«No confíes en Ladybug».

Cat Noir alzó las cejas con desconcierto mientras leía el críptico mensaje que acababa de enviarle su primo. No obstante, se sentía menos inclinado a confiar en él que en su compañera, de modo que no se vio tentado a seguir su consejo.

Había un vídeo adjunto al mensaje, pero no tuvo tiempo de verlo porque Ladybug se acercaba ya por el tejado. Cat Noir apagó el dispositivo del bastón y se volvió para saludarla con una sonrisa. Ella le sonrió a su vez mientras tomaba asiento a su lado, aunque a él le pareció que había algo forzado en su gesto. «No empieces a pensar cosas raras», se riñó a sí mismo. «No dejes que Félix te líe otra vez».

—Buenas noches, milady —le dijo—. ¿Qué era eso tan urgente de lo que querías hablar?

Ella le dirigió una mirada pensativa, como si estuviese decidiendo por dónde empezar.

—He estado… he estado hablando con Su-Han —dijo por fin.

—¿De verdad? ¿Ya ha vuelto de su viaje al Tíbet? Tenía entendido que se quedaría allí al menos dos semanas más.

—Sí, sí, ha regresado de improviso porque… porque los Guardianes han decidido cambiar de estrategia —se apresuró a responder ella.

—¿Ah, sí? ¿En qué sentido?

—Me han pedido… me han pedido que devuelva todos los prodigios a la caja, porque es peligroso que los tengan los portadores.

Cat Noir frunció el ceño con preocupación.

—Pero así es como funcionábamos antes, y tenías que darles sus prodigios a los héroes cada vez. Era muy molesto y habíamos llegado a la conclusión de que es mejor que cada cual proteja el suyo, ¿no es así?

—Es verdad, pero los Guardianes opinan que no es la manera adecuada de hacer las cosas, así que estoy recogiendo todos los prodigios para volver a guardarlos en la caja…, al menos hasta que derrotemos a Ka… a la Polilla.

Se quedó mirando a Cat Noir significativamente, y este le devolvió una mirada desconcertada. Tardó unos instantes en darse por aludido.

—¿Qué? ¿Quieres que te dé el mío también? —se sobresaltó.

—Es la nueva norma. Todos los prodigios deben volver a la caja, incluyendo los nuestros, y solo los cogeremos cuando nos vayamos a transformar.

—¡Pero eso es absurdo!

—Lo he hablado con Su-Han y ambos hemos llegado a la conclusión de que es lo mejor. —Cat Noir iba a replicar, pero ella le preguntó abruptamente—: ¿Confías en mí?

«No confíes en Ladybug», recordó él de pronto.

Sacudió la cabeza.

—Claro que lo hago, milady, lo sabes. Pero… si te doy mi prodigio… descubrirás mi identidad.

Ella vaciló un instante.

—Puedes ocultarte detrás de la pared y dejarlo para que yo lo recoja después —sugirió—. Plagg te lo llevará cuando sea necesario. Gatito, por favor —insistió.

Cat Noir iba a decirle que sí, pero percibió un punto de desesperación en la voz de ella y la contempló con cierta sorpresa. En cualquier otra circunstancia se habría fiado de Ladybug sin dudar un instante. Pero en esta ocasión hubo algo, tal vez la advertencia de Félix o tal vez lo absurdo de la situación, que le hizo pensarlo dos veces. La historia de su compañera no tenía ni pies ni cabeza, pero eso no era lo peor. El caso era que cada vez que ella le había pedido su prodigio, él se lo había entregado sin cuestionarla. Pero el hecho de que Ladybug le diese ahora tantas explicaciones, como si estuviese tratando de justificarse, lo puso sobre alerta.

—¿Puedo… puedo pensarlo un poco? —Ella iba a negarse, pero él continuó—: Tú eres la Guardiana, pero fue el maestro Fu quien me eligió a mí y me dio mi anillo. Imagino que tienes derecho a quitármelo cuando lo consideres, pero, aun así…

Ella inspiró hondo.

—No pretendo… —Tragó saliva—. Es por seguridad. Por favor, entiéndelo.

