- Todos los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi, para su creación "Ranma ½", (a excepción de algunos que son de mi invención, y que se irán incorporando durante el transcurso del relato en una especie de "actores secundarios"). Esta humilde servidora los ha tomado prestados para llevar a cabo un relato de ficción, sin ningún afán de lucro.


More than us

El trayecto lo realizaron prácticamente en un completo mutismo. Sentado a su lado, él se había convencido de que dijese lo que dijese, nada serviría para calmar los nervios de su acompañante, mucho menos si él mismo se encontraba tan o incluso más nervioso que la joven mujer que observaba distraídamente el paisaje por la ventana del automóvil.

Suspiró con algo de alivio cuando vio aparecer ante sus ojos la conocida cúpula del templo y bajó presuroso apenas el automóvil se detuvo.

Tenía que bajar y tomar algo de aire puesto que de lo contrario, pensaba que la tensión haría que cometiera alguna estupidez o dijese algo indebido.

Una vez hubo inspirado un par de veces con sus ojos totalmente cerrados, volvió a observar el blanco y decorado automóvil del que había bajado casi como si dentro se encontrara el más horrible monstruo. Sonrió de medio lado y negó con la cabeza para luego intentar rodear el vehículo con una seguridad que en esos momentos estaba muy lejos de sentir.

Lo cierto es que estaba resultando un verdadero tormento para él tratar de comportarse de la manera que se esperaba, puesto que las ceremonias siempre le habían puesto nervioso. No era que no estuviera acostumbrado a que una multitud de personas lo observara, al fin y al cabo, su vida había girado en torno a torneos y combates con mucho o poco público, pero era distinto estar concentrado en un combate, a permanecer quieto y sirviendo de acompañante cuando todas las miradas se posaban en él; en él y por supuesto en los errores que pudiera cometer.

¿Y si caminaba muy rápido dejando al resto atrás? ¿O si tropezaba al ingresar? ¿Quizás enredara su pie con el pomposo kimono blanco haciendo caer a la novia? ¡No!, ¡de ninguna manera!, ¿qué pensarían de él? Lo más probable es que el resto reiría a carcajadas, su esposa lo golpearía y terminaría arruinando el día más importante en la vida de la joven que tanto amaba.

Volvió a suspirar tratando de calmarse; sabía que cosas así podían sucederle; sabía que él podía ocasionar que la mala suerte lo persiguiera de vez en cuando, pero esperaba sinceramente que ese día en particular, nada extraño sucediera.

Abrió la puerta del automóvil y sonrió ante la mirada asustada que le regalaba su acompañante; le tendió la mano y ella aceptó gustosa la ayuda que él le ofrecía para bajar, pero cuando la joven trató de incorporarse, una de las mangas del blanco kimono se enganchó en la puerta del vehículo. Ella lo miró aterrada y él supo en aquel momento que no podía ni debía demostrar sus propios temores; él estaba allí para ayudarle y protegerla, se había hecho aquella promesa el primer día en que había visto esos bellos ojos color chocolate y la cumpliría hasta el fin de sus días, así tuviera que enfrentarse al más fiero luchador o a un problema tan cotidiano como desenganchar un trozo de tela de la puerta de un automóvil.

-Tranquila –susurró acercándose a ella.

Con un cuidado y delicadeza de la que no se creía capaz, desenganchó el trozo de fina tela blanca y ella pudo incorporarse para comprobar que nada malo le había pasado al bello kimono ceremonial.

Sonrió y dulcificó el gesto de su rostro al ver que el hombre que tenía al lado le devolvía la sonrisa y le ofrecía amablemente su brazo para que ella se apoyara en él.

Comenzaron a avanzar por el empedrado camino y a lo lejos ambos pudieron divisar la silueta de una mujer de cortos cabellos azulados enfundada en un sobrio y elegante kimono negro quien les daba la espalda por encontrarse conversando animadamente con dos hombres jóvenes.

Uno de ellos pasó su brazo por los hombros de la mujer, atrayéndola a su cuerpo en un cariñoso abrazo.

La joven vestida de blanco que encaminaba sus pasos hacia aquel lugar sonrió con mayor amplitud, pero el hombre de oscuros y trenzados cabellos que iba a su lado cambió el gesto de su rostro, volviendo a reflejarse en él una mueca de desagrado.

Quizá nunca lograría superar esa incomprensible sensación de sentirse desplazado del lado de aquella increíble mujer.

Suspiró audiblemente y volvió a sonreír esta vez melancólicamente, no podía sentir esos celos por algo tan natural como un abrazo, después de todo y frente a él permanecía su pequeño tesoro, aquel que después de tantos años, aún cuidaba con la mayor dedicación.


Capítulo VI

"Mi pequeño gran tesoro"

Se encontraba en la cocina, preparando un refrigerio para llevarle a su esposa a la habitación que compartían en esa gran casona puesto que ya poco la dejaba desplazarse como antes.

Sabía que se comportaba demasiado sobreprotector con ella, pero no podía evitarlo. Todos le habían dicho que ella podía hacer las cosas que quisiera hacer hasta el último día, siempre y cuando se sintiera bien y no hiciera desarreglos. El doctor se lo había dicho, las hermanas de ella, la madre de él, los amigos de ambos e incluso la entrometida mujer que les había dado aquellas estúpidas clases de preparación al parto. Todos se empeñaban en convencerle que su esposa no necesitaba de cuidados especiales, pero a él le tenía sin cuidado lo que todos los demás dijeran, a él le hacía muy feliz el cuidarla y mimarla hasta el cansancio, después de todo, era su tesoro más preciado y le había costado mucho ganarlo, por decirlo de alguna forma; no estaba dispuesto a dejar que nada malo le sucediera si de él dependía, por lo que todo lo que hacía para cuidar de su esposa y del bebé que crecía en su vientre le parecía muy poco.

