Abraza la manada

11

Un paseo por el bosque

El sábado por la mañana una carreta se detuvo en la puerta del Hogar de Pony. Estaban a mitad del desayuno y la hermana María detuvo con una orden a los niños que, curiosos, estaban por levantarse de sus asientos para ver quién había llegado. Candy también detuvo el impulso para no poner el mal ejemplo, pero la monja la autorizó a levantarse y ver de quién se trataba.

—¡Es Annie! — gritó Candy y, sin más, salió corriendo de la casa, justo para encontrarse con su castaña hermana que despedía al cochero y tomaba su maleta.

—¡Candy! — exclamó la recién llegada en cuando vio a Candy cruzar la puerta. Dejó la maleta otra vez en el piso y corrió a abrazar a la rubia.

—¡Me alegra tanto verte! — Candy la apretó en sus brazos y Annie rio como una niña pequeña, correspondiendo al abrazo —mi carta te llegó antes de lo que esperé— dijo la rubia en cuanto la soltó.

—¿Carta? — preguntó Annie

—Te la envié hace poco, diciéndote que vinieras cuando quisieras.

—No recibí ninguna carta, Candy— contestó Annie —la verdad es que decidí venir aquí en cuanto yo terminé de escribirte— contó la joven, refiriéndose a la misiva en la que le contaba a Candy el fin de su compromiso con Archie.

—No importa ya— dijo Candy, tirando de su hermana al interior de la casa —lo importante es que ya estás aquí.

La señorita Pony y la hermana María abrazaron a Annie en cuanto la tuvieron cerca. La llevaron al comedor, al lado del resto de los niños y le dieron la bienvenida con un buen desayuno. La señorita Britter se dejó consentir por ambas mujeres con quienes se sentía nuevamente en paz. Respondió preguntas de los niños sobre la ciudad y su casa y terminaron juntos el desayuno. Era como si Annie nunca se hubiera ido y ambas directoras tuvieran otra vez a sus dos pequeñas traviesas de seis años, Candy y Annie.

Uno de los niños mayores llevó la maleta de Annie a la habitación de Candy, mientras ellas charlaban con la señorita Pony y la hermana María. Las mujeres mayores evitaron el tema del joven Cromwell, esperarían a que ella misma se desahogara con ellas para darle todo su apoyo, cariño y consejo, si ella lo pedía.

Al medio día, Candy y Annie salieron a dar un paseo por la colina. Annie se había cambiado de ropa y, como cuando eran niñas, salieron corriendo hacia campo abierto. Saltaron, corrieron, rieron y se dejaron caer en la hierba.

—Extrañaba tanto esto— dijo Annie después de varios minutos acostadas en la hierba —esta paz—respiró profundo y cerró los ojos. Candy no dijo nada y sólo le hizo compañía. —Gracias, Candy—. La rubia se enderezó un poco y la cuestionó con la mirada. —Por no hacer preguntas— Annie se sentó— ninguna de ustedes tres me ha interrogado.

—No tenemos por qué hacerlo— Candy se sentó al lado de Annie y la abrazó, fue hasta ese momento que la castaña lloró.

Las palabras de cariño y apoyo por parte de Candy fueron un milagroso bálsamo para el corazón de Annie quien, después de llorar, pudo contarle a su hermana lo que había pasado.

—Lo peor fue cuando Archie salió en un periódico de Pensilvania— explicó al limpiarse las lágrimas con el pañuelo de Candy —una "amiga" de mamá nos hizo el favor de enviarnos el diario. Fue una fiesta para el decano de la facultad en la que está, la nota decía que un grupo selecto de estudiantes había sido invitado y que Archie, por ser un Andley, era casi un invitado de honor.

—Parece algo normal— dijo Candy — los Andley son muy importantes…

—No discuto eso— contestó Annie —el problema fue que Archie asistió con una mujer, una señorita Walsh de Irlanda, soltera, de excelente posición— Annie respiró profundo, ya no lloraba —mamá se enfureció con su amiga por decirnos, con Archie por haber asistido y conmigo por… realmente no entiendo por qué conmigo, pero realmente se enojó. Habló con papá y le exigió romper el compromiso—. Candy escuchaba con atención y no sabía qué decir ni qué pensar. —Archie no me había escrito en meses y mucho menos llamado por teléfono, pero una semana después recibí carta suya y no mencionó nada de la fiesta ni de la señorita Walsh, sólo dijo que estaba muy ocupado, que su vida estaba cambiando de una manera que no había previsto y que necesitaba ordenar sus ideas y su futuro. Era una carta escueta, vacía y sin una explicación real.

—¿Qué dijeron tus padres?

—No sabían que la recibí. Convencí al mayordomo de que guardara silencio, pero… mamá la encontró en mi escritorio y dio por terminado el compromiso. Esta vez papá la apoyó porque Archie no le había contestado a él su carta donde le pedía explicaciones—. Annie empezó a hacer un collar de flores mientras hablaba, Candy las cortaba y se las tendía. —Fuimos a una fiesta, un socio de papá cumplía años y ahí mamá se encargó de hacer público nuestro rompimiento. Los cuchicheos no tardaron. Candy, es horrible todo lo que la gente puede herir con sus palabras. Mamá está enojada y…— Annie volvió a llorar —a veces pienso que se arrepiente de haberme adoptado.

El corazón de Candy se estrujó al oír las palabras de Annie. Lo que ella siempre había querido era una mamá y un papá, Annie no era codiciosa, no pedía nada más que amor y el miedo a perderlo le hacía complacer a todos, a sus padres, a Archie mismo, con tal de que no la abandonaran.

Candy abrazó a su amiga con fuerza, le repitió cuánto la querían los Britter y lo felices que habían sido los tres como familia, ellos no podían arrepentirse de haberla adoptado, la amaban demasiado. Candy le recordó cuando conocieron al señor Britter, cuando la señora Jane Britter había ido al Hogar de Pony y de inmediato se había enamorado de Annie. Le recordó cómo la habían protegido de los cuchicheos de la gente cuando la adoptaron, le contó cómo el señor Britter le había pedido a Candy que, en el San Pablo, la protegiera de las estudiantes pretenciosas y caprichosas.

