Acto I: El Esqueje de Khyber
Capítulo 1: Sorpresas, sueños y secretos
LEOG despertó después de… ¿cuatro, cinco años? A ver, había «despertado» más veces, pero se sentía más como una duermevela temporal. En esta ocasión, no obstante, se sentía más… vivaz que otras veces. Miró a su alrededor, y vio a Kralath y Ratief bajando cajas a la cubierta de carga, y a Sumak tratando de hacer inventario del botín con sus escasas competencias matemáticas.
La anterior vez que había estado operativo, el resto de los oficiales estaban hablando de un futuro abordaje. ¿Era ese el botín que estaban guardando ahora? ¿Había estado en piloto automático durante menos de veinticuatro horas? Eso sí que era un milagro.
Tratando de exprimir el tiempo al máximo, le pidió a Sumak el pergamino de inventario, y mientras el mediano le ponía al tanto de la situación, LEOG fue clasificando y distribuyendo lo incautado. Había suficientes armas y armaduras para nutrir la mitad de la armería, y con las provisiones obtenidas tenían la despensa llena. En cuanto al producto que era inservible para nada que no fuera su venta, tenían aproximadamente unos quinientos galifares para comerciar. Ya solo quedaba contar el oro, pero había algo mucho más urgente: llevaba unos veinte minutos ocupándose de esto, y no había vuelto a desactivarse.
Eso requería investigación.
Subió las escaleras hasta la cubierta principal, dándose cuenta de que aún estaban enlazados al otro barco. Se miró de arriba abajo: su cuerpo metálico parcialmente oxidado, sus ojos amarillos luminiscentes, y su indumentaria compuesta apenas por un cinturón de herramientas, una andrajosa capa con capucha y unas botas de pescador. Preparado para hacerles una visita a sus compañeros, cogió carrerilla para saltar de cubierta a cubierta, cayendo con un sonido metálico.
El cofre de adamantita se cerró con un sonido metálico.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Nova, confuso.
—Un esqueje de Khyber —respondió secamente Shamash.
—No lo sé, pero… —intervino Sjach—. Sea lo que sea, o hay magia demoníaca dentro, o…
—Un demonio —completó la oración el dracónido.
El intendente se limitó a asentir.
Nova se dirigió a la capitana, que aún seguía hechizada por su magia.
—Cariño, ¿qué ibais a hacer con esto? —inquirió, señalando el cofre cerrado.
—Lo estábamos transportando de Zarash'ak a Puerta de Korunda. El plan era que la Casa Kundarak lo sellara a buen recaudo.
—Vamos, que hemos robado el peor botín posible —concluyó el cambiante.
—¿Lo abristeis en algún momento? —preguntó Brigit, con tono curioso.
—Uno de los marineros a bordo la abrió momentáneamente, sí.
—Ya veo… —musitó Fin—. Tripulación, nos marchamos. Nos llevamos el cofre y todas las provisiones que podamos cargar. Ah, y al mago.
—Dejé inconsciente a uno de los marineros, ¿nos lo podemos llevar también?
El capitán se encogió de hombros.
—¿Y ella? ¿Se queda? —sugirió Nova, señalando a la capitana hechizada.
Fin asintió.
—Mejor sí, sí.
Con todo claro, los oficiales del Portador de Tormentas se dispusieron a marcharse.
—Disculpad… —les llamó Ayo antes de que subieran la escalinata—. Lo sentimos, pero si ella se queda, nosotros también —dijo, señalando a la capitana.
—Oooooh… —se lamentó Nova—. ¿Seguro? Vamos, será divertido.
La semiorquesa apoyó su lanza en sus hombros, colgando sus manos del asta.
—Estoy convencida de que sí —respondió—, pero ella sigue siendo nuestra empleadora, así que tendremos que protegerla hasta que llegue el barco de rescate.
El primer oficial del Portador se encogió de hombros.
—Bueno, otra vez será —dijo.
—Si alguna vez tenéis trabajo para nosotros —dijo Ayo—, vivimos en Murogrís, en Droaam.
Irvan se acercó a Sjach.
—Tengo que reconocer que eres un gran espadachín —dijo, jugando con sus dagas—. Yo no doy para más que para estas pequeñas.