Sonrió mientras subía con la bandeja y recordaba cómo había tenido que hacer un esfuerzo gigantesco para permitirle a su esposa llevar a cabo una de sus últimas ideas; y es que, con ocho meses de embarazo le había costado una enormidad dejarla que se involucrara en la preparación de la habitación del bebé, pero era lo que ella quería, y, según sus propias palabras, lo que le haría más feliz en el mundo. Por eso y muy a su pesar, había comprado todo lo necesario y juntos habían pintado y decorado la habitación del nuevo integrante de la familia.

Todavía le causaba gracia la forma en que ella había defendido con la fiereza de una leona los extraños modelos de soles, estrellas, nubes y caballos que había dibujado con tanta pasión para luego, y valiéndose de pinturas de colores, estamparlos en las paredes de la habitación. El resultado había sido un desastre, por decirlo de una forma elegante. Caballos que más bien parecían morsas deformes; soles con la forma de una ameba; nubes que más bien eran manchas, y estrellas que más que eso, parecían erizos le daban a la habitación un aspecto de mansión del terror en vez de un cuarto para niños. Una vez que ella había descargado toda su rabia, frustración y tristeza por no lograr lo que quería, él la había convencido para que volvieran a pintar la habitación y compraran un conjunto de imágenes decorativas, de esas que vendían en las tiendas especializadas, que con sólo quitarles el papel engomado podías pegarlas a voluntad en las paredes o techumbre.

Akane, no muy convencida, finalmente había aceptado y ambos se habían dedicado a recorrer todas y cada una de las tiendas con este tipo de productos hasta encontrar los dibujos de caballos que ella tanto quería, puesto que los soles, nubes y estrellas habían sido fáciles de encontrar, pero al parecer nadie estaba interesado en decorar una habitación con caballos… excepto Akane. Cuando días de búsqueda terminaron con la compra de decenas de figuras de caballos al galope en una tienda especializada, Ranma fue testigo de la alegría desbordante de su esposa por conseguir lo que había querido desde un principio y entonces entendió que el verla feliz bastaba para que él hiciera todos los esfuerzos posibles por conseguir lo que ella quería; y cuando finalmente se propusieron decorar la habitación con las figuras que habían conseguido, entendió el porqué del esfuerzo de su esposa. La habitación quedó fabulosamente decorada, de una forma alegre e infantil que hacía que fuese agradable estar en ese lugar, pero su esposa se sorprendió cuando descubrió que Ranma no había pintado todas las paredes de la habitación antes de decorarlas con los dibujos de animales y astros; no, él había dejado sin pintar un pequeño rincón del cuarto en donde se apreciaba un pequeño caballo amorfo de los que ella se había esforzado tanto en confeccionar.

Él recordaba que su esposa se había acercado lentamente hacia el dibujo del animal, casi como si temiese hacerlo, y, luego, había posado su mano al lado del mismo sonriendo tenuemente.

-Lo conservaste –había dicho Akane muy suavemente.

-Sólo para que arreglemos su apariencia juntos –contestó él acercándose a su esposa con un pequeño frasco de pintura y dos pinceles pequeños-. ¿Me ayudarás?

Akane no contestó, asintió con un movimiento de cabeza y tomó los implementos para proceder a arreglar el maltrecho animal, ayudada por su esposo, quien cuidó en todo momento de que ella consiguiera darle la apariencia de un caballo de verdad al amorfo animal que decoraba aquel sector del cuarto.

-¿Y si pintamos un prado, unos árboles y unas nubes a su alrededor? –preguntó Ranma mirando la figura del equino terminada.

-Pero los demás no tienen nada de eso.

-No, porque los demás son simples animales, éste es especial –contestó él-, éste lo pintó la madre de mi hijo y será por siempre recordado así.

-Ranma –suspiró su esposa recargando su peso en el cuerpo de su esposo, quien la abrazó con infinita ternura por la espalda.

-Podemos dejar este rincón para poner una cómoda silla en donde podrás sentarte a leerle cuentos y así, siempre sabremos que será nuestro rincón especial –dijo besando la mejilla de su esposa mientras posaba una de sus manos en el abultado vientre de ella-. Desde este momento se ha convertido en mi lugar favorito de la casa.

-En el mío también –contestó ella sin poder evitar la emoción que transmitía su voz.

Así, después de un rato siguieron pintando el paisaje que Ranma había sugerido, en silencio, pero felices de poder hacerlo juntos y con tanto amor.

-¿Por qué caballos? –preguntó Ranma de pronto-. Entiendo los soles, las estrellas y las nubes sonrientes, pero, ¿caballos?

Ella lo miró sorprendida dejando de colorear la pequeña nube que estaba pintando.

-¿Cómo que por qué? –dijo mirándolo con incredulidad-. ¿Acaso no resulta obvio?

Él se quedó en silencio, mirándola a los ojos, esperando su respuesta.

-Está bien –dijo suspirando con resignación-. Los caballos son…

El grito que escuchó fue ahogado pero denotaba angustia, sacándolo de inmediato de sus recuerdos recientes.

Soltó la bandeja que llevaba en sus manos y corrió escaleras arriba.

En menos de lo que pensó se encontraba de pie en la puerta de la habitación que compartía con su esposa, buscando desesperadamente con la mirada en dónde se encontraba ella.

Se tranquilizó sólo un poco cuando vio que ella se encontraba medio recostada sobre la cama y apoyada en unos almohadones.

-Ranma –susurró Akane con evidente muestra de alivio en su rostro al verle ahí de pie.

-¿Qué sucedió? –se apresuró en preguntar acercándose a la cama.

-Creí que era normal, pero ahora no estoy tan segura –dijo haciendo un esfuerzo por hablar.

-¿Normal?

-Los dolores, ese malestar que Kasumi dijo era normal –se interrumpió para hacer una mueca-. Creo que ya no son del todo normales –nuevamente interrumpió sus palabras, esta vez respirando profundamente-. El bebé… creo que va a nacer.