—Ellos te aman, Annie— dijo Candy —no se arrepienten de ser tus padres— siguió consolándola con palmaditas en la espalda —tu mamá debe estar preocupada por lo que sientes y la manera en que te afectan las habladurías de la gente, pero no puede hacer nada al respecto y eso es frustrante.

—Pero fue ella la que hizo público nuestro rompimiento— replicó Annie.

—Para actuar antes que los Andley— contestó Candy —antes que la tía abuela Elroy hablara y pusiera la balanza de su parte, estoy segura.

—Pero…

—Sin peros— intervino Candy —mira, no puedo entender tampoco cómo piensan los ricos y cómo actúan, pero sí sé que quien habla primero tiene la ventaja. La gente sabrá que tú, ustedes los Britter, rompieron el compromiso porque tienen la razón; así, en un futuro, cuando quieras casarte con alguien más nadie podrá decir que "te botaron" o una tontería de esas que dicen los ricos.

Annie asintió ante las palabras de Candy, tampoco las comprendía del todo, pero sabía que tenía algo de razón.

—Ahora, dime lo que realmente importa— dijo Candy —olvida las habladurías y dime, ¿qué sientes de romper el compromiso con Archie?

Annie la miró, dudosa y meditó la pregunta.

—Desde que se fue a Pensilvania somos como dos desconocidos— contestó al fin —yo lo quiero, ¡Dios!, tú sabes cuánto lo he querido. Creí que el tiempo que estaríamos separados, mientras él estudiaba, sería horrible, creí que me sentiría sola, perdida pero…— sus propias palabras la sorprendieron, era la primera vez que verbalizaba lo que su mente y corazón llevaban tiempo diciéndole —no lo extraño como debería— agachó la mirada y se sintió culpable por aceptarlo —puedo disfrutar del tiempo sola o con mis padres, y no siento que lo necesite para ser feliz— Annie se cubrió la cara con las manos —¿Qué estoy diciendo, Candy? — preguntó con desesperación.

—Dices lo que siente tu corazón, Annie— contestó Candy después de varios segundos de sentir cómo el orgullo por su amiga se extendía por su corazón —hablas con la verdad nuevamente, dices lo que quieres como cuando éramos niñas y me gritaste que querías unos padres.

Annie volvió a llorar en los brazos de su amiga, ya no con angustia, sino con liberación. Candy tenía razón, era la primera vez en mucho tiempo que hablaba con sinceridad, que aceptaba sus sentimientos y emociones y, aunque darse cuenta de que no necesitaba a Archie como creía que debía hacerlo, era duro y una sensación totalmente desconocida, también se sintió liberada de alguna forma que tardaría en entender.


El domingo por la mañana, la hermana María mandó a Candy y Annie al pueblo con la excusa de hacer unas compras, pero lo que quería era que salieran a despejarse y olvidar un rato sus preocupaciones y obligaciones. La monja quería que Candy descansara de su trabajo como enfermera para el dueño del Aserradero Clinton y, también que Annie se distrajera con lo que había en el pueblo y dejara de perder la mirada en un punto vacío cada cinco minutos, como la había sorprendido en varias ocasiones durante el sábado.

Candy condujo la carreta hasta el pueblo y logró que Annie se divirtiera. Comieron un postre en la pastelería, saludaron a la prometida de Tom y esta invitó a la joven Britter a su boda.

—A Tom le encantará tener a sus dos hermanas ese día— dijo Sandra, emocionada.

Annie aceptó con gusto la invitación y prometió darles un buen regalo de bodas. Visitaron todas las tiendas del pueblo y compraron listones, lazos, un sombrero y una sombrilla. Candy se entretuvo viendo los estambres y sonrió ante una nueva idea; compró varias madejas de estambre y agujas y las guardó entre todas las compras.

—Hola, Candy— una voz familiar hizo voltear a Candy, que esperaba que Annie saliera de la oficina de correos.

—¡Gabriel! — saludó Candy —¿qué haces aquí? — preguntó buscando con la mirada a Anthony, pero recordó que este estaría en Harmony.

—Cumpliendo un encargo del jefe, tuve que dejar un rato mi guardia, pero es importante—contestó Gabriel, pero no dio detalles —¿y tú?

—Vine de paseo con Annie, mi hermana del Hogar de Pony— respondió Candy —vino a pasar unos días con nosotros, llegó ayer por la mañana—. Gabriel asintió cuando Candy señaló a Annie en el interior de la oficina de correos. —Me caes del cielo— añadió la rubia —¿puedes enviarle un mensaje a Anthony? — Gabriel asintió —no sé cuántos días estará Annie en casa y ahora ella me necesita, así que no me será posible ir a casa con ustedes… quiero decir… a la casa de ustedes, a la casa de la manada— las palabras de Candy se volvieron nerviosas y atropelladas—. ¿Había dado a entender que consideraba como suya la casa de Anthony?

Gabriel asintió y contuvo la risa —Vuelve a casa cuando puedas hacerlo—, dijo Gabriel —te estaremos esperando —. El sonrojo de Candy lo divirtió, definitivamente le daría su recado a Anthony y añadiría la parte en que Candy implicaba que la casa de la manada era ya de ella.

Se despidieron antes de que Annie saliera del Correo y Candy vio desaparecer a Gabriel cuando doblaba la esquina. Este siguió su camino y se reunió con un par de hombres con quienes tenía que hablar.

Candy y Annie volvieron al Hogar de Pony a tiempo para la comida que, por única ocasión, se llevaría a cabo en el exterior. Sacaron una larga mesa, sillas, bancos, manteles y la vajilla. Todos los niños estaban ya afuera cuando Candy buscaba a Annie para poder sentarse a comer. La joven Britter estaba en la sala de estar, observando con detenimiento una pared repleta de cuadros de todos los tamaños, marcos y años.

