Marinette se despertó tarde aquella mañana. Era viernes, pero tenía permiso para saltarse las clases porque la noche anterior se había quedado hasta muy tarde en el Grand Palais preparando el desfile del sábado. No tenía mucho que hacer aquel día, salvo quedar con Cat Noir a media mañana, para terminar de perfilar la estrategia a seguir. Sin embargo, tenía intención de pasarse por la escuela en algún momento, a lo largo de la jornada, por si coincidía con Narcisa. No sabía qué iba a hacer si su amiga resultaba ser la Polilla que estaban buscando, pero sentía la necesidad de recabar más información sobre ella antes de dar el siguiente paso.
Oyó las voces de sus padres desde el salón, y le extrañó, porque a aquellas horas solían estar trabajando en la panadería. Se levantó bostezando, le hizo una carantoña a Tikki y se dirigió a la trampilla que conducía a las escaleras.
Entonces empezó a captar la conversación con mayor claridad.
—…Pero no podemos subir los precios así, de repente —estaba diciendo Tom—. Nuestros clientes no lo entenderán.
—¿Qué otra cosa podemos hacer si la materia prima nos cuesta más cara?
—Pues buscar otro proveedor, alguna empresa que nos haga un buen precio…
—No hay ninguna, Tom. Todo el mundo tiene que ajustarse a las mismas normativas y pagar los mismos impuestos. Incluso los que sirven harina de peor calidad.
—¡Pero es que esta lista es inasumible! ¿Quién va a poder permitirse los macarons a este precio?
—O subimos los precios o vendemos a pérdidas —insistió Sabine con firmeza—. No hay otra opción.
Tom suspiró.
—Quizá podamos reducir la carta de productos —sugirió entonces—. Limitarnos solo a las baguettes y los croissants… Y quizá chouquettes de vez en cuando…
—Tendremos que subir los precios de esos productos también.
Tom dejó escapar un gruñido de frustración.
Marinette no se sentía cómoda espiando sin que sus padres lo supieran, de modo que abrió la trampilla y bajó por las escaleras.
—¡Buenos días! —saludó con fingida alegría.
Ellos se sobresaltaron al verla llegar.
—¿Marinette? —exclamó Tom—. ¿No estabas en la escuela?
—Hoy solo tengo clase por la tarde —explicó ella. Se sentó a la mesa junto a sus padres—. ¿Hay… algún problema en la panadería? —se atrevió a preguntar.
Ellos cruzaron una mirada.
—Oh, nos has oído…
—No era mi intención —reconoció Marinette, un poco avergonzada—. Pero ahora estoy un poco preocupada. ¿Qué es eso de que ya no podéis vender macarons?
Tom suspiró otra vez.
—Es por las nuevas leyes ambientales —explicó—. Todos los vehículos de combustión van a estar prohibidos en la ciudad.
—Pero nosotros no tenemos coche —señaló ella—, y mi moto es eléctrica.
—Es verdad, pero todos los proveedores hacen el reparto en furgoneta —explicó Sabine—. Los sacos de harina, el azúcar, la fruta, el chocolate…
—No me hables del chocolate —gruñó Tom, y Marinette recordó entonces lo que le había contado Cat Noir al respecto: que el chocolate con leche tal como lo conocían iba a desaparecer de la ciudad o pasar a ser un producto de lujo, porque las nuevas leyes obligaban a que se elaborase con leche de soja. Se acordó también de la nueva receta de los helados de André, y se preguntó qué tal le iría.
—Todo eso nos lo traen a la panadería en vehículos diésel o de gasolina —siguió contando Sabine—. Y ahora esas furgonetas no van a poder entrar en el área metropolitana de París, porque ha sido declarada…
—«Ciudad libre de emisiones» —completó Tom.
—Así que algunos de nuestros proveedores van a dejar de atender encargos de París capital y se van a limitar a las provincias. Otros están dispuestos renovar la flota de vehículos para cambiarlos por camiones y furgonetas eléctricos, pero supone una inversión muy grande para ellos y solo pueden asumirla si suben los precios de sus productos.
—Y si sube el precio de la harina, del azúcar, de los huevos, de la electricidad…
—¿De la electricidad? —interrumpió Marinette desconcertada.
