Rusia se portó como un caballero esta vez y avisó de antemano de su visita. No sólo porque veía que sus modales no le estaban ayudando a limpiar su nombre (aunque él no les veía nada de malo): Israel era muy celosa de su integridad territorial.
— No quiero problemas—fue lo que dijo nada más verlo.
— Vengo en son de paz—sonrió Rusia.
— Ya, pero si América se entera de que he estado hablando contigo…
— América no tiene por qué saberlo todo. Aunque él crea que sí…y lo intente…
— Creo que no te sigo.
— Pegasus, Israel. Tú lo desarrollaste y has estado vendiéndoselo a todos los niños traviesos. Quiero saber a quién.
A la vista de cuál era la naturaleza de su visita, Israel suspiró y lo condujo hasta su oficina, donde le ofreció algo de beber.
— No puedo decírtelo.
— ¿A la que inventó el spyware le preocupa la privacidad? —el labio de Rusia se curvó, divertido.
— Como comprenderás…
— Lo que comprendo es que alguien usó esa herramienta para hacerse pasar por mí, fabricar pruebas falsas de que estuve implicado en un asesinato y matar a quienes quiero. Así que…Anda…Sé buena y dímelo. ¿Lo tiene América?
— Sí. Es decir, lo adquirió, pero…
— Gracias, Israel. Eso es todo lo que quería saber. ¿Ves cómo no era tan difícil?
— ¿Así que sólo has venido hasta aquí para eso? No sé por qué te has molestado, si no piensas escuchar todo lo que tengo que decir. ¿Qué pasa? ¿Sólo querías que confirmara tus paranoias? He dicho que América lo compró, pero hay muchas más naciones que lo tienen: Arabia Saudí, Armenia, Marruecos, Alemania, Emiratos, Estonia, Letonia, Hungría, México…La lista es larga. Podría ser cualquiera. No sé de nadie que no haya intentado hacerse con mi programa.
Israel cruzó las piernas y se encogió de hombros.
— Siento no poder ayudarte. Es como buscar una aguja en un pajar.
A pesar de lo que le había dicho Israel, Rusia se quedó con una cosa de su conversación: América tenía Pegasus. Y seguro que lo había usado en su contra.
— ¿No podéis averiguar el origen del ataque? —ya que este punto estaba claro como el agua, Rusia preguntó a sus informáticos.
Y ellos se limitarían a encogerse de hombros. Sí, eso llevaría tiempo, y él no ayudaba molestándolos a cada rato.
Acarició la mágica tubería metálica del dolor. Podía oírla hablar, debía tenerla bien sujeta para que no rompiera nada de la casa, de lo loca que estaba por romper alguna cabeza, fracturar alguna costilla. El fantasma de Olga se le aparecía por las noches para recordarle que era buena y bonita y que tenía toda la vida por delante hasta que alguien se lo arrebató todo. Cada vez que cerraba los ojos veía la sangre en las paredes y en los asientos de su precioso teatro, veía las caras desfiguradas del dolor y del pánico de los asistentes. No estaba siendo impaciente. Consideraba que estaba yendo demasiado despacio.
— Calla, mi vida…—susurró a la tubería, tan de cerca que prácticamente estaba besando su superficie pulida—. Aplastaré a América como al gusano que es…Pronto, te lo prometo. Pronto…Tan sólo debo asegurarme de que no vaya a …
Una llamada de Vasiliev.
— ¿Qué pasa, Yuriy? Estaba teniendo un momento íntimo con mi tubería…—respondió con lentitud y frustración.
— Siento interrumpir. Pero hemos averiguado algo que puede que te interese.
— ¿Te escucho?
— América tiene topos en el FBI.
— ¿En serio?
— Nos lo confirman nuestros contactos en Washington. Tienen un buen jaleo montado. Varios agentes están siendo investigados por robar información confidencial y quién sabe qué más. América está desquiciado.
— Eso es bueno. ¿Tenemos algo que ver con eso?
— No. Sospechan que estamos detrás de eso, obviamente…
— Obviamente.
— …, pero no.
— Hm. Tú eres listo, Yuriy, piensa en cómo podríamos aprovecharnos de la situación.
Rusia colgó y se quedó con el teléfono en la mano, como pesándolo.
