El general Mustang entró en la sala de interrogatorios con una presencia imponente que llenaba el espacio de tensión. El sonido de sus botas resonaba en las paredes de concreto desnudo, y el eco parecía intensificar la atmósfera opresiva del lugar. Sacó sus guantes del bolsillo de su chaqueta y, de forma deliberada, se los colocó delante del detenido, una sutil pero clara amenaza.
El hombre sentado frente a él, Halord Jenkins, trataba de mantener una apariencia confiada. Sin embargo, un leve tic en su pierna traicionaba su nerviosismo. Su mirada oscura intentaba desafiar a Mustang, pero el sudor perlaba su frente, revelando su ansiedad.
Roy se sentó con calma frente al detenido, cruzó las manos y apoyó su mentón sobre ellas. Una ladina sonrisa se dibujó en su rostro, añadiendo un toque de intimidación a su semblante calculador.
—Es usted un hombre escurridizo, señor Jenkins —comenzó Mustang, su voz suave pero llena de autoridad—. He tenido que usar todos mis recursos para sacarlo de su agujero. Le felicito.
La habitación estaba iluminada por una luz fría y dura, que arrojaba sombras definidas y destacaba cada detalle del rostro de Jenkins. Mustang podía ver la batalla interna del hombre, tratando de mantener su compostura mientras su mente buscaba desesperadamente una salida.
Jenkins se recostó en su asiento, intentando aparentar indiferencia. Dejó caer sus manos esposadas sobre su regazo, los grilletes tintineando suavemente.
—Sin duda, todo un halago por parte del infame General Mustang. Un simple civil no es merecedor de tanto —respondió, su voz cargada de una mezcla de sarcasmo y miedo.
Roy observó cada movimiento, notando cómo su postura trataba de esconder su verdadero estado de ánimo. La habitación, aunque pequeña y sin ventanas, parecía contener un universo de tensiones no resueltas. El aire estaba cargado de un silencio expectante, roto solo por el ocasional zumbido de una lámpara fluorescente.
—No se subestime—dijo Mustang, su tono aún amable, pero con un filo cortante—. Sus actividades han sido todo menos las de un simple civil. Ha causado bastante alboroto, y ahora, finalmente, está aquí para responder por ello.
Jenkins tragó saliva, tratando de ocultar su incomodidad. Mustang continuó, su mirada penetrante fija en los ojos del detenido.
—Así que, señor Jenkins, ¿le gustaría empezar a hablar? Creo que ambos sabemos que la situación no pinta bien para usted. Pero quizás, solo quizás, pueda encontrar una forma de salir de esta sin demasiados daños colaterales —sugirió Roy, su voz modulada con una mezcla de amenaza y promesa.
La sala de interrogatorios parecía cerrar aún más sus paredes alrededor del hombre, quien se removió inquieto en su asiento. Mustang, imperturbable, esperó pacientemente, dejando que el peso de sus palabras y la silenciosa amenaza de sus guantes hicieran efecto.
Jenkins finalmente rompió el silencio, su voz temblando ligeramente.
—¿Y qué quiere saber, General? —preguntó, su tono desafiante ahora teñido de resignación.
Mustang sonrió, satisfecho de haber dado el primer paso hacia la verdad. Se inclinó ligeramente hacia adelante, su mirada intensa clavada en Jenkins.
—Todo, Señor Jenkins. Quiero saberlo todo —respondió, su voz un susurro firme que resonó en la sala con la fuerza de una orden.
La tensión en la sala de interrogatorios creció aún más, mientras Jenkins comprendía que no había escapatoria. El interrogatorio había comenzado, y Roy Mustang no iba a detenerse hasta obtener todas las respuestas, pero el necesitaba la certeza de que podría eludir al menos la pena capital.
—Antes de ponerme a cantar, quiero que me encierren en Brigg cuando esto termine. No me fío de Central. Sé que ha detenido a la mayoría, pero no me gustaría tener un "accidente" y morir en prisión.
Roy carcajeó, una risa que resonó en la sala de interrogatorios, rebotando contra las paredes de concreto.
—No espere que la General Armstrong le arrope por las noches, señor Jenkins, pero si tanto quiere pasar su condena en una helada prisión en Brigg, délo por hecho. Ahora, "cante".
Por un momento, al ver la mirada satisfecha de Mustang, Jenkins pensó que tal vez había hecho un mal trato. Las sombras proyectadas por la luz parecían alargarse, envolviendo la habitación en una atmósfera de creciente presión.
—En realidad, yo solo el intermediario entre Margaret y su club de fanáticos —comenzó Jenkins, con un suspiro de resignación—.Si hubiese sabido que estaba tan jodidamente loca, jamás me hubiese asociado con ella. El coronel Clorence intentó salirse del plan cuando vio que los ideales de Margaret estaban más teñidos de locura que de razón.
Roy se inclinó hacia adelante, sus ojos clavados en los de Jenkins, con una intensidad que no dejaba espacio para la evasión.
—¿Cuál es el plan? Porque ya tenemos más de treinta versiones —preguntó Mustang, su voz baja pero firme.