—¿Qué haces, Annie? Ya vamos a comer— dijo Candy situándose al lado de Annie.

La pared que había llamado la atención de la joven era un reciente proyecto de las directoras. Un año atrás habían decidido colgar los logros de los niños que habían pasado por el Hogar de Pony y que no se habían olvidado de ellas. Ambas mujeres tenían cajas llenas de cartas y recuerdos de niños a quienes habían cuidado desde que se hacían cargo del orfanato. Algunos cuadros eran fotografías de familias, otros, recortes de periódicos, cartas o postales. Casi en el centro estaba el certificado de enfermera de Candy y, al lado, el reconocimiento de Tom como ganador del primer rodeo en que había participado.

—Quiero algo así, Candy— dijo Annie después de analizar cada logro —quiero estar en esa pared y que estén orgullosas de mí— Candy la miró con ternura y estaba a punto de decir que ya estaban orgullosas de ella, pero Annie se adelantó. —Hay algo que no te he contado porque no lo había decidido, pero acabo de hacerlo— una típica sonrisa de Annie se asomó en su rostro —desde hace unos meses mi padre ha considerado la idea de mudarnos a Washington, sus negocios allá están creciendo mucho y…

—¡Annie, eso está del otro lado del país!

—Lo sé, lo sé— tomó de las manos a Candy y siguió —eso no es todo. En Washington hay una excelente escuela para maestras y papá dijo que me apoyaría si me decido a…

—¡Vas a ser maestra! — volvió a interrumpir Candy y Annie rio por no poder terminar de plantear sus ideas ante Candy. —¡Eso es maravilloso, Annie! Lo harás estupendo.

—¿Lo crees? —preguntó sintiéndose feliz por el apoyo de Candy.

—¡Claro que sí! — Candy la abrazó —ya puedo verte enseñando a un grupo de niños.

—Gracias, Candy, gracias— Annie apretó el abrazo que Candy le daba. Nunca se imaginó que su vida tomaría ese rumbo. Desde que la adoptaron, su futuro había sido ser una fina dama, esposa de un caballero rico, tener hijos y ya… pero ahora, ella estaba decidiendo tener una carrera como Candy. Lo único que la frenaba era la indudable negativa de su madre, pero había hablado de esto con su padre y si él la poyaba, entonces ella tenía que aceptarlo, aunque no quería que lo hiciera a la fuerza y que su enojo hacia Annie creciera; pero ya pensaría en eso cuando fuera el momento.

El lunes por la mañana, mientras los niños tomaban clase con la hermana María, Candy y Annie volvieron a bajar al pueblo, esta vez para hacer la compra de la semana. En el trayecto, Candy tuvo que contarle a su amiga sobre su trabajo en el Aserradero Clinton. Se moría de ganas por contarle a alguien sobre el milagro de Anthony y su maravillosa naturaleza, pero sabía que no era posible, y estaba decidida a proteger el secreto a como diera lugar; así que tuvo que ceñir su historia a los hechos netamente humanos.

Para volver al Hogar de Pony era inevitable pasar frente a la taberna del pueblo. Era lunes por la mañana, pero el lugar ya estaba abierto y tenía clientes. El escándalo de tres hombres llamó la atención de todo aquel que pasaba cerca, y Candy y Annie no fueron la excepción. La rubia frenó la carreta y molesta, negó con la cabeza ante la escena que se desarrollaba. Uno de los tres borrachos era Jimmy otra vez, y ahora se veía más perdido que antes. Ninguno de los tres podía caminar y se tambaleaban haciendo el ridículo frente a todos.

—¡Esto es el colmo!— dijo Candy molesta. Le pasó las riendas a Annie y bajó de la carreta. Caminó directamente hasta la entrada de la taberna y se plantó frente a Jimmy que, contrario a lo esperado, reconoció a Candy.

—¡Hola! — saludó el chico y el aliento a alcohol casi hizo vomitar a Candy.

—¡Jimmy, qué rayos haces! — gritó Candy sin importarle llamar la atención de la gente, que ya observaba la escena.

—Clama, Candy— Jimmy se rio como un tonto —digo, calma, calma. Sólo estamos celebrando…— el chico arrastraba las palabras tanto como los pies y siguió un discurso que Candy no entendió para nada.

—Ustedes dos— se dirigió hacia los otros dos ebrios que también decían incoherencias —¡largo! — gritó y un par de hombres que conocían a Candy se deshicieron de ellos. —Gracias— dijo Candy a uno de los que la habían ayudado. El hombre asintió y tiró del ebrio hasta el otro extremo de la calle. Sabía quién era y lo ayudaría a volver a casa, al igual que el otro hombre con el segundo ebrio. Jimmy se quejó al ser alejado de sus compinches, pero estaba tan mareado que no logró moverse mucho. —Eres un tonto, Jimmy Cartwright— empezó a retarlo mientras tiraba del chico para montarlo a la carreta, en la parte trasera, como un saco de patatas. —¡Solo haces el ridículo y pones en ridículo a tu padre! — siguió jalando de Jimmy y, por fortuna, este no ponía resistencia, aunque tampoco entendía lo que pasaba de lo ebrio que estaba —¿dónde está tu caballo? — le preguntó casi gritando.

—Allá— señaló Jimmy con el dedo hacia la otra entrada del bar donde los hombres ataban sus caballos —o allá— señaló en el sentido opuesto y empezó a reír —¡lo olvidé!

—Está allá— el dueño del bar, que había observado la escena desde el interior, se asomó y le dijo a Candy dónde estaba el caballo. La joven asintió.

—Annie— dijo a la joven cuando ya estuvo cerca de la carreta —toma ese caballo y átalo en la parte de atrás— Annie bajó de la carreta y con los nervios a tope, hizo lo que Candy pedía.

Candy subió a Jimmy a la carreta con ayuda de otro hombre que la conocía y al señor Cartwright y se ofreció a acompañarlas, pero Candy se negó. Estaba demasiado enojada con Jimmy como para aguantarse las ganas de regañarlo todo el camino de vuelta a su rancho y, con compañía no podría hacerlo como estaba deseando.

