Descripción

Cuando su hermano pequeño es apresado por un clan enemigo, Itachi Uchiha debe tomar una decisión. Intentando eludir una guerra abierta entre clanes, decide secuestrar a la hija de su enemigo, recluida en un convento. Sakura Haruno solo desea huir del convento en el que su padre la ha internado, pero lo que no imagina es que el guerrero de mirada dura que descubre bajo la lluvia en el patio del convento la secuestrará y la llevará a su castillo para pedir la liberación de su hermano a cambio de ella. Sin embargo, entre ellos surgirán sentimientos que nada tienen que ver con la enemistad entre sus clanes. Pero los enemigos no solo se encontrarán fuera de los muros del castillo, sino que están más cerca de lo que ellos creen, haciendo que la vida de Sakura corra peligro...

Capítulo 1

Castillo Uchiha, norte de Escocia, 1605.

Itachi Uchiha daba vueltas en su despacho como si fuera un animal enjaulado. Hacía horas que esperaba noticias de su hermano pequeño, pero el guerrero que las llevaría aún no había llegado. Itachi se apoyó en la madera de la chimenea y soltó el aire de golpe, haciendo que de su garganta saliera un sonido que parecía imitar el gruñido de un león. Apretaba con fuerza los puños y sus manos temblaban tanto que daba la sensación de que en cualquier momento iba a golpear la chimenea con toda la rabia que corría por sus venas en ese momento.

Desde el día anterior parecía haber envejecido diez años. A pesar de sus veinticinco años, llevaba sobre su espalda toda la carga de la jefatura del clan desde hacía tan solo unos meses, y hasta entonces no había tenido un problema tan grave como aquel. El joven levantó la mirada y vio su reflejo en el espejo que colgaba de la campana de la chimenea y apenas se reconoció. Itachi era un hombre alto, de complexión fuerte y robusta. Su pelo negro estaba desordenado, pues apenas se había acicalado aquella mañana tras pasar toda la noche en vela. Su cara cuadrada mostraba un gesto adusto, duro y salvaje, además de preocupado. Sus ojos onix, siempre impenetrables, no podían evitar mostrar la intranquilidad que sentía en ese instante. Sus labios tenían una expresión enfadada, dejando apenas una fina línea entre ellos. El joven laird vestía el kilt propio de las tierras altas escocesas con los colores de su clan y de su pecho colgaba el broche del jefe, el que había pertenecido a su padre y ahora era suyo, pero no estaba seguro de ser digno de él en ese preciso momento.

El joven apartó la mirada del espejo y le dio la espalda a la chimenea, alejándose hacia una de las ventanas de la estancia para mirar a través de ella con la intención de mirar la lejanía y desear apartarse de allí y liberarse de aquella pesada carga. Dirigió una mirada a su alrededor y casi estuvo a punto de dibujar una sonrisas en sus labios. A su mente llegó el recuerdo de la primera vez que su padre, como laird, lo llevó a su despacho y comenzó a instruirlo en los quehaceres típicos del jefe de clan. Jamás imaginó que llegaría a ese cargo siendo tan joven, ni que sus padres morirían a una edad tan temprana. Estos se habían ahogado meses atrás cuando intentaron viajar a la isla de Skye para ver a unos parientes de su madre. Su bote se lo llevó la corriente tras un golpe de mar y sus cuerpos fueron encontrados una semana después muy lejos de su ruta de viaje.

Al día siguiente del entierro de sus padres había sido nombrado jefe de clan para evitar que los clanes vecinos aprovecharan la oportunidad de vacío de poder entre los Uchiha. La primera vez que se había sentado en aquella vieja silla de madera de su padre se había sentido mal y cuando sus codos se apoyaron en la mesa de roble retorneada fue consciente de que allí tendría que firmar muchos documentos de los que seguramente no estaría muy orgulloso. Su mirada onix recorrió después los libros de cuentas de su padre y todos sus antepasados y cuando terminó, dirigió sus ojos hacia las afueras del castillo para pensar de nuevo en su hermano pequeño.

Si su padre estuviera vivo, sabía que sería capaz de arrancarle los pulgares únicamente por no haber sabido cuidar de Shisui. Este había sido siempre el ojo derecho de la familia por ser el pequeño, mientras que Itachi y Sasuke habían aprendido a cuidarse solos y no necesitaban protección de ningún tipo.