Jenkins se encogió de hombros, su mirada reflejando una mezcla de miedo y desesperación.
—Eso es porque el plan cambia según los oídos que lo escuchen. El original era y sigue siendo eliminar a toda la cúpula de poder del ejército, empezando por usted. Se suponía que usted era la mayor amenaza y que, cuando el gran General Mustang faltara, eliminar al resto sería sencillo. Pero lo de Ishbal al final fue un fiasco. Lo único bueno de aquello es que no nos pillaron. A partir de ahí, todo empezó a irse a la mierda.
Mustang observó cómo Jenkins tragaba saliva, su nerviosismo ahora evidente en el temblor de sus manos esposadas.
—Gardner mató a dos oficiales que insinuaron que el plan se había ido al carajo y que era mejor dejarlo. Después de aquello, nadie se atrevió a objetar. Clorence acabó teniendo una muerte horrible. A esa mujer la consume la venganza; está loca y no parará hasta verles a todos muertos.
El ambiente en la sala se volvió aún más tenso, el silencio pesado, solo interrumpido por el zumbido de la lámpara. Roy mantuvo su mirada fija en Jenkins, asimilando cada palabra. Podía ver el miedo en los ojos del hombre, el mismo miedo que probablemente había llevado a muchos a cometer actos desesperados.
—¿Cómo los convenció? ¿Cómo consiguió convencer a tanta gente para esta locura? —preguntó Roy, su voz una mezcla de autoridad y calma.
Jenkins cerró los ojos por un momento, y la pregunta le pareció casi divertida. Una sonrisa amarga curvó sus labios antes de responder.
—¿Convencerlos? Ellos ya estaban predispuestos. Margaret solo les decía lo que ellos querían oír, General. ¿Por qué cree que la gente se alista al ejército? ¿Por ideales y patriotismo? Nah, la respuesta es poder. Desde que Grumman y usted están en la cima, el poder del ejército no ha hecho más que disminuir. Ahora las poblaciones son gobernadas por civiles electos en lugar de por militares a dedo. ¿Qué locura es esta? Muchos en el ejército están descontentos con esto. Otros son familiares de soldados que murieron o fueron apresados durante el golpe de estado.
Roy asintió lentamente, procesando la información. Sabía que enfrentarse a una conspiración tan extensa requeriría estrategia y precisión.
—¿Dónde se esconde Margaret Gardner? —dijo Mustang, su voz ahora más suave pero con un filo inconfundible.
Jenkins asintió, sus hombros hundiéndose ligeramente en señal de rendición.
—Creo que en un pueblo en el oeste, un villorrio en el fin del mundo. Pero en cuanto no reciba mi informe de esta semana, se pirará —respondió, su voz temblando ligeramente.
Roy se levantó, ajustándose los guantes una vez más. La frialdad en sus ojos se contrastaba con la cálida luz fluorescente que bañaba la sala.
—Le mandará ese informe, señor Jenkins. Veremos qué podemos hacer por usted. Por ahora, regresará a su celda y piense en cualquier otra información que pueda sernos útil —dijo, señalando a los guardias para que lo llevaran.
Jenkins fue escoltado fuera de la sala por los guardias, sus pasos resonando en el pasillo mientras el silencio volvía a instalarse en la sala de interrogatorios. Roy se quedó un momento contemplando el espacio vacío, reflexionando sobre la conversación.
En el marco de la puerta apareció su fiel teniente, Riza Hawkeye, con su habitual semblante sereno.
—¿No estaba con Grumman, Teniente? —Roy pareció sorprendido de verla allí.
—Havoc acaba de sustituirme —respondió Riza, entrando en la sala. Había podido escuchar parte del interrogatorio y tenía una expresión pensativa—. ¿Cree que dice la verdad? —parecía tener sus dudas, sus ojos fijos en los de Mustang.
Roy asintió, levantándose lentamente de la silla.
—O al menos lo que él cree que es la verdad. Sabe que mentir lo enviaría directamente a un pelotón de fusilamiento; no tiene razones para hacerlo. —Roy se enderezó, ajustándose el uniforme—. Pero está claro que Gardner no está donde dice. ¿Quién da una dirección real cuando sabe que podrían rastrearla? Enviaremos a alguien para que vigile quién recibe el informe de Jenkins. Parece que hoy será uno de esos días en los que quedarse en la oficina hasta tarde.
Riza negó con la cabeza, una leve sonrisa asomando en sus labios.
—No, General. Hoy no. Hoy tiene una cena importante.
Roy la miró sin comprender, sus cejas arqueándose.
—¿Con quién?
—Con su prometida.
La cara de Roy se iluminó con la sorpresa y la alegría de un niño que acaba de recibir justo el regalo que quería en Navidad. Recordó la promesa que había hecho: si Grumman cedía, lo primero que haría sería llevarla al restaurante más caro de la ciudad.
—Entonces, tendré que ponerme elegante —dijo, con una sonrisa que reflejaba tanto alivio como entusiasmo.
