Abraza la manada
12
Canto de sirena
Primera parte
Anthony y Candy llegaron a la zona oeste del bosque en cuestión de minutos. En el lugar ya había tres miembros de la manada, dos buscaban señales del tirador y el tercero contenía la hemorragia que Gabriel tenía en el costado izquierdo.
—¡Qué pasó! — gritó Anthony arrojándose al piso para revisar a Gabriel. Estaba en su forma de lobo y los aullidos de dolor no dejaban oír a Candy quien, tan pronto como llegaron, también se arrodilló ante el cuerpo de Gabriel para revisarlo.
—Estaba haciendo su rondín—, contestó Charles —yo estaba en el puesto de vigía. Vine en cuanto oí el primer disparo y lo encontré así—. Charles seguía haciendo presión —¡resiste, amigo! No sé por qué no la saca— rugió —la bala ya debería haber salido.
—Charles tiene razón—, otro de los cambiantes se acercó corriendo —el cuerpo de Gabriel ya debería haber expulsado por sí solo la bala.
Anthony sostenía en sus piernas la cabeza de Gabriel y parecía no oír lo que los otros decían pues estaba concentrado oyendo los pensamientos de su amigo.
—No es una bala común— dijo Anthony al fin y todos voltearon a verlo.
—Es de plata— afirmaron Candy, Charles y los otros cambiantes a coro.
Candy tragó saliva, había leído algo en los libros sobre cómo la plata dañaba el cuerpo de los cambiantes si esta traspasaba su piel. La plata podía dejar terribles cicatrices o destrozar los órganos al envenenarlos.
—¡Gabriel, escúchame! — los ojos de Gabriel se concentraron en Candy, pero con mucho trabajo pues el dolor era insoportable y estaba perdiendo el control de su forma. —¡No te transformes! — gritó —¡¿Me escuchaste?! ¡no te transformes!
—¡Está perdiendo el control! — gritó Charles —no podrá.
—Debe hacerlo— la voz de Anthony era una orden —No te transformes, Gabriel— el lobo aulló otra vez y cerró los ojos, concentrando la poca energía que le quedaba para mantener su forma.
—Si vuelve a su forma humana las balas se moverán en el proceso y no podré sacarlas— explicó Candy —Anthony, dame tu chaleco— pidió, y este obedeció. Candy lo usó para seguir conteniendo la hemorragia. Tenía las manos manchadas de sangre y su ropa también empezaba a pintarse de rojo. —No podemos arriesgarnos a moverlo, necesito sacar aquí mismo las balas, son dos— sentenció y todos hicieron una mueca de angustia, su amigo tenía una doble dosis de veneno en su sistema, ¿cómo se suponía que saldría de eso? —Necesito que me traigan de la enfermería todo lo que hay en el cajón superior derecho del estante de metal— ordenó a Charles —agua, toda la que puedan, y alcohol.
—Hay en el puesto de vigía— dijo el otro cambiante y corrió por lo que se le pedía.
—También traigan la camilla— siguió Candy —para moverlo después.
Charles pasó el mensaje a través del enlace mental, sería más rápido que ir en persona.
—Lucille ya trae todo— informó después de unos cuantos segundos y los minutos que tuvieron que esperar fueron eternos para todos, pero finalmente Lucille, una loba pelirroja, acompañada de otra morena, Marianne, trajo todo el instrumental necesario y Candy empezó a dar órdenes a Charles y Marianne para que la ayudaran.
Desinfectaron sus manos y el instrumental con alcohol, Marianne sostendría de las patas a Gabriel para que no se moviera y Anthony, de la cabeza. Charles asistiría a Candy. Lucille, por instrucciones de Anthony, se unió a los otros cambiantes para seguir buscando al tirador.
—¡Quiero a ese cabrón, y pronto! — ordenó Anthony y, tras un asentimiento, Lucille echó a correr en medio del bosque para buscar un rastro.
La primera bala salió con cierta facilidad, se había incrustado al fémur de la pata izquierda sin llegar a fracturarla, pero Gabriel no podría caminar en varios días. Charles vendó la herida, siguiendo siempre las indicaciones de Candy. La segunda bala estaba en el hígado y en esa la enfermera tardó más tiempo para poder sacarla. La sangre impedía una maniobra limpia y los movimientos erráticos de Gabriel sacudían la mano de Candy, sobre todo cuando recuperaba parcialmente la conciencia y se sacudía del dolor.
—Resiste un poco más— decía Anthony en esos instantes.
Al fin, Candy pudo extraer la bala y detener la hemorragia. Cosió la herida y la vendó. Revisó los signos vitales de Gabriel. —Ya podemos dejarlo dormir— dijo —lo pondremos en la camilla para llevarlo a la enfermería. Charles, ponte de aquel lado— ordenó y entre los cuatro pusieron al lobo herido en la camilla. —Hay que llevarlo con cuidado, es demasiado pequeña para él, pero no hay otra manera de moverlo.
