Con sonoros riffs de guitarra se despertaba el vecindario dónde vivía Miroku llamando la atención de mucha gente que escuchaba aquel poderoso instrumento de cuerda que resonaba esa mañana de sábado. Dentro de su habitación ensimismado estaba el joven amigo de Inuyasha sacando el máximo provecho de su Fender Stratocaster café.

Allí, afuera de la casa estaba Sango golpeando insistentemente la puerta queriendo que el joven saliera a atender, le tocó usar la vieja confiable. Ella llevó su dedo índice y pulgar a la boca y silbó con fuerza haciendo que Miroku se asome por la ventana.

—¡Eres una gamina! Silbas como si fueras una pandillera — Miroku se mofó.

—Lo dice el chico más cotizado por las chicas de la escuela y anda con cuánta chiquilla esté por allí — se rió la joven —sal, que necesito hablar contigo.

Miroku no demoró en bajar del segundo piso a la primera planta con la particularidad de que no tenía puesta una camiseta al momento de abrir la puerta.

—¿Y qué se te ofrece?

A Sango se le subió un arcoiris al rostro pues pasó del rojo de la vergüenza a verde del coraje, pero sus ojos no se apartaban del delgado cuerpo del muchacho. Mentiría si dijera que le disgustaba ver eso.

—¿P-podrías ponerte una camiseta, por favor? — pidió Sango sonrojada.

—¿Por qué? ¿No te gusta lo que ves?

—Cállate Maeda — la joven gruñó por bajo —. Quedamos hoy de ir con Inuyasha a ensayar.

—Es verdad — Miroku mencionó —, dame chance me arreglo y vamos.

Básicamente Miroku no le molestaba mucho realmente que Sango le dijera alguien como Sango, si bien su relación de "enemigos" no se la creía nadie y era más que obvio que se llevaban bien aunque tuvieran esas famosas peleas al estilo de cierta pareja animada. Siempre peleaban por nimiedades y con la más mínima situación se encendía la mecha del temperamento de ambos.

Al paso de diez minutos mientras Kirara perseguía un ratón en la calle peatonal del vecindario, finalmente Miroku bajó vestido con una camiseta polo morada, unos jeans negros y unos tenis blancos además de una gorra para el fuerte sol que impactaba la ciudad por esas fechas.

El olor del perfume del joven hizo marear a la joven, Sango levantó el estuche donde guardaba su amplificador y su micrófono listos para el espectáculo sin público que sería aquel ensayo. El silencio de ambos no fue más que un incómodo recordatorio de su "mala" relación que tenían.

—Inuyasha me dijo que te invitó a salir pero lo rechazaste ¿por qué lo hiciste si él supuestamente está enamorado de ti? — Miroku rompió el silencio.

—¿Sabes una cosa? Cállate — ella refunfuñó por lo bajo —, no sigas molestando que no respondo.

—Vaya carácter — dijo él con voz baja —, así ni siquiera vas a llegar a segunda base con Kuranosuke.

A Sango lo único que le interesaba era que Miroku cerrara de una buena vez la boca aunque realmente no le molestaba si compañía, eso sí el sentido del humor del joven era lo que más le molestaba pero no él. Era confuso entender los pensamientos de aquella chica.

El silencio que normalmente le agradaba se volvió a presentar entre ambos jóvenes mientras llegaban a la casa de Inuyasha, Sango jugaba con su llavero del cual colgaba una USB mientras Miroku solamente se le veía sereno caminando a su lado. Al doblar a la esquina se toparon con Inuyasha saliendo de su casa junto a Izayoi a la calle.

Sango no se lo pensó ni siquiera un segundo y corrió hacia el joven albino, Inuyasha estaba vestido con una camisa de manga larga roja, un pantalón de vestir blanco y unos zapatos tipo zapatillas de traje negras.

—Inu... — llamó Sango.

Inuyasha se dió la vuelta para ver a su amiga.

—¿Qué pasa Sango? Tengo prisa, es cumpleaños de Irasue — afirmó el hanyō cruzándose de brazos.