-¿Nacer?, ¿ya?, pero, pero si todavía falta una semana –contestó aturdido por las palabras de Akane.

-A veces se adelantan y… –se interrumpió y comenzó a respirar profundamente.

-Akane, Akane, ¿qué pasa?, ¿estás bien?

-Estoy tratando de remitir el dolor y esperando a que mi esposo reaccione de una vez y me lleve al hospital –dijo terminando la frase casi en grito, dedicándole una mirada fulminante a Ranma.

Inmediatamente, el inexperto padre se puso de pie y riendo nerviosamente se acercó a ella una vez más con la intención de ayudarle a bajar.

-¡Primero los bolsos, Ranma! –gritó ella.

-¡Claro!, bolsos –dijo mirando por la habitación mientras caminaba en rededor-. Sí, sólo quisiera saber dónde están los endiablados bolsos.

-Ranma, dijiste que esto no pasaría, dijiste que tú no te pondrías nervioso cuando llegara el momento.

-Sé lo que dije y no estoy nervioso, Akane –rebatió agachándose para recoger un par de bolsos que finalmente había encontrado en donde siempre habían permanecido, al lado de la puerta de ingreso a la habitación-. Sólo estoy… algo asustado –terminó de decir para sí mientras levantaba de forma triunfal los implementos.

-A mí me parece que estás muy nervioso –dijo su mujer tratando de incorporarse en la cama.

-¿Qué haces?

-Voy a bajar –contestó-. ¿O esperas que tenga a este bebé en nuestra cama?

Por toda respuesta, Ranma soltó los bolsos y se acercó nuevamente al lado de su esposa con evidente intención de cargarla en sus brazos.

-¡Oh, no! –exclamó ella retrocediendo un paso-. No lo harás.

-¡Claro que sí! –rebatió él.

-Prefiero bajar sola –se interrumpió nuevamente cuando una nueva contracción se hizo presente en su cuerpo-, sólo deja… ¡diablos, cómo duele!

-Decidido, te bajaré en brazos.

-Yo puedo sola, Ranma.

-Y yo no quiero que lo hagas sola –respondió.

Acto seguido, tomó a su esposa en sus brazos como innumerables veces lo había hecho en el pasado y luego trató de estabilizarse antes de avanzar, puesto que si bien estaba acostumbrado a cargarla, no se esperaba el sobrepeso que ese menudo cuerpo de mujer había ganado durante los meses de embarazo. Sonrió interiormente cuando ella rodeó su cuello con sus brazos y pareció relajar su cuerpo posando suavemente su cabeza en su hombro, pero no pudo dar más de tres pasos cuando ella le detuvo.

-Bájame –dijo de pronto-. Bájame ahora, Ranma.

-¡Qué!, ¿qué pasa?

-¡Que me bajes!

Él obedeció a regañadientes y vio cómo su esposa caminaba con dificultad en dirección al pequeño cajón de su mesita de noche. Rió mentalmente y se cuidó mucho de no hacerle saber nunca a su irritable esposa que su caminar pausado y tambaleante le recordaba a un gracioso pato ataviado con un velo blanco que estuvo a punto de convertirse en su esposa cuando creían que ella se había transformado por efecto de las aguas de uno de los estanques de jusenkyo; una de las tantas anécdotas que formaban parte de su vida junto a aquella mujer que ahora regresaba a su lado con una pequeña bolsa de terciopelo en una de sus manos.

-¿Podemos irnos ya, mi terca y testaruda esposa?

Ella le respondió sacando su lengua y haciéndole un falso desprecio que a él le pareció bastante gracioso. Nuevamente la cargó en sus brazos y ella se acomodó recargando su cabeza en su pecho.

-Otra más –dijo justo antes de que él comenzara a avanzar-. Vamos Ranma, si no te apresuras, este bebé nacerá aquí mismo.

-¿Quién era la que quería bajar las escaleras ella sola? –dijo riendo mientras se apresuraba en bajar.

-Idiota –respondió ella apretando con fuerza el hombro de él, no con la intención de hacerle daño, sino más bien tratando de contener el dolor.

-Terca –musitó él reprimiendo una mueca de dolor.

Su esposa conservaba toda su fuerza de antaño y se lo demostraba en los momentos menos esperados.

El resto de las horas pasaron tan a prisa que ellos ni siquiera se dieron cuenta de todo lo que los rodeaba. Primero, los avisos a las respectivas familias de ambos respecto a la situación en la que se encontraban; las preguntas atolondradas del inexperto padre al equipo médico que atendería a su esposa; los cada vez menos calmados gritos de la madre primeriza, no tanto por los dolores que pudiera sentir, sino más bien por el creciente nerviosismo que la hacía sentir el comportamiento de su esposo; una última discusión porque él, en su afán por ayudarle a soportar los dolores de las contracciones había decidido tomarle su mano, no fijándose que con ese tierno gesto había logrado bloquear la visión del artículo que había guardado en una bolsa de terciopelo celosamente en su mesita de noche y que casi había olvidado llevar al hospital, un pequeño osito de porcelana que ella había llevado para concentrarse cuando vinieran los dolores más fuertes, tal y como le habían aconsejado en las clases a las que ambos habían concurrido, siendo el "¡aléjate del oso, maldita sea!" que había gritado Akane el chillido que había puesto en alerta a Ranma; y luego, los últimos preparativos, la bata que le dieron a él para que pudiera ingresar a pabellón, los últimos gritos y estrangulamientos por parte de Akane a la mano de Ranma y de pronto, un sonido nuevo que nadie de los allí presentes había escuchado antes.

Un llanto; un simple y común llanto de bebé que logró hacer sonreír al equipo médico que participaba en el parto; un simple llanto que logró hacer temblar de emoción a uno de los más respetados practicantes de las artes marciales que se encontraba de pie junto a su esposa; un simple llanto que logró hacer llorar y reír al mismo tiempo a una joven madre que recibió a su primer hijo en su regazo de manos de la enfermera.