Anthony, Marianne y Charles se organizaron para transportar a Gabriel con suma precaución. Candy guardó todo el instrumental y les siguió el paso que era lento y cuidadoso. Llegaron a la entrada de la casa, donde ya todos sabían lo que había ocurrido y despejaron el camino para que llevaran a Gabriel a la enfermería. No era la manera en la que querían inaugurarla, pero Candy pidió que juntaran las dos camas para que el enorme cuerpo del lobo cupiera.
—Esperemos a que despierte y pueda volver a su forma humana— dijo Candy a Anthony cuando Gabriel ya estaba acomodado.
—¿Estará bien? — preguntó Anthony, preocupado; su temple de jefe sereno lo había abandonado tan pronto como se quedaron solos.
—Yo espero que sí— contestó Candy —de todas maneras, necesito que vayan a la botica y traigan estos medicamentos— fue hasta el escritorio y anotó una lista de combinaciones que servirían como analgésicos y antibióticos. —Se los administraré cuando despierte.
—Mandaré a alguien en seguida— asintió Anthony y llamó a alguien a través del enlace mental y casi inmediatamente llamaron a la puerta. Ian apareció y recibió la orden de ir por los medicamentos.
Anthony se dejó caer en una silla que estaba al pie de las camas, apoyó los codos en sus piernas y se pasó las manos por el cabello. Candy vio cómo tenía la cabeza gacha, estaba preocupado, cansado y asustado. Ella se acercó a él y, colocándose en medio de sus piernas, lo abrazó.
—Ya pasó— le dijo en voz baja —haremos todo para que se recupere— Anthony la miró y le rodeó la cintura con sus brazos, apoyando la cabeza en su pecho, intentaba calmarse, pero estaba muy alterado y Candy sentía cómo apretaba los puños en su espalda —creo que actuamos rápido, sólo debemos esperar a que despierte y nos diga cómo se siente. Ten confianza.
Anthony no dijo nada y la abrazó con fuerza. Candy contuvo un par de lágrimas y acarició el cabello de Anthony. No había nada que pudiera decirle para tranquilizarlo, pues era su mejor amigo el que estaba inconsciente, tendido en la cama.
Anthony hizo que Candy se sentara en sus piernas y siguió abrazándola, sin decir una sola palabra. Estuvieron así un rato, hasta que nuevamente llamaron a la puerta.
—Es mi tío— dijo Anthony —¡pasa! — dijo en voz alta y Víctor entró. Su cara no era diferente a la de Anthony y Candy. Buscó con la mirada a Gabriel y la preocupación se intensificó en su rostro. Desde que ambos chicos habían llegado a la manada, Gabriel se había vuelto un hijo para Víctor, él mismo había continuado el entrenamiento del joven y, en muchas ocasiones, este le había confiado sus pensamientos y la soledad que sentía cuando pensaba en sus padres y la rabia que lo embargaba cuando recordaba cómo habían muerto.
—Lucille encontró un rastro— informó, y el rostro de Anthony se tornó serio. Se levantó con brusquedad de la silla y salió de la enfermería sin decir nada. Candy iba a seguirlo, pero Ian apareció con el paquete de medicinas.
—Fuiste rápido— dijo Candy solo por decir algo que aligerara el ambiente.
—Lo que sea por ese loco— respondió Ian con afecto señalando a Gabriel, pero su ceño se frunció al verlo inconsciente —¿cómo está?
—Sacamos las balas y cerramos las heridas— contestó —hay que esperar. Le pondré estos analgésicos en cuanto despierte.
—¿Te molesta si me quedo un rato? — preguntó Ian.
—Te lo iba a pedir, si despierta, no sé cómo comunicarme con él.
Ian asintió y se sentó al lado de la cama de Gabriel mientras Candy preparaba los medicamentos. Las siguientes horas fueron eternas. Gabriel seguía inconsciente, pero estable, por lo que Candy podía ver. Ian se quedó a su lado, esperando. Marianne, la loba que había ayudado a Candy, entró con ropa limpia para ella.
—Creemos que estos son de tu talla— dijo la mujer tendiéndole un vestido blanco con una pretina azul turquesa —me puedes dar tu ropa para desmancharla— agregó señalando la falda de Candy, cubierta de sangre.
—Gracias— respondió Candy y fue hasta la habitación contigua de la enfermería, la que sería su consultorio, para cambiarse. El vestido le quedaba bien. Le dio su ropa a Marianne y ella salió en silencio, después de ver a Gabriel. Era angustiante ver a uno de los suyos así y era todavía más desgarrador para Candy ver cómo todos sufrían por lo que le pasaba a un solo miembro de la manada.
