XXVI
En el mes de diciembre de 1980, Eleven vuelve a presenciar un fenómeno que le ha llamado la atención el año pasado: coincidiendo con la época más fría, la ciudad se llena de pinos decorados con luces de colores, renos y figuras de ancianos con trajes de color rojo y blanco.
Solo que ahora, gracias a la escuela y a la televisión —que mira en moderación, por supuesto—, ya sabe de qué se trata.
Por el rabillo del ojo, observa a Henry, quien está sentado en el otro extremo del sofá con una pierna cruzada sobre la otra, leyendo el periódico.
—Si quieres decir algo, solo dilo.
A veces, Henry puede ser insufrible con su aparente omnisciencia.
—¿Estás en mi cabeza? —cuestiona Eleven.
—No, te prometí que no lo haría; además, ya has comprobado de sobra en los entrenamientos que notas mi intrusión y puedes rechazarla a tu antojo —replica con tranquilidad y sin levantar la vista del diario—. Es solo que te conozco.
Eleven asiente y clava los ojos en la pantalla del televisor. Están pasando película algo antigua —solo por eso la están emitiendo por TV—, pero muy interesante, sobre un hombre muy avaro que se enfrenta a unos «fantasmas de Navidad».
—Henry, ¿por qué no festejamos la Navidad? —inquiere Eleven.
El hombre a su lado finalmente baja el periódico y le lanza una mirada curiosa.
—¿La Navidad? Es una festividad tonta y sensiblera —opina con tono despectivo—. ¿Por qué la festejaríamos?
Eleven se encoge de hombros.
—El señor Scrooge tampoco la festejaba, pero se le han aparecido unos fantasmas para convencerle sobre su verdadero sentido y…
—Ah, ¿así que es esa la película que estás viendo? —Henry comenta, echándole un vistazo a la pantalla—. Hm. Es una buena historia, Canción de Navidad. Deberías leer el libro alguna vez.
»Sin embargo, Eleven —Henry extiende una mano para despeinarle los rizos que lleva hace un tiempo—, los fantasmas no existen: nada malo va a pasar por no festejar la Navidad.
No alcanza a reanudar su lectura cuando ella pregunta:
—¿Y si quiero… festejarla?
La expresión de Henry es pensativa. Luego de unos instantes, responde:
—No puedo decir que me emocione la idea, pero lo haría si me lo pides.
Las comisuras de los labios de Eleven se elevan en una sonrisa.
#
Como duda que haya decoraciones navideñas en la tienda de donde suele abastecerse de provisiones para la semana, Henry decide probar una nueva alternativa.
Es así que se encuentra frente a Melvald's General Store, una tienducha a la que nunca ha entrado —y a la que, ciertamente, nunca pensó entrar—.
Inspira hondo antes de abrir la puerta. Apenas lo hace, una campanilla sobre la puerta alerta a la tendera de su presencia: es una mujer de aproximadamente su edad que le sonríe desde detrás del mostrador.
—¡Hola! ¿Puedo ayudarle?
Henry esboza una sonrisa amable.
—Buenas tardes. Estoy buscando elementos decorativos… navideños. —Es así como se supone que se llaman, ¿verdad?
La mujer parpadea, sorprendida.
—Uh, sí, adelante: están por toda la tienda. ¿Busca algo en particular o…?
—Lo quiero todo —Henry va al grano—. Luces, ornamentos colgantes, muñecos de Santa… Un poco de todo.
La vendedora lo observa con los ojos como platos.
—¿Perdón? ¿No es demasiado? Porque tenemos varios tipos de luces y varios tipos de ornamentos y…
Henry le indica que no se preocupe con un gesto de la mano.
—No, en verdad, quiero un poco de todo.
—Oh. Bueno, perfecto. Se lo prepararé en un momento…
Cuando la mujer pasa a su lado para ir a retirar las luces del estante en que se encuentran, la vista de Henry se desliza por inercia a la plaquita identificatoria que lleva en el pecho.
Joyce Byers.