Un llanto y todos los dolores, problemas, dificultades, malos entendidos y nerviosismo se esfumaron y sólo quedó espacio para la pequeña familia que se estaba formando allí, en la sala de aquel hospital.

-Es precioso –dijo Ranma acercándose a su esposa e hijo sin poder dejar de sonreír.

-Sí –fue la escueta respuesta que pudo articular Akane con el niño en sus brazos.

Y es que simplemente no había nada más que decir; el bebé era precioso y había sido concebido con tanto amor que las palabras sobraban en aquel momento, sólo un beso en la frente de su esposa, una mirada cómplice y llena de cariño por parte de ambos padres y una caricia en la pequeña cabecita del bebé, el primer hijo del matrimonio.

-Me preguntaste porqué había insistido con los caballos –dijo Akane mirando fijamente a su hijo.

-Sí –contestó Ranma pasando su mano por el cabello de su esposa sin apartar la mirada de su primogénito.

-Me pareció una buena idea que tuviera algo con lo que identificarse –comentó- después de todo, su nombre significa caballo único, ¿no?

-Kazuma –asintió Ranma-, tienes mucha razón.

Ambos sonrieron y se quedaron observando a su hijo, Kazuma Saotome, quien había llegado para comenzar a formar la anhelada familia que deseaban sus padres desde que se habían vuelto a encontrar.

Luego vendrían las presentaciones al resto de la familia, las primeras noches sin dormir, los primeros sustos por no saber por qué el bebé no dejaba de llorar, las primeras enfermedades, el primer cumpleaños y así, una sucesión de primeras veces que no hacían más que afianzar aquel lazo que entre Ranma y Akane había surgido tiempo atrás y que ahora complementaban con su primer hijo… hasta que llegó la noticia del segundo, y, como es lógico, todo volvió a empezar.

La gran diferencia era que ya no estaban solos, tenían a un niño de tres, casi cuatro años que revoloteaba por toda la casa y participaba con creciente curiosidad de ese extraño acontecimiento que todos le habían explicado como la llegada de un hermano.

Pero, ¿qué significaba la palabra hermano?, ¿qué sería lo que sucedería cuando esa cosa llamada hermano llegara al espacio que el pequeño Kazuma compartía únicamente con sus padres y Ryo, su mascota?, ¿por qué todo el mundo parecía advertirle que ahora, como hermano mayor, tenía el deber de comportarse bien?, ¡y cómo era que el estómago de mamá había crecido tanto como para parecer un globo a punto de explotar!, ¿era cierto que dentro de ella vivía su hermano?, ¿cuándo saldría?, ¿podría jugar con él como jugaba con Akito, el hijo menor de tía Nabiki?, ¿por qué papá parecía más interesado en cuidar de mamá que en jugar con él?, ¿por qué la abuela Nodoka iba casi a diario a la casa durante las últimas semanas?, ¿por qué mamá pasaba gran parte del día recostada con los pies en alto?, pies que por lo demás, parecían dos balones en vez de pies.

Las preguntas de un niño de casi cuatro años no siempre eran contestadas como él quisiera por los adultos, sin embargo, Kazuma era un niño inteligente, y, aunque muchas veces parecía no quedar satisfecho con las explicaciones que pacientemente le daban sus padres respecto a la llegada de su hermano, finalmente parecía conformarse y volver su atención a otra cosa, como por ejemplo, jugar hasta el cansancio.

Ranma lo sabía, por eso siempre se maravillaba al ver la atención que Kazuma ponía a las palabras que dulcemente le transmitía Akane, como en aquel momento de la noche, cuando ella lo había acostado y le trataba de explicar que posiblemente uno de esos días tendría que ausentarse de casa para que finalmente, su hermanito saliera de su cuerpo y pudiera ver el mundo tal y como él lo veía.

Ranma se sentía como un espía viendo y escuchando aquella conversación madre e hijo desde la puerta entre abierta de la habitación de su primogénito, pero si era sincero, no había nada que le gustara más que observar aquellos momentos de complicidad entre sus dos tesoros.

-¿Y cuándo te irás? –escuchó preguntar a su hijo con ese tono de voz tan divertido que tenían todos los niños cuando no aprendían a hablar bien del todo.

-Cuando sepa que tu hermano va a nacer.

-¿Y cómo lo sabrás?

-Él me avisará –contestó Akane acariciando el cabello azabache de su hijo y mirando esos ojos azules que tanto le recordaban a los de su esposo-. Tú me avisaste cuando quisiste salir a conocer el mundo.

-¿Cómo?, ¿por teléfono?

Su madre rió y Ranma, tras la puerta, tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar una carcajada y salir descubierto.

-No, Kazuma –negó Akane-. Los bebés tienen otras formas de comunicarse. Ahora, quiero que me prometas que mientras yo no esté aquí, tú te portarás muy bien y le obedecerás en todo a la abuela.

-Yo me porto bien, mamá –dijo el niño con orgullo-. Bueno, a veces no… casi siempre no –reconoció finalmente ante la mirada de su madre.

-Por eso necesito que me prometas que con la abuela te portarás muy bien.

-¿Papá también se irá?

-Tu papá se quedará contigo, pero sé que él te deja hacer todo lo que tú quieres y eso jovencito, no está nada bien –sentenció Akane-. Así que, ¿lo prometes?

-Lo prometo –dijo el niño alargando la frase.

-¿Palabra de artista marcial?

-Sí.

-Eso es, eres mi niño más bello, ¿lo sabías?

-Ya mamá –dijo el niño riendo por las cosquillas que su madre le estaba regalando.

-Te quiero mucho, Kazuma –dijo Akane sonriendo con cariño-. Ahora duerme.

-Yo también te quiero, mamá.

La mujer se puso de pie y luego de besar y arropar a su hijo, salió del cuarto sólo para encontrarse a su esposo de brazos cruzados con su cuerpo apoyado en la pared.

-Así que, ¿lo consiento demasiado? –preguntó Ranma observando a su esposa con falsa molestia.