Todo lo que le hiciera mal a América le hacía bien a él. Sonrió con la idea de que estuviera pasándolas canutas con su propia Inteligencia.
Y luego su sonrisa se borró.
«Alguien ha matado en mi nombre…¿Y si…le ha pasado lo mismo a él?...»
¿De verdad estaba defendiendo a América? ¿Le estaba dando el beneficio de la duda? Supuso que la explosión le había afectado a la cabeza…
Pero ¿no era al fin y al cabo una posibilidad…?
Un lobo solitario, fingiendo que actuaba en su nombre…
Volvió a llamar a Vasiliev.
— Yuriy…
— ¿Sí, Rusia?
— El agente americano que puso las bombas…
— ¿Sí?
— ¿Tenemos su nombre?
— Uno falso.
— ¿Y por qué dejas que me distraiga con tonterías? ¿Sigues en la oficina? Espérame. Quiero saberlo todo, hasta el detalle más insignificante. Nos vamos a quedar hasta tarde, así que traeré la cena y mucho café.
— El nombre que tenemos es Sascha Maximovich Tozhin—Vasiliev sostuvo la taza de café con las dos manos y señaló los documentos que había sobre la mesa con un gesto con la cabeza—. Un nombre que no estaba en el registro civil ni en ninguna parte hasta que alguien apareció con él escrito en una tarjeta identificativa en la puerta. Alguien a quien nadie había visto hasta esa noche. Supuestamente se trataba de un maquillador y en verdad preparó a algunos de los bailarines. Tendrías que haber visto lo bien que dejó a la Carabosse, antes de que se quedara sin cara.
— ¿Nadie sospechó de él? —Rusia, por otra parte, masticaba un sándwich Reuben.
— Tenemos declaraciones de algunos supervivientes. Nada más que les pareció curioso, porque no tenían ni idea de quién era—Vasiliev hizo una pausa para tomar un sorbo—. Pero dijo que estaba reemplazando a Filippa Romanovna, la verdadera maquilladora, que no pudo ir a última hora por un dolor de cabeza incapacitante. Con los nervios y las prisas, nadie se molestó en confirmarlo. Tenía una identificación que parecía auténtica, así que…
— Se movió libremente por las bambalinas, colocó bombas en la cuna de attrezzo sobre el escenario y en una de las butacas. Goma 2. Esperó a la explosión para salir a hurtadillas y fue a esconderse a la embajada americana. Sí, sí. Eso ya lo sé. Lo que me interesa es lo que pasó antes y después de todo eso.
— Supongo que tanto da. Tenemos imágenes de cámaras de seguridad de un banco en el Bulevar Novinskiy.
Otro sorbo mientras presentaba a Rusia la captura impresa. Parecía ser que lo habían identificado por los pantalones y las zapatillas que llevaba puestas, descritas por los testigos. Su cara y su pelo quedaban ocultos bajo una capucha negra. Caminaba con premura con las manos dentro de los bolsillos, encogido como si tuviera frío. Aun así, no pudo disimular su apariencia del todo.
— Parece bajito, ¿no? —murmuró Rusia.
— Unos 140 centímetros, según nuestros cálculos—asintió Vasiliev.
— Bastante canijo para ser un agente.
— Los testigos dicen que parecía muy joven. Un estudiante, o un recién titulado. Por eso, cuando dijo que era el sustituto de Romanovna, le dejaron hacer su trabajo y lo ignoraron por completo.
— Hm. Sí, es el tipo perfecto para pasar desapercibido. ¿Quién pierde el tiempo con un chiquillo cuando se va a llevar a cabo un gran espectáculo y hay tantas estrellas juntas en un solo lugar? —Rusia se terminó el sándwich—. ¿Y luego?
— Luego…Probablemente se largaría. No se iba a quedar aquí, ¿verdad?
— ¿Quién sabe? ¿Registrasteis la embajada?
— América no nos lo permitió.
— América puede decir misa: la embajada está en mi casa, y tengo derecho a entrar si quiero.
La puerta se abrió de improviso, sobresaltándolos a los dos.
— ¿No te enseñó tu mamá a llamar antes de entrar? —regañó Vasiliev.
El agente del SFS parecía lo bastante mayor para conocer las normas de cortesía, pero estaba jadeando, parecía demasiado alterado para seguirlas.
