XLVI

En los meses siguientes, Mike, Will, Dustin, Lucas, Max y Eleven se vuelven inseparables. De la mano de sus nuevos amigos, Eleven aprende un montón de cosas: conoce juegos de mesa, videojuegos, películas y canciones.

Incluso, disfruta de formar parte del Club de Audiovisual de la escuela. Aunque sus conocimientos al respecto son escasos, sus nuevos amigos siempre se toman el tiempo de explicarle con extrema paciencia aquello que desconoce.

Eleven es, en suma, feliz.


Un día, no obstante, las cosas cambian. Es un descubrimiento por completo accidental, y todo empieza cuando Max avisa que no podrá quedarse para las actividades del club esa tarde.

—Tengo un evento familiar —explica con un tono… extraño. Parco. Reservado—. Mi hermanastro… vendrá a buscarme.

Ninguno parece notar la inflexión que Eleven distingue en su voz. Preocupada, considera hurgar en su mente, mas termina por rechazar esta idea al considerar que ella misma le ha hecho prometer a Henry mantener su distancia de aquello que es privado.

Y, si bien Max no tendría idea de su invasión, Eleven no desea hacerle lo que ella misma rechaza.

Lo deja pasar, entonces.

Si se trata de algo importante y su amiga quiere contárselo, quiere creer que lo hará en el futuro.

A ello se debe el tenor accidental del descubrimiento: apenas unos minutos luego de que Max se haya despedido de todos y haya abandonado la sala de clases, Eleven repara en que aún tiene consigo uno de los cuadernos que le ha prestado en el periodo anterior. Corriendo, la sigue.

La alcanza frente al edificio de la escuela. Parada frente a él, cruzado de brazos y apoyado contra un auto de un azul eléctrico, se encuentra un muchacho rubio. Eleven empieza a caminar hacia ellos cuando ve que, repentinamente, una de las manos del muchacho se cierra en torno al brazo de Max como si de una tenaza se tratase. Por si eso fuera poco, el chico, mucho más alto que su amiga, se inclina para hablarle, y tanto su mirada intensa como la forma en la que aprieta los dientes al dirigirse a ella le dan una muy, muy mala espina.

Si tenía alguna duda, cuando el chico la empuja hacia la puerta abierta del asiento del copiloto del vehículo, Eleven sabe que no puede dejarlo pasar.

No obstante, apenas da un paso en su dirección cuando unos brazos la rodean a la altura de la clavícula.

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Su cuerpo se paraliza ante el contacto; empero, pronto escucha la voz de Mike en su oído:

—Sé que es preocupante, pero piensa en Max; no te precipites.

Eleven se detiene definitivamente al oír sus palabras. Mike, aparentemente convencido de que no intentará nada, deja caer sus brazos. En silencio, ambos observan cómo el auto azul deja el estacionamiento del colegio y enfila la carretera.

—Max… —murmura Eleven.

—Sí —coincide Mike—. Lo sé.

Eleven se gira, entonces, y lo fulmina con la mirada:

—¿Sabías… de esto?

—Hace unas semanas, sí —admite él, frunciendo la nariz—. Y una vez hasta intentó atropellarnos mientras íbamos en bicicleta. —Eleven lo observa atónita; la expresión del chico se suaviza—. Pero, Jane…

Los labios de Eleven tiemblan, y siente que va a hacer algo estúpido, realmente estúpido, si sigue expuesta a la expresión compungida de Mike.

Es por eso que pasa de largo y lo deja hablando solo.

—¡Jane! —la llama él, corriendo detrás—. ¡Espera, déjame explicarte!

—Los amigos no mienten —replica Eleven a regañadientes mientras sigue caminando con paso firme, echándole en cara su mantra favorito.

—Sí, lo sé, lo sé, Jane, pero esto no es… ¡Jane, escúchame!

Eleven dobla el pasillo: si bien Mike es más rápido que ella, solo por esta vez se permite usar apenas una pizca de sus habilidades, de modo que, cuando él finalmente la alcanza, sus ojos no pueden captar su presencia.

Así, apoyada contra uno de los casilleros en absoluto silencio, espera a que se marche.

—¿Jane? ¡Jane! —continúa llamándola, sin éxito, antes de reemprender su búsqueda en otra dirección—. Argh, mierda

Finalmente, a solas, Eleven se limpia las lágrimas con las mangas de su camisa.