-Un poquito, sí –dijo Akane divertida al comprobar que espiar sus conversaciones con su hijo se había vuelto una costumbre para su esposo-, pero eso no está tan mal como espiar a tu esposa en conversaciones privadas.

-Sabes que me gusta hacerlo –se defendió él poniendo sus manos tras su cabeza-. Me gusta cuando le lees cuentos y él hace sus comentarios alegres, o cuando comenta algo divertido, o cuando ríe a carcajadas.

-Sí –dijo ella acercándose con cuidado a su esposo para abrazarlo, él le devolvió el abrazo y acarició sus cortos cabellos-. Ahora serán dos… ¿crees que Kazuma lo tomará bien?, ¿crees que se pondrá celoso de su hermano?

Ranma pareció pensarlo un momento y luego contestó con seguridad.

-Yo no tuve hermanos, no sé cómo es el proceso pero, supongo que al principio todo será extraño para él y es lógico que se sentirá algo desplazado –hizo una pausa y buscó la mirada de su esposa-. Kazuma es inteligente y tiene a la mejor mamá del mundo, por lo que no creo que sus celos duren demasiado. Tú no dejarás que eso pase, te conozco, Akane.

Akane sonrió y buscó los labios de su esposo regalándole un breve pero tierno beso.

-Kazuma es un niño maravilloso con un padre igual de maravilloso que no permitirá que su vida se vea afectada por la llegada de su hermano. ¿Verdad que no, Ranma?

-No, su vida cambiará y tendrá que aprender a compartir, pero el amor que sus padres sienten por él… ése no cambiará, y eso es lo que importa. Además, Kazuma llegó antes ¿no?

-¡Ranma! –dijo Akane golpeando el pecho de Ranma con un puño. Él soltó una carcajada y luego volvió a mirarla con infinita ternura.

-Lo haremos bien, Akane –dijo acariciando la mejilla de su esposa-. Formaremos una hermosa familia con Kazuma y el bebé que está por nacer, sólo hace falta una cosa para conseguirlo y eso ya lo tenemos de sobra.

-¿Qué? –preguntó ella sonriendo levemente.

-Amor.

-Amor –repitió ella para luego de un cómodo silencio, reír suavemente-. Y paciencia… muchísima paciencia.

-Sí –concedió él riendo a su vez-. Tienes razón, se necesitará muchísima paciencia.

El tiempo pasaba volando. Quién hubiera pensado que cuatro años atrás, esa misma pareja hubiera estado a punto de separarse por segunda vez y para siempre de no haber recapacitado a tiempo.

Sí, el tiempo pasaba muy rápido y Akane lo supo dos días después, cuando muy temprano comenzó a sentir las primeras señales que le indicaban que el bebé que llevaba en su vientre tenía intenciones de nacer.

Esta vez estaba más preparada y se levantó sin decirle media palabra a su esposo quien seguía durmiendo boca arriba, con un brazo sobre su cabeza y una pierna fuera de la cama que compartían. Sonrió al verlo antes de buscar su ropa y dirigirse con calma al cuarto de baño, aunque antes, pasó por la habitación de su hijo quien dormía en la misma posición que antes hubiera observado en Ranma. Y es que hasta en eso se parecían padre e hijo; Kazuma simplemente era una versión en miniatura de Ranma.

Akane tomó un baño, soportando estoicamente las primeras molestias de los dolores del parto, luego se vistió tranquilamente, llamó a Nodoka avisándole que pronto tendrían que dirigirse al hospital y luego de preparar el desayuno para su esposo e hijo, fue a despertar al primero.

Cuando llegó a la habitación, Ranma seguía durmiendo plácidamente, por lo que ella se acercó, se sentó despacio a su lado y pasó su mano lentamente por el rostro de su esposo.

-Ya es hora, Ranma.

El artista marcial se removió un poco en la cama y luego de unos segundos que a su esposa le parecieron horas, abrió los ojos y sonrió al ver tan cerca el rostro de Akane.

-¿Te he dicho alguna vez que esta es la mejor forma de despertar?

-No.

-Lo es –sentenció Ranma acariciando el rostro de Akane.

-Bien, pero creo que debes apresurarte si quieres tomar un baño y desayunar, antes de llevarme al hospital.

-¿Hospital?

-Ya es hora, Ranma. Este bebé ya va a nacer.

-¡Ya! –dijo él sentándose de inmediato en la cama.

-Sí, pero tranquilo –dijo riendo-. Tengo todo controlado. Tu mamá viene en camino y para cuando llegue, espero que tú y Kazuma hayan desayunado.

-Pero… pero tú no… -se apresuró saltando de la cama para buscar su ropa y dirigirse al cuarto de baño lo más rápido posible.

-No –interrumpió ella-. Ya sé cómo es y te aseguro que todavía hay tiempo, aunque no demasiado, así que mientras tú te bañas, yo despertaré a Kazuma y así podré despedirme de él antes de ir al hospital.

-Bien –dijo saliendo de la habitación para devolverse al segundo siguiente-. ¿No quieres que te ayude a bajar?

Ella negó con un suave movimiento de cabeza.

-No, puedo sola.

Él sólo sonrió y volvió a salir de la habitación mientras ella se ponía en pie y se dirigía a su mesita de noche desde donde extrajo el pequeño bolsito de terciopelo que contenía el osito de porcelana que le había servido para controlarse momentos antes que naciera su primer hijo. Abrió la bolsa y examinó el osito con cuidado antes de volver a guardarlo para luego salir de su habitación e ir a despertar a su hijo para que bajara a desayunar.

Una vez que padre e hijo hubieron desayunado y que Nodoka se presentó emocionada y algo nerviosa en la casona, Ranma bajó los bolsos que se encontraban listos y se dispuso a salir con su esposa en dirección al hospital, pero nadie contaba con que, a último momento, Kazuma se aferraría al vestido de su madre, llorando desesperadamente porque ésta lo dejaría solo y se iría con su hermano.

