De las noches que nunca acaban
El plan de Hermione para sacarse a Draco y a sí misma de Hogwarts no tuvo ningún problema.
—Podías haberme dicho que esto estaría sucio, —se quejó Draco mientras avanzaban por el pasadizo.
—Es un túnel subterráneo, no creí que necesitara hacerlo.
Resopló un poco, pero no volvió a quejarse. El paso subterráneo parecía durar siglos, estrechándose en algunos lugares y humedeciéndose en otros. En un punto, el pie de Hermione hizo un gran chapoteo al entrar en contacto con un gran charco. Aunque Draco volvió a refunfuñar en voz baja, ella siguió adelante, ignorándole tanto a él como a la creciente humedad de sus calcetines.
Por fin, su camino comenzó a subir siguiendo una pendiente hasta que la luz de varita de Hermione se posó en la madera de la trampilla que había sobre su cabeza.
—Hemos llegado, —susurró conspiradoramente.
—Aparezcamos en la Casa de los Gritos desde aquí, —sugirió sin vacilar—. Estará desierta a estas horas y podremos arreglarnos un poco antes de encontrarnos con Kassem en las Tres Escobas.
Hermione asintió, aunque Draco no podía ver en la penumbra.
—Te veré afuera.
Con un doble chasquido, ambos desaparecieron, solo para reaparecer a varios metros de distancia el uno del otro, en la alargada sombra de la vieja casa. Draco había acertado, no había ni un alma a la vista. Se arreglaron lo mejor que pudieron y, por primera vez aquella noche, Hermione agradeció que Lisa hubiera insistido en peinar a todas las chicas de Ravenclaw para el partido de Quidditch.
Al principio había ido al baño porque era una buena coartada para fingir que iba al partido. Sin embargo, una misteriosa enfermedad se había cebado con ella justo antes y, al menos por lo que sabían las demás chicas, probablemente tendría que pasar la noche en el ala del hospital. Sus rizos alisados se habían domado y arreglado en una trenza holandesa que se enrollaba como una guirnalda alrededor de su cabeza. El peinado le facilitaba mucho la tarea de quitarse la suciedad que había caído del techo del pasadizo subterráneo.
—Hermione, —dijo Draco de repente mientras caminaban hacia su destino—, hagas lo que hagas, no le menciones a Kassem la razón por la que necesitas el Veritaserum.
Curiosa por naturaleza, estuvo a punto de interrogarlo, pero se detuvo antes de que las palabras salieran de su boca. Ya había pasado suficiente tiempo con los Slytherin como para comprender algunas de sus razones para guardar secretos. Era como una partida de póquer... y era preferible mantener la mano oculta.
Kassem era lo bastante alto como para rivalizar incluso con Ron, y sus pies se agarraban a la tierra con fuerza, como si estuvieran en proceso de ser fundidos en bronce para hacer su propia estatua. Los ojos del hechicero eran oscuros ojos de tigre, al acecho de las amenazas. Su boca, sin embargo, estaba torcida en una sonrisa que no podía confundirse con otra cosa que no fuera genuina. Hermione sospechaba que tendría unos veinte años.
—Malfoy, infeliz, —soltó con un curioso acento mixto. Extendió una mano bien cuidada para estrechar la de Draco—. ¿Cómo diablos estás?
Sin duda parece amistoso, pensó Hermione con cautela.
—Bastante bien, —respondió Draco, aceptando el apretón de manos que le ofrecían—. Te presento a mi mujer, Hermione.
Se le paró el cerebro.
¿Acaba de...?
Lo ha hecho.
Kassem, visiblemente interesado cuando su mirada se desvió hacia ella, le hizo una media reverencia y le cogió la mano, besándosela.
—Enchanté, madame.
Draco le hizo un gesto con la mano para que se alejara de ella, con una sonrisa de satisfacción dibujándose en su rostro.
—Nuestro matrimonio sigue siendo un secreto para el gran público, Charafeddine. Solo te lo he dicho porque sé cómo eres con las mujeres.
—¡Me parece justo!, —admitió con una carcajada auténtica y estruendosa.
—¿Entramos?, —sugirió Hermione, con los ojos puestos en la cercana Las Tres Escobas.
—Ah, —se lamentó Kassem, con sus ojos brillantes mirándola palmo a palmo—. ¿Después de todo lo que os ha costado salir a escondidas de la escuela? Una joya brillante como tú merece ser exhibida a todo París.
Sin poder evitarlo, Hermione se ruborizó. Se ahorró responder cuando Draco contestó por ella.
—No estamos vestidos para salir, como ves.
Pero su amigo se limitó a hacer oídos sordos.
—¿No me digas que te escabulliste solo por negocios? C'est scandaleux!
—No es posible que vayamos a Francia esta noche, chalado, —insistió Draco con buen humor.
—¡Pues claro que podéis! Un poco de diversión para los dos después de la guerra que habéis pasado, aquí en Gran Bretaña. Tengo un traslador para llevarnos a mi casa y una chimenea que os permitirá viajar internacionalmente por la mañana.
Draco vaciló, pero ella se dio cuenta de que sus ojos se dirigían lentamente hacia ella, como si quisiera medir su reacción ante el plan.
Mientras tanto, Kassem presionó un poco más:
—Hace demasiado tiempo que no nos carteamos por otra cosa que no sean negocios, amigo.
—¿Qué te parece?, —preguntó Draco en voz baja, acercándose un poco más a Hermione.