Minutos después entró Astrid, llevaba en las manos una bandeja de comida para Candy —No has comido nada y ya es muy tarde— dijo con maternal preocupación.
—Creo que no tengo hambre— negó con la cabeza al ver un plato de sopa y un trozo de pan.
—Lo sé, pero debes comer— contestó Astrid —has hecho mucho hoy y debes cuidarte— puso la bandeja en el escritorio y jaló a Candy hasta que la sentó frente a la mesa —si tú no lo haces, nosotros te cuidaremos— le guiñó el ojo y la animó a comer. Candy obedeció y su estómago agradeció el alimento.
—¿Ya saben quién fue? — preguntó Candy mientras comía.
Astrid se mostró nerviosa y Candy lo notó.
—Seguimos buscando— contestó.
—Víctor dijo que había un rastro y Anthony salió de prisa— contó Candy —ya saben algo, ¿verdad?
Ian entró al consultorio.
—Está despertando— informó desde el marco de la puerta y volvió al lado de Gabriel. Astrid y Candy fueron también hasta él.
El lobo estaba desorientado, pero con los ojos bien abiertos. Movió las extremidades y se quejó del dolor. Ian ya estaba a su lado y le decía en voz alta que no se moviera.
—Gabriel— dijo Candy al lado de su cama —¿me escuchas? — preguntó y miró a Ian para que le sirviera de intérprete.
—Sí— contestó Ian.
—Bien— asintió Candy —necesito que te concentres y nos digas si crees poder volver a tu forma humana.
—No está seguro— contestó Ian —el dolor no lo deja concentrarse y teme que la herida se abra…
—Eso no pasará— lo calmó Candy y empezó a quitar la venda que cubría su costado —la hemos cerrado bien y tu propio cuerpo ha empezado a sanar, pero no te apures. Vuelve cuando te sientas seguro— Gabriel fijaba la mirada en Candy —en cuanto lo hagas te daré medicamento para el dolor y combatir la plata.
Los ojos de Gabriel, Astrid e Ian se abrieron llenos de pánico. Era urgente que le administrara el antídoto, pero el material médico que tenía Candy no traspasaría la piel del lobo.
—Lo intentará ahora— tradujo Ian y Candy quitó la venda que Gabriel tenía en la pata. Buscó deprisa más material de curación y lo preparó para usarlo en cuanto Gabriel fuera humano. Astrid la ayudó buscando ropa del estante.
Una vez humano, Ian ayudó a Gabriel a ponerse la ropa y a recostarse.
—¿Cómo te sientes? — preguntó Candy mientras administraba un suero intravenoso con el antídoto y los analgésicos.
—Raro— respondió Gabriel con la garganta seca —tengo dormido todo el torso.
—Astrid—, dijo Candy —sírvele agua, por favor— la loba obedeció y Gabriel bebió de un trago el vaso de agua. —Te haré una curación— dijo después de que terminó un segundo vaso. Revisó la herida más grave, la del hígado y tuvo que volver a coser. —Te pondré una férula en la pierna.
—No me duele— replicó Gabriel con un quejido cuando Candy terminó la curación del torso.
—No importa, debemos hacerlo— contestó Candy con voz de mando, firme y a la vez gentil. Pidió ayuda de Astrid y esta obedeció a todas sus instrucciones, aunque era Candy quien hacía todo el trabajo.
El medicamento empezó a surtir efecto y Gabriel empezó a dormitar. Lo acomodaron en una sola cama y lo dejaron dormir.
—Candy—, dijo Ian en voz baja —la plata…
—Es lo que tiene dormido su cuerpo— afirmó Candy, sabiendo lo que le preguntarían —pero no parece haber mucha en su sistema, no habría respondido tan cuerdo ni tiene síntomas graves de envenenamiento— agregó —de todas maneras, lo vigilaré bien— prometió y la pareja asintió, conforme con la respuesta, pero todavía preocupada.
Astrid relevó la vigía de Ian y se quedó con Candy, al lado de Gabriel.
—El rancho está bien custodiado— informó Lucille a Anthony en su despacho, junto con Víctor y los otros dos cambiantes que habían seguido el rastro —al parecer el chico se lesionó con el arma.
Anthony escuchó el reporte, el nombre del tirador, el lugar donde vivía y dónde había estado los últimos días, lo que no acababa de comprender era cómo y para qué consiguió balas de plata.
—Podríamos entrar— agregó otro de los rastreadores, su nombre era Aaron —Lydia se quedó vigilando el terreno y está buscando una manera de entrar sin que la noten.
