VIII
Peter…, no, Henry —efectivamente— se detiene al escuchar su nombre.
La verdad es que la palabra se le ha escapado de los labios; no ha sido su intención llamarlo. O tal vez sí, mas no había decidido —no conscientemente, al menos—, de hecho, llevar a cabo la acción.
Pero, se dice Eleven a sí misma, sin la vacilación que se presenta contra su voluntad al hablar en voz alta la mayoría de las veces, él dijo que podía preguntarle…
—¿Sí, Eleven?
No se voltea del todo; tan solo lo justo y necesario para sonreírle en un intento de reconfortarla lo suficiente como para convencerla de hablar.
Eleven traga saliva.
Inspira hondo.
Y…
—Tengo… una pregunta.
—Adelante.
Su tono de voz suena tal y como siempre: gentil, calmo, pacífico, incluso.
—Si… Si hubiese… —Eleven inspira nuevamente y se fuerza a articular las palabras lo más claramente posible—. Si hubiese dicho que… no…, ¿qué habrías… hecho?
Hecho. La pregunta está en el aire. Eleven baja la vista y se concentra en alisar los pliegues del camisón con sus dedos para no permanecer excesivamente pendiente de su respuesta.
—Oh, Eleven.
Y falla, claro está. Levanta la vista justo a tiempo para ver a Henry girarse del todo, sus manos colocándose una sobre la otra en la postura neutral que solía adoptar cuando se dirigía a ella en el laboratorio.
—Eleven, te lo dije, ¿verdad? Que puedes preguntarme lo que desees, y que yo te responderé.
Silencio.
—Eleven.
—Sí —suelta ella de sopetón—. Sí, eso… dijiste.
—Exacto. —Henry cierra los ojos un momento.
Vuelve a abrirlos.
La mira fijamente, sin perder la sonrisa.
—Sin embargo, Eleven, soy yo el que debe preguntarte, ahora…
Las uñas de Eleven se clavan en la tela del camisón.
—… ¿por qué preguntas aquello cuya respuesta ya conoces?
Las palabras se le atoran en la garganta.
—¿Entiendes, Eleven? —Como permanece incapaz de hablar, Henry parece compadecerla y, consecuentemente, decide hacerle una pequeña concesión—. Asiente si me entiendes. —Así lo hace, con un trémulo movimiento—. Fantástico.
»Entonces, ahora que ya no existen secretos entre nosotros, me retiro a descansar. Te insto a que hagas lo mismo.
Eleven lo observa darle la espalda, girar el picaporte y marcharse en silencio.
—Buenas noches, Eleven.
Le ha sido imposible recuperar su voz a tiempo para desearle lo mismo.