La vieja versión de ella se levantó en el primer plano de su mente y reprendió, ¿Cómo puedes siquiera pensar en ir? Esta noche ya has infringido al menos veinte normas escolares.
Ya estamos fuera, señaló su lado rebelde, y estando fuera de la escuela, no es como si pudiera seguir rompiendo aún más reglas...
—¿Es seguro?, —le susurró a Draco.
Kassem soltó una carcajada, aunque ella no tenía intención de que él oyera la preguntita.
—Mi querida madame, estará lo bastante segura, aunque no le garantizaré una seguridad absoluta, y solo por eso, le prometo que disfrutará enormemente.
Miró a Draco, que enarcó las cejas, mientras una sonrisa traviesa se dibujaba en la comisura de sus labios.
—Puede que solo un rato, —concedió Hermione, con la mirada fija en Kassem.
—Excelente, —ronroneó el estadounidense—. El prometido vial de suero de la verdad está ahí, de todos modos.
—¡Perro astuto! —valoró Draco—.Nunca aceptas un "no" por respuesta, ¿verdad?
Kassem se rio de su propia astucia, y aunque Draco parecía más agradecido por la desfachatez de su amigo que molesto, Hermione resopló con desdén. Mientras Kassem se afanaba en sacar un reloj de bolsillo de su túnica y activar el Traslador, Hermione sospechaba en privado que, si el amigo de Draco hubiera asistido a Hogwarts, habría sido miembro de la casa Slytherin.
Que sea lo que Dios quiera, pensó con inquietud, a la vez que, con un poco de entusiasmo, mientras agarraba el traslador. La familiar sensación de ser arrastrada hacia delante por un gancho alrededor del ombligo la lanzó a través del tiempo y el espacio hacia... solo Merlín sabía dónde.
Tres pares de pies aterrizaron en la suave y afelpada alfombra de una habitación exquisitamente decorada y lo suficientemente amplia como para que hubiera cabido toda la sala común de Ravenclaw. Estaba decorada de forma muy vanguardista, con un techo bajo y una colección de muebles que se asemejaban a una arquitectura como la que Hermione podría haber esperado encontrar en un museo de arte moderno. Era tal la diferencia con Hogwarts y Hogsmeade, que resultó chocante a primera vista.
—¿Dónde estamos?, —se preguntó en voz alta, algo desorientada.
—Bienvenida a París, madame, —respondió Kassem—. Más concretamente, estamos en mi casa junto al río Sena. Ahora, antes de que todos nuestros ingenios se vuelvan demasiado torpes, y me olvide... —se dirigió a un armario cercano y sacó un pequeño frasco de líquido transparente—, aquí está el Veritaserum.
Aceptó la pequeña ampolla de poción y la guardó en el bolsillo de su túnica. Abstraída, miró por una gran ventana que daba al Sena. Debo de estar soñando.
—¿Te has comprado este sitio para ti? —preguntó Draco, admirando el piso. Hermione pensó que parecía fuera de lugar entre tanta arquitectura moderna.
—Un regalo de mi padre.
—¿Kassem?, —llamó una voz entrecortada desde la entrada.
—Ahhh, Élodie, Christelle... mes belles demoiselles.
En efecto, había dos mujeres esperándole y, aunque Hermione levantó la vista con curiosidad, volvió a apartarla rápidamente cuando descubrió que ambas vestían lo que solo parecían escasas bragas.
—Todos vamos a salir, mis amores, —dijo Kassem a las dos mujeres—. Christelle, aide Hermione à s'habiller. Hermione, Christelle te encontrará algo que ponerte. Parece que sois de la misma talla.
Cuando la más baja de las dos mujeres, una rubia delgada, se acercó flotando, Hermione sintió un sentimiento de inferioridad ante la impecabilidad de la francesa. Aun así, la bruja la miró sin aparente juicio y la cogió de la mano, diciéndole solo:
—Suis moi.
Mientras se la llevaban, lanzó una mirada hacia atrás a Draco, con la esperanza de transmitirle su consternación. Él solo le devolvió una sonrisa inútil. Estaba claro que aquello solo era motivo de gran diversión para él. En su fuero interno, se reprendió a sí misma por no haber sabido suponer que él podría haber sido útil para retrasar lo inevitable.
Christelle, como se vio enseguida, no hablaba mucho inglés, y como Hermione apenas hablaba francés, las dos mujeres se vieron reducidas a comunicarse sobre todo con gestos. El tocador de la bruja estaba repleto de sedas negras y rosas, desde las cortinas y la colcha hasta la ropa que cubría gran parte del suelo. Estaba claro que era, al menos, una invitada semipermanente de Kassem.
La bruja francesa sentó a Hermione en una silla de madera elegantemente tallada (tapizada en seda rosa, por supuesto), y cogió su trenza para deshacer todo el trabajo duro de Lisa de unas horas antes. El pelo de Hermione cayó, brillante por el alisado y ondulado por la trenza.
—C'est classique! —exclamó Christelle con admiración, pasando sus dedos bien cuidados por los mechones de Hermione para desenredar uno o dos inevitables enredos.