—Sigan vigilando— ordenó —quiero saber quién lo visita y si hay manera de saber cómo consiguió las balas de plata— miró a Aaron y este asintió —Derek—, dijo al otro rastreador —te daré las balas para que investigues de dónde vinieron— el aludido asintió. —Por ahora, nada de esto sale de aquí, no hasta que sepamos cómo actuaremos— ordenó y todos asintieron —quiero que ese cabrón pague por lo que hizo, pero debemos ser cuidadosos, es un humano y ya bastante tenemos con el robo reciente de ganado, como para que nos empiecen a cazar.
—Sí, jefe— dijeron a coro.
—¿Cómo está Gabriel? — preguntó Aaron.
—Seguía inconsciente cuando lo dejé— contestó Anthony —Ian y Candy están con él.
—¿Qué tanto lo dañó el veneno? — cuestionó Derek.
—No lo sé— Anthony se levantó de su silla y los demás lo imitaron —sigan investigando y redoblen las patrullas. Tío, encárgate de eso, yo voy a ver a Gabriel.
Lucille, Derek y Aaron salieron de la casa y se organizaron para investigar todos los movimientos pasados del tirador, sus rutinas y conocidos. A la vigilancia de su casa se uniría Lucille, mientras que los otros dos irían al pueblo. Uno a rastrear las balas, en cuanto Anthony se las diera, y el otro, a investigar todo en la vida del agresor. Víctor cumplió con reforzar las patrullas y limitó las actividades a un reducido radio, donde todos estuvieran a salvo. Las actividades de los cachorros y adolescentes fueron limitadas al interior de la casa
Anthony volvió a la enfermería después de dar un corto mensaje en el comedor a los miembros de la manada, donde les dijo que estaban rastreando a quien había herido a Gabriel y que respetaran el perímetro señalado por Víctor.
—No se trata de tener miedo— los calmó —sólo es por precaución hasta que sepamos quién hizo esto y por qué.
Tan pronto como entró a la enfermería, Candy le preguntó si ya sabía quién era el tirador.
—No— contestó tajante —¿cómo está? — entró hasta el fondo de la enfermería donde estaba Gabriel y se asombró de verlo en su forma humana —¿cuándo volvió?, ¿cómo está? — preguntó con impaciencia mientras observaba el suero que tenía conectado a la vena.
—Se transformó hace una hora, más o menos— dijo Candy viendo el reloj. Ya era tarde, pero no le importó —está estable, el veneno que entró en su cuerpo fue poco y el antídoto está surtiendo efecto.
—¿Las heridas están sanando?
—Sí— Candy le explicó que la herida del costado era grande, pero ya había empezado a sanar por sí sola y que la de la pierna necesitaba la férula, al menos unos días —se rehúsa a tenerla puesta, pero le ayudará a sanar aún más rápido.
—La usará— afirmó Anthony. Si tenía que ordenárselo, lo haría; todo con tal de que se recuperara.
—Me quedaré esta noche a vigilarlo— dijo Candy cuando notó que Anthony estaba absorto en sus pensamientos, con la mirada fija en su amigo, pero perdida. Él salió de su trance y la miró con el ceño fruncido. —Sólo necesito que alguien envíe esta nota a casa—. La enfermera fue hasta su escritorio y volvió con un sobre; era una breve nota para las directoras del Hogar de Pony en la que les decía que esa noche no volvería a casa porque estaba atendiendo una emergencia en el Aserradero Clinton. La había escrito horas atrás.
—¿Segura? — preguntó Anthony y ella asintió —haré que la envíen— tomó el sobre y miró a su alrededor. Astrid estaba en la otra habitación. —¿Me puedes dar las balas que sacaste?
Candy no supo para qué, pero obedeció.
—Gracias. Astrid—, la llamó —dáselas a Derek, él sabe qué hacer y que entregue esta nota en el Hogar de Pony.
El ambiente era tenso y no era para menos. Todos en la casa estaban enojados por el ataque; nerviosos por la incertidumbre y preocupados por la salud de Gabriel. Candy sentía todo eso y también estaba asustada, ¿cómo era posible que alguien descubriera a la manada y los atacara?, ¿habría sido culpa de ella?, ¿había Candy llamado la atención de alguien al entrar y salir con tanta frecuencia del bosque?, ¿habría más personas dispuestas a matar a los cambiantes?, ¿Anthony estaba en peligro?
Sintió pánico. Candy fue hasta donde Anthony estaba parado y lo abrazó por la espalda. Se dijo que debía ser valiente si iba a entrar a su mundo, pero la idea de que él corriera peligro, de que lo perdiera nuevamente, y esta vez, para siempre, la embargó con tanta fuerza que no pudo contener el llanto.
—¡Ey, qué pasa! — Anthony giró y la abrazó, atrayéndola hacia su cuerpo; una mano se detuvo en su espalda y la otra se enredó en sus rizos. Él sabía lo que pasaba, estaba asustada, exhausta y todo lo que había pasado en el día le estaba cobrando factura. Le besó la cabeza y la dejó sollozar en su pecho. De alguna manera, las lágrimas liberadoras de Candy le servían a él para que también se desahogara.