—Eh, si quieres que entrenemos juntos —respondió el hombre lagarto—, yo encantado.
—Algún día —dijo Irvan, despidiéndose de él con la cabeza.
LEOG y el resto de los oficiales se cruzaron en las escaleras.
—Vaya, la cafetera —bromeó Nova.
—¡LEOG! —le llamó Fin—. Te veo… activo. ¿Te encuentras bien?
—Mejor que en mucho tiempo —reconoció el forjado—. ¿Qué ha pasado ahí arriba? No hay más que cadáveres.
—Es una larga historia —respondió el capitán.
—Que se resume en que se volvieron locos —intervino Sham—. No nos dejaron más opción.
—Ajá…
—Volvamos al Portador —dijo Fin mientras subían, ahora todos juntos—. Tenemos que reunirnos urgentemente, así que aprovecharemos para ponerte al día.
LEOG asintió y, mientras sus compañeros saltaban de regreso a su aeronave, se paró un momento a realizar un brevísimo ritual.
—Ahora sus almas volverán al mundo —susurró.
Al hacerlo, sintió la mano de su capitán depositándose gentilmente en su espalda. Le miró, percatándose en ese momento de que había estado esperando por él. Fin le dedicó una sonrisa de comprensión y, juntos, dieron también el salto a su hogar.
El sonido del bofetón hizo eco por toda la cubierta de carga.
—¡Nos atacan! —gritó el khoravar al despertar.
—Tarde —contestó Fin—. Ya os atacamos, ya perdisteis, y ya estás aquí encerrado.
El mago miró a su alrededor. Estaba en una celda con barrotes de hierro, con poco más que una esterilla, una manta, un cubo con agua y una piedra de purga. Miró a sus interlocutores: un khoravar, un cambiante, una hombre lagarto con un reptil azulado en brazos, un forjado para la guerra, y una humana escoltada por un zombi perturbadoramente parecido al primer oficial del Fantasma del Cielo. Salvo al forjado, reconocía a todos como parte del grupo que les había abordado.
Y al khoravar en concreto, lo conocía de algo más…
—Entonces he sido secuestrado —dijo finalmente—. Fantástico. ¿Qué pensáis hacer conmigo?
—Tan solo hacerte un par de preguntas —contestó Fin—. Empezando por: ¿cómo te llamas?
—Alasdair —contestó él, con una mueca torcida—. Alasdair d'Lyrandar. Apellido que compartimos, al parecer. Te seré sincero, no esperaba que me secuestrara el hijo del Almirante. «La Galerna», así es como te llaman ahora, ¿sí?
—Sabes quién es mi padre, entonces —contestó Fin.
—¿Y quién no? Es un hombre intachable, feroz y leal a la Casa, sin una mancha en su reputación. Bueno, sí, tiene una —dijo finalmente, mirando a Fin a los otros.
El capitán suspiró.
—¿Dónde está? —preguntó finalmente.
—¿Por qué iba a decírtelo?
Antes de que Fin respondiera, LEOG optó por usar el lenguaje corporal. Con un silbido, desplegó su garfio retráctil, mirando a Alasdair fijamente con sus ojos brillantes. Mientras tanto, desde detrás del todo, Nova obró un poco de su magia para facilitarle el interrogatorio a sus amigos, solo para retirarse a su camarote después.
El mago tragó saliva pesadamente.
—La última vez que lo vi en Ventormenta, se estaba preparando para un viaje a Ferdùvar.
—Bien, ya sabemos a dónde no ir.
Alasdair subió su mirada, centrándose en LEOG.
—Vaya forjado más interesante tenéis ahí. ¿Dónde lo conseguisteis?
Tanto Fin como LEOG y Sjach se tensaron un poco ante la afirmación.
—LEOG no es una cosa —contestó Fin.
—Sombra, este tipo es muy desagradable —le dijo Mitne a Sjach en dracónico.
—Lo sé, Luz, no le escuches. Anda, vamos a la cama.
—Espera, ¿eso es un dragón? No, ¿verdad? —preguntó Alasdair al escucharlo.
El trío volvió a mirarle mal.
—Mitne tampoco es una cosa —contestó Fin, con un tono cada vez más afilado y amenazante.