El verdadero obstáculo llegó cuando Christelle trató de encontrar un conjunto que Hermione considerase adecuado para llevar en público. El primer obstáculo era que la mayoría de los atuendos de la bruja consistían en poco más que unos retazos de tela cosidos en lugares estratégicos para ocultar sus partes femeninas. El segundo impedimento era que Hermione no estaba dispuesta a mostrar las cicatrices que compartía con Draco, sobre todo las que le afeaban los antebrazos. Por si esto no supusiera suficientes dificultades, muchos de los conjuntos de Christelle eran de color rosa, lo que resultaba espectacularmente horrible con el tono de piel de Hermione.
Una pila de vestidos rechazados crecía sobre la colcha de seda rosa y negra. Después de veintitantos conjuntos rechazados por una razón u otra, la paciencia de Christelle se había agotado.
Lanzó un bufido de rabia y le devolvió el cuarto vestido que Hermione había despreciado. Sin esperar permiso, Christelle cogió el dobladillo de la chaqueta del uniforme y tiró de ella por encima de la cabeza. Hermione chilló, más por sorpresa que por otra cosa, e intentó cubrirse a pesar de que la blusa blanca y la camisola seguían haciendo un trabajo más que aceptable. Christelle le apartó las manos de un manotazo, trabajando ya en los botones que bajaban por la parte delantera de la camisa blanca.
—¡Puedo hacerlo yo! —se indignó Hermione.
La otra mujer se limitó a reír, con un sonido musical. Una vez que Hermione quedó reducida a su fina camisa y su falda de pliegues, Christelle soltó una carcajada y le bajó la falda.
—Bueno, desde luego no te interesa la modestia, ¿verdad? —soltó Hermione molesta.
Christelle debió de captar al menos el tono de su voz, porque empezó a sacudirle una vez más la bola de tela que constituía el vestido elegido y a implorarle:
—Pon te lo, maintenant.
Hermione arrebató el trozo de ropa de las manos de la mujer y se lo tendió una vez más. Como ahora estaba vestida solo con ropa interior y una fina camiseta de tirantes, se quitó rápidamente el resto de la camisa y deslizó la suave tela del vestido sobre su cabeza para volver a estar decente (aunque incluso en estado de desnudez, seguía estando al menos tan cubierta como Christelle). A continuación, la francesa le tendió a Hermione un par de zapatos a juego con el vestido y se los ajustó con la varita.
—Parfait, —ronroneó, y acercó a Hermione a un espejo alto y dorado—. Maintenant, regardes le miroir.
Desde luego, no era algo que Hermione se hubiera comprado nunca, pero era una de las pocas cosas que Christelle llevaba que no dejaba al descubierto grandes porciones de sus pechos. De hecho, la prenda era un vestido estilo halter con mangas de encaje tres cuartos, negro y casi completamente sin espalda. Llegaba casi a medio muslo; Hermione se encontró tirando del dobladillo y, finalmente, cogió su varita para alargarlo. Al notar su intención, Christelle detuvo su mano y sacudió en silencio su magnífica cabeza rubia.
—Egto ees Paris, —justificó con su marcado acento, como si esto fuera toda la explicación necesaria. Quizá lo fuera.
Christelle, que llevaba un vestido de color rubor con un escote pronunciado que tuvo que sujetarse a los pechos con magia, también estuvo lista enseguida.
Cuando las brujas salieron, Draco, Kassem y Élodie ya estaban en el vestíbulo. Kassem estaba tentando a Draco con un vino que, según él, había sido elaborado en uno de sus viñedos californianos. Élodie, que al parecer hablaba tanto inglés como Christelle, ya sostenía su propia copa de vino y sonreía vacíamente. Cuando se acercaron, su sonrisa se ensanchó y tendió los brazos a Christelle, dándole la bienvenida a su lado. Iba vestida de forma relativamente conservadora con un vestido de color mora.
Kassem también parecía haber encontrado algo adecuado para que Draco se cambiara. A pesar de la diferencia de complexión entre ambos magos, Draco se había puesto una americana perfectamente entallada sobre una camisa azul cielo y unos pantalones color camel. Hermione se sobresaltó un poco al verlo, ya que nunca lo había visto con nada remotamente parecido a unos vaqueros. Sin embargo, el mago los llevaba como si lo hiciera todos los días.
—Señoras, están impresionantes esta noche, très belle, —les dijo Kassem, mirándolas a las tres con aprecio.
Ya veo lo que Draco quiere decir de él, pensó Hermione en silencio. Le devolvió la sonrisa cortésmente, cruzando al lado de Draco. Curiosamente, Draco casi parecía aliviado por su acción, mientras que Kassem solo parecía divertido.
Su anfitrión los entretuvo un poco más empujando una copa del vino californiano sobre Hermione, que la aceptó con cierta reticencia, pero no quiso ser considerada descortés. Resultó estar delicioso.
—Estás impresionante, —le murmuró Draco mientras ella daba un sorbo a su copa.
Hermione no tuvo tiempo de responder, pues Kassem tomaba el brazo izquierdo de Christelle y el derecho de Élodie, y exclamaba:
—On y va!
Las calles estaban bordeadas de árboles plantados cada pocos metros y el camino estaba claramente bien mantenido. Hacía frío y, aunque Hermione agradeció que se hubieran echado encantos para calentarse, el aire de enero era lo bastante fresco como para que sus piernas desnudas se alegraran de estar al abrigo de los elementos.
El bar al que les condujo Kassem tenía el aura distintiva de un bar clandestino, escondido del público. También era claramente un establecimiento de magos, ya que los duendes también eran clientes. Un grupo de ellos estaba sentado en un rincón nebuloso, fumando pipas que emitían humos de diferentes colores.
