Grumman miraba serio al general Mustang, asimilando lo que le acababa de decir. La oficina estaba impregnada de una tensión palpable, con la luz del sol entrando por las ventanas y proyectando sombras largas en el suelo. Roy, sin embargo, irradiaba felicidad y confianza, un contraste marcado con la expresión severa de Grumman.

—No parece muy contento —dijo Roy, manteniendo su sonrisa a pesar de la tensión.

—Disculpa, en mis tiempos un hombre se casaba con su prometida antes de dejarla embarazada, ese era el procedimiento —respondió Grumman, su voz firme y llena de desaprobación. Miró al hombre frente a él, sus ojos evaluadores—. Pero desde luego no presumía de sus transgresiones delante de la familia de su prometida.

—Yo no lo llamaría presumir… —intentó explicar Roy, su tono más defensivo.

Grumman suspiró profundamente. Aquel hombre no tenía remedio. Sus hombros se relajaron un poco, pero su mirada seguía siendo severa.

—General Mustang, entiendo que los tiempos han cambiado y que las cosas no siempre salen como uno planea. Pero debe comprender la responsabilidad que conlleva. No solo estás implicando tu vida y la de Riza, sino también el honor y el bienestar de una familia. Por no hablar del escándalo que supondrá que un general tenga un hijo antes de casarse. ¿Acaso entiende que después de mí eres la persona más poderosa de este país? Era por algo así que tenía mis reticencias de cambiar la ley.

—Führer, si me permite decirle, ese bebé habría llegado cambiase la ley o no. De hecho, habría sido un escándalo aún mayor. Y lo de casarnos siempre ha estado en el plan. Podemos firmar los papeles esta misma tarde —respondió Roy, con convicción—. Y cuando el pequeño nazca, tendrá una familia completa y unida, sin importar los obstáculos.

Grumman lo observó en silencio por un momento, sus ojos evaluadores. Finalmente, su expresión se suavizó ligeramente.

—¿Lo sabe más gente? —preguntó Grumman, sus ojos fijos en Roy.

Roy negó con la cabeza.

—No, señor. Solo nosotros tres.

Grumman asintió lentamente.

—Bien, entonces tienen tiempo. ¿No crees que esa mujer se merece algo más que firmar un papel? Si vas a casarte, hazlo bien.

—Claro que se merece algo mejor. Yo quería una gran boda, pero sin duda Riza es más práctica —admitió Roy.

Grumman se levantó del asiento, y Roy vio un brillo inusual en sus ojos.

—Si todo sale según tus planes, Gardner estará entre rejas en una semana. Así que no veo por qué no podríamos organizar algo la semana siguiente… Bien, está decidido, dentro de dos semanas. Les casaré yo mismo. Aunque no pueda asistir en calidad de abuelo, al menos tendré la oportunidad de verla.

Roy se quedó momentáneamente sin palabras, sorprendido por la propuesta. Luego, con una sonrisa sincera, respondió:

—Riza estará encantada.

Grumman asintió, su rostro mostrándose más cálido de lo habitual.

—Eso espero. Y asegúrate de hacerla feliz, Mustang. No es solo tu compañera en el campo de batalla; ahora, será tu compañera en la vida. Trátala con el respeto y el amor que se merece.

Roy sintió una mezcla de responsabilidad y emoción ante las palabras de Grumman. Asintió con firmeza, decidido a no defraudar.

—Lo haré, Führer. Haré todo lo posible para asegurarle a Riza la felicidad y la estabilidad que merece.

Al cerrar la puerta del despacho de Grumman tras de sí, Roy notó a un pequeño grupo de soldados hablando entre sí. Uno de ellos era Breda.

—Breda, no abandones tu puesto. Grumman ya está libre —dijo Roy, su tono más relajado.

—Ah, General —respondió Breda, con una expresión curiosa—. ¿Es verdad eso de que Armstrong y Hawkeye se han peleado en la cantina?

Roy pareció confundido.

—¿Qué dices, Breda? Además, ¿crees que la teniente Hawkeye se rebajaría a entrar en una pelea con un superior?

