XIV
Lógicamente, las palabras de Victor hacen que le hierva la sangre.
—No —le contradice Henry—. Son ustedes los que están rotos. Tú, mamá, Alice… Todos ustedes.
Asume que su padre se lo negará; que le contestará con alguna otra excusa, algún otro acto de gimnasia mental que justifique sus acciones. Sin embargo, Victor tan solo parece desinflarse: sus hombros laxos tornan su apariencia más patética de lo que ya es.
—Es probable que tengas razón —concede con voz rasposa—. Es probable… Es decir, tan solo mírate, Henry: algo hemos hecho mal, obviamente… Fallamos como padres, eso es evidente.
»Así que si piensas eso…, bueno, pues algo de sentido tiene, ¿verdad?
Henry guarda silencio. Victor suspira y toma asiento nuevamente.
—Tienes suerte: la fortuna que buscas debe estar aún en nuestra antigua casa. —Victor se frota los ojos maltrechos con el dorso de la mano—. Si hubiesen sabido sobre ella, me la habrían sacado al apresarme.
»No obstante, no creo que nadie se haya atrevido siquiera a pisar ese lugar… No después de lo que hiciste.
—¿Dónde exactamente? —lo interrumpe Henry, impaciente—. Estuve en esa casa hace unos días. —Su padre no necesita saber que es donde reside actualmente—. Para que nadie se haya hecho con ella, debe estar bien resguardada.
Victor asiente.
—No sé si «bien resguardada», pero, definitivamente, en un lugar no demasiado evidente…
—¿Dónde?
—En el armario de mi habitación, en el estante más alto, hay un fondo falso. Allí, hay una caja fuerte cuya llave he perdido. Me imagino que esto no será problema para alguien con tus… habilidades. El dinero debería seguir allí.
—Gracias por tu cooperación, Victor —le espeta Henry.
El anciano esboza un rictus. Henry, impulsivamente, decide señalárselo con tono burlón:
—¿Qué pasa? ¿Acaso estás esperando que me refiera a ti como mi padre?
Victor se encoge de hombros.
—Sé que he perdido el derecho a semejante título.
Henry frunce el ceño. Ahora que ya obtenido lo que ha venido a buscar, no tiene ningún apuro en particular.
—Debo decir que esto me intriga —admite entonces—. Sabes lo que he hecho. Y lo consideras atroz.
—Lo es.
—Ese no es el punto —replica con desdén—. El punto, Victor, es que antes que…, no sé, ¿iracundo? ¿Furioso? Antes que eso, pareces… triste.
—Mi hijo es un asesino —suspira Victor—. Mi hijo, a quien tanto amo, asesinó a sangre fría al resto de nuestra familia.
—Sí, ya hemos establecido eso con anterioridad —repite Henry—. ¿Y?
—Y… nada. —Su voz es apenas un hilo—. No puedo odiarte, Henry, pese a lo que has hecho.
»Si era mi odio lo que buscabas, temo que deberé decepcionarte.
—¿Tu odio? —Henry ríe; no puede evitarlo—. Anciano, ese día no corriste la misma suerte que tu esposa y tu hija únicamente porque mis habilidades aún no se habían desarrollado del todo.
—Qué oportuno, entonces, que me hayas dejado con vida —masculla Victor—. Gracias a eso sabes dónde encontrar lo que buscas.
Henry aprieta los labios en una fina línea.
—Sí, y esa es otra cuestión… ¿No vas a mentirme? ¿Vas a decirme, sencillamente, dónde está el dinero, y ya? Pensé que tenías mayor espíritu de pelea en ti, Victor.
»No, perdón, me estoy confundiendo; eso es solo contra bebés indefensos, ¿verdad?
Victor suelta una breve, triste risa.
—Ah, Henry. Tu arsenal es realmente infalible.
»El que me lo preguntes es otra prueba más de mi tremendo fracaso como padre —explica Victor—. La razón, la sencilla razón por la que voluntariamente pongo todo lo que tengo a tu disposición, es porque eres mi hijo, Henry.
»Y el amor de un padre —el amor en sí, hijo mío— será siempre incondicional.
Henry no se inmuta ante su declaración: son las simples palabras de un viejo decrépito, después de todo.
—Bien, eso ha sido sumamente… informativo; es decir, al menos me llevo la ubicación de lo que buscaba, pues el resto ha sido una pérdida de tiempo. Pero gracias de todas maneras, Victor.
»Disfruta tu estadía.
—Hijo —lo llama su padre antes de que pueda moverse, y Henry se odia a sí mismo por retrasar su partida ante su petición—, Henry, deseo preguntarte algo. Solo una cosa, lo prometo.
—Pregunta, entonces —lo urge él en respuesta—. Veré si aún me queda algo de paciencia por el día de hoy.
—¿Dónde… dónde has estado todo este tiempo? ¿El tiempo que estuve encarcelado? Si recién ahora me preguntas por mi fortuna… —Victor sacude la cabeza—. ¿Dónde has estado?
Henry sonríe con absoluto desdén —espera que su padre lo perciba en su voz— y responde con la verdad:
—En el infierno.