— Lo…Lo siento, señor…Pero…es América…Ha…Se ha puesto en marcha…¡Viene para acá, señor!
El director y Rusia intercambiaron una mirada.
— Oh, joder…—farfulló Vasiliev, y sacó su móvil mientras corría hacia la puerta—. ¿Lo sabe Tarasov? ¿Y entonces qué haces aquí? ¡Corre! ¡Estamos perdiendo unos segundos preciosos! ¿Natalya? ¡Coge a los niños y vete con tu madre! ¡Sí, América viene a por nosotros, así que no hagas más preguntas y vete! ¡Yo también te quiero!
El SFS se había convertido enseguida en un avispero, con agentes corriendo de un lado a otro, haciendo llamados. Sólo había una persona que no se movió del sitio, precisamente la que debía estarse preparando para el combate que se avecinaba.
Rusia vio que había llegado la hora de enfrentarse cara a cara contra América y hacerle pagar no sólo lo del ballet o el espionaje, sino todo, cada cosita que le había hecho desde que apareció en este planeta. Por fin había llegado el día en que todas las amenazas darían paso a los hechos, y podría convertir en realidad el sueño de hacer desaparecer a América.
Pero no se movió, y sus ojos no hacían más que volverse hacia la foto del terrorista.
« Tienen un buen jaleo montado. Varios agentes están siendo investigados por robar información confidencial y quién sabe qué más. América está desquiciado.»
«¡Necesito saberlo!», pensó, cerrando los ojos y sacudiendo la cabeza. «¡Si voy a pegarme con América, debo estar seguro de que puedo confiar en quienes tengo a mi alrededor! ¡Tengo que estar seguro al cien por cien! ¡Tengo que quitarme esto de la cabeza!»
Dejó que el SFS se sumiera en el pánico y salió corriendo hacia la embajada.
Seguramente su gente no sabía que el enemigo estaba en camino. A las dos de la madrugada todos estaban durmiendo o camino a la cama. Sin gente alrededor, en ese silencio profundo solamente interrumpido por la sirena de alguna ambulancia, las calles parecían más grandes. Aunque él era grande, Rusia se sintió bastante pequeño y un tanto insignificante. La larga valla de metal oscuro que rodeaba la embajada americana parecía no tener fin, como si continuara hasta el infinito…
Un escalofrío le arrancó un gruñido y le hizo cubrirse la boca y la nariz con la bufanda. Debía de ser más un producto de su mente más que el tiempo que hacía, porque la temperatura a esas alturas del año era agradable.
«¿Qué hago aquí? ¿Qué espero encontrar? Debería estar con mis tropas. América va a matar a más inocentes…»
Se detuvo. No estaba tan solo como creía.
Frente a la embajada, entre cartones, apenas visible bajo un ajado abrigo marrón, había un viejo. Le lanzó una mirada, dio un sorbo a morro de una botella, y siguió mirándolo sin interés. En sus ojos se veía que estaba bastante ebrio; eso explicaba esa manera de mirar.
Rusia quiso seguir su camino hacia la entrada cuando se paró una vez más, miró al hombre, y tras dudar por un momento se acercó a él.
— Buenas noches.
— ¿Es usted Rusia? —preguntó el vagabundo.
— El mismo.
— He oído que va a destruir a ese cerdo americano. Espero que lo haga, y que viva muchos, muchos años.
— Gracias. ¿Cómo se llama?
— Vladislav.
— Vladislav…¿Es este su sitio?
— Sí. Es mío—el hombre sacó una navaja del interior de su abrigo apestoso y se lo enseñó a Rusia con una sonrisa de dientes desalineados—. ¡Y pobre del que intente quitármelo!
— Tendrá buenas vistas de lo que se cuece por aquí…
— A los americanos no les gusta. Dicen: ¡fuera!, pero yo siempre vuelvo. Este es mi sitio.
— ¿Ha visto a alguien sospechoso por aquí?
El indigente volvió sus ojos rojos hacia él.
— ¿Sospechoso cómo? ¿Cómo un muchacho con capucha, cuando ahí sólo entran hombres y mujeres con traje? ¿Esa clase de sospechoso?
— Sí. Exactamente.
— Sí. A mí también me pareció extraño. Viene de noche, merodea, entra, sale saltando la valla, luego viene un Honda y se va en el coche.
