XXIX

En verdad pensó que estaba mejorando, que el simple hecho de no estar sola en la oscuridad de su cuarto sería suficiente.

Qué equivocada ha estado.

El solo oír que Henry piensa llevarla de vuelta la paraliza. Sus dedos se aferran a las sábanas de su cama y baja la vista, desolada.

Él, por supuesto, lo advierte. Baja la mano y la llama con suavidad:

—¿Eleven…?

Piensa en cómo decírselo. No quiere que la piense inútil —como tantos antes de él—, pero… Bueno, tampoco quiere ocultarle cosas.

Así que se lo dice, a su manera:

—No puedo dormir…

—Te he dado algo que te ayudará a dormir —le asegura él, y Eleven siente que podría romper en llanto de tan solo escuchar la paciencia absoluta de su voz, a estas horas, luego de que lo despertara y lo hiciera recorrer toda la casa para aliviar su fiebre—. Para eso era la pasti…

—No —lo corta ella, y se esfuerza por levantar ahora la vista, rogando en su interior que él entienda lo que quiere decirle—. No es… eso.

Henry entorna los ojos. Eleven aprieta los labios.

—¿Me dejarías… ver? —inquiere él, extendiendo nuevamente la mano.

Aunque el gesto es similar al anterior, la petición es distinta, y ambos lo saben.

En silencio, Eleven toma su mano y cierra los ojos.


Las imágenes y los sonidos invaden la mente de Henry.

Una pesadilla, reconoce al instante. En las memorias que Eleven le revela, todo se muestra desde su punto de vista.

Henry no tarda en identificar el lugar donde se encuentra: se trata del minúsculo depósito donde le hubo pedido a Eleven que se quedase.

Y entonces, las luces parpadean y los gritos retumban por las paredes del laboratorio. Henry —Eleven— sale corriendo del cuarto y se enfrenta a la devastación del día de su huida. La memoria de Eleven es privilegiada: cada mancha de sangre, cada hueso roto, cada mínimo detalle de sus crímenes es reproducido a la perfección frente a sí…

Henry, por supuesto, sabe que sus recuerdos son fidedignos: él tampoco ha olvidado jamás a ninguna de sus víctimas.

Empieza a sentir que su cuerpo se tambalea, y reconoce que es Eleven la causante del desequilibrio: el impacto de lo que está presenciando es demasiado para su mente infantil. No obstante, en un repentino arranque de lucidez, se echa a correr hacia las puertas que llevan al Cuarto Arcoíris.

Henry sabe lo que verá apenas abra las puertas y, por una vez, siente remordimiento: no por las vidas que ha tomado —más allá de sus sentimientos personales hacia estos niños que no han hecho más que herir a Eleven, sabe que sus acciones han sido necesarias para asegurarles a ambos un escape exitoso, sin perseguidores que fuesen a amenazar su libertad en el futuro—, sino porque no ha sido capaz de escudar a Eleven, aunque fuese tan solo durante un poco más de tiempo, de la cruel realidad.

Sigamos, se dice, no obstante, y abre las puertas de golpe.

Y el mundo parece derrumbarse a su alrededor. Siente con exactitud el dolor en el pecho de Eleven, sus dudas, sus miedos

Y lo que más lo impacta, no obstante, no es verse a sí mismo allí, desde el punto de vista de ella, en medio de toda la carnicería.

No, lo que más lo impacta es que la mente de Eleven, que anteriormente ha reproducido una copia impecable de los sucesos de aquel día, ha decidido alterar el escenario final, el culmen de su miedo.

Porque lo que ve, de espaldas a sí, no es a sí mismo quebrando los huesos de Two.

No: es Two, quebrando sus huesos.

El cuerpo de Henry cae al suelo, sin vida. Sus huesos están rotos, sus ojos son dos cuencas vacías. Henry, aún en el lugar de Eleven, retrocede.

Two se gira, entonces, hacia él. Hacia ella. Su media sonrisa presumida no es, para nada, como Henry la recuerda —en especial porque, en sus memorias, el chico no había hecho mucho más que oponer una feble resistencia y retorcerse en agonía mientras él lo mutilaba—. Da un paso hacia adelante, y Henry responde con uno propio… hacia atrás.

El miedo que siente —el miedo que no le pertenece, no, pero que siente— es sobrecogedor.

—Así que ahí estás. —El tono impertinente es una fiel recreación de la voz del chico—. Vi que hiciste un nuevo amigo… ¿Pensaste que él iba a salvarte, Eleven?

—Y-yo… No… Peter… Henry… ¿Por qué…? Él…

—¡Él mató a todos nuestros hermanos! —escupe Two, su cara contorsionándose ahora a causa de la furia—. No era más que un asesino, ¿y tú pensaste que iba a salvarte? ¿Que iba a llevarte consigo?

»No, todo lo que quería era usarte para ser libre… Y lo logró, ¿eh? Pero no te preocupes; yo solucioné el problema que tú creaste.

Como si fuera poco, Two patea su cabeza inerte. Henry suelta un grito visceral y se lleva las manos a la cabeza. Lo siguiente de lo que es consciente es del terrible dolor de sus rodillas, las cuales se han estrellado contra el suelo.

—Tranquila, Eleven. —Two esboza una sonrisa maniaca que Henry percibe apenas a través de sus lágrimas y sus propios gritos—. Yo soy quien va a salvarte de este terrible sufrimiento que te atormenta.

Two extiende la mano hacia él.

Y todo se torna negro.