La lluvia caía sin cesar fuera de los muros y el joven chasqueó la lengua. Hacía dos días que el tiempo no daba tregua y toda la llanura estaba embarrada. El invierno estaba siendo demasiado duro y los días que no llovía, nevaba, haciendo que las provisiones de su despensa comenzaran a mermar poco a poco. Debido a esto, su hermano Shisui y otro par de guerreros del clan se habían ofrecido a marchar hacia las tierras del clan Haruno para robar ganado. Estos debían haber llegado el día anterior, pero tan solo el caballo de su hermano y los otros dos guerreros, malheridos, fueron capaces de volver. Estos aún no habían recuperado la consciencia, por lo que no habían podido sacarles información sobre lo ocurrido, así que había enviado a uno de sus hombres a última hora de la tarde para investigar la frontera de sus tierras.

Itachi temía que a su hermano le hubiera ocurrido algo, tal vez muerto en un posible ataque al haber sido descubiertos, y sabía que no podría vivir con la culpa de no haberlo acompañado, pero Sasuke y Kisame, su guerrero más leal, lo habían convencido para no dejar solo el castillo y el clan. Y por hacerles caso se encontraba en la peor tesitura que había soñado jamás. No podía pensar en la idea de que su hermano estuviera muerto en algún camino y su cuerpo estuviera perdido. Eso era algo que se había prohibido pensar y cuando la presión que sentía en su cabeza por darle una y mil vueltas a lo mismo amenazaba con volverlo loco, unos nudillos fuertes llamaron a la puerta.

Itachi se giró hacia allí e instó a entrar a la persona que había tras ella. Al instante, la figura de su hermano mediano, Sasuke, llenó el espacio vacío del despacho. A pesar de ser un año menor que Itachi, Sasuke era tan alto y robusto como su hermano mayor. Físicamente eran muy similares y ambos se habían parecido siempre a su padre. Nadie podría decir que no portaban la misma sangre en sus venas. Sasuke también tenía el pelo negro. Sus ojos, a diferencia de su hermano, eran negros azulados, herencia de la abuela materna y tanto estos como la expresión de su rostro siempre eran duros. A cada momento, daba la sensación de que el guerrero estaba enfadado con alguien. Su voz, profunda y masculina, asustaba a gran parte de las doncellas y mujeres del clan y siempre se mostraba arisco, distante y gruñón, aunque no siempre fue así.

Itachi, en cambio, aunque había adoptado la seriedad que requería su papel como jefe, intentaba ser un buen mediador y pensar con la cabeza antes que con el corazón. Su padre siempre le inculcó la idea de que antes de lanzarse a una guerra, debía pensar en las consecuencias para él y para la gente de su clan, por lo que no era tan impulsivo como Sasuke e Shisui, aunque no dejaba de ser exigente, serio y a veces demasiado huraño, sobre todo con las mujeres.

—¿Aún no hay noticias? —le preguntó Itachi al verlo entrar.

Sasuke negó con la cabeza y cerró la puerta tras él. En su rostro también podía leerse la preocupación, aunque intentaba disimularlo, pues hacía años que se juró a sí mismo no mostrar ni una pizca de sentimientos.

—Y Tenmaru y Obito tampoco han despertado —le informó a su hermano y laird.

El aludido resopló, enfadado. ¿Qué demonios les había atacado para que dos de sus guerreros más fuertes aún no hubiera recuperado la consciencia? Sus rostros habían llegado ensangrentados y con numerosas contusiones, algo que hizo que la curandera del castillo torciera el gesto al verlos, sabedora de que tenía mucho trabajo por delante y que sería difícil que curaran.

—Debí haber ido con él, maldita sea —se quejó Itachi mirando de nuevo a través del cristal.

Sasuke se acercó a él y le puso una mano en el hombro. Apretó fuertemente y lo obligó a volverse.

—Si lo hubieras hecho, tal vez no estarías aquí y el clan estaría sin un jefe. Y ya conoces las nefastas consecuencias de un clan sin un líder.

Itachi bufó.

