Acto I: El Esqueje de Khyber
Capítulo 2: El Dodecanato
Era sul, así que la tripulación se había congregado en la cubierta principal, a la espera de que el capitán les anunciara sus deberes de la semana. Fin subió a la cubierta de popa, y se encaramó de la baranda frente a ellos. Nova había estado arengándoles mientras él terminaba la planificación.
—¡Y recordad! —decía el cambiante—. ¡Les hemos pegado el repaso de su vida a esos Lyrandar! ¡Somos los mejores!
Ante las ovaciones de la tripulación, Fin carraspeó para comenzar a dar las instrucciones.
—¡Gente! Nos dirigimos a Puerto Claro. Sjach está preparando el rumbo, pero id yendo a vuestros puestos. ¡Albert, Kralath! En el botín había algo de equipamiento nuevo, así que hacedle algo de mantenimiento para tenerlo listo, por si acaso.
Albert, un hombre humano de edad avanzada, al punto de tener el cabello completamente gris y estar apoyado en un bastón, pero de constitución atlética, hizo un gesto militar de asentimiento. Kralath, el goliat, asintió con la cabeza.
—¡A la orden, capitán!
—Drazhomir, la biblioteca es tuya. Necesito que busques tanta información sobre los Páramos Demoníacos como puedas —Fin esperó a que el minotauro asintiera, y prosiguió—. Nathair, tú ve al taller. Necesito pedirte un favor personal, pero una vez lo termines, pinta a gusto.
—¿El cuadro será para vender? —preguntó le gnome, escondide en su disfraz de goblin.
—Si quieres, sí.
Nathair asintió.
—Hablando de vender… Riaan, haz inventario en el almacén y prepárate para comerciar con lo que tenemos una vez lleguemos a Puerto Claro. Thatani, ve con ella y usa parte del dinero para aprovisionar la armería.
—A la orden, capitán —contestaron la khoravar y el hombre de cabello morado, ojos verdes y tez oscura.
—Jiangqwoc, ve a la cubierta de proa y ocúpate del jardín. Si da tiempo a tener algo cultivado para cuando lleguemos a la ciudad, mejor, pero si no, no pasa nada.
A modo de respuesta, el híbrido entre humano y tortuga llamado Jiangqwoc comenzó a andar lentamente hacia la proa.
—Lulu, ve con Brigit. Sumak, ayuda a LEOG.
—¡A la orden, capitán! —gritó el mediano, mientras el esqueleto asentía en silencio.
—Ratief, ¿te importa encargarte de la limpieza esta semana?
El fornido monje de coleta rubia y denso bigote asintió, complaciente.
—A la orden, capitán.
—Y Nando, al carajo. Mantente vigilante.
El adolescente de cabello castaño estiró los brazos.
—¡Siesta matutina! —exclamó— Digo… ¡A la orden, capitán!
Fin suspiró.
—Ratief, empieza por la cubierta principal, y mantenle vigilado, anda.
El monje volvió a asentir.
—Perfecto, entonces —tras decir eso, Fin se puso de pie sobre la baranda y, de un salto hacia atrás, se colocó frente al timón —. Aukarak, ¡vamos allá!
Tan pronto como puso sus manos en el timón, sus ojos y la Marca de la Tormenta en su gemelo comenzaron a resplandecer con un tono cerúleo. El esqueje de Siberys en el centro del timón, así como los esquejes de Eberron en los extremos de los asideros, brillaron con el mismo tono, y el leve anillo de estática que unía los mástiles y las vergas del Portador de Tormentas comenzó a refulgir con furia, haciendo que el barco salga disparado dirección a Puerto Claro.
A lo largo del día, los oficiales del Portador fueron cumpliendo con sus deberes. Brigit bajó a la enfermería, solo para descubrir que su paciente involuntario se había cortado la lengua con los dientes, quitándose la vida. Intrigada por la reacción y las posibles implicaciones de la magia del esqueje en ella, bajó el cuerpo a su laboratorio y se encerró con Lulu y Gretta para investigarlo.
