Ladybug entró por el tragaluz y se dejó caer sobre la cama, con suavidad. Miró a su alrededor y, cuando se aseguró de que estaba todo despejado, alzó la cabeza y susurró:
—Puedes entrar, gatito.
Cat Noir aterrizó en silencio a su lado, un poco aturdido. Su compañera lo había conducido hasta allí, a la casa de Marinette, porque ella era Marinette. Lo sabía desde hace tiempo, pero no terminaba de asimilarlo. Por eso, cuando Ladybug pronunció las palabras mágicas y se destransformó ante sus ojos, él se quedó mirándola, maravillado.
Marinette se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja con nerviosismo.
—¿Por qué me miras así? Ya sabías que era yo, ¿verdad?
Cat Noir tragó saliva.
—Lo sospechaba, en realidad, pero no estaba del todo seguro. O sí, en el fondo. No lo sé. —Sacudió la cabeza—. Qué más da. El caso es que ya no es ningún secreto, ¿verdad?
Marinette dejó escapar una risa forzada.
—Es verdad. ¿Desde cuando lo sabías… o lo sospechabas?
—Desde nuestra cita en el zoo, más o menos.
Ella frunció el ceño con desconcierto.
—¿Cómo es posible? Estoy bastante segura de que no dije ni hice nada que pudieses relacionar conmigo. ¿O quizá sí lo hice y no lo recuerdo? Oh, no, qué desastre…
Hundió el rostro entre las manos, temblando. Cat Noir puso una mano sobre su hombro.
—Eh. No pasa nada, sabes que puedes confiar en mí. No voy a revelar tu identidad a nadie. Ni van a akumatizarme. Cálmate.
Ella le dirigió una mirada tan desolada que a él se le encogió el corazón.
—Tú no sabes… —empezó, pero Cat Noir la interrumpió:
—No, no sé nada. Y quizá sea el momento de cambiar eso, ¿no crees?
Su voz sonó un poco más dura de lo que había pretendido y Marinette se estremeció. Pero él no retiró aquellas palabras. Entonces ella, con un suspiro, se sentó sobre la cama con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra la pared.
—No sé ni por dónde empezar…
Cat Noir se acomodó a su lado.
—Empieza por la Polilla. ¿Quién es? ¿Por qué le has dado los prodigios? ¿Cómo te ha amenazado para…?
—Espera, espera —lo detuvo ella.
Inspiró hondo un par de veces, abrumada. Cat Noir la rodeó con el brazo para tranquilizarla y ella lo abrazó a su vez, hundiendo la cara en su hombro.
El superhéroe dudó un instante, sin embargo. Una parte de él temía que fuese una treta para arrebatarle el prodigio mientras estaba distraído.
Una parte de él había dejado de confiar en Ladybug. Y en Marinette.
Pero ella se relajó entre sus brazos y no hizo ningún gesto extraño.
—Es por Adrián —murmuró entonces, aún con los ojos cerrados.
El corazón de Cat Noir se detuvo un breve instante.
—¿Adrián… Agreste? —quiso asegurarse.
Ella asintió.
—Ya sabes que… fuimos novios —continuó—. Bueno, ahora que también sabes que yo soy… Ladybug…, podrás sumar dos y dos, imagino. Él era el chico con el que rompí para no ponerlo en peligro. Para poder protegerlo, porque…, bueno, porque la nueva mariposa lo amenazaba. —Cat Noir no dijo nada; estaba intentando asimilar toda aquella información, encajando cada pieza en su lugar—. Se cambió de escuela y yo creí que estaría a salvo, lejos de los focos y del ambiente en el que se movía su padre, pero… me equivoqué. Y él ahora está… —no fue capaz de continuar, porque las lágrimas ahogaron su voz.