—Era que quería mostrarte unas canciones para tocar el veintiocho en el concurso — mencionó Sango.

—Claro... Pero ¿podrías venir más tarde? — pidió el albino con una sonrisa nerviosa —, voy de camino a casa de Irasue.

Izayoi ya estaba en la esquina de la calle esperando pacientemente a su hijo pues conociendo perfectamente a Irasue a quien le chocaba la impuntualidad. Inuyasha solamente atinó a despedirse dejando solos a los dos jóvenes que se miraron mutuamente para luego simplemente encogerse de hombros. Nunca habían visto a Inuyasha tan apurado pues por lo general era él quien apuraba la marcha.

(...)

Frente al espejo se encontraba Joakim afeitando su barba, que aunque poca sí que le salía y si se descuidaba llegaba a parecerse un guerrero vikingo anoréxico, caso contrario a su hermano menor que gracias a los genes de su madre, Rei Izayama una poderosa youkai del clan perro, se parecía más a un samurái pero con cuerpo de gladiador.

Joakim terminó de afeitarse, se puso crema para la irritación en la piel, agarró su cepillo eléctrico y aprovechó a limpiarse los dientes en especial sus prominentes colmillos. Al terminar su labor, salió del baño y fue a su cuarto a vestirse con una camisa blanca, unos jeans ajustados oscuros y unos zapatos de cuero negros. No olvidó ponerse un reloj de pulso de manecillas, infaltable en él. Tomó el celular y texteó algo en la pantalla.

Joakim: Hola, Sayuri ¿quieres que pase por ti a tu casa?

Mientras peinaba su cabello corto y se ponía perfume escuchó su teléfono timbrar ante el mensaje de su querida compañera.

Sayuri: Claro, te espero en la noche.

Obviamente el hombre cercano al cuarto piso sonrió ante la propuesta de Sayuri, ¿a quién le importaba? eran cuarenta y veinte como aquella famosa balada. Luego de terminar de arreglarse fue a la cocina, se preparó un café y encendió un cigarrillo mientras leía un libro. Agradecía con Hashira Corp de tener su propio apartamento en uno de los complejos más lujosos de toda la ciudad.

Al terminar su café y apagar el cigarro, salió del edificio y se subió a su automóvil, claro estaba que estaría llevando sus pistolas por si alguna criatura no invitada se aparecía. Al llegar al edificio donde Sayuri vivía la encontró sentada afuera, si tuviera orejas y el cabello negro sería idéntica a Kagome.

—Sayuri — Joakim la saludó abriéndole la puerta —¿Me harías el honor?

—Claro — mencionó la chica subiéndose al auto —. ¿Es una cita? Le dije a mamá que sería cosa del trabajo.

—Pues me gustaría invitarte a cenar — mencionó el hombre —¿Te pusiste un perfume distinto? Realmente te luciste.

Sayuri no pudo ocultar su rubor facial debido al halago de aquel hombre, sonrió como loca enamorada durante todo el trayecto hacia aquel restaurante de alta gama que solía ir Joakim. No se hablaba mucho entre los pasillos de Hashira Corp de lo bien que ganaban los cuatro miembros de la división fantasma, al silencio cómodo profesado de parte de los dos se le sumaba la tranquilidad del vecindario por dónde se hallaba aquel restaurante abarrotado de parejas, algunas con sus hijos, y otras siendo unas personas jóvenes o ancianas que solamente querían ir a pasar un buen rato juntos.

Joakim detuvo su automóvil en un estacionamiento cercano al restaurante donde había invitado a Sayuri, ella jamás se pudo imaginar a alguien que tantos traumas sufrió en un pasado perteneciente al olvido del ayer. El hombre le abrió la puerta del carro a la joven hanyō y le ayudó a bajarse tomándola de la mano, el ambiente era amenizado por el sonido de un saxofonista acompañado por un pianista que ayudaban a qué el ambiente del lugar se pudiera sentir tranquilo, calmo y en paz; romántico, por demás.

—Entonces — Sayuri sonrió mirando al hombre —. ¿Qué has sabido de esos asesin...? — Joakim la interrumpió.