Shamash fue dando un paseo tranquilo, mientras revisaba el estado del barco tras el abordaje del día anterior. Las arterias elementales estaban bien, los nodos estaban bien, el motor estaba bien… Todo estaba en orden. Optó por invertir la tarde, tras la deliciosa comida de LEOG, en jugar al conquista —un juego de mesa muy popular en Khorvaire— contra Albert, con Jiangqwoc y Ratief de audiencia. Milagrosamente, acabó ganándole por primera vez en cinco años.
Sjach, por su parte, en cuanto terminó de calcular el rumbo hacia Puerto Claro e informar a Fin, decidió interrumpir el proceso de limpieza de Ratief para que entrenaran juntos. Nova, mientras tanto, acompañaba la escena con un poco de música.
En cuanto Aukarak estuvo demasiado cansado como para proseguir avanzando a máxima potencia, Fin decidió jugar un poco con Mitne mientras Sjach dormía la siesta. Para más inri, se le ocurrió hacer algo de prácticas de tiro con su primo que, resignado a no tener otra opción, usó su magia para moverle un par de objetivos para que entrenase.
LEOG pasó el día en meditación, comulgando con los espíritus presentes en su pequeño santuario particular, preparándose para las tareas de búsqueda que le esperaban al próximo día en Puerto Claro.
Y llegó la noche, llegó la mañana. Y así terminó el primero de olarune.
El segundo de olarune fue el caos. Una vez LEOG les hizo un desayuno nutritivo —acompañado de un delicioso cóctel matutino—, Fin fue a recoger el «pequeño favor» que le había pedido a Nathair —un boceto suyo con gesto vacilón frente a la bandera del Portador de Tormentas, que tenía toda la intención de enviarle a su padre—. Todo el mundo cumplió diligentemente —o, al menos, con la diligencia esperable— con sus obligaciones, y el día trascurrió normalmente hasta que…
—Chicos, nos atacan —dijo LEOG, mirando a una aeronave que se les acercaba por la retaguardia.
—Sí, definitivamente nos atacan —completó Nova, mientras veía una segunda aeronave acercarse por el frente.
Shamash suspiró profundamente.
—¡Nando! —gritó, mirando hacia el cielo —¿Hay algo de lo que quieras informar?
Nando despertó de su siesta.
—¡Ah! ¿Qué? —se exaltó—. ¡Sí, perdón!
Se asomó a la baranda del carajo.
—¡Nos atacan! —exclamó, para después aguzar un poco más la vista—. Vale, esos son Lyrandar, y Orien, y Cannith, y Phiarlan… ¡Chicos, creo que nos ataca el Dodecanato!
Segundos tras la declaración de Nando, ambos navíos dispararon hacia ellos gruesos arpones. Fin cogió el timón, y siguiendo las indicaciones in extremis de Sjach, consiguió maniobrar con la suficiente precisión para evitar dos de los cuatro proyectiles. No era perfecto, pero estaban era en perfecta posición para atacar.
—¡Fuego a discreción! —gritó el capitán.
—A la orden —respondió LEOG.
El forjado cruzó las piernas y juntó las palmas de sus manos y, levitando por unos breves instantes, pidió ayuda los espíritus. Los braseros de su santuario se encendieron de golpe con sendas llamas verdes, y liberaron su fuego que, como espectros, volaron a través de los recovecos del barco hacia la cubierta. En apenas unos segundos, había ocho dimetrodones ayudando a la tripulación del Portador a preparar las armas. Con tres operarios en cada una de las cuatro balistas, y cinco en la catapulta, estaban listos para contraatacar.
Solo había un problema, y es que el enemigo les había dejado apresados con los arpones, y se acercaba peligrosamente.
Intentaron de todo: LEOG quiso cortar las cuerdas, pero estaban demasiado abajo; Sjach se preparó para el inminente abordaje, canalizando la esencia mágica de Mitne para conjurar el viento a su alrededor cuan aura protectora; Shamash tomó su esfera multiusos entre sus manos, girando las ruedas y engranajes para convertirla en una especie de ballesta con virotes de fuego para dispararle al enemigo.
Nada parecía surtir mucho efecto.
Cansado de dispararles flechas, Nova pensó en una solución más extrema. Cogió su flauta travesera, y canalizando su magia a través de ella, tocó una melodía que daba la sensación de que estaba sorbiendo aire más que expulsarlo.