—Espera —intervino Cat Noir—. Espera, ¿crees que le ha pasado algo malo a Adrián? Yo sé que está a salvo, y si me dejas que te demuestre…
—No. No, él está bien, por ahora. —Inspiró hondo, profundamente preocupada, y continuó—: Pero está en grave peligro y yo no puedo hacer nada para salvarlo, a menos que…
—¿Qué clase de peligro?
Ella vaciló.
—Es… una larga historia.
—Tenemos todo el tiempo del mundo, milady.
—No, lo cierto es que no lo tenemos.
—Entonces, no des más vueltas y empieza desde el principio.
Marinette seguía indecisa. A Cat Noir le sabía mal presionarla, pero ya no podían andarse por las ramas. Si toda aquella historia tenía que ver con él, con Adrián Agreste…, tenía derecho a conocerla.
—Está bien. —Marinette tomó aire y comenzó—. Los padres de Adrián… tenían problemas para tener hijos. Estuvieron intentándolo mucho tiempo, sin conseguirlo.
—Lo sé —asintió él—. He estado investigando, y he descubierto algo interesante…, que sucedió un año antes de que Adrián naciera.
—¿Ah, sí? —Marinette alzó la cabeza con interés—. ¿De qué se trata?
—Te lo contaré después —replicó Cat Noir—. Cuando hayas terminado de hablar.
No pensaba permitir que se fuese por las ramas otra vez.
Ella dudó un instante, pero por fin asintió y continuó:
—Sabes que, además del prodigio de la mariposa, los Agreste poseían el del pavo real. No los consiguieron ambos recientemente, sino… hace bastantes años. Antes de que naciera Adrián.
—Sí, me lo contaste.
—En aquel entonces, la señora Agreste no estaba enferma. Así que, si buscaron los prodigios, no fue para conseguir los nuestros y pedir un deseo que la salvara.
Cat Noir frunció el ceño, intrigado.
—Entonces, ¿por qué lo hicieron?
—Era el prodigio del pavo real el que necesitaban, en realidad. El de la mariposa lo encontraron al mismo tiempo, pero no era lo que buscaban. —Marinette hizo una pausa, esperando que su compañero atara cabos. Pero él seguía mirándola fijamente, animándola a continuar—. Querían tener un hijo, y lo consiguieron… mediante el poder del prodigio —concluyó ella.
Cat Noir tardó unos instantes en reaccionar.
—¿Te refieres a… un sentiniño? —Marinette asintió, y él sacudió la cabeza, confundido—. Pero… ya habían conseguido… quiero decir, había otras formas de… ¿Y qué pasó con el sentiniño cuando nació Adrián? ¿Lo hicieron desaparecer, así, sin más?
Marinette se quedó mirándolo, conmovida.
—No lo hicieron desaparecer —dijo con suavidad—. Ese sentiniño… era Adrián.
Él se quedó quieto mientras asimilaba aquellas palabras. Después, poco a poco, la verdad comenzó a filtrarse en su conciencia como rayos de luz en una cueva oscura.
—No es posible —replicó, muy pálido—. Adrián nació como cualquier otro bebé, hay fotos de la señora Agreste embarazada…
—Porque ella quería ser madre —cortó Marinette—. Ambos deseaban un hijo de su sangre. —Cat Noir se estremeció, evocando lo que había descubierto en su viaje a Moldavia, pero no dijo nada—. Así que su sentiniño fue más bien un… sentiembrión. Lo crearon en el vientre de la señora Agreste y ella lo dio a luz… y, en efecto, nació como cualquier otro bebé.
Su compañero negaba con la cabeza, incapaz de aceptarlo.
—Pero eso es… absurdo. ¿Quién te lo ha contado? ¿Qué pruebas tienes?
—Me lo contó Félix, que estaba al tanto de toda la historia por motivos que no vienen al caso. No tiene tanta importancia, en realidad. Adrián es como cualquier otro chico, con la única diferencia de que su vida y su libertad son… frágiles. Su voluntad ha dependido siempre de un objeto amokizado que poseían sus padres y, tras la muerte de Gabriel…, consiguió ser libre por fin. ¿Cat Noir…? ¿Qué te pasa?