—Mi deber es cuidar a mi gente —respondió enfadado—. ¿Cómo voy a hacerme respetar si no puedo cuidar ni de mi propio hermano? Si algo le sucede a Shisui...

—¡No lo digas! —vociferó Sasuke separándose de él y negando con la cabeza—. No te atrevas a decirlo, hermano. Él está bien. Shisui es fuerte y si no pudo venir montado en su caballo tal vez fue por otro motivo, no la muerte.

Itachi suspiró y se dejó caer en el alféizar de la ventana. Parecía derrotado y se llevó las manos al rostro para intentar que la desesperación no cundiera entre los hermanos. Deseaba que Kisame estuviera allí ya con las posibles noticias de Shisui. Aquel tiempo de espera lo estaba matando poco a poco y necesitaba actuar ya de una vez por todas. Odiaba tener que esperar. Cuando quería algo, lo tomaba cuanto antes y sin largas esperas innecesarias que lo único que conseguían era que su humor decayera por momentos.

Sasuke se apoyó en silencio contra la mesa del despacho y suspiró. También escondió sus ojos con su mano derecha y se frotó la frente. Uno de los últimos recuerdos que tenía con Shisui era de la fiesta que tanto este como Itachi le habían montado por su cumpleaños. Los tres hermanos habían bebido y disfrutado de una magnífica velada junto a los guerreros del clan y ahora, días después, sentían como si les hubieran cortado uno de sus brazos.

Ambos hermanos se mantuvieron en silencio, metido cada uno en sus pensamientos, hasta que unos nudillos insistentes llamaron a la puerta. Itachi levantó la mirada de golpe y se irguió, dejando entrar al recién llegado. Su corazón saltó al ver que se trataba de Kisame, el guerrero al que le había encomendado la misión de buscar información de su hermano. Este entró en el despacho y cerró tras de sí. Sentía sobre él las miradas de ambos hermanos y cuando estos se encararon con él, el joven lanzó un largo suspiro. Su rostro, que aún tenía marcas de la juventud, se mostraba serio e incómodo, sabedor de que lo que iba a contar no les iba a gustar:

—¿Has averiguado algo, Kisame? —le urgió su laird.

El aludido asintió y tragó saliva antes de abrir la boca y contarles lo que había descubierto.

—Me he internado en el primer pueblo del clan Haruno y no se habla de otra cosa que no sea el ataque. Al parecer, Kisashi Haruno está muy orgulloso de lo que ha ocurrido.

—¿Y nos lo vas a contar hoy? —intervino Sasuke de mala gana.

Kisame lo miró con el ceño fruncido. Ambos tenían el mismo carácter y a veces habían chocado entre ellos a pesar de que el joven guerrero casi era un hermano más de la familia.

—Descubrieron a Shisui, Obito y Tenmaru robando ganado en una de las granjas. Al parecer, Kisashi y varios de sus hombres regresaban de un viaje cuando los sorprendieron casi al amanecer. Los atacaron, pero Tenmaru y Obito pudieron huir malheridos.

—¿Y nuestro hermano? —preguntó Itachi casi con miedo.

—Lo han hecho prisionero.

El laird rugió de rabia tras escuchar sus palabras y les dio la espalda, aunque siguió escuchando las palabras de Kisame.

—En las tierras de los Haruno se comenta que Shisui se jactó de ser hermano del laird Uchiha y por ello no lo mataron o hirieron como al resto.

—¿Y por qué lo han hecho? Lo más lógico es que lo hubieran matado... —dijo Sasuke, pensativo.

—Según los Haruno, su laird quiere pedir una recompensa por él, y a pesar de que intenté que me contaran más, no supieron responder nada.

Itachi volvió a acercarse a ellos.

—Estoy seguro de que quieren parte de nuestras tierras o nuestro castillo. Saben que nuestro clan es uno de los más grandes en extensión en las Tierras Altas y querrán hacerse con todo —explicó—. Maldita sea...

El joven se alejó de ellos y apretó los puños con fuerza. Sabía que se enfrentaba a su primer desafío desde que poseía la jefatura del clan y debía pensar bien todo antes de actuar, pues su clan se enfrentaba posiblemente a una guerra abierta contra los Haruno, y eso era algo que no deseaba.