—No lo entiendo, pero confío en ti. Sin embargo, si me dieses unas horas… Necesito seguir transformado un rato más para… terminar una tarea importante.

En cuanto la mentira brotó de sus labios se dio cuenta de que no era una mentira en realidad. Necesitaba ser Cat Noir para ir a hablar con Félix y preguntarle de qué iba todo aquello. Quizá fuese una falsa alarma, pero, si él tenía más información al respecto, Cat Noir quería conocerla también antes de entregar su prodigio a Ladybug.

—Un rato más —repitió ella—. ¿Un par de horas, por ejemplo? ¿Podemos volver a encontrarnos aquí a medianoche?

—¿A qué viene tanta prisa?

—No son prisas, es solo que… no me gusta dejar las cosas a medias. —Le dedicó una sonrisa de disculpa tan forzaba que las alarmas de Cat Noir se encendieron todas a la vez.

«Aquí está pasando algo muy raro», pensó. Conocía lo bastante a su compañera como para saber cuándo le estaba ocultando información importante. Se sintió herido, porque creía que ya habían dejado atrás aquella fase.

Pero había algo más: Ladybug se sentía culpable. Ya no parecía tan segura de estar haciendo lo correcto, como cuando lo había mantenido al margen mientras se enfrentaban a Shadow Moth. Podía haber estado equivocada o no, pero entonces había actuado de buena fe. Ahora, sin embargo…, Cat Noir no podía quitarse de encima la sensación de que ella trataba de engañarlo a propósito. Quizá porque le costaba sostenerle la mirada.

—No te preocupes —dijo, despacio—. A medianoche volveremos a reunirnos aquí y te daré mi prodigio, lo prometo. Yo no soy como Chloé, ya sabes —añadió, con una sonrisa tranquilizadora—. No me lo voy a quedar.

Y ella le dirigió una sonrisa tan aliviada y agradecida que Cat Noir casi se sintió mal por haberle mentido.

Bueno, quizá no fuese una mentira, después de todo. Si después de hablar con Félix e investigar un poco no veía nada raro, le daría el anillo a Ladybug, tal como ella le había pedido.

Se separaron, pues, con la promesa de volver a verse más tarde. Ladybug sonreía, pero estaba tan tensa y tan sumida en sus propios pensamientos que se olvidó de darle un beso de despedida.

Cat Noir no se lo tuvo en cuenta. Acababa de recordar que Argos le había enviado también un vídeo que no había tenido tiempo de mirar, y ahora no podía esperar a quedarse a solas para verlo con calma. Tenía la intuición de que respondería a algunas de sus preguntas.

De modo que, cuando se quedó a solas, volvió a abrir el mensaje de su primo y reprodujo la grabación. Con creciente asombro contempló en el vídeo cómo Ladybug, su querida Ladybug, la persona en quien más confiaba, a quien amaba con locura…, la chica que podía ser Marinette…, entregaba todos los prodigios, uno por uno, a la nueva portadora del prodigio de la mariposa. «Kallima», pensó, observándola con interés. Prestó atención a la conversación entre ambas, tratando de comprender por qué su lady traicionaba a sus compañeros y a los ciudadanos de París de aquella manera.

Pero no llegó a ninguna conclusión y, lo que era peor, poco después lo mencionaron a él.

«—¿Te entregará su prodigio si se lo pides sin más? —preguntó Kallima.

Tras un breve silencio, Ladybug contestó:

—Sin duda. Cat Noir confía ciegamente en mí.»

Él cerró los ojos, incapaz de seguir viendo más. Quería creer que existía una razón oculta para el comportamiento de Ladybug, pero no era capaz de encontraba. Pasó un rato allí, en silencio, sentado sobre el tejado, tratando de ordenar sus propios pensamientos. Por fin volvió a alzar el bastón para llamar a su primo.

Él contestó de inmediato.

—¿Ya lo has visto?

—Sí. Tengo que hablar contigo.

—Espérame. En unos minutos estoy ahí.


—Entonces, ¿también a ti te ha pedido tu prodigio? —preguntó Argos.

