Roy estaba nervioso. Sentía que le sudaban las manos y aquello le irritaba un poco. Llevaba un rato intentando hacer un nudo decente en su corbata, pero los nervios no se lo permitían. ¿Por qué estaba tan nervioso? ¿Por salir a cenar? ¿Cuántas noches habían compartido ya? Una sonrisa traviesa se dibujó en su rostro al recordar momentos pasados, y notó que su nerviosismo se disipaba un poco. Volvió a mirarse al espejo y sonrió satisfecho al ver que finalmente había logrado hacer el nudo correctamente. Su reflejo mostraba a un hombre vestido con un elegante traje negro, la camisa blanca impecable y la corbata perfectamente ajustada.

Mientras esperaba a que el chófer que había enviado trajese a su prometida, Roy repasaba mentalmente su lista. Aquella noche tenía que salir perfecta porque ella lo merecía. Había elegido uno de los restaurantes más prestigiosos de la ciudad, un lugar con una vista panorámica impresionante y una atmósfera que prometía ser mágica.

El coche paró en la puerta y el conductor se bajó rápidamente para abrir la puerta a su pasajero. Riza bajó del vehículo y, al verla, Roy quedó hipnotizado. El vestido azul medianoche que llevaba se ajustaba perfectamente a su figura, destacando su elegancia natural. Nunca la había visto vestida de aquella manera, y el contraste con su habitual uniforme militar lo dejó sin aliento.

El vestido de Riza era largo y fluido, con un escote sutil que realzaba su belleza sin ser demasiado revelador. Su cabello, normalmente recogido en un moño estricto, caía en suaves ondas sobre sus hombros. Llevaba un sencillo collar y unos pendientes a juego, que brillaban bajo las luces del atardecer.

Roy se acercó con grandes zancadas hacia ella, tomando su mano derecha. Al ver el anillo en su dedo anular, su pulso se aceleró. De forma galante, se inclinó y besó su mano.

—Estás arrebatadora esta noche —dijo, su voz cargada de admiración y cariño.

Riza sonrió, una mezcla de diversión y nerviosismo reflejada en sus ojos. Ella era más de cosas sencillas, y tanta pompa no iba con su estilo habitual. Sin embargo, sabía que Roy estaba dando todo de sí aquella noche y decidió dejarse llevar.

—Gracias. Tú también estás muy elegante —respondió, su voz suave pero sincera.

El restaurante que habían elegido estaba situado en la planta superior de uno de los edificios más altos de la ciudad. Al entrar, fueron recibidos por un maitre que los guió a su mesa junto a una enorme ventana que ofrecía una vista espectacular de la ciudad iluminada. Las luces y las calles formaban un tapiz resplandeciente, creando un ambiente casi de ensueño.

La decoración del lugar era sofisticada pero acogedora, con mesas cubiertas de manteles blancos, candelabros elegantes y arreglos florales que llenaban el aire con un suave aroma. La música suave de un piano en vivo completaba la atmósfera perfecta.

Mientras se sentaban, Roy no podía dejar de mirar a Riza, maravillado. Sentía una mezcla de orgullo y felicidad pero sobre todo gratitud de tenerla a su lado, habían hablado muchas veces, la fantasía de poder actuar como una pareja normal, y por fin estaban allí.

—Quería que esta noche fuera inolvidable —dijo Roy, tomando la mano de Riza sobre la mesa—. No en vano es nuestra primera cita.

Riza apretó suavemente su mano, una sonrisa discreta pero feliz asomando en sus labios. Luego dejó escapar una pequeña risa.

—Creo que la cosa va al revés. Se supone que la gente tiene su primera cita, después de una de ellas se besan, y después todo lo demás —respondió, mirando a Roy con intensidad. Su voz estaba cargada de emoción—. Gracias, Roy, por cruzar una línea que yo jamás me habría atrevido a atravesar.

La cena transcurrió en una atmósfera de intimidad y complicidad. Compartieron risas, recuerdos y promesas para el futuro. El alivio de no tener que esconderse les permitió disfrutar de su primera noche oficial como pareja. El restaurante, con su ambiente sofisticado y las luces de la ciudad como telón de fondo, se convirtió en el escenario perfecto para su velada.