No hacía falta decirle a nadie quién era Kassem, aunque Hermione aún no estaba del todo segura. Se sentaron y les sirvieron enseguida, a pesar de la multitud que había en la barra, y aunque ella no había pedido nada para sí misma, le pusieron una copa delante antes de que terminara de echar un vistazo al local.
Dio un sorbo cortés cuando se dio cuenta de que los demás habían hecho lo mismo, refunfuñando mentalmente sobre los peligros de la presión de grupo. La bebida era afrutada, pero no demasiado dulce, y no sabía a alcohol en absoluto, así que se animó rápidamente.
Su pequeño grupo pronto se vio asaltado por otro, formado principalmente por magos, que empezaron a charlar y a reír en francés. Hermione les sonrió vacíamente, sintiéndose más bien como Christelle y Élodie, aunque ambas mujeres aguantaban bien la conversación. Volvió a dar un sorbo malhumorado a su bebida.
—Querrás tener cuidado con esa bebida, —le advirtió Draco, inclinándose hacia ella.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Si conozco a Kassem, tiene bastante alcohol, aunque no sabrá a él.
Al mirar la bebida, descubrió horrorizada que ya se había bebido la mitad. Por el amor de Agripa... Estaba empezando a enfadarse con Kassem.
Me pregunto qué dirían Harry y Ron si se enteraran de que me he escapado del colegio para ir a beber a París. Su ceño se frunció divertido.
No se quedaron mucho tiempo en el bar. Una vez que Kassem terminó de socializar con los magos franceses, se bebió su copa y estaba impaciente por irse. Contenta de dejar atrás el bar y su bebida, Hermione se dispuso a seguirle.
—¿No vamos a pagar?, —le susurró a Draco mientras se dirigían a la puerta.
Se rio, pero solo hasta que se dio cuenta de que hablaba en serio.
—Claro que no. Le pasarán la factura más tarde.
Lo dijo con tanta seguridad que Hermione abandonó la idea sin indagar más.
Acabaron en otro bar, aunque este era mucho más bullicioso que el primero. Kassem los arrastró hasta una mesa de billar que milagrosamente quedó libre justo cuando entraron, a pesar de la aglomeración de gente que había dentro. Una vez más, un camarero les sirvió bebidas casi al instante, a pesar de la multitud.
Kassem retó a Draco a una partida de billar mágico; rápidamente se formó una multitud de curiosos, admiradores y cascarrabias. Haciendo caso omiso de los intrusos, Hermione miró con interés y descubrió que el billar mágico era muy parecido a su homólogo muggle, salvo por el hecho de que se utilizaba un hechizo con la varita en lugar de un palo de billar, y existía la posibilidad de que una de las bolas estallara en llamas de repente, sembrando el caos en todo el juego. A veces, las bolas salían volando de sus redes por su propia voluntad, lo que hacía que llevar la cuenta del juego fuera una hazaña interesante.
Aunque Draco le ganó a Kassem por un pelo, su anfitrión no pareció disgustado en lo más mínimo. Terminaron sus bebidas y se marcharon a otro lugar.
Así fue toda la velada. Hermione empezaba a preguntarse exactamente cuántos locales nocturnos de magos había en París, cuando Kassem los puso en guardia anunciándoles que su próxima localización los llevaría brevemente a un sector muggle.
Al girar hacia la Rue de Montmorency, una chispa de reconocimiento brilló en la mente de Hermione.
—¿No es esta calle donde Nicholas Flamel practicó originalmente la alquimia?, —sondeó a Draco.
Aparentemente impermeable a los susurros, Kassem respondió en su lugar.
—Tiene razón, madame. El famoso alquimista instaló una librería en lo que hoy es la casa de piedra más antigua de París. La parte principal es ahora un restaurante para muggles, me temo. Pero el edificio aún guarda algunos secretos. De hecho, hacia allí nos dirigimos.
Era una calle lateral normal y corriente, lo bastante estrecha como para que solo cupiera un coche. Había unos cuantos muggles vestidos de calle delante del restaurante fumando cigarrillos.
—Tendremos que esperar a que entren, —murmuró Kassem a Draco. Draco se apartó parte del pelo platino que le había caído en la cara y se acercó con paso seguro a los hombres muggles para fumar un cigarrillo.
Hermione frunció el ceño al verle dar una calada al cigarrillo, pero no dijo nada, manteniéndose alejada del humo y arrugando la nariz. Kassem, Christelle y Élodie parecían simplemente divertidos ante su interacción con los muggles.
—Qué efecto has tenido en mi amigo, —le dijo Kassem en voz baja.
—No puedo imaginar lo que quieres decir, —respondió, sintiéndose algo fría hacia el hombre por el momento.
—Reconocí tu nombre cuando Malfoy te presentó. ¿Eres la famosa heroína nacida de muggles que luchó junto a Harry Potter la primavera pasada?
—Harry es mi mejor amigo, —respondió con más brío del necesario. Su corazón floreció inmediatamente de orgullo por Harry, como siempre que alguien mencionaba su mayor hazaña—. Estuve encantada de ayudarle en todo lo que pude para acabar con ese monstruo.
—Uno se pregunta qué puede recomendar tanto a una bruja al único heredero de una herencia tan vasta y rica como la que tienen los Malfoys, —musitó Kassem, considerándola como a un pura sangre en un hipódromo—. Especialmente, perdóname, considerando tu sangre.