Entonces, el aro elemental de una de las naves comenzó a parpadear. Casi como si la se hubiese comido el fuego, el aro se apagó, y algo similar a una explosión salió segundos después del interior del navío.
El elemental se había liberado. Al menos, parcialmente.
Con uno de los barcos enemigos en caos, la cosa parecía ir a mejor, pero entonces los arpones terminaron de retraerse, y la batalla naval ya se convirtió en un abordaje.
Los atacantes eran dos khoravar, probablemente de la Casa Lyrandar, cinco lanzadores de conjuros con edad de ser más bien aprendices, y un hombre orondo revestido en una armadura completa de color rojo, armado con una horca. Desde el navío del que salió el hombre —el que no estaba en caos por un elemental de fuego enfadado—, dos autómatas que habían visto días mejores saltaron al Portador, y múltiples magos conjuraron un pequeño ejército de familiares, similares a serpientes azules compuestas de fractales. La tripulación atrajo a los autómatas y a los familiares a las cubiertas de proa y popa, dejando a sus oficiales con los atacantes humanos.
Y los oficiales estaban de mal humor.
El hombre engarzado en su armadura alzó su horca, y atacó con ella a Mitne. En cuanto el cuello del dragón estuvo entre las dos astas del arma, la Marca de la Creación, señal de su ascendencia Cannith, brilló en el dorso de su mano, activando un hilo de electricidad que mantenía a la criatura presa. No parecía hacerle ningún daño, pero no podía moverse.
Ahora, los oficiales estaban de peor humor.
Fin apuntó con sus dedos, imitando la forma de una pistola, hacia uno de los dos khoravar. Fingiendo un disparo, dirigió hacia él una bala de aire. Era endeble, sí, pero suficiente para empujarle hacia atrás y hacerle caer por la borda.
Un problema menos.
Shamash prendió fuego a su lanza, y atacó al otro oponente. El fuego cauterizó casi inmediatamente la herida que el arma había provocado, pero no el oportuno disparo del mosquete de Nando que, por una vez, sí estuvo atento a las indicaciones del dracónido.
Sjach quiso abalanzarse contra el Cannith, pero la ráfaga de viento de uno de los magos khoravar se interpuso en su camino. Gruñendo con resignación, enfocó su atención en la molestia, asestándole un fiero mordisco y dos cortes con sus shoteles. Nova, que no necesitaba cruzar, dio unos toquecitos con sus dedos en su pandereta y, afilando la mirada y tiñendo sus irises de un amarillo vulpino, miró fijamente al Cannith.
—No os queremos en este barco —le dijo.
La amenaza iba entrelazada con magia, pero la entereza mental del hombre resultó ser mayor de lo que Nova esperaba. Él se limitó a sonreír con autosuficiencia.
—Ni nosotros os queremos en este mundo —contestó.
Como si fuera una señal, los otros magos blandieron sus bastones mágicos hacia los oficiales y los dimetrodones, que seguían formando parte de la refriega. Pronunciando unas palabras de poder, liberaron un chorro de fuego hacia ellos, pero se las arreglaron para resistirla con bastante dignidad. El Cannith chistó la lengua.
Era el turno de Fin de sonreír.
—Ahora sí que la has liado —sentenció.
Con un gesto de LEOG, un nuevo espíritu hizo acto de presencia en la batalla. Un carnotauro traslúcido apareció en el centro de la cubierta, profiriendo un rugido que se extendió por todo el portador. Todos sintieron cómo su vigor aumentaba, su piel —o escamas— se endurecían, y cómo obtenían fuerzas renovadas para continuar con la lucha.
Y sí, eso incluía a los dimetrodones.
—Dejadlos K.O. —ordenó con simpleza.
Rodeando a los magos enemigos, los ocho dinosaurios atacaron con sus espinadas cabezas, haciéndoles perder la consciencia al momento. Por su parte, el propio LEOG intentó conjurar una nube de insectos que empujara al comandante Cannith por la borda, pero no tuvo éxito.
—Este tipo es duro de pelar.
—No lo suficiente —dijo Fin.
Corriendo en dirección al Lyrandar restante, el capitán saltó usando de trampolín a uno de los magos, antes de que cayese al suelo. Desenvainó su estoque y, según caía, le asestó un rápido golpe perforante. No lo suficiente para dejarlo incapacitado, pero sí para que perdiera la concentración en el muro de viento. El hechicero intentó contraatacar con un conjuro acuático, pero Shamash le interrumpió también con un golpe bien propinado de su lanza ardiente.