—Anthony—, murmuró Candy entre sollozos —estás en peligro, ¿verdad? — levantó la cara y a Anthony se le partió el corazón verla tan asustada —¿todos lo están?
—Escúchame bien, Candy— tomó su lloroso rostro entre sus manos y le besó las mejillas —no dejaré que nada, óyeme bien, que nada te pase, ni a ti ni a la manada. Mi trabajo, mi propósito en la vida es cuidar de todos ustedes, y a ti nunca, nadie te hará daño.
—No hablo de mí, Anthony— refutó Candy apretando sus manos en torno a los brazos de Anthony —hablo de ti, tú y los demás corren peligro si hay personas con plata y quién sabe qué más para dañarlos.
—Lo que pasó no fue un asedio, ni una batalla— contestó Anthony esbozando una media sonrisa que estaba muy lejos de ser genuina —fue un solo hecho y nos estamos ocupando de ello.
—¿En serio no saben quién fue? — volvió a preguntar Candy —escuché que Lucille tenía un rastro y sé que ella es una de tus mejores rastreadoras.
—¡Mírate nada más! — Anthony acarició nuevamente las mejillas de Candy, limpiando sus lágrimas —memorizando los nombres y habilidades de la manada —Candy sonrió de medio lado, pero, igual que el de él, su gesto no era genuino —sí hallamos un rastro, pero…— dudó —todavía no sabemos de quién se trata.
—¿Qué harás cuando lo encuentren? — cuestionó y Anthony se tensó tanto que Candy pudo notarlo. Se separó un poco de él y con la mirada fija en su rostro y atenta a cualquier gesto, esperó la respuesta.
—Lo que tenga que hacer—. La respuesta no era esclarecedora ni tranquilizadora y el tono seco y cortante con el que Anthony respondió, tampoco ayudaron a tranquilizar a Candy.
—¿Eso qué significa? — volvió a preguntar.
Gabriel se removió en la cama y empezó a toser, lo que llamó inmediatamente la atención de ambos rubios. Candy se movió con rapidez a un costado de la cama y lo dejó toser un poco antes de darle agua, después revisó sus signos vitales. Tenía fiebre y casi no había abierto los ojos, lo que puso ansioso a Anthony, pero no era grave y Candy lo tranquilizó al hacerlo ayudar.
—Mueve el biombo hacia acá, aislaremos el ruido y el sonido para que descanse— ordenó y Anthony obedeció. Le pidió correr las cortinas y traer una manta extra para el paciente. Anthony trajo una más y la dejó en el respaldo de la silla.
Era de noche cuando Derek volvió a casa y le avisó a Candy que había entregado su carta. La había recibido la señorita Pony y, aunque no había dicho nada frente a este, más que "gracias", sí escuchó cómo la leía en voz alta para que la monja la escuchara. Ambas se preocuparon, pero no dudaron de la legitimidad de la nota y de las palabras tranquilizadoras de Candy diciendo que volvería al día siguiente.
—Gracias por entregarla— Candy sonrió y Derek salió de la enfermería.
La noche había caído por completo y la única actividad que había era el patrullaje y la guardia de Candy.
—Es hora de apagar la luz— dijo Candy mirando el reloj —dejémoslo dormir más cómodo.
—De acuerdo— dijo Anthony y fue a sentarse a la cama contigua a la de Gabriel.
—Espera, ¿qué haces?
—Me quedaré con ustedes— respondió Anthony aflojando su camisa.
—No es necesario, puedo cuidarlo sola, sé hacerlo.
—Sé que sabes, pero quiero quedarme contigo. Prometo no estorbar— Anthony levantó su mano en señal de promesa y esperó a que Candy aceptara que se quedara toda la noche.
—Está bien, pero intenta dormir—, ordenó —yo vigilaré.
—Sí, jefa— contestó con voz divertida. Ya estaba un poco más tranquilo por la salud de su amigo y confiaba en sus lobos, que estaban investigando el ataque. A esto se sumaba el hecho de que la presencia de Candy lo tranquilizaba.
Candy negó con la cabeza y fue hasta su escritorio. Hizo unas anotaciones sobre lo que había aprendido durante el día de la biología lobuna y volvió unos minutos después. Bajó la intensidad de las lámparas de gas y se aseguró de que el biombo que cubría la cama de Gabriel oscureciera lo suficiente y que, al mismo tiempo, ella pudiera vigilarlo.
Anthony recargó su cabeza en la pared y observó cada movimiento de la enfermera. Cuando terminó de dar de vueltas haciendo mil cosas, le tendió la mano y ella se sentó a su lado.
