Preludio
En los cielos de Khorvaire
Corría el día 28 de zarantyr del año 998 de la fundación del reino de Galifar. Era un día caluroso para estar en pleno invierno, con una leve brisa que mecía las llamas permanentes de las almenaras de las ciudadelas de Thrane. Por supuesto, nuestros protagonistas estaban muy alejados de la civilización, no tanto por extensión de los caminos, sino por altura pura y dura.
A más de diez mil metros, más allá de las nubes, una portentosa aeronave aguardaba, quieta, con su bandera pirata ondeando con violencia: la calavera de un dragón que, de sus fosas nasales, expulsa una tempestad feroz. Ese barco se trataba del Portador de Tormentas y, con la mayoría de la tripulación haciendo preparativos para los eventos que estaban a punto de suceder, sus seis oficiales al mando se habían congregado en torno a la baranda babor.
Frente a ellos, su líder, el intrépido capitán Fin, un apuesto khoravar de piel olivácea, salvaje cabello negro y fulgurantes ojos esmeralda, ofrecía una última arenga antes del abordaje:
—Ya conocéis el plan. Caemos sobre ellos, nos quitamos del camino a los que haga falta, y conseguimos el tesoro. ¿Listos?
—Sigo sin estar de acuerdo con el plan —resonó la grave voz del contramaestre, Shamash, un portentoso dracónido de avanzada edad con escamas de oropel y ojos de fuego.
Un cambiante, híbrido de humano y zorro, con cabello anaranjado, ojos negros y manchas de vitíligo por todo su rostro y manos, rodeó los hombros del descontento artífice con su brazo.
—Vamos, Sham, no seas aburrido. Saldrá tan bien como siempre.
La única respuesta que Nova recibió fue un bufido. Fin, por su parte, sonrió de medio lado, socarronamente, y sin medar más palabra, con un toque del talón en la baranda en la que estaba encaramado, la marca de nacimiento de su gemelo izquierdo comenzó a resplandecer con un tono azul eléctrico. El aire comenzó a congregarse en torno a sus manos y, con un salto, liberó la magia concentrada para darse impulso y descender, prácticamente volando en dirección a su objetivo.
Tras eso, Nova, que además de una clara víctima de la moda era el primer oficial del navío, volvió a dirigirse al contramaestre.
—Bueno, te encargas tú, ¿no?
Con un suspiro, Shamash sacó de un estuche en su cinturón varios pales de suelas, que estaban extrañamente conectadas a una sucesión de pequeñas tuberías.
—Ponéoslas antes de saltar —gruñó.
El cambiante sonrió y, apoyándose en la baranda, ajustó las suelas a sus zapatos y, con una última pose de pasarela y una sonrisa provocadora, se dejó caer de espaldas, siguiendo el rastro de su capitán.
—Sham… ¿Para él tienes?
La voz tímida que preguntó provenía de un individuo al mismo tiempo similar y completamente opuesto al contramaestre. El hombre lagarto de ojos rojos y escamas negras que se hacía llamar Sjach llevaba dos afiladas shoteles colgadas de la cintura y lo que parecía ser una cría de dragón azul entre los brazos.
—Sí, también hay para Mitne. Toma.
Sjach le puso los patucos a su compañero, y pegó las suelas a sus pies. Cogiendo ambos carrerilla a la vez, saltaron con vigor hacia el vacío. Shamash hizo lo propio y le entregó el último par a la última oficial de la tripulación en espera: una muchacha de apariencia humana, gran estatura, largo cabello pelirrojo y ojos jade, revestida completamente en una armadura negra de cuero tachonado y con una larga capa del mismo color. Brigit, la cirujano de a bordo, se las puso mientras el dracónido se subía pesadamente a la baranda y, entre quejido y quejido, se disponía a dar el salto. Cuando estuvo sola, avanzó tranquilamente y, dando un sencillo paso adelante, cayó siguiendo a sus camaradas.
El Fantasma del Cielo era una aeronave de mercancías movida por un anillo elemental de aire. Era pequeño y sigiloso, perfecto para no ser descubierto ni interceptado. Un khoravar de edad avanzada, larga barba y cabello pelirrojos, manejaba el timón con la energía pura de la Marca de la Tormenta, que además le identificaba como un vástago de la Casa Lyrandar.