Las jóvenes subieron a la carreta y Candy tomó las riendas hasta el rancho del señor Cartwright. En el camino no dejaba de reprender a Jimmy sobre el daño que se estaba haciendo al cuerpo, el ridículo en que ponía a su padre y el peligro al que se exponía al emborracharse como había venido haciéndolo desde hacía varios días. El aludido no oyó nada del regaño y Annie fue la única que, sin ser la pecadora, escuchó la retahíla de reproches.

El camino al rancho fue largo y lento, pues Candy condujo despacio para no marear más a Jimmy ni cansar a su caballo, que no sabía cuándo había sido su última comida. Al llegar a la entrada de la propiedad, Candy pidió hablar con el señor Cartwright.

—Encontré algo que le pertenece— dijo Candy señalando la parte trasera de la carreta.

—El señor Cartwright no está en casa— contestó el trabajador que las recibió.

—Entonces, ayúdeme a llevarlo a su habitación— pidió Candy.

—Por aquí— contestó el hombre después de desatar al caballo de Jimmy y encargarlo a otro trabajador que se unió al pequeño grupo. Guio la carreta hasta la entrada de la casa y tras ayudar a Candy y Annie a bajar, fue por Jimmy, quien ya dormía plácidamente recargado en un costal de azúcar.

Candy no detuvo su regaño y siguió al trabajador que arrastraba a Jimmy hasta su habitación.

—Candy, basta— pidió Annie cuando sintió que la furia de Candy alcanzaba su máximo nivel.

—¡NO, ANNIE! — exclamó la rubia —¿tienes idea de la vergüenza del señor Cartwright al ver a su hijo en este estado? Tú no le harías esto a tus padres, ¿o sí? — Annie negó con la cabeza. —Dígame, ¿cuándo vuelve el señor Cartwright?, ¿está enterado de que su hijo se ha pasado toda la semana en la taberna del pueblo haciendo y diciendo tonterías?

—No, señorita— respondió el trabajador lleno de vergüenza, como si el regaño fuera para él —el señor volverá el miércoles, según dijo. Fue a Chicago a hacer unos trámites y dejó encargado a Jimmy, pero no lo habíamos visto desde el sábado—. Llegaron a la habitación de Jimmy y el hombre lo acostó en la cama. El chico volvió a acomodarse sin darse cuenta de dónde estaba. —El señor no lo ha visto nunca así, en realidad… Jimmy no suele beber, no sabemos por qué de repente ha empezado.

—¡Por tonto, por eso! — gritó Candy y, al ver a Jimmy dormido, lo acomodó de lado para que, en caso de que vomitara, no se ahogara. —Muchas gracias por su ayuda— dijo con un tono de voz completamente distinto hacia el trabajador. Le dio instrucciones de lo que podían darle de comer una vez que despertara y le suplicó que por nada del mundo lo dejaran salir del rancho hasta que su padre volviera. —Si es necesario, enciérrenlo— dijo seria y Annie no supo si lo decía en serio o era todavía el coraje el que la hacía hablar de esa forma. Fuera como fuera, Annie tomó la sabia decisión de no intervenir.

Debido a la hora, y al ir acompañada de Annie, Candy decidió dejar a Jimmy antes de que despertara, aunque decidió que volvería al día siguiente, pero sin la compañía de Anthony, como habían acordado.

Al llegar al Hogar de Pony se encontraron con un automóvil detenido en la puerta principal.

—¡Ay, no! — dijo Annie poniéndose nerviosa. Era el vehículo de sus padres. —¿podemos irnos? — pidió con falsa esperanza y Candy negó con la cabeza.

—¿Crees que no están dispuestos a esperarte todo el día? — preguntó Candy —Vamos— Candy condujo la carreta hasta el establo y ahí le inyectó valor a Annie para que entrara a hablar con sus padres.

—¿Vienes? — pidió la tímida joven.

—En unos minutos— contestó Candy —debo encargarme del caballo— agregó señalando a Canela.

Annie asintió y dándose ánimos entró a la casa. Candy se ocupó de devolver a Canela a su lugar y, para hacer tiempo, le contó sobre el establo que Gabriel había hecho para ella.

—Tienes que agradecerle cuando lo veas— dijo Candy acariciando la crin del animal y este relinchó, como si se comprometiera a obedecer.

Después de una media hora, Candy salió del establo y caminó rumbo a la entrada del Hogar. Annie estaba en la oficina de la señorita Pony con sus padres y desde la ventana pudo contemplar la escena. Su llorona amiga estaba en medio de los señores Britter, su madre lloraba y su padre rodeaba a ambas con sus brazos. Candy no tuvo dudas de que las cosas estaban bien.

—¿Cómo estás, Candy? — saludó el señor Britter a la rubia cuando salió de la casa y dejó a su esposa e hija todavía disfrutando de la reconciliación.

—Encantada de verlo, señor Britter— contestó Candy correspondiendo al abrazo que el hombre le daba.

—Gracias por cuidar a Annie— agregó el hombre cuando soltó a la rubia. —Estábamos preocupados de no saber dónde estaba.

—¿Qué? — interrumpió Candy —¿Annie no les dijo que venía?

—No— negó el hombre —dijo que quería venir, no que lo haría y cuando mi esposa no la encontró en casa, bueno… puedes imaginarte lo que pensamos.

—No sabía que había huido— contestó Candy —pero… ¿todo está bien ahora, verdad?

—Tú dime— sonrió el hombre y señaló hacia la ventana desde donde Candy había visto la reconciliación.

Estuvieron en silencio por varios minutos.

—Así que irán a Washington— dijo Candy sin evitar el timbre triste de su voz.

—Sí— el señor Britter suspiró —mi trabajo requiere que esté allá y no pienso dejarlas solas en Chicago, no después de lo que acaba de pasar con Archivald.

—Sobre eso, señor Britter— dijo Candy nerviosa —sé que no me corresponde y que tampoco le sirve de nada, pero quisiera ofrecerle una disculpa a nombre de los Andley por lo que hizo Archie.