—Debemos atacar —dijo su hermano al instante.

Itachi cerró los ojos. Sabía que Sasuke diría eso, y de hecho le sorprendió que hubiera esperado unos minutos para decirlo, pero se giró hacia él y negó con la cabeza.

—¿Cómo que no? ¡Es nuestro hermano! —vociferó.

—¿Crees que no lo sé? —le respondió con el mismo énfasis—. Me preocupo por él tanto como tú, Sasuke, pero no podemos abrir una guerra contra los Haruno a pocos meses de comenzar mi mandato. ¡Me niego!

—¿Entonces vas a dejarlo morir en sus manos?

—¡Jamás! —vociferó—. Pero las cosas pueden hacerse de otra manera para que todos salgamos bien parados de esto.

Sasuke se cruzó de brazos y miró con rencor a su hermano.

—¿Y qué propones?

Itachi sentía sobre él las miradas de su hermano y Kisame, que estaba por detrás de Sasuke y realmente interesado en la conversación de ambos. El laird sentía dentro de él un enfado creciente. Realmente no estaba seguro de lo que debía hacer. Necesitaba pensar algo con tranquilidad y no con la mirada acusadora de su hermano mediano sobre él. Itachi caminó hacia la mesa del despacho y, con rabia, tiró todo lo que había sobre ella. Un rugido escapó de su garganta y después se apoyó contra la madera con la mirada hacia el suelo.

—Dadme un par de horas —les pidió—. Si durante este tiempo no encuentro una mejor solución, iremos a la guerra.

El rostro de Sasuke estuvo a punto de tornarse en una sonrisa, aunque logró contenerse. Ambos asintieron y lo dejaron solo en el despacho.

—Maldición... —susurró cuando se quedó solo.

En ese momento necesitaba pensar, pero con la maraña de nervios que sentía en su estómago sabía que era imposible. Por eso, en su mente apareció la única manera de relajarse y permitir que su mente pudiera evadirse durante unos instantes para volver después con más fuerza.

Itachi se dirigió hacia la puerta del despacho. Salió al pasillo y caminó hacia las cocinas, aunque antes de llegar a estas, se cruzó con la persona que estaba buscando. La cocinera salía entonces de su lugar de trabajo para llevar unas sábanas hacia otra de las habitaciones, pero cuando vio al laird, se paró en seco:

—Shisune, dile a Karin que vaya a mi dormitorio.

—De acuerdo, señor —dijo la mujer con voz suave.

—¡Ya! —vociferó Itachi cuando renovó la marcha hacia las escaleras del fondo del pasillo.

La decoración de las paredes del castillo parecía seguirlo en todo momento. Su madre había sido una amante de la decoración de tapices y había llenado gran parte de los vacíos con aquellas telas que representaban escenas de diferentes batallas de la historia del mundo. Sin embargo, a Itachi no le gustaban en absoluto. De hecho, jamás le había gustado tanta decoración, pero había optado por dejarla como honor a su madre fallecida, pues así tenía un recuerdo de lo que ella había dejado en el mundo antes de morir.

Cuando llegó a la planta superior, el guerrero se dirigió directamente hacia su dormitorio. Este se encontraba en la mitad del pasillo, tras las dos habitaciones de invitados, que estaban más cerca de las escaleras. Después de abrir la puerta, el calor del fuego de la chimenea lo envolvió y Itachi soltó un suspiro. Intentó relajar los músculos de su espalda y cuello, que siempre se le agarrotaban cuando estaba preocupado, y se dirigió a uno de los sillones que había frente a la chimenea.

Tras recibir la jefatura del clan, Itachi había decidido seguir ocupando el cuarto que le había pertenecido desde que era niño, ya que sabía que no podría dormir en el dormitorio de sus padres, pues los recuerdos se agolpaban en su mente cada vez que entraba en él. Esta era una habitación más pequeña que el dormitorio oficial del laird, pero a él no le importaba, ya que no tenía a nadie con quien compartir tanto espacio. Además, la decoración de aquella habitación era totalmente minimalista. Tan solo un escudo con el emblema del clan pendía de la campana de la enorme chimenea. Frente a esta, un par de sillones grandes incitaban a disfrutar del calor que ofrecía el fuego, mientras que en el centro de la estancia, una enorme cama con dosel parecía llamarlo para reposar el cuerpo y renovar energías antes de pensar algo para liberar a su hermano de las garras de los Haruno.