Hermione lo miró fríamente. ¿De verdad me había escapado de Hogwarts para que siguieran prejuzgándome?
Posiblemente intuyendo su línea de pensamiento, corrigió:
—No hablo de mis propias opiniones. No es ningún secreto que los Malfoys siempre han valorado la pureza de sangre. Para ellos, imagino que es una especie de matrimonio morganático.
—Se supone que es un secreto, —le recordó ella sin rodeos.
—Otro enigma que no puedo descifrar. Porque, ¿qué mago, estando casado contigo, podría soportar mantenerte en secreto?
En cuanto asimiló el cumplido, sintió que se ponía roja. Se sintió agradecida cuando Draco volvió de fumar, aunque no pudo evitar mirarlo con reproche.
—No pude evitarlo, —gimoteó cuando captó su expresión—. Siempre fumo cuando bebo.
A mí también me vendría bien una copa, lidiando con este personaje Kassem.
Pronto, los muggles desaparecieron de nuevo en el restaurante, y la calle fuera del Auberge Nicholas Flamel estaba desierta excepto por ellos. Como si nada, Élodie se apoyó despreocupadamente en uno de los faroles de hierro forjado que decoraban el exterior del restaurante. Un trozo del edificio de piedra pareció derretirse desde el exterior, revelando una entrada poco propicia.
Entrando deprisa junto a Draco, los ojos de Hermione se abrieron de par en par cuando entraron en el vestíbulo de lo que parecía una taberna prerrenacentista. Aunque las otras dos brujas se adelantaron para tomar asiento cerca de la barra, donde ya se habían reunido muchas otras personas de aspecto elegante, Hermione se quedó atrás, tirando del dobladillo de su vestido prestado y deseando una vez más que fuera más largo.
—¿Todo bien? —preguntó Draco, deteniéndose a su lado.
—Me siento tan fuera de lugar, —susurró cohibida.
—El truco está en irradiar la confianza de que perteneces a un lugar. Los demás lo captarán y te sentirás parte de un lugar en un santiamén.
Recordó su intento fallido de entrar en Gringotts disfrazada de Bellatrix Lestrange; tampoco entonces se había sentido especialmente segura.
—Ya veo.
—Y, —añadió, dándole la mano para llevarla hacia los demás—, estás preciosa.
—El vestido es de Christelle. Es bastante... corto.
—Nadie se fija en el vestido, sino en la magnífica bruja que lo lleva... y tú has elegido el negro, la opción perfecta.
—Sé lo mucho que os gusta el negro a los Slytherins, —resopló.
—El negro es el color de la celebración, el color de las noches que nunca acaban, —le dijo sabiamente mientras se acercaban a la barra—. Tómate una copa. No dejaré que hagas el ridículo.
De algún modo, él había percibido el miedo secreto del que ella misma ni siquiera era consciente. Confiando en él y esperando que fuera la decisión correcta, aceptó una copa que le pasó Christelle e incluso bebió un sorbo. Pronto se sintió lo bastante cómoda como para volver a hablar con Kassem.
Un rato después, su anfitrión dio su nombre en la barra y los cinco fueron admitidos a través de una cortina de cuentas y material de gasa que conducía por unas escaleras de caracol. Terminaron en una cámara subterránea poco iluminada, con faroles y velas flotando por todas partes. Una gran lámpara de araña de extravagante metal colgaba del techo en el centro, emitiendo una luz rojiza. La habitación estaba llena de humo y aromas exóticos.
Más curiosa que aprensiva ahora que el alcohol había aflojado un poco sus inhibiciones, Hermione intentó mirar a todas partes a la vez. Había otros pocos habitantes alrededor de las mesas, algunos sentados en almohadas o alfombras en el suelo, otros descansando en taburetes bajos o sofás. Un grupo reía íntimamente entre sí, aparentemente en su burbuja privada, mientras bebían té o vino, comían quesos o pasteles y fumaban shisha. Una música ligera cubría suavemente el murmullo de los susurros.
—¿Alguna vez has disfrutado de una cachimba, Hermione? —preguntó Kassem mientras reclamaba una de las pequeñas mesas redondas para su grupo. Se sentía como en casa sobre una de las alfombras del suelo. Su anfitriona empezó a calentar la cachimba que había en el centro de la mesa y la llenó de una sustancia con olor a fruta.
Draco parecía a punto de estallar en carcajadas ante la sugerencia.
—No la presiones, —aconsejó a su amigo en voz alta.
—En realidad, me gustaría probarlo.
Lo hizo, ante el asombro de Draco. Aceptando la manga, intentó copiar lo que había visto hacer a Christelle, Kassem, Élodie y Draco hacía unos instantes. Tosió con ganas la primera vez y tuvo que recibir instrucciones sobre cómo seguir dándose el gusto, aunque su cabeza ya estaba aliviada por la actividad. Para su propia sorpresa, Hermione descubrió que disfrutaba de la sensación de ligereza que recorría su cuerpo, aunque no le importaba mucho el sabor.
Pronto se relajaron, sorbiendo vino y picoteando mermeladas y queso. Hermione no habría podido decir cuánto tiempo permanecieron allí los cinco, pero le pareció una eternidad que su cerebro acabara flotando de nuevo dentro de su cuerpo. Christelle estaba acurrucada contra su costado, casi comatosa.
—¿Adónde vamos ahora?, —quiso saber, incorporándose y rompiendo la calma que se había apoderado del grupo.