El señor Britter sonrió y miró con ternura a la chica que, años atrás, él había decidido adoptar. —Gracias, Candy. El asunto todavía no acaba. El miércoles me reuniré con la señora Elroy Andley para discutir el tema—. Candy no evitó el rostro de asombro. Archie estaba en serios problemas si la tía abuela Elroy era quien tenía que limpiar su desastre. —Seré diplomático— bromeó el señor Britter —aunque, como padre, debo confesar que quiero romperle la cara a Archivald.

Candy entendía la perspectiva de la familia Britter y no pensaba discutirles que la ofensa social y emocional a Annie era real y sabía que, hasta no saber los motivos de Archie para cortar comunicación con su novia y aparecer del brazo de otra, ella no podía ni tenía derecho a opinar. Le escribiría a Albert, tal vez él supiera más sobre la actitud de Archie.


—Promete que escribirás seguido— dijo Annie a la mañana siguiente cuando se despedía de Candy. Había convencido a su madre de pasar una última noche en el Hogar de Pony para poder despedirse y agradecer el apoyo de las tres mujeres que dirigían el lugar. La señora Britter aceptó sin réplica alguna y también fue muy amable con Candy.

—Lo prometo, pero tú debes responder también— contestó Candy abrazando a su hermana. Ambas estaban llorando, pues sabían que no volverían a verse en mucho tiempo si, de ahora en adelante, vivirían de extremo a extremo del país.

—¡Todos los días! — chilló Annie abrazándose con mucha más fuerza a la rubia.

—¡Pero, qué tontas somos! — exclamó Candy de pronto —esto no es una despedida, Annie. Nos veremos en la boda de Tom, prometiste ir.

—¡Es cierto! — contestó Annie soltando una risa entre el llanto —nos veremos en la boda.


Candy reinició su rutina de ocuparse de sus tareas en el Hogar y volver a casa de la manada después de la partida de Annie. No dudaba que le dolía saber que no la vería tan seguido como había pensado que pasaría si ella y Archie se casaban, pero estaba feliz de que Annie buscara su propio camino y, sobre todo, que tuviera nuevamente el apoyo de sus padres.

Al reencontrarse con Anthony y después de un largo y profundo beso de bienvenida, Candy le contó lo que había pasado en esos días. Le contó cómo Archie y Annie habían iniciado su relación y cómo esta había terminado, al menos por parte de los Britter.

—¿Archie está en Pensilvania? — preguntó Anthony.

—Sí, en la universidad— contestó Candy y dejó el tema por la paz cuando entraron a la enfermería y Candy tuvo que organizar más material médico que había llegado en los días de su ausencia. —¡Wow! — dijo al ver la enfermería llena de cosas.

—Es lo que pediste— se adelantó a decir Anthony —y un poco más…

—¿Un poco? — preguntó Candy con sarcasmo. —Empezaré a ordenar— dijo esbozando una tierna sonrisa que desarmó a Anthony. Candy le besó la mejilla y lo sacó a empujones de la enfermería para poder trabajar. Había mucho qué hacer y Anthony sería una distracción, una maravillosa distracción, pero Candy prometió concentrarse si quería terminar rápido y hacer su petición a Anthony antes de la comida.


—¿Quieres ver mi lobo? — repitió Anthony las palabras que Candy acababa de pronunciar. Hacía solo cinco minutos que había entrado a su despacho para decirle que tomaría un descanso. Ya había ordenado todo el material médico y acomodado el par de camas hospitalarias que, en un momento dado, usarían.

—La primera vez no pude hacerlo— dijo Candy con las mejillas encendidas —sé que es blanco, pero… nada más…— sus nerviosas manos estaban entrelazadas detrás de su espalda. A pesar de que había pensado mucho en su petición y de que realmente tenía ganas de ver con detenimiento el lobo de Anthony, se sentía nerviosa de pedirlo.

Anthony no pudo reprimir sus impulsos y, tomando el rostro de Candy entre sus fuertes manos la besó hasta perder el aliento. Si ella se lo pedía, se transformaría, ¡Dios!, haría todo lo que ella pidiera, caminar de cabeza o lanzarse a un precipicio. Mostrarle su forma lobuna sería todo un privilegio.

Candy lo rodeó con sus brazos y sonrió con coquetería. —¿Eso es un sí? — preguntó inhalando el aroma de Anthony, aún no lo descifraba, pero le encantaba.

—Vamos— le besó la punta de la nariz y, tomándola de la mano salieron de la casa.

Un paso de Anthony eran tres de Candy y ella parecía trotar a su lado, pero eso no le importó y logró seguirle el paso hasta la entrada del bosque, donde se detuvieron. Anthony le sonrió y, sin avisar, la tomó en sus brazos y empezó a correr en medio de los árboles.

—¡Anthony! — gritó Candy en medio de una carcajada, mientras se aferraba a su cuello para no caerse.

Llegaron al pequeño claro en menos tiempo que si hubieran hecho el trayecto caminando. Anthony dejó a Candy con delicadeza en el suelo y, como si ella hubiera corrido, su respiración era agitada, contraria a la de Anthony, que era profunda y tranquila.

—¿Estás bien? — preguntó con diversión.

—Pudiste avisarme— rio Candy recuperando en aliento.

—Lo siento, pero no quería hacerte esperar— contestó Anthony desabotonado su camisa. —Pediste algo y es mi deber cumplirlo.

—¡Anthony! — la mano de Candy lo detuvo a la altura de su pecho —¿qué haces? — preguntó alarmada.

—Mostrarte mi lobo— contestó Anthony con naturalidad —pero debo quitarme la ropa, ¿recuerdas?

—Cierto, cierto— asintió Candy cerrando los ojos —pero… allá…— señaló hacia la enorme roca para que Anthony caminara hacia la parte trasera —hazlo allá— dijo con palabras nerviosas.