Por supuesto, cuando vio caer del cielo a otro de los suyos, portando esa misma exacta marca, justo en frente de él, se detuvo en seco de sus actividades.
Fin apretó los dientes para disimular el dolor del impacto y, cesando en la emanación de su ráfaga de viento, se puso en pie con una dramática reverencia, desenvainó su estoque y, apuntando con él al cuello del timonel del Fantasma, declaró:
—¡Vaya, parece que la predicción de galerna era correcta! Caballeros, me complace anunciarles que están ustedes siendo abordados por la tripulación del Portador de Tormentas.
El mago Lyrandar hizo una mueca de asco, y levantó ambas manos en señal de rendición mientras liberaba la magia innata de su Marca.
—La guerra solo le ha traído desgracias a la familia —escupió—. Y tú y todos los de tu calaña sois las peores de entre ellas.
Y, con un chasquido de dedos, hizo que el viento se arremolinara a su alrededor, apartando de él el filo del pirata mientras se consolidaba como una suerte de armadura. Mientras eso sucedía, el resto de los marineros a bordo del Fantasma iban congregándose en cubierta. La mayoría cogían, a falta de nada mejor, cualquier ballesta o cimitarra que encontrasen por ahí, con la esperanza de protegerse del ataque. Y, aunque el capitán había llegado volando, eso era plausible para alguien con la sangre del Kraken corriendo por sus venas.
No esperaban que otros cinco adversarios se les abalanzasen encima.
En un parpadeo, Nova estaba en el centro de la cubierta, con una mano asida a un arco largo, y la otra próxima a una pandereta como si de un vaquero en pleno duelo se tratase. Shamash había caído, lanza en mano, justo frente a dos pobres marinos recién armados, con su imponente figura alzándose frente a ellos. Sjach cayó al lado de Nova, casi espalda con espalda, con Mitne a su lado, y Brigit, con una mano en el mango de su cimitarra y otra en el amuleto que colgaba de su cuello, aterrizó cerca de las escaleras que conducían al castillo de proa.
Los oficiales del Portador de Tormentas eran una visión temible para los pobres tripulantes del barco mercante, pero no estaban solos. Casi al mismo tiempo, salieron de sus respectivos camarotes la capitana —una mujer humana atlética, de cabello castaño corto y ojos oscuros—, el primer oficial —un hombre calvo enarbolado en armadura pesada y que blandía una espada con ambas manos— y el contramaestre —un hombre ajado y rudo, con un garfio en una mano y un martillo en la otra—. Al ver el percal, la capitana gritó su única orden:
—¡Luchad, muchachos! ¡Proteged el cargamento!
Y movidos por las inspiradoras palabras de su oficial al mando, y sabe el Soberano si por algo más, los marineros se alzaron en armas contra los asaltantes.
Pese a ser parca en palabras, Brigit era resolutiva en sus acciones, y ser la última en caer no era un obstáculo para ella. Cayó frente a uno de los marineros y, ni corta ni perezosa, desenvainó su cimitarra para infligirle un corte superficial en el tórax. El hombre retrocedió dos pasos y, por costumbre, ella supuso que alzaría las manos para rendirse. Lo que sucedió, no obstante, fue que agarró su arma con más fuerza y, con los ojos inyectándose en sangre, avanzó hacia su contrincante con una gravitas y una sed de sangre que ella jamás había visto en un civil.
Aunque Brigit no dijo nada, tanto Shamash como Sjach tenían a los tripulantes del Fantasma lo suficientemente cerca como para percibir reacciones similares en todos ellos.
El que no tuvo tiempo para ello fue Nova, que sintió cómo la punta de un virote rozaba su hombro. Siguiendo la trayectoria, vio a la capitana enemiga con una ballesta de mano, tratando de buscar una posición desde la que poder disparar y guardar la puerta tras ella al mismo tiempo. Percatándose de esto, Nova sonrió, y haciendo repiquetear los dedos en su pandereta, produjo una suave, rítmica e hipnótica melodía.
—No es tarde para que vengas conmigo —dijo, guiñándole el ojo.
La capitana pareció entrecerrar los ojos por un instante y bajar la cabeza, como si le pesara o le estuviera dando un mareo. No obstante, se sacudió las tentadoras palabras de su oponente de la cabeza y, resistiéndose a los efectos de su magia, desenvainó su espada y la apuntó hacia él.