Sjach se retiró a acostar a Mitne antes de entrenar un poco. Brigit, que llevaba en silencio todo el tiempo, decidió intervenir.
—Entonces… ¿Vamos a preguntarle por el esqueje o no?
—Cierto —recordó Fin—. ¿Quién abrió el cofre?
—Uno de los tripulantes, no sé cómo se llamaba —respondió Alasdair—. Fue menos de media hora antes de que nos abordarais. Algunos empezaron a actuar de forma rara, pero nada grave hasta que llegasteis.
—Nada que no supiéramos, entonces —dijo Brigit—. Me encargo yo del otro, ¿vale?
Fin asintió en silencio, y Brigit se retiró. Antes de irse ellos también, LEOG preguntó:
—¿Cuál es tu comida favorita?
—La brandada de bacalao —contestó.
—¿Y la que menos te gusta?
—Las gachas de avena.
—Bien —se limitó a responder el forjado.
De la que se marchaba, LEOG obró un poco de magia druídica leve, dejando en la mazmorra un ligero aroma a salitre que, con suerte, ayudaría al cautivo a dormir.
Ya al día siguiente decidiría si le ponía un plato que le guste o uno que no.
—¿Puedo pasar? —se escuchó una voz al otro lado de la pared.
Nova estaba tumbado en su cama, jugueteando con su banjo. La puerta de su camarote se abrió, dejando entrar a una khoravar de cabello castaño cobrizo, ojos azules y piel bronceada.
—¿Quieres que termine de arreglarte la ropa? —preguntó Riaan, con una voz entre pícara y avergonzada.
—¿No lo hiciste ya? —preguntó el cambiante con una sonrisa divertida.
—Hay un límite de cuánto puedo coser sobre la marcha.
La sonrisa de Nova se amplió.
—¿Tengo que quitármela, entonces?
Riaan asintió.
—¿Toda?
—Toda.
Con Riaan dormida sobre su brazo y la sola cobertura de sus sábanas para protegerles del frío, Nova durmió profundamente. Tan profundamente que incluso tuvo un sueño lúcido.
Se encontraba en una taberna con escenario. La reconocía: era la taberna de Puerto Claro en la que conoció a Fin, el lugar en que la tripulación empezó a formarse. Las luces estaban apagadas, salvo las que enfocaban al escenario. Y, sobre él, no había nada salvo un laúd hermosamente ornamentado.
Nova subió las escaleras, tomó el laúd entre sus manos y, sentándose en un taburete que, juraría, no estaba ahí un momento atrás, comenzó a tocar. A tocar una melodía que jamás había escuchado.
kuwata tsunowo vralai
tsuriji pufuralekai
kwondzuvai undovartsu wronduwail
tjortetei jeki liago
Conforme iba tocando, figuras iban apareciendo entre el público. No eran exactamente sombras, pero tampoco personas definidas. Tenían rostros, pero Nova era incapaz de distinguirlos, por mucho que mirase.
jiunmata ivelischpfuli
neftyoma sorepiyamei
schijiyako alefni fatalliliya
nic'hpisfa unhoreselye
Siguió intentando reconocer algún rasgo entre su audiencia, buscar alguna cara conocida. Sin éxito. Cada vez iban siendo más y más, con todos los asientos llenándose paulatinamente.
otrajain aforeje kurasolda
towari hatasei mic'hatasei tsufrallai
otrajain aforeje kurasolda
towari hatasei mic'hatasei tsufrallai ilja
Por no concentrarse en tocar la canción en sí, Nova tocó un acorde equivocado. Lo curioso era que, a pesar de ser la primera vez que tocaba esa canción, de ni siquiera reconocer la lengua de la letra en la que estaba cantando, era plenamente consciente de su error. Y lo más curioso aún era que, si bien él sabía haberse equivocado, la melodía sonó perfecta, como si la propia música se negase a ser tocada mal.
Ullilya kojijichatjukaijai-wa
nyame fretsumekri, fretsumekri linganmai
ulreri manja huteharraku-mu
harirch lahadachfei, lahadachfei shindulhwo
Terminó de tocar, y el público se puso en pie en una ovación silenciosa. Y, entonces, volvieron a desaparecer, uno a uno, hasta que el cambiante volvió a quedarse solo en la taberna.