—No te he dado las gracias por todo lo que has hecho hoy— le dijo al oído mientras pasaba un brazo por los hombros de ella. Candy se acomodó en su abrazo y apoyó la cabeza en su pecho. Anthony le besó la sien. —Gracias.
Candy asintió y entrelazó su mano izquierda con la de Anthony. —Será mejor que descanses— le dijo por lo bajo —ha sido un largo día.
—Tú también— añadió Anthony.
Relajaron sus cuerpos e intentaron descansar, pero ninguno de los dos se durmió. Candy no podía hacerlo, como enfermera, sabía velar en el turno nocturno y combatió el sueño; por su parte, Anthony, a pesar de estar un poco más tranquilo, tampoco pudo dormir.
—Ven— dijo Candy de pronto, cuando notó que Anthony no dormiría. Hizo que se levantara de la cama y lo llevó hasta su escritorio, le señaló la silla y él se sentó. Candy se colocó detrás de él e inició un cálido y necesario masaje en los hombros de Anthony. Él cerró los ojos de inmediato ante el contacto y recargó la cabeza en el pecho de Candy.
Sus músculos estaban tensos y Candy usó toda la fuerza de sus manos para deshacer los nudos de sus hombros, cuello y parte de la espalda. Leves gruñidos salían del pecho de Anthony cuando sentía liberar toda su tensión y, por unos minutos relajó todo su cuerpo en los brazos de Candy.
—¿Mejor? — preguntó ella cuando Anthony tenía los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás. Él asintió y sonrió ligeramente. Candy le besó la frente y continuó su masaje en sus sienes. Volvió a gruñir. —¿Te lastimé? —Anthony negó con la cabeza y abrió los ojos, tomó las manos de ella entre las suyas y le besó las palmas. Tiró de Candy para quedar de frente y la sentó en su regazo; ella empezaba a notar que le encantaba tenerla ahí y lo abrazó a la altura del cuello. A ella también le gustaba esa posición.
—Te amo, Candy— dijo Anthony en su oído y ella se estremeció, la besó lentamente y se quedaron abrazados un buen rato.
—Y yo a ti— contestó Candy.
Anthony respiró profundo y empezó a hablar sin que Candy preguntara nada…
—Conocí a Gabriel unos tres meses después del accidente con el caballo. Me estaba volviendo loco al no entender por qué me convertía en un lobo hasta que él me encontró — Candy aflojó el abrazo para mirarlo a la cara. — Casi nos matamos al conocernos — sonrió con nostalgia. — Ambos estábamos convertidos, yo creí que había aprendido a controlar mis sentidos; identificaba ya los sonidos de los animales, los olores y sabía huir de los pocos humanos que atravesaban el bosque — se rascó el cuello y buscó más a fondo en su memoria. —Pero me volví loco cuando percibí un olor diferente, el suyo, por instinto me puse a la defensiva; él también me olió, pero al saber todo de los cambiantes, no me consideró una gran amenaza y me rastreó. Él sí que sabía moverse, controlar sus sentidos, conocer el entorno y me tomó por sorpresa — dijo con la admiración de un hermano menor —. Lo ataqué y me sometió en un segundo, pero en cuanto pude levantarme lo ataqué con todo lo que tenía y lo derribé. Ahora que lo pienso, debió ser una pelea ridícula, la de un experto contra un novato. Al final, él ganó y cuando me tuvo realmente en el suelo, lamiéndome las heridas, se transformó.
Candy sonreía ante la anécdota. Desde hacía mucho tiempo quería saber cómo se habían conocido Anthony y Gabriel, sólo que no imaginó conocer la historia en un momento como ese.
—¿Qué pasó después? — preguntó.
—Me trató con respeto y cuidó de mí hasta que las heridas que me hizo sanaron y pude volver a mi forma humana — respondió Anthony. —Me llevó a su casa, me alimentó y me dio ropa. Cuando pude hablar, escuchó mi historia y, como yo no sabía absolutamente nada de los cambiantes, me explicó que era una herencia genética y que en el mundo había miles como nosotros, que la mayoría vive en manadas y que variaban de tamaño; algunos otros son solitarios y entre ellos están los más peligrosos.
Anthony frunció el ceño al explicar esto.
—Los lobos solitarios no tienen sentido de lealtad, hacen lo que tienen que hacer para sobrevivir y el único cuidado que tienen es no dejarse ver por los humanos; aparte de eso, son salvajes, violentos. Muchos los despreciamos, pero otros, como Gabriel, realmente los odian porque uno de ellos atacó a su manada y mató a sus padres.
A Candy se le hizo un nudo en el estómago al saber eso y recordó la breve conversación que había tenido con Gabriel sobre sus padres.
