XI

Henry se asegura de mantener la sensación de satisfacción por haber ayudado a un perfecto desconocido a llegar a destino de su… chofer por el tiempo suficiente como para que este se aleje sin ningún cuestionamiento.

Luego, atraviesa las imponentes puertas de madera del Hospital Mental de Pennhurst.


El director de la institución, Hatch, es completamente predecible: un académico de pura cepa, cuyo conocimiento de la realidad se limita a lo evidente y a lo que desea ver.

Henry, con un montón de papeles en blanco en mano —que, sin embargo, a los ojos de Hatch contienen una brillante carrera académica—, lo tiene comiendo de su mano en apenas unos minutos.

—¡Qué esperanzador es ver que aún quedan jóvenes como usted, señor Ballard…! —exclama el viejo—. ¡Y yo que pensé que las mentes de hoy en día estaban condenadas a la ignorancia…! Pero, bueno, es el tipo de cosas en que uno desea estar equivocado, ¿no es así? —concluye el anciano, soltando una risotada.

Henry, por supuesto, también ríe, como si su insulso comentario fuese lo más ingenioso que ha oído.

—Es un honor para mí oír semejantes halagos viniendo de usted, Dr. Hatch —le asegura Henry, imprimiéndole a su voz un tono empalagoso—. Cuando supe que era usted quien dirigía esta prestigiosa institución, sentí que era mi obligación visitarlo en cuanto fuese posible.

»En especial teniendo en cuenta el tema que he elegido para mi trabajo final de grado…

El pez no tarda en picar:

—Oh, ¿y cuál tema sería ese, estimado muchacho? ¡Cuéntamelo, cuéntamelo todo…! Y te ayudaré en lo que necesites; oh, sí, por supuesto… ¿Acceso a nuestra biblioteca? ¿A nuestros archivos? ¿Alguna entrevista con —¡ejem!— este anciano que ha dedicado su vida a ayudar a aquellos débiles de mente que se ven excluidos de nuestra sociedad?

Henry, como siempre, no pierde la sonrisa.

—Estaría encantado de entrevistarlo, Dr. Hatch.

Y entonces, vuelve a lanzar el anzuelo:

—Verá: me intrigan sumamente las mentes de los pacientes esquizofrénicos. En especial, tengo un particular interés en aquellos cuyos… delirios se relacionan con cuestiones religiosas o, igualmente, satánicas. Deseo ahondar en lo profundo de tales mentes retorcidas con el objeto de testear si no es posible prevenir esta pérdida de razón…

»Tal vez, algún día, esta investigación salve vidas.

Los ojos del médico relucen al responder:

—¿Sí, muchacho mío? Ah, ¡cuento con el sujeto perfecto para tu investigación…!


No le cuesta demasiado convencer al Dr. Hatch de dejarlo a solas con el recluso en cuestión. Oh, no; es casi como si el mismo Hatch rehuyese la presencia del pobre diablo.

Es lógico, se dice Henry mientras avanza por el oscuro pasillo hasta la celda de su padre. Uno debería temerles a los depredadores.

Henry viola al instante la regla de no acercarse al prisionero, pegándose lo más posible a las barras.

Allí, decrépito y ciego, sentado frente a una mesa repleta de arañazos, se encuentra su padre.

Aunque no sepa reconocer al verdadero depredador.