—Sí, pero no se lo he dado, al menos de momento —respondió Cat Noir—. Antes necesito comprender qué está pasando exactamente.

—Lo que está pasando es que Ladybug nos ha traicionado, ¿no es evidente?

—Eso no lo sabemos todavía.

—¿Qué más pruebas quieres? —Argos señaló el bastón de Cat Noir, donde el vídeo incriminatorio se reproducía una vez más—. Os ha mentido a ti y a Kagami, y probablemente también al resto de los héroes. No les ha devuelto los prodigios a los Guardianes, sino que se los ha dado todos al enemigo. Y lo mismo hará con el tuyo si se lo entregas también.

—Tal vez haya una explicación…

—¿Cómo cual? —Cat Noir no respondió enseguida, y Argos añadió—: Escúchame bien: hagas lo que hagas, hay tres cosas que debes evitar por encima de todo: no le des tu prodigio, no le reveles tu identidad… y no pierdas de vista los anillos de tus padres.

Cat Noir se volvió para mirarlo con sorpresa.

—¿Qué…?

Él sonrió.

—Sí, sé quién eres, Adrián —dijo en voz baja—, pero no voy a perder el tiempo con explicaciones. Lo único que quiero que te quede claro es que, hasta que no sepamos por qué Ladybug actúa como lo hace, tienes que proteger esas tres cosas bajo cualquier circunstancia: tu prodigio, tu identidad y los anillos gemelos Graham de Vanilly.

Cat Noir se había quedado contemplándolo con la boca abierta, tratando de asimilar aquella revelación.

—¿Pero cómo…? —Sacudió la cabeza y trató de centrarse—. ¿Qué tienen que ver esos anillos con Ladybug? —preguntó con inquietud.

—Más de lo que crees; pero, sobre todo, tienen que ver contigo. —Félix hizo una pausa y lo observó con profunda preocupación—. No me importa que no estés dispuesto a darme un voto de confianza porque sé que me lo he ganado a pulso. Pero, si ese va a ser el caso, no confíes tampoco en nadie más. Ni siquiera en Ladybug.

Cat Noir inclinó la cabeza, preocupado.

—No entiendo qué está pasando, y empiezo a estar muy cansado de ser el último en enterarme de las cosas, Félix.

Su primo le sonrió con afecto.

—Lo sé. Pero intentamos protegerte por tu bien.

—Sí, eso es lo que dice también Marinette.

«O más bien Ladybug», añadió en silencio. Miró de reojo a Argos, preguntándose si se habría dado cuenta de su desliz. Pero él no se inmutó.

—Hablaré con Ladybug —resolvió—. Estoy seguro de que tiene que haber una explicación.

—Es posible, pero ya tiene que ser una muy buena explicación. Mientras tanto, no puedes confiar en ella. —Cat Noir no dijo nada, y Argos insistió—: Sabes que tengo razón, Adrián.

Él se estremeció al oír que lo llamaba de nuevo por su verdadero nombre.

—De acuerdo, intentaré averiguar qué está pasando —resolvió por fin—. Pero eso de los anillos me lo vas a tener que explicar con calma —añadió, y cerró inconscientemente la mano en la que solía llevar las alianzas gemelas de sus padres.

—Ahora no es el mejor momento —replicó Argos—. Solo debes saber que son muy importantes y no debes perderlos de vista bajo ningún concepto.

—De acuerdo, lo tendré en cuenta —murmuró Cat Noir, desviando la mirada.

No tenían más que hablar, de modo que se despidieron por el momento.

—Ten mucho cuidado —reiteró Argos.

Su primo no dijo nada. Se limitó a dirigirle un gesto de despedida, a desplegar su bastón y a alejarse de allí sin mirar atrás. Argos lo vio marchar, preocupado.

—Espero que sepas lo que haces —murmuró.


A medianoche se reencontró con Ladybug en el lugar acordado. Había pasado el tiempo observando el vídeo una y otra vez, tratando de encontrarle algún sentido. Llegó a la conclusión de que aquella era la primera vez que Ladybug y Kallima se encontraban, aunque habían estado en contacto con anterioridad. Cat Noir no pudo evitar preguntarse con inquietud cuánto tiempo hacía que su compañera tenía tratos con el enemigo.