Y, entonces, despertó.
Sham había sido el primero en irse a dormir, y como era costumbre, era el primero en despertarse. El viejo dracónido se sentó en su escritorio y, desplegando la esfera mecánica que era su herramienta multiusos, la convirtió en un kit de suministros alquímicos, preparándose para hervir algunos brebajes y mezcolanzas. Tras terminar, se dirigió al baúl de su camarote: no el baúl que tenía a los pies de su cama, con todas sus cosas de uso cotidiano, sino su otro baúl.
Se acercó a él, y a pesar de que tenía cerradura, tan pronto como lo tocó, pareció abrirse solo. Era pequeño y robusto, y en su interior había un único objeto: un guijarro del tamaño de un puño, con un grabado similar a un rostro de perfil con la boca abierta. Se acercó la piedra parlanchina al morro, y envió su mensaje:
—Ha habido un imprevisto en la vigilancia del joven marcado —dijo—. Hemos encontrado un esqueje de Khyber. Tiene magia demoníaca de alguna clase. ¿Tienes alguna orden?
Cuando Shamash daba su informe, rara era la ocasión en que recibía una respuesta más allá de un leve gruñido o un simple «recibido». Lo cual hizo especialmente sorprendente que, en esta ocasión, la contestación sí fuera elaborada y contundente.
—¡No traigas eso aquí! —bramó una voz autoritaria al otro lado de la piedra mágica—. Investigaré. Dame un informe más detallado mañana… El tiempo fuera te hizo olvidar cómo dirigirte a tu rey. Que no ocurra.
Por su parte, Brigit también tenía visita en la «soledad» de su habitación. Era una figura oscura, pero angelical, con amplísimas alas de lustroso plumaje negro que parecían abarcar toda la estancia. Vestía una armadura ceremonial dorada, ceñida al cuerpo, y un largo cabello azabache enmarcaba su estoico y blanquecino rostro de ojos negros como simas.
—Azrael —la llamó Brigit al verla en el reflejo de su espejo.
—Habéis encontrado un objeto… interesante —contestó su ángel de la guarda a modo de saludo.
Así era ella, siempre al grano.
—¿Qué opinas? —preguntó Brigit.
—Lo que contiene en su interior es poderoso, sin duda. Puede ser peligroso si se trata sin cuidado, pero también puede ayudarnos a alcanzar nuestros objetivos.
—¿Lo robamos? —preguntó la pelirroja con un tono cercano al entusiasmo en su voz.
—No —contestó el ángel—. El barco es un lugar seguro y cercano donde tenerlo. Aunque es conveniente que lo vayamos estudiando… cuidadosamente.
Brigit asintió en silencio.
—Perseveremos por este camino —concluyó Azrael—, y alcanzarás más poder del que jamás soñaste.
Y con el fuerte sonido de uno de sus aleteos, la siniestra entidad desapareció, dejando atrás una única pluma negra que, tan pronto como tocó el suelo, se disolvió.
Sintiéndose segura, la dorada gallina Gretta salió de debajo de la cama, acurrucándose al lado de Brigit.
—¿LEOG? —escuchó el forjado que le llamaban desde detrás.
El cocinero del Portador de Tormentas había invertido la noche en investigar acerca de su propio pasado y su condición. Incluso si había recobrado su conciencia en plenitud, después de más de cuatro años, su amnesia seguía siendo un problema del que debía ocuparse. Cuando Drazhomir, el joven minotauro, veterinario y ratón de biblioteca patentado de la tripulación, entró a por su lectura matutina, vio a un forjado para la guerra rodeado de montañas y montañas de libros.
—¿Ha… ha estado ahí toda la noche?
—Así es. ¿Ya es de día?
—Amaneció hace varias horas ya, sí.
—Oh, comprendo. Ayúdame a recoger, y voy a hacer el desayuno.
Shamash disfrutaba en paz de su desayuno. Era bueno tener a LEOG de vuelta: la precisión milimétrica con la que su «modo automático» cocinaba estaba bien, pero se agradecía algo de creatividad en sus platillos.