Él se había puesto muy pálido y respiraba entrecortadamente. Cuando alzó la cabeza hacia ella, sus ojos estaban abiertos de par en par.
—No es posible —murmuró—. Si fuese cierto, le habrías dicho… —se interrumpió—. ¿Lo sabe él?
—No, no lo sabe. Sus padres nunca se lo dijeron, para que pudiese tener una vida como la de cualquier otro chico, y Gabriel me pidió… me pidió…
—¿Que no le… contaras nada?
Marinette inspiró hondo.
—Y ahora ya sabes por qué hice lo posible por cumplir sus últimas voluntades y por qué mentí a todo el mundo, a pesar de que fue Monarca, a pesar del daño que nos hizo. —Alzó la cabeza para mirarlo a los ojos—. Sí, fue por Adrián. Porque le quiero.
Había un cierto tono desafiante en sus palabras, como si lo retara a ponerlas en duda. Pero no lo conmovió.
—Tienes una cierta tendencia a mentir a las personas que te importan, Marinette —observó él con cierta dureza.
—¿Qué habrías hecho tú en mi lugar? —replicó ella, a la defensiva.
—Confiar en ti —respondió Cat Noir sin dudar—. Igual que he hecho siempre.
Marinette vaciló. Pareció que iba a contestar, pero finalmente desvió la mirada.
—No lo sé. No lo sé —murmuró—. Yo solo quería protegerlo y que nadie… que nadie le hiciera daño…
Se le quebró la voz. Tenía los ojos llenos de lágrimas y, a pesar de todo, Cat Noir la abrazó para calmarla.
—Pero ahora no sé qué hacer —prosiguió ella, angustiada—. Le di su amok para que nadie pudiese controlarlo, y de alguna manera Kallima… Kallima se ha hecho con él, y podría esclavizar a Adrián o, peor aún, destruirlo…
Cat Noir sintió que se le helaba la sangre en las venas.
—¿El amok… de Adrián? —repitió—. ¿De qué estás hablando?
Marinette inspiró hondo y se secó los ojos.
—Los anillos de boda de sus padres —respondió, confirmando los peores temores de su compañero—. Gabriel me los dio antes de morir y yo se los entregué a Adrián… y Kallima los ha robado, no sé cómo…
Cat Noir cerró los ojos y tomó aire, tratando de calmarse.
Había perdido aquellos malditos anillos esa misma mañana. Los había echado en falta al destransformarse tras su primer encuentro con Ladybug, justo después de la falsa alerta akuma que había hecho que evacuaran su escuela. Sabía perfectamente dónde los había dejado: en el cuarto de baño del colegio. Se los había quitado un momento para lavarse las manos después de que Cérise le derramara el chocolate por encima. Justo entonces había sonado la alarma y él se había apresurado a transformarse.
Tenía que habérselos dejado allí, encima del lavabo. Porque estaba bastante seguro de que los llevaba por la mañana. Pero, cuando había regresado a buscarlos, un rato después…, ya no estaban.
Había tenido sentimientos encontrados al respecto. Tanto Marinette como Nathalie habían insistido en que llevara siempre puestos aquellos anillos en recuerdo de sus padres, y él lo había hecho encantado, al menos al principio. No obstante, cuanto más descubría acerca del pasado de los Agreste, menos deseos sentía de seguir luciendo aquellas joyas en su memoria. Se habían convertido en una pesada carga para él y, al descubrir que los había perdido, se había sentido aliviado, en parte…, y también culpable.
Después, Argos le había dicho que jamás perdiera de vista los anillos, y él no había tenido valor para confesarle que ya lo había hecho.
Y, si Marinette estaba en lo cierto y aquellas alianzas contenían su amok…, si cualquiera que los llevara podría controlar su voluntad…
Evocó los tiempos en que su padre lucía siempre uno de aquellos anillos en su dedo anular.