—Tom, no necesita saber eso —lo riñó Sabine.
—Bueno, ¿por qué no? —replicó él, encogiéndose de hombros—. Es la verdad. Tú misma has dicho que cada nueva factura de la luz es más alta que la anterior. Al parecer, la electricidad generada por fuentes de energía renovables es más cara que la tradicional. No tengo ni la menor idea de por qué.
«Seguro que Cat Noir sí que lo sabe», pensó Marinette. Cat Noir siempre parecía saberlo todo, excepto cómo cortejar a una chica. Aunque en eso también había mejorado mucho en los últimos tiempos, pensó, un tanto sonrojada.
—Pero tú no tienes por qué preocuparte por todo esto —dijo Sabine, sonriendo—. Encontraremos una solución. Y aunque tengamos que subir los precios, habrá gente que pueda seguir pagándolos. Por ejemplo, seguro que Adrián no tendrá problema en seguir comprando sus chouquettes.
Marinette se sonrojó todavía más al evocar la conversación que había mantenido la tarde anterior con Adrián. Tenía que reconocer que aún lo echaba mucho de menos.
—Aunque quizá ya no se las podamos regalar tan a menudo como antes —apostilló Tom, un tanto avergonzado.
—No pasa nada, seguro que lo entenderá —respondió ella—. Además…, es por el bien de planeta, ¿no? —concluyó.
Pero ya no estaba tan convencida.
Adrián no podía concentrarse. Había regresado a casa rayando el amanecer y, por tanto, apenas había tenido tiempo de echar una breve cabezada antes de que sonase el despertador. Podría haberse quedado en casa y nadie se lo habría reprochado, pero en el fondo necesitaba salir a despejarse y pensar en todo lo que había descubierto en su viaje a Moldavia.
—Adrián —lo llamó Cérise, y él volvió a la realidad.
Estaban de nuevo en clase de repostería, elaborando chocolate fundido para bañar los croissants.
—Disculpa —murmuró Adrián—. No he dormido muy bien.
Cérise lo observó, pensativa. También ella estaba preocupada. La tarde anterior, durante el ataque en el Grand Palais, se había dado cuenta de que Ladybug había tratado de sonsacar a la villana akumatizada. Le había parecido extraño que no se hubiese presentado ningún otro superhéroe, y también había tenido la sensación de que Ladybug y Cat Noir estaban prolongando la batalla a propósito. Y quizá estaba empezando a volverse paranoica, pero ahora se daba cuenta de que no debería haber akumatizado a Francine. Por tentadora que hubiese resultado la idea de otorgar superpoderes a alguien que estaba muy enfadada con Marinette, se trataba de una persona demasiado próxima a su identidad como Narcisa, y era posible que Ladybug atase cabos después de todo.
Claro que… si la superheroína estrechaba el cerco sobre Narcisa, no se le ocurriría sospechar de Cérise. En ese sentido, Lila aún contaba con ventaja.
Y quizá debería aprovecharla antes de que fuera demasiado tarde.
Removió el chocolate, pensativa, mientras observaba de reojo a Adrián, que estaba colocando los croissants sobre la rejilla. Y tomó una decisión.
—El chocolate ya está listo —anunció—. Acércame los croissants.
Adrián obedeció, aunque se notaba que estaba pensando en otra cosa. Cérise levantó el cazo y fue a verter su contenido sobre la rejilla. Fingió que tropezaba y derramó el chocolate sobre las manos de su compañero.
Adrián dejó escapar un grito y dio un salto atrás.
—¡Ay, no, qué desastre! —se lamentó Cérise—. Lo siento muchísimo, Adrián, ¡qué torpe soy! Espero que no estuviese muy caliente…
Se había asegurado de que no lo estuviera, porque no quería que el chico tuviese que ir corriendo a la enfermería.
—No pasa nada —murmuró él, tratando de limpiarse.
—Ha salpicado un montón, qué desastre —seguía diciendo Cérise—. Claro, como este chocolate es más líquido que el tradicional…
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó entonces el profesor, acercándose rápidamente.
Los dos hablaron a la vez:
—Estaba distraído…
—Soy muy torpe…
Se interrumpieron, se miraron y se echaron a reír.