—Vinimos aquí para despejar la mente, descansar y ser felices — informó el hombre —, camarero ¿sería tan amable de traernos la carta?

Cuando el mesero del lugar les trajo el menú Sayuri y Joakim no lo hizo solamente con un trozo de cartón plastificado sino que también traía una botella de un fino vino de origen francés que rápidamente el extranjero rechazó ¿la razón? no era buena idea mezclar alcohol y gasolina. El mesero entendió y se retiró

—He venido varias veces a comer aquí, no es el restaurante cinco estrellas Michelín que has de estar acostumbrada — Joakim dijo mientras leía la carta —pero es con mucho cariño.

—¿Estás demente? ¡Es un lugar como la copa de un pino! ¡Que majo!

—Hablas como Raquel — el pelinegro se rio fuertemente —Olvidé que vivías en España — siguió riéndose.

—¡Joakim! Nos están viendo, ¡compórtate! — pidió la joven avergonzada.

—¡Está bien! — él sonrió ampliamente —, te ves muy hermosa cuando te sonrojas.

—¡Cá-cá-cállate! — tartamudeó ella aún más sonrojada.

Al cabo de unos cuantos minutos los dos pronunciaron sus pedidos, siendo para Sayuri un poco más de nerviosismo porque se notaba lo costoso del lugar. No tan pomposo ni extravagante sino serio, sobrio y elegante; sencillamente tranquilo. Ella vio a Joakim tan tranquilo comiendo su cena sin importarle el dinero que pudo ser de un sueldo de todo un mes y talvez debería comer ramen instantáneo durante todo el mes.

—¿Qué te gusta hacer, Sayuri?

—¿A mí? Ah... Eh... — ella se notaba nerviosa —¿jugar videojuegos y leer manga cuenta?

—Qué graciosa — él se mofó —, obvio, esos son tus hobbies.

—¿Y a ti qué te gusta? — preguntó la chica.

—Me dedico a la lectura más que nada, escribo para una plataforma de internet... debo decir que es muy raro todo esto con las nuevas tecnologías. Créeme que cuando tenía dieciocho años ver a alguien con celular era realmente raro — Joakim mencionó —, no sé si cuando eso ya habías nacido.

—Creo que tenía dos años — la joven se rio.

—En 1999 créeme que hubo ese boom del nuevo siglo y nuevo milenio, que las máquinas y todo lo que tuviera un chip se volvería loco — la chica rio levemente al oír el relato de Joakim —al final no pasó nada.

Sayuri parecía perderse en los ojos grises de Joakim, era adulta y eso ella bien lo sabía pero la diferencia de edad era abismal. Fácilmente Joakim podría ser el padre de Aome y aún le sobrarían algunos meses para alcanzar la edad de Sayuri, eso pensaba la pelirroja.

—¿Y como fue tu vida en España? — preguntó Joakim.

—Bueno realmente no fue fácil, yo me fui con diecisiete años de casa de mis padres cuando eso Aome tenía, venga, unos once años... entonces llegué a España más que nada a Madrid a buscar universidad y trabajo.

—Imagino que fue difícil — mencionó el extranjero.

—¡Fue un marrón de los gordos! — dijo la chica —. La universidad no tanto pero encontrar trabajo — se llevó una mano a la frente —¡Dios! Que odisea, al final terminé trabajando en un restaurante por medio tiempo en Galicia. Y terminé mis estudios en Vigo, bueno luego me vine de intercambio aquí a Japón pero tengo que volver en marzo.

Joakim sonrió ante la sinceridad de su invitada; al llegar las diez de la noche él pagó, para sorpresa de Sayuri, de algo que nunca podía sentirse orgullosa era que le cubrieran los gastos pero ya no podía hacer nada. Le preocupaba mucho el hecho de que él se tuviera que quedar sin dinero solo por invitarla a comer en un restaurante caro.

Al estar sentada en el asiento del copiloto junto al mayor, pensaba que quizá no llegaría a fin de mes y su parte romántica estaba feliz por ver la pomposidad de aquella cita. Se sentía abrumada y preocupada pero feliz y satisfecha.