Y también Nathalie, recordó de pronto.
Sintió ganas de vomitar.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Marinette, preocupada.
Cat Noir estuvo tentado de pronunciar las palabras mágicas y destransformarse ante ella, para que comprendiese por fin que le estaba contando aquella historia al primero que debía conocerla, es decir: a Adrián Agreste.
Pero decidió no hacerlo, porque aún había cosas que necesitaba averiguar. Y parecía claro que Marinette estaría más dispuesta a revelárselas como Cat Noir.
Respiró hondo un par de veces y cerró los ojos hasta que el mareo remitió.
—Sí —murmuró por fin—. Sí, no ha sido nada. Está siendo un día muy largo.
—Sí —asintió ella. Tragó saliva y continuó—. Siento mucho lo de antes. Haberte mentido, haberte atacado de esa manera… Estaba muy asustada. Sigo estando muy asustada —matizó—. No tengo la menor idea de qué hacer, y si le pasa algo a Adrián…
Hundió el rostro entre las manos. Cat Noir la abrazó otra vez, luchando por mantener la cabeza fría.
—Entonces, Kallima tiene los anillos —resumió—. Los anillos que contienen el amok… de Adrián. Que es un sentimonstruo.
—Un sentihumano —lo corrigió ella al instante.
—Lo que sea. El caso es que fue creado con el prodigio del pavo real, que cualquier persona puede esclavizarlo con esos anillos y que el portador del prodigio puede hacerlo desaparecer en cualquier momento…
—Sí —suspiró Marinette—. Por eso lo tiene Félix. Porque él protegerá a Adrián también, pase lo que pase.
—Y de todo esto… De todo esto, él, Adrián…, no sabe nada. ¿Correcto?
—Correcto.
Cat Noir se sentía furioso, conmovido y aterrorizado, todo al mismo tiempo. Siempre había sospechado que Ladybug le ocultaba muchas cosas, pero ni en sus más absurdas pesadillas habría sido capaz de imaginar semejante conspiración. Un secreto tan enorme. La razón de ser de su propia existencia. La aterradora fragilidad de su vida.
Argos podría hacerlo desaparecer con un chasquido de dedos. Kallima podría matarlo también, incluso a distancia, si destruía los anillos. Y, aunque no lo hiciese…, podría controlar su voluntad, obligarlo a hacer y a decir lo que ella quisiera, tal como había hecho…
¿…Su padre?
¿Cuántas de las órdenes de su padre, que él había obedecido sin rechistar, habían sido realmente órdenes y no… otra cosa?
Sacudió la cabeza. Siempre había sabido que su vida era complicada, pero jamás había imaginado que lo fuese hasta ese punto.
Había sido un esclavo sin saberlo. Y Marinette… lo había liberado sin decírselo. Por un lado, se sentía agradecido porque ella lo hubiese salvado. Por otro… se preguntaba si podría perdonarla algún día por haberle ocultado toda la verdad.
—Me ha pedido todos los prodigios a cambio de devolverme los anillos —estaba diciendo ella—. Le he dado ya todos los que he podido y, cuando consiga los que faltan, le daré el mío también. Y el tuyo, si me lo entregas.
Cat Noir volvió a la realidad.
—¿El… mío?
—No te lo voy a quitar a la fuerza, pero ahora sabes por qué lo necesito. Tengo que recuperar esos anillos. Tengo que salvar la vida de Adrián.
El superhéroe se mordió el labio inferior, pensativo. Él era el primer interesado en aquel asunto, aunque no pensaba decirle por qué. Sin embargo, no parecía tan simple como Marinette lo planteaba.
—¿Le darías también el prodigio del pavo real? —le preguntó con suavidad.
Ella vaciló.
—No, si puedo evitarlo —confesó—. Cambiar los anillos de Adrián por el prodigio del pavo real no arreglaría nada, en realidad, porque él seguiría estando en peligro. Y también todos los que son como él —añadió.