Un baúl entre las dos ventanas guardaba la ropa del guerrero mientras que el resto del espacio era diáfano, haciendo que la habitación pareciera más grande de lo que en realidad era.

No habían pasado ni diez minutos desde que había llegado cuando unos nudillos finos llamaron a la puerta. Itachi apenas gruñó para darle paso, pues sabía de quién se trataba. Karin apareció tras la puerta con una sonrisa en los labios. Esta era una de las doncellas que trabajaba en el castillo y desde hacía un par de años se había convertido en su amante oficial. Para el laird no había otra mujer más que ella en el castillo, sin embargo, jamás se había planteado la idea de hacerla su esposa a pesar del tiempo que se acostaban juntos. Para él no era más que un divertimento con el que pasar un rato para evitar salir del castillo como sus hombres en busca de una mujer con la que pasar la noche y calentar sus sábanas. Karin era una amante excepcional. Sabía cómo hacerle disfrutar en cada momento y parecía adivinar su pensamiento, pues siempre sabía lo que deseaba, y ella estaba presta a dárselo, sin flaqueza y sin vergüenza.

—¿Me llamabais, mi señor? —ronroneó con voz dulce.

La joven entró en el dormitorio y cerró la puerta tras ella. En sus labios no se borraba la sonrisa y se acercó a él con cierto paso gatuno y zalamero. Karin era una mujer muy bella, con atributos que harían suspirar de placer a cualquier hombre, y ella lo sabía. Itachi la deseaba como nunca había deseado a una mujer, pero solo era eso, deseo. La llama que se había prendido entre ellos no se apagaba a pesar del paso del tiempo, pero el guerrero sabía que no era amor, ya que si pensaba en perderla, no sentía absolutamente nada.

Pero a Karin no le importaba. Siempre estaba dispuesta para él y si su señor la llamaba, dejaba lo que fuera que estaba haciendo para acudir a él y darle el placer que necesitaba. En el castillo todos sabían de su extraña relación, pero nadie decía nada. El resto de las doncellas sabían que su señor necesitaba de una mujer para calentar su cama y si había elegido a Karin en parte suspiraban aliviadas por no ser ellas, que aún no conocían varón.

Karin era muy ducha en esos menesteres. Tenía fama de haber trabajado en un burdel antes de que el antiguo laird y padre de Itachi la aceptara entre sus doncellas, pero ella jamás había negado o afirmado lo que se decía de ella. Poco le importaban los dimes y diretes del castillo, tan solo deseaba que su señor la avisara cada vez con más antelación a sus aposentos.

Y allí estaba de nuevo. Tan solo habían pasado dos días desde que había estado allí desnuda sobre Itachi y aún podía sentir las rudas caricias del guerrero. Este también era un amante excepcional y la hacía llegar a límites insospechados cada vez que yacía con él.

La joven movió con gracia su melena pelirroja mientras se acercaba a él. Sus ojos rojizos con cierta forma gatuna lo miraban con deseo y a medida que acortaba la distancia entre ambos, desabrochaba los lazos de su corsé para deleite de Itachi. Este la miraba desde el sillón sin apenas moverse y sin parpadear para evitar perderse cada movimiento de la joven. A medida que el cuerpo de la doncella se iba mostrando ante él, el guerrero sentía que su deseo aumentaba, al mismo tiempo que lo hacía su erección.

Cuando Karin se paró frente a él, tan solo iba cubierta de cintura para abajo. Tenía sus pechos a la vista y fue entonces cuando Itachi se incorporó levemente en el sillón, elevó sus manos y tocó con fuerza sus pechos, arrancando un gemido de la garganta de Karin. La deseaba con fuerza. Lo necesitaba. La necesitaba. La furia que corría por sus venas tenía que salir de alguna manera de su cuerpo y sabía que yaciendo con ella podría conseguirlo.