Las mejillas de Draco se sonrojaron con despreocupada emoción mientras él también se sentaba en su cojín.
—Sí, ¿y ahora dónde?, —repitió con la cara encendida.
Kassem soltó una sonora carcajada que hizo que Christelle se incorporara. La rubia ya no parecía tener todas sus facultades en orden. Hermione tuvo que ayudarla a levantarse.
—Merci, —susurró con una sonrisa deslumbrante.
—A La Maison du Hasard, —anunció Kassem—. Tienen algunas de las mesas de apuestas más arriesgadas de Europa.
—Nunca he oído hablar de ellos. —Su amigo frunció el ceño.
—No lo habrías hecho. Las puertas no llevan abiertas ni ocho meses.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Draco, lentamente al principio.
—¿Por qué tengo la impresión de que tienes que recuperar algo de dinero?
Kassem soltó una carcajada y rodeó con un brazo a Élodie, que sorbía de puntillas los últimos sorbos de su bebida.
Cuando se puso en pie, Hermione se preguntó si no habría cometido un error al sugerir que siguieran adelante tan deprisa, ya que aún tenía la cabeza ligera por sus indulgencias combinadas. En un momento estaba cogida del brazo de Draco para no tropezar y se maravillaba de cómo él podía mantenerse erguido, y al siguiente estaban fuera y caminando... hacia alguna parte. Pronto volvieron a la parte mágica de la ciudad y descendieron a un lugar subterráneo parecido a una caverna. Le recordó a las famosas catacumbas de París, que había visitado el verano anterior a tercer curso, con sus padres.
Momentos después, los cinco se encontraban en el interior de un establecimiento limpio pero de aspecto algo tosco y, de un modo u otro, otra copa había aparecido en la mano de Hermione. Mientras trataba de entender la visión borrosa de la mesa de apuestas a la que Kassem estaba desafiando, se le ocurrió que podría estar un poco borracha. Nunca se había emborrachado.
—Charafeddine, qué casualidad volver a verte por aquí... tan pronto, —murmuró una voz grave detrás de ellos.
Hermione tardó un momento en darse cuenta de que alguien se dirigía a Kassem por su apellido. Se giró para ver quién era el interlocutor y se encontró cara a cara con Gregory Goyle. Si se sobresaltó al verla allí, no fue nada comparado con su reacción al ver a Draco.
—¿M-Malfoy?, —tartamudeó, y toda su confianza inicial se desvaneció en un instante.
—Goyle, —reconoció en voz baja, extendiendo una mano.
Un saludo frío, teniendo en cuenta lo unidos que solían estar, observó Hermione con lucidez.
—Me alegro de verte. —Goyle tomó la mano ofrecida y la estrechó lentamente.
Parecía que también lo decía en serio.
—¿Qué haces aquí?, —preguntó Draco.
—Este sitio es mío, —explicó con un gesto hacia el resto de la sala—. Lo abrí cuando terminó la guerra. Necesitaba salir de Inglaterra.
Los ojos azul grisáceo de Draco destellaron con algo aterradoramente cercano a la comprensión.
—¿Tomas algo con nosotros?
—Con mucho gusto, —aceptó Goyle.
Tenía buen aspecto: menos corpulento que en sus días de Hogwarts, más en forma, aunque su prominente frente seguía dándole un desafortunado parecido con un neandertal. Mientras Goyle hacía señas a un camarero cercano para que les trajera bebidas, vio por primera vez a Hermione del brazo de Draco y se sobresaltó visiblemente.
—Ah, sí. Goyle, ¿te acuerdas de Hermione Granger?, —enmendó Draco, sin perderse nada.
Fue un momento tenso. Por un segundo, Hermione estaba compitiendo contra la muerte en una escoba sobre un mar de Fuego Maligno... esforzándose para que la escoba fuera un poco más rápido hacia la salida de la Sala de los Menesteres... cayendo finalmente a la seguridad de la piedra del pasillo de Hogwarts... Harry, Ron, Draco y Goyle caían a salvo con ella...
Pero, de nuevo, estaba de vuelta en La Maison du Hasard, rodeada de voces altas, risas, algo de humo, olor a alcohol, el sonido de grandes sumas de dinero siendo apostadas por bulliciosos desconocidos. Gregory Goyle la miraba fijamente, parpadeando estúpidamente de la misma manera sencilla que lo hacía siempre que un profesor le hacía una pregunta en clase.
Miró a Draco y de repente se dio cuenta de que tenía el brazo enredado en el suyo.
—Un placer, —entonó con neutralidad, desenredándose y extendiendo una mano hacia Goyle.
Incapaz de disimular su sorpresa, Goyle vaciló antes de aceptarla y darle una pequeña sacudida, soltándola con bastante rapidez. Volvió a mirar a Draco con preguntas llenando lentamente sus ojos brillantes.
Sus bebidas llegaron en el mismo momento en que Kassem ganaba una cuantiosa apuesta en una mesa cercana. Al intuir que los dos antiguos amigos necesitaban un momento de intimidad, Hermione se excusó para observar cómo el estadounidense hacía otra apuesta sobre un corte de baraja. Pronto se alegró de haberles dado espacio, pues Draco y Goyle no tardaron en enzarzarse en una conversación en voz baja. Supuso que tenían mucho de qué ponerse al día.
Élodie le daba un masaje en los hombros a Christelle, mientras Kassem convencía al otro apostante, que había perdido todo su dinero, para que hiciera una apuesta más. Hermione bebió un sorbo, tratando de pasar desapercibida.