—¿Todos? —repitió Cat Noir, desconcertado—. ¿Cuántos hay?
Ella rio sin alegría.
—Eso te lo contaré en otro momento —respondió—. Pero créeme si te digo que ese prodigio está mucho más seguro en manos de Félix.
—Entonces, aunque yo te diese mi prodigio, no podrías darle a la Polilla todo lo que te ha pedido. Faltaría el del pavo real.
—Y el del conejo. No tengo manera de contactar con Alix. Creo que se ha transformado y se ha escondido en su madriguera, y allí nadie puede alcanzarla. Lo cual es bueno para el mundo, porque así Kallima no conseguirá el poder de viajar en el tiempo. Y malo para Adrián, porque si no entrego esos dos prodigios…, el del conejo y el del pavo real…, ella no me devolverá los anillos de los Agreste. No sé qué hacer —le confesó—. Me he quedado sin ideas.
Cat Noir permaneció en silencio un largo rato, tanto que Marinette pensó que no le respondería. Pero, por fin, él murmuró, despacio:
—¿No crees… que Adrián debería ser el primero en opinar acerca de esto?
Ella había apoyado la cabeza sobre su hombro, pero se incorporó para mirarlo a los ojos.
—¿Qué quieres decir?
—Pienso que, si se lo explicaras…, tal vez estaría dispuesto a… renunciar a esos anillos… para que la Polilla no pudiese chantajearte más —murmuró Cat Noir en voz baja.
Marinette se quedó mirándolo, muy pálida.
—¿Estás sugiriendo que Adrián podría… sacrificarse para salvar a todo el mundo?
Él desvió la mirada.
—No lo sé —respondió—. Es lo que haría yo, si estuviese en su lugar.
—Ya lo sé, y la respuesta es no.
—Pero…
—No. Ni hablar. Nunca. Jamás, ¿me oyes? —Ahora ella temblaba de ira—. Ya es suficientemente malo ver cómo tú te sacrificas una y otra vez y no poder hacer nada para impedirlo. De ninguna manera voy a poner a Adrián en esa situación.
—¿Y qué sugieres, entonces? ¿Condenar al resto del mundo para salvarlo a él?
—¡Pues sí, eso es exactamente lo que pretendía hacer! —casi gritó ella—. ¿De qué me sirve ser Ladybug, todos estos poderes…, si no puedo salvar a la gente a la que quiero?
Ahora estaba llorando, pero Cat Noir no se dejó conmover.
—Milady —le dijo con suavidad—. Por eso somos los héroes, y no los villanos. Porque estamos dispuestos a sacrificarnos por un bien mayor. Y a renunciar a las personas a las que queremos… para proteger al resto del mundo, aunque sean desconocidos para nosotros.
Ella se había cubierto el rostro con las manos y sollozaba, en silencio. Él colocó una mano sobre su hombro.
—Sé que, en el fondo, simpatizas con Gabriel Agreste —prosiguió—. Es cierto que tú jamás utilizarías tu poder para el mal, aunque fuese con la intención de salvar a un ser querido. Pero entiendes que él sí que lo hiciera. Y lo compadeces por eso. ¿No es verdad? —Ella no respondió. Seguía cubriéndose el rostro con las manos, pero había dejado de llorar. La voz de Cat Noir siempre tenía el poder de calmarla—. Entregarle todos los prodigios a Kallima no sería muy diferente. Sé que en el fondo tú sabes que no debes hacerlo. Aunque fuese para salvar a Adrián. Y estoy seguro de que él lo entendería también.
Marinette alzó por fin la cabeza para mirarlo, con los ojos húmedos.
—¿Qué puedo hacer, entonces? —susurró—. ¿Quedarme de brazos cruzados mientras ella destruye esos anillos? —Negó con la cabeza—. No tengo valor, Cat Noir. Quizá no sea la heroína perfecta que muchos piensan. Ya he cometido errores antes, por dejarme llevar por mis sentimientos.