—Curiosa forma de retarme a un duelo —contestó.
Ante el fracaso de su encantamiento, Nova se limitó a encogerse de hombros y, estirando el cuello, dejó salir a su lado más animal. Su rostro se cubrió de pelo anaranjado, con mechones albinos donde antes estaban las manchas de vitíligo. Sus pupilas se afilaron, desvelando pequeños irises amarillos. Su mandíbula se extendió, haciéndose más similar a un hocico, y su raya de ojos demostró no ser tal cosa al extenderse hasta constituir las dos anchas bandas negras de su rostro vulpino. Golpeó el suelo con su cola, preparándose para la batalla.
En el castillo de popa, a Fin no le estaba yendo mucho mejor. Su oponente había conjurado una nube sobre él, de la que se derramó una única descarga de lluvia ácida que el pícaro logró esquivar por los pelos, sin poder evitar que una gota le rozara levemente la pierna, quedándose parte del ácido en ella. Por su parte, los marineros, cada vez más enrarecidos, dispararon todos a la vez sus ballestas hacia los piratas, logrando herir a algunos. Su gran número casi compensaba su falta total de habilidad. Tan solo tres de ellos, batidores encargados de la seguridad del navío, parecían duchos en el uso del arco y, con una eficaz sucesión de lluvias de flechas, parecían estar poniendo contra las cuerdas a sus atacantes.
El primer oficial, armado con su espadón, no tardó en lanzarse también a la batalla, y enzarzándose simultáneamente tanto con Shamash como con Nova, consiguió obligar a ambos a hacer caer sus armas. Por suerte, Sjach intervino, asumiendo para si la tarea de combatir contra el espadachín. Hizo descender sus dos shoteles al unísono, pero su contrincante lo detuvo, situando su propia hoja en horizontal. Lo que él no esperaba era que esa posición fuera, de hecho, ventajosa para el hombre lagarto que, forzándole a bajar la altura del arma hasta un lugar donde esta no se interpusiera en su camino. Con las pupilas de sus ojos contrayéndose hasta parecerse más a los de una serpiente que a los de un gecko, aprovechó la inercia para lanzarle un mordisco al cuello. Sus colmillos, afilados como cuchillas, le provocaron una fea herida sangrante, pero el primer oficial no parecía dispuesto a rendirse bajo ningún término.
Shamash chaqueó la lengua. La situación en la que se encontraban eran una anomalía con la que no contaba. Con su lanza en el suelo y dos marineros enloquecidos amenazándole, la cosa no pintaba bien. Además, los aluviones de flechas y ballestas estaban haciendo mella en sus compañeros, que tampoco era buena señal. Con resignación, tomó un pequeño y esférico frasco de cristal con un líquido de color rojo en su interior. Miró a su alrededor, comprobando quién estaba en mayores apuros, y terminó por lanzarlo en dirección a Brigit, que también estaba rodeada. La poción se estrelló a los pies de la clériga, liberando un sublimado curativo que, tan pronto como se coló por sus fosas nasales, pareció hacerla recuperar parte de su energía. Acto seguido, miró hacia sus oponentes y, concentrando la energía latente de su magia dracónica en su garganta, liberó un pulso de energía hacia ellos, con la intención de arrojarlos fuera del barco. No obstante, ellos fijaron sus pies al suelo, y la fuerza del arma de aliento del dracónido no fue suficiente para hacerlos caer por detrás de la baranda. Sham gruñó, frustrado, y empezó a buscar su lanza por el suelo con la mirada.
Fin tampoco estaba libre de oponentes. Por un lado, el mago de la casa Lyrandar, por otro, un marinero armado con una ballesta ligera y, finalmente, una de los batidores encargados de la seguridad. Juzgando la mayor amenaza, se centró en la combatiente más experta y, con una floritura que la hizo bajar la guardia, le asestó una estocada en el hombro que la obligó a soltar su arco. Enrabietada, se llevó la mano a la parte de atrás del cinturón, desenvainando una espada corta. Fin sonrió con autosuficiencia, copiando el gesto de la arquera y desenfundando su pistola de chispa, que no tardó en apuntar hacia ella.
—No eres la única que puede usar un arma en cada mano —la provocó, alimentando aún más su furia.