—Lo siento mucho —insistió ella. Él le dedicó una sonrisa afectuosa.
—No pasa nada, le puede suceder a cualquiera.
Cérise se esforzó por mantener la sonrisa. Cada día le costaba más soportar a Adrián y disimular lo mucho que lo despreciaba. Inspiró hondo. «Ya casi está», se dijo a sí misma. «Un poco más y todo habrá acabado».
Adrián se fue al baño a limpiarse, y Cérise, con una inocente sonrisa, salió del aula poco después. No tuvo que pedir permiso ni justificar a dónde iba. Después de todo, en aquella escuela los alumnos eran libres para hacer lo que les viniese en gana.
Ladybug estaba esperando a Cat Noir en el tejado donde habían quedado cuando recibió una alerta akuma en su yoyó. Y sintió que se le congelaba la sangre en las venas al comprobar que procedía de la escuela del director Damocles… donde estudiaba Adrián.
Sin molestarse en aguardar a su compañero, corrió hacia allá tan rápido como pudo. Pero el propio Cat Noir le salió al paso poco antes de llegar.
—¡Ladybug! ¡Espera un momento!
—¡Hay un akuma!
—No, no lo hay —repuso él con calma—. Ha sido una falsa alarma.
Ladybug se detuvo y lo observó con cierta incredulidad.
—¿De verdad?
—Alguien llamó al servicio de emergencia. Han evacuado la escuela, pero cuando he llegado no había ningún peligro. Debe de haber sido algún bromista.
—Como cuando Chloé activaba la alarma de incendios para perderse las clases —comentó ella con disgusto.
Cat Noir la miró con curiosidad. Ladybug estaba al tanto de las jugadas sucias de Chloé, pero aquel había sido un comentario típico de Marinette.
—Escucha, tengo que hablar contigo —dijo él—. He descubierto algo importante.
Pero su compañera no lo estaba escuchando. Había abierto el yoyó para comprobar que, en efecto, se trataba de una falsa alarma. Y había visto algo en la pantalla que la había hecho palidecer.
—No puede ser… —murmuró.
—¿El qué? ¿Qué es?
—Es... no es nada… —balbuceó ella—. Solo un mensaje… lo siento, tengo que marcharme.
—¿Ya? ¡Pero si acabas de llegar! —Ladybug le dirigió una mirada tan desconsolada que el corazón de Cat Noir se estremeció—. ¿Son… malas noticias?
Pero ella no respondió a la pregunta.
—Lo siento, yo… Tengo que irme. Ya nos veremos y hablaremos… después.
—¡Espera! —trató de detenerla él.
Demasiado tarde: Ladybug ya se había marchado.
Cat Noir se quedó mirándola mientras se alejaba, desconcertado, sin terminar de comprender qué acababa de pasar.
—¿Me estás diciendo que Ladybug ya no cuenta con vosotros? —preguntó Argos, frunciendo el ceño.
Kagami inclinó la cabeza.
—Yo no diría tanto —precisó—. Es solo que parece que ella y Cat Noir están planificando alguna cosa que quieren mantener en secreto.
—¿Qué clase de cosa?
—No lo sé.
—¿No os han dado ninguna explicación?
—No, ya te lo he dicho.
La voz de Kagami sonaba impaciente, y Argos dejó de presionarla de inmediato.
—Perdona —se disculpó—. No quería ser insistente. Es que tengo la sensación de que Adrián sigue en peligro, y el hecho de no tener noticias de Marinette es… frustrante.
—Lo entiendo —respondió ella con una sonrisa—. A mí también me pasa, pero confío en ella. Estoy segura de que es la primera interesada en mantener a Adrián a salvo y hará todo lo posible para que sea así.
Argos asintió, no muy convencido, pero no añadió nada más.
Ambos permanecieron en silencio unos instantes, contemplando juntos el atardecer desde la ventana del cuarto de Kagami. Félix se había enterado del ataque de la tarde anterior en el Grand Palais y había acudido de inmediato a París para tratar de averiguar qué estaba sucediendo exactamente. Le costaba creer que ni Kagami ni el resto de los superhéroes tuviesen una sola pista al respecto.
—Tal vez deberíamos… —empezó Kagami, pero Argos le indicó silencio de pronto.
