XL

En octubre de 1984, Hawkins Middle School da la bienvenida a una nueva estudiante. Tras la incómoda presentación del profesor Clarke, Maxine Mayfield —o «Max», como le hubo corregido— acude a sentarse en la única silla libre del salón: aquella contigua a Eleven.

Curiosa, Eleven la mira por el rabillo del ojo: el cabello pelirrojo de su nueva compañera es extremadamente bonito. Desearía decírselo, pero teme que no sepa hacerle un cumplido sin terminar siendo rechazada también por esta extraña.

Mejor no hablo, resuelve al final.

Sin embargo, durante el receso, sentada en el rincón del patio donde en ocasiones come su tentempié de media mañana —hoy es un sándwich de mantequilla de maní que Henry le ha preparado—, Eleven nota que no es la única que se ha fijado en Max: unos compañeros suyos, a los cuales reconoce como Mike Wheeler, Will Byers, Lucas Sinclair y Dustin Henderson, la observan detenidamente desde la distancia. Max, ajena a esto, practica trucos en su patineta.

Eleven siente que los vellos del brazo se le erizan. ¿Y si piensan hacerle algo…? Que ella sepa, esos cuatro chicos en particular nunca han molestado a nadie —al contrario, ellos mismos han sido víctimas de acoso escolar, o eso ha visto—, mas el hecho de que sea otra niña la que esté siendo escrutada de esa manera la incomoda bastante.

Decidida a remediar esta situación, Eleven se levanta de su sitio de la manera más sutil posible y se acerca a su nueva compañera de clase.

—Uhm… Perdón, ¿puedo… hablarte?

Max finaliza un último giro, se detiene y se baja de la patineta, la cual seguidamente recoge bajo su brazo.

—¿Sí? —inquiere de forma cortante.

Los gélidos ojos celestes de su compañera la hacen sentir cohibida —en cierta manera, le recuerdan a la mirada de Henry aquella noche—.

Aun así, Eleven se las arregla para reprimir la mueca que amenaza con desfigurar su rostro.

—Sé… que no nos conocemos —balbucea Eleven—, pero… uhm… te están observando.

—¿Y has venido a avisarme esto? —le pregunta, su rostro una máscara de desinterés.

Eleven asiente y añade con voz vacilante:

—Perdón si molesto…, pero… no quería que… te sorprendiese, supongo…

Max no le saca la mirada de encima. Eleven cae en la cuenta de que está pensando en cómo responderle.

Finalmente, la niña pasa de largo. Eleven cierra los ojos con fuerza, mortificada: si bien no guardaba la esperanza de que fuesen a convertirse en amigas, ciertamente tampoco se ha esperado que la dejase plantada en el medio del patio, frente a toda la escuela.

—¿No vienes?

Vuelve a abrir los ojos y se voltea lentamente. Unos pasos más adelante, Max la observa con expresión confundida.

—Uh… ¿Yo?

—Sí, . —Lo dice de manera tajante, pero Eleven cree distinguir más confusión que molestia en sus palabras—. Ven.

Ante su petición, la sigue hasta el interior de la escuela.

—Ah, pero antes…

Max arroja un papel que Eleven no había notado en el basurero del patio.

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Van hasta el polideportivo, donde ambas toman asiento sobre una de las gradas.

—Gracias por avisarme —le dice entonces Max, y a Eleven le sorprende la suavidad con que habla ahora que están solas—. Ya había notado que me estaban mirando, pero te agradezco que me hayas advertido de todas maneras.

Eleven cabecea. Y luego, porque no quiere crearle una impresión errónea, agrega:

—Ellos… no son malos. Creo. Will, quiero decir, su mamá es… muy buena… Y son… curiosos. Pero eso… Eso no estuvo bien.

Max aprieta los labios.

—Puede que tengas razón. Pero, como sea, las chicas deberíamos ayudarnos las unas a las otras. Y eso te lo agradezco.

Eleven siente sus mejillas cálidas ante el halago.

—¿Cuál es tu nombre? —le pregunta entonces Max—. Ya sabes el mío, pero yo aún no sé el tuyo.

Abre la boca cuando recuerda que su nombre no es como la llama Henry.

—Uhm… Jane —se presenta—. Jane Ives.

Max frunce los labios a la par que examina su expresión con cuidado, pensativa. Tras unos instantes, vuelve a hablar:

—Quiero decirte algo, pero no te enojes, ¿sí?

Eleven siente que el corazón se le cae a los pies. La ansiedad se anuda en su garganta.

—¿S-sí…?

—Tu nombre… No sé, veo que eres… tímida, pero es como que ese nombre no te es familiar, por cómo lo dijiste… ¿Tal vez tienes un apodo? Mira, entiendo si ese es el caso, ¿eh? —declara con sinceridad—: Personalmente, odio que me llamen Maxine.

Eleven se lo piensa un momento. Y luego:

—Si te lo digo…, no puedes decírselo a nadie.

Max asiente y levanta la palma de la mano en algo que parece remedar a un juramento solemne.

—Lo prometo.

—Mi nombre es Eleven —confiesa.

Max enarca las cejas, claramente sorprendida.

—¿Eleven? ¿Como el número? —Ella asiente en respuesta—. Okay, eso es… raro. ¿Podría decirte «El», tal vez?

Lo considera por un momento. «El». No suena mal. Suena… hasta cariñoso. Con esto en mente, le sonríe con timidez y asiente. Max le devuelve la sonrisa y le ofrece su mano.

—Un gusto, El.

Lentamente, Eleven toma su mano. Es la primera vez que hace contacto físico con alguien fuera del laboratorio sin contar a Henry.

—Un gusto —murmura, porque teme que la voz se le quiebre si habla más fuerte—, Max.