La cosa pintaba mal. Estaban heridos, y no habían conseguido reducir el número de enemigos en lo más mínimo. Además, la actitud de los tripulantes del Fantasma era cada vez más rara, con los marineros de a pie moviéndose casi como muñecos controlados por alguna fuerza extraña. Los oficiales del Portador de Tormentas intercambiaron miradas por un segundo.
Tocaba ponerse serios.
Brigit respiró hondo, y se concentró en hacer hervir su sangre. Podía sentirla circulando por su cuerpo, así que, concentrándola en su espalda, liberó su revelación celestial. Su capa se rompió por la mitad, extendiéndose hacia los laterales y generando plumas negras, en dos gigantescas alas de ángel. El marino que tenía en frente volvió a sus sentidos de repente, solo para entrar en pánico y retroceder de golpe hasta tener su espalda contra la pared. Brigit le dedicó una última mirada, solo para extender sus alas y, con una velocidad endiablada, planear hasta una batidora de las que había sobre el castillo de proa. La aasimar le dedicó a su víctima una última sonrisa y un saludo con la mano, antes de darle un toque con el dedo en la frente. Los vasos sanguíneos de la khoravar se tiñeron de negro, sus ojos quedaron en blanco y, con un último gemido de dolor, expiró su último aliento. Su compañera apuntó con el arco hacia Brigit, más con terror que con furia, y disparó con un grito. La clériga desvió el proyectil con una de sus alas, pero no se percató de que había una segunda flecha, que le rozó un costado.
Mientras la cirujano de a bordo sufría su combate, el duelo entre el primer oficial pirata y la capitana mercante se intensificaba. La segunda disparó con su ballesta, clavándole el virote en el muslo. Acto seguido, se abalanzó contra él con su espada, rajando por la mitad parte del muslo, así como el asta de su propio proyectil, pero clavándole aún más profundamente la punta de este.
Los ojos vulpinos de Nova preservaron su brillo dorado mientras su forma alterada se desvanecía, y los clavó en la capitana mientras se esforzaba en convertir un gruñido de dolor en un gemido.
—Vaya, cariño, se ve que te gusta el juego sucio —susurró con una sonrisa—. ¡Pues aquí tienes!
Y con un golpe fuerte de pandereta, liberó una atronadora ola de sonido hacia adelante, empujando con violencia a la capitana lejos de sí. Ella salió disparada a través de la puerta que conducía al interior de la popa. Por su parte, el contramaestre consiguió resistir el empuje y, enganchando el garfio en una especie de huso que tenía el extremo de su martillo, lo lanzó contra Nova a modo de contraataque. El cambiante se agachó con gracilidad, pero aun así el martillo golpeó a Sjach por la espalda. El hombre lagarto liberó el cuello de su oponente para emitir un gruñido de dolor. Mitne, que estaba en guardia para asistir a Sjach, se giró hacia su atacante, mirándolo con rabia.
Y vaya si habría consecuencias.
Cuando Lyrandar conjuró una niebla que oscureció toda la cubierta de popa, Fin salió corriendo de allí y, con una peripecia, cayó sobre los hombros del contramaestre. Al darse cuenta, con un rápido giro de muñeca, invirtió la posición del estoque, y Mitne, prediciendo sus acciones, liberó su aliento eléctrico en dirección al arma del capitán, que se ensartó en el costado de su ahora montura, electrocutándolo salvajemente desde dentro.
El contramaestre cayó de rodillas al suelo, abrasado, y luego se desplomó hacia adelante. En cuanto los pies de Fin tocaron el suelo, rodó hacia adelante, glorioso, e hizo una reverencia para saludar a su público.
Reverencia de la que no se levantaría, pues los restos del ácido que le había salpicado previamente le atravesaron la ropa y empezaron a quemar la piel, haciéndole hincar la rodilla en el momento justo en que otra lluvia de flechas se precipitaba sobre él, impidiéndole esquivarlo.
El capitán estaba inconsciente y sangrando.
Para sorpresa de los tripulantes del barco asaltado —o, al menos, la de aquellos pocos que aún parecían preservar su lucidez—, la reacción de sus oficiales no fue la sorpresa o la preocupación, sino un suspiro de cansancio.
—Ya estamos otra vez… —mencionó Nova mientras recogía su arco del suelo.