También se preguntaba desde cuándo conocía Félix su verdadera identidad y cómo la había descubierto. Pero aquel asunto, aunque preocupante, no era tan urgente y problemático como el comportamiento de Ladybug.

La superheroína llegó puntual a la cita y se sentó a su lado con una sonrisa tensa.

—¿Y bien? —le preguntó—. ¿Ya has resuelto el asunto que tenías pendiente?

—No del todo, milady —respondió él con calma—. Antes de darte mi prodigio, me gustaría enseñarte algo.

Había llegado a la conclusión de que lo mejor sería pedirle explicaciones directamente. De modo que, sin añadir nada más, le tendió el bastón con el vídeo listo para reproducirse en la pantalla. Ella lo tomó con curiosidad, aún sonriendo. Pero su sonrisa se fue desvaneciendo a medida que la grabación se reproducía en la pantalla. Cat Noir no dejó de observarla en silencio mientras, en el vídeo, Kallima y Ladybug conspiraban para arrebatar todos los prodigios a sus portadores.

Cuando ella alzó la cabeza por fin para mirarlo, estaba pálida como la tiza.

—¿Y bien? —preguntó Cat Noir con tono neutro.

—¿Me has estado espiando? —replicó ella, a la defensiva.

—No, este vídeo me lo ha enviado otra persona.

—¿Quién?

—¿Qué importa eso? El caso, milady, es que yo estaba dispuesto a entregarte mi prodigio, como he hecho otras veces… porque confío en ti. —Ladybug no dijo nada—. Pero no me negarás que esto es muy extraño. Porque me dijiste que ibas a devolver los prodigios a la caja a petición de Su-Han, y esa desconocida disfrazada de mariposa no se parece mucho a él.

Ladybug desvió la mirada.

—Es… complicado.

—Por supuesto que sí —replicó Cat Noir—. Todo es complicado contigo porque ni siquiera te molestas en explicar las cosas.

—Es que tú no lo…

—¿No lo entendería? ¿Me tomas por tonto? —Ella no respondió, y él continuó, cada vez más irritado—. ¿Por qué sigues ocultándome cosas? ¿Por qué me mientes? ¿Por qué, después de tanto tiempo… sigues sin confiar en mí?

Cat Noir habló con dureza, pero Ladybug fue muy capaz de percibir la angustia que asomaba tras su voz.

—¡Claro que confío en ti! —se apresuró a responder.

Pero él no la creyó. Y tampoco se le escapó el hecho de que no había contestado al resto de sus preguntas.

—Entonces explícame qué tratos tienes con la Polilla y por qué le has dado los prodigios —la desafió.

Ladybug abrió la boca, dispuesta a inventar alguna historia descabellada sobre la marcha; pero finalmente cambió de idea y sacudió la cabeza con un suspiro.

—No te lo puedo contar, Cat Noir.

Él se quedó mirándola, con el corazón roto en pedazos.

—Quiero creer en ti —murmuró—. Quiero poder confiar como antes y estar seguro de que tienes una buena razón para esto. Pero, si tú no me ayudas un poco…

—¡No puedo! —cortó ella—. Se trata de un secreto que no me pertenece a mí, y por eso no lo puedo revelar. —Cat Noir no dijo nada, y ella preguntó con brusquedad—. ¿Me vas a dar el anillo, sí o no?

Él inspiró hondo.

—No —replicó.

Ladybug apartó la mirada y apretó los dientes. Cat Noir esperaba que insistiese, tal vez incluso que le suplicase o que tratase de camelarlo. Pero quizá ella había comprendido que esas artimañas no servirían de nada en esta ocasión, porque finalmente esbozó una sonrisa resignada y murmuró:

—Entonces, no me dejas otra opción, gatito.

Él la miró sin comprender. Pero, cuando Ladybug se puso en pie de un salto y lo atacó con el yoyó, sus reflejos le permitieron esquivarlo en el último momento. Retrocedió con una pirueta y aterrizó sobre el tejado.