—Debes de ser inglesa, —le murmuró un hombre al oído con familiaridad—. Uno lo percibe inmediatamente.
Hermione se giró para mirar al hombre en cuestión y se encontró con un rostro que no reconoció.
—¿Le conozco?
—Por supuesto que no. Pero me gustaría conocerte un poco mejor.
—No, gracias. —Arrugó la nariz ante el aliento del hombre.
—Ah, no seas así, cariño.
Pero antes de que pudiera poner al desconocido en su sitio, Draco estaba a su lado y le repetía secamente:
—Ha dicho "no, gracias".
El hombre dio un paso atrás.
—Tranquilo, rubio, no me di cuenta de que estaba ocupada.
—Pues ahora ya lo sabes, —gruñó Draco amenazadoramente, mientras le rodeaba la cintura con un brazo—, y puedes irte.
Sin decir una palabra más, el hombre y su horrible aliento desaparecieron.
—Gracias a Merlín. Pensé que iba a tener que hechizarlo. ¿Dónde ha ido Goyle?, —suspiró Hermione.
—Tenía un asunto que tratar, —dijo Draco, sin dejar de seguir con la mirada al desconocido, que ya estaba al otro lado de la habitación.
—¡Ah, mala suerte! —gimió Kassem. Se le había acabado la suerte, y su oponente sonreía de oreja a oreja mientras barría hacia sí toda la pila de galeones de Kassem.
—Eres un idiota, ¿sabes? —Draco provocó a su amigo—. Apostar toda tu suma a un corte de cartas.
—La suerte, al parecer, no estaba de mi lado, —suspiró—. ¿Y ahora dónde?
—¿Y ahora dónde? —resonó Draco incrédulo, con el brazo aun rodeando protectoramente la cintura de Hermione. Ella se apoyaba en él agradecida, sintiéndose agotada—. Son más de las tres de la mañana, animal.
—Así es, —comentó Kassem con educada sorpresa mientras echaba un vistazo a su reloj de bolsillo.
Hermione se quedó atónita. ¿Las tres... de la mañana?
A pesar de ello, el quinteto se encontró frente a la casa de Kassem, en una sección privada de la playa de Paris-Plage, una playa artificial a orillas del Sena. De alguna manera, Hermione supuso que debían de haber usado magia, habían hecho una hoguera. Tenía una copa de champán medio vacía en la mano, aunque no recordaba haberla aceptado.
Una copa (¿o dos?) después, sus pensamientos sensibles empezaron a volverse algo borrosos e inconexos.
A Hermione se le había acabado el champán y Christelle le estaba enseñando a usar su varita como bengala. La barrera del idioma ya no importaba después de tanto beber, las chicas se perseguían por la arena, tropezando de vez en cuando hasta caer en un montón, riendo y riendo como si se conocieran de toda la vida.
Pronto, los zapatos de Hermione desaparecieron y ella estaba aceptando una botella de prosecco bañada en oro que se pasaban entre los cinco.
Después, empezó a enseñar a Christelle a hacer burbujas con magia. Las jóvenes soplaban con las puntas de sus varitas y veían cómo las suaves e iridiscentes esferas flotaban suavemente hacia el cielo, alejándose serpenteantes hasta perderse de vista.
Kassem estaba repartiendo puros. Incapaz de recordar por qué los aborrecía tanto, Hermione llegó a probarlos cuando Draco le ofreció una calada del suyo. Sus manos eran suaves, pero también como la electricidad cuando la tocaban, enseñándole a llevarse el humo del puro a la boca, pero sin inhalarlo.
De alguna manera, Élodie se había quedado en topless y Kassem estaba vertiendo el resto del prosecco sobre sus pechos, lamiéndolo con avidez.
Esa fue una de las últimas cosas que Hermione recordó con seguridad antes de que las cosas se convirtieran en verdaderos fragmentos. El tiempo se comportaba de forma surrealista, como si se desarrollara en una serie de fragmentos de película.
...Estaba con Draco y corrían desordenadamente por el pequeño tramo de playa hacia la casa de Kassem cuando ella tropezó y se cayó, riendo a carcajadas mientras Draco intentaba levantarla y casi se cae él mismo...
...Ambos estaban sin aliento mientras subían las escaleras hacia... algún sitio. Hermione no estaba del todo segura de dónde, pero no podía dejar de reírse y el mundo le daba vueltas...
...Había arrinconado a Draco contra una pared y lo estaba besando descuidadamente... sus labios solo se separaban de los de ella para presionar besos con la boca abierta a lo largo de su cuello y hombros mientras él tanteaba con los lazos detrás de su cuello para la parte superior de su vestido...
...Estaba desnuda de cintura para arriba, la mitad superior de su vestido se había caído hacia delante, y sus pechos estaban libres, los pezones chisporroteaban en su repentina exposición antes de que gritara cuando Draco se llevó uno a la boca...
...Al momento siguiente estaba de espaldas sobre una cama mullida con el vestido prestado subido hasta la cintura. Ahora estaba básicamente desnuda y la cabeza platinada de Draco estaba enterrada entre sus muslos mientras ella gritaba de placer...