—Mitne, no mires, que está feo —dijo Sjach, no pudiendo taparle los ojos a su dragón él mismo.
—¡No contéis con que le cure! —declaró Brigit, que ya estaba dirigiéndose a su siguiente víctima.
—¡Ya lo hago yo! —se quejó Shamash, agarrando otro frasco de perfume curativo de su alforja, y lanzándoselo a su capitán directamente a la cara.
En cuanto el vidrio se estrelló en la nuca de Fin, este abrió los ojos, algo mareado. Shamash confirmó que estaba bien, y acto seguido, devolvió su atención a los marineros armados a su lado. «Si empujarlos no funciona, el fuego lo hará», pensó, y concentrando sus fuerzas en la garganta una vez más, liberó su arma de aliento, ígnea en esta ocasión, contra ellos.
Efectivamente, funcionó mucho mejor.
Con la capitana fuera de escena, el contramaestre derrotado y los batidores siendo reducidos uno a uno, la situación por fin parecía tornarse a favor de los piratas. Brigit, que de hecho sí se estaba preparando para reanimar a su capitán, al percatarse de que Sham lo tenía todo bajo control, neutralizó rápidamente a otra arquera y, con la proa despejada, se dispuso a descender hacia la cubierta central.
Mientras tanto, Nova, Mitne y Sjach se mantenían enzarzados en combate con el primer oficial, que asestaba tajos con su espada inmisericordemente. Un corte fue dirigido a Nova, que le contestó con una mala mirada y una amenaza encantada. Otro corte fue hacia Sjach, que se lo devolvió, no solo mordiéndole, sino devorando una hebra de su piel y carne. Y pese a todo, era el propio espadachín el que se estaba volviendo cada vez más y más salvaje.
—¡Defenderemos el cargamento con nuestras vidas! —bramó con voz gutural, aliento pesado y ojos inyectados en sangre.
El mago salió de entre la niebla, y al ver el panorama, lanzó desde su Marca de la Tormenta una poderosa ráfaga de viento, con la intención de precipitar a Nova y a Sjach por la borda. Ambos resistieron, aunque Mitne no tuvo tanta suerte. El pequeño dragón salió disparado, cayendo al vacío. Por supuesto, en su concentración, el Lyrandar no se percató de lo extraño de que Sjach y Nova ni siquiera pestañearan por ello. Con la niebla fuera, no obstante, los arqueros y ballesteros de la cubierta de popa podían volver a lanzar sus flechas, pero la reducción en números era palpable, y el daño infligido en los asaltantes se iba reduciendo.
El capitán Fin, aún un poco atolondrado por el golpe de antes, se puso en pie y, cogiendo carrerilla, esprintó hacia la cubierta de popa. Valiéndose de las alas de Brigit, se impulsó para deslizarse entre las piernas de su compañera y poder situarse.
—Lástima que no llevases vestido —bromeó él.
Por supuesto, el comentario le granjeó una mala mirada de Brigit, una reprimenda de Shamash, una nota mental de Nova y un gesto de decepción de Sjach.
—¡Perdón! —dijo, y para redimirse ante su tripulación, disparó al último enemigo en pie en el castillo de popa, encajándole una bala justo en el costillar.
El khoravar de ojos verdes estaba sorprendido, no obstante. Lo normal era que ya se hubiesen rendido: tal masacre no era precisamente plato de su gusto.
—¡Intentad reducirlos sin matarlos! —ordenó.
—¡¿Qué?! —se quejó Shamash—. ¿No ves que están chalados?
El dracónido suspiró, y volvió a proyectar su aliento de fuego hacia sus enemigos. Las llamas alcanzaron al mago, entre otros, obligándole a cesar en su empeño de despeñarles para poder apagar las llamas. Después, alzó una garra, y su lanza, que no había recogido, voló por sí misma hasta la mano que la llamaba.
—Bueno, haced lo que queráis —se rindió Fin.
—Entonces, ¿puedo ocuparme de este? —preguntó Sjach, que estaba bloqueando con sus shoteles el pesado envite del enloquecido primer oficial.
—Todo tuyo.
El hombre lagarto sonrió, enseñando los colmillos ensangrentados, y comenzó su vuelo uno versus uno. Nova se alejó de ellos y se dirigió al dracónido.