La joven subió su falda y abrió las piernas para sentarse sobre él en el sillón. Lo empujó suavemente hacia el respaldo del asiento y comenzó a desabrocharle la camisa en completo silencio. No necesitaban hablar. Ella lo sabía, pues siempre había sido así. Sabía que su laird necesitaba descargarse y ella estaba deseando sentirlo dentro de ella. La joven amplió su sonrisa al notar entre los pliegues del kilt de Itachi su miembro y movió sus caderas para restregarse contra él. Un gemido escapó de la garganta del guerrero, que apretó las caderas de la joven contra él. Esta apartó la camisa de su laird y llevó las manos al enorme y musculoso pecho del joven. Lo acarició lentamente, disfrutando de cada palmo de su piel. Itachi era el hombre más varonil que había conocido en toda su vida y se sentía dichosa y orgullosa de ser ella la elegida para calentar su cama.

Karin bajó la cabeza y lo besó lentamente, pero Itachi atrajo sus labios con furia y la besó salvajemente. Necesitaba poseerla ya o iba a volverse completamente loco. Sentía cómo palpitaba su miembro entre los pliegues de su kilt, que apartó como pudo mientras la joven desabrochaba su falda y se la quitaba, tirándola a un lado de los sillones. En cuanto ambos estuvieron desnudos, Karin no perdió el tiempo. Llevó su mano hacia el miembro de Itachi y lo condujo hacia la entrada de su vagina. Cuando lo sintió en su humedad, la joven se incorporó levemente y después se dejó caer sobre él, lanzando un gemido de placer cuando se sintió llena por fin. Poco a poco, la doncella comenzó a moverse de arriba abajo disfrutando de cada momento. Las callosas manos del guerrero estaban en su cadera y la incitaban a moverse más deprisa. Itachi la acercó a él y llevó uno de los pezones a sus labios. Karin tenía unos pechos pequeños, pero no le importaba. Aquel botón que se hinchaba a medida que su lengua hacía círculos alrededor de él le encantaba y lo excitaba hasta límites insospechados. En ese momento, no había nada ni nadie más. Los gemidos de ambos llenaban la habitación y fueron incrementándose a medida que el placer recorría cada palmo de sus cuerpos.

Karin cabalgaba a su señor con fuerza. Primero subía despacio para después dejarse caer sobre su miembro con fuerza y de un solo golpe mientras Itachi seguía saboreando los pezones de la joven. Cuando ambos comenzaron a sentir un cosquilleo en sus vientres y descubrieron que el orgasmo estaba cerca, apretaron sus cuerpos el uno contra el otro y gimieron de placer. Y en el momento en el que el Itachi se derramó dentro de ella, rugió con fuerza contenida, como si fuera un animal derramando su esencia en las profundidades de su presa. Acto seguido, Karin también llegó al final, apretando sus uñas en la espalda de su señor, que respiraba con dificultad hundido entre los pequeños pechos de la joven.

Después, el guerrero se dejó caer sobre el respaldo del sillón y admiró el cuerpo desnudo de Karin sobre él, que parecía alargar el momento de alejarse de él.

—Siempre logras que olvide cualquier problema, Karin —dijo con voz aún ronca por el goce. La doncella sonrió y lo besó antes de levantarse y alejarse de él para comenzar a vestirse.

—Ya sabéis que lo que más deseo es daros placer, mi señor —ronroneó—. Sin embargo, hoy os he visto algo diferente. ¿Seguís preocupado por vuestro hermano?

Itachi suspiró y se levantó para acercarse a la chimenea, aún desnudo, pero sin importarle que la joven admirara su corpulencia.

—Me temo que sí —admitió—. Ha sido apresado por los Haruno, así que si no encuentro una buena solución, tendremos que ir a la guerra.

Karin se acercó a él por detrás y se decidió a abrazarlo sin pudor. Después suspiró y besó los músculos de su espalda.

—Tal vez yo tenga una solución a eso... Cualquier cosa para evitar que vayáis a la guerra.

Itachi frunció el ceño y se giró entre los brazos de la joven. La miró con auténtica curiosidad y una leve sonrisa entre los labios.

—¿Qué solución sería esa?

—Ya sabéis que tengo familia en la frontera con los Haruno y fui a visitarlos hace un mes. Allí me dijeron que había bastante agitación en ese clan porque Kisashi Haruno había enviado a su primogénita a un convento en sus tierras cerca del mar. Al parecer no desea que una mujer lidere el clan cuando él no pueda o haya muerto, así que cederá su liderazgo a su segundo hijo, que es varón.