...Fue la experiencia de un orgasmo espectacular, fruto de una total desinhibición. Hermione juró que vio fuegos artificiales en el interior de sus párpados mientras un subidón en todo el cuerpo parecía desinflarla dentro de su propia piel. Cuando abrió los ojos, el dormitorio estaba prácticamente a oscuras, excepto por la luna y las luces de la ciudad que brillaban a través de la ventana. Draco estaba tumbado en las sábanas junto a ella, desnudo excepto por la ropa interior. La miraba con los ojos entornados, ardientes de deseo...
...Ella estaba lamiendo su estómago y podía sentir sus abdominales apretándose con anticipación...
...Frente a su erección, descubrió que estaba ansiosa por él. Su boca estaba lista y deseosa de llenarse y pronto se balanceó arriba y abajo sobre él. Chupó, lamió y tragó alrededor de su longitud...
...Una mano se enroscaba en su pelo y la otra se cerraba en un puño alrededor de las sábanas. Tenía los ojos cerrados mientras se ponía cada vez más duro. Con un rugido, se apartó de su boca y se liberó sobre su pecho y su cuello en grandes y cremosos chorros que dejaron hilos de calor sobre su piel...
...Él la besaba profundamente una vez más, como si estuviera decidido a arrebatárselo todo, aunque ambos hubieran encontrado ya su culminación...
Debieron de quedarse dormidos de esa manera, porque su conciencia se desvaneció por completo después de eso y no supo nada más.
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Hermione se despertó a la mañana siguiente con una sensación de confusión en la parte frontal del cerebro que no podía quitarse de encima. La luz se filtraba por alguna ventana y, cuando se incorporó, se dio cuenta de que estaba prácticamente desnuda, excepto por la sábana que le envolvía las piernas y el torso, y el vestido de anoche que le rodeaba la cintura.
Con la cabeza dolorida, se obligó a abrir los ojos y se vio acosada por la imagen de un Draco Malfoy completamente desnudo, extendido por la mayor parte de la cama. A pesar de que tenía toda la esbelta belleza de la juventud, el hecho de que estuviera con el culo al aire, el pelo revuelto hasta resultar irreconocible y la mejilla apoyada en el colchón, de modo que le colgaba la boca abierta, no daba una imagen muy agraciada.
—Ungh, —salió de su boca mientras se agarraba la cabeza. Tenía los ojos muy sensibles a la luz y un sabor terrible en la boca, como si hubiera lamido uno de los torniquetes de la estación de King's Cross—. Café, —decidió.
No encontraba su ropa, así que la invocó con la varita, lo que le llevó dos intentos. La camisa y la falda del uniforme estaban arrugadas por haber pasado la noche en el suelo de la habitación de Christelle, pero eso ya no tenía remedio. Las alisó lo mejor que pudo y se vistió, dejando de lado el suéter de Hogwarts que llevaba sobre la blusa. El frasquito de Veritaserum que habían venido a buscar seguía guardado en el bolsillo de la túnica.
Aunque pudo llegar a la cocina sin problemas, se detuvo ante la puerta y ahogó una exclamación. Kassem, Christelle y Élodie estaban tirados desnudos en el suelo de la cocina. Si no fuera porque los tres estaban cubiertos de nata montada, chocolate y fruta (en su mayor parte aplastada), habría parecido que habían sido noqueados al mismo tiempo por algún maleante.
—Puede que no, —murmuró para sí misma, retrocediendo rápidamente fuera de la cocina.
Tras un momento de reflexión, recordó vagamente una pequeña cafetería por la que habían pasado la noche anterior, que estaba a apenas una manzana de distancia. Resuelta, volvió a comprobar que tenía su varita antes de salir a buscar un café para ella y para Draco.
Perdida en sus pensamientos y ruborizándose interiormente al recapitular todo lo que había hecho la noche anterior, estuvo a punto de pasar de largo por delante de la pequeña cafetería. Una vez dentro, se sintió aliviada cuando la chica que estaba detrás del mostrador hablaba suficiente inglés como para poder hacer un pedido, pero enseguida se sintió avergonzada al darse cuenta de que no había llevado dinero para pagar.
—Permítame. —Antes de que se diera cuenta, un caballero de mediana edad con un curioso acento estaba pasando dinero mágico por el mostrador y el camarero le estaba entregando dos cafés.
—Gracias, —balbuceó—. ¡Ha sido muy generoso!
—C'est rien, —el hombre desechó sus palabras—. Usted es, si no me equivoco, la heroína de Gran Bretaña, ¿no? ¿La señorita Hermione Granger?
Había pronunciado mal su nombre de pila, pero como el hombre también le había pagado los cafés, Hermione no consideró cortés corregirlo.
—Sí... soy yo. ¿Le conozco?
—Ah, non. Pero presto atención a las noticias de todo el mundo. Quizás... me pregunto... ¿tiene un momento para sentarse?
Aunque en realidad solo quería volver a casa de Kassem, tampoco quería ser grosera. En cualquier caso, el hombre parecía bastante inofensivo. Le señaló una mesa y ella se sentó, agarrando con gratitud su taza de café caliente.
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Nota de la autora:
Gracias a Louna por ayudarme con el francés. No usé un beta en este capítulo, así que cualquier error es mío.
Alguien ha señalado que el pasadizo de Honeydukes quizá no sea el mejor acceso que Hermione podría haber elegido para entrar en Hogsmeade. Como no es un punto importante de la trama, lo he dejado como está, pero siempre agradezco los comentarios amables.
Por último, si has sido uno de los muchos que han apoyado amablemente mis inanes divagaciones, te lo agradezco de todo corazón.