—Gracias, Sham, me has ahorrado el paso de dispersar yo mismo la ráfaga de viento. ¡Ahora puedo hacer esto!
E, improvisando una retumbante melodía con su pandereta, el bardo hizo que, por un instante, el aire pareciera contraerse en una pequeña esfera, para luego…
¡Bum!
Una onda expansiva explotó frente a él con el sonido de mil truenos. Dos marineros que seguían en pie cayeron del barco, no porque el conjuro los hubiese empujado, sino porque había destrozado la cubierta y buena parte del casco del navío. El Lyrandar también cayó, pero consiguió aferrarse a uno de los bordes. Nova caminó tranquilamente hasta él, dedicándole a Shamash una palmadita en el hombro y unas palabras de ánimo entretejidas con encantamientos, pero aun así enfocado en la tarea más importante: pisarle la mano a ese desgraciado del mago. Así que le colocó el pie encima, y antes de molestarse en hacer presión o no con él, prefirió esperar a que él alzara la visa para cruzar miradas. No obstante, el mago se envolvió a sí mismo en una especie de bruma, para acto seguido desaparecer y volver a aparecer en un lugar en un lugar seguro.
Salvo porque no era seguro: Fin estaba ahí. Aunque antes de que le diera tiempo a verle, el capitán le golpeó con el mango de su estoque, dejándole inconsciente al momento.
Pocos segundos después, Sjach había derribado al primer oficial, dejándolo a la electrizante merced de un enfadado Mitne, que ya había regresado, la lanza de Shamash había volado hasta la última arquera, y Brigit había dejado inconsciente al último marinero en pie para estudiarle más adelante.
—Sea lo que sea que les había pasado, no era una enfermedad —señaló Brigit mientras replegaba sus alas y se acercaba al cuerpo del primer oficial. Entre el mordisco de Sjach y el de Mitne, tenía el cuello parcialmente separado de los hombros, y la cabeza torcida. Ella lo examinó un momento y, encogiéndose de hombros, lo colocó en un espacio más espacioso de la cubierta.
—¡Sombra! —llamó el dragón a su compañero en la lengua dracónica—. Eso sabía muy mal.
—Ya lo sé, peque —contestó Sjach, tomando a Mitne en brazos, mientras sus pupilas recuperaban su forma natural—. Ya se acabó, no te preocupes.
—No lo creo —intervino Shamash—. El informante dijo que habían contratado un grupo de aventureros en Droaam. Y no sé a vosotros, pero a mí ninguno de estos chiflados me parecía droaamita.
—Estarán abajo, entonces —respondió Fin, bajando a la cubierta principal con el mago Lyrandar a rastras—. Vamos a dividirnos para investigar el sitio. Nova, lleva a… Esperad, ¿y Nova?
Nova bajaba las escaleras con cuidado, pero los crujidos y chirridos de la madera no estaban de su parte. Había aprovechado el fragor de los últimos instantes de la batalla para volverse invisible e infiltrarse al interior de la aeronave, y aunque había avisado a Sjach, no estaba seguro de que el hombre lagarto le hubiese escuchado. Tampoco es que importase, con el ruido que hacían las condenadas escaleras, no tardaría en encontrarle alguien. Solo esperaba que ese alguien fuesen sus compañeros.
Por suerte, así fue.
—Sí, aquí mismo está —dijo Sjach, abriendo la puerta a su espalda y dejando la luz pasar. Sus pupilas habían vuelto a cambiar de forma, tomando el aspecto de una especie de sol negro—. El rastro de sangre va por aquí.
—Debió haber seguido a la capitana —razonó Fin—. ¡Nova, ¿estás aquí?!
El cambiante posó un dedo en los labios del khoravar, haciéndole callar.
—Estoy intentando ser sigiloso, ¿sabes?
Por otro lado, Shamash y Brigit habían sido asignados con la investigación del interior de la proa, junto a su nuevo compañero. El zombi en que se había convertido el primer oficial del Fantasma del Mar se arrastraba tras ellos, con su cabeza casi colgante no teniendo las suficientes cuerdas vocales conectadas para emitir más sonido que un molesto quejido.
—Qué mono —comentó la aasimar.
—Voy a fingir que no has dicho eso —respondió el alquimista, mientras cogía un poco del chorizo que colgaba de un garfio para llevárselo al gaznate—. Miremos si hay algo de utilidad, anda.