—Eso iba a hacer— la risa de Anthony resonó en el claro y antes de que Candy pudiera darle un manotazo en la espalda, él ya estaba detrás de la roca. Candy dio la media vuelta y concentró toda su atención en los árboles; el pino estaba obligado a ser la especie más interesante del mundo en ese momento. —Candy— la llamó Anthony —recuerda que no podrás entenderme, yo sí, pero tú no sabrás lo que digo.

—De acuerdo— contestó la rubia, aun sin voltear.

—Si te asusto, dímelo y retrocederé— advirtió.

—De acuerdo— repitió Candy cual niña pequeña.

Anthony había mantenido la calma y se había mostrado juguetón y divertido con Candy, pero cuando ya estaba listo para cambiar se puso nervioso en extremo. Sería la primera vez que estaría cara a cara con Candy en su forma más natural y ella no tenía un humano a lado que le tradujera los pensamientos de Anthony; tampoco habría una manera de sostener una conversación o de tranquilizarla si a ella le inquietaba tenerlo cerca.

Respiró profundo y sintió cómo su cuerpo cambiaba. Sus huesos, músculos y órganos se movieron, modificando todo su ser. A veces molestaba el tirón que daban sus músculos, a veces tronaban los huesos y otras, el aullido era inevitable. Sin embargo, esta transformación fue limpia, sin tirones ni sonidos desagradables. Era increíble la voluntad del lobo cuando se trataba de proteger a su compañera. Sintió su pelaje cubrirle el cuerpo y la tierra enterrándose en sus patas. Se sacudió un poco y con lentitud salió de detrás de la roca.

Candy seguía de espaldas hacia él y este gruñó por lo bajo, pues nunca debía dar la espalda a un lobo, aun cuando este fuera su compañero. Ella giró lentamente al sentir cómo algo enorme se acercaba. Anthony era grande, aun en cuatro patas era más alto que Candy. Ella lo miró de patas a cabeza con detenimiento y Anthony no se movió, aunque estaba nervioso al saberse objeto de estudio de su perspicaz enfermera. Candy dio un paso al frente y estiró su mano hacia el hocico de Anthony, este le lamió la mano y ella rio, encantada por la sensación. Estaba tan embelesada observándolo que no había espacio para la duda o el miedo. Se movió unos cuantos pasos hacia un costado y Anthony la siguió con la mirada, sus ojos ya no eran azules, sino ámbar.

Candy volvió a estirar su mano para acariciar el costado de Anthony y este cerró los ojos, complacido por el gesto. Candy sonrió, pero no dijo nada y siguió acariciando su pelaje grueso y abundante. Anthony se sentó sobre sus patas traseras y agachó un poco la cabeza al notar que ella casi tenía que doblar el cuello para verlo a los ojos.

—Gracias— dijo Candy por lo bajo al notar el gesto y hundió más sus manos en el blanco pelaje del lobo. Le acarició el cuello y subió hasta las orejas. Anthony soltó un leve gruñido de conformidad que sólo amplió la sonrisa de Candy. —Eres hermoso— se sonrojó tan pronto como lo dijo —¿está bien que te llame así? — preguntó no muy segura de que fuera un adjetivo que le gustara a un hombre que tenía la maravillosa capacidad de transformar todo su cuerpo en un lobo genuino. Anthony agachó la cabeza y buscó la mano de Candy con el hocico. —Creo que es un sí— Anthony jugó con su mano como respuesta y ella rio por el húmedo contacto de su lengua contra su palma.

Anthony olfateó a Candy a la altura del estómago y con un muy leve movimiento la guió hasta su costado izquierdo. Candy se movió unos pasos sin perder el equilibrio ni dejar de acariciarlo. Le hizo una señal con la cabeza que ella no comprendió y él la repitió.

—¿Quieres que suba?— preguntó muy segura de que había entendido mal y un claro asentimiento de cabeza por parte de Anthony le dio la razón. Deslizó las patas delanteras hacia el frente hasta quedar acostado y a una altura adecuada para que Candy subiera a su lomo.

Candy se mordió el labio, la idea de montar un lobo era… nueva y, tras unos segundos de duda, lo hizo. Subió a horcajadas al lomo de Anthony y se sujetó con delicadeza a su pelaje, temerosa de lastimarlo. Anthony se levantó y sintió cómo Candy apretaba los muslos a sus costados para sujetarse bien. Él sabía que era una jinete excepcional, una verdadera amazona. Avanzó despacio para darle seguridad a Candy y después de dar un par de vueltas en medio del claro, tomó un rumbo diferente al interior del bosque, entre los árboles.

Candy nunca había montado en caballo a pelo, pero tampoco había montado nunca un lobo, así que la experiencia fue completamente nueva y emocionante. Anthony se movía con sumo cuidado para que ella no perdiera estabilidad y Candy hacía un gran trabajo manteniéndose firme desde la espalda, la pelvis y las piernas para no resbalar. Su agarre al pelaje de Anthony era suave y firme.

Durante el paseo, Candy prestaba más atención a los movimientos de Anthony que al paisaje mismo. Sus pasos eran firmes, seguros y su vista se movía en todas direcciones, como la de un rey que inspecciona la guardia real. Por un instante dudó que lo que estuviera viviendo fuera cierto; si era un sueño o un producto de su imaginación, no quería saberlo, sólo deseaba disfrutar cada segundo.

El rápido sonido del agua la sacó de sus pensamientos. Habían llegado al río que estaba en medio del bosque. Anthony detuvo su marcha y volvió a sentarse para que Candy bajara. Con un movimiento de cabeza le pidió que se acercara al río y ella así lo hizo. Se inclinó lo suficiente para poder meter las manos y sentir el correr del agua fresca.

—Está deliciosa— dijo mojándose hasta los codos. Anthony metió las patas delanteras y bebió. Candy hizo lo mismo con las manos y después de saciar su sed sonrió con la malicia de una niña traviesa. Hundió las manos en el agua y las agitó para mojar a Anthony; este parpadeó varias veces y pareció gruñir. Entonces él hundió la cabeza en el agua y al salir salpicó a Candy mucho más de lo que ella había hecho. Anthony salió deprisa del agua, antes de que la rubia pudiera reaccionar y mojarlo nuevamente, y se acostó sobre la hierba fresca.