Breda se quedó pensativo un momento, rascándose la barbilla.

—Es cierto, General. Nuestra teniente es demasiado correcta para caer en las provocaciones de la Mayor General. La gente exagera.

Sin embargo, Roy sintió el impulso de ir a la cantina. La mera mención de Riza y Olivier en una situación tensa era suficiente para inquietarlo. Decidió que valía la pena asegurarse de que todo estuviera en orden.

—Gracias, Breda. Voy a echar un vistazo a la cantina, por si acaso. Mantén tu puesto —dijo Roy, su voz firme mientras comenzaba a caminar en dirección a la cantina.

Mientras avanzaba por los pasillos, Roy no podía evitar sentir una ligera preocupación. Sabía que Riza era profesional y que Olivier era una mujer de carácter fuerte, pero las tensiones en el cuartel podían provocar malentendidos.

Unos momentos antes en la cantina, Riza y Rebecca estaban conversando amistosamente. Rebecca se quejaba de lo molesta que era la soltería y de que los hombres de ahora eran todos unos gañanes.

—Te juro, Riza, no hay ni uno que valga la pena. Todos unos inmaduros o arrogantes. A veces pienso que debería renunciar a encontrar a alguien decente —decía Rebecca, con una sonrisa resignada.

Riza se rió, disfrutando del momento de camaradería.

—Eres demasiado exigente, Rebecca. Deja de buscar al nombre perfecto y busca al que se adapte a ti, seguro que encontrarás a alguien que valga la pena —respondió Riza, su voz tranquila y reconfortante.

De repente, su amistosa conversación se vio interrumpida por la General Armstrong, quien soltó una carpeta en la mesa delante de Riza con un ruido seco.

—Siento interrumpir su fiesta del té, pero parece que aquí en Central no trabaja nadie. Su general no está en su despacho, usted tampoco, y he tenido que arrastrarme hasta aquí para encontrar a alguien —dijo Olivier, su tono lleno de desaprobación y frustración.

Riza se enderezó inmediatamente, su expresión cambiando de relajada a profesional en un instante.

—Mayor General Armstrong. ¿En qué puedo ayudarle? —respondió Riza, con su tono calmado y firme.

Rebecca, sintiendo la tensión, se retiró discretamente, dejando a Riza y Olivier solas.

—Necesito que se revisen estos informes y discutir las próximas estrategias con el General Mustang. No sé si lo sabe, pero aún hay traidores por ahí sueltos —dijo Olivier, su voz severa, su mirada fija en Riza.

Riza asintió, tomando la carpeta y comenzando a revisar los documentos.

—Entiendo, Mayor General. Me pondré a revisar esto ahora mismo y avisaré al General Mustang que desea verle dentro de dos horas —dijo Riza, manteniendo su compostura.

Olivier frunció el ceño, su tono volviéndose aún más cortante.

—¿Me está hablando en serio? No quiero verle después del almuerzo, quiero verle ahora. Búsquelo y dígaselo.

Riza levantó la vista de los documentos, manteniendo su postura firme y su expresión serena.

—Mayor General Armstrong, entiendo la urgencia de la situación y comparto su preocupación. Sin embargo, el General Mustang está en una reunión importante en este momento. Le aseguro que en dos horas tendremos toda la información necesaria para una reunión productiva —dijo Riza, su tono respetuoso pero firme.

Olivier la miró fijamente, evaluando cada palabra, cada gesto. La tensión en la cantina aumentó, los militares que se encontraban allí murmuraban entre ellos, intercambiando miradas preocupadas. Armstrong dio un golpe en la mesa, llamando la atención de todos los presentes.

—¡Es intolerable! —exclamó Olivier, su voz resonando con autoridad—. ¿Cómo puede ser que en una situación tan crítica algunos de ustedes se tomen esto a la ligera? ¡Quiero resultados, no excusas!

Los murmullos cesaron instantáneamente, y todos los ojos se volvieron hacia la mesa donde estaban Riza y Olivier. La cantina quedó en silencio, la tensión palpable.