—Tu corazón es lo que te convierte en una gran heroína, Marinette. Pero estoy seguro de que podemos encontrar una solución. Yo te ayudaré a buscarla, si me dejas.
Ella dejó escapar un suspiro, profundamente aliviada. Le echó los brazos al cuello casi con desesperación.
—Qué haría yo sin ti, gatito… —musitó—. Cada día estoy más convencida de que no te merezco. Siempre has estado a mi lado, a pesar de que yo no he hecho más que decepcionarte…
—Eso no es verdad…
—Y hoy estaba dispuesta a traicionarte porque, por mucho que intente pasar página, Adrián sigue siendo mi punto débil. No sé qué pensarás ahora de mí…
—Lo que yo piense ahora no tiene importancia, Marinette. Hablaremos de todo eso en otro momento, cuando hayamos solucionado todo este embrollo, ¿vale? Ahora vamos a pensar qué podemos hacer.
Ella suspiró.
—No sé ni por dónde empezar…
—Yo sí —cortó él. Aún la estrechaba entre sus brazos, acariciándole el cabello para calmarla, pero su voz era firme y serena—. ¿Qué sabes de esa… Kallima?
Marinette respiró hondo y trató de centrarse, pero no se apartó de él.
—Nada —respondió por fin—. Me envió ayer un mensaje, cuando me encontré contigo por lo de la falsa alarma. Incluía una foto de los anillos y el chantaje: «Si no me entregas todos los prodigios, los destruiré». Tiene que ser una persona cercana a Adrián —continuó, con creciente angustia—. No solo porque le ha quitado los anillos, que él siempre llevaba puestos, sino porque conoce… la verdad. Sospechábamos de Narcisa, pero es imposible que ella lo supiese, ¿no? Además, ellos dos ya no tienen relación desde que Adrián se cambió de escuela.
—¿Qué sabemos del portátil que perdió la señora Tsurugi? —preguntó entonces Cat Noir—. ¿Es posible que la información sobre el origen de Adrián estuviese contenida en él?
—Es posible, sí —respondió Marinette—. Porque la señora Tsurugi está al tanto de toda la historia, según me contaron Félix y Kagami. Pero, aun así, me parecería raro que la guardase allí. Solo…
—Espera —la detuvo él—. ¿Kagami también lo sabe? —Marinette asintió—. ¿Quién más?
—No estoy segura. Félix, Kagami, su madre, Nathalie… Probablemente la madre de Félix también. —Sacudió la cabeza—. Por más vueltas que le doy, todas las pistas me llevan hasta Nathalie. Solo ella podría estar al tanto de todo esto, y es lo bastante cercana a los Agreste como para tener una cuenta pendiente con ellos y…
—No —interrumpió Cat Noir—. No es la única. —Inspiró hondo—. ¿Quieres que te cuente lo que he descubierto?
Ella se enderezó, intrigada.
—Sí, por favor.
Él sonrió un poco. Marinette seguía acomodada entre sus brazos, sin la menor intención de moverse de allí, por el momento.
—Está bien —empezó—. He estado buscando recortes de prensa antiguos, de la época en la que los padres de Adrián eran figuras públicas y aparecían en los medios con frecuencia. En un artículo de hace unos quince años, encontré una foto que me llamó la atención. Gabriel y Émilie habían hecho un viaje relámpago a Moldavia y en aquella imagen aparecían con una niña…
Le relató cómo había localizado en un mapa por satélite el lugar exacto en el que se había hecho aquella foto y cómo había hallado algo en él que le había llamado la atención.
—En la misma plaza de la foto había un orfanato —le contó a Marinette—. Tal vez fuese solo casualidad, pero… tuve una intuición.
Se había presentado ante las puertas de aquel lugar, una institución regentada por una orden religiosa. Había dudado sobre si entrar allí como Cat Noir o como Adrián Agreste, y al final se había decantado por esta última opción, pero eso no se lo dijo a Marinette.