Fue una escena conmovedora aunque un tanto preocupante puesto que finalmente y pese a todos los esfuerzos que se habían realizado para explicarle la situación al niño, éste no se encontraba preparado para separarse de su madre.

Los jóvenes padres no sabían qué hacer para calmar a su pequeño hijo, por eso fue fundamental la intervención de Nodoka, quien, luego de tomar al niño en sus brazos, tranquilizarlo un poco y prometerle que pronto vendrían sus primos a jugar con él, logró que su nieto aceptara la situación. Ranma y Akane pudieron salir de la casa, un tanto preocupados y dejando atrás a un niño que sollozaba en brazos de su abuela, pero que quedaba en buenas manos.

Así fue como todo volvió a comenzar para el matrimonio, el ingreso al hospital, las horas previas al parto, las discusiones y reproches de último momento por parte de Akane y finalmente, el nacimiento del nuevo integrante de la familia.

Ryûma Saotome nació sin mayores complicaciones un día de primavera, haciendo que la felicidad de sus padres se expandiera y contagiara a toda su familia y cercanos.

Ranma llevó a su primogénito al hospital al día siguiente a ver a su madre y a conocer a su pequeño hermano, no sin temor a la reacción del niño, pero para sorpresa de ambos padres, el niño se alegró de ver finalmente a ese hermano del cual todos le hablaban.

Desde aquel momento Kazuma se transformó en el guardián y protector de su hermano Ryûma y con los años se convertirían en inseparables, reafirmando así el vínculo que se había establecido entre ellos al momento en que el pequeño Ryûma envolvió con su diminuta mano el dedo índice de Kazuma, quien sonrió ante el gesto espontaneo de quien se convertiría en su compañero de vida.

Por supuesto que las cosas en la casona cambiaron para todos sus habitantes una vez que volvieron a la cotidianeidad. Akane ya no tenía mucho tiempo para dedicarse por completo a su esposo e hijo ya que el cuidado de un bebé recién nacido implicaba un gasto extra de energía, por lo que Ranma trataba de ayudar encargándose de su hijo mayor y sus necesidades. Fue así como, a pesar de que aún creía que era demasiado pequeño, comenzó a entrenar junto a él, lo cual hizo que el niño se acercara mucho más a su padre, pareciéndose día a día un poco más a su progenitor.

Fue así como pasaron los años y fue así como, cuando el matrimonio pensaba que ya habían construido su familia soñada, una simple visita al médico hizo que todo volviera a comenzar.

Kazuma, con ocho años ya iba al colegio y Ryûma, con cinco, estaba comenzando su aprendizaje, por lo que para Akane fue toda una sorpresa y un desafío el enterarse que sería madre por tercera vez. No era que estuviera disgustada con la noticia, pero era sorpresiva y algo desconcertante, así que decidió comunicársela lo antes posible a su familia, de hecho, la misma noche del día en que lo supo.

La reacción de su esposo fue la de siempre, casi desbordante de alegría la abrazó y la besó no importándole que sus hijos presenciaran la escena. Kazuma, ya más grande, se alegró con la próxima llegada de un nuevo bebé, aunque recordaba esos días de ajetreo a causa del nuevo integrante de la familia que en esa época resultó ser su hermano menor, el mismo que ahora se encontraba a su lado y que observaba a sus padres con algo de incomodidad.

Kazuma desordenó el pelo de su hermano menor y con un "no te preocupes, te ayudaré a entenderlo y sobreviviremos juntos al nuevo bebé", tranquilizó a su hermano pequeño. Ahora tenía un compañero con quien compartir sus propias preguntas y temores y era más que seguro que Ryûma tendría más preguntas y temores que él mismo.

Fue así como la familia se adaptó rápidamente a la nueva situación y lejos de sentir temor, se sintieron alegres con la noticia, claro que nadie podía saber en aquel momento qué les depararía el futuro próximo.

Los meses pasaron y aprovechando que los niños estaban de vacaciones, Akane convenció a Ranma para que los llevase a presenciar su primera competencia de artes marciales. El dojo participaba en dos categorías y Ranma debía acompañar a sus representantes a la competencia a realizarse en Yokohama, y estuvo a punto de no ir por quedarse junto a su esposa e hijos, pero ella le convenció con argumentos sólidos; era el maestro del dojo; debía acompañar a sus discípulos; sería una oportunidad única para sus dos hijos el presenciar una competencia de verdad y además, todavía no era tiempo de la llegada del nuevo miembro de la familia.

Sí, no era tiempo, pero a veces las cosas no suceden como uno las planifica y para Akane, el comprenderlo resultó bastante atemorizante.

Faltando un mes aproximadamente para el parto, ella no se preocupó demasiado cuando sintió una pequeña molestia en su vientre la mañana misma en que su esposo había partido con sus dos hijos y algunos estudiantes del dojo a la competencia en la cercana Yokohama, es más, siguió con los preparativos de la cena con la que pretendía esperar la vuelta de su esposo e hijos esa misma noche, pero aquella cena nunca fue terminada ya que las molestias se intensificaron de pronto y la mujer tuvo que hacer un esfuerzo para solicitar la ayuda de alguien.

Quien vivía más cerca era sin duda Kasumi, y, aunque sabía que era muy probable que su hermana mayor entrara en pánico, confiaba en que se apresuraría en socorrerla.

Y así fue, Kasumi junto a Tofu llegaron en menos de lo que ella imaginó a la casona y se la llevaron casi de inmediato al hospital más cercano. El bebé se había adelantado lo suficiente como para que esta vez, nadie se encontrara preparado, por tanto, no hubo bolsos, no hubo tiempo para recoger el famoso osito, a esas alturas ya amuleto que Akane guardaba celosamente en aquella bolsa de terciopelo y no hubo discusiones con su esposo puesto que él se encontraba a kilómetros de allí en aquel momento y no junto a ella, como siempre había estado.

