XLIX

Eleven se desploma sobre el césped recién cortado. A su lado, Henry hace lo mismo. Es uno de sus momentos favoritos del día: cuando, luego de entrenar, tan solo se echan a recuperar el aliento, ojos castaños y azules fijos en el cielo.

—Estuviste fantástica hoy —le comenta Henry con la voz algo falta de aire por el reciente esfuerzo—. ¿Crees que habrías podido contextualizar lo que viste sin que te lo comentase?

Considera su pregunta cuidadosamente: en la sesión de hoy han trabajado su capacidad de hurgar en los recuerdos ajenos. Por supuesto, Eleven únicamente ha visto todo lo que Henry ya le había comentado —y, ciertamente, con algo de censura por su parte—: sus primeros días en la mansión Creel, sus cenas incómodas con sus padres, sus escapadas al ático…

—Creo… que sí. Al menos un poco…

—Genial. Esa segunda parte es más bien un ejercicio mental antes que un desafío para tus habilidades, pero, como es muy probable que los recuerdos a los que accedas no estén narrados de manera explícita, debes estar preparada para ponerlos en contexto.

Eleven indica que lo ha escuchado con un débil «hm». Sus ojos siguen fijos en las nubes que se deslizan lentamente por encima de ellos.

De pronto, tiene una idea:

—Henry…, ¿y si fuese a ver las memorias de Billy?

Es la pregunta incorrecta: el hombre se yergue hasta quedar sentado en el pasto y gira el rostro hacia ella, mirándola seriamente.

—¿Disculpa?

Eleven asiente y, con tranquilidad, imita su posición, sentándose también.

—Sí… Tal vez si viese sus recuerdos, entendería mejor sus razones… Eso fue lo que me dijo Max: que no entiendo… lo que ellos viven. Y pensé… —Se encoge de hombros—. Si ella no me lo dice, y tampoco puedo preguntárselo a él…

Hace cinco años que vive con Henry: conoce de memoria su expresión desaprobatoria. Por ello, no le sorprende su rotunda negativa:

—Ni pensarlo.

Eleven suspira, frustrada.

—Henry…

—No estás lista.

—¡Pero tú mismo dijiste que estuve fantástica hoy! —replica.

—Sí, hurgando en mis recuerdos, cuidadosamente seleccionados, los cuales compartí contigo voluntariamente.

—Dudo que Billy tenga tus… defensas —insiste ella.

—Si bien es obvio que no, igual requeriría de un esfuerzo colosal, con tu capacidad actual, para escarbar en su mente y hallar lo que buscas.

»Eso sin mencionar que la falta de experiencia te hace ineficiente; es probable que él perciba tu intrusión y termines por exponernos.

Esto la toma desprevenida.

—¿Exponernos? —repite con el entrecejo fruncido—. Pero… hace años que somos libres…

—Sí, pero no podemos bajar la guardia —replica Henry—. Si bien borramos todo rastro de nuestra existencia, tan solo hace falta que algún rumor en apariencia ridículo llegue a los oídos de la persona equivocada para que empiecen a investigar sobre lo ocurrido.

—¿Sería eso tan malo? —pregunta Eleven con tristeza—. ¿No podríamos defendernos? Ya no soy como antes…

—Eleven. —Su voz es suave, pero firme—. Créeme cuando te digo que no sabes de lo que esa gente es capaz. Brenner era apenas una muestra, y hay mucho, muchísimo que desconoces. Llamar la atención del Gobierno sería una sentencia de muerte. En el mejor de los casos, volveríamos a ser ratas de laboratorio.

Eleven aprieta los labios.

—¿Y si lo hicieras tú…? —propone como alternativa.

Empero, Henry ya está negando con la cabeza.

—Lo siento, pero no pienso intervenir. Hay batallas que sencillamente no nos corresponde ni a ti ni a mí pelear.

Ante la expresión decepcionada de Eleven, Henry apoya su mano sobre su mejilla y agrega:

—Llegará el día en que destruyamos esta estructura innatural que nos atrapa, corazón. Pero, mientras tanto, debemos ser inteligentes y sobrevivir a toda costa, ¿está claro?

Eleven asiente; los dedos de Henry contra su mejilla son suaves y cálidos.

La culpa que esto le hace sentir es casi suficiente para detener su desobediencia.

Casi.