La risa de Candy lo siguió y la joven se sentó a su lado. —Anthony— habló Candy —todo esto es maravilloso— él apoyó la cabeza en sus patas delanteras y disfrutó de la voz de su compañera. —He visto a los otros lobos de la manada transformarse, correr; incluso he visto "las señales" en Isaac y todos son increíbles, pero lo que tú me acabas de mostrar va más allá de todo eso. Tú, solo por ser tú, eres lo más milagroso y perfecto que he visto en mi vida— se acercó más a Anthony y este levantó la cabeza. Ella la tomó entre sus manos —te quiero, Anthony, te quiero tanto— dijo antes de besarle la frente.

Anthony estaba contento, Candy aún no podía leer las expresiones corporales de su forma lobuna, pero él estaba feliz. Tenía a su compañera a su lado, en su forma más natural, apreciando, reconociendo y aceptando cada parte de su ser. Incluso lo entendía con sus vagos gestos y le respondía como si lo dicho hubiera sido con palabras. Si de ahora en adelante tuviera que elegir entre los mejores recuerdos de su vida, sin duda elegiría este, en el que tenía a Candy a su lado, recostada en su cuerpo y acariciando su pelaje de lobo, porque la joven, después de declararle su cariño no había dudado en volver a abrazarlo y apoyar su cabeza en él, como cuando lo hacía en el despacho y Anthony jugaba con sus rizos.

La adrenalina en el cuerpo de Candy hizo que ella hablara todo el tiempo que permanecieron ahí. Le explicó a Anthony su fascinación por la naturaleza y le contó sobre la Segunda Colina de Pony en Londres, el único lugar natural que había hallado en esa ciudad para pasar el rato tranquila. También le contó que mientras estudiaba y trabajaba en Chicago nunca encontró un lugar natural que la relajara. Pero la verdadera Colina de Pony y ahora el bosque, el claro y el río eran los lugares más hermosos que había conocido y sí, en definitiva, de ahora en adelante, estos últimos serían sus favoritos.

Sí, deliberadamente había omitido Escocia y ciertos eventos de su pasado, pero porque si iba a hablar de eso con Anthony quería y debía hacerlo en su forma humana, donde hubiera oportunidad de tener una conversación.

Volvieron al claro de la misma forma en que llegaron. Candy montó el lomo de Anthony esta vez con más facilidad y seguridad. Al sentirla, Anthony aceleró un poco el paso y se atrevió a dar unos cuantos saltos.

Tan pronto como Anthony se detuvo en medio del claro, Candy bajó con cuidado y fue hasta el otro extremo de los árboles para que Anthony pudiera volver a su forma humana y a vestirse.

—Estoy listo— la voz humana de Anthony de repente sonaba diferente, no porque hubiera sufrido una transformación, sino que Candy, después de verlo como lobo, ya lo percibía de una manera diferente; más profunda, tal vez.

Candy recibió su forma humana con una amplia sonrisa y se arrojó a sus brazos. —¡Gracias, gracias, gracias!— dijo llenándole la cara de besos —no tengo palabras para describirte lo mucho que esto significó para mí— Anthony tampoco las tenía, aún estaba extasiado por la experiencia y lo único que por el momento logró hacer, fue abrazarla con fuerza y corresponder a los besos que ella deshinibidamente le daba. —¿No te lastimé? — preguntó pasando una mano por el cuello de Anthony y la otra por su espalda.

—Para nada— respondió Anthony —eres bastante ligera— dijo al momento en que nuevamente la cargaba en brazos y giraba con ella un par de veces en su propio eje. Se detuvo y capturó los labios de Candy con los suyos. Lentamente se inclinó hasta el suelo y depositó su cuerpo sobre la hierba, sin dejar de besarla. Candy lo rodeó del cuello y confió plenamente en sus movimientos. Sintió el suelo chocar contra su cuerpo y recargó la espalda, atrayendo siempre el cuerpo de Anthony hacia el suyo, correspondiendo cada beso y caricia que él le obsequiaba.

—Gracias por este momento— dijo Anthony entre besos, dejando que su cuerpo cubriera el de Candy.

Las manos de Anthony recorrían todo su cuerpo y cuando se detenían, apretaban su piel provocando que se uniera más al suyo, su boca invadía la de Candy y se sentía tan bien que ella no quería hacer otra cosa más que seguirle el ritmo. Se abrazó a él y sin saber cómo, logró desabotonar su camisa y meter la mano para acariciar su pecho. La piel de Anthony ardía y ella se emocionó ante la idea de ser quien provocaba ese calor. Anthony gruñó al sentir la mano de Candy y su cadera chocó contra la suya. Sintió su erección y un gemido involuntario salió de su garganta. Anthony liberó su boca y fue directamente hacia el cuello, y antes de que ella pudiera quejarse por el abandono, volvió a besarla. Se retorció bajo su cuerpo y enterró las manos en su cabello, presionándolo más hacia ella. La boca de Anthony en el cuello de Candy se sentía tan bien, como si ese fuera el lugar al que pertenecía. Lamió su piel y sintió sus dientes rozándole. Volvió a gemir, pero Anthony se detuvo abruptamente.

—Candy— dijo a media voz, ronco —esto no…— Candy liberó el abrazo y buscó la mirada de Anthony. Sus ojos se veían ámbar, como cuando su lobo estaba presente, pero eso no la asustó, estaba demasiado abrumada como para saber lo que sentía o para pensar correctamente. Lo que sí la asustó fue que Anthony se detuviera de esa manera tan repentina. Anthony notó la duda en ella y respiró profundo, inhalando su aroma y buscando autocontrol. —Te deseo, Candy— dijo acariciando la colorada mejilla de Candy —no sabes cuánto deseo hacerte mi compañera en toda la extensión de la palabra— ella frunció el ceño —pero antes debes saber más sobre lo que implica.