Había alzado la cabeza, alerta, y ella se volvió hacia la puerta cerrada, temiendo que su madre estuviese escuchándolos al otro lado. Pero el superhéroe retrocedió hasta ocultarse tras las cortinas con un gesto de advertencia.
Kagami percibió entonces un movimiento en la ventana y se dio la vuelta con sorpresa. Allí, encaramada al alféizar, estaba Ladybug, que la saludaba con una sonrisa nerviosa.
Kagami echó un breve vistazo al lugar donde se ocultaba su novio y, aún desconcertada, abrió la ventana para que su amiga pudiese entrar.
—¡Ladybug! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo…?
—Escucha, tengo que pedirte un favor —interrumpió ella.
—Claro, lo que sea. ¿De qué se trata?
—Necesito que me devuelvas el prodigio.
Kagami la miró sin comprender. Longg, que se había ocultado tras su espalda al percibir la presencia de un intruso, emergió de nuevo para observar a la Guardiana y cruzó luego una mirada con su portadora.
—Pero ¿por qué? —preguntó ella—. ¿Vas a dárselo a… otra persona?
—No, en absoluto —replicó Ladybug, deprisa—. Es solo que hemos descubierto que nuestro enemigo conoce las identidades de todos vosotros, así que el maestro Su-Han y yo hemos decidido que todos los prodigios deben regresar a la caja, por seguridad. Os los devolveré cuando haya pasado el peligro.
Kagami tardó unos instantes en responder.
—¿Has hablado con todos los demás, entonces? —preguntó por fin.
—Sí, y ya casi tengo todos los prodigios. Solo me quedan el tuyo, el de Pegaso, el de Bunnyx y… el de Félix —añadió significativamente—. ¿Sigue en Londres?
Kagami sabía que Argos estaba escuchando toda la conversación desde su escondite. Pero, por alguna razón que solo él conocía, había decidido permanecer oculto y no revelar su presencia a Ladybug. Dudó un instante antes de responder:
—Sí.
Detestaba tener que mentir a su amiga y apenas unos momentos antes le había dicho a Argos que confiaba en ella. Pero había algo extraño en la repentina petición de Ladybug y, por otro lado, si Félix quería entregar su prodigio, podría ponerse en contacto con ella en cualquier momento.
No obstante, una idea inquietante la asaltó de repente: ¿Y si, después de todo, Félix se negaba a devolver el broche a los Guardianes?
Trató de apartar aquel pensamiento de su mente. El prodigio del pavo real no era una joya mágica más. Era un seguro de vida para Adrián, Félix y la propia Kagami. Tenía sentido que Argos se lo pensase dos veces antes de separarse de él.
Ladybug pareció aliviada y preocupada al mismo tiempo, si es que eso era posible.
—Ya veo —murmuró—. No importa. Intentaré ponerme en contacto con él más tarde.
Kagami dirigió a su kwami unas palabras de despedida, se quitó la gargantilla y se la entregó a Ladybug.
—Gracias —dijo ella con una sonrisa, guardándola en su yoyó.
—Ladybug —dijo entonces Kagami—, hay algo de lo que tengo que hablar contigo. Estuve vigilando a mi madre, como me dijiste, y he llegado a la conclusión de que no tiene nada que ver con el nuevo portador del prodigio de la mariposa. Sin embargo, he descubierto algo en sus negocios que creo que deberías…
—En otro momento —cortó ella con impaciencia. Su amiga la miró con sorpresa y Ladybug añadió, con mayor suavidad—: Lo siento, ha sido un día muy largo. Te llamo luego, ¿vale? Ahora tengo… tengo algo que hacer.
Kagami asintió, aún perpleja. Ladybug sonrió, se despidió de ella y se alejó de allí.
Argos se reunió entonces con su novia.
—¿La has creído? —preguntó.
Kagami inclinó la cabeza.
—No lo sé. No tiene razones para mentirme, ¿verdad?
—No estoy seguro, y creo que tú tampoco. De lo contrario, no le habrías mentido tú también.
Kagami se mordió el labio inferior, pensativa.
—¿Crees que he hecho mal al entregarle mi prodigio?
—Pronto lo averiguaremos. Voy a ver qué trama; si hay algo extraño, recuperaré tu prodigio y te lo devolveré.