—Ellos tres eran la manada entera, se dedicaban a la cría de caballos y tenían un pequeño rancho — explicó Anthony. — Cuando sus padres murieron, Gabriel se quedó en el rancho con la esperanza de poder seguir criando caballos, pero era un chico, igual que yo, y no podía hacerse cargo de todo, menos de la parte legal, la humana.
—Debió ser muy difícil hacerse cargo de todo — afirmó Candy con pesar. Anthony asintió vagamente.
—El día que nos conocimos, él estaba dispuesto a irse. Tenía todo preparado. Había vendido hasta el último caballo que todavía le quedaba, pagó las deudas que tenía y, como no podía reclamar la propiedad por ser menor de edad, tomó la dura decisión de dejarlo perder. Solamente se iría y nunca volvería. Encontrarnos en el bosque fue un golpe de suerte para mí porque ese era su último recorrido antes de irse.
Anthony resopló.
—En resumen, éramos dos jóvenes cambiantes solos y perdidos, atorados entre el mundo humano y el cambiante. Me sugirió volver con los Andley, después de todo, eran mi familia, pero yo estaba aterrado del daño que podía hacerles si no controlaba mis transformaciones y aunque él me aseguraba que con el tiempo aprendería, yo me negué —. Candy bajó la mirada, preguntándose qué habría pasado si Anthony hubiera vuelto en ese momento. —Me ofreció llevarme a una manada para que aprendiera lo necesario y, con suerte, podríamos quedarnos; así que días después, nos fuimos a buscar una.
—Así llegaron aquí — afirmó Candy, pero Anthony negó con la cabeza y sonrió.
—Tardamos mucho más en llegar aquí. Con el dinero que él tenía sobrevivimos un tiempo, podíamos pasar el día en los pueblos, en medio de los humanos y, cuando yo sentía que estaba por transformarme, huíamos al bosque o a la zona natural que tuviéramos cerca, pradera, montaña, incluso un viejo granero en algún rancho. Nuestro plan era llegar a la manada de Indiana, pero en el camino nos topamos con… ciertas personas que conocían nuestra especie y se ofrecieron a ayudarnos. Nos llevaron a una casa a las afueras del condado en que estábamos y nos robaron el dinero de Gabriel después de drogarnos y abandonarnos en medio de la pradera.
Los ojos verdes de Candy se abrieron por el asombro. —¿Qué hicieron? — preguntó llena de intriga mientras se reacomodaba en los brazos de Anthony.
—Pasamos los siguientes meses en los bosques. Gabriel me dio mi primer entrenamiento en esa temporada. Me enseñó a pelear, a rastrear y empecé a controlar realmente mis transformaciones. Comíamos lo que cazábamos, pero empezamos a llamar la atención de los humanos y tuvimos que desviarnos de nuestro camino para que no nos rastrearan, aunque no lo hicimos muy bien porque nos encontraron.
Los ojos de Anthony se nublaron, pero unos cuantos rápidos parpadeos los despejaron. Jugó con los dedos de Candy entre los suyos y continuó.
—Mi tío Víctor nos encontró y nos trajo aquí. Nos adoptó como a sus hijos. Entrenó a Gabriel en persona y yo me fui con los novatos. Nos ayudó a sanar a los dos. A mí me tranquilizó al explicarme de dónde venía mi herencia y lo que significaba que yo hubiera vuelto a la manada. A Gabriel lo ayudó al cazar al lobo que había matado a sus padres, se fueron dos meses y cuando regresaron, no volvieron a hablar del tema. Mi tío también recuperó el rancho de Gabriel y él decidió venderlo. Juramos nuestra lealtad a la manada y desde entonces no me lo quito de encima.
La nostálgica sonrisa de Anthony hizo que Candy derramara unas cuantas lágrimas que fueron recogidas por los dedos de él.
—Han pasado muchas cosas juntos — dijo Candy —no me extraña que se lleven tan bien.
—Es un hermano para mí —afirmó Anthony —sin él, yo estaría perdido y ahora si algo le pasa…
—No pienses eso — lo detuvo Candy con voz firme y poniendo sus manos en los hombros de Anthony para llamar su atención —Gabriel estará bien — afirmó Candy con la seguridad de quien conoce la hora exacta del alba y el anochecer.
Volvieron al lado de Gabriel y después de que Candy hiciera una revisión, volvieron a acostarse en la cama contigua. Anthony extendió una frazada que los cubriera a ambos y siguieron su guardia.