Exploraron la galera y varios almacenes. La última parada era el camarote de los vigilantes. Shamash analizó toda la estancia con sus ojos ardientes, y acabó por encontrar un tablón roto. Lo levantó, y encontró un saco pegado al lado opuesto. Lo abrió, y comprobando su interior, se lo lanzó a Brigit.
—Todas tuyas. Son pociones de curación. Eres la médico, ¿no? Pues haz tu trabajo.
Ella se limitó a encogerse de hombros, responderle con un «gracias» lo bastante susurrado como para que no lo oyese, y colgarse la bolsita del cinto. Tras eso, mientras ella concentraba su divinidad interior en cerrar sus propias heridas, descendieron también las escaleras.
El sonido de la pared desplazándose a la fuerza hizo eco por toda la estancia.
—¡Sjach, ayúdame con esto! —solicitó Nova, tras darle una infructuosa parada a un muro falso.
—Voy… —respondió él.
Mientras Sjach se ocupaba de ello y Fin inspeccionaba el resto del camarote, Nova echó la vista al almacén. Más allá del enorme agujero que su conjuro previo había provocado en el casco, no parecía haber nada fuera de lugar.
Bueno, más allá de los cuatro bultos de forma sospechosa que había entre los barriles… Y la capitana, que parecía estar inspeccionando los daños. Nova sonrió y, acercándose a ella, salió de su estado de invisibilidad para susurrarle unas palabras al oído.
—¿Sabes? Aún no es tarde para un cambio de bando.
En esa ocasión, el encantamiento funcionó, y la capitana quedó hechizada por la magia del cambiante.
Justo en ese momento, Fin y Sjach entraban también al almacén donde estaban, con Brigit y Shamash haciendo lo propio por el otro lado. En ese momento, los sospechosos bultos se revolvieron de golpe, revelando cuatro figuras tras ellos.
Una de ellas era una hermosa y atlética semiorquesa de corto cabello negro y piel extrañamente azul. Sus ojos verdes estaban clavados en el recién aparecido Nova, y tenía su arco con la flecha colocada y la cuerda tensa, listo para disparar.
La otra, un humano larguirucho, de desordenado cabello castaño claro, barba desaliñada y ojos oscuros, que apareció de entre las sombras para asaltar a Sjach con sus dagas envenenadas, haciéndole caer derribado al instante.
El tercero era un goblin en armadura pesada, con un colgante con el símbolo de una flecha plateada con una llama grabada, que amenazó a Brigit con un martillo de guerra.
El cuarto, un elfo de cabello blanco, ojos violetas y piel gris, apareció al lado de Shamash, cubierto por una especie de aura que distorsionaba la realidad sensible a su alrededor.
Los oficiales del Portador de Tormentas reaccionaron. Nova tensó su arco, listo para soltar la cuerda en caso de confrontación. Brigit llevó su mano al amuleto en su cuello, dedicándole una pequeña plegaria a Sjach. Shamash atacó al elfo con su lanza, pero este lo retuvo con un mero movimiento de su mano, como generando una fuerza invisible que el dracónido no podía atravesar.
—Te faltan décadas de experiencia para que eso funcione, joven —le dijo.
—Oh, eso ya lo veremos —respondió un cada vez más enfadado dracónido.
—Hazte pis en los pies de este tipo —le dijo Sjach a Mitne en dracónico mientras se levantaba.
—No lo recomiendo —intervino el elfo, en el mismo idioma. Cuando dijo eso, hizo un gesto con las manos, conjurando una pequeña esfera de energía púrpura en el centro de la sala —. Da la orden y libero el conjuro, Ayo —concluyó, mirando hacia la semiorca.
Al escuchar eso, el goblin entonó una leve oración, pidiéndole a la Llama de Plata que protegiese a sus amigos. El zombi trató de golpearlo en respuesta, pero su armadura era demasiado sólida.
—¿Qué tal si les dices que bajen las armas? —le sugirió Nova a la hechizada capitana.
—¡Cierto, perdona! Casi se me olvida. ¡No os preocupéis, chicos! Está bien. Vamos a entregarles el tesoro.
La tal Ayo relajó el arco al momento, y sus compañeros hicieron lo propio al momento.