Por primera vez Akane se asustó ante la posibilidad de enfrentar el nacimiento de su bebé ella sola.

Sola, esa era una palabra que hacía mucho no utilizaba para referirse a ella misma, y, sin embargo ahora, mientras se encontraba en la camilla de aquel hospital, siendo preparada para lo que seguramente sería una operación según le habían explicado los médicos, se sentía absolutamente sola.

Sintió ganas de llorar como hacía años no lo hacía, sintió deseos de salir corriendo de ese lugar y volver a casa a esperar el regreso de su esposo e hijos… sintió que por primera vez tenía miedo de enfrentarse a ese momento que debía ser de felicidad absoluta.

Los médicos y enfermeras hablaban a su alrededor, la observaban con preocupación y no le daban ninguna explicación cuando ella preguntaba qué estaba sucediendo, sólo le decían que debía calmarse y que todo saldría bien, hasta que ella, en un arranque de histerismo del que después se avergonzaría, tomó a la primera persona que pasó cerca de donde se encontraba y lo sacudió exigiendo una explicación. Allí le dirían que el bebé se encontraba cruzado en su vientre y que debían sacarlo pronto.

Ella pareció entenderlo y calmarse un poco, pero el hecho era que se encontraba asustada y no había nada ni nadie que pudiera contenerla en aquel momento. Luego todo sucedió muy rápido; la sacaron de la sala de monitoreo y la trasladaron a pabellón, sola. Allí la prepararon y cuando le dijeron que estaban listos para intervenir y ella no soportó más los deseos de llorar, la puerta se abrió y ella no fue capaz de contener el grito de júbilo al ver que tras esa bata verde, la mascarilla y la gorra esterilizada, se escondían un par de ojos azules que ella conocía muy bien.

-Tranquila –dijo él tomándola de la mano con fuerza-. Ya estoy aquí y lo haremos bien.

-Ellos dicen… dicen…

-Lo haremos bien, Akane –le interrumpió buscando su mirada.

Akane juraría que él estaba sonriendo bajo esa mascarilla, por lo que se obligó a dejar de llorar y devolverle la sonrisa.

-Lo haremos bien –confirmó asintiendo levemente.

Treinta minutos después, Ranma sostenía en sus brazos a una bebé, su hija, la primera y única hija mujer que sería el orgullo del matrimonio que en ese momento sonreía y lloraba a la vez.

Llevaron a la niña rápidamente para realizar los chequeos respectivos mientras atendían a una madre exhausta pero feliz.

La pequeña tuvo que permanecer unos días en el hospital, siendo observada y monitoreada antes de poder irse a casa junto a su familia. Era el costo por haberse adelantado en querer conocer a esa familia que la estaba esperando con ansiedad, pero, aunque fue algo extraño y confuso en un principio para todos, en especial para Ryûma, quien no entendía porqué su madre debía acudir a diario al hospital dejándolos a él y a su hermano al cuidado de la abuela, cuando pasaron los días y la pequeña pudo salir finalmente de ese hospital, ellos la acogieron con alegría.

Así fue como llegó la niña consentida, aquella que se convirtió en la ilusión de sus padres.

Akemi, fue el nombre escogido para la hermosa y brillante niña que llegaría un día de invierno a iluminar la vida de sus padres, de sus hermanos y de todo el que llegara a conocerla.

Akemi, la niña que haría enfurecer a sus hermanos con sus travesuras, sonreír a su madre con sus ocurrencias y enternecer a su padre con sus muestras de cariño.

Akemi, la niña que llegó a complementar la felicidad del matrimonio y a afianzar aquel vínculo que habían formado haciéndolo inquebrantable.

Sí, así había conseguido Ranma formar aquella familia que tanto había soñado junto a la mujer que siempre amó.


Observó que el alto joven de largo cabello azabache y ojos azules se percataba de su llegada y alertaba a la mujer que tenía en frente abrazada por otro joven de castaños cabellos cortos y ojos cafés, quien al verlos cerca, soltó el agarre de la mujer de corta cabellera azulada e hizo un gesto de saludo con la mano.

-¡Hasta que por fin llegan! –dijo el joven de cabellos castaños ataviado con un elegante kimono en tonos pardos-. Le estaba comentando a Kazuma que quizá te habías arrepentido, Akemi.

-Y yo le decía a Ryûma que en el hipotético caso de que te arrepintieras de casarte, mamá ya nos tendría corriendo por los alrededores buscando a la novia fugitiva.

-Y si no dejan de decir tonterías como esas, ésta mamá les dará un golpe como hace años no lo reciben –intervino Akane sonriendo mientras miraba amenazadoramente a sus dos hijos mayores-. Y no, no estoy bromeando.

Los jóvenes rieron nerviosamente buscando con la mirada el apoyo de su padre quien aún se encontraba sosteniendo el brazo de su hija menor.

-A mí no me miren –dijo Ranma con una media sonrisa en los labios-. Si no pude intervenir en sus castigos cuando eran unos chiquillos, ¿qué les hace pensar que podré intervenir ahora?

La novia rió alegremente al ver esa familiar escena que tantas veces se había repetido durante su vida, de distintas formas y en distintos escenarios.

-Bueno, ya estoy aquí –dijo finalmente ganándose la atención de todos-, así que mamá no tendrá que esforzarse en hacerlos volar por Nerima.

-Mi querida hermana se ve preciosa –comentó Ryûma-, pero algo me dice que debimos cerciorarnos de que hiciera un voto de silencio antes de la ceremonia, Kazuma, así no tendría opciones de darle ideas absurdas; peligrosamente absurdas a mamá.

-Preciosa, sí –asintió su hermano mayor-, aunque esta vez tienes toda la razón en lo del voto de silencio. Me pregunto si no estaremos a tiempo de obligarla a que lo haga, como cuando éramos pequeños, ¿recuerdas Ryûma? –terminó de decir el mayor de los hermanos guiñándole un ojo a su hermano.

