinación en su voz.
El auror asintió, satisfecho con la respuesta de Ernesto.
—Muy bien. Espero que así sea. Ahora, vamos a ocuparnos de llevar al líder de los extorsionadores a la custodia adecuada. El Ministerio de Magia se encargará del proceso legal a partir de aquí —dijo el auror, indicando con un gesto al líder atado a sus espaldas.
Ernesto se sintió aliviado al ver que el incidente estaba llegando a su conclusión. Se acercó cojeando un poco a Leviatán, su fiel dragón, quien lo esperaba pacientemente a un lado, listo para partir hacia su choza y descansar después de la intensa batalla. Sin embargo, antes de que pudiera subirse a su lomo, un hombre corrió hacia él con una expresión de gratitud y admiración en su rostro.
—¡Ernesto! ¡Gracias a Merlín! —exclamó el hombre, deteniéndose frente a él con un aliento entrecortado por la emoción.
Ernesto reconoció al vendedor de carne del mercado.
—No tienes que agradecerme, hice lo que debía hacer para proteger a todos ustedes —respondió Ernesto con modestia.
El vendedor de carne asintió con entusiasmo.
—Lo sé, lo sé. Y te agradezco por ello. Esos malditos extorsionadores han estado causando estragos en nuestro pueblo durante demasiado tiempo. Lo que hiciste con ellos... bueno, digamos que muchos de nosotros aquí pensamos que fue justicia merecida —dijo el hombre, con un brillo de admiración en sus ojos.
Ernesto sonrió, agradecido por las palabras de apoyo.
—Me alegro de que, al menos, alguien más piense así. —respondió con seriedad.
—Sabes, puede que no lo parezca, pero se que en el fondo eres un buen hombre, y harás lo que sea correcto para hacer la diferencia. —dijo el vendedor con una voz llena de empatía y confianza en Ernesto.
Ernesto estrechó su mano derecha con del vendedor de carne, con gratitud.
—Prometo que seguiré haciendo todo lo que esté en mi poder para proteger, no solo a este pueblo, sino a cualquier lugar que me necesite—respondió Ernesto sinceramente.
—Bueno, en reconocimiento a tu valentía y sacrificio, he decidido ofrecerte un trato especial en mi negocio. A partir de ahora, tendrás un gran descuento en carnes de por vida. Considéralo como un pequeño gesto de gratitud de parte mía y del pueblo de Arenvalle, South Wales—dijo el hombre, extendiendo una mano en señal de amistad.
—Es un gesto muy amable de tu parte. Aprecio mucho tu apoyo y el de todo el pueblo —respondió Ernesto con una ligera, apenas perceptible sonrisa.
Ernesto se despidió con un gesto de agradecimiento, sintiéndose reconfortado por el apoyo y la solidaridad de la gente del pueblo. Con una sensación de satisfacción, subió a lomos de Leviatán y se alejó hacia el horizonte, hacia su choza.
Al llegar a su hogar, exhausto y maltrecho, Ernesto guió a Leviatán hacia el establo. Allí, lo acarició y le ofreció uno de los filetes que compró al vendedor como muestra de agradecimiento. Después, aseguró a Leviatán para que descansara y lo encadenó nuevamente.
Cojeando, Ernesto ingreso a su choza y llegó al baño de su habitación. Con cuidado, se quitó su prótesis de mano izquierda y su parche del ojo, enfrentando las dolorosas nuevas heridas que obtuvo en la batalla del pueblo. Frente al espejo, se curó, asegurándose de tratar cada herida meticulosamente.
Finalmente, se dirigió a su cama y sacó el cofre polvoriento debajo de ella. Contempló una vez más los objetos que guardaban los recuerdos de su pasado. Destacaban el anillo de compromiso de Penny, el collar de llave de corazón y una pulsera de corazón. Con una lágrima en el ojo, los volvió a guardar en su lugar, manteniendo vivos los recuerdos de la persona que amaba. Finalmente, exhausto, se dejó caer sobre su cama y se entregó al sueño reparador.