Una pena que Nova llegase con su banjo para ponerle fin a esa tranquilidad.
—¡Sham, me ha pasado una cosa muy rara! He tenido un sueño.
—Guau, felicidades —contestó el dracónido—. ¿Es la primera vez que te pasa?
—No, no, era un sueño rarísimo. ¡Tocaba una canción que nunca había escuchado! Ni siquiera sé en qué idioma está.
—Eso me interesa —intervino Brigit, sentándose también en la misma mesa.
—Y a mí, ¿por qué no la tocas? —intervino Fin, uniéndose también a la conversación.
Nova asintió, y comenzó a tocar la misteriosa melodía y a entonar la indescifrable letra.
—¿Sabes algo? —le preguntó al viejo carpintero igualmente.
—No he escuchado ese idioma en mi vida. Desde luego, dracónico no es…
—Es infernal —intervino Sjach, secamente.
—¡Sjach! —exclamó Fin—. Te has levantado pronto.
—Me despertó Mitne al escuchar… eso —dijo Sjach señalando al dragón azul a su lado—. ¿Dónde aprendiste eso? —preguntó a Nova con sospecha.
—Pues la soñé esta noche —contestó el cambiante.
—¿Puedes traducirla? —preguntó Fin.
—Puedo intentarlo —respondió—. Tócala otra vez.
Sjach cogió algo de pergamino y una pluma y, mientras Nova repetía la canción, él la iba transcribiendo. Una vez tuvo el texto en infernal, lo tradujo al común:
En una vieja y desolada tierra,
hastiada por el rencor y la guerra,
el Señor de los Ejércitos despierta,
poderoso como en la Antigua Era.
Vástago de la tempestad,
volad más allá del espacio y del tiempo;
hallad los fragmentos de vuestro anhelo;
alzad la puerta a vuestra libertad.
Lo que está partido ha de ser resarcido,
lo que está muerto ha de ser revivido.
Lo que está partido ha de ser resarcido,
lo que está muerto no ha de ser revivido.
Hálito de relámpago, nacido del argento;
sangre divina, vertida en oscuro ritual;
un fragmentado corazón de cristal.
Forjados en trinidad por la canción del ensueño.
—Específico —concluyó—. Demasiado específico.
—Tenemos que reunirnos ya —ordenó Fin—. Que alguien avise a LEOG.
En un área apartada de la biblioteca, en torno a una mesa alargada con un mapamundi de Eberron extendido, los seis oficiales —y Mitne— comenzaron a debatir en torno a su próximo destino.
Fin presidía la reunión, Sham examinaba la traducción que había hecho Sjach de la canción, y Nova repetía los acordes de esta lentamente con su banjo. El contramaestre acariciaba a su dragontino compañero, que estaba en tensión ante la mera presencia del esqueje, mientras LEOG y Brigit observaban la escena en silencio.
—Tenemos que librarnos de esta cosa, sea como sea.
—Va a ser peor —dijo Sham, levantando la vista del papel—. Una canción misteriosa que se le presenta a alguien en un sueño… Esto es parte de la Profecía Dracónica, no me cabe duda.
—¿No es razón de más para desentendernos del problema?
—No. La Profecía siempre señala múltiples posibles destinos, y siempre hay varios posibles causas que pueden llevar a ellos.
—Y el sueño lo tuve cuando robamos el esqueje.
—Exacto —confirmó el contramaestre—. Lo cual quiere decir que está ligada a él. Si se la damos a otros, no sabemos cómo harán que se cumpla la Profecía.
—Y, la verdad, tiene mala pinta —concluyó Sjach.
—Lo que no entiendo es por qué está la canción en infernal… Esa es la parte que no me encaja.
Por unos instantes, los siete permanecieron en silencio; fue Brigit la que rompió el hielo.
—¿Puedo examinar el esqueje? Igual descubrimos algo.
Fin torció el gesto.
—No sé yo. ¿No ves lo que les pasó a los otros tontos al abrirlo?
—Bueno, pero nosotros ya lo abrimos y no pasó nada —respondió ella.
—Eso es cierto —confirmó Nova.