—¡Tomad! Está escondido en el camarote del mago. Esta es la llave —dijo la capitana, dándosela a Nova.
El primer oficial dirigió una mirada a su capitán.
—Encárgate tú por ahora —indicó Fin—. Voy a tomar el timón y poner este barco a la altura del Portador.
Fin se marchó hacia arriba.
—Es un Lyrandar, ¿cierto? —dedujo el elfo, hablando con Shamash—. Por cierto, lamento haber herido tu orgullo antes.
—Sí. Y no lo sientes.
—No, no lo siento.
Shamash suspiró y se dirigió con Nova a inspeccionar el camarote del mago. El humano guardó sus dagas en sus fundas.
—Supongo que, si no nos pagan por ello, tampoco vamos a jugarnos la vida. Aunque no es que parezcáis muy duros —le dijo a Sjach.
Shamash, Sjach y Nova, que se estaban yendo, le clavaron los ojos con rabia. El ambiente era tan tenso que podía cortarse con un escalpelo. Brigit le dio al goblin una palmadita en el pecho.
—Entonces estamos bien, ¿no? —dijo ella.
Él parecía dubitativo. El peso de que la situación se relajara o se reencendieran las llamas del combate recaía sobre sus hombros.
—Eh… Eres de la Sangre de Vol, y no debería, pero… ¿Supongo que sí?
—Bien —dijo ella, para después acercarse a la semiorquesa —. Oye, pareces bastante fuerte, y estos tíos parecen depender de ti. ¿Te has planteado cambiar a un grupo más competente?
Ayo se rio.
—¿Intentas meterte conmigo o convencerme de que me una a vosotros? No os preocupéis, estoy bastante bien con mi gente, aunque Irvan sea un poco fantoche —dijo señalando al humano—. Además, nos hemos dejado una en Droaam.
—Bueno, siempre podemos llevaros —comentó Nova, que volvía con Shamash y un cofre metálico en sus manos.
—¿En serio? ¿Lo estás diciendo en serio? —se quejó.
—¿Qué? No tenemos nada mejor que hacer.
—Aún no sabemos lo que hay dentro, ¡podríamos tener que ir a la otra punta del continente!
—Bueno, hombre, seguro que no tienen prisa y están dispuestos a dar un rodeo —contestó el cambiante, endosándole la caja al alquimista para poder apoyar sugerentemente su brazo en el hombro de Ayo—. Puedo dejarte dormir en mi camarote.
Ayo pareció pararse a reflexionar, pero Nova se percató de que se estaba relamiendo uno de sus colmillos, de forma tan involuntaria como sutil.
—No sé, podría ser. Tendremos que hablarlo. ¿Chicos?
Mientras los mercenarios conversaban entre ellos y la hostilidad en el ambiente se reducía, quedaba una última cuestión que tener en cuenta.
—Este cofre está hecho de adamantita —explicó Shamash—. Además de ser extremadamente resistente, impide que ningún tipo de radiación lo atraviese.
—Uno de los marinos lo abrió un rato antes de que llegarais —comentó Irvan, el humano, desde lo lejos—. Igual es un dato importante, no sé.
—Deberíamos tratarlo con cuidado y abrirlo cuando nos hayamos largado de aquí —comentó Brigit.
—O podemos abrirlo ahora y evitar que haga mella en el resto de la tripulación —respondió Shamash—. Si va a enloquecer a los que lo rodean, mejor que sea solo a nosotros, que somos menos. Además, la capitana aquí presente, o el mago, no parecían afectados. Igual solo funciona en gente no preparada.
El capitán Fin reapareció.
—Acabo de dejar el barco arriba —señaló—. Oh, lo habéis encontrado. ¿A qué esperáis? Abridlo.
El capitán parecía tranquilo al respecto, así que acabaron optando por abrir el cofre y comprobar su contenido. Shamash introdujo la llave y abrió la cerradura. Un trémulo brillo añil emanaba de la caja conforme se revelaba un dragoesqueje de Khyber gigantesco, del tamaño de una cabeza humana. Sjach se retorció al momento, al borde del colapso. Del esqueje emanaba un olor nauseabundo, pero uno que solo él podría detectar: olía a azufre, a hierro y a sangre.
Sea lo que fuere que estaba contenido en ese esqueje, era demoníaco.