Las cejas de Rusia se arrugaron.
— ¿Eso pasó…?
— Oh, sí. No tiene sentido. Intenté comprender, pero no pude, así que me lo quité de la cabeza—le enseñó la botella que tenía en la mano.
— ¿Le vio la cara?
— Apenas. No puedo decirle nada.
— Hm. ¿Se lo ha dicho a alguien?
— ¿A quién? ¡Nadie me ha preguntado!
El hombre le ofreció su botella. Rusia no dudó en aceptar el ofrecimiento y pegarle un sorbo.
— Pero le puedo decir esto—añadió el hombre—. La matrícula. Era europea.
Rusia se quedó callado.
— Cuando le arranque la cabeza a América…¿Me la daría? Quiero jugar al fútbol con ella. Mi mujer me dejó porque quería seguir el sueño americano—se volvió y soltó con rencor un ruidoso escupitajo.
Rusia sonrió.
— Claro—murmuró, y abrió su cartera. Le dio todo el dinero que llevaba encima.
Esto pintaba feo. Muy feo. América había salido de casa armado hasta los dientes y con una comitiva de drones de combate. Y Rusia no le iba a recibir con la mesa puesta para cenar, claro. Italia estaba tan ansioso que tuvo que zamparse varios frascos de pastillas para dormir por las noches. Había dejado escrito su testamento, aunque se preguntaba si alguno de los que había dejado como herederos sobreviviría al invierno nuclear…
¡Y para rematar, había pisado un excremento de perro de camino al Consejo!
— Mis Meccariellos no…—gimió.
Intentó quitarse la caca en un bordillo sin éxito. Algunos lo miraron raro, al verlo saltar a la pata coja. Otros arrugaron la nariz al percibir el olor que despedía la suela de su zapato. Si Alemania se daba cuenta, se enfadaría mucho con él, y esa sería la gota que colmaría el vaso, eso sí que le trastocaría el juicio.
Loco por encontrar la forma de librarse de los restos, miró a su alrededor y decidió que estaba desesperado. Lo bastante desesperado como para echar mano de los papeles de su vecino.
Aquello pareció funcionar. ¡Fiu!
Vale. Ahora tendría que darle una explicación bastante incómoda a otra nación. Quizás pudiera fotocopiar sus propios documentos y dárselo…
Echó un vistazo a lo que había arruinado.
«DEPARTAMENTO DE JUSTICIA DE ESTADOS UNIDOS. OFICINA FEDERAL DE INVESTIGACIÓN»
…¿Eh?
Italia miró más de cerca el apestoso papel.
«…el sujeto experimenta una pérdida de la consciencia. El destinatario del mensaje niega la recepción. INFRUCTUOSO.»
«Sujeto 23 (19 años): Ciudad de Nueva York, NY. Destinatario: Panzer Kaserne, ALE…»
¿Esto era…?
Italia volvió lentamente la cabeza hacia la mesa en la que había encontrado estos papeles. Se puso en pie y miró la placa que indicaba quién la ocupaba.
Frunció el ceño. La gente no solía reconocérselo, pero a veces Italia ponía a trabajar el cerebro y esta vez comenzó a hacerse preguntas.
Sacó el móvil. La prensa siempre cubría las visitas diplomáticas de todo el mundo…O al menos eso esperaba…
Y sí. En efecto, estuvieron allí…
Sintiendo que el corazón le latía desbocado, porque esto podría poner fin a aquella situación tan horrible, Italia miró a ambos lados, dobló el papel, se lo metió en el bolsillo y buscó la puerta de atrás. Conducía a un callejón escondido y sin glamour alguno. El mejor lugar para tener una conversación privada. Allí volvió a echar mano de su móvil.
Esperó, pero América no contestaba.
Una voz.
— ¡América! ¡Esc-!
— …deja tu mensaje después de la señal…—decía una monótona voz femenina.
Italia apenas esperó a escuchar el pitido.
— ¡América! ¡No fue Rusia! ¡Rusia no te robó los documentos! ¡Fue-!
No pudo decir más. Estaba tan sorprendido, tan desesperado por ponerse en contacto con América, que no se percató de la presencia que tenía detrás hasta que recibió un golpe en la cabeza que le hizo perder el conocimiento.