Anthony se enderezó y ayudó a Candy a hacer lo mismo, lo que ella agradeció, pues no tenía fuerza para moverse. Quedaron sentados uno junto al otro y Anthony la rodeó con sus brazos. Esperaron a regular sus cuerpos, mientras Anthony se disculpaba por lo que había pasado.

—¿Recuerdas la lección número uno de los lobos? — preguntó cuando ambos pudieron respirar un poco mejor. Candy asintió. —Solemos comunicarnos mucho por el contacto. Nuestro instinto, combinado con nuestros sentimientos, es más fuerte que… "los buenos modales", por decirlo de alguna manera—. Candy volvió a asentir. —Perdóname por haber llegado tan lejos hasta el punto que casi te marco.

El rostro de Candy se volvió un gran signo de interrogación.

—Cuando un lobo encuentra a su compañera le hace una marca para que todos los demás lobos sepan que esa mujer ya tiene una pareja— Candy se llevó instintivamente una mano al cuello y Anthony asintió —es una mordida en la que inyectamos una sustancia que, entre muchas otras cosas, aleja a cualquier otro lobo que tenga intenciones de…

—¿Ibas a marcarme hace un momento? —preguntó Candy sin poder evitar el miedo en su voz. Anthony lo notó y no pudo culparla, se trataba de algo demasiado extraño para una humana, por decir lo menos. —Como al ganado…

—¡No! — gritó Anthony —¡Dios, no, no se trata de eso! — se pasó las manos por el cabello y se levantó con rapidez. —Soy un idiota al explicarlo de esta manera. Sé que suena primitivo y salvaje, pero… —resopló —para nosotros es algo natural, no sé cómo explicarlo bien a una humana y sé que debí pensarlo cuando te hablé de ser mi compañera, pero creí que tendría tiempo. Estaba controlando bien mis impulsos, mi deseo por ti, pero hoy perdí el control. Lo siento, Candy, en verdad lo lamento.

Candy se levantó y escuchó cada palabra que Anthony decía, aunque no comprendía lo que significaba realmente eso de la marca. Sí que se oía como algo muy salvaje y violento. Se preguntó si le dolería, si eso significaba que ahora sería propiedad de Anthony, si perdería su libertad, su humanidad al someterse a esa práctica tan común y natural en los lobos.

—Creo que debemos hablarlo con calma— dijo Candy al fin —si nos calmamos, podrás explicarme mejor esto y yo…— dudó, ¿tendría la oportunidad de negarse o era un hecho irrevocable?, ¿era algo indispensable para estar al lado de Anthony? Tal vez no, porque si la marca alejaba a otros lobos, no había necesidad de hacerlo, pues quién querría tomar a una humana.

—Podrás decidir— completó Anthony como si ya escuchara los pensamientos de Candy —tienes razón, yo te lo explicaré como es debido. Lo juro. Lamento haber arruinado el día— agregó cuando Candy ya no dijo nada más y se perdió en sus pensamientos.

—Supongo que es bueno que te detuvieras— dijo forzando una sonrisa que sí, desalentó por completo a Anthony.

Anthony iba a decir algo más, pero el claro sonido de un disparo ahogó su voz e hizo eco en el bosque. Su instinto le hizo moverse hacia Candy y cubrirla con su cuerpo. Ella no replicó y buscó de dónde había venido el disparo. ¿Tenían armas en la manada? Un segundo disparo se escuchó y Anthony aguzó el oído, sabía de dónde provenía y se concentró para comunicarse con la patrulla oeste. Su rostro pasó de la duda a la confusión y la furia.

—Gabriel está herido— dijo en cuanto un tercer disparo ahuyentó a las aves.

Continuará...


Queridas lectoras

¡Feliz inicio de año!

Gracias por llegar hasta aquí.

Quiero aclarar algo sobre este capítulo y, es que traje a Annie sólo para deshacerme de ella; la verdad es que es mi personaje menos favorito de "los buenos" y la necesitaba fuera para que Candy pueda hacer su vida sin el lastre de su hermana adoptiva. Sobre Archie, no se preocupen, ya encontrará a quién amar de verdad. Coincido con un comentario anónimo que me dejaron respecto a que él no podría ser feliz con Annie, no importa cuántas veces lo piense, simplemente no me gusta y por eso la mandé lejos de Candy, (si hay alguna fan de la pelinegra, ofrezco disculpas).

Sobre la segunda parte del capítulo, espero que les haya gustado el paseo por el bosque, la verdad es que es una de mis escenas favoritas de lo que vamos de historia y disfruté mucho escribirla para ustedes, aunque no fue fácil, pero ese ya es otro cuento. En fin, espero que les haya agradado y, ya saben que todas las opiniones son bienvenidas.

Finalmente, sobre el final del episodio… bueno… seguimos avanzando con la historia.

Nos leemos el 25 de enero

Gracias en particular a:

María Jose M: Mil gracias por tu comentario lleno de palabras bonitas. Me alegra que te guste la historia. Me dejaste pensando sobre lo necesitados de amor que ambos están y creo que tienes mucha razón, de una u otra forma, Candy y Anthony son personajes solitarios que se complementan muy bien. Seguiré esforzándome para que no pierdas interés en la historia. ¡Saludos!

GeoMtzR: ¡Hola! Como siempre, un placer leer tus comentarios, gracias por tomarte el tiempo. ¿Qué te digo? A Candy ya sólo le faltan las escrituras de la casa para ser la líder de la manada jaja y sí, poco a poco se vuelve uno de ellos. Sobre Gabriel y Archie pues… ya vamos viendo qué pasa. ¡Cuídate mucho y gracias nuevamente!

Mayely Leon: ¡Feliz año para ti también! Gracias por tu tiempo.

Cla1969: ¡Hola! Tus palabras me llegaron al corazón, espero que la historia siga siendo de tu agrado y me cuentes qué te gusta y qué no de su desarrollo. Te mando un fuerte abrazo.

Gracias a quienes comentan de forma anónima.