Al final de la cena, mientras salían del restaurante, el aire nocturno los envolvió con una brisa fresca. Roy se quitó la chaqueta y la puso sobre los hombros de Riza, protegiéndola del frío. La miró a los ojos, su expresión seria pero llena de ternura.

—El nuestro no es un camino fácil. Pero quiero que sepas que cada día haré todo lo que esté a mi alcance para hacerte feliz. Te amo —dijo Roy, su voz suave pero firme.

Riza alargó sus brazos atrayéndolo hacia ella y lo besó, un beso lento y lleno de amor. El mundo alrededor de ellos pareció desvanecerse, dejando solo la conexión profunda que compartían.

—Yo también te amo, Roy, pase lo que pase —respondió Riza, su voz apenas un susurro.

La noche continuaba siendo mágica mientras caminaban por las calles iluminadas de la ciudad. Se dirigieron hacia un pequeño parque cercano, Roy tomó la mano de Riza una vez más, sus dedos entrelazados firmemente. La tranquilidad del lugar creaba una banda sonora perfecta para su paseo, permitiéndoles disfrutar de su compañía en un silencio agradable y cómplice, aquel simple paseo, tomados de la mano se sentía como un gran regalo.

La luna brillaba en lo alto, y el parque, aunque pequeño, se sentía como un refugio para ambos. Las sombras de los árboles se alargaban, proyectando formas suaves en el suelo, mientras una brisa ligera movía las hojas, creando un susurro tranquilo que los envolvía en una atmósfera de paz. Allí, bajo el cielo nocturno, sintieron que todo era posible.

Después de un rato, decidieron que era hora de regresar a casa. Caminaron de la mano por las calles iluminadas, disfrutando de la compañía mutua y el ambiente relajado de la noche.

Mientras caminaban, Roy, llevado por la curiosidad y el deseo de conocer todos los detalles, finalmente rompió el silencio.

—Riza, ¿qué te dijo el viejo Grumman?

Riza miró a Roy, su rostro suavemente iluminado por la luz de las farolas. Una sonrisa se dibujó en sus labios.

—Dijo que podíamos estar tranquilos, que aprobaba lo nuestro y nos daba su bendición —respondió, su voz llena de calidez y alivio.

Roy sintió un peso levantarse de sus hombros. Tenía la carta de renuncia escrita, guardada en su escritorio, y era un alivio saber que no tendría que usarla.

—Eso es un gran alivio. Conforme iban pasando los días, empezaba a tener mis dudas —dijo Roy, su voz reflejando su sincera gratitud.

Riza asintió. A medida que se acercaban a casa, el ambiente se volvía más íntimo y acogedor. Las luces cálidas de las ventanas les daban la bienvenida, y el aire fresco de la noche les ofrecía un respiro después de la intensidad de la velada.

—Sí, lo es. Al final no será necesario mudarse al este. Ya lo tenía tan asumido que, en cierto modo, me da un poco de nostalgia —respondió Riza, su tono firme pero lleno de emoción.

Roy se detuvo y miró a Riza con una mezcla de amor y determinación en sus ojos.

—Riza, lo que íbamos a hacer allí podemos seguir haciéndolo aquí —dijo, su voz firme y sincera.

Riza sonrió, sintiendo una oleada de amor y gratitud. Se acercó a Roy y lo abrazó con fuerza, sintiendo el latido de su corazón sincronizándose con el suyo.

—Lo sé, pero no vamos a tener cuatro hijos —respondió, su voz apenas un susurro.

Roy sonrió pícaro y divertido, su expresión iluminada por la travesura.

—Bueno, ya iremos viendo. De momento podemos ir practicando.

Finalmente, Roy abrió la puerta y ambos entraron en la cálida y acogedora casa, dejando atrás la noche estrellada pero llevando consigo la magia y la esperanza que esa velada había traído

Roy colgó su chaqueta y se volvió hacia Riza, quien ya estaba descalzándose y dejando su bolso en una silla.

—Ha sido una noche increíble —dijo Riza, su voz suave.

—Lo ha sido. Y esto es solo el comienzo —respondió Roy, inclinándose para besarla.