—Hablé con la directora del orfanato —siguió relatando—. Le pregunté acerca de algo que podría haber sucedido hace quince años. Por suerte, ella estaba en aquel centro ya entonces, y tenía buena memoria. Y, en efecto, Gabriel y Émilie Agreste habían acudido allí… para adoptar un niño.
Marinette abrió mucho los ojos con sorpresa.
—¿En serio?
Cat Noir asintió con gravedad.
—La directora me contó que estaban buscando un bebé, a ser posible de pocas semanas y rubio con ojos verdes o azules. —Sonrió con amargura—. No se lo dijeron abiertamente, pero ella comprendió que pretendían hacerlo pasar por su propio hijo. De su misma sangre, quiero decir.
La directora había intentado hacerles ver que los bebés se adoptaban rápidamente y que no tenían ninguno con aquellas características. Había tratado de convencerlos de que considerasen dar una oportunidad a algún niño de mayor edad, puesto que, cuanto más mayores se hiciesen, menos posibilidades tendrían de encontrar una familia. Gabriel no dio su brazo a torcer, pero Émilie se sintió conmovida… y un encuentro fortuito acabó por decidirla.
—Cuando estaban a punto de marcharse con las manos vacías —siguió contando Adrián—, los Agreste se cruzaron en el pasillo con un grupo de niños. Una de ellos corrió hacia Émilie y se abrazó a sus piernas, llamándola «mamá».
La directora del orfanato se acordaba bien de ella, le dijo. Se llamaba Violeta, y tenía solo tres años cuando los Agreste se cruzaron en su vida. «La mujer se encaprichó de ella», le relató, «y quiso adoptarla de inmediato. Su marido accedió porque la niña tenía los ojos verdes, aunque le preocupaba el hecho de que fuese tan mayor. Insistió en que buscaban un bebé pero, a aquellas alturas, a su esposa ya no le importaba».
—Entonces, los Agreste adoptaron a esa niña…, a Violeta —concluyó Marinette con cierto asombro—. ¿Y qué fue de ella? ¿Por qué ya no vive con ellos? Estoy bastante segura de que Adrián no tiene ni idea de todo esto… Nunca me ha contado que tuviese una hermana mayor.
—Eso es porque él nunca llegó a enterarse —dijo Cat Noir en voz baja—. Unos pocos meses después, Émilie descubrió que estaba embarazada. —Tragó saliva antes de añadir—: Y los Agreste devolvieron a Violeta al orfanato donde la habían encontrado.
Marinette se quedó helada.
—¿Qué? —soltó por fin, sin aliento—. ¿Cómo pudieron…? ¿Cómo podría hacer nadie algo tan cruel?
—La directora me contó que fue solamente Gabriel, con la niña. Que le dijo que su mujer estaba de acuerdo, pero ella estaba convencida de que no le había dicho la verdad.
—¿Cómo es posible? ¿Qué otra cosa podría haberle dicho a Émilie que justificase abandonar a la niña que habían adoptado?
—Que habían aparecido sus padres biológicos para reclamarla, por ejemplo. En fin, aquello podría haber sido un escándalo de haber sucedido en Francia, pero supongo que por eso los Agreste se fueron tan lejos buscando un posible heredero. Porque después Gabriel hizo una generosa donación al orfanato y… no se volvió a hablar del asunto.
—¿Y la directora lo aceptó… sin más?
—Es lo mismo que le pregunté yo, pero ella me dijo que la otra opción habría sido obligar a los Agreste a que se quedaran con Violeta, y la niña habría crecido en un hogar donde ya no la querían. Tiempo después fue adoptada por una familia italiana y ya no supieron más de ella.