#
Una vez que ha abonado y la señora Byers le ha ayudado a cargar las cuatro cajas de adornos navideños en la cajuela, Henry le dedica un asentimiento de la cabeza y un distraído «adiós» antes de subir al auto.
No obstante, la mujer parece tener otra idea y se acerca a la ventanilla con una sonrisa. Henry pondera la posibilidad de ignorarla, mas decide que tal vez sea algo importante, considerando que no ha hecho más que desempeñar su trabajo de manera eficiente hasta el momento.
—¿Sí? —le pregunta con la misma sonrisa falsa de antaño en los labios.
—Disculpe que me entrometa —le dice ella con una sonrisa algo incómoda—, pero no he podido evitar fijarme en que… Bueno, por las compras que ha hecho, ¿es posible que sea la primera vez que celebra la Navidad? Claro que también podría haberse mudado o perdido sus anteriores adornos en alguna inundación o incendio, bueno, supongo que también podría haber sido algo menos serio como…
—Está usted en lo correcto —irritado, Henry decide concederle la verdad para hacerla callar—. Si eso es todo…
—Oh, no, espere: verá, se lo preguntaba por una razón —se explaya la mujer con el índice en alto—. Si necesita ayuda para talar un árbol de Navidad, yo conozco a alguien que puede hacerlo por usted, y no cobra caro, si desea le paso su contacto para que…
Henry vuelve a sonreírle.
—Aprecio su sugerencia —le corta—, pero eso no será necesario.
#
Joyce apoya una mano en su cintura y deja escapar un silbido a la par que observa al hombre marcharse en su auto.
Qué tipo tan raro, piensa. Pero, bueno, gracias a él mi comisión navideña será bastante jugosa. Tal vez hasta pueda comprarle a Will el nuevo libro ese de prisiones y serpientes o lo que sea que mencionó la otra vez…
—¡Joyce!, ¿has visto nuestro catálogo navideño? La señora Wheeler me ha pedido que le envíe una copia hoy, pero no lo estoy encontrando…
—¡Ya voy, Donald! —responde ella antes de ir en su ayuda.
#
Henry apoya las manos sobre los hombros de Eleven y agacha la cabeza para hablarle al oído.
—Recuerda: imagina con claridad lo que deseas materializar.
Son solo ellos, el blanco de la nieve y las copas de los árboles que los rodean.
Eleven cierra los ojos y respira profundamente.
—Eso, relájate. —La voz de Henry delata su aprobación—. Y concéntrate. Ahora mismo solo existen tú y tu objetivo.
La niña abre los ojos. Él no se aparta de ella.
Eleven extiende las manos hacia el frente.
El tronco del árbol tiembla.
—Vamos… —La voz de Henry en su oído.
Aprieta la mandíbula. El tronco empieza a vibrar.
—¡Vamos! —Henry continúa instándola, atento a su progreso.
—¡Ngh…!
El tronco se estremece y se va astillando, se va debilitando, se va rompiendo…
—¡Sí, Eleven, muy bien, sigue así, sigue…! ¡Recuerda lo que te enseñé: encuentra un recuerdo que te ponga triste, que te ponga furiosa, y destruye!
Con un grito, Eleven parte limpiamente el tronco del árbol.
—¡Perfecto! —la alaba Henry—. Descansa; yo me encargaré a partir de ahora.
Es la señal que necesita para dejar caer el árbol; no obstante, este no llega a hundirse en la nieve que cubre el suelo, sino que se mantiene en el aire.
Mientras se limpia la sangre de la nariz, Eleven observa la postura perfecta de Henry y la concentración evidente en su rostro: con su diestra extendida hacia el árbol, lo hace levitar hacia ellos sin demasiado esfuerzo.
—Podemos irnos —le avisa él finalmente, y su sonrisa evidencia su satisfacción—. Has seleccionado un árbol verdaderamente hermoso.
Antes que sus halagos sobre el certero manejo de sus habilidades, son estas últimas palabras las que le sacan una sonrisa a Eleven.