—¡Albert, una ayuda por aquí! —ordenó Fin.
El caballero, que acababa de cortar uno de los familiares por la mitad con su espada, dejó caer el arma, apuntó con su ballesta pesada y disparó al Cannith, ensartándole una flecha en una de las juntas de la armadura, obligándole a forcejear para desarrancársela.
—Sjach… Todo tuyo —sonrió el khoravar.
—¡A la orden, capitán! —respondió Sjach con una alegría y, casi como si su aura de viento le hiciese volar por los aires, saltó sobre el comandante enemigo. Envolvió una de sus armas con ese mismo viento, y la otra con el aliento eléctrico de Mitne, haciendo descender ambas contra él con todo su peso y magia.
Y, aun así, lo resistió.
—¿Eso es todo? —preguntó, tratando de disimular el dolor de las heridas.
—No —respondió Sjach, agachándose para dejarle justo en el ángulo de visión de Nova.
—Luego no digas que no te avisé —se encogió de hombros el cambiante, que había dejado caer su arco al suelo, y sostenía su pandereta con ambas manos.
Nova tocó una leve melodía, apenas tres segundos: «pum, pum, pum, pum-pum».
—Cuidado, que te quemas —dijo finalmente.
Y, entonces, la armadura del Cannith comenzó a calentarse. Y a calentarse más. Y más. Y cada vez más. Él se arrodilló, gritando por el dolor de las cada vez más profundas quemaduras.
El duelo había terminado.
—Thatani, cariño: ponlo a dormir.
El aludido, cuya batalla en proa también acababa de terminar, apuntó hacia el Cannith con su mano y, con sus ojos iluminándose en una perturbadora luz verde, liberó una descarga mental que le dejó seco.
La descarga mental vino en la forma de una enorme criatura traslúcida con cola de serpiente, cuerpo redondo plagado de ojos verdes, y pinzas de langosta. Su cuerpo era violeta, púrpura y blanco, y atravesó con sus pinzas al convaleciente Cannith, atravesándolo para luego desaparecer. Él se quedó con los ojos en blanco antes de caer rendido, sin vida.
El Lyrandar, al verse solo, hizo un gesto con las manos para convertirse en una corriente de agua y volar de regreso a su aeronave, donde ya habían conseguido volver a vincular al elemental de fuego. Varios lanzadores de conjuros, de los que habían invocado a los familiares —ahora destruidos por la tripulación—, se teletransportaron para recoger a sus aliados inconscientes y llevarlos rápidamente de regreso a sus transportes. Los arpones se desengancharon: parecía que se estaban retirando.
Sintiéndose a salvo, Nova no esperó sentir el peso de un cuerpo abrazándole desde atrás, ni escuchar una voz conocida susurrándole al oído.
—Ese ha sido un muy buen truco, ¿dónde lo aprendiste?
El comentario vino seguido de un sonido similar a un chasquido, acompañado de la desaparición de la presencia tras él.
Por supuesto, esa persona no tardó en reaparecer en la cubierta de uno de los barcos asaltantes: una elfa de piel rosada y cabello plateado, vestida con una elegante túnica de tonos malvas y negros, con un laúd fastuosamente ornamentado a su espalda. En su costada brillaba, por debajo de su ropa, la Marca de la Sombra. Junto a ella, salió también de su invisibilidad Alasdair, claramente recién rescatado.
—Ha sido un placer volver a verte —dijo Venessa con una sonrisa burlona, para después lanzarle un beso a Nova.
El cambiante chasqueó la lengua con amargura.
Conforme las naves enemigas desaparecían de su vista, el paisaje de Puerto Claro se veía cada vez más cercano en el uniforme.
Estaban cerca de su destino.
Shamash entró a su camarote y, ni corto ni perezoso, volvió a tomar su piedra parlante entre sus manos y mandó otro mensaje.
—Mi señor, vamos a investigar a nuestro informador, pero tengo una hipótesis sobre el contenido del esqueje: creo que tenemos un fragmento de Rak Tulkhesh.