La voz de Cat Noir se extinguió. No podía explicarle a Marinette hasta qué punto le había afectado aquella historia porque, aunque no fuese culpa suya en realidad, lo cierto era que los Agreste habían abandonado a Violeta por su causa. Si él no hubiese nacido, aquella niña aún seguiría formando parte de la familia.
Lo que Marinette le había contado acerca del prodigio del pavo real no mejoraba las cosas, tampoco. Lo cierto era que, sin la magia del prodigio, Adrián no existiría. Y su madre habría criado a Violeta con todo el amor que sin duda aquella niña merecía.
Con todo, se alegraba de conocer aquella historia. La directora del orfanato la había mantenido en secreto durante mucho tiempo, pero había accedido a contársela a Adrián, porque era parte de su historia también y porque, después de todo, sus padres habían fallecido ya. De modo que el acuerdo que había sellado con Gabriel Agreste ya no tenía ninguna validez.
—Es tan… injusto —murmuró entonces Marinette—. Pero ¿por que crees que tiene que ver con nuestra Polilla? Si esa niña vive ahora en Italia…
—Hay más —interrumpió él—. Creo que también he encontrado el eslabón de la cadena que nos faltaba para conectar las dos historias.
Le habló entonces del cuadro que había visto en la mansión onírica creada por el Arquitecto. No se lo había contado hasta aquel momento porque no le encontraba sentido, pero ahora sí.
La niña del cuadro era Violeta.
Y posiblemente la Polilla…, Kallima…, también.
—Tengo una teoría —siguió diciendo, despacio—. Creo que Violeta nunca olvidó a aquella primera familia que tuvo y ha estado buscándola desde entonces. Quizá las cosas no salieron bien con la familia italiana que la adoptó, o tal vez sí, pero ella tenía algún recuerdo de los Agreste y quizá pensase que era su familia de origen, no lo sé. Creo que no le fue demasiado difícil localizarlos, porque Gabriel Agreste era famoso y salía en los medios a menudo. Tal vez vio alguna noticia sobre la muerte de Émilie. No lo sé. Pero, si no he calculado mal, Violeta debería tener ahora unos diecisiete o dieciocho años. Quizá ha esperado a cumplir la mayoría de edad para ir en busca de su pasado…
—Pero, si se hubiese presentado en la mansión Agreste, Adrián lo sabría, y Nathalie también —objetó ella.
—No si lo que busca es alguna clase de venganza, ¿no lo entiendes? ¿Sabes qué significa el nombre que ha elegido, Kallima?
—No, pero seguro que tú me lo vas a explicar.
—Son una clase de mariposas expertas en camuflaje. ¿Conoces esas mariposas cuyas alas parecen hojas secas? Son de la familia Kallima.
—Ah —murmuró Marinette con sorpresa.
—Esto es lo que pienso: Kallima se mueve en el entorno de los Agreste. Posiblemente tiene relación con ellos desde hace ya un tiempo. Quizá descubrió en su momento el secreto de Gabriel Agreste y aprovechó su oportunidad cuando fue vencido para quedarse con su prodigio. Es una chica de unos diecisiete o dieciocho años, de cabello castaño y ojos verdes, aunque puede que haya cambiado de aspecto. Después de todo, también ella es experta en camuflaje.
»Y creo que se trata de Violeta, la niña del orfanato de Chisinau. Y su motivación es la venganza. Por eso se ha presentado aquí con otra identidad, con otro nombre. Como una vulgar hoja seca que, en realidad, es una mariposa esperando el momento adecuado para levantar el vuelo.
NOTA: ¡Capítulo de revelaciones! Esto se pone tenso, ¡pero por fin vamos poniendo las cartas boca arriba! 😁 ¿Qué va a pasar ahora? El siguiente capítulo igual tardará un poco en estar listo porque sigo teniendo mucho trabajo, pero al menos ya vamos respondiendo algunas preguntas. ¡Gracias por vuestra paciencia!
NOTA 2: Minipunto para BigotesGrises, que adivinó cuál era el chantaje de Lila.