-Claro que sí –contestó el aludido acercándose a su hermana para tomarla del brazo derecho mientras su hermano mayor la tomaba del brazo izquierdo.

-¡Qué hacen par de idiotas! –gritó la chica alarmada-. ¡Mamá!

-¡Kazuma, Ryûma! –intervino Akane.

-Tranquila, mamá –rió Kazuma-, sólo acompañaremos a esta linda jovencita a saludar a su novio y a su nueva familia antes de que llegue el monje para comenzar con la ceremonia. ¿O es que no quieres saludar a tu novio, hermanita?

-Quiero, pero ustedes…

-¿Cuándo te hemos hecho algo malo, Akemi? –preguntó Ryûma con una media sonrisa en el rostro-. Y la vez que te dejamos encerrada en el armario no cuenta… estábamos jugando.

-¡Me dejaron encerrada por cuatro horas! –rebatió la chica mirando furibunda a su hermano mayor.

-Sí, creo que se nos pasó la mano esa vez –rió el joven de castaña cabellera-, pero luego te desquitaste arrojando nuestros cuadernos al estanque.

-Y mamá nos regañó a nosotros por eso y nos castigó por una semana –complementó Kazuma-. Creo que fue el castigo más largo y menos merecido que tuvimos –reflexionó

-De cualquier modo, ustedes siempre me hacían jugarretas.

-¡Y tú siempre nos golpeabas por ello! –exclamaron al unísono.

Los tres jóvenes se alejaron riendo y comentando alguna que otra anécdota dejando a sus padres atrás.

-¿Qué sucede? –preguntó Akane observando a Ranma quien no se había movido desde que había llegado a su lado y tampoco había participado en la conversación.

-Nada.

-Te conozco, Ranma –dijo su esposa mirándolo fijamente-. Estás muy serio y callado para que no te pase nada.

-Sólo miraba a los chicos –comentó observando a sus tres hijos que ya habían llegado al lado de la familia del novio-, lo grande que están, lo felices que se ven.

-¿Me quieres decir que Ranma Saotome se siente viejo? –rió Akane.

Él permaneció en silencio un momento y luego abrazó a su esposa con uno de sus brazos.

-No, te quiero decir que me siento orgulloso de la familia que construimos; mi pequeño gran tesoro –se interrumpió para verla a los ojos. Ella lo observaba con evidente emoción-. Gracias, Akane. Sin ti nunca hubiera podido encontrar las piezas para armar mi pequeño tesoro.

Ella negó con un movimiento de cabeza.

-Gracias a ti por esperarme, por luchar, por perdonar y por sobre todo, gracias por incluirme en tu sueño –dijo elevándose en la punta de sus pies para obsequiarle un breve beso-. Ahora vamos o tu cara de bebé no podrá entrar a ese templo a cumplir su propio sueño.

Ranma se detuvo y su semblante cambió. Volvía a sentir el temor de cometer algún error.

-¿Qué sucede?

-Tengo miedo –reconoció.

-¿Miedo?

-¿Y si cometo alguna estupidez?, ¿si arruino la boda de mi hija?

-Eso no va a pasar, Ranma –dijo Akane tomando a su esposo de la mano para conducirlo hacia donde se encontraban sus hijos-. Lo haremos bien –sentenció mirándolo con complicidad.

Él sonrió al escuchar la frase de labios de su esposa.

-Lo haremos bien –complementó asintiendo con un movimiento de cabeza.

Ambos caminaron con seguridad tomados de la mano los pocos metros que los separaban de quienes los esperaban a las puertas de templo para celebrar la boda de la hija menor del matrimonio.

Ambos con la certeza de haber hecho y continuar haciendo lo que estuviera en sus manos para defender y disfrutar de lo que habían construido juntos; su tesoro; su familia.


Notas finales:

1.- Hola, sí lo sé, tardé demasiado esta vez. Problemas varios que no entraré a detallar porque realmente no tienen importancia (al menos no más de lo que merecería preocuparse por una minúscula picadura de insecto… ¡molesto y algo doloroso, sí! pero sin ninguna importancia) me mantuvieron alejada esta vez de la escritura y la lectura. Mis disculpas a quienes siguen esta historia por ello.

2.- ¡Nunca dije que la pareja iba a tener una sola hija! Sí, tenía que decirlo, jajaja! Es que muchas/os me reclamaban por interno que tuvieran una sola hija, pero si prestan atención, yo siempre puse: "la única hija", en femenino, un pequeño juego con los géneros del que Madame se valió para… engañarles un poquito. Me perdonarán por eso ¿no? Espero que sí.

3.- No sé, siempre me he imaginado a esta pareja con tres hijos. ¿Por qué?, ni idea la verdad, es sólo que me gusta imaginarlos con dos varones y una niña. Ahora, para los que tengan dudas respecto a los nombres de los chicos pues, yo no soy una experta y tampoco sé japonés, pero según lo que averigüe, sus significados serían algo así como: Kazuma= caballo único; Ryûma= dragón caballo; y Akemi= belleza clara o brillante. Este último es el único que no tiene que ver con el nombre de sus padres, pero me pareció bonito y además, parecido a Akane.

4.- Por último aunque no por ello menos importante, agradecerles a todos por sus reviews del capítulo anterior. Me disculparán esta vez quienes tienen cuenta en FF por no responder personalmente, pero la prioridad es publicar, así que ya pronto prometo contestarles. A michisaotome, Arashi Ayukawa, Akane Saotomee, Faby Sama, Kohana Saotome, yani, BUBU30, Ishy-24, Erilmadith21, Isakura Tendo y naty, muchísimas gracias por comentar, por leer lo que escribo y por seguir esta historia a pesar de sus retrasos. Gracias, gracias, gracias!

Y bueno, hasta aquí por ahora y será hasta una próxima (espero no muy tardía) entrega.

Saludos a todas/os y buena suerte!

Madame De La Fère – Du Vallon.