—¿Te has vuelto loca? —le gritó.

—Si no me das el anillo por propia voluntad, ¡te lo quitaré a la fuerza!

Cat Noir se preguntó por un momento si tal vez aquella no sería la verdadera Ladybug, sino alguien que se hacía pasar por ella, como un sentiser o un villano akumatizado capaz de cambiar de aspecto. Pero aquella esperanza murió tan pronto como Ladybug pronunció las palabras mágicas:

—¡Lucky charm!

Y una escoba roja con puntos negros se materializó entre sus manos. Cat Noir reprimió una sonrisa. Aquella era sin duda «su» Ladybug.

Pero eso significaba que los había traicionado de verdad. Que lo que estaba viviendo no era ningún espejismo.

—No quiero luchar contra ti, milady.

—¡Entonces dame tu prodigio! —reclamó ella.

Se abalanzó sobre él enarbolando la escoba, pero Cat Noir saltó hacia atrás, esquivándola.

—No lo haré sin una buena razón —replicó—. Lo siento mucho, pero ya no puedo confiar en ti.

Ladybug no fue consciente de lo mucho que le dolió pronunciar estas palabras. Estaba demasiado sumida en su propia desesperación como para tener en cuenta nada más. Tal vez por eso también le costaba concentrarse y atacaba con la escoba a ciegas, sin detenerse a pensar en un plan de acción. Cat Noir retrocedía, evitando sus embestidas sin contraatacar y sin atreverse a usar su propio poder.

—¡Lucky charm! —repitió Ladybug.

La escoba desapareció y una regadera apareció entre sus manos.

—¡Lucky charm!

Una linterna.

—¡Lucky charm!

Una taza de café.

—Desde que tienes infinitos lucky charms ya no te estrujas tanto los sesos, milady —observó Cat Noir, divertido.

Ella iba a invocar su poder de nuevo, pero las palabras de su compañero la hicieron cambiar de idea. Sin previo aviso, lanzó la taza contra Cat Noir. Este la esquivó con una exclamación de protesta, pero era solo una distracción: Ladybug le arrojó el yoyó y lo atrapó en su cuerda. Cat Noir luchó por liberarse, sin conseguirlo.

—Ya hemos jugado bastante —dijo ella, con un gesto torvo que a él le recordó inquietantemente a Shadybug, su versión malvada en el Multiverso—. Dame tu prodigio ahora.

—Ni lo sueñes. ¡Cataclysm!

El poder destructor de Cat Noir pulverizó la cuerda del yoyó de Ladybug, liberándolo. Ella recuperó los trozos y dejó escapar un grito de frustración. La próxima vez que volviera a transformarse, su yoyó estaría de nuevo intacto. Pero ahora estaba roto, lo necesitaba para la pelea y no podía permitirse el lujo de abandonarla, ni siquiera por un instante, si no quería perder de vista a Cat Noir.

Él se había encaramado a lo alto de una chimenea y había invocado de nuevo su poder. Con la mano envuelta en energía destructora, advirtió a Ladybug:

—¡Detén esta locura, milady! O puede acabar muy mal para los dos.

Ella parpadeó. A él le pareció que trataba de contener las lágrimas, pero desde aquella distancia no podía estar seguro.

—No puedo parar, gatito. Porque no tengo elección. ¡Lucky charm!

En esta ocasión, su poder le otorgó por fin lo que deseaba: una larga y afilada daga. Cat Noir se irguió, entre sorprendido y preocupado. Con una sonrisa, Ladybug se enganchó a la cintura el yoyó, ahora inservible, y enarboló la daga.

—¿No me vas a dar tu prodigio por las buenas? Pues será por las malas.

—¿Me vas a atacar con eso? —preguntó él con suavidad—. Si tuvieses ocasión, ¿me la clavarías en el pecho?

Ella inspiró hondo, y Cat Noir se dio cuenta de que la había hecho dudar. Una llama de esperanza se encendió en su corazón.

—Me dijiste que me querías —le recordó—. ¿Era mentira eso también?