—Aun así…
Dubitativo, Fin extendió su pañuelo sobre la mesa, abriendo el agujero hacia la dimensión de bolsillo de este. De ella, sacó el cofre de adamantita, y se lo dio a Brigit mientras enrollaba la tela de nuevo.
—Investiga el cofre todo lo que quieras, pero no lo abras.
La aasimar asintió a regañadientes con la cabeza.
—¿Puedo? —le preguntó LEOG.
Ella dejó el cofre en la mesa, frente al forjado. LEOG extendió la mano y agarró el cofre de adamantita.
La reacción fue inmediata.
La ghulra en la frente de LEOG se iluminó con un tono púrpura, y sus ojos hicieron lo mismo. Entonces, recuerdos perdidos de una conversación florecieron en su mente:
En su teatro mental, veía cinco sombras que conversaban entre ellas.
—Nuestro tiempo ha llegado —declaró una primera sombra.
—Si la Profecía es cierta, el peligro es enorme. Hemos de actuar —dijo una segunda con decisión.
—No podemos demorarnos más: cumplamos con nuestro papel —intervino una tercera sombra.
La siguiente voz en hablar no surgía de ninguna de las indefinidas entidades, sino más bien del propio LEOG. Aunque la voz, si bien regia y poderosa, sonaba… ¿femenina?
—Entonces, partamos hacia Khorvaire.
—¿LEOG? ¿Estás bien? —preguntó Sjach.
—¿Desde cuándo sabes hablar dracónico?
—Desde... ¿nunca? ¿Estaba hablando en dracónico? No sé, he tenido una visión muy rara.
LEOG contó a sus compañeros lo que acababa de ver, aumentando aún más la atmósfera de confusión e incertidumbre que de por sí ya reinaba en la estancia.
Nova tocó una melodía tensa.
—Mirad, esto se está volviendo cada vez más complicado —dijo finalmente el capitán—. Necesitamos información. Mi primo, el que tenemos ahí abajo, me ha dicho que mi padre estaba volando hacia Ferdùvar, así que no podemos ir allí. Sugiero que vayamos a Puerto Claro y le preguntemos a Durnan de dónde sacó la información sobre este botín.
—Es un buen primer paso —dijo Sham—. Ya que estamos allí, podríamos acercarnos a la Universidad de Wynarn: igual en la biblioteca tienen información sobre esto.
—Hablando de bibliotecas —intervino Nova—. No sé si lo habéis escuchado alguna vez, pero hay historias que hablan de una biblioteca oculta en los Páramos Demoníacos. Si el esqueje tiene magia infernal dentro, igual ese es el sitio en el que buscar la información.
—Eso, si es que ese sitio existe —dijo el dracónido.
—Ya, no hay nada que lo asegure, y los Páramos son muy peligrosos… Vamos a investigar, a ver si hay algún dato que pueda ayudarnos a acotar la búsqueda.
—¿Arcanix? —sugirió Sham—. Allí podríamos rebuscar algo también.
—O en Sharn —dijo LEOG—. Si todo esto tiene que ver con mi pasado, puede ser que los Cannith de Sharn sepan algo.
—Merrix d'Cannith… —reflexionó Fin—. Su padre creó a los forjados, puede tener sentido.
—Puede hacerse —comentó Sjach—. De Puerto Claro a Arcanix, de Arcanix a Sharn. Fácil.
—En ese caso, está decidido —concluyó Fin—. ¡Sjach, traza el rumbo! ¡Tripulación, manos a la obra!
Todo el mundo asintió, y uno a uno, fueron abandonando la sala, hasta que solo quedaron Fin y Nova.
—Capitán —dijo Nova—. No quise mencionarlo, porque igual era mucho rodeo, pero… ¿Y si vamos a Droaam?
Fin sonrió.
—¿Tantas ganas tienes de ir a ver a Ayo y compañía?
Nova puso los ojos en blanco.
—No es por eso, no. Estaba pensando que, si la cosa va de profecías, sueños y cosas así… Podemos intentar preguntarle a Sora Teraza…
—La mayor profetisa del mundo… —reflexionó Fin—. Y una de las reinas de Droaam. Será complicado, pero buena idea. Escribiré a Ayo y compañía, y les diré que nuestro encuentro está más próximo de lo que estimábamos.