Riza, sin inmutarse por el estallido de Olivier, se mantuvo firme. Sabía que no podía dejarse intimidar.

— Comprendo su frustración y comparto su urgencia —dijo Riza, su voz calmada pero firme—. Estamos trabajando diligentemente para que esta amenaza sea neutralizada. Le aseguro que estamos comprometidos al cien por cien con esta misión.

Olivier respiró profundamente, tratando de controlar su temperamento. La firmeza y compostura de Riza parecieron calmarla un poco.

—Bien —respondió Olivier, con un tono más controlado pero aún severo—. Entonces, asegúrese de que esos resultados lleguen rápidamente. No podemos permitirnos ningún error.

Riza asintió, manteniendo su mirada fija en Olivier.

—Por supuesto. Informaré al General Mustang de inmediato y nos aseguraremos de que todo esté listo para la reunión en dos horas.

Olivier la observó un momento más, luego asintió con una ligera inclinación de cabeza.

—Nos veremos en dos horas, entonces —dijo, antes de girarse y salir de la cantina, dejando un aire de tensión residual.

Los murmullos volvieron a llenar la cantina una vez que Olivier se hubo marchado. Riza respiró hondo, permitiéndose un breve momento de alivio antes de centrarse nuevamente en los informes. Rebecca volvió a acercarse cuando Armstrong desapareció por la puerta.

—Menuda mujer, qué aguante tienes —dijo Rebecca, admirando la serenidad de su amiga.

Riza continuó revisando los documentos, organizándolos con precisión antes de guardarlos.

—Es solo aguantar hasta que se canse nada más—respondió Riza, su voz era tranquila.

Rebecca miró cómo Riza recogía sus cosas, preparándose para marcharse.

—¿Espera, te vas? ¿No terminarás de comer al menos? —preguntó Rebecca, con una mezcla de preocupación y decepción.

Riza sonrió suavemente, aunque sus ojos mostraban la determinación de siempre.

—Tengo trabajo, Rebecca. Nos vemos mañana —dijo Riza, ajustándose el uniforme antes de dirigirse hacia la puerta.

Rebecca asintió, sentía injusto que su amiga tuviese que trabajar mas que nadie, siempre tenia que ser la mejor y eso era algo que no se le exisgia a nadie mas.

—Está bien, Riza. Pero no te olvides de cuidarte también —dijo, su tono más suave y lleno de preocupación genuina.

Riza alzó la mano en un gesto de despedida a Rebecca antes de salir de la cantina, llevando consigo los informes y preparando en su mente mil gestiones más. De camino a la oficina, se encontró con Roy caminando con paso apresurado hacia la cantina. Al ver a Riza, supo que algo había ocurrido. Se acercó a ella, su rostro mostrando una mezcla de preocupación y curiosidad.

—¿Todo bien, teniente? —preguntó, su voz suave y atenta.

Riza asintió, entregándole la carpeta con los documentos.

—Sí, General. Armstrong quiere verle en dos horas para discutir estos informes —respondió, su voz firme y segura.

Roy sonrió, asintiendo mientras tomaba la carpeta.

—Gracias. Había escuchado un rumor absurdo… sobre una pelea en la cantina.

Riza contuvo una risa, apreciando el momento de ligereza.

—Yo no llamaría a eso una pelea, señor —respondió, con un toque de humor en su voz.

Roy levantó una ceja, su expresión mostrando una mezcla de diversión y decepción fingida.

—Lástima. Muchos pagaríamos por ver un combate tan formidable —dijo, con una sonrisa traviesa.

Riza sonrió, sacudiendo la cabeza ligeramente.

—Me temo que tendrá que conformarse con lo que su enfermiza mente haya imaginado, General —dijo iniciando la marcha a su lugar de trabajo.

Roy rió, el sonido relajando un poco la tensión del día.

—Bueno, al menos eso me da algo para entretenerme mientras revisamos estos informes —dijo, guiñándole un ojo.