XVI
Esa noche, Henry va a una cafetería cercana y ordena un par de hamburguesas, gaseosas y papas fritas. Como no tiene un refrigerador donde guardar helados, decide llevar dos porciones de torta de chocolate.
—Dime qué te parece —le dice Henry con una sonrisa tras depositar la cena sobre la mesa del comedor, la cual hubo limpiado antes de salir.
Eleven se lleva una papa frita a la boca. Se detiene. Henry la observa atentamente.
—Hmm… —Eleven cierra los ojos, y Henry juraría que puede ver una lágrima asomando desde uno de sus ojos.
—¿Sabe bien? —inquiere, haciendo su mejor esfuerzo por no echarse reír. Eleven asiente en respuesta—. Qué bueno. Adelante. Hoy estamos celebrando.
Eso llama la atención de la niña.
—¿Celebrando?
—Significa que estamos pasando tiempo juntos y divirtiéndonos porque estamos felices por algo —le explica él.
—Oh. ¿Qué… cosa?
—Seguí tu consejo —reconoce Henry antes de llevarse una papa frita a la boca—. Hm, hace años que no comía una de estas…
»Como decía —continúa tras terminar de tragar—: cuando hablamos, recordé que mi familia había obtenido una fortuna poco tiempo antes de… Pues, del incidente. —Preferiría no hablar de sucesos violentos en una ocasión feliz—. Así que seguí tu consejo y fui a hablar con él.
—¿Le… preguntaste…?
Henry asiente.
—Exacto. Y me dijo dónde estaba: en esta misma casa. Así que ahora somos millonarios. —Solo por si Eleven no comprenda, añade—: Significa que tenemos muchísimo dinero, y no debemos preocuparnos por comida, por ropa, por nada.
Entonces, advierte que los hombros de Eleven se relajan.
—Ah —dice, pero Henry ve más que esa débil afirmación en su lenguaje corporal.
—Eleven, ¿podría ser… que hayas estado asustada?
La niña desvía la mirada, como hace siempre que no desea responder. Como si pudiese hacerse lo suficientemente chiquita como para que él se olvide de su existencia.
Como si eso fuera posible.
Y Henry, por su parte, hace lo que siempre hace cuando ella no desea responder: insiste.
—Eleven.
—Sí. —Aún no lo mira.
—¿Por qué?
Ella se encoge de hombros.
—Si no confías en mí, no puedo protegerte —le recuerda Henry—. Si es algo que viste, u oíste, lo que sea, necesito que…
—Tenía miedo —confiesa ella— de que no volvieses.
Esto lo acalla. Frunce el ceño, mas no dice nada: espera a que ella prosiga.
—Estuviste… mucho tiempo… fuera. —Él aprecia tanto la explicación como el hecho de que ella se esfuerce por establecer un mínimo contacto visual entre los dos—. Tuve miedo… de que algo te… hubiera pasado.
La idea es ridícula, claro está. Sin embargo, no olvida que tiene apenas ocho años: no espera que pueda medir los peligros de manera realista.
—Eleven —Henry la llama, una sonrisa nuevamente en su rostro—, no tienes nada de que temer. Yo nunca te abandonaré.
—¿Es una… promesa?
—Lo prometo. Ahora, come tu cena antes de que se enfríe: la compré especialmente para ti. ¿Y sabes qué? Luego, hay pastel de postre.
Ocurre con lentitud, y es tímida, y tal vez hasta está temblando un poquito, pero…
Pero es la primera vez que Henry la ve sonreír.