Ladybug tragó saliva. Pareció que iba a derrumbarse, pero sacudió la cabeza con rabia y gritó:

—¡Sí!

Pero él tuvo la sensación de que acababa de mentirle otra vez.

Con un grito de frustración, Ladybug atacó. En esta ocasión, Cat Noir pudo ver con claridad que tenía lágrimas en los ojos. Pero el peligro era real y comprendió que ya no podría enfrentarse a ella solo con palabras. Tendría que defenderse y contraatacar.

Se persiguieron un rato por los tejados, pero aquella lucha no tenía nada que ver con las peleas amistosas en las que se enzarzaban a veces para entrenar. Ladybug estaba cada vez más desesperada y el filo de su daga estuvo a punto de herir a Cat Noir en alguna ocasión. Él esquivaba y contraatacaba, luchando por desarmarla e inmovilizarla mientras en su interior se debatía sobre si debía o no utilizar su poder en serio. No quería herir a Ladybug, ni siquiera por accidente. Pero tenía que protegerse a sí mismo y a su prodigio.

Por fin, con un quiebro inesperado, Cat Noir logró que su perseguidora perdiera el equilibrio un momento. Él aprovecho para destruir su arma con el Cataclysm y, antes de que ella pudiese invocar otro objeto, la derribó sobre el tejado y se sentó sobre ella para inmovilizarla.

—¡Cataclysm! —Acercó la mano al rostro de Ladybug y le advirtió—. Si se te ocurre pronunciar las palabras mágicas, lo usaré contra ti.

Ella se mostro sorprendida al principio, pero después sonrió, confiada.

—No serías capaz de hacerlo.

—¿Eso es lo que piensas…, Marinette? —replicó él.

Ladybug abrió mucho los ojos, alarmada.

—¿Cómo sabes…?

—Eso es lo de menos. —Él le dedicó una triste sonrisa—. Te lo he entregado todo: mi amistad, mi amor, mi confianza… Me enamoré de ti dos veces, con máscara y sin ella. Hemos pasado tantas cosas juntos…, y, a pesar de todo, hoy siento que no te conozco. ¿Por qué nos has traicionado, milady… Marinette?

Ella tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Yo no quería, gatito —susurró—. Pero no tengo otra salida…

Cat Noir retiró un poco la mano cargada con el Cataclysm.

—Siempre hay una salida —le dijo con suavidad—. Eres Ladybug; siempre encuentras una solución a cualquier problema. Y si ahora no la ves, yo te ayudaré. Estaré contigo pase lo que pase, Marinette. Y te voy a querer igual. Lo único que te pido… es que me ayudes a comprender.

Y entonces Ladybug estalló en lágrimas.

—No puedes ayudarme… Nadie puede ayudarme…

Cat Noir desactivó su poder y la abrazó con fuerza, y Ladybug enterró el rostro en su hombro y siguió llorando con desesperación.

—No voy a abandonarte —le prometió él, susurrándole al oído—. Te quiero.

—Te quiero —respondió ella entre lágrimas—. Por favor, perdóname. No sabía cómo arreglarlo. He hecho… he hecho algo horrible…

—Le has dado los prodigios a Kallima, sí.

—No todos. Pero, si no le entrego los que faltan, ella… ella…

Cat Noir lo entendió de pronto.

—¿Te está chantajeando?

—S-sí. Lo siento, Cat Noir.

Él inspiró hondo.

—Lo solucionaremos, Marinette —le aseguró—. Y lo haremos juntos. Te lo prometo.

Ella no dijo nada, pero lo abrazó con todas sus fuerzas, como si tuviese miedo de que se esfumara entre sus brazos.


NOTA: ¡Sorpresa! Este fin de semana no tocaba capítulo nuevo, pero tenía algunos ratos libres y he decidido escribirlo porque el resto del mes voy a estar muy ocupada con el trabajo. El siguiente episodio traerá muchas revelaciones y haré lo posible por publicarlo cuanto antes, aunque puede que tarde un poco. ¡Muchas gracias por vuestra paciencia!