XXXI

La sangre le hierve de rabia. ¿Cómo se atreve…? ¿Es que acaso no sabe…?

Y es entonces que la respuesta se materializa en su mente con absoluta claridad.

—Piensas que te he mentido. —No hay acusación en su voz: es tan solo una simple afirmación—. Piensas que te sigo mintiendo.

Eleven no le da la razón. Tampoco lo niega.

Ah —murmura Henry con una sonrisa forzada—. Qué bueno, entonces, que seamos quienes somos, Eleven, y que podamos compartir todas nuestras experiencias, ¿no lo crees?

La niña entorna los ojos e intenta retroceder para crear mayor distancia entre ambos.

—Yo… no…

—Ahora no te eches atrás —sisea Henry, atrapando la fina muñeca entre sus dedos—. Ven aquí; déjame mostrarte…

—Henry, no, yo…

Pero es demasiado tarde: Henry cierra los ojos y presiona la mano de Eleven contra su frente.


Eleven lo ve todo: todas las memorias de Henry en el laboratorio.

Las charlas con Brenner (¿papá?).

Los juegos pensados para los sujetos de prueba.

Los juegos pensados contra los sujetos de prueba.

Las torturas, no solo a Henry, sino a cualquiera que no siguiese las reglas: sujetos de prueba, ordenanzas, científicos… Nadie está exento.

Pero Henry, quien siempre la está mirando —quien siempre está pendiente de ella— es, definitivamente, quien más veces se ve a sí mismo bajo la mano castigadora de papá.

Y no solo ve todo lo que él ve, sino que oye sus pensamientos. Los piensa como si fuesen suyos. De este modo, conoce cada una de las impresiones de Henry hacia ella: aquellas verdades ocultas en su interior a las que él puede acceder incluso con sus poderes limitados.

A diferencia del resto, a diferencia de… mi propia familia, no hay maldad alguna en su corazón.


Todo llega a un punto de no retorno cuando Two y el resto la atacan. Eleven lo ve todo a través de los ojos de Henry, quien sabe que Brenner lleva tiempo tramándolo, mas recién advierte lo que ocurre cuando el plan ya está en ejecución: un apagón que anula, curiosamente, el sistema de seguridad de los dormitorios de los sujetos de prueba.

Un apagón que —Henry está seguro— no tardará en extenderse hacia el Cuarto Arcoíris, donde está programado el tiempo a solas de Eleven.

Si bien mantiene la calma, ya está corriendo hacia ella…

… cuando Brenner y dos otros ordenanzas se cruzan en su camino.


Henry es consciente de que su rostro no alcanza a disimular su repugnancia ante la tortura a la que Brenner somete a Two. No es que él le importe en lo más mínimo —el chico es tan vicioso como cualquier otro ser humano y, si no estuviese atado de manos, Henry se aseguraría de darle lo que se merece por cuenta propia—, pero sabe muy bien lo que hay detrás de este supuesto «castigo».

Brenner lo planeó todo. En primer lugar, está el hecho de que conoce a la perfección las identidades de los perpetradores del ataque: si bien hubo apagado las cámaras visibles, no hay manera de que no haya grabado toda la confrontación con alguna filmadora oculta —después de todo, el «momento a solas» en el Cuarto Arcoíris no es más que uno de los tantos experimentos del hombre para el cual los sujetos de prueba no deben saberse observados—. Henry apostaría que la cinta que contiene la grabación de Eleven siendo atacada está resguardada ahora mismo en algún lugar seguro, con miras a ser utilizada para algún experimento futuro.

A su mente sagaz no le cuesta unir los puntos en lo que respecta a sus intenciones: ni Two ni él son los verdaderos protagonistas de las sesiones de tortura que han sufrido, contrariamente a lo que Brenner les ha querido hacer creer. No, en la mente del científico, ellos dos no son más que variables con las cuales jugar: «apoyo a Eleven» y «obstáculo para Eleven», respectivamente. En retrospectiva, puede anudar los cabos entre un montón de eventos aparentemente aislados que no hacen más que apuntar al claro objetivo de Brenner de llevar a la niña a límites impensables.

Y Henry está cansado, harto de que un hombrecillo mediocre como este se la pase jugando a ser Dios con seres ampliamente superiores a él.


Es un riesgo, se dice. Definitivamente lo es, mas si no la ayudo… Si me torturan una vez más, diez veces más, puedo soportarlo, pero ¿esto? Los mueve como piezas en un tablero, a su antojo, y nadie más que yo lo nota… Es la única que vale la pena, y terminará muerta si no actúo.

Eleven —Henry— se arrodilla a su lado sin que ella lo advierta siquiera, recoge la ficha roja que ella ha dejado caer en su sobresalto y le pregunta con gentileza:

—¿Estás abierta a algo un poco más desafiante?