Compartieron un suave beso de despedida. Argos se encaramó a la ventana y saltó al tejado de enfrente, siguiendo los pasos de Ladybug. Kagami lo vio marchar y suspiró con preocupación.
Argos siguió a Ladybug hasta la casa de Max Kanté, donde la vio recuperar el prodigio del Caballo. Supuso que después iría a buscar a Alix Kubdel para pedirle que le entregada el del Conejo, puesto que había dicho que era uno de los que le faltaban por recoger, pero la superheroína se dirigió a la azotea de un edificio apartado y se detuvo allí, aparentemente para esperar a alguien. Félix se ocultó tras una chimenea, decidido a averiguar qué estaba sucediendo. Daba por hecho que Cat Noir no tardaría en reunirse con su compañera, y Argos tenía intención de espiar cualquier cosa que hablaran entre los dos.
Sin embargo, la persona acudió al encuentro de Ladybug poco después no fue Cat Noir, sino una joven enmascarada vestida con un traje en tonos púrpuras. A su espalda caía una capa cuyo diseño imitaba el patrón de unas alas de mariposa. La luz de la luna y las estrellas arrancaba reflejos azules y plateados de los pliegues de la tela.
—Ladybug —saludó la recién llegada.
—Tú debes de ser Kallima, ¿no es así? —replicó la superheroína con tono neutro.
Ella se rió en voz baja.
—Así es —respondió—. Me alegro de que hayamos podido reunirnos al fin. ¿Los has traído?
—Sí.
Oculto tras la chimenea, Argos alzó el abanico para comenzar a grabar la escena. Observó con gesto torvo cómo Ladybug sacaba los prodigios de su yoyó, uno por uno, y se los entregaba a la misteriosa Kallima, que había abierto el remate de su bastón para guardarlos en el interior.
—No están todos —señaló esta cuando Ladybug volvió a cerrar el yoyó.
—Lo sé, pero Bunnyx es una viajera del tiempo. Eso quiere decir que es capaz de ver el pasado, el presente y el futuro y sabe muy bien para qué voy a usar los prodigios. Puede entrar en su madriguera y reaparecer en cualquier otro momento de la línea temporal, y ni tú ni yo podríamos seguirla hasta allí.
—Entiendo.
—En cuanto a Argos, vive en Londres, como sabrás. Tengo previsto ir a verlo esta misma noche para recuperar su prodigio. Si me das un poco más de tiempo…
—¿Y el de Cat Noir? —interrumpió Kallima con impaciencia.
Ladybug tardó un poco en responder.
—Aún no he tenido ocasión de hablar con él.
—¿Te entregará su prodigio si se lo pides sin más?
Tras un breve silencio, ella contestó:
—Sin duda. Cat Noir confía ciegamente en mí.
—De acuerdo. En ese caso, volveremos a vernos mañana a esta misma hora. Espero que para entonces hayas recuperado los prodigios que faltan.
—No habrá problema —le aseguró Ladybug.
Kallima sonrió, saltó desde lo alto del alféizar y se perdió en la noche.
Ladybug se quedó allí unos instantes, en silencio. Después abrió su yoyó para realizar una llamada, y Argos oyó la voz de Cat Noir al otro lado del dispositivo.
—¡Milady! ¿Todo bien?
—Sí, gatito. Necesito hablar contigo con urgencia. ¿Nos vemos en un momento donde siempre?
—¡Claro! Voy para allá.
Ladybug cortó la comunicación y se alejó de allí.
Argos no se molestó en seguirla. Profundamente preocupado, activó el programa de mensajería de su prodigio para enviarle a Cat Noir el vídeo que acababa de grabar. Lo acompañó con una breve nota de advertencia: «No confíes en Ladybug».
Y lo mandó de inmediato, esperando que su primo tuviese la oportunidad de verlo antes de que fuera demasiado tarde.
NOTA: Sé que todo parece muy confuso ahora mismo, pero se irá explicando en los siguientes capítulos, incluyendo las escenas que han sucedido en off y que retomaremos a su debido tiempo. ¡Gracias por vuestra paciencia! Seguro que ya tenéis alguna teoría sobre lo que está pasando 😉