La noche no había sido tan mala como Candy esperaba. Gabriel descansó, a pesar de tener un par de heridas recientes de bala de plata, haber perdido sangre, sufrir envenenamiento por plata, y presentar fiebre, había pasado una "buena noche". No despertó más que dos veces para beber agua, aunque tenía el suero intravenoso, sentía la boca seca, gracias al veneno. La enfermera registró sus signos en la bitácora, revisó el goteo del suero y el paso de los medicamentos. Anthony insistía en hablarle y eso estaba bien, le servía al herido para saber que estaban a su lado y le servía a Anthony para calmar un poco la preocupación que sentía por su amigo. Candy no tuvo duda de que, si Stear y Archie hubieran tenido el mismo gen que Anthony su relación habría sido todavía más fuerte de lo que había sido como humanos.
A las seis de la mañana, Anthony despertó de una siesta de treinta minutos. Estrechó a Candy en sus brazos sin abrir los ojos, seguía dormido, pero en un instante despertó por completo y le sonrió cuando descubrió que lo miraba a través de sus pestañas, con la cabeza levantada ligeramente hacia él. Su cuerpo era resistente, no cabía duda, pero la falta de sueño le pasaba factura a cualquiera y él tenía unas enormes ojeras y la rubia juraría que estaba hasta pálido. Le habría encantado mandarlo a su habitación a dormir al menos dos horas, pero ella sabía que no lo haría.
—¿Dormiste algo? — preguntó con la voz ronca, se la aclaró y se estiró tanto como pudo, pero sin dejar de abrazarla con el brazo izquierdo.
—No hizo falta— le respondió mientras le daba un poco de espacio para desperezarse —estoy bien— la miró con el ceño fruncido y Candy supo que estaba tan preocupado por su desvelo, como ella por el de él —nada que un café no ayude a resolver.
—Te lo traeré— dijo con rapidez y se levantó de la cama. Miró a Gabriel.
—Está mejor— dijo Candy antes de que hiciera la pregunta. Anthony sonrió ligeramente y asintió. Salió de la enfermería después de doblar la manta que cubrió sus piernas durante la noche y de besarla en la frente.
Candy tomó la temperatura y presión de Gabriel; estaba bien. Respiró aliviada, como si hubiera contenido el aire en sus pulmones desde que extrajo las balas de su cuerpo. Se dio cuenta de que era la primera vez que estaba completamente sola con su paciente.
—Recupérate, por favor— le dijo al oído.
Se lavó la cara y acomodó el cabello lo mejor que pudo mientras Anthony volvía. Un enorme bostezo salió de su boca y se estiró suplicándole a su cuerpo que resistiera. Estaba cansada, no podía negarlo, pero tampoco quería que se notara. Era una cuestión de orgullo humano frente a los lobos.
Minutos después entró Astrid con una taza de café y un desayuno que hicieron efecto inmediato para recuperar energía. Astrid dijo a Candy que comiera despacio, mientras ella vigilaba a Gabriel y lo intentó, pero en menos de diez minutos ya había vaciado el plato de fruta, el omelette y el café, así que volvió al lado de Astrid.
—¿Cómo está Isaac? — preguntó sentándose al lado de Astrid, en la cama.
—¡Oh! Está muy bien— respondió contenta. Hablar de sus hijos hacía que le brillaran los ojos —creo que te extraña— la miró levantando las cejas un par de veces y Candy sonrió.
—Iré a verlo.
—¡Perfecto! — asintió contenta.
—¿Ya saben algo? — preguntó sin resistir las ganas de saber quién había perturbado la paz de la manada. Astrid se puso seria, era claro que algo sabía, pero negó con la cabeza y apretó los labios. —Astrid…— suplicó Candy.
—Sé que hay cierta evidencia— dijo dudando de cada una de sus palabras —pero no sé cuál sea, no estoy en el grupo de rastreo y no sé qué han investigado y, antes de que me preguntes, Ian tampoco sabe nada. Salió muy temprano a relevar una de las patrullas.
—Mmm— murmuró Candy y se quedaron calladas. —Debo hablar con Anthony— dijo después de pensarlo bien. Se levantó de la cama de prisa y Astrid hizo lo mismo —llámame si pasa algo—, dijo señalando a Gabriel, que dormía tranquilamente —por favor.
Astrid asintió y aunque Candy supo que quería decirle algo, no lo hizo y la dejó salir. Salió de la enfermería y atravesó el pasillo hasta llegar al despacho de Anthony. La puerta estaba ligeramente abierta y un coro de voces se oía tenue, pero claro si acercaba la oreja a la puerta; sólo lo hizo para saber si podía llamar y entrar, pero…
—El chico Cartwright sigue en cama—. La voz de Lydia llegó hasta el pasillo. ¿Cartwright?, ¿hablaba de Jimmy?
Continuará...
Queridas lectoras:
¿Qué les pareció?
El capítulo estuvo largo, así que no las entretengo más; sólo me queda agradecerles su tiempo y comentarios a quienes leen y comentan de forma anónima y también a María Jose M.; GeoMtzR y Cla1969.
Un abrazo a todas.
Luna Andry