—¿Y qué hago yo con esa información? —preguntó Itachi sin entender a dónde quería llegar. Karin sonrió y se pegó más a él.

—Si lográis ir al convento y secuestrarla, tendréis lo mismo que ellos para hacer un intercambio: vuestro hermano por su hija.

Poco a poco, en el rostro de Itachi se formó una sonrisa de lado. Su mirada se volvió tan gatuna como la de Karin y la atrajo hacia sí para besarla con fiereza.

—Es un plan perfecto —afirmó.

—Yo solo quiero ayudar a mi clan, señor. —Después llevó la boca hacia el pezón desnudo de Itachi y lo lamió mientras sus ojos seguían mirándolo—. Además, si os marcháis a la guerra, me quedaré muy sola aquí.

Itachi acarició su melena mientras lo apretaba contra él. El placer que le proporcionaba Karin era inmenso y volvía a sentir palpitar en su entrepierna, por lo que volvió a desanudar los cordones de su corpiño y dejó caer la ropa al suelo mientras la sujetaba por la cintura para subirla a sus caderas. Después, caminó hacia la cama con ella en sus brazos y sin dejar de besarla.

—El clan necesita a gente tan implicada como tú —susurró con la voz ronca contra sus labios.

—Solo deseo serviros, mi señor —suspiró.

Karin gimió al sentir de nuevo su miembro entre sus piernas y apretó con fuerza las piernas alrededor de la cadera de su señor. Después, este se enterró con fuerza en su humedad y volvió a hacerle el amor con la misma pasión y fuerza que antes.

Al cabo de una hora, Itachi ya se encaminaba escaleras abajo con la intención de buscar a su hermano y a Kisame para hablar con ellos. Había ideado un plan en su cabeza y necesitaba ponerlo en conocimiento de ellos para llevarlo a cabo cuanto antes, ya que cuanto más tardaran, más tiempo estaría su hermano en las garras de sus enemigos, además de que sus probabilidades de morir aumentaban.

El laird se encaminó hacia la salida del castillo, pues sabía dónde se encontrarían sus hombres. Cuando el viento frío le dio en el rostro, en lugar de contrariarse como otras veces, lo sintió como una brisa de esperanza. Por fin veía luz para su hermano, por lo que se encaminó hacia el centro del patio de armas, donde se encontraban entrenando sus hombres. Fue directamente hacia Kisame y Sasuke, que luchaban entre ellos, y cuando estos se dieron cuenta de que Itachi estaba allí, bajaron sus espadas y se acercaron a él al instante.

—Vosotros seguid —ordenó el laird al resto de hombres, que se habían quedado quietos por su presencia—. Venid conmigo al despacho.

Los hombres se miraron entre sí y siguieron al guerrero hacia donde les había indicado. La seriedad que mostraba su rostro preocupó a Sasuke, que no podía quitarse de la cabeza la imagen de Shisui en manos de los Haruno. Y cuando estuvieron solos en el despacho, Itachi se giró hacia ellos:

—Ya tengo una solución para lo que nos atañe. Karin me ha contado...

—¿Karin? —lo interrumpió Sasuke con una ceja levantada y el rostro demudado en sorpresa. Itachi lo miró ceñudo e iracundo, pero no respondió a su pregunta, sino que se limitó a seguir:

—Al parecer Kisashi Haruno envió a su hija a un convento hace alrededor de un mes. Iremos allí y la traeremos con nosotros a la fuerza para hacer un cambio con su padre. La vida de su hija por la de nuestro hermano. Si no cumple, recibirá la cabeza de su primogénita en un baúl.

Sasuke y Kisame lo sopesaron durante unos segundos hasta que el primero asintió poco a poco con la cabeza.

—Me parece perfecto. Estoy seguro de que Haruno no dejará la vida de su hija en nuestras manos, más que nada por orgullo.

—¿Y si no se lo toma bien y paga con la vida de Shisui?

—Ya os lo he dicho, le enviaremos la cabeza de su hija como regalo. Esa muchacha no vale nada para nosotros —sentenció con firmeza.